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http://somos.vicencianos.org/blog/2011/ ... -de-abril/Gianna Francesca Beretta nació el 4 de octubre de 1922 en Magenta, provincia y diócesis de Milán, la décima de trece hermanos. Por nacer en la fiesta de San Francisco, y ser bautizada en el mismo día, le añadieron el nombre de Francisca al de Juana. Sus padres, Alberto Beretta y María de Michelis, la educaron, como al resto de sus hijos, con una educación cristiana basada en su propio testimonio y, a pesar del bienestar de la familia, en un clima de sobriedad y de desprendimiento.
Comenzó en 1929 sus estudios primarios y en 1933 fue matriculada en el instituto «Paolo Sarpi» de Bérgamo. Sus calificaciones eran normales, dejando incluso en algún curso asignaturas pendientes para septiembre, como el italiano y el latín. Cuando en 1937 murió su hermana mayor, Amalia, la familia se trasladó a vivir a Génova-Quinto al Mare, en la misma «riviera» italiana, y continuó sus estudios medios en un colegio de las hermanas «Doroteas». A sus dieciséis años hizo por primera vez ejercicios espirituales dirigidos por el padre jesuita Avedano.
En su libreta escribió: «Hago el santo propósito de hacer todo por Jesús».
En los primeros años cuarenta del siglo XX, en medio de las dificultades de la segunda guerra mundial, e incluso de los bombardeos que sufría Génova, esta familia llamaba la atención en la parroquia porque los padres iban juntos a la Misa de ocho de la mañana junto con sus hijos y, después de ella, cada uno se dirigía al colegio o a sus ?obligaciones. Sus padres murieron en 1942, con pocos meses de diferencia, la madre el 1 de mayo y el padre el 1 de septiembre, y entonces, los hermanos se volvieron a la casa de los abuelos paternos de Magenta. Tuvo que padecer y superar, con sus hermanos, las dificultades de traslados, los cambios de escuelas y universidades, la enfermedad y la muerte de sus padres. Dos de sus hermanos, José y Enrique, entraron en el seminario para ser sacerdotes franciscanos capuchinos.
Después de cursar las enseñanzas medias, en ese mismo año de 1942 comenzó en la Facultad de Medicina de Milán sus estudios universitarios, en medio de las dificultades de la guerra mundial y por eso, en 1945, se trasladó a la Universidad de Pa-vía concluyéndolos en 1949 con la licenciatura. En 1950 obtuvo la especialidad de Pediatría en la Universidad de Milán.
Durante su juventud fue militante de Acción Católica. En 1943 fue nombrada secretaria de un grupo de juventud y hasta 1956 ocupó varios cargos dentro de la misma Acción Católica. Daba charlas, asistía a diversas reuniones de carácter apostólico, participaba también en las actividades caritativas de las Conferencias de San Vicente de Paúl y muchos sábados visitaba, con algunas amigas, a familias necesitadas. Organizaba tandas de ejercicios para sus amigas e insistía en la formación humana —en la suya y en las demás— a la vez que en la espiritual, para ser «personas de una pieza». Participaba y animaba a acudir a sus amigas a la eucaristía diaria y les decía:
«Sólo si poseemos la riqueza de la gracia podremos darla a nuestro alrededor; porque el que no tiene, no puede dar nada».
Les invitaba también a hacer, al menos, diez minutos diarios de oración, la visita al Santísimo y el rezo del Rosario como expresión de su devoción a la Virgen. Juana era, además, buena deportista y amante de la naturaleza en las salidas que hacían al
campo y las subidas a la montaña en los Alpes, sabía esquiar, le gustaba pintar y la música pues incluso tocaba el piano.
En esos momentos se planteaba responder, en su vida y con su profesión, a la llamada de Dios, si es que tenía vocación rehgiosa o como seglar entregada. Su hermano José se había ordenado en 1946 y pensaba también que podría irse con Enrique, que estaba de misionero en Brasil, y trabajar como médico en el hospital que él había fundado. Consultó a personas cercanas, entre ellas al obispo de Bérgamo, Bernareggi. Para discernirla personalmente, en 1954 se fue a Lourdes para pedir luz a Dios por intercesión de la Virgen María. Y, a su vuelta, se vio llamada con la vocación matrimonial. Al conocer a Pedro Molla, vio claramente que Dios la llamaba también a una acción misionera desde su profesión con el prójimo, en los enfermos que visitaba y que acudían a un ambulatorio que, junto con su hermano Fernando, había abierto en Mesero, un pequeño pueblo cerca de su lugar natal, para atender a niños y a sus madres. Su hermana Virginia testificó:
«Necesitaba a los mas pobres y necesitados, hasta el punto de rechazar la propuesta de su novio de renunciar a su trabajo profe sional, con decisión, sin miramientos y, despues del matrimonio, iba todas las tardes al ambulatorio de Mesero»
Pedro Molla era hijo de unos vecinos de ese ambulatorio de Mesero, un joven ingeniero contratado en una fábrica de cerillas de cuatro mil empleados, de la que llegaría a ser director. Y comenzaron a salir. En la Navidad de 1954 Pedro la invitó a la Scala de Milán para una función de Nochevieja y, al volver, celebraron el Año Nuevo en casa de sus padres. El 20 de febrero de 1955 le pidió que se casara con él y aceptó. Durante el breve noviazgo formal, Pedro tenía que viajar y su comunicación era más frecuente por cartas, como las de verdaderos enamorados con vida profundamente religiosa. Escribía a su novio:
«Quiero formar una familia verdaderamente cristiana donde el Señor se encuentre como en su casa, un pequeño cenaculo donde El reine en nuestros corazones, ilumine nuestras decisiones y guie nuestros programas»
«Me gustana ser para ti la mujer fuerte de las Sagradas Escrituras, en cambio me parece que soy debil [ ] Te pido por favor, des‑
de hoy mismo, que si ves que hago algo que no este bien, dímelo, corngeme, siempre te lo agradecere»
Prepararon su matrimonio poniendo su futuro a los pies de la Virgen y el 24 de septiembre se casaron en la basílica de San Martín de Magenta.
Después de casada, cóntinuó con su consulta médica en Mesero, atendiendo a ruilos, pobres y también ancianos.
«Cuando algun enfermo no pocha llevar el tipo de trabajo que tema por motivos de salud, le buscaba otro adaptado a su situacion y en distintas ocasiones lo consiguio solucionando este problema a muchas personas»
Cuando se encontraba con algún enfermo necesitado, ella misma le daba las medicinas o el dinero para comprarlas. A veces permanecía en la consulta hasta las nueve y media de la noche.
A sus compañeros médicos decía:
«Tenemos oportunidades que el sacerdote no nene Nuestra mision no termina cuando las medicinas no sirven, todavia queda el alma que hay que llevar a Dios [ ] Cada medico tiene que llevar almas a los sacerdotes [ ] Que Jesus se pueda ver entre nosotros»
En 1956 nació su primer hijo, Pedro Luis, en 1957 la segunda, María Zita (Manolina), y en 1959, después de un embarazo difícil, la tercera, Laura Enriqueta. Supo conjuntar su trabajo como médico y sus obligaciones en la familia Su vida era como la de las amas de casa y madres de familia• ir al mercado, llevar en coche a sus hijos al colegio, enseñarles a ver la television, darles de comer, bañarlos y acostarlos. Mantener la paciencia con cada uno, con dulzura y a la vez con firmeza. Educarlos en la fe y rezar con ellos en familia, como hacía todas las noches con el santo Rosario Sacar adelante a todos, con los apuros económicos, unos normales y otros a veces más recios, para dar los mejores estudios a sus hijos y ahorrar un poco para el futuro de todos. Trabajar como médico, llevar la casa y esperar al esposo de su trabajo para comentar los acontecimientos de cada día. Unir en su amor los amores de toda la familia, el del mando y el de los hijos. La santidad en medio de la casa, como mujer fuerte y parra fecunda. Pedro, declaró:
«Durante seis años y medio de matrimonio, lo que más me impresionó es que era muy trabajadora, y el sagrado respeto que tenía por la vida, don maravilloso de Dios, su confianza plena en Dios. Me impresionaba su gran alegría cuando nacían los hijos».
En 1961, tanto Juana como Pedro esperaban un nuevo alumbramiento. Entre el tercer y cuarto mes de embarazo, le apareció un fibroma en el útero que, aunque no parecía maligno, sin embargo amenazaba la vida de la madre y del feto. En agosto escribía ella misma a su amiga Maruja que cuidaba de sus hijos en Courmayeur:
«Te voy a contar lo que me ha sucedido. El martes, cuando Nando me estaba reconociendo médicamente, advirtió que, además del embarazo, había un tumor bastante voluminoso. Pensamos que era un quiste ovárico. Fui al profesor Vitali y, aunque él nos confirmó nuestras sospechas, nos dijo que era mejor esperar quince días [. .]. Aquel día por la mañana comencé a notar hemorragias. Me acosté rápidamente, me pusieron inyecciones, bolsas de hielo y cesó la hemorragia [...]. Sin embargo persistían los vómitos y, aunque el profesor me dijo que podía haber sido una amenaza de aborto, continué embarazada. Pero, más que esperar, es mejor que me operen en seguida, lo han decidido para la semana que viene».
Le preocupaba más la vida de su hijo que la suya. Antes de la intervención se lo dijo a su marido, al profesor Vitali y a su hermano Fernando: deseaba que en todo momento y en la operación se protegiera siempre la vida del niño y, si fuera preciso, por encima de la suya.
Su marido testimonia las tres alternativas de intervención:
«Una laparotomía total con extracción del fibroma y del útero, que le habría salvado la vida, la interrupción del embarazo con un aborto y extracción del fibroma, que le habría permitido tener otros hijos; la extracción sólo del fibroma sin interrumpir el embarazo».
Juana escogió esta última solución, aunque era la más peligrosa para ella, porque en aquellos años una intervención como ésta era muy peligrosa para la madre y ella, como médico, lo sabía muy bien.
Antes de entrar en el quirófano, el 6 de septiembre de 1961, confesó y comulgó. Siempre había dicho: «Mil veces morir antes que ofender al Señor». El operador encontró una masa de fi‑
broma seroso uterino. Extirpó el fibroma sin dañar la cavidad uterina para que pudiera continuar el embarazo, en vez de extirpar la totalidad por los graves riesgos que se reservaría a la madre al estar dos vidas en juego. Juana sabía que una sutura practicada en esa zona durante el cuarto mes de embarazo con frecuencia provoca la rotura del útero con peligro inmediato para la vida de la madre. Al despertar de la anestesia el doctor le dijo: «Hemos salvado al bebé».
Juana era bien consciente de que en su seno llevaba un ser humano por el que merecía arriesgar y hasta dar su propia vida. Y además lo consideraba como un don de Dios, aceptado como sus otros hijos. Volvió a casa y reemprendió la vida habitual, consciente de la situación en que se encontraba, pues, conforme fuera avanzando el embarazo, tendría mayor peligro. Pero no dejaba de sonreír, habiendo tomado como modelo a Teresa de Lisieux en sus palabras: «Amar, sufrir, siempre sonreír». Continuó trabajando hasta pocos días antes del parto.
Un día en que su marido salía para trabajar en la fábrica, le dijo:
«Pedro, te lo ruego, si te ves en la ocasión de decidir entre mi vida y la del niño, te ruego que decidas por la del niño. No por la mía».
Él lo recuerda bien:
«Me sentí incapaz de decirle nada Conocía muy bien a mi mujer, su generosidad, su espíritu de sacrificio. Me fui de casa sin decir palabra».
Y lo explicitaba así:
«Juana confiaba en la Providencia. La decisión de mi mujer fue el resultado coherente de toda una vida. Una decisión cuyas raíces se encuentran en los años de la infancia. En su familia de origen. En la atmósfera profundamente rehgiosa que le habían proporcionado siempre a ella y a sus hermanos No lo hizo porque esperase nada a cambio, ni siquiera para “irse al cielo”. Lo hizo porque se sabía madre Juana era una mujer que sabía disfrutar, en el buen sentido de la palabra, de las pequeñas y grandes cosas que Dios nos concede también en este mundo. No obstante, cuando se dio cuenta de la terrible coincidencia de su embarazo y el desarrollo de un grueso fibroma, su primera reacción, razonada, fue la de pedir que el niño que llevaba en el seno se salvase».
No era fanática, sino amante de la vida, de la suya y antes de la de los demás, por eso era tan sensible a salvar la vida que llevaba en sus entrañas. Para ella era tan grave la obligación de dar a luz a su bebé como cuidar de su farrulia. Ante el conflicto que se le había planteado, creía que el ser que llevaba en su seno tenía los mismos derechos que sus otros hijos Por eso pedía a Dios a la vez que su curación, la salvación de la vida de la hija que deseaba alumbrar para que pudiera vivir.
Continuó con su embarazo y entró en la chnica el 20 de abril de 1962. Al día siguiente, 21, dio a luz a su cuarta hija: Juana Manuela. Cuando la tuvo entre sus brazos, la miró cariñosamente, con una mirada indecible de sufrimiento porque era consciente de que no podría verla, ni gozar de ella, ni abrazarla más. Le diagnosticaron una pentonitts resistente a cualquier remedio y comenzaron unos largos días de agonía.
De estos días, contaba Pedro, su marido
«A mediodia del Viernes Santo comenzo su calvario y su martirio El Sabado Santo tuvo, y todos nosotros con ella, la alegna de una nueva criatura El cha de Pascua soporto unos sufrimientos terribles, al igual que el lunes y el martes despues de Pascua La noche del martes fue la de su primera agotua, que supero milagrosamente gracias a los cuidados de Nando y de Sor Virginia»
Al dolor físico, porque la infección se iba apoderando de ella, se añadía el dolor, aún más fuerte, de tener que dejar huérfanos a sus hijos. Aseguraba Pedro que
«Fue un dilema cruel, o sacrificar al bebe que llevaba en sus entrañas o su propia vida, dejando niños sin madre»
Decidieron que los niños no fueran a verla en tal estado, porque además le faltaban fuerzas y ánimos, de tanta pena pensando en que no podría volver a verlos. Los dolores abdominales se hicieron cada vez más intensos y terribles. Cuando sufrió un colapso, que parecía definitivo, su hermana Virginia le ofreció un crucifijo que besó, apretándolo después fuertemente entre sus manos
Declaró Pedro:
«Estoy seguro de que, desde ese momento, Juana no interrumpo su coloquio con el Señor Pidio recibir al Señor en la Eucanstia, al menos sobre los labios, incluso el jueves y el viernes cuando
no podía tragar la Sagrada forma. Y repetía muchas veces: ¡Jesús, te amo, Jesús, te amo!».
El viernes, después de una semana entre la vida y la muerte, entró de nuevo en coma. Decidieron llevarla a casa el sábado a las cuatro de la mañana. En las habitaciones contiguas dormían sus hijos Pedro Luis, Mariolina y Laureta. La recién nacida, Juana Manuela, permanecía lodavía en una sala de la maternidad del hospital.
Juana Beretta falleció a las ocho de la mañana del sábado 28 de abril de 1962. No había cumplido aún cuarenta años. Dando testimonio de su fe, como testigo («mártir» se dice en griego) del amor materno. Fue inhumada en el cementerio de Mesero y comenzó a crecer la admiración por ella y su fama de santidad.
El arzobispo de Milán y los obispos de la Lombardía pidieron la introducción de la causa de canonización porque Juana era ejemplo de gran actualidad en este mundo donde el derecho a la vida se desconoce o se niega. Y «nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos» Un 15,13). El proceso cognicional, fue celebrado en el arzobispado de Milán desde el 30 de junio de 1980 hasta el 21 de marzo de 1986, con un adjunto proceso rogacional en Bérgamo (1980-1983). Juan Pablo II la declaró venerable, por haber vivido las virtudes heroicas como madre de familia, el 6 de julio de 1991.
El milagro para la beatificación, ocurrido el 9 de noviembre de 1977 en un hospital brasileño, precisamente consistió en que una joven parturienta, Lucía Silva Cirilo, sanó por intercesión de Juana Beretta de una septicemia generalizada después de una operación cesárea. Las religiosas del hospital pasaron una noche encomendando la curación por intercesión de la Doctora Beretta, porque el promotor de ese hospital era su hermano José, también médico y misionero capuchino. El proceso diocesano sobre el milagro fue instruido en la diócesis de Grajaú (Brasil). Juan Pablo II dio el decreto sobre el milagro el 21 de diciembre de 1992.
Juan Pablo II fijó la fecha de la beatificación de Juana Beretta para el 24 de abril de 1994, durante el Año Internacional de la Familia, y tuvo lugar en la Plaza de San Pedro de Roma. En la ceremonia Juana Manuela Beretta asistió a la beatificación de su
propia madre que le había salvado la vida entregando la suya en sacrificio. Junto a ella estaban también sus tres hermanos con su propio padre, el mismo esposo de la beata.
Pedro Molla declaró a una periodista en esos momentos:
«Mis sentimientos tienen multiples matices de sorpresa, casi de maravilla y de agradecimiento a Dios y de aceptacion jubilosa, ciertamente feliz y singular, de este don de la Divina Providencia, que tambien considero un reconocimiento a todas las innumerables madres desconocidas, heroicas como Juana, en su amor materno y en su vida»
En la homilía, al referirse a Juana, el Papa había pronunciado:
«Coronando una existencia ejemplar de estudiante, de mujer comprometida en la comunidad eclesial y de esposa y madre feliz, supo ofrecer en sacrificio su propia vida para que pudiese vivir la criatura que llevaba en su seno y que hoy esta aquí con nosotros [ ] Ella, como medico, era consciente de lo que estaba haciendo pero no se echo atras ante el sacrificio, confirmando de esta manera la heroicidad de sus virtudes»
En una estampa que Pedro quiso regalar a las carmelitas descalzas de Milán con un autógrafo de la beata, Juana había escrito de su puño y letra: «Señor, haz que la luz que se ha encendido en mi alma no se apague jamás».
JOAQUIN MARTIN ABAD
Bibhografla
JUAN PABLO II, «Venerabili Dei Servae Ioannae Beretta Molla Beatorum honores decernuntun>, en AAS 87 (1995) 42 44
RIESE, F DA, Per amore della veta Gaanna Beretta Molla, medico e madre (Roma 1994) GARCIA GARCIA, L , El secreto de Gianna la historia de Gtanna Beretta Molla (Madrid 1994)
Paz Joven, M Juana Beretta de Molla madre, eTosay medico (1922-1962) (Alicante 1993)