por Esther Lopez » Mar May 29, 2012 6:15 am
1. ¿Cómo se relaciona la redención del cuerpo con “la esperanza cotidiana”?
El ser humano actúa creyendo firmemente que alcanzará la meta que anhela en su interior, la felicidad. Es peregrino, pero en camino hacia algo que desea aunque no lo posea aún del todo. Esta felicidad a la que aspira para el futuro ya está de algún modo presente en la realidad cotidiana de tal manera que ayuda a vivir el presente aunque sea duro y fatigoso. Por tanto, no caminamos a ciegas, saboreamos aquí los frutos que alcanzaremos después y esto motiva el vivir diario en medio de las dificultades.
Hemos sido redimidos íntegramente, también nuestro cuerpo, nuestra sexualidad. Cristo nos da la posibilidad de volver a desear la verdad de nuestro cuerpo, que nosotros aceptamos libremente y, cómo no, desde nuestra fe. De tal modo que, Él nos mantiene el Eco de aquella verdad por encima de nuestro pecado.
La esperanza siempre estará presente porque la humanidad ha sido redimida por Cristo. “Ya desde el primer instante de su caída, el hombre no se queda exclusivamente en el estado de corrupción, sino que ha comenzado a percibir (y los percibe siempre) impulsos velados de la gracia, que le permiten continuar la obra de reconstrucción de la naturaleza de acuerdo con los designios originarios de Dios” WOJTYLA, Mi visión del hombre, 51.
El alimento de nuestra esperanza lo encontramos en el ofrecimiento de Cristo en la Eucaristía.
2. ¿Por qué la anticoncepción atenta contra el progreso auténtico de la civilización?
Toda persona viene a este mundo con un objetivo claro, ser feliz, y nadie tiene derecho a frustrar tal felicidad impidiendo su nacimiento. La humanidad, necesita de todas y cada una de las personas que la forman, de aquellas que vendrán y de aquellas otras a las que se les impide ser engendradas o nacer. Es una humanidad de comunión donde cada uno tiene su lugar, en aras no sólo de su felicidad individual, sino también colectiva. Cada uno de nosotros queremos ser felices en este mundo y eso intentamos día a día. Hemos tenido el privilegio de que nuestros padres estuvieran abiertos a la vida, ¿por qué privar a otros de este privilegio de ser felices? ¿Quiénes nos consideramos, “dioses” que valoran y deciden si una vida debe ser concebida o no?
Esto no es un juego de azar, todos estamos llamados a vivir, y la humanidad necesita de todos.
3. ¿Cómo revela el matrimonio de Tobías y Sara que el “lenguaje del cuerpo” se hace lenguaje de la liturgia?
Cuando Cristo está presente en medio del matrimonio (“donde dos o más están reunidos en mi nombre allí estoy yo…”) todas las acciones que realizan juntos no las hacen como dos individualidades sino como comunión de personas, pero con una presencia mayor, no buscamos el bien que creemos entre los cónyuges con nuestras miras limitadas heridas por el pecado, sino que al tener a Cristo en medio, queremos buscar el bien que Él quiere, no sólo para nosotros como matrimonio, sino como familia, como Iglesia, como humanidad. Cuando buscamos este bien, el hacer la voluntad de Dios también en los actos íntimos, éstos se convierten en un modo de alabanza a Él porque parte del altar nupcial, sagrado, que Dios ha establecido para que los cónyuges sean felices.
4. ¿Cuál es el antídoto contra la “cultura de la muerte”?
Dejar a Dios ser Dios y actuar como “creaturas suyas”, no al contrario. El ser humano quiere eliminar a Dios de la vida y declararse a sí mismo “dios” de la vida y la muerte, decidiendo quién debe nacer o morir según sus criterios limitados, concretos, pero que quiere hacer extensivos a todos.
Dios es el que llama personalmente a cada una de las personas para participar de su misma vida de Amor, de comunión Trinitaria, y quiere que sea reflejo de su amor hacia el hermano, también a través del amor matrimonial. La misión no es poca, ser iconos del amor de Dios ante la humanidad, ¿quién es el que se atreve a privar de tal misión a ninguna de las personas nacidas o no nacidas?
5. ¿Cómo puede ayudar la Teología del cuerpo a cruzar el umbral de la esperanza?
Hemos sido salvados en esperanza, decía san Pablo, una esperanza que nos fortalece para vivir el día a día. Por este motivo, cuando conozco cuál es la verdad de mi cuerpo, entonces decido en libertad vivir coherentemente.
Sirva el siguiente ejemplo. Desde nuestra bella ciudad de Granada (España) contemplamos Sierra Nevada, bella en cualquier época del año. Al verla, mi corazón no puede desear menos que subir y experimentar la plenitud que nos imaginamos que se puede sentir en la cumbre. La subida es dura, cansancio, sed, esfuerzo,…. Pero en mi corazón tengo el eco de lo que se puede sentir (aunque nunca haya subido). Quizás no llegue a experimentar personalmente esa gozada de estar en la cumbre, quizás me tenga que quedar en la ladera debido a muchas circunstancias, pero en mi objetivo, siempre estará aquella meta, llegar a lo alto. No desisto y lo intentaré una y otra vez. Todos estamos equipados para alcanzar la meta, ser felices.
Cristo es el que al redimirme me hace sentir el eco de la plenitud del amor en mi corazón (la cumbre). Este eco es el que me ayuda a buscar cada día, en cada acción concreta la plenitud anhelada, es el que me da fortaleza y esperanza en los momentos difíciles. No me quedo en la acción sino que miro hacia algo mayor.
Cristo, a través su cuerpo y de su sangre entregado por mí, me ayuda a mantener aquél eco. Y cuando tengo la tentación de abandonar porque creo que estoy sólo, o cuando realmente doy la vuelta, rechazando su santa voluntad, Él me ofrece comenzar de nuevo, gracias a su Perdón.
Desear la meta es soñarla, soñarla para pensarla, pensarla para quererla, quererla para vivirla, vivirla para ser feliz.
Dios les guarde.