Mujeres en la historia de la Iglesia.

Conocer la historia de la Iglesia es conocer la historia de nuestra familia en la fe. Es en la Iglesia donde nacimos a la vida divina, a la vida de fe. Es la Iglesia la que, como Madre, alimenta nuestra fe en la liturgia y en los sacramentos. La historia de la Iglesia es un entramado de hechos humanos y divinos, en donde la silenciosa acción del Espíritu Santo se combina eficazmente con la palpable libertad de los hombres. Por estos motivos las claves para discutir los temas en estos foros son: en función de su tarea santificadora y evangelizadora, que a pesar de los errores de sus hombres, su doctrina se ha mantenido incólume. Al interpretar los hechos hay que considerar el contexto histórico y recordar que la Iglesia es experta en humanidad

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Mujeres en la historia de la Iglesia.

Notapor Angy_29 » Dom Ago 07, 2011 8:34 am

Me pasaron una página en la que habla de varios aspectos en la historia de la Iglesia. Aquí iré transcribiendo la parte donde habla de las mujeres en la historia de la Iglesia, de las cuales existen varias, y si tienen aportes adelante.

"Aparte de comenzar, por supuesto, alabando a la más extraordinaria de todas, de la cual quiso Dios hacer depender toda la economía de la salvación y cuyo Fiat! en la Anunciación fue decisivo, esto es la Santísima Virgen María, hay que recordar en primer lugar a las mujeres que estuvieron en torno de Nuestro Señor, varias de las cuales, según testimonio del Evangelio “le asistían con sus riquezas” y mantenían al grupo apostólico que iba a cambiar la faz de la Tierra. Descuellan entre todas las dos hermanas de Betania, María, a quienes unían estrechos lazos de amistad con Jesús. No es el lugar aquí de disquisiciones críticas sobre si la primera es efectivamente la misma que María Magdalena, según una tradición que se remonta al papa Gregorio I el Grande. Lo cierto es que la Magdalena, cuya fiesta se celebra el 22 de julio, es la mujer más importante del Nuevo Testamento después de la Madre de Dios, junto a la cual estuvo al pie de la Cruz, y mereció ser llamada desde la Edad Media la Apostola Apostolorum, ya que, siendo el primer testigo de la Resurrección, fue ella la encargada de comunicar a San Pedro y a los demás apóstoles el hecho fundante de nuestra Fe. De hecho, el culto de Santa María Magdalena ha sido siempre muy popular e importante. Aquí, por supuesto, hay que decir a propósito que todas esas ficciones novelescas que últimamente corren por cuenta de esta extraordinaria mujer carcen de todo valor histórico y hasta literario. Otras mujeres del círculo próximo a Jesús: María de Cleofás o de Alfeo, María Salomé, Juana, etc., a las que los Evangelios nombran expresamente. Como se ve, no fue Cristo misógino ni mucho menos. Es más, los comien-zos de la Iglesia están marcados por la presencia femenina, que San Lucas considera digna de mención al describir a la comunidad cristiana naciente: Los Apóstoles y demás discípulos “perseveraban en la oración” y junto a ellos “las santas mujeres y la madre de Jesús con sus hermanos”.

En los Hechos y las Epístolas se citan los nombres de varias mujeres que colaboran activamente en los trabajos apostólicos y la tradición romana ha conservado el nombre de las primeras testigos del Evangelio: Práxedes, Pudenciana, Domitila, Prisca, Petronila, Sabina… Las Letanías de los Santos, monumento antiguo de la piedad traen los nombres de las primeras mártires y vírgenes cristianas, cuyo culto fue muy difundido: Águeda, Inés, Cecilia, Catalina y Anastasia. A estos nombres hay que añadir los de Santa Tecla (mencionada en las letanías por los agonizantes), Santa Liberata; Santa Martina, diaconisa y mártir, titular de una importante iglesia romana, y Santa Susana, sobrina del papa San Gayo.

Santa Elena Augusta, madre del emperador Constantino, fue decisiva en la conversión de su hijo y la cristianización del Imperio, además de ser la descubridora de la Vera Cruz. Otras emperatrices que tuvieron destacada influencia en el desarrollo del Cristianismo fueron: Santa Pulqueria Augusta, de la familia de Teodosio el Grande y esposa de Marciano, gracias a la cual en gran parte se convocaron los importantísimos concilios ecuménicos de Éfeso y Calcedonia, y Eudoxia, mujer de Valentiniano III. Vírgenes célebres de la Antigüedad cristiana: Santa Paula y su hija Santa Eustoquia, amigas de San Jerónimo y protocenobitas en el monasterio que fundaron en Belén; Santa Macrina, hermana de San Basilio el Grande y San Gregorio Niseno; Santa Sinclética, noble alejandrina del siglo V.

Pasando a la Edad Media, hay que recordar que en el origen de la conversión de jefes bárbaros y sus tribus con la consiguiente cristianización de las nuevas naciones se rastrea la influencia de mujeres. Así: Santa Clotilde, que favoreció la conversión de su marido el rey Clodoveo I y los Francos, haciendo así de la que sería más tarde Francia (la antigua Galia Transalpina); Santa Olga de Kiev, princesa ucraniana, abuela de San Vladimir a quien hizo convertirse y con él a la Rus, origen del pueblo ruso. Benefactora del Pontificado Romano: la condesa Matilde de Toscana, que incrementó con sus donaciones territoriales el Patrimonio de San Pedro. Reinas y monjas medievales que ilustraron la Iglesia: Leonor de Aquitania, Santa Isabel de Hungría, Santa Isabel de Portugal, Blanca de Castilla, Santa Eduvigis de Polonia (que hay dos, una de ellas, joven princesa extranjera, decidió casarse con el príncipe Jagelón de Polonia, pagano y cabeza de un pais pagano, con el fin de convertirlo, y como consecuencia convirtió a todo aquel pais eslavo, que siglos después daría incluso un Papa a la Iglesia), Santa Gertrudis la Magna, Santa Matilde, Santa Hildegarda de Bingen (la monja más culta de la Historia sin discusión), Santa Liduvina. De abadesas como la famosa de las Huelgas, que tenían más potestad eclesiástica que muchos obispos, estuvo llena la edad media, cosa que muchos historiadores olvidan. Y una mujer de bajo nivel intelectual pero de gran amor a Cristo, Santa Catalina de Siena, consiguió acabar con el vergonzoso destierro en Aviñón de los Papas. La jugada, que quedó sin rematar, fue concluida por las buenas artes de otra santa mujer, Brígida de Suecia. El Medioevo se cierra con la extraordinaria figura de Santa Juana de Arco, liberadora de su pueblo contra el invasor cual nueva Judith de Betulia.

Vayamos a la Edad Moderna: En el plano temporal, sin duda destacar a Isabel la Católica por su lucha contra el Isám, pero desde un punto de vista más espiritual, como favorecedora, junto con el cardenal Cisneros, de la reforma de la iglesia en España (lo que produjo entre otras cosas que en nuestro pais no se difundiese tanto el protestantismo, pues la reforma ya se había producido); Lucrecia Borgia, única mujer que ha tenido un puesto de gobierno de alta relevancia en el Vaticano (goberna-dora de los estados pontificios), por ser familia del Papa Alejandro VI, y cómo no recordar a Vittoria Colonna, Anna Borromeo y Cristina de Suecia. En el plano espiritual, sin duda figura decisiva fue Teresa de Jesús, reformadora del Carmelo, mística y literata; Santa Juana de Francia; Santa Juana María Frémiot de Chantal; Santa Luisa de Marillac; Santa Rosa de Lima, primera flor de santidad en el Nuevo Mundo, y Sor María de Ágreda, confidente del rey Felipe IV de España.

En tiempos más recientes, después de la Revolución Francesa, la recristianización de la sociedad se debió, en buena parte, a la multitud de fundaciones de congregaciones religiosas femeninas, cuyo número -según el dicho popular- es una de las tres cosas que ignora hasta el Espíritu Santo. El violentisimo ataque jansenista, que tanto desasosiego dejaba en las almas, fue en parte remediado por la devoción al Sagrado Corazón, que se difundió a partir de las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. En otro ámbito, la Iglesia se abrió paso en el mundo protestante americano, fuertemente anticatólico en esta época, gracias a intrépidas religiosas como Santa Elizabeth Setton y Santa Katherine Drexel, apóstola y valedora de los afroamericanos. En España, el siglo XIX es dominado por la influencia de dos monjas: la Madre Sacramento y Sor Patrocinio (la monja de las Llagas), consejera espiritual de Isabel II que poco se dejó aconsejar.

Santa Teresita del Niño Jesús, cuya vida de claustro fue aparentemente insignificante, es nombrada por Pío XI patrona de las misiones: tal es la influencia que atribuye el Papa a su poderosa intercesión. Otra Teresa, la Beata Madre de Calcuta, es, sin duda, la figura femenina más descollante del siglo XX como heroína de la caridad, junto con la intelectual Santa Teresa Benedicta Stein, profesora universitaria, escritora fecunda y después mártir del nazismo y hoy copatrona de Europa. Por otro lado, el mensaje de una monja polaca, Santa Faustina Kowalska, favorecido por el Papa Juan Pablo II, ha hecho que la devoción a la divina misericordia se extienda rapidísimanente a toda la Iglesia, de un extremo a otro. Cómo no recordar también a Chiara Lubich, fundadora de un movimiento de hombres y mujeres extendido por todo el mundo, y de gran importancia en la Iglesia contemporanea, la cual ha querido que su fundación esté siempre gobernada por mujeres. Y hablando de movimientos, el más grande de ellos en toda la Iglesia, y que puede gustar más o menos pero que objetivamente ha producido el mayor número de sacerdotes y religiosas en los últimos decenios, el Camino Neocatecumenal, cuenta en su fundación y gobierno con el papel fundamental, junto a Kiko Argüello, de una mujer, Carmen, con la que Kiko cuenta para todo.
El etcétera sería largo, baste como muestra este botón."


Aquí la página, para los que gusten revisarla.
http://www.historiadelaiglesia.org/2008 ... toria.html
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Angy_29
 
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Re: Mujeres en la historia de la Iglesia.

Notapor Angy_29 » Lun Ago 08, 2011 2:38 pm

SOR JUANA DE LA CRUZ, DE CUBAS DE LA SAGRA, UN CASO SINGULAR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA ESPAÑOLA

"Esta insigne mujer, aclamada por el pueblo como santa y doctora, nació el 3 de mayo del año 1481, a unos 14 kilómetros de Cubas, en Azaña (hoy Numancia de la Sagra), en la Comarca de la Sagra de Toledo.Cuando cumplió los quince años, su familia le preparó un matrimonio con un caballero rico; y entonces Juana, vistiéndose con el traje de un primo huyó de la casa paterna para realizar su deseo de consagrarse a Dios en el Beaterio de Santa María de la Cruz, que ella convertirá en Monasterio. Sus familiares fueron a buscarla, pero viendo su determinación, su padre le dio el consentimiento. Allí profesó al año siguiente con el nombre de Juana de la Cruz.

Hacia los 26 años comenzó a mostrarse en ella el carisma de la predicación. Durante trece años predicará con permiso de los superiores, “para fortalecer la fe de los sencillos” y llamar a todos a la santidad, acudiendo a escucharla los grandes personajes de la época: el Gran Capitán, el Cardenal Cisneros, don Juan de Austria y el propio emperador Carlos V. Su magisterio caló hondo durante siglos en el alma del pueblo y en la más fina espiritualidad de los conventos de todas las familias franciscanas. Es de destacar su influencia en las más celebres clarisas del siglo XVII, como Jerónima de la Asunción, Luisa de Carrión, Juana de San Antonio y la concepcionista Sor Maria de Jesús de Ágreda. Parte de su predicación está recogida en un manuscrito llamado “El Conorte”, que contiene 72 sermones suyos.

Obtuvo para el Convento de Cubas de la Sagra del Cardenal Cisneros un extraño privilegio, esto es, el del “beneficio” de la de la parroquia aneja al convento (que también fue elevado a “monasterio”), de modo que la potestad sobre dicha parroquia pertenecía a la abadesa y el que hasta entonces había sido párroco en realidad quedaba como capellán. Dicho privilegio, sin duda extraño en aquel siglo (en la Edad Media) no era tan extraño) debió causar desasosiego en algunos eclesiásticos y de hecho, poco después de la muerte del Cardenal Cisneros, algunos de dichos eclesiásticos intentaron privar a las monjas de Santa María de la Cruz del beneficio de la parroquia argumentando que “las mujeres, aunque fuesen religiosas, no eran suficientes para tener cura de almas”, a lo que ella respondió pidiendo una bula papal que la confirmara “persona suficiente para estar en el servicio del curato por el Monasterio”. A partir de esta petición, comenzaron una serie de intrigas en el monasterio, sin duda azuzadas por clérigos de fuera con la colaboración de algunas monjas de la comunidad, con el fin de que los superiores franciscanos destituyesen a sor Juana. Se consiguió dicha deposición, que culminó con el nombramiento como abadesa de la subpriora, la que más había intrigado contra sor Juana, como suele ocurrir en estos casos. Pero Dios, que hace justicia a los suyos, consiguió que pronto fuera sor Juana de la Cruz restituida a su puesto de superiora (y párroco), que llevó hasta su muerte.

Murió el día 3 de mayo de 1534. Enseguida fue proclamada santa por el pueblo, llegando a recibir culto público. Tras el Concilio de Trento, al no poder ser reconocida su santidad por “culto inmemorial” por no cumplirse los cien años que marcaban los decretos de Urbano VIII, hubo de seguir el camino normal. Fue declarada Venerable. Los escritos fueron la causa de la paralización del proceso, reemprendido en dos ocasiones, y una vez más en la actualidad. El Monasterio de Santa María de la Cruz, en Cubas de la Sagra (provincia de Madrid, diócesis de Getafe), es reconocido popularmente como el “Convento de Santa Juana” y es centro de peregrinación para todas las gentes de los pueblos de alrededor, de la comarca de La Sagra e incluso de lugares más lejanos. Contiene hoy en día la tumba con los restos de Sor Juana, que fueron quemados y dispersados durante la persecución religiosa española de los años 30, como si tales restos pudieran hacer algún daño al bien del progreso laico, pero que posteriormente se encontraron en los 80 y fueron colocados en la hermosa urna que hoy se venera en el templo de las religiosas"

Si alguien tiene más información sobre ella, este es el momento de compartirlo ;)
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Angy_29
 
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Re: Mujeres en la historia de la Iglesia.

Notapor Angy_29 » Sab Ago 13, 2011 2:10 pm

LA FASCINANTE MATILDE DE CANOSA, DEFENSORA DE LA LIBERTAD DE LA IGLESIA

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"Muy probablemente una de las mujeres más extraordinarias de todos tiempos, Matilde de Canosa, que se vio metida de lleno en la lucha de la Iglesia y el Imperio, supo llevar a cabo su misión sin pensar en sí misma ni en sus intereses particulares, sino más bien al contrario mostrando haber comprendido muy bien el sentido profundo de la vida que debería tener todo verdadero cristiano.

Como indómita y orgullosa guerrera la presenta el monumento de Lorenzo Bernini, colocado sobre su tumba, que se halla en la Basílica de San Pedro del Vaticano. No hay que olvidar por otro lado que el nombre, Matilde, de origen germánico, significa, precisamente, "potente en la batalla", y se puede decir que, en su caso, el nombre fue auténticament profético. Efectivamente la importancia de esta mujer fue determinante en la historia de Italia, de la Iglesia y de Europa, aunque para valorar adecuadamente su papel en la historia hay que separar la realidad de las leyendas que rodean su figura, lo que no siempre es fácil.





Pero, ¿Quién era Matilde de Canosa?

Matilde de Canosa nació en el seno de una poderosa familia cristiana. Su padre, el marqués Bonifacio, era señor de un territorio de grandes dimensiones que se extendía en Italia desde la precordillera de los Alpes brescianos hasta el Lacio septentrional, por abajo. Siendo ella una niña, en el año 1052, el marqués fue asesinado, cuando estaba cazando en una de sus tantas florestas próximas al Po. Corrieron diferentes conjeturas sobre el motivo de su muerte, pero nunca se logró conocer la verdad. El hecho es que dejó el gobierno de sus tierras en manos de las dos mujeres de su casa, Beatriz y Matilde.


Asesinado Bonifacio, las dos mujeres se sintieron muy solas, en apuros con su vasto dominio, que reunía gran diversidad de lenguas, costumbres, formas de gobierno y sociedades, que contribuían a formar un verdadero mosaico, que se había mantenido unido hasta entonces casi exclusivamente debido a la férrea voluntad del padre de Matilde. La esposa del marqués era de sangre alemana, prima del rey emperador, y regresó con su hija a Lorena, su patria de origen, donde permanecieron un tiempo, mientras la pequeña crecía. De vuelta en Italia, hubo muchos problemas que enfrentar. En lo personal, Matilde deseaba convertirse en esposa de Cristo. Muchos nobles y reyes medievales compartieron su mismo deseo de relación de la vida activa y la contemplativa, una anticipación del Paraíso en la tierra, un deseo de terminar la propia existencia en los claustros monacales iluminados desde lo alto, circundados de bellas columnas en su espacio cuadrangular, resonantes de cantos, atravesados por religiosos absortos en Dios. Durante siglos este fue un gran deseo de los gobernantes piadosos. Muchos terminaron efectivamente así sus días.

Aunque el deseo de Matilde era este ante que ningún otro, las cosas se encaminaron de forma muy distinta: Gregorio VII la había disuadido de entrar en el convento, en los mismos años en los cuales reprochaba al abate de Cluny haber acogido como monje al rico duque Hugo de Borgoña. "La caridad no va en busca de la satisfacción personal"; ésta fue la frase lapidaria que Gregorio opuso a quienes, entre los poderosos, daban la espalda al mundo en que tenían grandes deberes pendientes, para refugiarse en el sosiego monástico. A cambio, pues, ella que se había convertido en una bella joven, debía contraer matrimonio con Godofredo el Jorobado, un hombre feo y deforme que la hizo sumamente infeliz. Esta solución había sido inducida por razones políticas, como sucedió más tarde con el segundo marido, Güelfo de Baviera. También esta experiencia fue triste para Matilde, que se encontró desposada con un joven de 16 años cuando ella ya rondaba los 40. Ambos matrimonios fracasaron.

Pero esta situación pareció ser nada en comparación de los problemas que surgían en sus territorios, fruto de la caída del sistema feudal, que generaría lo que hoy conocemos como el cambio de la baja hacia la alta edad media, y a la guerra de las investiduras que luego explicaremos. Desde que Bonifacio se había convertido también en duque de Toscana, el territorio de los Canossa estaba apretado como en una gran prensa, entre el norte germánico y Roma, peligroso cojín que podía desempeñar funciones de intermediario, o bien ser empujado a pronunciarse por una de las partes, en caso de conflicto. Y este conflicto acababa de comenzar... Por lo que Matilde se puso de parte de Roma, convirtiéndose en la única noble de importancia que prestó apoyo al papado en la difícil situación que se iba a desarrollar.

Cuando accedió al trono de San Pedro el Papa Gregorio VII, quiso ordenar dos graves problemas que estaban decayendo cada vez más y arrastrando a la Iglesia consigo: la inmoralidad, y la simonía (pecado mortal en que incurre quien compra o vende favores religiosos como sacramentos o cargos eclesiásticos). En los años 1074 y 1075 San Gregorio renovó los edictos contra la incontinencia de los clérigos y la simonía que ya los papas anteriores habían establecido, y condenó también la investidura laica, deponiendo al clérigo que la recibía, y excomulgando al príncipe que la impartía. Pero por lo pronto, el emperador Enrique IV, no estaba dispuesto a renunciar a lo que consideraba un derecho de la corona, y desafiando el Papa, en 1075 confirió el arzobispado de Milán al clérigo Tedaldo. Esto provocó el largo conflicto entre el monarca y el Papa que concluyó con el arrepenrimiento del primero y el peerdón del segundo, ocurrido en enero de 1077, precisamente en el castillo de Matilde, en Canossa.

En los años siguientes, el rey derrotó a los rebeldes alemanes y preparó sus defensas de tal forma que cuando reanudó las hostilidades hacia el Pontífice, y éste hubo de excomulgarle y deponerle de nuevo, nadie se movió contra él y pudo reunir una asamblea eclesiástica en Alemania, donde se destituyó a Gregorio VII y se nombró un antipapa, Clemente III, a quien Enrique IV instaló por la fuerza de las armas en Roma el año 1084, siendo coronado emperador por él a continuación. Mientras tanto el Papa se recluía en Castel Sant’Angelo. Con los simoníacos y el poder temporal en contra, el Santo Padre encontró muy pocos fieles poderosos que le apoyaran, y Matilde fue una de ellos.

Un sabio del círculo de Matilde, Bonizone di Sutri, la pone a ella como ejemplo para los otros guerreros nobles alineados en el bando del pontífice: "Ved a Matilde, excelsa condesa, verdadera hija de San Pedro. Ella, no menos que un hombre, y sin preocuparse por todo lo que la rodea, está dispuesta incluso a morir antes que traicionar su compromiso de observar la ley de Dios". Aunque se comprometió en tantas acciones militares, nada demuestra sin embargo que las haya afrontado con encarnizamiento. Los propios autores del bando opuesto no se refieren a ella como a una mujer feroz, dedicada a la guerra, y lo habrían hecho si hubieran tenido un pretexto para ello, porque no escatimaron insultos dirigidos a su persona. Es, sin embargo, hermosa la dedicación y sacrificio que puso en esto: "Matilde misma organiza a sus tropas en la guerra y permanece al frente de ellas. No la amedrentan las noches ni el frío, no le hacen abandonar a sus hombres", escribía Rangerio, autor de la Vita de Sanselmo da Lucca.

Al culminar la guerra en el año 1092, Matilde estaba en los montes, trasladándose de una fortaleza a otra, donde se encontraba más segura, reforzando sus defensas, mientras en la vasta llanura del norte el emperador la desarmaba con sus tropas y trataba de vencerla en batallas campales. En medio de tantas adversidades le quedaron pocos amigos, como Anselmo de Aosta y otros de su estatura, para sostenerla. Con las principales ciudades toscanas en rebeldía, Florencia, ferviente sostenedora de la necesaria reforma eclesiástica, le fue fiel. Y he aquí que todo, casi de repente e inesperadamente, se tornó a su favor. Los clarines que tocaban la retirada resonaron en ese mes de octubre de 1092 en la vasta llanura bajo la fortaleza de Monteveglio. Enrique abandonó el campo de batalla.

En el año 1111, Matilde ya se aproximaba a la muerte y la guerra todavía no había terminado del todo. En Roma se derramó sangre nuevamente, y no se llegó a una solución. El tratado de Worms, de 1122, en que se llegaría a un acuerdo entre las partes, todavía estaba lejano. Aun cuando, probablemente, ya no se esperaba un encuentro armado, parecido al de otro tiempo, Matilde ya veía transcurrir sus últimos años de vida sin que todo ese conjunto desgastante de disturbios, de guerras, de violencia de toda índole, prometiera un cambio. Por lo tanto, la proximidad de la muerte y una turbadora sensación de no haber podido hacer lo suficiente debían de entristecerla, quizá más aún que las derrotas y las injurias sufridas en el pasado.

Al culminar la guerra contra el emperador, Matilde se encontró privada del apoyo de muchas personas autorizadas que antes habían estado junto a ella: esas personas ya no vivían. A esto debemos agregar los dos matrimonios que duraron unos pocos años, y su condición de mujer no casada. Los simpatizantes del emperador le echaban en cara que, siendo mujer, se inmiscuyera en cosas más grandes que ella. No escatimaban insultos, reiterados e hirientes. Incluso entre los sostenedores de su causa no faltaban quienes no aceptaban el gobierno y el alto protagonismo de una mujer sola, no unida a un hombre con el vínculo matrimonial. Este mismo hecho la expuso a sospechas y acusaciones difamatorias sobre sus relaciones con el Papa Gregorio y con Anselmo, el obispo de Lucca, expulsado de su ciudad y refugiado junto a ella; hasta el punto de que Anselmo sintió la necesidad de defender su buena reputación. En el Libro contra Viberto (el antipapa), llega a expresarse de este modo: "no busco en ella (Matilde) nada terrenal ni carnal, sino que día y noche sirvo a mi Dios manteniéndola fiel a Él y a mi santa madre Iglesia, que me la ha confiado".

Matilde se retiró a vivir sus últimos días a un pequeño y perdido pueblo del cual era su señora, lejos del poder y las cortes, pero próximo al monasterio más grande construido por su familia, San Benedetto di Polidore, donde una multitud de religiosos rezarían incesantemente por ella. Le otorgó concesiones, beneficios y favores al célebre monasterio; en el que se abandonó y apoyó por completo, temiendo por la salvación de su alma. En este monasterio benedictino cincuenta monjes, incluido el abate, habían hecho la solemne promesa de celebrar hasta el fin de este mundo el aniversario de la muerte de Matilde. Poco tiempo después, la enfermedad (gota) la inmovilizaría definitivamente, aliviada sólo por las plegarias de los numerosos cofrades del vecino monasterio paduano y de aquellas iglesias a las cuales no cesó de hacer donaciones. Encontró fuerzas sin embargo para resistir por siete meses, mientras se preparaba para comparecer ante el tribunal de Dios. Había dado órdenes de que se le construyese, justo frente a la habitación donde estaba su lecho, una pequeña capilla dedicada al apóstol Santiago. Allí, tendida en su lecho de dolor, podía escuchar y ver al religioso que celebraba los oficios divinos.

En esos últimos meses, Matilde había honrado al Apóstol Santiago y a muchos otros santos, para serenarse en el último trecho que le quedaba por recorrer, con la mente fija en la muerte, en el recuerdo de los pecados, en la fragilidad del ser humano que la atroz enfermedad había puesto a prueba. Noche y día – continúa – se dedicaba a los salmos y a toda la liturgia, con un amor creciente; era una experta en eso, rebosante de espíritu religioso. En esto la asistían los clérigos más sabios; no había obispo que se preocupara tanto por los hábitos y los vasos destinados al culto. Había combatido mucho por Dios; ahora, finalmente, después de la victoria, vivía la paz. Hasta que, en julio de 1115, el obispo de Regio le hizo besar el crucifijo, y ella, tendida sobre su lecho de sufrimiento, entregó su alma al Señor".
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Mujeres en la historia de la Iglesia

Notapor AnnaS1970 » Mar Feb 28, 2012 11:09 am

Estos ultimos días con la elección del nuevo Papa han surgido una serie de preguntas acerca del futuro de la Iglesia Católica. Una de estas cuestiones afecta directamente al papel de las mujeres. Personalmente apoyo la igualdad de la mujer en todos los ámbitos, también en la Iglesia, pero esto parece muy complicado, aunque sería justo que así fuera.
¿Qué opinan las mujeres?
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