Cada cónyuge es el instrumento a través del cual, al otro le llega el amor de Dios. Es decir, cada uno de los cónyuges está para
distribuir el amor de Dios a su recíproco. Por eso es que somos ministros d ese amor de Dios. Ahora bien, dos consideraciones:
1. Para distribuir el amor de Dios, hay que tenerlo. Y nadie es capaz de amar como Dios si no tiene el Espíritu Santo en su corazón, que es justamente el amor divino. Nuestra naturaleza humana está herida, como lo comenta el autor en este capítulo. Necesitamos que venga Dios a amar desde nosotros (o también: necesitamos amar desde Dios). Quienes llevamos ya algunos años de camino conyugal andado somos testigos de esto. Bueno, al menos yo soy testigo de lo difícil que es amar a alguien hasta dar la propia vida. De hecho, no creo haber aún alcanzado ese grado de amor. Pero sí alcanzo a comprender, en mi día a día, que amar como Jesús amó a su Iglesia... "está en chino" (como decimos acá).
2. También esto me hace recordar una experiencia que tuve mientras oraba hace algunos meses. Estaba yo en oración, sentado en mi cama. Mi esposa ya se había dormido, así es que, aunque acompañado, estaba orando solo. En mi oración le pedía a Dios me concediera el llegar a sentirme amado por Él. Es decir: que Dios me ama, yo lo sé. Pero sentirme amado, es una experiencia que en mi corta vida espiritual no he tenido. Pues bien, mientras oraba, intuí una respuesta. Obviamente, Dios no se comunica con palabras humanas, pero traducida a lenguaje hablado, yo la entendí como "¿quieres conocer cómo te amo? Entonces, ama incondicionalmente y sin medida a esta mujer [refiriéndose a mi esposa]".
Desde entonces me queda claro que el amor de Dios llega a través de los cónyuges, y no sólo en un sentido, esto es: amando a mi esposa, yo soy la fuente del amor de Dios para ella; pero también amándola, entiendo y recibo el amor de Dios para mí. Y también me queda claro que el amor de Dios es una locura y una necedad de Su parte, porque ¿cómo es que sigue y sigue buscando a alguien que lo ha traicionado y ofendido tantas veces? ¿cómo es que sigue tomando la iniciativa luego de tantas heridas recibidas de nuestra parte? Y no se piense que me refiero a mi esposa. Al decir esto, pienso más que nada en mí mismo. Cuántas heridas provocadas. Desde una perspectiva sin Dios, ya me hubiera mi esposa
desechado desde cuándo, con justificada razón. Pero también así es Dios: insistente. Nos busca neciamente. Como en la parábola del padre misericordioso, nos sale al encuentro. Y pensar que así tenemos que amar a nuestro cónyuge y a nuestros hijos.
Pero ya estoy entrando en otros temas, y escribiendo de más, como siempre. Espero que me haya podido expresar claramente en un párrafo, porque ahí metí como seis años de camino personal
Un saludo a todos