Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado. La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales se opone esencialmente a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine. Le falta, en efecto, la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero. A esta relación correcta debe quedar reservada toda actuación deliberada de la sexualidad. (Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana)
El Catecismo (2352) citando esta misma fuente:
Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de “la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero”
Los textos son clarísimos. Todo uso deliberado de la facultad sexual debe quedar reservado a la relación sexual (=cópula sexual) marital rectamente realizada según el orden moral objetivo manteniendo indisolubles los dos significados del acto conyugal, el unitivo (la mutua donación de los cónyuges) y el procreador (apertura a la transmisión de la vida).
Nadie puede romper la conexión inseparable que Dios ha querido entre los dos significados del acto conyugal, excluyendo de la relación el uno o el otro. (Compendio del Catecismo 496)
Como vemos, la doctrina del Magisterio evidencia la inmoralidad que acarrea los actos sexuales no unitivos o no procreativos. Tales como el sexo oral, anal, manual o instrumental ya sea efectuado de manera completa llegando al orgasmo o incompleta sin alcanzar el climax sexual. Llámesele como quiera, estimulación, tocamiento, beso, caricia, etc. Toda actuación que provoque intencionada y físicamente el placer sexual, exceptuando la cópula conyugal efectuada de un modo verdaderamente humano, constituye una transgresión moral grave. El hecho de que tales actos acompañen antes, en o posteriormente al coito no los transforma en moralmente buenos porque cada acto humano debe ser evaluado en cuanto a su eticidad aisladamente y no en conjunción con otros actos. El fin no justifica los medios.
El placer sexual completo es legítimo, constructivamente formativo y un regalo de Dios cuando, y sólo cuando, acompaña a la cópula marital natural. La moral cristiana ha mantenido siempre que la búsqueda de la satisfacción sexual independientemente de la legítima cópula conyugal es gravemente pecaminosa. (Cardenal Cormac Burke, Faith Magazine)
La lujuria que implica un deseo desordenado de los placeres relacionados con la sexualidad no recibe en el matrimonio el permiso de ejercer libremente. La sed de los places sexuales no puede ser el cimiento sobre el que se fundamente un verdadero matrimonio sino el amor que encuentra su modelo en el mutuo amor de Cristo y la Iglesia. "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla" (Ef.5,25.) Mucha gente cree que una vez casados cualquier placer sexual está permitido en el matrimonio. La virtud de la castidad que regula el uso de la facultad sexual sometiéndola a su propósito natural y normal, es una virtud esencial para que los esposos hagan la voluntad de Dios y se santifiquen. Sin castidad que significa moderación, respeto muto, reserva, búsqueda de los valores espirituales, los cónyuges no pueden amar en caridad y sobre todo no pueden amar a Dios. La castidad en el matrimonio no significa la abstinencia de relaciones sexuales como para los solteros sino una restricción que evita cualquier exceso o cualquier comportamiento donde la sexualidad quede separada de su aspecto espiritual y su propósito natural. Hay lujuria en el matrimonio cuando este objetivo natural no es respetado, es decir, cuando el placer sensible de la sexualidad se convierte en el principal propósito de su ejercicio. Esto no significa excluir el placer naturalmente vinculado a la unión sexual sino un autocontrol, un dominio de sí mismo y un espíritu de continencia que permita moderar los deseos de la carne y abstenerse de cualquier pensamiento o imaginación que se asocie a ellos. También la pureza debe ser guardada santamente en el matrimonio.
Acaso pensaréis que la idea de una pureza sin mancha se aplica exclusivamente a la virginidad, ideal sublime al que Dios no llama a todos los cristianos, sino sólo a las almas elegidas. Estas almas las conocéis vosotros, pero aun mirándolas, no habéis creído que esa fuese vuestra vocación. Sin tender al extremo de la renuncia total a los gozos terrestres, vosotros, siguiendo la vía ordinaria de los mandamientos, tenéis el legítimo anhelo de veros circundados por una gloriosa corona de hijos, fruto de vuestra unión. Pero también el estado matrimonial querido por Dios para el común de los hombres, puede y debe tener su pureza sin mancha. (La castidad conyugal, Pío XII 6-12-1939)