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tralalá escribió:ambién se nos pide que estemos "alegres en la esperanza" cuando estamos áridos o atravesamos dificultades.
Angy_29 escribió:Exactamente, algunos han nacido para hacer grandes cosas, y otros quedarse pequeñitos como Santa Teresita.
¡Mi vocación es el amor!
Esta exclamación la realizó Santa Teresa de Lisieux, en su libro “Historia de un alma”. Cuenta esta Santa, también conocida por su nombre de advocación carmelita descalza, Santa Teresa del Niño Jesús y Doctora de la Iglesia, que andaba ella obsesionada con ser mártir de Cristo. Ella ambicionaba ocupar todas las vocaciones y en esa tesitura, se puso a leer las epístolas paulinas. Concretamente en los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, la santa leyó que todos formamos parte del Cuerpo de Cristo, y el que está llamado a ser brazo, no puede ser al mismo tiempo ojo del cuerpo. También leyó, que: “Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. (1Co 12,4-6). No le satisfizo plenamente, estos pensamientos e ideas y siguió leyendo. Nos dice la santa que encontró una consoladora exhortación en la frase: “Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional”. (1Co 12,31).
Comprendió Santa Teresa que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros y que el nexo de unión de este cuerpo lo constituye el amor, que solo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia. Y sigue diciendo la santa: “El amor encierra todas las vocaciones”. El amor es el todo, lo abarca todo, lo llena todo, lo mismo los tiempos que los lugares, para ella el amor es eterno. Por esto ella exclamó gozosa. ¡Mi vocación es el amor!
Y así es, y cada uno de nosotros deberíamos de preguntarnos: ¿Cuál es mi vocación? ¿Soy feliz en ella? Tenemos que considerar que existen dos clases de vocaciones: Una es la referente al orden material, al trabajo que realizamos en esta vida. La segunda es la de orden espiritual. Si examinamos la primera veremos que ella es mucho más compleja que la segunda y es que todo lo referente al orden del espíritu, y esencialmente al Señor, se caracteriza por la simplicidad. Somos nosotros los que somos los reyes de lo complejo, porque el pecado auspiciado por el maligno, todo lo enreda.
En la vocación de orden material, son pocos los que se encuentran felices porque trabajan en un algo que les gusta, y si ello es así, jamás lo será durante todo el transcurso de su vida terrenal, por la sencilla razón de que somos criaturas inconstantes, eternamente insatisfechas y ello fue lo que le hizo exclamar a San Agustín: “Señor, estamos hechos para Ti, y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Jamás podremos ser plenamente felices en esta vida, quizás tengamos momentos o épocas más dulces que otras que nos amargan, y ello es porque estamos hechos para gozar de una eterna felicidad que desconocemos.
Solo sabemos que existe, otra clase de felicidad plena que desconocemos en que consiste porque nuestra razón y los sentidos de nuestra alma nos lo dicen, pero ningún ser viviente la ha experimentado jamás y nos la han explicado. Existen almas muy queridas del Señor que en determinados momentos, Él les ha querido entreabrir muy ligeramente la cortina que nos cierra la visión de lo que nos espera, y así tenemos las palabras de San Pablo que escribió: “Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2). Y estas palabras de San Pablo, que dan complementadas, por aquellas otras que también les dirigió a los Corintios pero en la primera epístola y que dicen: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9).
Es la vocación de orden espiritual, la que realmente nos debe de preocupar, porque ella a diferencia de la material o terrena, que es efímera, ella es eterna y lo que es aún más importante, sin límite alguno en su crecimiento. Y esta vocación es la del amor. El P. Suarez escribe diciendo: “El descubrimiento de la vocación personal es el momento más importante de toda existencia de una persona. Hace que todo cambie sin cambiar nada…. Nadie ha vivido tan alegremente como los santos; nadie, tampoco, ha gozado más de la vida, que entonces se torna apasionante como un bello poema o una grandiosa sinfonía. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos a donde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía”. Y al mencionar el término “vocación”, que nadie entienda que me estoy refiriendo a la vocación religiosa, sino, esté uno casado o soltero, a la personal relación que cada uno debemos de descubrir en referencia a nuestra actitud y amor hacia Dios.
Para el gran teólogo dominico del Angelicum de Roma, Garrigou-Lagrange: “Los santos son seres tomados por Dios poseídos por Él. Se ha señalado muchas veces, que: la santidad aparece bajo tres formas bastantes distintas, que corresponden a tres gracias predominantes, y que tienden acercarse, como caminos que, conducen a la cima de la montaña, responden a tres grandes deberes para con Dios: conocerle. Amarle y servirle”. Y yo invito a todo, a que reflexionemos si tratamos de conocerle, tratamos de amarle, y tratamos de servirle. Cualquier camino es bueno y Él nos quiere ver situado en uno de ellos, escojámosle y entreguémonos con ardor en su recorrido.
14 de julio de 1943.
(…) Dios está también donde distinta fe o distinto espíritu hace pensar que no esté. Y en verdad os digo que no es lo que aparece lo que es verdadero. Muchos católicos están desprovistos de Dios más de cuanto lo esté un salvaje. Porque muchos católicos tienen de hijos de Dios sólo el nombre, peor: escarnecen y hacen escarnecer este nombre con las obras de una vida persona que finge sentir lo que no siente, cuyas manifestaciones son la antítesis de los dictámenes de mi Ley, cuando no llegan a la abierta rebelión que les hace enemigos de Dios. Mientras que en la fe de un no católico, equivocada en la esencia pero corroborada por una vida recta, está más el signo del Padre. Éstas son sólo criaturas que tienen necesidad de conocer la Verdad. Los hijos falsos, en cambio, son criaturas que deben conocer, además de la Verdad, el Respeto y el Amor hacia Dios.”
(…) Siendo el Creador, Dios está también donde parece que no esté. ¿No es adorado en Verdad, o no es adorado de hecho? Pero Él está de todos modos.
¿Quién ha dado vida al lejano patagonio, quién al chino, quién al africano idólatra? ¿Quién mantiene en vida al incrédulo para que tenga tiempo y manera de encontrar la fe? Aquel que es y que nada puede mermar. El ser la vida en las criaturas, el generar todas las cosas, es el testimonio ante el cual, aún queriéndolo negar, debe inclinar la cabeza todo viviente.
Ahora, el llevar a Dios las almas alejadas, que lo sienten por instinto, pero no lo conocen y no lo sirven en la Verdad, es la mayor de las misericordias. Yo he dicho: “Llevad el Evangelio a todas las criaturas”. Pero ese mandamiento, ¿crees tú que Yo lo haya dado sólo a aquellos doce y a sus directos descendientes en el sacerdocio? No. Quiero que toda alma verdaderamente cristiana sea alma apostólica.
El traer las almas a Mí aumenta mi gloria, pero aumenta también la gloria del siervo bueno y fiel que con su sacrificio ha obtenido acrecentar mi rebaño. La santa que tú amas (Santa Teresita) ha hecho más que cien misioneros, pero su gloria en el Cielo es cien veces mayor porque conoció la perfección de la misericordia sobre la tierra y se consumió para dar la Vida verdadera a los idólatras y a los pecadores.
Tú me dices: “Pero, Señor, cuando uno ha pecado contra Ti y permanece en el pecado, está muerto a la vida de la gracia”. Es cierto. Pero Yo soy el Resucitador, y ante las lágrimas de quien llora sobre los muertos a la gracia Yo emano mi potencia infinita.
(...) los muertos del Evangelio llamados a la vida, porque no supe resistir las lágrimas de un padre, de una madre, de una hermana. Las almas víctimas y apostólicas deben ser hermanas, madres y padres de los pobres muertos a la gracia y venir a Mí con el cadáver del desgraciado entre los brazos, sobre los brazos, como su cruz más pesada y sufrir por él hasta que Yo diga las palabras de Vida”. (…)
“Mi Justicia no es la vuestra, y mi Piedad es muy distinta de la vuestra.”
tralalá escribió:Siempre me da mucho para pensar y meditar: "el que es fiel en lo mucho será fiel en lo poco" y el que no, no.
Tenemos lo pequeñito de cada día para practicar, para estar preparados para cuando nos llegue algo grande.
Y si DIOS quiere que no tengamos sufrimientos tan grandes
habremos sido fieles hasta donde DIOS nos pida. Esa es la medida.
Rafael de Maria escribió:tralalá escribió:Siempre me da mucho para pensar y meditar: "el que es fiel en lo mucho será fiel en lo poco" y el que no, no.
Tenemos lo pequeñito de cada día para practicar, para estar preparados para cuando nos llegue algo grande.
Y si DIOS quiere que no tengamos sufrimientos tan grandes
habremos sido fieles hasta donde DIOS nos pida. Esa es la medida.
La cruz es la medida. Gracia y libertad se encuentran para formar y moldear su peso a nuestra capacidad. El sufrimiento es la medida de la santidad y nuestra corona en el cielo.
“Añado que no nos hemos de proponer otra cosa que llegar a ser personas de bien, devotas, hombres piadosos, mujeres piadosas; en esto, pues, hemos de trabajar; y si Dios quiere elevarnos a estas perfecciones angélicas, también seremos buenos ángeles; pero, entretanto, ejercitémonos sencilla, humilde y devotamente en las pequeñas virtudes, cuya adquisición ha propuesto Nuestro Señor a nuestro esfuerzo y trabajo; como la paciencia, la bondad, la mortificación del corazón, la humildad, la obediencia, la pobreza, la castidad, la amabilidad con el prójimo, el sufrir sus imperfecciones, la diligencia, el santo fervor”
“Dejemos, pues, de buen grado, las sublimidades a las almas muy encumbradas: nosotros no merecemos un lugar tan alto en el servicio de Dios; dichosos seremos, si le servimos en la cocina, en la despensa, de lacayos, de mozos de cuerda, de camareros; es cosa de su incumbencia, si le parece bien llamarnos a su cámara y a su consejo privado. Sí, Filotea, porque este Rey de la gloria, no recompensa a sus servidores según la dignidad del cargo que ocupan, sino según el amor y la humildad con que los desempeñan. Saúl, mientras iba en busca de los asnos de su padre, encontró el reino de Israel; Rebeca, mientras daba de beber a los camellos de Abrahán, llegó a ser esposa de su hijo; Rut, cogiendo espigas, detrás de los segadores de Booz, y recostándose a sus pies, fue llamada a su lado y fue hecha esposa suya. Ciertamente, las pretensiones muy elevadas de cosas extraordinarias están, en gran manera, expuestas a ilusiones, engaños y falsedades, y ocurre algunas veces que los que se imaginan ser ángeles, no son ni siquiera hombres de bien, y que, en realidad, hay más grandeza en las palabras y en los términos que emplean, que en el sentimiento y en las obras. No obstante, nada hemos de despreciar ni censurar temerariamente, sino que, sin dejar de bendecir a Dios por el encumbramiento de los demás, permanezcamos humildemente en nuestro camino, más bajo, pero más seguro, menos excelente, pero más de acuerdo con nuestra insuficiencia y pequeñez, y, si perseveramos humilde y fielmente en él, Dios nos levantará a grandezas más sublimes”
[/quote]Angy_29 escribió:De la Imitación de Cristo.
[b]1. "No es grave cosa despreciar la humana consolación, cuando tenemos la divina.
Gran cosa es y muy grande ser privado, y carecer de consuelo divino y humano, y querer sufrir de gana destierro de corazón por la honre de Dios, y en ninguna cosa buscarse a sí mismo, ni mirar a su propio merecimiento.
Volver a Espiritualidad - San Juan de la Cruz
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