Conforme avanzamos en el curso, espero que ya podamos ir viendo cómo Juan Pablo II va integrando los conceptos nuevos que nos ha dejado en la Teología del cuerpo. Como se ha podido ver, el vocabulario que usa muchas veces tiene términos nuevos, porque es necesario un nuevo lenguaje que describa la profundidad de esta verdad, custodiando al mismo tiempo el misterio. En esta ocasión, quiero proponerles una retroalimentación al tema del hombre histórico, recordándoles que nuestro objetivo es hacer una aplicación personal del contenido, para lo cual, la comprensión de conceptos es necesaria pero es sólo un medio.
Estamos para servirles,
Effy De Lille.
[RESPUESTAS AL TEMA III] 1
Respuestas al Tema III
El pecado, el deseo y la concupiscencia
1. ¿Cuál es el significado del adulterio del “corazón”, a la luz del sermón de la montaña?
Se le llama adulterio del corazón porque el “corazón” es el yo profundamente interior del hombre donde experimenta las fuerzas del bien y del mal luchando y compitiendo entre sí. El corazón es donde conocemos y experimentamos el verdadero significado del cuerpo, o donde, por la dureza de nuestro corazón, somos incapaces de hacerlo. Las palabras de Cristo no son tanto una condenación del corazón humano, sino un llamado... nos enseñan “cuánto tenemos que profundizar” para cumplir la ley del Evangelio (Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 43:5). “Si el oyente permite que esas palabras actúen en él, podrá oír al mismo tiempo en su interior algo así como el eco de ese ‘principio’, de ese buen ‘principio’ al que Cristo se refirió una vez más” (Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 46: 5).
2. ¿A qué se refiere la concupiscencia del hombre?
La “concupiscencia” se refiere al desorden de las pasiones como resultado del pecado original. Como indica san Juan (1 Jn 2, 16-‐17), la concupiscencia es más amplia que el desorden del apetito sexual, pero con frecuencia se refiere a esto. La concupiscencia viene del pecado, inclina al pecado, pero en sí no es pecado. No “puede dañar a los que no consienten” con ella (Catecismo de la Iglesia Católica, 1264). Sólo peca una persona cuando involucra su voluntad para seguir los impulsos de la concupiscencia. Simplemente reconocer esos impulsos dentro del corazón de uno no es pecado. “La concupiscencia se explica como carencia, que sin embargo hunde las raíces en la profundidad originaria del espíritu humano” (Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 27:2).
3. ¿Cuál es el significado de la vergüenza originaria?
El pudor es “la experiencia fronteriza” entre el hombre original y el hombre histórico. La desnudez que en un tiempo revelaba la participación en la santidad y gracia, ahora revela su pérdida. Ya no vemos al cuerpo como la revelación de la persona y del “don” divino. Se echa la culpa de la ruptura causada por el pecado al cuerpo y a la “diferencia sexual”, pero esto es un “encubrimiento”, prácticamente una excusa para no enfrentarse al desorden del corazón. La vergüenza afecta al hombre y a la mujer en el nivel más profundo “y parece remover los fundamentos mismos de su existencia” (Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 27:1). Desde este momento en adelante, la vergüenza causará “una inquietud fundamental en la totalidad de la existencia humana” (Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 28:3).
4. ¿Por qué en el “segundo” descubrimiento del sexo hay una insaciabilidad de la unión?
“Se rompió esa capacidad originaria de comunicarse recíprocamente a sí mismos” (cfr. Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 29:2). Por su desobediencia, el amor de Dios “expiró” en sus corazones. Nadie da lo que no tiene... La lujuria, entonces, es el
deseo sexual “no-‐inspirado” o “expirado”; eros separado del ágape. La lujuria consiste en un rebajarse al nivel de los animales. Es una “carencia”, una “reducción” de la plenitud original del hombre. La lujuria busca “la sensación de la sexualidad” divorciada de una verdadera comunión de personas (cfr. Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 29:3). Por lo tanto, una unión lujuriosa nunca puede satisfacer los deseos que tiene el corazón de amor y comunión. Esto es lo que Juan Pablo II quiere decir cuando habla de la “insaciabilidad de la unión”.
5. ¿Son las palabras de Cristo una acusación al “corazón” y una condenación del cuerpo?
No. Si hemos de entender el sentido correcto de las palabras de Cristo, tendremos que enfrentarnos con esos “hábitos profundamente arraigados” que brotan del maniqueísmo en nuestra forma de pensar y de evaluar las cosas (Varón y mujer lo creó, Juan Pablo II, 46:1). Esta herejía dualista ha logrado infiltrarse en el pensamiento de numerosos cristianos en mayor o menor grado desde el siglo tercero. La redención no quita las consecuencias del pecado original durante nuestra existencia histórica. Todavía sufrimos, nos enfrentamos, crecemos, luchamos con nuestra debilidad y concupiscencia, etc. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 978, 1226, 1264, 1426). Sin embargo, la realidad de la concupiscencia no nos debe causar tener al corazón del hombre siempre bajo sospecha.