Llamada a la santificación de la familia

Un espacio para compartir experiencias, opiniones y consejos acerca de la vida matrimonial y familiar: relaciones conyugales, fidelidad, comunicación en la pareja, paternidad responsable, la educación de los hijos, el enriquecimiento mutuo en la convivencia y las amenazas y riesgos a las que se enfrenta la familia, como institución, en nuestros días. No es un lugar de consultoría matrimonial, sino un lugar para compartir temas y opiniones de manera pública

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Llamada a la santificación de la familia

Notapor Rafael de Maria » Vie May 27, 2011 5:32 am

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Llamada a la santificación de la familia

Decimasexta Ilamada del Mensaje:

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Dios quiso terminar Su Mensaje en Fátima en el mes de octubre de 1917 con tres apariciones que considero como tres Ilamadas puestas a nuestra consideración, a fin de que los tengamos presentes en nuestra peregrinación terrena.

Mientras el pueblo contemplaba, atónito, el disco solar palidecido con la luz de la presencia de Dios, las humildes criaturas veían al lado del sol tres apariciones distintas y, para nosotros, muy significativas. No sé si los teólogos o pensadores de la Iglesia ya dieron a estas apariciones un sentido o significación especial… estoy cierta de que ellos sabrán hacerlo, con términos más precisos y dictados por la doctrina sagrada. Aquí, lo hago simplemente para atender lo que me fue pedido y como soy capaz en mi humilde ignoracia y pobreza. Así, voy a decir con simplicidad aquello que pienso que Dios quiso indicamos con estas tres manifestaciones.

La primera fue la aparición de la Sagrada Familia: Nuestra Señora y el Niño Jesús en los brazos de San José, bendiciendo al pueblo. En estos tiempos en que la familia, tantas veces, aparece mal comprendida en la forma en que fue constituida por Dios y se ve afectada por doctrinas erradas y opuestas a los fines para los que el Creador divino la instituyó, ¿no habrá Dios querido dirigimos una Ilamada de atención hacia la finalidad con que quiso instituir en el mundo la familia?

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Dios confió a la familia una misión sagrada de cooperación con Él en la obra de la creación. Esta decisión de querer asociar a Sus pobres criaturas a Su obra creadora, es una gran manifestación de la bondad paternal de Dios: es como hacerlas participantes de su poder creador… es querer servirse de Sus hijos para la multiplicación de nuevas vidas, que florezcan en la tierra con destino al cielo.

El divino Creador quiso así confiar a la familia una misión sagrada, que hace de dos seres uno sólo, una unidad tal que entre ellos no admita separación. Es de esta unión de la que Dios quiere hacer germinar otros seres, como de las plantas hace germinar las flores y los frutos.

Dios estableció el Matrimonio como vínculo indisoluble. Una vez recibido el sacramento del Matrimonio, la unión entre los dos es definitiva y no admite división… es indisoluble en tanto los dos vivieren. Así lo hizo y determinó Dios.

Leemos en el libro del Génesis «Dios creó al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó… Él los creó hombre y mujer » (Gen. 1, 27)… dos, sí, pero que forman uno solo: por ese motivo el hombre dejaría su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne » (Gen. 2, 24). Esta es una ley de Dios, que Jesucristo confirmó y renovó, pensando en tentativas humanas del tiempo que serían en dirección opuesta: " ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra, y que dijo: ¿Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre. » (Mt. 19,4‑…6).

Esta es la ley del Matrimonio: los dos, desde que se unieron con la bendición de Dios, forman entre sí uno sólo, y esta unión no admite separación. No separe el hombre lo que Dios unió. Forman uno sólo por el lazo del amor que Ileva a la donación mutua, en el mismo ideal de cooperación con la acción de Dios en la obra de la creación, que Ileva al sacrificio e inmolación que una entrega siempre exige, que Ileva a la comprensión, a la disculpa y al perdón. Y así es como una casa se consolida, santifica y da gloria a Dios.

Una casa debe ser como un jardín, donde se abren nuevos capullos de rosa, que traen al mundo la frescura de la inocencia, la mirada pura y confiada en la vida y la sonrisa de la juventud alegre y cándida. Sólo así es como Dios se complace en Su obra creadora, la bendice y sobre ella reposa su mirada de Padre. Proceder de otro modo es desviar la obra de Dios de su fin, es transformar los planes de Dios, y es no cumplir y faltar a la misión que Dios les confió.

Por eso, en el Mensaje de Fátima, Dios nos llama a volver nuestra mirada hacia la Sagrada Familia de Nazaret, donde Él quiso nacer, crecer y santificarse, para presentamos un modelo a imitar en la senda de nuestros pasos de peregrinos que caminan de la tierra hacia el Cielo. El Evangelista San Lucas, después de narramos cómo Jesucristo, ya adolescente, subió al templo de Jerusalén, donde se perdió de los padres y allí fue reencontrado por ellos tres días más tarde, añade: "Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto.

Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres." (Lc. 2, 51‑…52).

No cumplen los deberes de la misión que Dios les confió los padres que no inculcan en sus hijos, desde pequeñitos el conocimiento de Dios y de Sus preceptos, enseñándoles a tenerlos presentes y a practicarlos. Es una ley que Dios prescribió a Su pueblo: «Y llevarás muy dentro del corazón todos estos mandamientos que Yo hoy te doy. Inculcáselos a tus hijos, y cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes, cuando te levantes, habla siempre de ellos » (Dt. 6, 6-7).

Los padres que descuidan este precepto, del Señor se vuelven responsables de la ignorancia de los hijos y de los desvaríos derivados de esta ignorancia. Y, muchas veces, ésta es la causa de la vida desarreglada de esos que torturan los últimos años de la vida de los padres, perdiéndose a sí mismos. Cuanto queda dicho permanece igualmente válido cuando los confían a educadores competentes, porque, en el corazón de los hijos, lo que más se graba es aquello que bebieron en los brazos paternos y en el regazo de la madre. Nada hay que pueda dispensar a los padres de esta misión sublime: Dios la confió y por ella deben responder a Dios. Los padres son los encargados de guiar los primeros pasos de los hijos junto al altar de Dios, enseñándoles a levantar las manos inocentes y orar, a saber encontrar a Dios en su camino y a seguir el eco de Su voz. Es ésta la misión de mayor responsabilidad e importancia que fue confiada por Dios a los padres… y han de desemplearla tan bien que, en la vida futura las enseñanzas de los padres consigan siempre rememorar en los hijos el recuerdo de Dios y sus mandatos. Así lo recomienda el Apóstol San Pablo: "Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, éste es el primer mandamiento que va acompañado de una promesa: para que te vaya bien y vivas largo tiempo en la tierra.

Padres, no irritéis a vuestros hijos, antes bien educadles en la doctrina y enseñanzas del Señor" (Ef. 6, 1-4).

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En la segunda carta de San Juan, que fue dirigida seguramente a una comunidad eclesial pero que él ve personificada en la figura de una madre -a la Señora elegida y a sus hijos"-, encontramos en la pluma del Apóstol un elogio que quisiéramos fuese de todos los padres y madres: "Me alegró mucho al haber encontrado entre tus hijos quienes caminan en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego, Señora, no como escribiéndote un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el principio: que nos amemos unos a otros. " (2 Jn. 4-5)

En las familias, que se componen de padres e hijos, hay deberes a cumplir de parte de los padres para con los hijos y, viceversa, de éstos para con los padres. El libro del eclesiástico, después de haber enumerado los múltiples deberes de los hijos concluye con este Ilamamiento a su mansedumbre y dulzura: «Hijo mío, pórtate con modestia, y serás amado más que el dadivoso. Cuanto más grande seas, humíllate más, y hallaréis gracia ante el Señor, porque grande es el poder del Señor, y es glorificado en los humildes » (Ecle. 3, 19-20). Y el Apóstol San Pedro insiste en lo mismo: "Igualmente vosotros, los jóvenes, sometéos a los presbíteros. Y todos, revestíos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia.

Humillaós, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que a su tiempo os exalte. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros. " (1 Pt. 5, 5-8).

Estas palabras son para todos nosotros, pero especialmente para los más jóvenes a quienes falta todavía la experiencia de la vida… por eso, el Apóstol les recomienda que sean sumisos, sobrios y vigilantes, para no ser engañados por las ilusiones de la vida, por los apetitos desordenados de la naturaleza ni por las seducciones diabólicas del mundo. Y -continúa San Pedro- "Sed sobrios y vigilad, pues vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistídle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos. Y, después de haber sufrido por poco tiempo, el Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su etema gloria, os restablecerá y consolidará, os dará fortaleza y estabilidad" (1 Pt. 5, 8-10).

Sí, firmes en la fe, en la esperanza y en la caridad, todos hemos de luchar para conseguir la victoria sobre el mal y alcanzar la paz, la alegría y la bienaventuranza en la casa de nuestro Padre que es Dios… y nosotros, todos unidos, formamos Su familia. Los hijos nunca podrán olvidar ni dejar de lado el respeto, la gratitud y la ayuda que deben a sus padres, que son junto a ellos la imagen de Dios. En verdad, tal como éstos se sacrificaron para criarlos, educar y colocar en el camino de la vida, también los hijos tienen el deber de, a cambio, sacrificarse para dar gusto, alegría y tranquilidad a sus padres, socorriéndoles y ayudándoles si lo necesitaran. De modo que todo sea hecho por verdadero amor y con los ojos puestos en Dios: "Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como hecho para el Señor y no para los hombres", (Col. 3, 23). Y gozaremos de Su amistad, como Él declaró: "Vosotros seréis mis amigos si hiciereis lo que yo os mando." (Jn. 15, 14) ¿Y qué mandó Él? "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado". (Jn. 15, 12).

Es así como la familia se santifica, crece y prospera: en la unión, en la fidelidad, en la comprensión mutua, en el perdón que genera la paz, la alegría, la confianza y el amor.



Hermana Lucia
Llamadas del Mensaje de Fátima
Edición: Segretariado dos Pastorinhos, Fátima, Portugal.
Sin fecha, 304 páginas
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Re: Llamada a la santificación de la familia

Notapor Rafael de Maria » Vie May 27, 2011 5:39 am

Recomiendo muchísimo la lectura del libro completo. Una reflexión madurada y genuina de la vidente de Fátima que por voluntad del Padre nos dejó peregrinando con nosotros para bien de tantas almas.

Dios la tenga en su gloria.
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Re: Llamada a la santificación de la familia

Notapor Rafael de Maria » Vie May 27, 2011 5:41 am

Benedicto XVI. En el año 2000, el Cardinal Ratzinger indicó al Padre Luis Kondor el vice postulado por la causa de de la santidad de los Bendecidos Francisco y Jacinta Marto:

“Llamadas del Mensaje de Fátima por la Hna. Lucia es el libro más importante para los católicos del siglo XXI”.
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Re: Llamada a la santificación de la familia

Notapor scarlett* » Dom Ago 28, 2011 8:10 pm

Paz y bien.

Belo lo que compartes, Rafael de María. Sólo agregaría que si bien es culpa de los padres el no ser educados en la fé tal y como se debiera hacer, no todos los padres son conscientes de ello. Yo fuí educada por mi abuela tal vez de una forma más costumbrista que realmente sacra. Fuí educada con amor.

Mi abuelita, o sea, mi madre putativa no fué culpable de que yo no haya recibido bien la Palabra de Dios, ella en su ignorancia me puso en manos a los 5 años de religiosas. Estuve en ése internado durante 3 o 4 meses y ahora veo que las pobres religiosas debieron batallar conmigo mucho, empezando porque era yo muy arisca y medio animalito porque le solté un sorrajazo a una chamaquita que me impedía realizar lo que la madre nos había indicado.
Y digo que era medio animalita, porque tengo perritos, gatitos y acuden a mi llamado, los alimento, me quieren, me obedecen y tratan de agradarme tanto como yo quiero agradar a quien tanto bien me hace. Pero me excedo y le solté un mandrriazo a una niña teniendo yo 5 años de edad, porque quería que yo desobedeciera a la madre. Como no quise, me pegó y le respondí con un golpe también. Llegó mi hermana y llegó la suya, se pegaron también ellas y todas como la canción "Y a la carcel nos llevaron hechas bola".

Pasé mucho miedo, estaba en la oscuridad. Por lo menos yo lo veía así cuando nos pusieron en un salón a cada una de las cuatro en su rincón. Yo cerraba los ojos para no ver los ojos de pistola que me echaban, seguro por éso recuerdo haber estado en la oscuridad, porque no creo que las madres nos pusieran en un salón tan oscuro.

Después me puso en manos de una persona católica, encargada de un internado en el que me enseñaron muchas cosas y donde me sentí bien durante 4 años, hasta que deseé regresar a mi entorno, con mi familia a tratar de enseñarles lo que yo aprendía.
Me sentía culpable de estar tan bien cuidada, cuando ellos no lo estaban. Prometí regresar a ayudar a las niñas que hubiera cuando lo hiciera, ya fuera dando clases de inglés o de mecanografía o taquigrafía, como a mí me habían enseñado. Deseaba ayudar a otras niñas como yo, como a mí me habían enseñado.

En ése internado, auxiliaba a la Directora a la hora de las tareas para que ella no tuviera tanto trabajo. Se arremolinaban a su alrededor para que les revisara sus cuadernos, para que les explicara algo que no entendían y entonces empecé a ayudar a mis compañeras para quitarle cansancio a la Señorita que tanto bien nos hacía. No tanto por amor a mis compañeras, sino para ayudarla a ella a no cansarse. Temía que se cansara y nos abandonara.

Poco a poco empecé a hacerlo por amor a ellas, empecé a tratarlas como a mí me hubiera gustado ser tratada. Con amor y respeto. Y termiiné deseando regresar para poder ayudarlas más, si no a ellas, a las que hubiera cuando lo hiciera. Tenía yo 11 años entonces. En mi casa me necesitaban y sentí que ahí ya no.
En mi casa había unas sobrinitas y quería cuidar de ellas, ya que mi abuelita no había podido cuidarme como ella lo hubiera querido porque trabajaba para darme de comer, a mí y a mi hermana. Así que traté de auxiliarla a ella y a su hija, de quienes eran hijos mis sobrinitos que ni eran mis sobrinos sino mis primos, pero como desde los 9 meses mi abuelita me cuidó como suya, pues la lamé siempre mamá y siempre quise ayudarla como ella a mí y a mi hermana. También quería ayudar a su hija, por ser hija de ella.

Así que no siempre los padres son culpables de lo que hacen los hijos. Si mi abuelita fué asi conmigo siendo su nieta, ¿cómo no sería con sus hijos? Si no los llevó a la iglesia a escuchar misa cada domingo o seguido , es porque ella misma no lo hacía, no por falta de fé.
Y si no lo hacía, seguramente es porque sus padres tampoco lo hacían. Es un círculo vicioso el tratar de encontrar un culpable, yo creo en romper con ése círculo y entrar a un círculo de amor: Jesús es el principio y el fin.
Pero no culpo ni siquiera a mis padres que no me tuvieron con ellos. Sólo Dios y ellos saben porqué.
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