Pbro. Eduardo Hayen.
En el mar de la historia, en su travesía hacia el encuentro con el Señor, la Iglesia ha navegado, a veces en aguas tranquilas, a veces entre vientos fuertes y olas embravecidas. Después de la Segunda Guerra Mundial los católicos hemos conocido tiempos de buen clima y relativa calma. Atrás quedaron las últimas persecuciones del comunismo en México, España y la antigua URSS, así como las tragedias que vivieron miles de católicos bajo el régimen de Adolfo Hitler. Hoy se divisan nubes en el horizonte que presagian tormenta.
La semana pasada la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos declaró inconstitucional el Acta de Defensa del Matrimonio (DOMA, por sus siglas en inglés), que establecía que el matrimonio sólo puede ser entre un hombre y una mujer. A partir de este momento los matrimonios entre personas del mismo sexo reconocidos por las leyes de los Estados, serán reconocidos y tratados como matrimonios –con todos sus beneficios, derechos y deberes– por las leyes federales. Se trata, sin duda, de una tragedia para una sociedad que tiene tanta influencia en el resto del mundo. Pero hay algo más grave.
Los magistrados de la Suprema Corte han dicho que la defensa del matrimonio tradicional entre hombre y mujer es algo que degrada o humilla al matrimonio entre personas del mismo sexo. Según ellos, la defensa del matrimonio natural como Dios lo creó es una injuria, una ofensa y un desprecio para las parejas homosexuales. Por tanto, quienes defiendan a la familia tradicional –la que ha prevalecido y dado estabilidad a la humanidad– actúan como seres irracionales y están motivados por la maldad, el odio y la intolerancia.
Después de la promulgación de este nuevo dogma liberal de la mentalidad secular, cualquier acción legislativa, política, social o religiosa que busque sostener el matrimonio tradicional será vista como un mal político, social y legal. De esta manera los defensores del matrimonio según el plan de Dios serán considerados seres supersticiosos y oscurantistas, opuestos al progreso de la mayoría ‘iluminada’, serán personas ‘non gratas’ y sujetos indeseables.
Sin embargo no es el pueblo norteamericano quien ha votado por abolir el DOMA. Fueron sólo cinco las personas ‘iluminadas’ de la Suprema Corte. Lo que piensa el Congreso y las legislaciones estatales, así como el pueblo, es completamente irrelevante. Esos cinco, junto con el presidente Obama, creen que son la mayoría.
No es difícil intuir el escenario que se prepara. Las primeras acciones que vendrán contra quienes defienden el matrimonio natural, principalmente la Iglesia Católica, serán persecuciones financieras con el aumento de impuestos y la supresión de fondos de ayuda. Es muy probable que en un futuro no lejano tengan que cerrar las agencias de adopción católicas, por negarse a entregar niños a parejas homosexuales. Pero después vendrán otras acciones como el prohibir a los sacerdotes, pastores y catequistas la enseñanza cristiana sobre la doctrina del matrimonio con la amenaza de ir a la cárcel. Incluso podrían intentar obligar a las iglesias –consideradas enemigas del bien común– a celebrar bodas homosexuales.
Las declaraciones de Jimmy Carter también fueron inquietantes. El ex mandatario estadounidense ha comparado a la Iglesia Católica con la organización terrorista Al Qaeda y con los talibanes. Según él, la Iglesia trata peor a las mujeres que los gobiernos islámicos.
Crece silenciosamente en el mundo secularista liberal el desprecio a los católicos. Nuestra amada Iglesia, la que por la predicación de las enseñanzas de Jesús de Nazaret inspiró la construcción de una gran civilización, hoy está siendo acusada de ser enemiga del progreso y es equiparada con el Klu Klux Klan. No es la hostilidad del mundo ni la persecución lo que debe entristecernos. Nuestra suerte no puede ser diversa a la de nuestro divino Fundador. Aquí la gran tragedia es que en las sociedades libres y democráticas las personas pierdan su derecho a vivir según los principios de su religión y a expresarlos con libertad. Sería el principio de una dictadura.