Ocho días después de la Navidad, celebramos a la mujer que hizo posible que el Hijo de Dios naciese entre nosotros: la Virgen María, a quien hoy celebramos como Madre de Dios.
La fiesta del 1 de enero es la fiesta mariana más antigua en la liturgia romana, y merece que le demos la mayor importancia. Es la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Los santos padres de la Iglesia oriental aplicaron a María el título «Theotokos» (portadora de Dios) ya en el siglo III. En Occidente, María fue venerada como «Dei Genitrix» (Madre de Dios).
Desde antiguo la Iglesia celebra a María con el título de Madre de Dios. «No se puede pensar en la encarnación del Verbo sin tener en cuenta la libertad de esta joven mujer, que con su consentimiento coopera de modo decisivo a la entrada del Eterno en el tiempo». Gracias a María, “hemos recibido el ser hijos por adopción, ya no somos esclavos sino hijos”de Dios.
El Papa Benedicto XVI nos llama la atención acerca de la familiaridad de La Virgen María con la Palabra de Dios, lo que resplandece con particular brillo en el Magnificat. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios (...) Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada».
Celebrar a María como Madre de Dios ha de significar también para nosotros el deseo de “ser madres”. Como dice el Papa en Verbum Domini, «contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida».
Y esto es posible, porque como dice el Papa, «San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo: si en cuanto a la carne sólo existe una Madre de Cristo, en cuanto a la fe, en cambio, Cristo es el fruto de todos».
Entonces, esforcémonos por alcanzar esta bienaventuranza de Jesús:
San Lucas 11,27-28.
Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: “¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!”. Jesús le respondió: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”.