autosugestion.

Los diez mandamientos son resumen y proclaman la ley de Dios. Son un don de Dios a la humanidad, para que conozcamos su Santa Voluntad. La conciencia moral ordena a la persona, «en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas, es decir, la posibilidad de ver nuestros propios actos en relación con los planes de Dios. Estos foros son un espacio para discutir, aclarar, consultar y aprender a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, guiados por su gracia y para promover una buena formación de la conciencia

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autosugestion.

Notapor ferrari » Vie Oct 18, 2013 8:53 pm

bueno este tema me confundio un poco, cuando me entere sobre la hipnosis y la forma en que la iglesia catolica la ve.

hasta donde es permitida la autosugestion voluntaria, es decir que te intentes programar cosas como ya no me va a dar miedo x cosa, voy a ser mas inteligente, activo, etc. y esas cosas buscando un mayor control del cuerpo y mejorar en alguna situacion.
ferrari
 
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Re: autosugestion.

Notapor eduarod » Sab Oct 19, 2013 6:18 am

Estimado en Cristo ferrari:

Mucho mejor que buscar vencer nuestros miedos, preocupaciones y limitaciones en auto-convencernos de lo que ni nosotros mismos nos acabamos de convencer en realidad (por mucho que racionalmente logremos determinar que nuestra preocupación no está muy sustentada en fundamentos sóidos y creibles), lo cual no es sino tratar de ignorar esas preocupaciones para ver si de casualidad eran falsas y nos va mejor ignorándolas (lo que siempre tiene la desventaja de que tal vez no eran tan falsas, tal vez eran ciertas, o tal vez eran exageradas, pero tenían algún contenido de verdad y NO nos va mejor ignorándolas); mucho mejor que eso es:
1. Sin auto-convencimientos o auto-sugestiones, dedicarse más bien a mirar las cosas con objetividad y realismo, para determinar qué si tiene fundamentos y merece algunos cuidados de nuestra parte respecto a nuestros miedos y preocupaciones, o dónde debemos trabajar concretamente para vencer o compensar nuestras limitaciones.
2. Mucho mejor aún, más que depender de esos auto-engaños, es el depender del Amor de Cristo que se entregó por cada uno de nosotros, y comprender en ese Amor el cuidado que Él tiene de nosotros, y el infinito valor que tenemos al haber sido comprados al infinito precio de su Preciosísima Sangre. Asi, si tengo algún temor o limitación, podré mejor repetir con San Pablo:
¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?
¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?
Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero.
Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó.
Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Romanos 8, 31-39

La seguridad del cristiano, pues, tiene su ÚNICO y auténtico fundamento en el Amor de Cristo. Y el cristiano NO se engaña al actuar así, ni sobre si mismo y sus propias capacidades, ni sobre las circunstancias cambiantes y caprichosas del devenir del mundo, porque en efecto, en el mundo hay tribulaciones, angustias, limitaciones, peligros, etc. Pero la cuestión no está en ignorar estos obstáculos para que la realidad después venga a demostrarnos que SI están ahí estrellándonos de frente contra ellos mientras nosotros, auto-sugestionados o no, nos negamos tercamente a verlos; sino la cuestión está en enfrentarlos en el Amor de Cristo con el que fácil y ampliamente superamos todos esos obstáculos. NO porque mágicamente el Amor de Cristo los haga desaparecer, ciertamente el Poder de Dios alcanza para eso y más, pero no necesariamente es la mejor forma de hacer las cosas, y Dios SIEMPRE hace las cosas de la mejor manera y no necesariamente de la forma más fácil. Recordemos que el mismo Cristo NO se pudo librar de la Cruz, y ciertamente Él habría querido librarse si eso hubiese sido bueno, pero claramente NO era lo mejor para nosotros, y, por Su Amor entonces, Él se Entregó Voluntariamente en esa Cruz. No se trata pues, de que en el Amor de Cristo los obstáculos y limitaciones se desvanezcan sin más, sino que en el Amor de Cristo aún los males más grandes -como Su propia Cruz- adquieren un significado salvífico que hace que les podamos dar sentido y acabemos, de un modo u otro, venciendo amplia y radicalmente sobre todos ellos.

Respecto a la hipnosis misma, la Iglesia NO se opone radicalmente a ella en tanto sea practicada de manera formal por INVESTIGADORES SERIOS y no como una mera "terapia alternativa" por "especialistas" de dudosa credibilidad o como mero "experimento" en círculos no-especializados; y en tanto sea usada con ciertos fines terapéuticos dentro del contexto de un tratamiento más profundo. El Papa Pío XII se pronunció de esta manera al respecto, donde es importante notar la analogía que hace el Papa respecto a la disminución de la conciencia mediante la hipnosis y mediante medios farmacológicos (narcóticos). Está claro que si bien se pueden usar los narcóticos para disminuir el dolor de un enfermo en tratamiento, como lo es, por ejemplo, un paciente en el contexto de una cirugía; en cambio el uso de los narcóticos en la vida cotidiana para evadirse y negarse a afrontar realidades es otra cosa completamente distinta y reprobable. Los criterios morales son similares para la disminución de la conciencia por medio de la hipnosis:
La hipnosis
Pero la conciencia de sí mismo puede ser también alterada por medios artificiales. Que esa alteración se obtenga por medio de narcóticos o por la hipnosis (que se puede llamar un analgésico psíquico) no implica diferencia esencial en cuanto a la moral. La hipnosis, sin embargo, aun considerándola únicamente en sí misma está sometida a ciertas reglas. Séanos permitido a este propósito recordar la breve alusión que Nos hicimos al principio de la alocución del 8 de enero de 1956 sobre el parto natural sin dolor[5].

En la cuestión que ahora Nos ocupa, se trata de una hipnosis practicada por el médico, al servicio de un fin clínico, observando las precauciones que la ciencia y la ética médicas requieren, tanto de parte del médico que la emplea, cuanto del paciente que se somete a ella. A este modo determinado de utilizar la hipnosis se aplica el juicio moral que Nos vamos a formular sobre la supresión de la conciencia.

Pero no queremos que se extienda pura y simplemente a la hipnosis en general lo que Nos decimos de la hipnosis al servicio del médico. Esta, en efecto, en cuanto es objeto de investigación científica, no puede ser estudiada por un cualquiera, sino solamente por un sabio serio, dentro de los límites admisibles en toda actividad científica. No es el caso de un círculo cualquiera de laicos o eclesiásticos que toman esto como un tema interesante, a título de mera experiencia o aun por simple pasatiempo.

Sobre la licitud de la supresión y de la disminución de la conciencia
Para apreciar la licitud de la supresión y de la disminución de la conciencia, es necesario considerar que la acción razonada y libremente ordenada a un fin constituye la característica del ser humano. El individuo no podrá, por ejemplo, realizar su trabajo cotidiano si permanece sumido constantemente en un estado crepuscular. Además, está obligado a conformar todas sus acciones con las exigencias del orden moral. Dado que las fuerzas naturales y los instintos ciegos son incapaces de asegurar por sí mismos una actividad ordenada, el uso de la razón y de las facultades superiores se hace indispensable así para percibir las normas precisas de la obligación, como para aplicarlas a los casos particulares. De aquí se deriva la obligación moral de no privarse de esta conciencia de sí mismo sin verdadera necesidad.

Por consiguiente, no puede uno oscurecer la conciencia o suprimirla con el solo fin de procurarse sensaciones agradables, entregándose a la embriaguez o ingiriendo venenos destinados a procurar este estado, aunque se busque con ello únicamente cierta euforia. Pasando de una dosis determinada, estos venenos causan un enturbiamiento más o menos acusado de la conciencia y aun su completo oscurecimiento. Los hechos demuestran que el abuso de estupefacientes conduce al olvido total de las exigencias más fundamentales de la vida personal y familiar. Así que, no sin razón, los poderes públicos intervienen para regular la venta y el uso de estas drogas, a fin de evitar a la sociedad graves daños físicos y morales.

¿Se encuentra la cirugía en la necesidad práctica de provocar una disminución y hasta una supresión total de la conciencia por la narcosis? Desde el punto de vista técnico, la respuesta a esta pregunta corresponde a vuestra competencia. Desde el punto de vista moral, los principios formulados precedentemente, en respuesta a vuestra primera pregunta, se aplican en cuanto a lo esencial lo mismo a la narcosis que a la supresión del dolor. Lo que, ante todo, interesa al cirujano es la supresión de la sensación dolorosa, no la de la conciencia. Cuando ésta queda despierta, las sensaciones dolorosas violentas provocan fácilmente reacciones, con frecuencia involuntarias y reflejas, capaces de ocasionar complicaciones indeseables y aun de terminar en el colapso cardíaco mortal. Mantener el equilibrio psíquico y orgánico, evitar que sea violentamente alterado, constituye así para el cirujano como para el paciente un objetivo importante que sólo la narcosis permite obtener. Apenas es preciso hacer notar que la narcosis suscitaría dificultades graves, que se deberían evitar tomando medidas adecuadas, en el caso de que otros interviniesen de una manera inmoral mientras el enfermo se halla en estado de inconsciencia.

Las enseñanzas del Evangelio
¿Añade el Evangelio a estas reglas de moral natural aclaraciones y exigencias complementarias? Si Jesucristo en el Calvario rehusó el vino mezclado con hiel, porque quería, con plena conciencia, apurar hasta las heces el cáliz que el Padre le presentaba, síguese que el hombre debe aceptar y beber el cáliz del dolor cuantas veces Dios lo desee. Pero no se debe creer que Dios lo desea todas las veces que se ha de soportar algún sufrimiento, cualesquiera que sean las causas y circunstancias. Las palabras del Evangelio y la conducta de Jesús no indican que Dios quiera esto de todos los hombres en todo momento, y la Iglesia no les ha dado de ningún modo esta interpretación. Pero los hechos y las actitudes del Señor encierran una significación profunda para todos los hombres. Son innumerables en este mundo aquellos a quienes oprimen sufrimientos (enfermedades, accidentes, guerras, calamidades naturales), cuya amargura no pueden ellos endulzar. El ejemplo de Cristo en el Gólgota, su oposición a suavizar sus dolores, son para ellos una fuente de consuelo y de fuerza. Además, el Señor ha advertido a los suyos que les espera este cáliz a todos. Los Apóstoles, y después de ellos millares de mártires, han dado testimonio de esto y continúan dándolo gloriosamente hasta nuestros días. Frecuentemente, sin embargo, la aceptación de los sufrimientos sin mitigación no representa ninguna obligación y no responde a una norma de perfección. El caso se presenta ordinariamente cuando existen para ello motivos serios y si las circunstancias no imponen lo contrario. Se puede entonces evitar el dolor, sin ponerse absolutamente en contradicción con la doctrina del Evangelio.

Conclusión y respuesta a la segunda cuestión
La conclusión del desarrollo precedente se puede formular así: dentro de los límites indicados, y si se observan las condiciones requeridas, la narcosis, que lleva consigo una disminución o supresión de la conciencia, es permitida por la moral natural y compatible con el espíritu del Evangelio.

La hipnosis, pues, es un medio legitimamente aceptado para disminuir el dolor y controlar mejor el tratamiento de un paciente de manera análoga a como se hace mediante los narcóticos en la medicina; NO es legitimamente aceptada por la Iglesia como un mero medio para disminuir la conciencia y evadir la realidad, justo como los narcóticos TAMPOCO son aceptados para esos fines.

Por último, y respecto a la forma en que Cristo nos ayuda a resolver los problemas y superar los obstáculos y limitaciones, vale la pena leer también estos extractos de una homilía reciente del Papa Francisco:
He aquí entonces el interrogante del Papa: «Pero ¿cómo era esta mirada de Jesús?». La respuesta es que «no era una mirada mágica», porque Cristo «no era un especialista en hipnosis», sino algo muy distinto. Basta pensar en «cómo miraba a los enfermos y les curaba» o en «cómo miraba a la multitud que le conmovía, porque la sentía como ovejas sin pastor». Y sobre todo, según el Santo Padre, para tener una respuesta al interrogante inicial es necesario reflexionar no sólo en «cómo miraba Jesús», sino también en «cómo se sentían mirados» los destinatarios de aquellas miradas. Porque —explicó— «Jesús miraba a cada uno» y «cada uno se sentía mirado por Él», como si llamara a cada uno por su propio nombre.

Por esto la mirada de Cristo «cambia la vida». A todos y en toda situación. También —añadió el Papa Francisco— en los momentos de dificultad y de desconfianza. Como cuando pregunta a sus discípulos: ¿también vosotros queréis iros? Lo hace mirándoles «a los ojos y ellos han recibido el aliento para decir: no, vamos contigo»; o como cuando Pedro, tras haber renegado de Él, encontró de nuevo la mirada de Jesús «que le cambió el corazón y le llevó a llorar con tanta amargura: una mirada que cambiaba todo». Y finalmente está «la última mirada de Jesús», aquella con la que, desde lo alto de la cruz, «miró a su mamá, miró al discípulo»: con aquella mirada «nos dijo que su mamá era la nuestra: y la Iglesia es madre». Por este motivo «nos hará bien pensar, orar sobre esta mirada de Jesús y también dejarnos mirar por Él».
PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTAHE
Como un soplo sobre las brasas
Sábado 21 de septiembre de 2013

Hay una canción muy bonita cuya letra implora a Nuestra Santísima Madre:
María mírame, María mírame
Si Tú me miras El también me mirará
Madre mía mírame, de la mano llévame
Muy cerca de El que ahí me quiero quedar

Vayamos, pues, de la mano de Nuestra Señora para que Ella sea la que nos lleve a Jesús de modo que Él nos Mire con esa Mirada que describe el Papa Francisco, y sea así REALMENTE transformada toda nuestra realidad. En vez de poner la confianza en técnicas humanas legítimas, pero usadas de manera moralmente cuestionable e irresponsable.

Que Dios te bendiga
eduarod
 
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