por eduarod » Lun Nov 24, 2014 3:23 am
Estimado en Cristo AXO:
Como católicos frecuentemente tenemos una cierta tendencia a tratar de "defender" a la Iglesia de lo que percibimos como ataques contra ella. Y es incuestionable que numerosas personas, a veces de buena fe, a veces con retorcidas intenciones, han utilizado este asunto de los sacerdotes pederastar para esgrimir toda clase de argumentos y ataques contra la Iglesia.
Sin embargo, me parece que en nuestro celo de "defensa", a veces perdemos de vista cuestiones importantes que hacen que la tal "defensa" no sea realmente tal, sino más bien parezca una serie de pretextos para justificar lo injustificable.
Y es que, aparentemente en contra de la solicitud materna de la Iglesia por acoger y perdonar al pecador, no deja de sorprender la dureza con la que el Papa San Juan Pablo II llegó a referirse a la situación de los sacerdotes que hubiesen incurrido en esta tipo de faltas, indicando que no había lugar en el sacerdocio para tales personas.
No es que en realidad la Iglesia haya abandonado del todo a esas personas en su pecado, por supuesto que, en su calidad de personas y siempre y cuando existan auténticamente las condiciones requeridas (propósito de firme enmienda, restituir el daño causado en la medida de lo posible, etc.) estas personas pueden recibir el perdón por medio del Sacramento de la Reconciliación.
Pero eso es una cosa y otra muy distinta es suponer que tal perdón implica que pueden ejercer legítimamente el sacerdocio ministerial, lo que claramente NO es el caso. Y es que ese pecado, en sí mismo, demuestra una serie de vicios y deformaciones en la persona tales que son incompatibles de raíz con la misión del sacerdote.
Precisamente ese es uno de los aspectos que han hecho mucho más escandalosos estos casos que lo que podría ocurrir con otro tipo de personas: que en razón de su misión y de su entrega a Cristo los sacerdotes reciben en automático un nivel de confianza que difícilmente los fieles otorgarían a otro tipo de personas. Y cabe decir que la mayor parte de los sacerdotes, viviendo realmente su vocación, son de hecho dignos de tal confianza.
Es importante detenernos en ello porque en realidad todo gira alrededor de eso. Y, para comprender mejor el punto, hagamos un sencillo ejercicio respecto a otro tipo de personas. Digamos, respecto a los funcionarios de hacienda (del tesoro o equivalentes) de los distintos países. A ellos públicamente se les otorga la confianza sobre el manejo de los recursos nacionales, la lógica indicaría que debieran ser personas de virtud e integridad probadísimas, personas a las que, en teoría, cualquiera les podría encargar el cuidado o manejo de sus recursos personales esperando que fuesen manejados con la misma probidad y eficiencia con la que manejan los recursos públicos. Pero la realidad es que al menos en la mayor parte de los países los ciudadanos esperaríamos que tales personas, en efecto, manejaran nuestros recursos personales precisamente con la misma probidad y eficiencia con la que manejan los recursos públicos; pero el problema es que tal cosa, lejos de ser un motivo de tranquilidad, sería una razón sobrada para NO confiárselos, precisamente por su demostrado y consistente bajo nivel tanto en probidad como en eficiencia. Y así, si alguien fuese tan ingenuo como para irse por la simple teoría y le confiara sus recursos a uno de tales funcionarios, para luego verse despojado, o ver sus recursos mal gastados y dilapidados, mucho antes pensaríamos en la inocencia de quien voluntariamente se expuso a un destino tan predecible, en vez de sorprendernos por el desempeño del tal funcionario. En una palabra, el "divorcio" entre la teoría y la práctica en tales personas suele ser tan evidente, que nadie en su sano juicio presta atención realmente a la teoría.
El problema con los sacerdotes pederastas comienza precisamente con los otros sacerdotes, con los que son fieles al llamado de Cristo y a su ministerio; y que, en virtud de ello, son realmente ejemplos dignos y personas a las que se les puede otorgar fácilmente una elevada confianza.
Tan es un hecho que estos sacerdotes dignos son la mayoría, que precisamente por ello en este caso la teoría en general se cumple, y los fieles e incluso otras personas externas a la Iglesia con facilidad han otorgado esa confianza sin verse en lo absoluto engañadas o defraudadas.
Pero entonces es justamente por ello que el caso de los sacerdotes pederastas resulta tan chocante, y resalta de manera tan extraordinaria: porque el abuso respecto a esa confianza tan gratuitamente otorgada implica necesariamente un grado de malicia mayor que el que existiría respecto a el abuso efectuado por otro tipo de personas a las que no tan fácilmente se les otorgaría tal confianza.
Es por eso que, sin juzgar jamás a la persona, lo que tan solo el Justo Juez puede hacer, el hecho objetivo merece la mayor condena tanto del creyente como del no-creyente. Y es por ello entonces también que, si pretendemos efectuar una "defensa" respecto a esto, tal defensa NO pasa por justificar ni minimizar en modo alguno el hecho o su malicia, sino al contrario, el fundamento de tal defensa debe ser precisamente el resaltar la gravedad de estas faltas y el grado mayor de malicia que conllevan. Lo cual implica, de suyo, remarcar que esta malicia mayor se da precisamente por la confianza fácilmente otorgada en favor de estas personas en virtud del BUEN ejemplo y comportamiento de otros miles de sacerdotes cuya propia virtud fue la que en primer lugar hizo creíble que los malos sacerdotes pudieran también haber tenido tal virtud.
En una palabra y como lo suelo expresar: una mancha obscura y negra en verdad resalta muchísimo más cuando se presenta contra el fondo de una pared blanca y limpia, que cuando se le ve contra un fondo gris, sucio y lleno de otras manchas.
Pero justamente entonces, el conservar la pared blanca y limpia, implica actuar con oportunidad y rigor en contra de esa mancha negra y sucia que debe ser quitada y eliminada de la pared con eficacia y prontitud. De lo contrario, si justificamos o minimizamos esa mancha, por ejemplo, insistiendo en que es poca cosa frente a la limpieza del resto de la pared; o que, con todo, nuestra pared sigue estando mucho más limpia que otras paredes mucho más sucias; el mensaje que con ello en realidad estamos transmitiendo es que no nos interesa conservar ya nuestra pared con la limpieza y pulcritud que hasta ahora le han caracterizado; sino que aceptamos que nuestra pared puede considerarse como cualquier otra pared medio sucia e indigna del respeto y consideración que tradicionalmente le venían otorgando tanto los fieles mismos como otras muchas personas.
Es importante subrayar en este contexto que una de las mayores críticas que han existido alrededor de todo esto no es tanto por el hecho mismo de que pudieran existir tales sacerdotes que en lo personal abusaran de su condición: todo el mundo entiende que hay personas engañosas que aparentan una cosa y, a la hora de la verdad, actúan de manera muy distinta. Si a eso se hubiera reducido el problema, si fuera evidente que en todo lugar donde se llegó a presentar esta lamentable situación la Iglesia hubiese actuado con esa presteza y decisión para mantener la pared limpia y blanca, la mayor parte de las personas no tendrían el menor problema en entender que estas faltas se reducirían estrictamente al campo del abuso personal de los infractores y tal vez incluso reconocerían el celo de la Iglesia por cuidar de sus fieles y de la institución del sacerdocio ministerial; lo cual, lejos de ser motivo de desconfianza y crítica, habría sido motivo de un renovado respeto y confianza tanto hacia la Iglesia misma como hacia la institución del sacerdocio ministerial.
Pero el problema es que, des-afortunadamente, en un número muy importante de los casos lo que se constata en los hechos es precisamente lo contrario: que los señores Obispos, una vez enterados del problema, en vez de actuar con severidad y decisión con todo el peso de su autoridad en contra de los infractores, tomaron más bien una actitud -que para el caso resultaba sumamente inapropiada- de exagerada prudencia, de paternal solicitud en busca de la rehabilitación del sacerdote según las opiniones y promesas que en muchos casos recibieron de expertos de la psicología y disciplinas afines. Esto al punto de que, en bastante más de un caso, el sacerdote ofensor simplemente fue cambiado a otra parroquia donde continuó impunemente con su actitud abusiva.
Es esa situación la que muy probablemente es la que más molestia y ataques ha generado ya no contra los individuos que cometieron estos abusos, sino contra la Iglesia misma y contra el sacerdocio. Se percibe incluso una cierta "doble moral" en la que parecería que la Iglesia es persona que finge sentir lo que no siente al defender con tanto ahínco las grandes causas de la moral y la virtud (el no al aborto, el no a la anti-concepción, etc.), en lo que muchos perciben como grandes cargas difíciles de llevar sobre las espaldas de los fieles (y hasta del resto de la sociedad cuando la Iglesia exitosamente influye en favor de que las legislaciones reconozcan y respeten tales principio); pero que, por otra parte, se muestra exageradamente complaciente y hasta "cómplice" de faltas tan graves como el abuso de niños cuando tal cosa ocurre "dentro de sus propias filas".
La realidad es que el Vaticano ha dado ya normas claras y firmes que evitarán que en el futuro los obispos cometan tales errores. Lo que evidentemente es un argumento para subrayar que el interés por conservar la pared blanca, limpia y reluciente está vigente. Pero, respecto al pasado, es importante entender y subrayar también el porqué muchos señores Obispos cometieron tales errores. Y la razón primaria creo que puede atribuirse a haber puesto los criterios del mundo por encima de los criterios y principios del Evangelio: en poner al psicólogo y sus opiniones por encima de la advertencia de Cristo en contra de aquellos a quienes escandalizaran a un niño a quienes más les valdría que les ataran una piedra de molino al cuello y los arrojaran al agua en vez de que se les permitiera concretar tales abusos.
Es importante entender eso y subrayarlo, porque el mensaje que conlleva la auto-crítica en ese sentido es precisamente que la Iglesia, en función de los criterios de Cristo es como puede mantener esa pared limpia, blanca y reluciente, cosa que los criterios del mundo (o criterios "cristianos" torcidos en realidad por la hipocresía del mundo, como esa tendencia a subrayar indiscriminadamente el perdón de Cristo como si Cristo estuviese obligado a darlo incondicionalmente y sin considerarlo en el conjunto de las exigencias propias del Evangelio incluyendo las condiciones necesarias para obtener tal perdón) clara y drásticamente fallaron en lograr.
Que Dios te bendiga.
Que Dios te bendiga.