Conocí un matrimonio que decía amarse mucho, ambos confesaban con naturalidad y apariencia sincera que realmente se querían. Pero siempre surgían discusiones entre ellos, demasiados desacuerdos en la manera de pensar, en lo que ambicionaban, en los gustos, en el uso de los tiempos propios o de libre aplicación. Cuando uno quería ir al teatro el otro tenía un gran deseo de salir con sus amigos y así pasaban largas horas dando explicaciones, cada uno por lo que deseaba y pensaba. Cuando uno miraba estos espacios en esas vidas, se imaginaba con preocupación los desgastes que se producían en esos afectos tensos y siempre separados por alguna diferencia.
Un día en un acto de coraje y audacia me tome la libertad de increparlos, con amor, con suavidad y anteponiendo mis observaciones a sus diferencias. El dialogo nos llevo a ver que nunca se habían detenido a analizar la posibilidad de acordar de manera serena y adulta una manera de coincidir sin llegar a tantas discusiones. Fue maravilloso ayudarlos a descubrir cuan útil es el diálogo, sobre todo si este está basado en el amor, en la generosidad y la tolerancia. Pasaron un par de meses y nos encontramos nuevamente y la sorpresa fue que no solo discutían mucho menos, sino que estaban empañados en encontrar formas inteligentes para poder hacer sus deseos de común acuerdo. Una práctica totalmente madura que fructificaba en mantenerse interesados, uno en el otro para poder cada día sumar mas las coincidencias.
¿Qué opinan de ellos, vosotros maridos y mujeres que alguna vez vivisteis esta experiencia?