por Pablo Nazareo » Lun May 14, 2012 9:54 pm
Participación en el foro 04 - Pablo Nazareo
1. ¿Cómo se entiende la resurrección del cuerpo como la realidad del mundo futuro?
En la resurrección se dará la plena manifestación de nuestra condición de hijos de Dios, que ya es una realidad ahora, pero que será visible sólo hasta entonces (1 Jn 3, 2).
A - Más en detalle, la cuestión es la siguiente:
1.1.- El alma humana, que es inmortal por ser espíritu, debería comunicarle al cuerpo su inmortalidad, haciendo que viviera por siempre. Sin embargo, lo cierto es que el hombre muere y que su cuerpo se desbarata al igual que el cuerpo de las bestias, lo que es lógico en su caso, pues el alma de los animales es perecible. En el hombre, en cambio, la muerte es un absurdo ontológico, solamente explicable por alguna causa ajena a su naturaleza y lo suficientemente grave como para alterar la relación entre los principios sustanciales del hombre, el alma y el cuerpo.
Esa causa es el pecado. Por el pecado entró la muerte a la naturaleza humana.
Al contaminar el pecado al espíritu, principio vital del hombre, afectó el punto preciso en que anima al cuerpo, por decirlo de alguna manera, y se instaló allí, volviéndolo incapaz de comunicar al cuerpo su propia duración junto con la vida.
El pecado no sólo afectó la relación entre los elementos esenciales del compuesto humano desde el punto de vista de su duración, una de cuyas partes quedó sujeta al tiempo como si fuera el cuerpo de un mero animal. También sometió al hombre a la concupiscencia, desordenando caóticamente los dinamismos propios del espíritu y del cuerpo, y haciendo que se confrontaran en todas las áreas de su relación mutua. La condición de persona y el ejercicio de su libertad y de sus facultades quedó así comprometida, viéndose limitada por deficiencias y enfermedades físicas y psíquicas, por los impulsos ciegos del subconsciente y por la herencia genética y cultural.
1.2.- Pero el hombre no sólo es un individuo. Es un individuo sexuado, lo que quiere decir que la persona humana se realiza como varón o como mujer, y que la humanidad completa es la unión de ambos, por ser necesariamente complementarios en todas sus dimensiones, desde la obvia sexual hasta la social en su sentido más amplio, pasando por la afectiva, laboral y cultural.
El desorden causado por el pecado en el individuo también dañó la relación varón-mujer. En lugar de la entrega mutua apareció el mecanismo de dominación/sumisión, con sus secuelas de abuso y de violencia física y psicológica; el amor fué sustituido por el egoísmo; la tendencia al sexo opuesto por el deseo reductivo y cosificante; la atracción que invita a entregarse al otro como persona, por la pasión compulsiva; la mutua complementariedad, por el homosexualismo y por el feminismo de cuño marxista; la admiración a la belleza de la mujer, por su empleo como desencadenante publicitario de un reflejo de compra. Finalmente, el matrimonio --y lo conducente al mismo o sus consecuencias-- se vio afectado por deformaciones y parodias: poligamia, serrallos, unión libre, matrimonio a prueba, divorcio, prostitución, strip tease, table dances, swingers, promiscuidad, pornografía, turismo sexual, el “matrimonio” homosexual, etc.
1.3.- El pecado envenenó asimismo la relación social. Siendo el hombre un “animal político”, como diría Aristóteles, en lugar de la cooperación, de la solidaridad y de la atención a los necesitados, aparecieron la competencia, la guerra, la esclavitud, la trata de personas, la eugenesia, la manipulación, el genocidio, el crimen organizado, etc., volviendo al hombre “el lobo del hombre”, según lo percibió Tomás Hobbes.
B.- Ahora bien, en el momento de nuestro bautismo, el Espíritu Santo transformó nuestra esencia de animales racionales en la de hijos de Dios, incorporándonos a Jesucristo (haciendo que formáramos parte de su cuerpo y participáramos de su misma vida).
Tanto nuestro espíritu como nuestro cuerpo fueron el objeto de una nueva creación, que el Espíritu Santo realizó por medio de su gracia santificante y que trasladó a ambos, espíritu y cuerpo, al plano sobrenatural volviéndolos santos.
El bautismo extirpó el pecado y nos sustrajo de su dominio; pero sus efectos siguen presentes debido a la profundidad y extensión del daño causado por él a nuestra naturaleza. Pegada al hombre nuevo, que es la vida eterna del Señor Jesús en cada uno de nosotros –la cual se manifestará el día de la resurrección--, venimos arrastrando una momia, el hombre viejo, la concupiscencia inoculada por el pecado. Fué crucificado con el Señor Jesús y sepultado en su muerte en el bautismo, pero seguiremos cargando sus restos contaminantes y traicioneros hasta nuestro fallecimiento, último efecto del pecado que deberemos arrostrar.
El período de vida entre nuestro bautismo y nuestra muerte, es pues, el lapso en que la gracia recibida en el bautismo, recuperada por el sacramento de la reconciliación e incrementada por los demás (entre ellos el matrimonio), va eliminando a la vieja momia. Como dice la lección, “el papel de la gracia sacramental es ir quemando poco a poco en nosotros las raíces de la concupiscencia.” Si al momento de nuestra muerte hay aún algunas adherencias de la concupiscencia que no hayan sido eliminadas por nuestra falta de acogida a la gracia, habrá que limpiarse de ellas en el purgatorio.
Lo que realiza la gracia en el hombre durante su vida, quedará manifiesto en la resurrección de los bienaventurados.
1.1.- En la resurrección, el alma volverá a formar su cuerpo de la materia y a darle vida. Pero habrá diferencias con respecto a la concepción, porque en ella el alma empezó a existir, creada por Dios como principio vital del cuerpo que también empezó a existir en ese instante. En aquella ocasión, además, la naturaleza humana estaba ensombrecida por el pecado original, como ya se describió más arriba.
En la resurrección, en cambio, el alma santa estará divinizada por haber contemplado ya “cara a cara” a Dios desde la muerte, a la que llegó redimida por haberse confiado a su misericordia. El alma volverá a formar su cuerpo otra vez, pero en esta ocasión plenamente consciente y de manera definitiva, vibrante de profunda alegría y amor al reconstruir completa su entidad de hombre, a fin de participar también físicamente de la comunión con Dios en la felicidad inmortal, pues será “semejante a Él” (1Jn 3,2) con un cuerpo “incorruptible…glorioso…poderoso…espiritual”, “imagen del hombre celestial” (1 Cor 15 42-44, 48), el Señor Jesús.
De esta manera, el hombre adquirirá la plenitud de su perfección como persona y conocerá su profundidad como tal, descubierta en la comunión íntima con el Creador que la hizo. Por otra parte, si, a pesar de todas las trabas, el cuerpo ya es ahora un instrumento del espíritu, después de la resurrección lo será de manera total y sin límite alguno. Por eso dijo el beato Juan Pablo II, según consigna la Lección de hoy, que “la resurrección significa una nueva sumisión del cuerpo al espíritu” y que “la resurrección consistirá en la perfecta participación de todo lo que en el hombre es corporal a lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la perfecta realización de lo que en el hombre es personal.”
1.2.- Sobre el cambio operado en la relación de pareja después de la resurrección, dice el papa: "Las palabras: ´ni se casarán ni serán dados en matrimonio´ parecen afirmar, a la vez, que los cuerpos humanos, recuperados y al mismo tiempo renovados en la resurrección, mantendrán su peculiaridad masculina y femenina y que el sentido de ser varón o mujer en el cuerpo en el ´otro siglo´ se constituirá y entenderá de modo diverso del que fue desde ´el principio´ y, luego en toda la dimensión de la existencia humana."
En la existencia actual, en efecto, en la relación sexual de los esposos unidos por el sacramento del matrimonio y en estado de gracia, se da en forma simultánea: 1.21) la imagen acabada de la vida íntima de la Trinidad, realizada por los esposos al donarse mutuamente sus personas en el amor; 1.22) la comunión de los dos, en cuanto personas y en cuanto pareja, con la misma Trinidad mediante el ejercicio del sacramento.
En el mundo futuro, después de la resurrección, 1.21 sería inútil, pues la realidad supera cualquier imagen. La unión con la Trinidad en cuanto pareja, de 1.22, tampoco tendría razón de ser, pues la relación de pareja y la unión sacramental se extinguen con la muerte y ya no continúan en el mundo futuro.
Por el contrario, la unión personal con la Trinidad, ya realizada en la unión sexual y en el resto de su vida conyugal por parte de cada uno de los esposos mediante el sacramento del matrimonio en esta vida, adquirirá la plenitud unitiva total con la Trinidad tras la resurrección.
1.3.- La unión íntima de cada resucitado con la Trinidad se dará en el Señor Jesús, por medio de quien somos hijos del Padre (Ef 1, 5), cuyo cuerpo está constituido por la Iglesia (1 Cor 12, 12, 27), es decir, por la totalidad de los redimidos o santos, y de la cual es cabeza y salvador (Ef 5, 23).
En la unión íntima con Dios se descubrirá la profundidad de la unión que cada uno tiene con los demás miembros de la Jerusalén celestial, partícipes todos de la misma naturaleza humana y de la misma condición de hijos de Dios en Cristo. Por eso dice la lección que participaremos “del ´otro mundo´ únicamente a través de la realización de la comunión recíproca proporcionada a personas creadas. Y por esto profesamos la fe en la ´comunión de los Santos´, y la profesamos en conexión orgánica con la fe en la ´resurrección de los muertos´”.
2. ¿Qué significan las palabras de Cristo (Mt 19, 11-12) sobre la continencia por el Reino de los Cielos?
Que, al igual que el matrimonio, se realiza mediante la entrega de las personas por amor. De otra manera no tiene sentido. Sería una castración como la que practicaban los coribantes, un forzamiento social, como en el caso de las vestales, o el equivalente a un sacrificio humano como con la hija de Jefté (Jue, 11)
3. ¿Por qué el texto de la carta a los Efesios (5, 21-33) es la coronación de las verdades de la Sagrada Escritura?
El texto de Efesios 5, 21-33 ofrece otra visión modélica sobre la realidad del matrimonio. No es sólo la imagen de la vida de Dios, unidad en una sola esencia de tres personas distintas, en la que el Padre y el Hijo se donan mutuamente la totalidad de su ser en el amor infinito que los une, como lo deja entrever el Génesis, sino también la unión esponsalicia del Señor Jesús con la humanidad en la Encarnación a fin de convertirla desde la cruz en su Iglesia, mediante la entrega de su misma vida, con el propósito de “santificarla, limpiándola con el lavado del agua en la palabra, para dársela a sí mismo…gloriosa, sin que tenga mancha ni arruga ni nada semejante, sino que fuera santa e inmaculada.”
Las dos visiones concretan su contenido modélico en el mismo mandamiento: “por eso dejará el varón a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne” (Gn 2, 24; Ef 5, 31)
4. ¿Cómo descubre el matrimonio el misterio oculto por las edades (Ef 1, 3-4)?
El texto mencionado dice:
“Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.”
Y el plan de Dios es el siguiente (Ef 1, 10)
“Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.”
No veo ninguna relación directa en este texto con el matrimonio, sino con nuestra vocación a la filiación divina en la persona de Cristo y con su señorío sobre la creación entera, la invisible y la visible.
5. ¿Cómo se relaciona el “lenguaje del cuerpo” con la realidad del signo en la promesa marital?
No entiendo la pregunta.