por luis alberto » Sab May 05, 2012 3:16 pm
1.- ¿Cuál es el significado del adulterio del “corazón”, a la luz del sermón de la montaña?
El deseo engaña al corazón humano en relación a la perenne atracción recíproca por parte del hombre hacia la feminidad y por parte de la mujer hacia la masculinidad, llamada del hombre y de la mujer, una llamada que fue revelada en el misterio mismo de la creación a la comunión a través de un don recíproco.
Así cuando Cristo, en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 27-28), hace referencia al 'corazón' o al hombre interior, sus palabras no dejan de estar cargadas de esa verdad acerca del 'principio' con las que, respondiendo a los fariseos (Cfr. Mt 19, 8), había vuelto a plantear todo el problema del hombre, de la mujer y del matrimonio.
2. - ¿A qué se refiere la concupiscencia del hombre?
Definimos el deseo, como actuación de la concupiscencia de la carne también y sobre todo en el acto puramente interior.
El eterno 'femenino' y el eterno 'masculino', incluso en el plano de la historicidad tienden a liberarse de la mera concupiscencia, y busca un puesto de afirmación en el nivel propio del mundo de las personas.
De ello da testimonio aquella vergüenza originaria de la que habla Gen 3.
La dimensión de la intencionalidad de los pensamientos y de los corazones constituye uno de los filones principales de la cultura humana universal.
Las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña confirman precisamente esta dimensión
El noveno Mandamiento pide vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y en los deseos. La lucha contra tal concupiscencia pasa a través de la purificación del corazón y la práctica de la virtud de la templanza. (Compendio CEC. 527)
3.- ¿Cuál es el significado de la vergüenza originaria?
La vergüenza brota en el corazón del primer hombre, varón y mujer, juntamente con el pecado. En Gen 3, 7 se habla de la vergüenza recíproca del hombre y de la mujer, como síntoma de la caída, la vergüenza en ese momento toca el grado más profundo y parece remover los fundamentos mismos de su existencia, la necesidad de esconderse indica que en lo profundo de la vergüenza observada recíprocamente, como fruto inmediato del árbol de la ciencia del bien y del mal, ha madurado un sentido de miedo frente a Dios, un miedo antes desconocido, la vergüenza originaria revela de modo particular su carácter: 'Temeroso porque estaba desnudo', tomando conciencia de la propia desnudez. Entonces Dios Yahvéh preguna: '¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol de que te prohibí comer?' (Gen 3, 11).
La 'desnudez' no tiene sólo un significado literal, no se refiere solamente al cuerpo, a través de la 'desnudez' se manifiesta el hombre privado de la participación del don y de los dones sobrenaturales y preternaturales que formaban parte de su 'dotación' antes del pecado. La concupiscencia se explica como carencia, que, sin embargo, hunde las raíces en la profundidad originaria del espíritu humano.
La desnudez que no expresa carencia, sino que representa la plena aceptación del cuerpo en toda su verdad humana y, por tanto, personal. El cuerpo, como expresión de la persona, era el primer signo de la presencia del hombre en el mundo visible. El cuerpo humano llevaba en sí, en el misterio de la creación, un indudable signo de la 'imagen de Dios' y constituye la fuente específica de la certeza de esa imagen, presente en todo el ser humano
4. ¿Por qué en el “segundo” descubrimiento del sexo hay una insaciabilidad de la unión?
El hombre y la mujer no están llamados ya solamente a la unión y unidad, sino también amenazados por la insaciabilidad de esa unión y unidad, que no cesa de atraer al hombre y a la mujer precisamente porque son personas, llamadas desde la eternidad a existir 'en comunión',
El pudor sexual tiene su significado profundo, que está unido precisamente con la insaciabilidad de la aspiración a realizar la recíproca comunión de las personas en la 'unión conyugal del cuerpo' (Cfr. Gen 2, 24).
Subsiste así entre el hombre y mujer una "concupiscencia" de la que hablamos antes, jamás saciada del todo, de la que intentan liberarse en vano por el dominio y avasallamiento mutuos.
5. ¿Son las palabras de Cristo una acusación al “corazón” y una condenación del cuerpo?
En contra de todo maniqueísmo que interpreta las palabras Cristo “El que mira con malos deseos a la mujer de otro, ya está adulterando con ella en el fondo de su corazón. Así que, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo lejos de ti. Más te vale perder una parte del cuerpo que ser arrojado entero a la gehena. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti. Más te vale perder una parte del cuerpo que ser arrojado entero a la gehena” o de San de Pablo "¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rm 7,23-24), acusando al cuerpo de todos los males y fuente de pecado, que , cuando el hombre "mira deseando" y toma conciencia de ello tiende, no a considerar el estado problemático de su corazón, sino a acusar a su cuerpo. Es una reacción constante del hombre sentar a su cuerpo en el banquillo de los acusados como si de una realidad extraña a sí mismo se tratara y sobre la que no tiene ascendencia.
Juan Pablo II afirma de modo claro que esta tradición no puede servir en ningún caso de marco interpretativo adecuado de las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña:
Una actitud maniquea llevaría a un ´aniquilamiento´, si no real, sí al menos intencional del cuerpo, a una negación del valor del sexo humano, de la masculinidad y feminidad de la persona humana, o, por lo menos sólo a la ´tolerancia´ en los límites de la ´necesidad´ delimitada por la necesidad misma de la procreación.
En cambio, basándose en las palabras de Cristo en el sermón de la montaña, el ethos cristiano se caracteriza por una transformación de la conciencia y de las actitudes de la persona humana, tanto del hombre como de la mujer, capaz de manifestar y realizar el valor del cuerpo y del sexo, según el designio originario del Creador, puestos al servicio de la ´comunión de las personas´, que es el substrato más profundo de la ética y de la cultura humana. Mientras para la mentalidad maniquea el cuerpo y la sexualidad constituyen, por decirlo así, un ´anti-valor´, para el cristianismo son siempre un valor no bastante apreciado
Paz y Bien
Luis Prieto
España