por eduarod » Mié Dic 30, 2015 3:06 am
Estimado en Cristo apiter:
Tendemos a pensar que el amor que requiere la santidad se obtiene por una especie de ascesis o auto-negación digna de las voluntades más firmes y heroicas, vamos, algo inalcanzable para los simples mortales. Nos lo imaginamos como la resistencia de un maratonista o de un iron-man que se insensibiliza al esfuerzo, el sufrimiento y el dolor con tal de lograr su objetivo. Vamos, algo cercano al masoquismo más puro. Y, obviamente, sentimos que no tenemos ni la fuerza ni las ganas como para buscar algo así nosotros mismos.
Pero la realidad es que, si actuamos así, no solamente no tenemos un amor verdadero, sino lo que tenemos es una actitud cercana a un desorden mental (o ya tenemos el desorden francamente declarado). Peor aún, tal actitud, lejos de ayudar a aquellos que se pretende amar, en realidad suele ser más bien inútil y hasta estorbosa.
Es tal el estereotipo que se nos ha creado en ese sentido, que resulta un tanto difícil combatirlo de manera directa. Afortunadamente, sin embargo, podemos recurrir a imágenes sencillas que nos ayudarán mucho más a entender el verdadero trasfondo de la cuestión.
Imaginemos el caso de una señora, a la que le podemos preguntar si desea quedarse toda una noche en vela sin dormir, cuando tiene cosas importantes que hacer al día siguiente. No por entretenerse en algún evento nocturno, sino simplemente sentada en una silla. Naturalmente que cualquier señora en su sano juicio nos volteará a ver con cara de extrañeza y nos preguntará si creemos que está loca o qué es lo que sucede.
Pongamos ahora el caso de que esa señora sea una madre de familia, y que la silla esté colocada junto a la cama de su hijo. Por lo que ahora le preguntamos a la señora si quiere quedarse toda la noche en vela mirando a su hijo dormir plácidamente. Quizá si es una madre primeriza y se trata de la primera o segunda noche que tiene a su hijo, nos contestará que ella no quiere que le pase nada al niño y que desde luego que se quedará cuidándolo todas las noches enteras hasta que el niño cumpla 30 años. Pero la tercera noche en que el niño con su llanto pidiendo comida la deje realmente sin dormir una vez más, lo que nos pedirá es un somnífero junto con una fórmula mágica para que el niño se pueda dormir toda la noche. Y a partir de ahí nos verá con la misma cara de si creemos que está loca cuando le preguntemos si quiere quedarse toda la noche sentada en una silla junto a la cama del niño teniendo que hacer múltiples actividades al día siguiente.
Ahora bien, supongamos que el niño está enfermo y con fiebre, sin que la descripción de los síntomas le haya permitido al doctor al que hablaron por teléfono tener un claro diagnóstico del problema, habiendo este aconsejado algunas medidas de control, y habiendo pedido que le lleven al niño a primera hora de la mañana urgentemente para revisarlo. La mirada de que si creemos que está loca o qué nos pasa nos la dirigirá ahora la mamá no si le preguntamos que si quiere quedarse sin dormir toda la noche junto al niño, sino si nos ponemos a insistir en que ella también debería descansar, que tiene cosas que hacer al día siguiente, y que deje al niño y se vaya a dormir. Y por supuesto que se quedará la noche entera en vela no pudiendo esperar a que amanezca, pero no para ya poder ir a descansar, sino para poder llevar al niño al médico y asegurarse de que esté bien.
Esa es la diferencia entre el vano heroísmo pseudo-masoquista que solemos imaginar y atribuir a los santos, respecto al verdadero amor. El verdadero amor NO anda en busca de dificultades o de acciones sobresalientes, heroicas o admirables simplemente por la dificultad o la complicación misma. Por el contrario, como la señora que no le ve sentido a pasar la noche en vela nada más porque si, no tiene el menor sentido y es más bien propio de un desorden mental el querer pasar esas dificultades nada más porque si. Pero, en cambio, al igual que la madre que ni siente el cansancio por la preocupación que tiene por su hijo, el verdadero amor de un santo de algún modo ni se entera de las dificultades que pasa para ayudar a otros. Y es que el verdadero amor no se entrega nada más para apantallar o porque si, sino se entrega cuando ve que el ser amado necesita algo que uno tiene y que, al dárselo, puede aliviar el sufrimiento o las dificultades en el otro y, entonces, sin pensar en si mismo, simplemente entrega lo que tiene para que el otro pueda estar mejor. Y así como nos admira que la mamá tan fácilmente se pase la noche en vela por su niño, así también es que nos admiran las obras del santo. Y nos admiran precisamente porque no es algo que nosotros haríamos nada más porque si, pues nos costaría mucho trabajo hacerlo. Pero, insisto, el secreto NO está en dominar la voluntad para que sufra y quiera lo que naturalmente no quiere sufrir ni querer. Sino el secreto está en que la voluntad se niegue a sí misma porque no le interesa de momento lo que le ocurre a sí misma, sino le interesa mucho más lo que le ocurre al ser amado y cómo puede contribuir a remediar su estado de necesidad.
Ahora bien, el gran obstáculo que solemos encontrar para hacer eso es nuestro egoísmo. Pero nuestro egoísmo, hay que entenderlo bien si queremos superarlo, NO es gratuito. Somos egoístas porque nos damos cuenta de lo limitados que somos, y nos damos cuenta de que, si damos de lo que tenemos, tendremos aún menos de lo que teníamos al principio. Por consiguiente, nos gusta evaluar con mucho cuidado si lo que vamos a dar "vale la pena" en el sentido de que lo daremos como inversión para acabar obteniendo más de lo que dimos; ya sea directamente nosotros mismos u obteniendo "algo más" en la persona de un tercero al que queremos beneficiar.
Otra imagen que nos puede ayudar a entender bien esto es la de un donador de sangre: sabemos que necesitamos nuestra sangre para vivir y que no tenemos mucha (unos pocos litros), por lo que no la damos nada más porque si: es francamente cuestión de un loco o un suicida pedir que le saquen la sangre nada más porque si. Pero sabemos que podemos ayudar a otros si, de manera mesurada y controlada, damos tan solo un poco de nuestra sangre para que otra persona que la necesita viva. Sin embargo, por lo general no vamos donando sangre a cualquiera y nada más porque si. Sino la mayor parte de los donadores solo dona cuando un pariente o amigo lo necesita porque sabe que con algo que no lo va a matar, sino tan solo si acaso debilitar un poco, puede contribuir a ayudar y salvar la vida a esa persona amada.
Algo curioso ocurre, sin embargo, cuando las personas se encuentran en situación de que no consiguen los donadores que necesita un familiar enfermo, y de pronto, por el regalo de un donador altruista, reciben la sangre que necesitaban. Es muy posible que entonces alguno de los familiares se convierta también en donador altruista, pues es su manera de agradecer el regalo que de manera tan gratuita y desinteresada recibió.
Pues bien, eso mismo es lo que nos pasa cuando nos damos cuenta REALMENTE del Amor de Dios. Pues nos damos cuenta de que lo que Dios nos Puede y Quiere dar es MUY SUPERIOR a aquello que podemos llegar a perder si nos damos nosotros mismos a los demás.
El que ha experimentado el Amor de Dios se da cuenta de que no tiene que andar vigilando y dando a cuenta gotas eso que tiene para no correr el riesgo de llegar a quedarse sin nada; pues SABE que Dios le dará MUCHO MÁS de lo que en su propia entrega puede llegar a dar él mismo en favor de otros. Y, por eso, es que se puede olvidar de si mismo y puede comenzar a preocuparse por lo que otros necesitan y por cómo puede contribuir a remediar esa necesidad. Lo cual hace gustosa esta persona en agradecimiento de todo lo que sabe que en su momento y sin merecerlo de manera igualmente gratuita recibió.
El secreto para alcanzar la santidad y realmente comenzar a amar profundamente al prójimo, entonces, NO consiste en un pseudo-masoquista y falsamente heroico esfuerzo al que no le importa quedarse sin nada, lo que no puede hacerse con esta simple razón más que si la persona de manera patológica tiene instintos auto-destructivos (justo como el suicida al que no le importa llegar a quedarse sin sangre).
Sino el secreto consiste, simplemente, en abrirse a experimentar plenamente el Amor de Dios en nuestra vida. Quien se llega a percatar de la forma y plenitud en que es Amado por Dios, queda en ello mismo capacitado y en libertad para amar a otros de manera semejante.
Y la verdad es que eso no es nada extraordinario ni imposible de alcanzar, sino es algo que TODOS tenemos MUY a la mano. Lo único que necesitamos es tener la humildad necesaria para decir: "no conseguí 'la sangre' que me voy a abrir a la posibilidad de que un donador anónimo me la de y a sentir el agradecimiento que de ello se derive y sus consecuencias"; pero no, algo dentro de nosotros nos dice: "no quiero sentir ese agradecimiento, me da miedo que me vuelva DEMASIADO generoso por culpa de ello, y me sienta entonces OBLIGADO a dar más de lo que ahora quiero dar; mejor me empeño en conseguir yo la sangre para no tener esa 'deuda' con nadie". Y entonces, tontamente, nos empeñamos en conseguir la sangre sin importarnos si en ese inútil empeño acabamos obstaculizando la operación de nuestro familiar. Y eso es lo que hacemos casi siempre para negarnos a ver el Amor que Dios nos Manifiesta de manera continua y creer que de esa manera "evitamos" tener que corresponder con agradecimiento a los dones que creemos no haber recibido... sin percatarnos de que TODO lo que somos y tenemos es en realidad un Don Suyo.
La verdad es que, cuando lo ponemos así de claro, es muy evidente esa tontería que continuamente hacemos, y parece ridículo que nos empeñemos tanto en hacerla. Pero la realidad es que tenemos tanto miedo de tener que agradecer, que nos vale un pepino y nos empeñamos hasta la muerte en seguir haciendo esas tonterías sin sentido.
Todo lo que tenemos que hacer entonces es librarnos de ese miedo a tener que agradecer, pudiendo entonces comenzar a sentir sin limitaciones ni reservas el Amor de Dios, y eso en si mismo nos capacitará para amar a los demás en la forma, tiempo y lugar en que Dios necesita que les amemos.
Que Dios te bendiga en la alegría del Nacimiento del Redentor.