Moderadores: raulalonso, tito, Catholic.net, gache, Moderadores Animadores
gracias, es lo que necesitaba saber, al parecer entendí mal el tema de los ángeles, que Dios te bendigatito escribió:“El hecho de que entre los seres haya algunos que son superiores a otros, se debe a que aquéllos están más próximos y son más semejantes al ser primero, Dios” Ia 55,3.
De igual manera, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza[3], dotándole de inteligencia y libertad, y le constituyó señor del universo, como el mismo salmista declara con esta sentencia: Has hecho al hombre poco menor que los ángeles, le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies[4].
CARTA ENCÍCLICA PACEM IN TERRIS
DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
Si, el versículo 26 es claro en la relación que existe entre la imagen y semejanza de Dios, y la posición de dominio y responsabilidad que tiene el hombre respecto al resto de la Creación; pero en el versículo 27 comienza a vislumbrarse otra dimensión, otra dimensión estrechamente vinculada a las realidades sociales y, muy concretamente, a la vida en pareja, o sea, a la familia, célula fundamental de la sociedad, y de la Iglesia, donde esa relación se vive en la fecundidad propia del amor de la pareja, y, ya desde ahí entonces, esta imagen de Dios comienza a apuntar a algo mucho más alto de lo que NO ha sido hecha partícipe la creatura angélica:26Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo».
27 Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.
Génesis 1, 26-27
Mas para alcanzar el verdadero desarrollo es necesario no perder de vista dicho parámetro, que está en la naturaleza específica del hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gén 1, 26). Naturaleza corporal y espiritual, simbolizada en el segundo relato de la creación por dos elementos: la tierra, con la que Dios modela al hombre, y el hálito de vida infundido en su rostro (cf. Gén 2, 7).
El hombre tiene así una cierta afinidad con las demás creaturas: está llamado a utilizarlas, a ocuparse de ellas y —siempre según la narración del Génesis (2, 15)— es colocado en el jardín para cultivarlo y custodiarlo, por encima de todos los demás seres puestos por Dios bajo su dominio (cf. ibid. 1, 15 s.). Pero al mismo tiempo, el hombre debe someterse a la voluntad de Dios, que le pone límites en el uso y dominio de las cosas (cf. ibid. 2, 16 s.), a la par que le promete la inmortalidad (cf. ibid. 2, 9; Sab 2, 23). El hombre, pues, al ser imagen de Dios, tiene una verdadera afinidad con El. Según esta enseñanza, el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesión indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad. Esta es la realidad trascendente del ser humano, la cual desde el principio aparece participada por una pareja, hombre y mujer (cf. Gén 1, 27), y es por consiguiente fundamentalmente social.
CARTA ENCÍCLICA SOLLICITUDO REI SOCIALIS
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
AL CUMPLIRSE EL VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA POPULORUM PROGRESSIO
Y es que esa fecundidad de la pareja humana ciertamente es imagen del Fecundo Amor Trinitario por el que fueron Creadas todas las cosas en primer lugar, y por el que la pareja se constituye en co-creadora con Dios.Es un nuevo inicio en relación con el primero, —inicio originario de la donación salvífica de Dios— que se identifica con el misterio de la creación. Así leemos ya en las primeras páginas del libro del Génesis: « En el principio creó Dios los cielos y la tierra ... y el Espíritu de Dios (ruah Elohim) aleteaba por encima de las aguas ».41 Este concepto bíblico de creación comporta no sólo la llamada del ser mismo del cosmos a la existencia, es decir, el dar la existencia, sino también la presencia del Espíritu de Dios en la creación, o sea, el inicio de la comunicación salvífica de Dios a las cosas que crea. Lo cual es válido ante todo para el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios: « Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra ».42 « Hagamos », ¿se puede considerar que el plural, que el Creador usa aquí hablando de sí mismo, sugiera ya de alguna manera el misterio trinitario, la presencia de la Trinidad en la obra de la creación del hombre? El lector cristiano, que conoce ya la revelación de este misterio, puede también descubrir su reflejo en estas palabras. En cualquier caso, el contexto nos permite ver en la creación del hombre el primer inicio de la donación salvífica de Dios a la medida de su « imagen y semejanza », que ha concedido al hombre.
CARTA ENCÍCLICA DOMINUM ET VIVIFICANTEM
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO
Y es esta la dignidad que todos los que están en Cristo alcanzan por Él, donde, como vemos, ya no cuenta la sangre ni las obras de la carne, ni la voluntad del hombre, sino es un Acto de la Gracia de Dios:Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia.
¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy"? ¿Y de qué ángel dijo: "Yo seré un padre para él y él será para mí un hijo"?
Hebreos 1, 4-5
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
San Juan 1, 11-13
La obra del Espíritu « que da la vida » alcanza su culmen en el misterio de la Encarnación. No es posible dar la vida, que está en Dios de modo pleno, sino es haciendo de ella la vida de un Hombre, como lo es Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en la unión hipostática. Y. al mismo tiempo, con el misterio de la Encarnación se abre de un modo nuevo la fuente de esta vida divina en la historia de la humanidad: el Espíritu Santo. EL Verbo, « Primogénito de toda la creación », se convierte en « el primogénito entre muchos hermanos »210 y así llega a ser también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, que nacerá en la Cruz y se manifestará el día de Pentecostés; y es en la Iglesia la cabeza de la humanidad: de los hombres de toda nación, raza, región y cultura, lengua y continente, que han sido llamados a la salvación. « La Palabra se hizo carne; (aquella Palabra en la que) estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres ... A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios ».211 Pero todo esto se realizó y sigue realizándose incesantemente « por obra del Espíritu Santo ».
« Hijos de Dios » son, en efecto, como enseña el Apóstol, « los que son guiados por el Espíritu de Dios ».212 La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación, o sea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento, o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre « ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo ».213 Entonces, realmente « recibimos un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: « ¡Abbá, Padre! ».214 Por tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo. « El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo ».215 La gracia santificante es en el hombre el principio y la fuente de la nueva vida: vida divina y sobrenatural.
El don de esta nueva vida es como una respuesta definitiva de Dios a las palabras del Salmista en las que, en cierto modo, resuena la voz de todas las criaturas: « Envías tu soplo y son creadas, y renuevas la faz de la tierra ».216 Aquél que en el misterio de la creación da al hombre y al cosmos la vida en sus múltiples formas visibles e invisibles, la renueva mediante el misterio de la Encarnación. De esta manera, la creación es completada con la Encarnación e impregnada desde entonces por las fuerzas de la redención que abarcan la humanidad y todo lo creado. Nos lo dice San Pablo, cuya visión cósmico-teológica parece evocar la voz del antiguo Salmo: « la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios »,217 esto es, de aquellos que Dios, habiéndoles « conocido desde siempre », « los predestinó a reproducir « la imagen de su Hijo ».218 Se da así una « adopción sobrenatural » de los hombres, de la que es origen el Espíritu Santo, amor y don. Como tal es dado a los hombres. Y en la sobreabundancia del don increado, por medio del cual los hombres « se hacen partícipes de la naturaleza divina ».219 Así la vida humana es penetrada por la participación de la vida divina y recibe también una dimensión divina y sobrenatural. Se tiene así la nueva vida en la que, como partícipes del misterio de la Encarnación, « con el Espíritu Santo pueden los hombres llegar hasta el Padre ».220 Hay, por tanto, una íntima dependencia causal entre el Espíritu que da la vida, la gracia santificante y aquella múltiple vitalidad sobrenatural que surge en el hombre: entre el Espíritu increado y el espíritu humano creado.
CARTA ENCÍCLICA DOMINUM ET VIVIFICANTEM
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO
Volver a Magisterio de la Iglesia – Catecismo - San Pedro apóstol
Usuarios registrados: Bing [Bot], Google [Bot]