Estimados hermanos en Cristo:
Tal vez un poco de contexto ayude a esclarecer el fondo del asunto.
En las culturas y religiones más antiguas suele existir con mucha claridad un elemento que en nuestra cultura contemporánea se ha perdido grandemente, si bien con el asunto de la ecología se está recuperando un mínimo esbozo de esto.
Ese elemento es el concepto que, en filosofía, se conoce como "el orden del Ser". Dicho concepto, si bien no en una forma filosófica madura, sino como una noción algo difusa, es el que naturalmente surge en cualquier persona que observa la naturaleza y se da cuenta de que en ella existe un cierto orden. Un orden que el ser humano no ha creado, pero que mantiene cada cosa en su sitio y el mundo funcionando de una forma predecible y armoniosa. La expresión máxima de este orden inalterable, para cualquier cultura antigua, eran los astros del cielo, por eso naturalmente las culturas solían poner a los dioses ahí, en las estrellas, el sol, la luna y los planetas. Porque en la Tierra el orden podía ser alterado de vez en cuando, ocasionalmente ocurrían cambios drásticos que alteraban muchas cosas... pero el cielo parecía ser completamente inmutable y estable; claro, salvo la aparición de un cometa o un eclipse, raros eventos que, por lo mismo, se consideraban cosas importantes en el mundo de los dioses y extremadamente significativos entonces para el mundo de los humanos. Ya desde ese poner el orden en un plano superior al de la naturaleza, pensando que debía tener un origen inteligente (los dioses) que lo gobernara, pone estos conceptos pre-filosóficos primitivos en un plano superior al de la idolatría de las leyes naturales científicas que hace el positivismo e ideologías afines, o al de la idolatría de los ciclos naturales que hace el ecologismo e ideologías afines.
Bien, no abundaremos en eso para no desviarnos, pero lo importante ahora es lo que sucedía en esas religiones cuando el hombre veía que, con sus acciones, había de algún modo causado una ruptura o alteración en ese orden.
Lo que ocurría es que el hombre pensaba que, con su propia inteligencia, podía acabar descubriendo qué era lo que los dioses habían hecho para establecer ese orden original en el principio del mundo. Y así, si los hombres lograban averiguarlo, y, mejor aún, si lograban
repetirlo entonces esos actos serían capaces de VOLVER A CREAR el orden tal y como lo habían hecho los dioses al principio.
Y bueno, como no se veía que las estrellas bajaran a mover las cosas en la tierra, pues no era sino lógico pensar que los dioses NO necesitaban actuar moviendo físicamente las cosas, sino tan solo con su palabra bastaba para hacer que las cosas sucedieran. Luego, lo que había que tratar de hacer no era sino encontrar y
repetir las mismas palabras que los dioses habían usado para ordenar a los elementos y hacer que funcionaran como funcionaban antes de que el orden se rompiera. O bien, las mismas palabras que un dios había usado para convencer a otro de que usara su poder para ordenar las cosas como se requerían.
De ahí la idea de los conjuros o hechizos, de ahí el origen de los mitos de la creación que existían casi universalmente en las culturas antiguas y de ahí la necesidad de conocerlos y repetirlos. Porque en esos mitos de la creación se codificaban esas palabras y actos originarios que se creía que los dioses habían usado al principio, y que brujos y sacerdotes podían repetir para restablecer el orden (p.ej. para curar, para restablecer el ciclo de las lluvias, etc.).
Y asi las cosas, lo que había que hacer entonces era repetir, repetir y seguir repitiendo el conjuro/hechizo/palabras-mágicas/palabras-de-los-dioses, o como se les quisiera llamar hasta que el dios que había que convencer se convenciera, o hasta que se diera el momento justo en el que el comando sobre los elementos surtía el efecto deseado. Por eso es que muchos de estos conjuros de las religiones paganas requerían ser repetidos constantemente. Algo así como quien le da miles de veces "click" al botón de una ventana en una computadora que no está respondiendo muy bien hasta que, de pronto, el botón responde y la máquina ejecuta la acción que ese botón está programado para ejecutar.
Es como si, por ejemplo, los cristianos creyeramos que tuvieramos que repetir las palabras del Génesis, digamos, la frase concreta "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza" tantas veces como fuese necesario para curar a alguien.
ESO es el tipo de repeticiones sin sentido que Jesús nos enseña que NO necesitamos ni debemos hacer, precisamente porque el Universo NO es gobernado por leyes mágicas que se invocan por conjuros; sino es gobernado por la Razón, y la Razón es nuestro Padre, que estando con nosotros en lo secreto, nos Ama y nos Escucha. Por eso no tenemos que repetir vanamento conjuros mágicos que invoquen el orden originario de las cosas ni nada parecido, porque podemos simplemente hablar y dialogar con el Creador del Universo y pedirle lo que queremos en la certeza de que, en su Amor, nos dará aquello que realmente necesitamos tomando también en cuenta eso que queremos y le hemos pedido.
De ahí que lo importante en todo esto NO ES el hecho mismo de repetir o no las cosas, como los protestantes que piensan que el Santo Rosario es condenado en este pasaje por ser una oración repetitiva; sino es el hecho de dirgirse personalmente a quien nos puede ayudar, o el atribuir propiedades mágicas a los objetos que creemos que podemos invocar mediante un conjuro.
Un padre no le dejará de dar su lechita a su hijito pequeño por el simple hecho de que se la pida muchísimas veces de la misma manera; pero en vano hablará el niño al biberón si cree que por decirle interminables veces "ya va tu lechita" -como lo dice mamá mientras prepara la leche-, el biberón se va a llenar solito y va a venir a su boca. Y esa diferencia es la que Jesús en verdad nos quiere enseñar: que hay que pedirle al Padre, y NO al biberón. Pero, curiosamente, el positivismo ha convencido a la gente de nuestro tiempo de que la esperanza se puede depositar en el biberón, y no en los papás, siempre y cuando no repitamos "ya va tu lechita" interminables veces, sino aprendamos a medir con precisión el momento exacto, el tono y el volúmen en los que esas palabras producen su máximo efecto.
No es así; el recto uso de la ciencia es SI, aprender con precisión el momento, el tono y el volúmen de decir "lechita"; pero NO para invocar al biberón en la manera correcta, sino para no darle tanta lata a los papás.
El Magisterio nos enseña:
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús recogido en oración, un poco apartado de sus discípulos. Cuando concluyó, uno de ellos le dijo: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Jesús no puso objeciones, ni habló de fórmulas extrañas o esotéricas, sino que, con mucha sencillez, dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre...”», y enseñó el Padre Nuestro (cf. Lc 11, 2-4), sacándolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre.
BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 25 de julio de 2010
Vemos precisamente que la diferencia NO está en las repeticiones, sino en la "fórmula esotérica" vs. hablar con la Persona.
Y asi, por ejemplo, el Santo Rosario NO ES una vana repetición en tanto sea una oración contemplativa que nos haga entrar en unión con las personas involucradas, pero alguna razón tienen los protestantes, porque el propio Magisterio nos advierte del peligro real de que esta oración tan bella e importante se convierta en una fórmula mecánica que, en efecto, acabe siendo vana repetición equivalente a las fórmulas esotéricas de las religiones paganas:
El Rosario, oración contemplativa
12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».
CARTA APOSTÓLICA ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
SOBRE EL SANTO ROSARIO
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
Vemos, una vez más, que la diferencia NO ESTÁ en el "repetir vs. no repetir", sino en la "fórmula mágica" vs. hablar y entrar en unión con Dios.
Saludos y bendiciones en la alegría de la Resurrección del Señor