Testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla

Un espacio para compartir experiencias, opiniones y consejos acerca de la vida matrimonial y familiar: relaciones conyugales, fidelidad, comunicación en la pareja, paternidad responsable, la educación de los hijos, el enriquecimiento mutuo en la convivencia y las amenazas y riesgos a las que se enfrenta la familia, como institución, en nuestros días. No es un lugar de consultoría matrimonial, sino un lugar para compartir temas y opiniones de manera pública

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Testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla

Notapor EugeniaBsAs » Sab Jul 30, 2011 4:40 pm

Queridos hermanos: estos días estuve leyendo sobre el testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla. Quería dejarles unos enlaces: http://www.vatican.va/news_services/lit ... la_sp.html
http://www.aciprensa.com/madres/gianna.htm
Creo que es un gran ejemplo de santidad, no sólo por la bella y heroica decisión que tomó sino por toda su vida en general.
Bendiciones,

Eugenia
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Re: Club fans La Casa sobre Roca

Notapor marcela manqui » Sab Jul 30, 2011 6:19 pm

Hermosa historia Eugenia!
En Chile se quiere legislar el aborto en caso de peligro de muerte para la madre. Que ejemplo nos da al respecto Santa Giana Bereta :)
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Re: Club fans La Casa sobre Roca

Notapor EugeniaBsAs » Sab Jul 30, 2011 8:31 pm

marcela manqui escribió:Hermosa historia Eugenia!
En Chile se quiere legislar el aborto en caso de peligro de muerte para la madre. Que ejemplo nos da al respecto Santa Giana Bereta :)


Gracias, Marce! Se me ocurrió que podemos meditar sobre los distintos estados de vida de Santa Gianna.
Acá existe esa legislación desde hace mucho rato :roll:
Quedo atenta a lo que estás posteando del P. Bojorge!
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Re: Club fans La Casa sobre Roca

Notapor marcela manqui » Sab Jul 30, 2011 8:33 pm

EugeniaBsAs escribió:
marcela manqui escribió:Hermosa historia Eugenia!
En Chile se quiere legislar el aborto en caso de peligro de muerte para la madre. Que ejemplo nos da al respecto Santa Giana Bereta :)


Gracias, Marce! Se me ocurrió que podemos meditar sobre los distintos estados de vida de Santa Gianna.
Acá existe esa legislación desde hace mucho rato :roll:
Quedo atenta a lo que estás posteando del P. Bojorge!

Buen tema para seguir Euge! Puedes ir buscando material y lo seguimos después de éste. Te parece? :)
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Re: Testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla

Notapor Luciana Belén » Vie Ago 05, 2011 6:59 pm

Tema dividido del tema :!: La Casa sobre La Roca, abierto con el fin de comentar y difundir los escritos del padre Horacio Bojorge en el foro de Solteros.
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Re: Testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla

Notapor marcela manqui » Sab Ago 06, 2011 12:02 pm

Gracias Luciana!
Euge! Entónces podrías publicar aqui la historia para ir comentando esos estados que mencionas ;)
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Re: Testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla

Notapor EugeniaBsAs » Lun Ago 15, 2011 10:07 am

Tarde, pero seguro. Ésta es la biografía de Santa Gianna Beretta Molla. Y además, les dejo un enlace de un video que "saqué" del muro de Mar Ina, sobre una mamá que tomó la misma decisión hace poquito tiempo http://youtu.be/OwVC2CS6fW8

Gianna Beretta Molla nace en Magenta (Milán) el 4 de octubre de 1922 de Alberto y María De Micheli, décima de trece hijos. Ya desde la primera juventud acoge con plena adhesión el don de la fe y la educación límpidamente cristiana que recibe de los óptimos padres, que la llevan a considerar la vida como un don maravilloso de Dios, a tener confianza en la Providencia, a estar convencida de la necesidad y de la eficacia de la oración.

La Primera Comunión, a la edad de cinco años y medio, señala en Gianna un momento importante, dando inicio a una asidua frecuencia a la Eucaristía, que llega a ser sostén y luz de su niñez, adolescencia y juventud.

En aquellos años no faltan las dificultades y sufrimientos: cambio de escuela, salud débil, traslados de la familia, enfermedad y muerte de los padres. Esto no produce traumas o desequilibrios en Gianna, dada la riqueza y la profundidad de su vida espiritual, al contrario, afina su sensibilidad y potencia la virtud.

En los años del liceo y de la universidad, mientras se dedica con diligencia a los estudios, traduce su fe en un generoso empeño de apostolado entre las jóvenes de la Acción Católica y de caridad hacia los ancianos y los necesitados en la Conferencia de S. Vicenzo. Doctorada en Medicina y Cirugía en el 1949 en la Universidad de Pavía, abre en 1950 un consultorio médico en Mesero y se especializa en Pediatría en la Universidad de Milán en el 1952.

Mientras cumple su obra de médico, que considera y practica como una misión, aumenta su empeño generoso en la Acción Católica, y, al mismo tiempo, desahoga con la música, la pintura, el esquí y el alpinismo su grande alegría de vivir y de gozarse del encanto de lo creado.

Gianna se pregunta, rezando y haciendo rezar, sobre su vocación, que considera también un don de Dios. Inicialmente piensa en hacerse misionera laica en Brasil para ayudar a su hermano sacerdote padre Alberto, médico y misionero capuchino en Grajaú. Pero el Señor la llama a la vocación del matrimonio, y Gianna abraza este estado con todo el entusiasmo y se empeña a donarse totalmente “para formar una familia verdaderamente cristiana”.

Se casa con el ingeniero Pietro Molla el 24 de setiembre de 1955, en la Basílica de San Martino en Magenta y es una esposa feliz. En noviembre de 1956, es una mamá más que feliz de Pierluigi; en diciembre de 1957, de Mariolina; en julio de 1959, de Laura. Sabe armonizar, con simplicidad y equilibrio, los deberes madre, de esposa, de médico en Mesero y Puente Nuevo de Magenta, y la gran alegría de vivir.

En setiembre de 1961, hacia el fin del segundo mes de embarazo, llega para ella el sufrimiento y el misterio del dolor: aparece un voluminoso fibroma, tumor benigno, en su útero. Antes de la intervención quirúrgica de extirpación del fibroma, sabiendo bien el riesgo que comportaría continuar con el embarazo, suplica al cirujano que salve la vida que lleva en su seno y se confía a la oración y a la Providencia. La vida de la criatura es salvada. Gianna agradece al Señor y pasa los siete meses que la separan del alumbramiento con incomparable fuerza de ánimo y con inmutable compromiso de madre y de médico.

Algunos días antes del alumbramiento, confiando siempre en la Providencia, está lista para donar su vida para salvar la de su criatura, y le dice a su esposo Pietro: “Si debéis decidir entre mi y el niño, ninguna vacilación: escoged – y lo exijo- el niño. Sálvadlo a él”.

En la mañana del 21 de abril de 1962 da a luz Gianna Emanuela por vía cesárea, en el Hospital de Monza. Después de algunas horas, las condiciones generales de Gianna se agravan: fiebre cada vez más elevada y sufrimientos abdominales atroces por peritonitis céptica. A pesar de todos los cuidados practicados, sus condiciones empeoran día a día. En la mañana de 28 de abril es trasladada a su casa de Puente Nuevo de Magenta, donde muere a las 8:00 hs. de la mañana. Es sepultada en el Cementerio de Mesero, mientras rápidamente se difunde la fama de santidad por su vida y por el gesto de amor grande, inconmensurable, que la ha coronado.

Gianna fue proclamada Beata el 24 de abril de 1994 y Santa el 16 de mayo 2004, por Su Santidad Juan Pablo II. Su fiesta votiva es el 28 de abril.
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Re: Testimonio de vida de Santa Gianna Beretta Molla

Notapor EugeniaBsAs » Lun Ago 15, 2011 10:39 am

Fuente: http://somos.vicencianos.org/blog/2011/ ... -de-abril/

Gianna Francesca Beretta nació el 4 de octubre de 1922 en Magenta, provincia y diócesis de Milán, la décima de trece her­manos. Por nacer en la fiesta de San Francisco, y ser bautizada en el mismo día, le añadieron el nombre de Francisca al de Jua­na. Sus padres, Alberto Beretta y María de Michelis, la educa­ron, como al resto de sus hijos, con una educación cristiana ba­sada en su propio testimonio y, a pesar del bienestar de la familia, en un clima de sobriedad y de desprendimiento.

Comenzó en 1929 sus estudios primarios y en 1933 fue ma­triculada en el instituto «Paolo Sarpi» de Bérgamo. Sus califica­ciones eran normales, dejando incluso en algún curso asignatu­ras pendientes para septiembre, como el italiano y el latín. Cuando en 1937 murió su hermana mayor, Amalia, la familia se trasladó a vivir a Génova-Quinto al Mare, en la misma «riviera» italiana, y continuó sus estudios medios en un colegio de las hermanas «Doroteas». A sus dieciséis años hizo por primera vez ejercicios espirituales dirigidos por el padre jesuita Avedano.

En su libreta escribió: «Hago el santo propósito de hacer todo por Jesús».

En los primeros años cuarenta del siglo XX, en medio de las dificultades de la segunda guerra mundial, e incluso de los bom­bardeos que sufría Génova, esta familia llamaba la atención en la parroquia porque los padres iban juntos a la Misa de ocho de la mañana junto con sus hijos y, después de ella, cada uno se di­rigía al colegio o a sus ?obligaciones. Sus padres murieron en 1942, con pocos meses de diferencia, la madre el 1 de mayo y el padre el 1 de septiembre, y entonces, los hermanos se volvieron a la casa de los abuelos paternos de Magenta. Tuvo que padecer y superar, con sus hermanos, las dificultades de traslados, los cambios de escuelas y universidades, la enfermedad y la muerte de sus padres. Dos de sus hermanos, José y Enrique, entraron en el seminario para ser sacerdotes franciscanos capuchinos.

Después de cursar las enseñanzas medias, en ese mismo año de 1942 comenzó en la Facultad de Medicina de Milán sus estu­dios universitarios, en medio de las dificultades de la guerra mundial y por eso, en 1945, se trasladó a la Universidad de Pa-vía concluyéndolos en 1949 con la licenciatura. En 1950 obtuvo la especialidad de Pediatría en la Universidad de Milán.

Durante su juventud fue militante de Acción Católica. En 1943 fue nombrada secretaria de un grupo de juventud y hasta 1956 ocupó varios cargos dentro de la misma Acción Católica. Daba charlas, asistía a diversas reuniones de carácter apostólico, participaba también en las actividades caritativas de las Confe­rencias de San Vicente de Paúl y muchos sábados visitaba, con algunas amigas, a familias necesitadas. Organizaba tandas de ejercicios para sus amigas e insistía en la formación humana —en la suya y en las demás— a la vez que en la espiritual, para ser «personas de una pieza». Participaba y animaba a acudir a sus amigas a la eucaristía diaria y les decía:

«Sólo si poseemos la riqueza de la gracia podremos darla a nuestro alrededor; porque el que no tiene, no puede dar nada».

Les invitaba también a hacer, al menos, diez minutos diarios de oración, la visita al Santísimo y el rezo del Rosario como ex­presión de su devoción a la Virgen. Juana era, además, buena deportista y amante de la naturaleza en las salidas que hacían al

campo y las subidas a la montaña en los Alpes, sabía esquiar, le gustaba pintar y la música pues incluso tocaba el piano.

En esos momentos se planteaba responder, en su vida y con su profesión, a la llamada de Dios, si es que tenía vocación reh­giosa o como seglar entregada. Su hermano José se había orde­nado en 1946 y pensaba también que podría irse con Enrique, que estaba de misionero en Brasil, y trabajar como médico en el hospital que él había fundado. Consultó a personas cercanas, entre ellas al obispo de Bérgamo, Bernareggi. Para discernirla personalmente, en 1954 se fue a Lourdes para pedir luz a Dios por intercesión de la Virgen María. Y, a su vuelta, se vio llamada con la vocación matrimonial. Al conocer a Pedro Molla, vio cla­ramente que Dios la llamaba también a una acción misionera desde su profesión con el prójimo, en los enfermos que visitaba y que acudían a un ambulatorio que, junto con su hermano Fer­nando, había abierto en Mesero, un pequeño pueblo cerca de su lugar natal, para atender a niños y a sus madres. Su hermana Virginia testificó:

«Necesitaba a los mas pobres y necesitados, hasta el punto de rechazar la propuesta de su novio de renunciar a su trabajo profe sional, con decisión, sin miramientos y, despues del matrimonio, iba todas las tardes al ambulatorio de Mesero»

Pedro Molla era hijo de unos vecinos de ese ambulatorio de Mesero, un joven ingeniero contratado en una fábrica de cerillas de cuatro mil empleados, de la que llegaría a ser director. Y co­menzaron a salir. En la Navidad de 1954 Pedro la invitó a la Scala de Milán para una función de Nochevieja y, al volver, cele­braron el Año Nuevo en casa de sus padres. El 20 de febrero de 1955 le pidió que se casara con él y aceptó. Durante el breve noviazgo formal, Pedro tenía que viajar y su comunicación era más frecuente por cartas, como las de verdaderos enamorados con vida profundamente religiosa. Escribía a su novio:

«Quiero formar una familia verdaderamente cristiana donde el Señor se encuentre como en su casa, un pequeño cenaculo donde El reine en nuestros corazones, ilumine nuestras decisiones y guie nuestros programas»

«Me gustana ser para ti la mujer fuerte de las Sagradas Escritu­ras, en cambio me parece que soy debil [ ] Te pido por favor, des‑

de hoy mismo, que si ves que hago algo que no este bien, dímelo, corngeme, siempre te lo agradecere»

Prepararon su matrimonio poniendo su futuro a los pies de la Virgen y el 24 de septiembre se casaron en la basílica de San Martín de Magenta.

Después de casada, cóntinuó con su consulta médica en Mesero, atendiendo a ruilos, pobres y también ancianos.

«Cuando algun enfermo no pocha llevar el tipo de trabajo que tema por motivos de salud, le buscaba otro adaptado a su situacion y en distintas ocasiones lo consiguio solucionando este problema a muchas personas»

Cuando se encontraba con algún enfermo necesitado, ella misma le daba las medicinas o el dinero para comprarlas. A ve­ces permanecía en la consulta hasta las nueve y media de la noche.

A sus compañeros médicos decía:

«Tenemos oportunidades que el sacerdote no nene Nuestra mision no termina cuando las medicinas no sirven, todavia queda el alma que hay que llevar a Dios [ ] Cada medico tiene que llevar almas a los sacerdotes [ ] Que Jesus se pueda ver entre nosotros»

En 1956 nació su primer hijo, Pedro Luis, en 1957 la segun­da, María Zita (Manolina), y en 1959, después de un embarazo difícil, la tercera, Laura Enriqueta. Supo conjuntar su trabajo como médico y sus obligaciones en la familia Su vida era como la de las amas de casa y madres de familia• ir al mercado, llevar en coche a sus hijos al colegio, enseñarles a ver la television, darles de comer, bañarlos y acostarlos. Mantener la paciencia con cada uno, con dulzura y a la vez con firmeza. Educarlos en la fe y rezar con ellos en familia, como hacía todas las noches con el santo Rosario Sacar adelante a todos, con los apuros económicos, unos normales y otros a veces más recios, para dar los mejores estudios a sus hijos y ahorrar un poco para el futuro de todos. Trabajar como médico, llevar la casa y esperar al espo­so de su trabajo para comentar los acontecimientos de cada día. Unir en su amor los amores de toda la familia, el del mando y el de los hijos. La santidad en medio de la casa, como mujer fuerte y parra fecunda. Pedro, declaró:

«Durante seis años y medio de matrimonio, lo que más me im­presionó es que era muy trabajadora, y el sagrado respeto que tenía por la vida, don maravilloso de Dios, su confianza plena en Dios. Me impresionaba su gran alegría cuando nacían los hijos».

En 1961, tanto Juana como Pedro esperaban un nuevo alumbramiento. Entre el tercer y cuarto mes de embarazo, le apareció un fibroma en el útero que, aunque no parecía malig­no, sin embargo amenazaba la vida de la madre y del feto. En agosto escribía ella misma a su amiga Maruja que cuidaba de sus hijos en Courmayeur:

«Te voy a contar lo que me ha sucedido. El martes, cuando Nando me estaba reconociendo médicamente, advirtió que, ade­más del embarazo, había un tumor bastante voluminoso. Pensa­mos que era un quiste ovárico. Fui al profesor Vitali y, aunque él nos confirmó nuestras sospechas, nos dijo que era mejor esperar quince días [. .]. Aquel día por la mañana comencé a notar hemo­rragias. Me acosté rápidamente, me pusieron inyecciones, bolsas de hielo y cesó la hemorragia [...]. Sin embargo persistían los vómi­tos y, aunque el profesor me dijo que podía haber sido una amena­za de aborto, continué embarazada. Pero, más que esperar, es me­jor que me operen en seguida, lo han decidido para la semana que viene».

Le preocupaba más la vida de su hijo que la suya. Antes de la intervención se lo dijo a su marido, al profesor Vitali y a su hermano Fernando: deseaba que en todo momento y en la ope­ración se protegiera siempre la vida del niño y, si fuera preciso, por encima de la suya.

Su marido testimonia las tres alternativas de intervención:

«Una laparotomía total con extracción del fibroma y del úte­ro, que le habría salvado la vida, la interrupción del embarazo con un aborto y extracción del fibroma, que le habría permitido tener otros hijos; la extracción sólo del fibroma sin interrumpir el embarazo».

Juana escogió esta última solución, aunque era la más peli­grosa para ella, porque en aquellos años una intervención como ésta era muy peligrosa para la madre y ella, como médico, lo sa­bía muy bien.

Antes de entrar en el quirófano, el 6 de septiembre de 1961, confesó y comulgó. Siempre había dicho: «Mil veces morir an­tes que ofender al Señor». El operador encontró una masa de fi‑

broma seroso uterino. Extirpó el fibroma sin dañar la cavidad uterina para que pudiera continuar el embarazo, en vez de extir­par la totalidad por los graves riesgos que se reservaría a la ma­dre al estar dos vidas en juego. Juana sabía que una sutura prac­ticada en esa zona durante el cuarto mes de embarazo con frecuencia provoca la rotura del útero con peligro inmediato para la vida de la madre. Al despertar de la anestesia el doctor le dijo: «Hemos salvado al bebé».

Juana era bien consciente de que en su seno llevaba un ser humano por el que merecía arriesgar y hasta dar su propia vida. Y además lo consideraba como un don de Dios, aceptado como sus otros hijos. Volvió a casa y reemprendió la vida habi­tual, consciente de la situación en que se encontraba, pues, con­forme fuera avanzando el embarazo, tendría mayor peligro. Pero no dejaba de sonreír, habiendo tomado como modelo a Teresa de Lisieux en sus palabras: «Amar, sufrir, siempre son­reír». Continuó trabajando hasta pocos días antes del parto.

Un día en que su marido salía para trabajar en la fábrica, le dijo:

«Pedro, te lo ruego, si te ves en la ocasión de decidir entre mi vida y la del niño, te ruego que decidas por la del niño. No por la mía».

Él lo recuerda bien:

«Me sentí incapaz de decirle nada Conocía muy bien a mi mu­jer, su generosidad, su espíritu de sacrificio. Me fui de casa sin de­cir palabra».

Y lo explicitaba así:

«Juana confiaba en la Providencia. La decisión de mi mujer fue el resultado coherente de toda una vida. Una decisión cuyas raíces se encuentran en los años de la infancia. En su familia de origen. En la atmósfera profundamente rehgiosa que le habían proporcio­nado siempre a ella y a sus hermanos No lo hizo porque esperase nada a cambio, ni siquiera para “irse al cielo”. Lo hizo porque se sabía madre Juana era una mujer que sabía disfrutar, en el buen sentido de la palabra, de las pequeñas y grandes cosas que Dios nos concede también en este mundo. No obstante, cuando se dio cuenta de la terrible coincidencia de su embarazo y el desarrollo de un grueso fibroma, su primera reacción, razonada, fue la de pedir que el niño que llevaba en el seno se salvase».

No era fanática, sino amante de la vida, de la suya y antes de la de los demás, por eso era tan sensible a salvar la vida que lle­vaba en sus entrañas. Para ella era tan grave la obligación de dar a luz a su bebé como cuidar de su farrulia. Ante el conflicto que se le había planteado, creía que el ser que llevaba en su seno te­nía los mismos derechos que sus otros hijos Por eso pedía a Dios a la vez que su curación, la salvación de la vida de la hija que deseaba alumbrar para que pudiera vivir.

Continuó con su embarazo y entró en la chnica el 20 de abril de 1962. Al día siguiente, 21, dio a luz a su cuarta hija: Jua­na Manuela. Cuando la tuvo entre sus brazos, la miró cariñosa­mente, con una mirada indecible de sufrimiento porque era consciente de que no podría verla, ni gozar de ella, ni abrazarla más. Le diagnosticaron una pentonitts resistente a cualquier re­medio y comenzaron unos largos días de agonía.

De estos días, contaba Pedro, su marido

«A mediodia del Viernes Santo comenzo su calvario y su marti­rio El Sabado Santo tuvo, y todos nosotros con ella, la alegna de una nueva criatura El cha de Pascua soporto unos sufrimientos te­rribles, al igual que el lunes y el martes despues de Pascua La no­che del martes fue la de su primera agotua, que supero milagrosa­mente gracias a los cuidados de Nando y de Sor Virginia»

Al dolor físico, porque la infección se iba apoderando de ella, se añadía el dolor, aún más fuerte, de tener que dejar huér­fanos a sus hijos. Aseguraba Pedro que

«Fue un dilema cruel, o sacrificar al bebe que llevaba en sus en­trañas o su propia vida, dejando niños sin madre»

Decidieron que los niños no fueran a verla en tal estado, porque además le faltaban fuerzas y ánimos, de tanta pena pen­sando en que no podría volver a verlos. Los dolores abdomina­les se hicieron cada vez más intensos y terribles. Cuando sufrió un colapso, que parecía definitivo, su hermana Virginia le ofre­ció un crucifijo que besó, apretándolo después fuertemente en­tre sus manos

Declaró Pedro:

«Estoy seguro de que, desde ese momento, Juana no interrum­po su coloquio con el Señor Pidio recibir al Señor en la Eucans­tia, al menos sobre los labios, incluso el jueves y el viernes cuando

no podía tragar la Sagrada forma. Y repetía muchas veces: ¡Jesús, te amo, Jesús, te amo!».

El viernes, después de una semana entre la vida y la muerte, entró de nuevo en coma. Decidieron llevarla a casa el sábado a las cuatro de la mañana. En las habitaciones contiguas dormían sus hijos Pedro Luis, Mariolina y Laureta. La recién nacida, Jua­na Manuela, permanecía lodavía en una sala de la maternidad del hospital.

Juana Beretta falleció a las ocho de la mañana del sábado 28 de abril de 1962. No había cumplido aún cuarenta años. Dando testimonio de su fe, como testigo («mártir» se dice en griego) del amor materno. Fue inhumada en el cementerio de Mesero y comenzó a crecer la admiración por ella y su fama de santidad.

El arzobispo de Milán y los obispos de la Lombardía pidie­ron la introducción de la causa de canonización porque Juana era ejemplo de gran actualidad en este mundo donde el derecho a la vida se desconoce o se niega. Y «nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos» Un 15,13). El pro­ceso cognicional, fue celebrado en el arzobispado de Milán des­de el 30 de junio de 1980 hasta el 21 de marzo de 1986, con un adjunto proceso rogacional en Bérgamo (1980-1983). Juan Pa­blo II la declaró venerable, por haber vivido las virtudes heroi­cas como madre de familia, el 6 de julio de 1991.

El milagro para la beatificación, ocurrido el 9 de noviembre de 1977 en un hospital brasileño, precisamente consistió en que una joven parturienta, Lucía Silva Cirilo, sanó por intercesión de Juana Beretta de una septicemia generalizada después de una operación cesárea. Las religiosas del hospital pasaron una no­che encomendando la curación por intercesión de la Doctora Beretta, porque el promotor de ese hospital era su hermano José, también médico y misionero capuchino. El proceso dioce­sano sobre el milagro fue instruido en la diócesis de Grajaú (Brasil). Juan Pablo II dio el decreto sobre el milagro el 21 de diciembre de 1992.

Juan Pablo II fijó la fecha de la beatificación de Juana Beret­ta para el 24 de abril de 1994, durante el Año Internacional de la Familia, y tuvo lugar en la Plaza de San Pedro de Roma. En la ceremonia Juana Manuela Beretta asistió a la beatificación de su

propia madre que le había salvado la vida entregando la suya en sacrificio. Junto a ella estaban también sus tres hermanos con su propio padre, el mismo esposo de la beata.

Pedro Molla declaró a una periodista en esos momentos:

«Mis sentimientos tienen multiples matices de sorpresa, casi de maravilla y de agradecimiento a Dios y de aceptacion jubilosa, ciertamente feliz y singular, de este don de la Divina Providencia, que tambien considero un reconocimiento a todas las innumera­bles madres desconocidas, heroicas como Juana, en su amor ma­terno y en su vida»

En la homilía, al referirse a Juana, el Papa había pronunciado:

«Coronando una existencia ejemplar de estudiante, de mujer comprometida en la comunidad eclesial y de esposa y madre feliz, supo ofrecer en sacrificio su propia vida para que pudiese vivir la criatura que llevaba en su seno y que hoy esta aquí con nosotros [ ] Ella, como medico, era consciente de lo que estaba haciendo pero no se echo atras ante el sacrificio, confirmando de esta mane­ra la heroicidad de sus virtudes»

En una estampa que Pedro quiso regalar a las carmelitas descalzas de Milán con un autógrafo de la beata, Juana había es­crito de su puño y letra: «Señor, haz que la luz que se ha encen­dido en mi alma no se apague jamás».

JOAQUIN MARTIN ABAD

Bibhografla

JUAN PABLO II, «Venerabili Dei Servae Ioannae Beretta Molla Beatorum honores decernuntun>, en AAS 87 (1995) 42 44

RIESE, F DA, Per amore della veta Gaanna Beretta Molla, medico e madre (Roma 1994) GARCIA GARCIA, L , El secreto de Gianna la historia de Gtanna Beretta Molla (Madrid 1994)

Paz Joven, M Juana Beretta de Molla madre, eTosay medico (1922-1962) (Alicante 1993)
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