El Laberinto

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El Laberinto

Notapor VictorSL » Lun Jun 10, 2013 11:53 pm

Pbro. Eduardo Hayen.

En la catedral de Chartres, en Francia, existe un gran laberinto de círculos concéntricos pintado sobre el suelo del templo que ocupa todo el ancho de la nave central. Antiguamente los devotos católicos que no podían ir como peregrinos a Jerusalén, recorrían simbólicamente, de rodillas en ese laberinto, recitando el salmo 50 y con una vela encendida, la distancia que había recorrido Jesús por la Vía Dolorosa. La meta del recorrido penitencial era llegar al centro que representaba la Jerusalén Celestial o el Paraíso del Apocalipsis.

Chartres no es la única catedral gótica que tiene laberinto. Existen otras en el norte de Francia. Los laberintos son de origen pagano. Existían en Egipto, Grecia y algunas partes de Asia. Su creación se debe a antiguos mitos relacionados con la necesidad de atraer y encerrar a las fuerzas de las tinieblas para evitar dañar a la población. También simbolizaban la confusión, el caos y el alejamiento de la verdad, así como las órbitas de los planetas que giraban sobre el centro del universo. El más famoso es el de Creta, donde en el centro aparece la figura del minotauro vencido por Teseo.

En la Edad Media los laberintos fueron cristianizados. Al centro se colocaba la palabra “Ecclesia” (Iglesia) o una cruz. Los iniciados en la fe cristiana recorrían el laberinto hasta llegar al centro, considerado espacio sagrado, realidad absoluta o verdad revelada. Para llegar hasta ese punto –signo del encuentro con Dios– había que pasar por la complejidad de los corredores y recovecos, que representaban toda la carga de sufrimientos, luchas y privaciones de la vida. Llegar al centro o salida era participar de la victoria definitiva de Cristo –Teseo– sobre el demonio, minotauro.

La vida contemporánea hoy se parece a un laberinto muy complejo. En la antigua sociedad cristiana, los creyentes sabían que tenían que llegar al cielo, salida del laberinto. Tenían claro que no podían perderse en los rincones oscuros de sus pasiones. Debían vencer en duro combate, con la ayuda de su Señor, a Satanás y sus ángeles. Hoy el hombre no considera que es importante salir del laberinto. Vive cómodo en los pasadizos y no busca llegar al encuentro con Dios como plenitud de su vida.

En las escuelas nos enseñan cómo funciona la gran máquina del mundo y qué hay en sus pasillos, cuánto miden sus distancias y de qué están hechos sus muros. Pero no nos enseñan el arte de vivir la vida para llegar, finalmente, al encuentro con Dios, fin del laberinto. Por esa razón con bastante frecuencia encontramos, entre atajos y caminos, a muchos rostros angustiados y tristes, seres prisioneros del mal que deambulan sin alegría ni deseos de vivir. La sabiduría parece haber desaparecido de sus casas y muchos de ellos viven y mueren como los animales.

El hombre sabio –mucho más raro de encontrar– es el que camina por la complejidad de la vida con el corazón fijo en el encuentro definitivo con Dios. Es el hombre religioso que disfruta el recorrido en el laberinto de la vida pero sin dejar de avanzar a la meta. Mortifica sus pasiones y se abstiene del mal. Es el que se alumbra el camino sólo con la sed de Dios. Y no batalla para llegar a la salida porque lleva la brújula en su alma. Esta es una luz que resplandece en su interior y le ayuda a distinguir el bien del mal. Por esa luz se vive, y se comprenden todas las cosas.

El arte cristiano de las catedrales góticas nos da lecciones de vida. Sus laberintos nos enseñan que sólo llegaremos a la salida si tomamos espacios de silencio para escuchar, en el interior, al Espíritu divino. Ese Espíritu nos hará entender las cosas de Dios y discernir el camino que conduce hacia Él. Que el Año de la Fe vuelva a encender nuestra lámpara interior, y así indiquemos a otros cuál es la última salida de los pasillos oscuros de la vida para descansar en la región de la luz que siempre resplandece.
"el sufrimiento engendra paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espiritu Santo que nos ha sido dado".(Rom 5:3b-5)
VictorSL
 
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