por Pablo Nazareo » Sab Nov 20, 2010 7:30 pm
Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)
Pablo Nazareo
En relación al Orden
1. ¿Por qué esta virtud es un principio de orden natural que colabora al bien de todos?
Porque pone todas las cosas en el lugar que les corresponde, permitiendo el pleno desarrollo de nuestras potencialidades dentro del ámbito espacio-temporal y cultural en el que estamos insertos, así como la libertad de los demás para que hagan lo mismo y, todo ello, dentro de una estructura societaria que tiene por objetivo el bien común.
La virtud del orden está muy relacionada con la justicia y la responsabilidad.
2. Para poder actuar de un modo ordenado hace falta cierta estructura mental ordenada que se reflejará en todos los aspectos de nuestras vidas. Menciona estos aspectos o campos y explica brevemente cada uno de ellos...
En primer lugar, es necesaria una cosmovisión, es decir, una concepción determinada sobre el valor de uno mismo como persona, de sus objetivos en la vida y de su relación con Dios, con los demás hombres, con las sociedades de que formamos parte y con el universo, dentro del marco de la brevedad del tiempo que viviremos. Como esta cosmovisión se construye internamente, la ideal es la que se obtiene a partir de la convicción de que formamos un solo ser con el Señor Jesús a partir de nuestro bautismo. Por esta razón, para un cristiano, la búsqueda de la santidad es el esquema fundamental de cualquier sistema de orden posible.
En segundo lugar, la asunción de valores que lleven a actitudes y virtudes congruentes con la cosmovisión mencionada. La constante oración, la lectura de la Biblia y la recepción de los sacramentos son los motores que hacen posible el ejercicio de un sistema de orden compatible con cualquier vocación personal.
En Relación a la Obediencia
1. ¿Qué es la autoridad? ¿Qué autoridad tienes y cómo la vives?
Hablando en forma general, la autoridad es el ejercicio del poder, es decir, de la imposición de la voluntad de alguna persona, dotada de capacidad de mando, sobre algo o sobre otras personas. Y así, por ejemplo, el hombre tiene poder sobre la naturaleza y sobre otros hombres. La autoridad es un concepto análogo, tanto por lo que respecta a quién la ejerce (sujeto), como sobre aquello sobre lo que se ejerce (objeto), así como a la manera en que se ejerce (necesaria, moral, política, etc.)
Por lo que se refiere al sujeto, el grado de autoridad varía según la naturaleza de la persona que la ejerce. El hombre, que es la persona de ínfimo nivel, tiene una capacidad de ejercer la autoridad inferior a la de los ángeles; dentro del universo de estos seres incorpóreos hay un número de naturalezas desconocido para nosotros, número ciertamente inmenso como lo dan a entender varios pasajes de la Biblia, por lo que su autoridad es tan ingentemente diversa como sus naturalezas, y así lo revelan Ezequiel, Daniel, San Pablo y San Juan. Por fin, infinitamente superior a todas las demás, está la autoridad de Dios, correspondiente al ser personal cuya naturaleza es existir. Y aun en Dios mismo, aunque es un solo ser, la autoridad de cada una de las Divinas Personas se ejerce de manera distinta en cada acción de Dios.
Por lo que se refiere al objeto, lo que me gustaría destacar es la resistencia que ofrece a la autoridad, oposición que asimismo va en relación con su naturaleza, como se ve en el caso de los seres compuestos de materia. Por ejemplo, la piedra opone resistencia a ser tallada por el escultor, el potro a servir de cabalgadura o el tigre a realizar un acto circense. Como la naturaleza humana está caída del estado original en que fué creada, también opone resistencia a la autoridad. Por eso en el “Padre Nuestro” oramos en conjunto con el Señor Jesús para “que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, es decir, para que el hombre acepte la autoridad de Dios como lo hacen los ángeles y los bienaventurados.
En lo que toca a la manera de ejercer la autoridad, me limitaré a la de un hombre sobre otros hombres. La autoridad es, entonces, la capacidad de un hombre de imponer su propia voluntad sobre otros hombres para garantizar el pleno ejercicio de la libertad de los hombres que le están subordinados por alguna causa.
En efecto, todos los hombres somos iguales y todos los hombres somos esencialmente libres. ¿Por qué, entonces, yo que soy libre, es decir, con el derecho a disponer de mí mismo, debo someterme a la voluntad de otro? La respuesta es que la voluntad de ese otro garantiza el ejercicio de mi libertad, de la capacidad de que yo disponga de mí mismo. Por ejemplo, yo tengo derecho a trasladarme en coche a donde quiera, conduciendo mi auto. Para que yo pueda ejercer libremente ese derecho, la autoridad de Tránsito me obliga a seguir el sentido de la circulación, a respetar los semáforos y las áreas en que está permitido estacionarse, la velocidad límite a la que puedo manejar mi vehículo, que no hable por celular mientras manejo, que utilice el cinturón de seguridad, que los niños pequeños vayan de cierta manera, etc. Si la autoridad no obligara –a mí y a los demás- a obedecer esas normas, se produciría un caos tal, que atentaría contra mi libertad de trasladarme en automóvil. La autoridad, pues, es la garantía del ejercicio de mi libertad.
2. ¿Por qué tenemos que obedecer?
Hay varios niveles de respuesta. En la pregunta anterior ya se dio uno, el correspondiente al ser racional y libre que somos. Como cristianos, la respuesta es que la autoridad de Dios se manifiesta a través de las distintas autoridades humanas, existentes en cada uno de los ámbitos en que se desarrolla nuestra vida: familia, Estado, Iglesia, institución profesional, barrio, etc. El cristiano obedece porque en la voluntad de quien manda ve la voluntad de Dios, que abre espacios al ejercicio de su libertad.
3. ¿Cuándo será correcto obedecer?
Siempre que la orden no violente nuestra conciencia. La conciencia personal es el criterio último de nuestra vida moral.
4. ¿Por qué y de qué manera la revolución anticristiana para destruir la familia atacó la subordinación, querida por Dios, de la mujer al varón?
El concepto de subordinación es equívoco. El machismo, por ejemplo, implica un concepto de subordinación de la esposa al marido que, por mucho que se haya practicado y se siga practicando, va directamente contra la moral católica. Dios no quiso el machismo como modelo de relación entre los esposos. Véase Efesios 5, 22-32.
La subordinación de la mujer al marido, que aparece en el Antiguo Testamento, es primitiva, y corresponde a una etapa pedagógica de formación en la fe, ya superada. Si se quieren ver ejemplos actuales de esa práctica vetotestamentaria, ahí están los menonitas y los mormones. La Iglesia no avala ese tipo de subordinación de la esposa al marido. Dios no quiso ese modelo como permanente, porque, en el fondo, va contra la naturaleza humana que Él creó.
El matrimonio es un equipo de dos iguales. Como en cualquier equipo, siempre debe haber una cabeza. Y esa cabeza es el varón. Pero eso no significa subordinación o, al menos, hay que precisar con exactitud qué se entiende por tal palabra para evitar barbaridades. Véase nuevamente Ef 5, 22-32.
Termino con un ejemplo. Conozco un matrimonio que está por cumplir los 44 años de casados. Cuando se casaron, decidieron que hacerlo no significaba limitar sus libertades individuales, sino que era una oportunidad para potenciarlas, lo que ejemplificaron en el momento de la boda civil escogiendo el régimen de separación de bienes. Él ya era profesionista, pero ella era estudiante. Ya casada, terminó la carrera. A veces han coincidido profesionalmente, pero otras veces no. Actualmente, cada quien tiene y administra propiedades distintas, ejercen profesiones distintas y apostolados diferentes. Sin embargo, son un matrimonio muy unido y siempre han sido una sola autoridad ante sus hijos, adoptando los dos juntos las normas con que educaron a sus cinco hijos y aplicándolas de la misma manera. Una vez le pregunté a la señora si su marido era su jefe, y me contestó: “para nada, yo no soy su hija. Pero él es mi guía, mi apoyo psicológico, y sé que siempre contaré con su respaldo. Pero, como desde que nos casamos, yo seguiré decidiendo en lo que a mí respecta y decidiendo junto con él lo que corresponde a nuestro matrimonio.” Por su parte, el señor me dijo: “Hace muchos años la Escuela Psicoanalítica Mexicana hizo un estudio sobre el macho mexicano y concluyó que, después de haber sometido a su mujer de joven, de viejo terminaba dominado por ella y por sus hijas. Yo no quería terminar mi vida subordinado a mi mujer. Así que ambos decimos seguir siendo autónomos en nuestro fuero personal y un equipo compacto como matrimonio. Agradezco a mi mujer su apoyo irrestricto en las horas difíciles de mis negocios, de las demandas injustas de que fui objeto, y su amor constante. Gracias a ella soy lo que soy. Inclusive me animó a cumplir ilusiones de soltero que creí abandonadas al casarme, como el sueño de ser artista plástico. ¿Qué quisimos al casarnos? Realizar, a nivel de nuestro matrimonio, el misterio de la relación entre Cristo y su Iglesia. Cristo no es un dominador, ni la Iglesia una sumisa. Sus relaciones son como las de la cabeza y el cuerpo, ambos partes del mismo organismo. Eso no lo digo yo, lo dice San Pablo.”
Hay que revisar, pues, y definir bien ese concepto de subordinación de la esposa al esposo que, tal como aparece en la lección, puede entenderse de manera equivocada y dañina, ciertamente no católica.