Elogio del Pudor

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Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Mié Sep 14, 2011 11:55 pm

Buenas noches hermanos, este tema ya se había puesto en el foro anterior, pero de nuevo lo transcribo, ya que seguramente será útil para muchos que leen.
Al parecer la cuestión del pudor es poco conocido por bastantes jóvenes en la actualidad, y difícil para quién que no ha oído hablar de ello, así que les recomiendo leer bien el libro, meditarlo con calma y con toda la disposición del corazón de querer ser más agradable al Señor.

Todo sea para gloria de Dios.

Aquí pueden descargar el libro.
http://www.gratisdate.org/nuevas/pudor/ ... -pudor.pdf

Bendiciones.
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Angy_29
 
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Jue Sep 15, 2011 12:00 am

ELOGIO DEL PUDOR
José María Iraburu

La extraña doctrina del pudor

"Hace poco tiempo, en un retiro que yo daba a un grupo de jóvenes seglares sobre la santificación de los laicos en el mundo, señalé la profunda mundanización que hoy padecen muchos bautizados, incluídos también a veces los más fieles, y cómo en buena parte la sufren sin advertirlo. Y para que se dieran buena cuenta de esa realidad, quise ilustrar el tema con varios ejemplos. Uno de ellos se refería al impudor, hoy tan generalizado entre los cristianos:


«No es decente que hombres y mujeres se queden semidesnudos en playas y piscinas, o dicho de otro modo, es indecente. Esa costumbre está hoy moralmente aceptada por la inmensa mayoría, también de los cristianos: pero es mundana, no es cristiana. Jesús, María y José no aceptarían tal uso, por muy generalizado que estuviera en su tierra. Y tampoco los santos.
«La Biblia, en efecto, presenta la vergüenza de la propia desnudez como un sentimiento originario de Adán y Eva, como una actitud cuya bondad viene confirmada por Dios, que “les hizo vestidos, y les vistió” (Gén 3,7.21).

Quedarse, pues, casi desvestidos es contrario a la voluntad de Dios. Ciertas modas, ciertas playas y piscinas mixtas –en las que casi se elimina ese velamiento del cuerpo humano querido por Dios– no son sino una costumbre mundana, ciertamente contraria a la antigua enseñanza de los Padres y a la tradición cristiana, que venció el impudor de los paganos. La desnudez total o parcial –relativamente normales en el mundo grecoromano, en termas, gimnasios, juegos atléticos y orgías–, fue y ha sido rechazada por la Iglesia siempre y en todo lugar. Volver a ella no indica ningún progreso –recuperar la naturalidad del desnudo, quitarle así su malicia, generalizándolo, etc.– sino una degradación.

«Al menos a cierta edad y condición, es poco probable que una persona asuma ese alto grado de desnudez inusual sin pecado de vanidad positiva: orgullo de la belleza propia, o negativa: pena por la propia fealdad –lo que viene a ser lo mismo–; y sin peligro próximo, propio o ajeno, de pecado de impureza (“todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”, Mt 5,28).

«Y aunque esa persona se viera exenta de las tentaciones aludidas, cosa difícil de creer, hace un mal en todo caso al apoyar activamente con su conducta una costumbre mala, que a otros ocasiona muchas tentaciones,
y que, desacralizando la intimidad personal, devalúa el cuerpo –y consiguientemente la persona misma–, ofreciendo su vista a cualquiera.

«Por lo demás, los religiosos fieles a su vocación no frecuentan playas ni piscinas, y los laicos que busquen la santidad tampoco deben hacerlo, como no sea en condiciones de lugar, hora y compañía sumamente restrictivas».
Así quedó escrito en los resúmenes que acostumbro dar en los retiros. Pues bien, en los días siguientes me fueron llegando las reacciones de aquellos jóvenes. Fueron muy variadas, desde la aceptación al rechazo. Pero en casi todas ellas había un fondo común de perplejidad: «nunca se nos había dicho esto».
Eso me hizo pensar que, aunque sea en forma parcial y poco ordenada, merece la pena ampliar un tanto el tratamiento de la cuestión, pues todo parece indicar que no hay en nuestro tiempo, ni siquiera en el pueblo cristiano más cultivado, suficientes noticias del pudor.

Castidad y pudor

La castidad es una virtud que, bajo la moción de la caridad, orienta al bien el impulso genésico humano, tanto en sus aspectos físicos como afectivos. Implica, pues, en el hombre libertad, dominio y respeto de sí mismo, así como caridad y respeto hacia los otros, que no son vistos como objetos, sino como personas. Como es una virtud, la castidad es en la persona una fuerza espiritual, una inclinación buena, una facilidad para el bien propio de su honestidad, y consiguientemente una repugnancia hacia la lujuria que le es contraria.

Y un aspecto de la castidad es el pudor. Mientras la castidad modera el mismo impulso genésico, el pudor ordena más bien las miradas, los gestos, los vestidos, las conversaciones, es decir, todo un conjunto de circunstancias que están más o menos en relación con aquel impulso sexual.

Por eso dice Santo Tomás que «el pudor se ordena a la castidad, pero no como una virtud distinta de ella, sino como una circunstancia especial. De hecho, en el lenguaje ordinario, se toma indistintamente una por otra» (Summa Thlg. II-II, 151,4).

Pío XII enseña que el sentido del pudor consiste «en la innata y más o menos consciente tendencia de cada uno a defender de la indiscriminada concupiscencia de los demás un bien físico propio, a fin de reservarlo, con prudente selección de circunstancias, a los sabios fines del Creador, por Él mismo puestos bajo el escudo de la castidad y de la modestia » (Disc. 8-XI-1957: AAS 49, 1957, 1013).

En otro escrito (El matrimonio en Cristo, 33-38) he estudiado la psicología del pudor, la naturalidad del pudor en la condición humana pecadora, la conexión del pudor con otra virtudes, etc. Ahora, dentro de los múltiples aspectos del pudor, trataré principalmente del vestido, de las miradas, de la desnudez.

¿Y por qué trato del pudor, más bien que de la misma castidad? Por una razón muy sencilla. La mayoría de los lectores previsibles de este escrito tienen la conciencia bastante clara acerca de la castidad. Pero muchos de ellos –recuérdese el caso concreto del que he partido– no acaban de tener su conciencia plenamente evangelizada respecto del pudor. Por el contrario, siendo así que están viviendo en Babilonia, o si se prefiere, en Corinto, no acaban de darse cuenta a veces de las dosis de impudor que han ido asumiendo sin mayores problemas de conciencia. Y esto, lo sepan o no, lo crean o no, lo quieran o no, trae para ellos y para otros malas consecuencias".
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Re: Elogio del Pudor

Notapor dalmiant » Jue Sep 15, 2011 7:13 am

¡Muy bien Angy! :-)

El libro es bueníiisimo, yo lo pedí a Gratis Date y me lo mandaron por correo :D

¡Bendiciones!
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Vie Sep 16, 2011 5:24 pm

Gracias Dalmi ;) un gusto saludarte. Dios te bendiga.

"1. El antiguo impudor

El mundo judío

Yavé en el Antiguo Testamento da a su pueblo revelaciones preciosas acerca del matrimonio monógamo (Gén 1,27-28; 2,24). Y condena claramente el adulterio (Éx 20,14; Lev 20,10; Dt 5,18), aunque esta prohibición parece resguardar especialmente las «propiedades» del prójimo, que ni siquiera deben ser «deseadas» (Dt 5,21).
También inculca Dios el espíritu del pudor a los judíos desde las más antiguas revelaciones. Adán y Eva, en el principio, «estaban ambos desnudos, sin avergonzarse de ello» (Gén 2,25), pues creados como «imágenes de Dios» (1,27), y ajenos a toda maldad, vivían una total armonía entre alma y cuerpo, y su naturaleza era pura y perfecta.

Sin embargo, una vez que, desobedeciendo a Dios, se hicieron pecadores, de tal modo entra el mal en sus corazones, de tal modo se encrespa en ellos el desorden de la concupiscencia incontrolada, que «se les abrieron los ojos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores» (3,7).

El Señor se dirige entonces a ellos con reproche: «¿y quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?» (3,11)... Partiendo de la vergüenza que ellos mismos sienten, les hace ver que, efectivamente, son ahora pecadores, es decir, que han perdido su primera armonía entre alma y cuerpo, entre voluntad libre y ávidas pasiones.

Y aprobando este nuevo, recién nacido, sentimiento de pudor, «les hizo el Señor Dios al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió» (3,21). Seguidamente, los arrojó fuera del Paraíso (3,23-24).

La Biblia inculca también el pudor en otras modalidades, concretamente en lo que se refiere a las miradas: «no pasees tus ojos por las calles de la ciudad, ni andes rondando por lugares solitarios. No fijes demasiado tu atención en doncella, y no te entramparás por su causa”» (Eclo 9,7-8; cf. Job 31,1).

En todo caso, la vida de la castidad en Israel tuvo un desarrollo bastante precario. Los antiguos patriarcas guardaron una monogamia muy relativa. La sagrada Escritura habla de las concubinas de Abraham (Gén 25,6). Jacob toma por esposas a dos hermanas, Lía y Raquel, y cada una de ellas le da su esclava (Gén 29,15-30; 30,1-9). Esaú tiene tres mujeres, y las tres con el mismo rango (26,34; 28,9; 36,1-5), dos de ellas extranjeras, hititas (Gén 26,34).

Hasta puede decirse que «las costumbres del período patriarcal aparecen menos severas que las de Mesopotamia en la misma época» (De Vaux 56).

Más aún, bajo los jueces y la monarquía, se pierden algunas antiguas restricciones sobre la monogamia. Gedeón tiene «muchas mujeres» y, por lo menos, una concubina (Jue 8,30-31). La ley reconoce la legalidad de la bigamia (Dt 21,15- 17). Y los reyes poseen un harén, a veces muy numeroso, en el que se incluyen con frecuencia mujeres no israelitas. David cuenta entre sus mujeres una calebita y una aramea (2Sam 3,3), y el gran harén de Salomón incluye «además de la hija del faraón, moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas» (1Re 11,1; +14,21).

Con estos modelos y antecedentes, fácilmente se comprende el escaso nivel de la castidad y del pudor en Israel, y más aún si tenemos en cuenta que la sociedad judía incluía esclavas y cautivas de guerra.

No olvidemos, por otra parte, que el divorcio podía romper fácilmente la santidad de la unión conyugal. La ley judía no exigía graves condiciones para el derecho del marido a repudiar a su mujer; bastaba con que hallara en ella «alguna tara que imputarle» (Dt 24,1). Estas taras podían ser muy leves (Eclo 25,26), y escuelas rabínicas como las de Hilel redujeron los motivos del repudio a causas vergonzosamente mínimas.
No conocemos bien, en todo caso, si los maridos israelitas hicieron uso frecuente de este derecho, que parece haber sido bastante amplio (De Vaux 68). No pocos indicios hacen pensar, sin embargo, que «la monogamia era el estado más frecuente en la familia israelita» (id. 57).

En todo caso, el repudio nunca es considerado como algo positivo. La Biblia, por el contrario, hace el elogio de la fidelidad conyugal (Prov 5,15-19; Ecl 9,9): «¿no los hizo Él para ser uno solo?... No seas infiel a la esposa de tu juventud. Odio el repudio, dice Yavé, Dios de Israel» (Mal 2,14-16).

En suma; Israel recibe de Dios una cierta revelación acerca de la castidad y del pudor. Pero será preciso llegar a Jesucristo para que esos valores espirituales sean revelados y vividos plenamente en el Nuevo Israel, en la Iglesia, y alcancen así su plena firmeza y hermosura".
Continua....
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Mié Sep 21, 2011 12:11 am

"El mundo pagano

La castidad y el pudor, e incluso la virginidad, fueron valores en alguna medida conocidos por el mundo pagano antiguo. Esta moderación honesta, obligada no pocas veces por la necesidad, fue vivida sobre todo entre los pobres. Pero entre los ricos, y también entre los pobres, aunque en otra medida, reinaron ampliamente la lujuria y el impudor, de tal modo que sobre estos pecados había una conciencia moral sumamente oscurecida. Más aún, en no pocas ocasiones había que decir, como dice San Pablo, que sobre estas cuestiones apenas había conciencia de pecado.

En la enseñanza del Apóstol, efectivamente, esta ceguera moral de la lujuria y el impudor afectaba a los paganos precisamente porque «alardeando de sabios, se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible».

Por eso precisamente se vieron hundidos en las miserias de la fornicación y de la impudicia, «porque adoraron y dieron culto a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos» (+Rm 1, 22-25):

«Por eso Dios los entregó a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus propios cuerpos... Por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uso contra naturaleza; e igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío. Y por eso, porque no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su perverso sentir, que los lleva a cometer torpezas, y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad [etc.]. Todos éstos, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplaudena quienes las hacen» (Rm 1,24-32).

Muestra, pues, el Apóstol en ese escrito el nexo profundo que existe entre la irreligiosidad y la lujuria, que es una forma de idolatría.

La plena revelación de la castidad no se da sino en Jesucristo, en quien se produce la plena revelación de Dios. Es comprensible, pues, que los paganos, desconociendo a Dios, vivan en la idolatría, y den así culto a la criatura humana, que es «la imagen de Dios», idolatrando concretamente la belleza corporal y la actividad sexual.

Todo esto significa que los cristianos, también en estas cuestiones referidas al impudor y la lujuria, deben morir completamente a la mentalidad y a las costumbres del hombre pagano, carnal, viejo, cegado por su estupidez espiritual, y deben renacer al espíritu nuevo y santo que trae Cristo, el nuevo Adán, origen de una nueva humanidad:

«Haced morir en vuestros miembros todo lo que es terrenal, la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una especie de idolatría.
Estas cosas provocan la ira de Dios, y en ellas también vosotros andabais antes, cuando vivíais en ellas» (Col 3,5-7).

El cristianismo, es evidente, en los primeros siglos de su vida, tuvo que afirmar la perfecta castidad y el perfecto pudor en un mundo judío y en un mundo grecoromano que en gran medida ignoraban y rechazaban ese espíritu nuevo. Me referiré ahora concretamente a la situación del mundo romano decadente de aquella época (+Carcopino).


El adulterio era entre los ciudadanos romanos muy frecuente y estaba completamente trivializado. Y no sólo los hombres se concedían la triste libertad de adulterar, sino también las mujeres, como aquella que le decía a su esposo: «tú haz lo que quieras, pero déjame también a mí que haga lo que yo quiera. Ya puedes protestar y clamar al cielo y a la tierra, que nada vas a conseguir. Yo también soy un ser humano (homo sum!)» (Juvenal VI,282-284).

Las infidelidades conyugales –al menos en las clases ricas y medias altas– eran tan numerosas que apenas ocasionaban escándalo. La existencias de numerosos esclavos y esclavas, libertos y libertas, la facilidad para el concubinato voluntario o impuesto, colaboraban sin duda
a esta situación perversa.

El libertinaje era especialmente frecuente en las libertas, antiguas esclavas, que en su nueva situación estaban ávidas de riqueza y de elevación social. Adiestradas a veces por sociedades mercantiles, conseguían grandes ganancias con sus encantos. Y las esposas tenían que llegar a un buen entendimiento con estas corruptoras de sus maridos y de sus hijos, tomándolas con frecuencia más como colaboradoras y modelos, que como rivales.

No faltan maridos que comercian con la belleza de sus esposas, y vienen a ser tantos que la ley Julia ha de dedicar al sórdido asunto un apartado titulado De lenocinio maritii.

En Roma, en los tiempos heroicos de la República, el marido no podía exigir el divorcio sin un motivo válido, reconocido en consejo familiar. Pero con la degradación moral siempre creciente, ya para el siglo II «es cosa corriente el divorcio por el consentimiento mutuo de los cónyuges o por la voluntad de uno solo de ellos» (Carcopino 119). Hay una verdadera epidemia de separaciones conyugales, que se extiende a todo el Imperio, y que llega a poner en grave peligro la natalidad. La lex de ordinibus maritandis dictada por Augusto consigue evitar que en
el matrimonio, tanto el marido como la mujer, estén siempre abiertos a nuevos enlaces".
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Dom Sep 25, 2011 6:23 pm

Continuamos entonces....


"Los maridos pudientes fácilmente cambian su esposa vieja por una joven. «Basta que aparezcan tres arrugas en el rostro de Bibula para que Sertorius, su marido, se vaya a la búsqueda de otros amores, y para que un liberto de la casa le diga: “recoja sus cosas y lárguese”» (Juvenal VI, 142ss).

Pero las esposas tampoco se quedan atrás en esto: «se divorcian para casarse y se casan para divorciarse (exeunt matrimonii causa, nubunt repudii)» (Séneca, De benef. III,16,2). Éstas, que se casan y divorcian tantas veces, en realidad viven en un continuo adulterio legal (quæ nubit totiens, non nubit: adultera lege est) (Marcial, VI, 7,5).

El teatro clásico romano quedó ya muy atrás, y ahora las comedias de violencia y sexo, estimulando las más bajas pasiones del público, consiguen los mayores éxitos.

Los mimus es un género teatral en el que los mimos representan en toda su crudeza los aspectos más groseros de la vida real. No representan la realidad normal de la vida social, sino que eligen lo más atroz e impúdico (a diurna imitatione vilium rerum et levium personarum) (Evanthius, +Carcopino 265). Puede verse en escena cómo se mata realmente al malo de la comedia, y para ello se toma a un condenado a muerte. En escena se representan en vivo toda clase de obscenidades, y con frecuencia las actrices aparecen desnudas, sea porque representan historias mitológicas o sea porque actúan en comedias cuyo guión así lo exige (ut mimæ nudarentur) (Valerio Máximo II, 10,8).

Violencia y sexo invaden el teatro y la literatura. «Por sorprendente que parezca la coincidencia, son éstos los mismos ingredientes que hace dieciocho siglos componían los mimos romanos» (Carcopino 266). En realidad se da la coincidencia, pero no la sorpresa, pues es lógico que el mundo que da la espalda a Dios y a su Cristo recaiga en los vicios paganos, y en éstos mismos vicios caiga aún más bajo.

A todas estas malas costumbres de Roma han de añadirse todavía la afición creciente a los gimnasios, tal como éstos venían de Grecia (gymnásion, derivado de gymnós, desnudo); la brutalidad del anfiteatro y del circo; las cenas inacabables, con intermedios de cantos y danzas lascivas, que fácilmente terminan en groseras orgías... Y las termas, de las que trataré en seguida más detenidamente.

Por otra parte, conviene recordar que «los días de fiesta obligatoria en la Roma imperial sumaban más de la mitad del año. La cifra de 182 días, que hemos contado, es solo un mínimo muchas veces sobrepasado» (Carcopino 237).

Las termas

Los baños cotidianos en las termas eran una parte tan importante en la vida social grecoromana, que aún hoy, con tantas playas y piscinas, nos resulta difícil reconstruir mentalmente un uso social tan arraigado y difundido.


«El uso diario de los baños estaba universalmente extendido en el imperio romano en la época en que el cristianismo comienza a propagarse. Roma estaba llena de termas públicas» (Dumaine 72). En tiempos de Agripa (33 a.de Cto.) había en Roma ciento setenta termas, y poco más tarde eran ya un millar. Algunas eran establecidas por empresarios, otras por benefactores, y otras, normalmente las más grandiosas, por los mismos gobernantes.

Son famosas las termas de Nerón y de Tito (s.I), las de Trajano (II), las de Caracalla (III), las de Diocleciano y Constantino (IV) (Carcopino 294-296). Y a imitación de Roma, las termas se multiplican en esos siglos por todas las ciudades del imperio.

Las termas venían a ser como un centro social, en el que, además de las piscinas, que formaban el establecimiento principal, había gimnasio, biblioteca, salas de masaje, y salas de estar tan decoradas y adornadas, que a veces venían a ser verdaderos museos públicos. Se abrían las termas a hora temprana, eran cerradas a la puesta del sol, y «el pueblo romano había contraído la costumbre, como si fuera algo necesario, de asistir a ellas todos los días, llenando así sus horas de ocio», algunos hasta la hora de cierre (Carcopino 298).

De este modo, «las termas eran generalmente un lugar de pasatiempo y de placer, en el que la licencia de costumbres se desarrollaba fácilmente» (Dumaine 73). «Ellas absorbían diariamente a la mayoría de la población libre, invitándola a los refinamientos de un placer radiante de lujo y sensualidad » (Vizmanos 297). Todo el espíritu pagano de pereza, refinamiento blando y sensualidad ilimitada encontraba en las termas un marco verdaderamente ideal. Y téngase en cuenta que todavía bajo el emperador Trajano (+117) estaba permitido que hombres y mujeres se bañaran juntos.

Los mismos paganos, sin embargo, son conscientes, al menos algunos, del influjo degradante de las termas, según aquel dicho: balnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra, sed vitam faciunt –baños, vinos y Venus corrompen nuestros cuerpos, ¡pero nos dan la vida!–.

Y justamente en los años primeros del cristianismo, la situación en este asunto llega a un punto tal de inmoralidad, que el emperador Adriano se ve obligado a decretar, en 117 y 138, que hombres y mujeres se bañen por separado.
En adelante las termas tienen horas reservadas para unos y para otras, o locales distintos.

También se ocuparon de esta cuestión Marco Aurelio y Alejandro Severo. La eficacia, sin embargo, de estas normas –a juzgar por las exhortaciones de los Padres– fue muy dudosa,
sobre todo en las termas no estatales. Está claro que si no cambia y mejora el espíritu de un pueblo, poco pueden hacer las leyes para mejorar sus costumbres.
Hasta aquí he evocado brevemente las graves deficiencias de la castidad y del pudor, tanto en el mundo judío como en el pagano, concretamente en el mundo pagano. Veamos, pues, ahora con qué atrevimiento y eficacia el Espíritu de Jesús y los Apóstoles plantaron en este barro social las flores cristianas de la castidad y del pudor"


Continuará...
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Lun Oct 03, 2011 6:18 pm

Seguimos ;)

2. Victoria histórica del pudor cristiano

Sentido cristiano del vestido

En el relato bíblico ya citado, Adán y Eva, antes de ser pecadores, estaban ambos desnudos, «sin avergonzarse de ello», pues en alma y cuerpo eran santas imágenes de Dios. Pero una vez degradados por el pecado, sus sentidos se rebelan contra el dominio de la libre voluntad, experimentan –como dice San Juan en el Apocalipsis– «la vergüenza de la desnudez» (3,18), tratan ellos mismos de taparse de algún modo, y el Señor Dios, acudiendo en su ayuda, vistió al hombre y a su mujer, y los arrojó fuera del Paraíso.

En esta maravillosa catequesis del Génesis, los Padres de la Iglesia entienden unánimemente una revelación divina: por el pecado, Adán y Eva incurrieron en la necesidad del vestido, sancionada por el mismo Dios, pues al rebelarse los hombres contra Dios, «se vieron despojados del hábito de la gracia sobrenatural» que hasta entonces les vestía; es decir, quedaron desnudos (S. Juan Crisóstomo, Hom. in Gen. 16,5: MG 53,131).

De este modo, «la pérdida del vestido de la gloria divina pone de manifiesto no ya una naturaleza humana desvestida, sino una naturaleza humana despojada, cuya desnudez se hace visible en la vergüenza» (Erik Peterson, 224). El vestido, pues, ese velamiento habitual del cuerpo, que Dios impone al hombre y que incluso éste se impone a sí mismo, viene a ser para el ser humano un recordatorio permanente de su propia indignidad, es decir, de su propia condición de pecador. Y al mismo tiempo –adviértase bien–, el vestido es para el hombre una añoranza de la primera dignidad perdida, un intento permanente de recuperar aquella nobleza primitiva, siquiera en la apariencia.

La tradición unánime cristiana –tradición en la que coinciden el antiguo Israel, el Islam y muchas otras religiones y culturas– exige, pues, el velamiento habitual del cuerpo humano, al mismo tiempo que reprueba su desnudez como algo malo y vergonzoso.

Re-vestidos con el hábito de la gracia

El hombre adámico, por lo que al vestido material se refiere, peca con frecuencia de vanidad y de lujo, y también de indecencia y desnudez. Pero por otra parte, y ahora ya en el sentido de un vestido espiritual, se ve ignominiosamente vestido con los malos «hábitos» de sus pecados.

Por eso ahora, si quiere recobrar su dignidad primera, debe desvestirse de esas «sucias vestiduras» (S. Justino, Trifón 116), y revestirse con el hábito glorioso de las virtudes cristianas, hábitos santos y bellísimos, que nacen de la gracia divina. En efecto, «cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo» (Gál 3,27; +Rm 13,14; Ef 4,22-24; Col 3,9-10).

El rito sacramental del bautismo recuerda este sentido espiritual del vestido, cuando el sacerdote impone una vestidura blanca al recién bautizado: «N., eres ya nueva criatura, y has sido revestido de Cristo.

Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna».

Está claro que es la fe lo que reveló a los cristianos la dignidad de su propio cuerpo y la belleza del pudor y de la castidad. Lo que hizo conocer a los neocristianos la dignidad sagrada de sus cuerpos fue, sin duda, la conciencia de ser miembros de Cristo, y por eso mismo templos de la santísima Trinidad. Esta dignidad, por otra parte, se les hizo también patente gracias a la fe en la resurrección de los cuerpos, destinados éstos a una glorificación celestial en la otra vida.

Ésta es la fe que sacó a los cristianos del engaño de considerar el cuerpo como algo perecedero y trivial, es decir, como algo indigno de los esplendores del pudor y de la castidad.

La Buena Noticia del pudor

Hace veinte siglos, en los comienzos del Evangelio en el mundo, sobre todo en el ámbito del mundo griego y romano, el pudor cristiano hubo de afirmarse con sumo esfuerzo en medio de un impudor generalizado. Fue ésta, pues, sin duda una de las buenas noticias que el hombre nuevo de Cristo llevó a los hombres viejos del paganismo.

Y es de notar que en el primer encuentro –o mejor encontronazo– del Evangelio con el mundo, la Iglesia puso un gran empeño en afirmar y difundir el pudor y la castidad. Es un hecho hasta cierto punto desconcertante, pero muy cierto, que los Padres, obispos y teólogos, estando enfrentados con gravísimos problemas filosóficos, dogmáticos y disciplinares; más aún, viendo cada día al pueblo cristiano amenazado en su misma supervivencia a causa de persecuciones muy violentas, se ocuparon, sin embargo, una y otra vez en sus escritos –también los que eran maestros de la más alta especulación teórica y mística– de cuestiones bien concretas referentes al pudor, la castidad conyugal y vidual, la virginidad, los espectáculos, etc.

Ése es un hecho histórico cierto, que debe ser conocido y recordado. En efecto, en la historia de la Iglesia naciente, el desarrollo social del pudor y de la castidad, así como de la virginidad y del sagrado matrimonio monógamo, constituye uno de los capítulos más impresionantes. En esa historia se comprueba que, realmente, el Espíritu Santo tiene poder para «renovar la faz de la tierra». El Evangelio, en efecto, teniéndolo todo en contra, vence al mundo y crea en todos esos valores una nueva civilización.

De hecho hoy, por ejemplo, en los foros internacionales, hasta los mismos representantes de pueblos desnudos y polígamos se avergüenzan de su desnudez y de sus rebaños de esposas, y se presentan vestidos y con una sola mujer. Se ha impuesto, pues, en el mundo, aunque sea muy precariamente, el pudor y la monogamia, es decir, el verdadero «modelo» originario, reinventado por el Hombre nuevo, Jesucristo.
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Vie Dic 16, 2011 8:18 pm

Seguimos con el tema, estimados hermanos, estimadas hermanas.

"Evangelio y martirio

Una virtud sólo puede ser vivida sin especiales esfuerzos cuando ha sido ya socialmente asimilada, al menos como ideal. Por el contrario, mientras predominen unas estructuras de pecado –unas formas mentales o conductuales– fuertemente adversas, esa virtud no podrá ser afirmada sino a costa de grandes marginaciones y sufrimientos, incluso con peligro de la vida (desarrollo este tema en De Cristo o del mundo, 202-214).

Nada tiene, por tanto, de extraño que en los primeros siglos de la Iglesia la afirmación del pudor y de la castidad sea una de las causas más frecuentes de martirio, junto con la cuestión del culto al emperador (Paul Allard 185-191).
Hoy nos sigue sorprendiendo y admirando que los primeros cristianos –concretamente aquellos que procedían de culturas casi ajenas al pudor y la castidad, y que habían crecido en la impudicia–, asimilaran tan precoz y tan profundamente estas virtudes cristianas, hasta el punto de que estuvieran dispuestos a perder la vida por afirmarlas. Es un enigma histórico. O mejor, es un milagro formidable del Espíritu Santo.

Recordemos un solo ejemplo de este pudor sorprendente, afirmado ya en el año 203. Las santas mártires Perpetua y Felicidad fueron expuestas en el anfiteatro de Cartago a la furia de una vaca muy brava. «La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua [de 22 años, madre reciente], y cayó de espaldas; pero apenas se incorporó sentada, recogiendo la túnica desgarrada, se cubrió la pierna, acordándose antes del pudor que del dolor» (Actas 20).

Gestos como éste dejaban asombrados a los paganos.

En la literatura de los Padres quedan huellas frecuentes de este asombro que en los paganos causaba el pudor de las mujeres cristianas, y la admiración que en muchos casos suscitaba la belleza de la castidad. No parece excesivo afirmar que el testimonio cristiano de la castidad y del pudor fue una de las causas más eficaces de la evangelización del mundo grecoromano, que en gran medida ignoraba esas virtudes.

La victoria del Evangelio sobre las termas

El pudor, como es obvio, afecta a muchos aspectos del ser humano. Pero como no es posible en un breve escrito estudiar el pudor en todos ellos, aquí voy a analizar con alguna atención únicamente la cuestión de la desnudez y de los baños mixtos, para poder considerar así de modo más concreto y detenido al menos un aspecto del pudor.
Volvamos, pues, al problema de las termas. Y veamos cómo el Espíritu de Cristo, en su primera proyección al mundo romano, lejos de considerar las termas «una realidad mundana inevitable», libra de ellas a los cristianos desde el principio, y acaba con ellas en unos pocos siglos, pues introduce en el mundo pagano un espíritu muy diverso al que las inspiraba.

La Iglesia que, enseñada por Cristo, aborrece la pereza, la pérdida del tiempo, el culto al cuerpo, el impudor y la sensualidad, la vanidad y el lujo, así como, en general, la búsqueda del placer por el placer –un placer que no va unido a la necesidad o la utilidad–, no puede menos de rechazar el mundo de las termas, y reacciona contra esa costumbre mundana tan arraigada. Lo hace, como veremos ahora, de muchas maneras y con no pocos matices.
En efecto, no era tan fácil realizar discernimientos morales y asumir medidas pastorales unívocas sobre cuestión tan compleja. Y por otra parte, retirar absolutamente a los cristianos de los baños públicos equivalía a separarlos tajantemente de la vida social. Según Vizmanos, «fácil eran de ver las quiebras a que estaba sujeto el pudor en semejantes ocasiones, pero no era menos fácil de entender el sacrificio que suponía el renunciar a una costumbre que, en nombre de la higiene, la salud y el necesario esparcimiento, consagraba una tradición repetidas veces secular» (298).
Así ve también Dumain la compleja cuestión: «Abstenerse de esas promiscuidades era, es cierto, una cuestión de moral elemental, que cualquier conciencia podía discernir.

Sin embargo, no debe extrañarnos demasiado que se produjeran en esto ciertos excesos en los medios cristianos del Imperio, si tenemos en cuenta un pasado de libertad generalizada en las costumbres, y en concreto, la disminución notable que había sufrido el sentimiento del pudor. Era todo un pasado de aberraciones morales lo que se hacía necesario olvidar, y eso no podía conseguirse en un día. La Iglesia, en este sentido, encontrará un terreno mucho mejor preparado en el mundo judeocristiano, palestino o helenista, todavía penetrado por la huella de las prescripciones legales relativas a la pureza del cuerpo» (74).

Algunos testimonios, que recordaremos ahora, nos ayudarán a hacernos una idea de la actitud cristiana antigua no sólo ante los baños públicos mixtos, sino también ante la sobriedad conveniente en los mismos baños privados.
Nunca, por supuesto, los testimonios del pasado, como los que vamos a recordar inmediatamente, podrán darnos normas concretas de conducta para hoy, pues las circunstancias actuales son muy diversas, y solo pueden ser tratadas adecuadamente mediante discernimientos nuevos. Pero sí hemos de captar en todos los testimonios pasados, antiguos o recientes, un espíritu, el de la mejor tradición cristiana, el mismo Espíritu de Jesús, que hoy quiere seguir viviendo en nosotros, aunque se manifiesta actualmente en modos diversos a los de épocas anteriores"
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Vie Jul 20, 2012 1:34 am

Seguimos con el tema hermanos. Pido perdón por haberlo abandonado tanto tiempo.

La doctrina y la acción de los Padres
Veamos con algunos ejemplos la reacción de los Padres de la Iglesia ante el hecho social, absolutamente generalizado, de los baños públicos.

Clemente de Alejandría (+215?). Pagano converso, hombre que domina tanto la cultura pagana como la cristiana, describe en El Pedagogo el ideal de una vida evangélica. Propone este ideal a cristianos seglares, pues aún no había nacido el monacato. Concretamente en el libro tercero enseña Cómo comportarse en los baños y cuáles son las razones para admitir el baño.

En primer lugar, describe Clemente el lujo y la sensualidad de los baños alejandrinos de su época, y refiere que «los baños están abiertos al mismo tiempo para hombres y mujeres juntos, y así es como se desnudan con intenciones licenciosas, como si en el baño el agua los despojara del pudor». «Estas mujeres, al despojarse a la vez de su vestido y de su pudor, quieren mostrar su belleza, pero de hecho, sin quererlo, muestran su fealdad, ya que, realmente, es principalmente en su propio cuerpo donde se manifiesta la sordidez de la lujuria»... «Es necesario, pues, que los hombres, dando a las mujeres un noble ejemplo de respeto a la Verdad, tengan el pudor de no desvestirse con ellas, y de evitar las miradas peligrosas, pues “aquel que ha mirado con mal deseo, dice la Escritura, ya ha pecado” [Mt 5,28]. Hace falta, por tanto, que en la casa se respete a los parientes y domésticos, en la calle a quienes se encuentre, y lo mismo las mujeres en los baños, como también es preciso en la soledad respetarse a uno mismo, y en todo lugar respetar al Logos [Cristo], que está en todas partes».

Por otra parte, de los cuatro motivos que suelen aducirse para los baños frecuentes –la limpieza, la salud, la defensa contra el frío y el mero placer–, Clemente sólo estima lícitos los dos primeros, juzga innecesario el tercero, y considera el cuarto indigno de la conciencia cristiana.

A su juicio, en la frecuencia de los baños debe haber, como en todo, la moderación propia de la virtud de la templanza, evitando tanto una frecuentación excesiva de los mismos, como otra insuficiente. Y es, en definitiva, un espíritu nuevo el que ha de afirmarse en todo esto, pasando del culto pagano al cuerpo al cultivo cristiano del alma.

«Lo que hace falta sobre todo es bañar el alma en el Logos purificador; y el cuerpo, de vez en cuando, a causa de la suciedad que se le adhiere, como también en otros casos para relajarlo de la fatiga». Dicho lo cual, y apreciando además que muchas veces la refinada limpieza del cuerpo coincide con una gran suciedad del alma, aplica Clemente al tema, con original atrevimiento, aquellos reproches que hace Jesús en otro contexto: «“Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, dice el Señor, porque parecéis sepulcros blanqueados, con una apariencia exterior muy limpia, y un interior lleno de huesos muertos y de toda clase de porquería” [Mt 23,27]. Y dice Él también a los mismos: “Ay de vosotros, porque purificáis el exterior de la copa y del plato, dejando el interior lleno de suciedad. Purifica primero el interior de tu copa, y que también el exterior esté limpio” [23,25]» (IX,47-48).


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Re: Elogio del Pudor

Notapor fdeleonm » Dom Ago 05, 2012 4:43 pm

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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Vie Ago 17, 2012 7:07 pm

Seguimos con la doctrina de los Padres.

—San Cipriano (+258). En el breve tratado que este santo obispo mártir de Cartago dedica al porte exterior de las vírgenes (De habitu virginum), hace algunas valiosas referencias al tema de los baños comunes.

«¿Y qué decir de las que acuden a los baños en promiscuidad, y prostituyen ante las miradas curiosas y lascivas la castidad? Cuando allí ven desnudos a los hombres y son vistas por ellos con desvergüenza ¿acaso no fomentan y provocan la pasión de los presentes para su propia ignominia y afrenta? Pero, dirás, “allá se las haya quien lleve tales intenciones; yo no tengo otro interés que reparar y lavar mi cuerpo”.

«No te excusa este pretexto, ni te libras del pecado de lascivia e inmodestia. Ese baño más bien te ensucia que te lava, y no limpia tus miembros, sino que los mancilla. Podrás tú no mirar a nadie con ojos deshonestos, pero otros te mirarán a ti. No afeas tus ojos con vergonzoso deleite, pero causando placer a otros tú misma te afeas. Haces del baño un espectáculo, y más vergonzoso que el teatro mismo, a donde acudes. Allí queda excluído todo recato; allí se despoja el cuerpo a un tiempo del vestido y de su dignidad y pudor, poniendo al descubierto unos miembros virginales para ser objeto de miradas y curiosidad. Considera, pues, ahora si van a creer casta los hombres, cuando estás vestida, a aquella misma que ha tenido la audacia de desnudarse sin pudor» (19). «Váyase a los baños, pero con las de vuestro sexo, para que vuestro lavado resulte decente mutuamente » (21).
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Re: Elogio del Pudor

Notapor fdeleonm » Sab Sep 15, 2012 1:34 pm

Es bueno ver que en la actualidad a pesar de las corrientes liberales se practique el pudor aunque la gente no lo entienda o no comparta.
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Re: Elogio del Pudor

Notapor Angy_29 » Mié Ago 13, 2014 4:09 pm

Algunos consejos prácticos para conservar el pudor.

Hay que educar a los niños desde pequeños en el pudor y recato de su cuerpo, con el ejemplo de sus padres.

:arrow: Evitar que haya en la casa cuadros, fotografías o figuras indecentes.
:arrow: No bañar juntos a niños y niñas ni permitir que duerman juntos.
:arrow: Enseñar a las jóvenes a no usar vestidos transparentes, cortos o ceñidos, y lo mismo el uso de pantalones ajustados que son provocativos. “La mujer casta no tiene precio” (Eclo 26,20).
:arrow: Evitar también la ociosidad, que es la madre de todos los vicios, estando siempre ocupados en hacer algo útil. Decía Ovidio: Venus, la diosa del amor, ama la ociosidad. Por tanto, evita la ociosidad a toda costa.
:arrow: Alejarse de los lugares como discotecas, donde los bailes indecentes, a media luz, ensucian tu cuerpo y tu alma.
:arrow: No caer nunca en excesos de bebidas alcohólicas. El tomar licor en demasía, hace perder el control y muchas mujeres han permitido actos deshonestos, que no habrían permitido en estado normal.
:arrow: Evitar también las malas compañías. Malas compañías son aquellos amigos que hablan siempre de sexo o tienen costumbres impuras; quienes leen o reparten lecturas indecentes; quienes asisten a espectáculos inmorales; quienes no respetan su cuerpo ni el de los demás y sólo piensan en el placer sexual a toda costa, engañando a cuantos puedan. Quienes hablan mal de la religión y no van a la Iglesia ni tienen principios morales. Evítalos para que no te contagien con sus vidas sucias e inmorales. Defiéndete de tantos peligros, que te acechan en este mundo, en el que abundan las inmundicias e inmoralidades, y conserva tu castidad. Y a quienes te digan que estás pasado de moda o que tienes ideas anticuadas, diles que la moral no pasa de moda y que Jesucristo se sentiría avergonzado de sus actos y tú quieres ser amigo de Jesús.
:arrow: Por otra parte, es importante acudir frecuentemente a la confesión y comunión para recibir fuerzas contra la tentación. Igualmente tener un amor grande y tierno a María, nuestra Madre, que nos enseñará la virtud de la pureza junto con el recato y el pudor.

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Del libro del P. Ángel Peña, "La alegría de amar" :D
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