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Angy_29 escribió:¿A qué te refieres con sujeción?¿Tengo que obedecer todo lo que me mande mi esposo?
Cesaraug escribió: pues en los momentos que haya que tomar decisiones no se irán a las suertes (si ambos no congenian) sino que la elección del marido pesará, él como cabeza rendirá cuentas a Dios.
El simil en el que se mueve San Pablo es el de la Iglesia como cuerpo de Cristo y por tanto una unión de voluntades reflejada en la manera en que Cristo ama a su Iglesia. No hay sumisión ni despotismo, sino la sana unión de voluntades que obra la gracia. Esa es la esencia de ese simil. Resultaría paradójico que lo que ha sido anunciado como castigo del pecado original no sea redimido en el matrimonio cristiano. Por tanto el ansia de dominio del varón, su egoismo, al que tantas veces sigue la abnegación femenina dándole más pie aún, es superado y elevado en una nueva unión de voluntades por la gracia que es la que se obra en el sacramento del matrimonio. El amor de Cristo a su Iglesia y la relación de esta con él como un solo cuerpo es la clave eclesiológica que permite a San Pablo mostrar la clave del matrimonio cristiano: la unidad perdida entre los cónyuges en el pecado original. Por eso Juan Pablo II hablará de "unión orgánica"; de cabeza que vive del cuerpo tal como el cuerpo vive de la cabeza, de "sujección mutúa en el temor del Señor". De nuevo han de superarse concepciones culturales que desvirtúan lo que es el matrimonio como sacramento de la gracia de Cristo y nos ponen de nuevo a la altura de la caída original como si no se hubiera dado la redención en Cristo
Angy_29 escribió:Como te mencioné al principio; en otro subforo se abordó bien el tema (y del cual veo que participaste)
Angy_29 escribió:más mi sorpresa ha sido que el mejor teólogo que he conocido hasta ahora, contra lo que yo esperaba y partiendo del magisterio de la iglesia… ha afirmado y demostrado (al menos a mí me quedó claro) que la mujer y el varón son iguales, y que más bien ambos se deben mutua obediencia, sin subordinación de ninguna clase.
Angy_29 escribió:el forista antes mencionado
Angy_29 escribió:El simil en el que se mueve San Pablo es el de la Iglesia como cuerpo de Cristo y por tanto una unión de voluntades reflejada en la manera en que Cristo ama a su Iglesia. No hay sumisión ni despotismo, sino la sana unión de voluntades que obra la gracia. Esa es la esencia de ese simil. Resultaría paradójico que lo que ha sido anunciado como castigo del pecado original no sea redimido en el matrimonio cristiano.
Sin perjuicio de lo anterior, yo se como católica que mi esposo será la autoridad visible de nuestra unión y respetaré sus decisiones, porque alguno tiene que tomarlas al final (independiente que yo tambien este de acuerdo)... lo aceptaré con mucho amor, aunque creo que el escuchará siempre lo que yo tenga que decirle...
quedaron) igualados los derechos del marido y de la mujer, pues, como decía San Jerónimo, entre nosotros, lo que no es lícito a las mujeres, justamente tampoco es lícito a los maridos, y una misma obligación es de igual condición para los dos; consolidados de una manera estable esos mismos derechos por la correspondencia en el amor y por la reciprocidad de los deberes; asegurada y reivindicada la dignidad de la mujer;
(Leon XIII Arcanum Divinae Sapientiae)
CARTA ENCÍCLICA
ARCANUM DIVINAE SAPIENTIAE
DEL SUMO PONTÍFICE
LEÓN XIII
SOBRE LA FAMILIA
El marido es el jefe de la familia y cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido, no a modo de esclava, sino de compañera; esto es, que a la obediencia prestada no le falten ni la honestidad ni la dignidad. Tanto en el que manda como en la que obedece, dado que ambos son imagen, el uno de Cristo y el otro de la Iglesia, sea la caridad reguladora constante del deber. Puesto que el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia... Y así como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo(16).
La mujeres NECESITAMOS que el varón sepa gobernar su hogar. Les aseguro que por mucho que una mujer de este tiempo quiera que ojalá sus desiones sean siempre bien valoradas y puestas en practica, en realidad termina teniando una imagen de sus esposo al respecto. Pasa que cuando el varón no sabe gobernar con fuerza y dulzura a su familia la mujer siente que tiene que ser ella la que pone la "mano firme" en su hogar porque el marido no puede...(o no quiere en su ,al entendido afán de "igualdad")
Las mujeres necesitamos que el esposo sea capás de ser firmes cuando haya que serlo, necesitamos y pedimos que haya una cabeza en el hogar y poder descansar en esa amorosa autoridad. Esto es lo que nuestra cultura moderna ha desterrado de la razón de los esposos y de las mujeres y podemos ver claramente sus consecuancias.
Osea!!! de lo que hablamos de autoridad aca, es totalmente distinto claro está... es decir, no se si los dos deben tomar la decisión o cortar el tema, pero si los dos deben estar de acuerdo, que el de la palabra final sea el hombre, da cierta conducción, pero seguramente antes de esa palabra final, hubo una de la mujer que decía, estoy de acuerdo... y que la palabra final del hombre sea Si mi amor!!
Si, es Miles_DeiCesaraug escribió:Me gustaría saber quién es ese gran teólogo y si es ese mismo forista
El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es semejante a Dios como ser racional y libre; significa además que el hombre y la mujer, creados como «unidad de los dos» en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina.
Cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer: «Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gén 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente en relación a esta «unidad de los dos», que corresponde a la dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza es más grave para la mujer. En efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, al vivir «para» el otro aparece el dominio: «él te dominará». Este «dominio» indica la alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental, que en la «unidad de los dos» poseen el hombre y la mujer; y esto, sobre todo, con desventaja para la mujer, mientras que sólo la igualdad, resultante de la dignidad de ambos como personas, puede dar a la relación recíproca el carácter de una auténtica «communio personarum».
Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son sólo diferentes. Por consiguiente, la mujer —como por su parte también el hombre— debe entender su «realización» como persona, su dignidad y vocación, sobre la base de estos recursos, de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la creación y que hereda como expresión peculiar de la «imagen y semejanza de Dios».
Solamente de este modo puede ser superada también aquella herencia del pecado que está contenida en las palabras de la Biblia: «Tendrás ansia de tu marido y él te dominará». La superación de esta herencia mala es, generación tras generación, tarea de todo hombre, tanto mujer como hombre. En efecto, en todos los casos en los que el hombre es responsable de lo que ofende la dignidad personal y la vocación de la mujer, actúa contra su propia dignidad personal y su propia vocación.
Sólo de la mujer hacia el varón sino queLa expresión que abre nuestro pasaje de Ef 5, 21-33, al que nos hemos acercado gracias al análisis del contexto remoto e inmediato, tiene una elocuencia muy particular. El autor habla de la mutua sujeción de los cónyuges, marido y mujer, y de este modo da también a conocer cómo hay que entender las palabras que escribirá luego sobre la sumisión de la mujer al marido. Efectivamente, leemos: «Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor» (5, 22). Al expresarse así, el autor no intenta decir que el marido es «amo» de la mujer y que el contrato inter personal propio del matrimonio es un contrato de dominio del marido sobre la mujer. En cambio, expresa otro concepto: esto es, que la mujer, en su relación con Cristo que es para los dos cónyuges el único Señor puede y debe encontrar la motivación de esa relación con el marido, que brota de la esencia misma del matrimonio y de la familia. Sin embargo, esta relación no es sumisión unilateral.
El matrimonio, según la doctrina de la Carta a los Efesios, excluye ese componente del contrato que gravaba y, a veces, no cesa de gravar sobre esta institución. En efecto, el marido y la mujer están «sujetos los unos a los otros», están mutuamente subordinados. La fuente de esta sumisión recíproca está en la pietas cristiana, y su expresión es el amor.
El autor de la Carta a los Efesios no teme aceptar los conceptos propios de la mentalidad y de las costumbres de entonces; no teme hablar de la sumisión de la mujer al marido; ni tampoco teme (también en el último versículo del texto que hemos citado) recomendar a la mujer que «reverencie a su marido» (5, 33). Efectivamente, es cierto que cuando el marido y la mujer se sometan el uno al otro «en el temor de Cristo», todo encontrará su justo equilibrio, es decir corresponderá a su vocación cristiana en el misterio de Cristo.
Ciertamente es diversa nuestra sensibilidad contemporánea, diversas son también las mentalidades y las costumbres, y es diferente la situación social de la mujer con relación al hombre. No obstante, el fundamental principio parenético que encontramos en la Carta a los Efesios, sigue siendo el mismo y ofrece los mismos frutos. La sumisión recíproca «en el temor de Cristo» sumisión que nace del fundamento de las pietas cristiana forma siempre esa profunda y sólida estructura que integra la comunidad de los cónyuges, en la que se realiza la verdadera «comunión» de las personas.
Que es la explicación al detalle de que Leon XIII o Pío XII, parecieran estar enfrentados al magisterio de Juan Pablo IILas cartas apostólicas van dirigidas a personas que viven en un ambiente con el mismo modo de pensar y de actuar.
La «novedad» de Cristo es un hecho; constituye el inequivocable contenido del mensaje evangélico y es fruto de la redención. Pero al mismo tiempo, la convicción de que en el matrimonio se da la «recíproca sumisión de los esposos en el temor de Cristo» y no solamente la «sumisión» de la mujer al marido, ha de abrirse camino gradualmente en los corazones, en las conciencias, en el comportamiento, en las costumbres. Se trata de una llamada que, desde entonces, no cesa de apremiar a las generaciones que se han ido sucediendo, una llamada que los hombres deben acoger siempre de nuevo. El Apóstol escribió no solamente que: «En Jesucristo (...) no hay ya hombre ni mujer», sino también «no hay esclavo ni libre». Y sin embargo ¡cuántas generaciones han sido necesarias para que, en la historia de la humanidad, este principio se llevara a la práctica con la abolición de la esclavitud! Y ¿qué decir de tantas formas de esclavitud a las que están sometidos hombres y pueblos, y que todavía no han desaparecido de la escena de la historia?
Cesaraug escribió:Sin perjuicio de lo anterior, yo se como católica que mi esposo será la autoridad visible de nuestra unión y respetaré sus decisiones, porque alguno tiene que tomarlas al final (independiente que yo tambien este de acuerdo)... lo aceptaré con mucho amor aunque creo que el escuchará siempre lo que yo tenga que decirle...
Cesaraug escribió:Esto que nos dice Jenny me encanta y lo ha dicho muchísmimo mejor que yo, porque todo es en relación al AMOR,
Y es que algunos confunden la caridad en el matrimonio (y fuera de él en tantos ámbitos) con el mero acto de humanidad y no es suficiente. Ni mucho menos. La caridad no es sensibilidad al otro, sino el poner amor de Dios en acto (intención de ofrecer a Dios ese acto) en todo lo que se hace con el otro y para el otro o por el otro.
El hombre tiende a llegar a casa y exigir la comida en la mesa. Para ello dará varias razones -ha trabajado fuera para traer dinero y poder llenar la alacena, por ejemplo- Lo que es un modo de organización puede por el pecado llegar a ser exigencia mandatoria y acabar en pecado y en estructura de pecado cuando se eleva a cierto derecho sobre el otro cónyuge y así la mujer acaba poniendo la mesa al marido como trabajo propio y este no la toca porque es cosa de mujeres.
Visto del otro lado, la mujer puede pedir ayuda al marido y para ello dar varias razones -Preparar la comida y a la vez salir a comprarla mientras se mantiene la casa limpia es mucho más trabajo que el que hace el marido- Media el pecado y acaba la mujer exigiendo un derecho más allá de lo que había sido al principio mera organización y división del trabajo. Incluso acaba harta en sociedades culturalmente habituadas al predominio del varón y proclama la liberación de la mujer. De una estructura de pecado a otra media bien poco.
Cristo dice: volved al principio. Tenéis mi gracia para ello. Hombre y mujer os cree y os quise uña y carne para procrear y someter la tierra. San Pablo hablará en una cultura organizada de un modo para que la armonía del principio sea más asequible en sana prudencia sin llegar a una nueva Tarpeya y sin necesidad del plante de las sabinas que haga peligrar Roma. Juan Pablo II hara lo propio en otra bien distinta y aquí unos caballeros pretenden convencer a todos que lo accesorio y hasta fruto del pecado es lo esencial. Que Cristo habría puesto la exigencia de mutuos derechos de los cónyuges como el fin a mantener. Pues no. Mantengan el matrimonio, pero no las exigencias mutuas sobre el cónyuge; dónense mutuamente y sujétense el uno al otro en Cristo y verán que bueno resulta. Tienen la gracia de Dios para hacerlo.
Angy_29 escribió:Si, es Miles_Dei
Angy_29 escribió:(que es magisterio de la iglesia, a menos que se quiera desobedecer su autoridad, lo cual ya no es propio de un católico).
Angy_29 escribió:Cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer: «Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gén 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente en relación a esta «unidad de los dos», que corresponde a la dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza es más grave para la mujer. En efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, al vivir «para» el otro aparece el dominio: «él te dominará». Este «dominio» indica la alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental, que en la «unidad de los dos» poseen el hombre y la mujer; y esto, sobre todo, con desventaja para la mujer, mientras que sólo la igualdad, resultante de la dignidad de ambos como personas, puede dar a la relación recíproca el carácter de una auténtica «communio personarum».
Angy_29 escribió:Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son sólo diferentes.
Angy_29 escribió:Lo que debemos hacer es volver al plan original de Dios, y así todo irá muy bien en el matrimonio.
Angy_29 escribió:estoy ¡super contenta!.
Angy_29 escribió:Hace algunos años mi pensamiento era otro, que lo aceptaba porque creía que eso era lo que mandaba la iglesia
Se dice además que el ser humano, desde el principio, es creado como « varón y mujer » (Gn 1, 27). La Escritura misma da la interpretación de este dato: el hombre, aun encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible, ve que está solo (cf. Gn 2, 20). Dios interviene para hacerlo salir de tal situación de soledad: « No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada » (Gn 2, 18). En la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda —mírese bien— no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad realiza lo « humano » tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.
Cuando el Génesis habla de « ayuda », no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo « masculino » y de lo « femenino » lo « humano » se realiza plenamente.
CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II
A LAS MUJERES
Vaticano, 29 de junio, solemnidad de los santos Pedro y Pablo, del año 1995.
César, ésta es una analogía o comparación de como debe tratar el esposo a la esposa, no quiere decir que el varón tenga más autoridad que la mujer, esto es lo que dice Joseph ratzinger, al hacer la presentación a la carta apostólica ya mencionada.Cesaraug escribió:¿Es igual la autoridad de Cristo y su iglesia? ¿manda el cuerpo a la cabeza?
En el momento en que se suprime el derecho del hombre a repudiar a su mujer, es necesario establecer entre los dos una relación nueva desde sus bases. Estas consecuencias están delineadas en la Carta a los Efesios (5, 21-33) donde el texto de la creación sobre el matrimonio ha de ser releído e interpretado a partir de Cristo. Con los más recientes exegetas, el Papa considera el versículo 21 del capítulo quinto como título de todo el párrafo: “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo”. En esta sumisión recíproca, que se opone a la precedente dominación, el Santo Padre descubre la “novedad evangélica”, la fundamental superación de la discriminación de la mujer provocada por el pecado. Este nuevo y decisivo paso hacia adelante no se cancela en absoluto por el hecho de que a continuación en el texto bíblico el hombre es designado como cabeza de la mujer, De hecho esta formulación recibe su significado auténtico mediante su referencia cristológica: ser cabeza significa, a partir de Cristo, entregarse a sí mismo por la mujer (Ef 5, 25; VII, 24). Por lo demás, si lo antiguo aparece todavía en el lenguaje, esta novedad, que deriva justamente de Cristo, “ha de abrirse camino gradualmente en los corazones... en las costumbres. Se trata de un llamamiento que, desde entonces no cesa de apremiar...” (Ef 5, 25; VII, 24).
PRESENTACIÓN DE LA CARTA APOSTÓLICA
MULIERIS DIGNITATEM
DE JUAN PABLO II SOBRE LA DIGNIDAD
Y LA VOCACIÓN DE LA MUJER
30 de septiembre de 1988
Cesaraug escribió:Si tenemos una situación de cierta trascendencia y se ocupa tomar una decisión, pero el marido y la mujer tienen opiniones distintas, ¿que se debe hacer?
A-¿Echarlo a las suertes cual juego de azar? No
C-¿Que el hombre decida como cabeza de hogar? No
D-¿En esta decide la mujer por acuerdo amoroso y en la próxima el varón? No
B-¿Esperar que Dios nos mande un correo con la decisión?, César nosotros sabemos que cuando vamos a tomar una decisión importante debemos orar para pedirle a Dios, la sabiduría necesaria para elegir lo correcto; esto es lo que debemos hacer en el matrimonio. Doblar ambos la rodilla y el Señor con su Gracia, nos ayudará.
Cesaraug escribió:¿Antes de esa enciclica las mujeres estaban amargadas? Me hiciste reir, pero creo que malinterpretaste mis palabras, cuando sabes que algo es bueno, y no te esperabas que podía ser mejor, es natural que te alegres mucho
¿Cual magisterio se impone, el de todos los papas anteriores o el de JPII?
Ninguno puede imponerse César, el de todos es válido, sólo que debido al tiempo y las circunstancias, en determinada época tienen que aclarar detalles que no se han entendido bien anteriormente o pronunciarse contra un error... etc., por eso el Papa nos confirma en la fe, ¿no es así?
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