Paz y bien.
Es la primera vez que le "entro" al tema de la familia en la fé por decirlo de alguna manera. Siempre he sentido que no soy miembro de una verdadera familia católica al asistir sóla a misa durante muchos años; al no tener a mis hijos asistiendo a ella y ser casi casi ateos; al ser acompañada desde hace unos meses por mi esposo cada domingo, pero sin entrar al templo, permaneciendo afuera (La capilla a la que asistimos es pequeña y se colocan sillas afuera para los que no caben)
Pero hoy me encontré un artículo que me hizo ver que mi familia es católica porque somos bautizados en la fé y porque aunque un sólo miembro acuda, poco a poco su esfuerzo será recompensado.
Así que me gustaría compartir varios temas al respecto de lo que es una familia católica, el modelo que deseo para la mía.
Dicen que hay que poner los ojos en lo alto para poder alcanzarlo.
Empiezo con el artículo que me devolvió la fé, cuando estaba a punto de botar la toalla.
Una familia católica
Autor: Manuel Pérez | Fuente: Catholic.net
Se puede afirmar que una familia es cristiana cuando alguno de sus miembros hace presente a Cristo en ella
Supongamos una familia muy deteriorada, con graves problemas de diverso tipo. Si en ella uno de sus miembros quiere hacer presente a Cristo en ella, y persevera en este esfuerzo, la irá transformando por la Comunión de los Santos.
Ese miembro de la familia sabe que por sí solo, nada puede. Pero que unido a Cristo, todo lo puede alcanzar. Y que la vía para ser otro Cristo es practicar la oración personal y frecuentar los sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía.
Un cristiano que reza, que quizá a imitación de Cristo se levanta a primera hora de la mañana y dedica un tiempo a hablar con Jesucristo de su vida, de su familia, es un foco de evangelización de su familia. Un católico que busca tener una cada vez más intensa vida eucarística –asistiendo a la Santa Misa, si es posible a diario, acompañando al Señor en sagrario físicamente o con el corazón, o diciendo comuniones espirituales en su interior–, por fuerza santifica su familia. Porque la lucha por ser santo, siempre es una oración a Dios por los que le rodean: su esposo, sus hijos.
Pero el cristianismo no termina en la práctica de la oración y de los sacramentos. Lleva a conocer la doctrina cristiana, a asimilarla, a ponerla en práctica. A vivir todas y cada una de las virtudes humanas (la sinceridad, la generosidad, la laboriosidad, la alegría y otras muchas), las virtudes morales (la prudencia, que es la principal, y también la justicia, la fortaleza y la templanza), y las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), entre las cuales destaca la virtud más perfecta, que es la caridad.
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