MES DE ENERO EN HONOR DEL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS
El 1º de enero la Iglesia concentra su atención en el misterio de la divina maternidad de Nuestra Señora (que tiene su festividad propia el 11 de octubre, aniversario del concilio ecuménico de Éfeso de 431, en el que fue proclamado contra Nestorio) y en la circuncisión del Niño nacido en Belén, al que, se impuso en este rito el Santísimo Nombre de Jesús, el que el arcángel Gabriel había indicado a María en la anunciación y a san José en sueños, el“Nombre que está sobre todo Nombre”, ante el cual “toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo”, como dice san Pablo (Fil II, 9-10). Jesús (del hebreo Jehoshua) significa “el que salva”; es más: no hay otro nombre por el cual nos venga la salvación, según proclamó san Pedro en su primera predicación el día de Pentecostés (Act IV, 12). De ahí que “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rom X, 9-10).
No nos salvamos, pues, ni por Brahma, ni por Buda, ni por, Amaterasu, ni por Alá, ni por Mahoma, ni por Lutero, ni por Calvino, ni por el ángel Moroni, ni por ninguna otra deidad factura de hombres o fundador de religión humana. Nos salvamos por Jesús, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo
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