Les comparto esta Reflexión, de un Sacerdote diocesano.
Pbro. Eduardo Hayen
Ser líder espiritual de un hijo no es opcional, y menos en tiempos actuales. Ante la llegada de un Nuevo Orden Mundial, con toda la ideología consumista y de destrucción de la familia, los hijos necesitan un firme liderazgo espiritual. Estamos entrando a tiempos de oscuridad espiritual y es necesario que los padres mantengan encendido su hogar con la luz de Jesucristo, si no quieren vivir atrapados en las tinieblas del error.
Un general nunca entrenaría a los miembros de su ejército tan descuidadamente como hoy muchos padres educan a sus hijos. Toda milicia cuenta con un plan organizado, con un crecimiento en grados de dificultad progresiva, diseñado para formar soldados para ganar las batallas. Los padres que quieran formar a sus hijos como combatientes espirituales deberán capacitarlos con metas y planes bien trazados.
¿Cuáles son las metas básicas de vida espiritual para sus hijos? Lo primero es tener claro que el propósito de la vida no es tener un título universitario ni un buen trabajo, ni formar una familia. El fin de la vida es la salvación eterna, ir al Cielo para vivir con Dios por la eternidad. Segundo, el único camino para llegar a la meta es Jesucristo. Por tanto Jesús debe ser presentado como el único Salvador, el que tiene palabras de vida eterna, a quien hemos de amar con todo el corazón.
Tercero, hay que tener claro que el bien y el mal no son relativos, y que el hombre es feliz sólo en el camino del bien. El mal y el pecado destruyen a las personas y, tarde o temprano, acaban con la felicidad. Es necesario, por tanto, enseñarles a vivir los diez mandamientos de Dios y de la Iglesia.
Propóngase como cuarta meta el enseñar a orar a su hijo, diariamente. La oración no es sólo para cuando vamos al templo, sino una disciplina en la que hay que ejercitarse todos los días. Quinto objetivo: su hijo debe aprender que somos felices cuando aprendemos a servir a los demás, a semejanza de Cristo. Siempre llevaré el ejemplo de mi madre a quien, desde pequeño, vi en una entrega generosa a los pobres y los enfermos.
Es importante –sexta meta– que su hijo viva en comunión con la Iglesia, que asista a la parroquia, que aprenda la obediencia y el amor al papa, al obispo y al párroco. Séptimo objetivo, introdúzcalo en el amor a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y la Confesión. Los sacramentos son los canales directos de la gracia divina y su recepción frecuente nos fortalece.
En octavo lugar ayude a su hijo a crecer en las virtudes. Propóngase una virtud al año para desarrollar en la familia, por ejemplo la humildad, la generosidad o la amabilidad. Como novena meta ayude a su hijo a ser un testigo de Cristo resucitado en medio del mundo. Es necesario que venza los respetos humanos –el qué dirán– y pierda el miedo de hablar de Dios a otras personas.
Por último, su hijo deberá aprender a descubrir su vocación en la vida. Es erróneo pensar que debe hacer lo que su padre hizo, o que deba casarse porque todos lo hacen. Él deberá descubrir la misión concreta para la que Dios lo llama. Puede ser el matrimonio, la vida sacerdotal o consagrada. Anime a su hijo a descubrir la misión para la que Dios lo creó.
Sin metas espirituales, la educación de un hijo navega a la deriva, y el mar amenaza con ahogarlo. ¿Quiere usted hijos extraordinarios? Sea entonces un padre o madre extraordinario, un líder espiritual a semejanza de Jesús, el buen pastor.