por marielaguardia » Dom Nov 07, 2010 4:47 pm
1. De manera breve menciona lo que dice el autor sobre la definición de cultura y cuáles son sus elementos
Cultura, en su etimología primera latina, significa el conjunto de labores y de frutos inherentes al cultivo de los campos. Cultura, como sinónimo de “saber”, conjunto de conocimientos que tiene una persona.
Persona culta sería la persona “cultivada”, por oposición a la ruda que no ha cultivado sus cualidades o capacidad intelectual, artística, literaria, etc.
ELEMENTOS: elementos cognoscitivos: técnicos y científicos; la estructura política, la organización social, etc.
creencias (cultura implícita, sin racionalidad aparente: ritos y fiestas…);
valores y normas (no son los mismos en las diversas culturas, no hay una tipología sistemática de valores de rango universal; los llamados valores humanos son cuestionados por algunos pueblos que los tildan de producto occidental);
símbolos: sistema simbólico que funda expectativas y formas dadas de reacción; cada cultura tiene un sistema de símbolos por los que se expresa, y la lengua es sin duda el sistema simbólico más genuino de cada pueblo.
2. Da alguna descripción de la cultura vocacional
Es desarrollar una atmósfera en la que los jóvenes católicos puedan disponerse a verificar con cuidado y abrazar libremente la propia vocación como forma permanente de vida a la que están llamados en la Iglesia.
“Es una componente de la nueva evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del vivir, pero también del morir”, que (frente a la ‘cultura de la muerte’)
La vocación nace del amor y lleva al amor, porque el hombre no puede vivir sin amor. Esta cultura de la vocación constituye el fundamento de la cultura de la vida nueva, que es vida de agradecimiento y gratuidad, de confianza y responsabilidad; en el fondo, es cultura del deseo de Dios, que da la gracia de apreciar al hombre por sí mismo, y de reivindicar constantemente su dignidad frente a todo lo que puede oprimirlo en el cuerpo o en el espíritu
La cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro sobre un modelo de hombre sin vocación.
Una cultura vocacional es tal cuando invita y conduce a hacerse preguntas vitales y cuando también da pistas y herramientas para responder a ellas. El hecho de constatar que hay preguntas indica que estamos ante un ambiente que favorece la gestación de ellas y por lo tanto que pone el sentido de la vida como telón de fondo a las búsquedas y a las respuestas de estas preguntas vitales. La pregunta es el motor que impulsa y mueve a buscar. Sin preguntas no hay búsqueda y si no se busca, la vida se vuelve plana, chata, sin horizontes que desafíen a la aventura. Es una atmósfera que valora y defiende la fidelidad a la propia vocación.
Esta cultura cultiva las actitudes vocacionales de fondo, promueve una cultura del espíritu, invita a reconocer y acoger la aspiración más profunda del hombre, reacciona contra una cultura de la muerte con una cultura de la vida, es, en su raíz, la cultura del deseo de Dios, compromete la mente y el corazón del hombre en el discernimiento de lo bueno. Crear esta cultura es uno de los urgentes servicios a prestar al Dueño de la mies, que llama a colaborar con Él.
3. Menciona brevemente las acciones que se pueden llevar a cabo para fomentar la “cultura pro-vocacional”
Posibilitar el nacimiento y crecimiento del sujeto vocacional, es decir, de comunidades de creyentes que viven coherentemente su llamada personal y se sienten responsables de la de los otros El objetivo no es, sin más, que surja alguna vocación (al sacerdocio o a la vida consagrada), sino de que todo creyente llegue a ser persona llamada que llama, en un clima de fidelidad vocacional.
Crear signos y lugares permanentes donde cultivar y mostrar la experiencia de Dios compartida, sólida y fundamentada que se dirige al corazón de la persona y le plantea llamadas, exigencias, invitaciones. se hace presente a lo largo de estos itinerarios comunitarios: la celebración comunitaria y la oración (liturgia), la comunión eclesial y la fraternidad (koinonía), el servicio de la caridad (diakonía), el anuncio y testimonio del evangelio (martiría).
Sentir la Iglesia como cosa propia y sentir con la Iglesia...siendo no solamente colaboradores, sino también intercesores y testigos transfigurados por su misterio.
Difundir y consolidar el acompañamiento vocacional personalizado, en particular en aquellos momentos existenciales de encrucijada donde se tejen las grandes decisiones de la vida. Es una relación pastoral que ha de cuidar las dos etapas de todo proceso de crecimiento de la fe: Laeducación (ayudar al joven a sacar fuera su verdad, a conocerse, a descubrir sus miedos y resistencias, fragilidades y dependencias) y la formación (proponerle un ideal que dé a su vida forma, consistencia y solidez, para que invierta en ella sus mejores recursos).
Hacer visible nuestro carisma misionero en expresiones significativas. Esa visibilidad es una opción exigente y al mismo tiempo arriesgada. No se reduce a pura exterioridad si está sostenida por una intensa experiencia de Dios y por un discernimiento lúcido sobre los signos usados. Es preciso que se pueda “ver” el carisma. Carteles, folletos, días reservados a presentar la historia, vida y misión de la propia congregación... debe ser moneda común en todo lugar donde nos hagamos presentes.
Fomentar, además, un ambiente general de conocimiento de nuestro fundador como don del Espíritu a la Iglesia y en particular a la Iglesia donde vivimos. Y creando un ambiente de simpatía hacia nuestra congregación, de manera que, por contagio, nuestra historia y nuestra vida impregne nuestros ambientes y toque a las personas. Y, sobre todo, facilitar que la expresión y comunicación normal de nuestra espiritualidad y vida misionera consiga que otros tengan los mismos “ojos” del fundador, esto es, su sensibilidad, su corazón, sus ideales, su percepción, su lógica misionera.
No olvidar jamás que una homilía, la administración de un sacramento, cualquiera que sea, una catequesis, una adoración del Santísimo, un retiro, una misa, una confesión, una reunión, una novena, una iniciativa del tipo que sea, si no es vocacional, es decir, si no apunta a la pregunta estratégica dirigida a todos (“y a mí, ¿qué me pide Dios a partir de esta Palabra, de este don...?”) no es acción pastoral cristiana, sino otra cosa, no bien definida, pero de cualquier modo inútil y a veces contradictoria, por no decir persona que finge sentir lo que no siente.
Recrear una vida comunitaria fraterna, acogedora, hospitalaria y calurosa donde se vive la identidad de la propia congregación y la pertenencia sin subterfugios; y donde, a la vez, existe cercanía, roce y trato directo con todos, abriendo la comunión y la corresponsabilidad también a laicos (hombres y mujeres).
Cuidar pastoralmente de las familias.