por luis manuel » Mié Abr 27, 2011 6:33 am
Para hacer oración, basta la Presencia de Dios. Incluso el alma en el más mortal de los pecados y la podredumbre y muerte espiritual puede ponerse en presencia de Dios y hallar consuelo (que en su caso será, creemos, la dulce recomendación y la exigencia de arrepentimiento y reconciliación en forma de luz siempre decidida y pacífica.)
Las almas en gracia tienen la suerte de gozar de la esperanza en los bienes del Misterio divino que mora en su interior. Una actuación en las obras de Dios predeterminadas de antemano en orden a la santidad, la ora-acción. También manifestada en forma de luminosa y pacífica decisión, a condición de la Presencia.
La Presencia de Dios no tiene por qué ser un rudo ejercicio de concentración mental o vaciamiento. Ciertamente, recomienda vaciar la mente de lo que sobra, para ponerla en lo que importa. Pero no es lo fundamental. Basta recogerse, literalmente, apretar las manos, agachar la cabeza y cerrar los ojos, y recordar, por un microinstante, que en Dios nos movemos, somos y existimos. Que Él está siempre presente, siéndolo Todo para ti, sin que tus gozos o miserias alteren lo más mínimo esta realidad. Añadir sencillos actos de fe, esperanza y caridad.
Hay diversos grados en los que el alma se deja penetrar por la presencia de Dios. No es en vano pedir una fuerte presencia, pero tampoco es fundamental. Dios nos da a veces el pedirlo, otras nos lo da antes. Pero siempre es su gracia la que determina el modo y el momento, según su voluntad. Sin que medie por ello más razón comprensible que su deseo momentáneo de darnos esa dicha, y sin esperar nada a cambio. Simplemente, porque Él así lo quiere.
Hay diversos modos. A veces Dios toca sensiblemente las fibras más palpables de nuestra alma. Otras (en mi opinión, las más deseables), es sencillamente una quietud, una seguridad y una pasividad tal que sólo Dios basta en el horizonte. Como si se dejara contemplar tal cual es. Entonces todo sobra: posturas, gestos, pensamientos. Basta sentarse y no oir, ni ver, sino solo contemplar, y estar en Él, y dejarse contemplar por él desde la Eternidad.
Beate Ioannes Paule II, ora pro nobis.