Invitado especial: S.S. Juan Pablo I (Semana 25 junio)

En esta ocasión, en el curso “Basílicas y Capillas papales”, haremos un recorrido virtual por Roma. Nuestro objetivo religioso es claro: las basílicas y capillas papales, una cada semana, pero al mismo tiempo iremos conociendo Roma y todos los atractivos socioculturales que tiene para el turista.


Fecha de inicio del curso: 7 mayo de 2012

Fecha de finalización del curso: 7 julio de 2012

Periodicidad de envió de las lecciones: semanal

Moderadores: Catholic.net, Ignacio S, hini, Moderadores Animadores

Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor ayga127 » Dom Jun 24, 2012 5:14 pm

Realmente Hini estas cartas son unas joyas, llenas de ternura y escritas desde el corazón.

Carta a Teresa de Lisieux

La alegría, caridad exquisita



Querida pequeña Teresa,

Tenía diecisiete años cuando leí vuestra biografía. Fue para mí una descarga fulminante. "Historia de una florcita de mayo" la habíais definida. A mí me parece la historia de una "barra de acero" por la fuerza de voluntad, el coraje y la decisión que de ella salían. Elegido una vez el camino de la completa dedicación a Dios, nada más os ha cortado el paso: ni enfermedad, ni contradicciones externas, ni nieblas o tinieblas interiores.
Me acordé de ello cuando me llevaron enfermo al sanatorio, en años en los cuales penicilina y antibióticos, no siendo todavía inventados, al paciente se le presentaba, más o menos cercana, la muerte.

Me avengoncé de tener un poco de miedo: "Teresa, de 23 años, hasta entonces sana y llena de vitalidad, me dije, fue inundada de alegría y de esperanza cuando sintió subirle a la boca la primera hemotisis. No sólo, sino, atenuando el mal, obtuvo de llevar a término el ayuno con régimen de pan seco y agua, y tú ¿quieres ponerte a temblar? ¡Eres sacerdote, despiértate, no te hagas el tonto!".

***

Releyéndoos, con motivo del centenario de nacimiento (1873-1973), me impresiona, en cambio, el modo con el cual habéis amado a Dios y al prójimo. San Agustín había escrito: "Vamos a Dios, no caminando sino amando". También vos llamásteis vuesto camino "vía del amor". Cristo había dicho: "Ninguno viene a mí si el Padre no lo atrae". En perfecta línea con estas palabras, vos os habéis sentido como un "pajarito sin fuerza y sin alas"; en Dios, en cambio, habéis visto al águila, que descendía para llevaros a las alturas sobres sus propias alas. Llamásteis a la gracia divina "ascensor", que os elevaba a Dios rápido y sin fatiga, siendo vos "demasiado pequeña para subir la áspera escalera de la perfección".

He escrito arriba: "sin fatiga". Entendámonos: eso, bajo un aspecto; bajo otro, en cambio... Estamos en los últimos meses; vuestra alma avanza en una especie de galería oscura; no ve nada de lo que antes veía claramente. "¡La fe, escribís vos, no es más un velo, sino un muro!". Los sufrimientos físicos son tales que os hacen decir: "Si no hubiera tenido la fe, me hubiera dado la muerte". No obstante eso, continuáis diciendo con la voluntad al Señor que lo amáis: "Canto la felicidad del Paraíso, pero sin sentir alegría; canto simplemente que quiero creer". Vuestras últimas palabras fueron: "¡Mi Dios, yo os amo!".
Al amor misericordioso de Dios os habéis ofrecido como víctima. Todo eso no os impedía de gozar de las cosas bellas y buenas: antes de la última enfermedad, con alegría pintábais, escribísteis poesías y pequeños dramas sacros, interpretando alguna parte con gusto de fina actriz. En la última enfermedad, en un momento de recuperación, pedísteis masitas de chocolate. No teníais miedo de vuestras mismas imperfecciones, ni siquiera de haberos quedado dormida por cansancio durante la meditación ("¡Los niños gustan a las madres cuando duermen!).
Amando al prójimo, os esforzásteis en hacer pequeños servicios útiles pero inobservados, y preferir, tal vez, las personas que os daban fastidio y encontraban menos vuestro genio. Detrás de sus rostros poco simpáticos, buscábais el rostro simpatiquísimo de Cristo. Y no se daban cuenta de este esfuerzo y de esta búsqueda: "Cuanto es mística en la capilla y en el trabajo, escribía a vos la priora, lo mismo es payasa y llena de ideas, hasta hacernos reventar de la risa en el recreo".
Estas pocas líneas, que he trazado, están bien lejos de contener vuestro completo mensaje a los cristianos. Bastan, todavía, para señalar algunas directivas para nosotros.

***

El verdadero amor de Dios se casa con la firme decisión tomada y, si necesario, renovada.

El indeciso Eneas del Metastasio, que dice: "En tanto confundido, en la duda funesta, no parto, no me quedo". No tenía pasta de verdadero amor de Dios.
Más adecuado, tal vez, vuestro compatriota el Mariscal Foch que, durante la batalla del Marne, telegrafiaba: "El centro de nuestro ejército cede, la izquierda se retira,m ¡pero yo ataco lo mismo!". Un poco de combatividad y de amor al riesgo no hace mal en el amor al Señor. Vos lo teníais: no por nada sentísteis en Juana de Arco una "hermana de armas".

En el "Elixir de amor" de Donizetti basta la "furtiva lágrima", salida sobre los párpados de Adina, para asegurar y hacer beato al enamorado Nemorino. Dios no se queda contento sólo con furtivas lágrimas. Una lágrima externa en tanto le gusta, en cuanto a ella corresponde dentro, en la voluntad, una decisión. Es así también con las obras externas: ellas gustan al Señor, sólo si corresponde a ellas un amor interno. El ayuno religioso hasta había hecho exterminio en las caras de los Fariseos, pero a Cristo no le gustaron aquellas caras extenuadas porque encontraba que el corazón de los Fariseos estaba lejos de Dios. Vos habéis escrito: "El amor no debe consistir en los sentimientos sino en las obras". Pero habíais agregado: "Dios no tiene necesidad de nuestras obras sino sólo de nuestro amor". ¡Perfecto!

Con Dios se puede amar un montón de otras cosas bellas. Con una condición: nada sea amado contra o arriba o en la misma medida de Dios. En otras palabras: el amor a Dios no debe ser exclusivo sino prevalente, al menos en la estimación.

Jacob un día se enamoró de Raquel: para tenerla, prestó servicio durante siete años, que "le parecían, dice la Biblia, pocos días, tanto la amaba" y Dios no tuvo nada que decir; más bien aprobó y bendijo.

Rociar con agua santa y bendecir todos los amores de este mundo es otra cosa. Por desgracia, intenta hacerlo hoy algún teólogo, el cual, influido por las ideas de Freud, Kinsey y Marcuse, alaba la "nueva moral sexual". Si no quieren la confusión y el desbande, en vez de a estos teólogos, los cristianos deberían mirar el Magisterio de la Iglesia, que goza de especial asistencia ya sea para conservar intacta la doctrina de Cristo como para adaptarla en modo conveniente a los tiempos nuevos.

***

Buscar el rostro de Cristo en el rostro del prójimo es el único criterio que nos garantiza amar en serio a todos, superando antipatías y meras filantropías.
Un jovencito, escribió el viejo arzobispo Perini, llama una noche a la puerta de una casa: tiene el vestido de fiesta, una flor en el ojal, pero, dentro, el corazón le late fuerte: ¿quién sabe cómo la chica y sus familiares acogerán el pedido de matrimonio que él viene tímidamente a hacer?
Viene a abrir la chica en persona. Una ojeada y el rubor, el placer evidente (falta la "furtiva lágrima") de la señorita lo aseguran; el corazón se le ensancha. Entra; está la madre de la chica; le parece una señora simpatiquísima, hasta le darían ganas de abrazarla. Está el padre; lo ha encontrado cien veces, pero esta noche le aparece transfigurado de una luz especial. Más tarde llegan los dos hermanos; brazos al cuello, saludos calurosos.

Se pregunta Perini: ¿Qué sucede en este jovencito? ¿Qué son estos amores nacidos de golpe como hongos? Respuesta: no se trata de amores, sino de un amor sólo: ama a la chica y el amor dado a ella lo difunde sobre todos sus parientes. Quien ama en serio a Cristo no puede negarse a amar a los hombres, que de Cristo son hermanos. Aún siendo feos, malos y aburridos; el amor los debe transfigurar un poco.

Amor simple. A menudo es el único posible. Nunca he tenido la ocasión de tirarme a las aguas de un torrente para salvar a uno en peligro; muy a menudo me pidieron que prestara algo, que escribiera cartas, que diera modestas y fáciles indicaciones. Nunca he encontrado un perro hidrófobo por la calle; en cambio, tantas moscas y mosquitos fastidiosos; nunca tenido perseguidores que me golpearan; pero tantas personas que me molestan cuando hablan fuerte por la calle, con el volumen de la televisión demasiado alto o, tal vez, cuando hacen un cierto ruido al tomar la sopa.
Ayudar como se pueda, no tomárselo a mal, ser comprensivos, mantenerse calmos y sonrientes (¡lo más posible!) en estas ocasiones, es amar al prójimo sin retórica pero en un modo práctico. Cristo ha practicado mucho esta caridad. ¡Cuánta paciencia al soportar los litigios que los Apóstoles tenían entre ellos! Cuánta atención para dar coraje y alabar: "Nunca encontré tanta fe en Israel", dice del Centurión y de la Cananea. "Vosotros os habéis quedado conmigo también en los momentos difíciles", dice a los Apóstoles. Y una vez pide por favor la barca a Pedro.
"Señor de toda cortesía", lo dice Dante. Sabía ponerse en lugar de los otros; sufría con ellos: protegía, defendía además de perdonar a los pecadores: así Zaqueo, así la adúltera, así la Magdalena.
Vos, en Lisieux, habéis caminado detrás de sus ejemplos; nosotros deberíamos hacer lo mismo en el mundo.

Carnegie cuenta de aquella señora que, un día hizo encontrar a sus hombres, marido e hijos, la mesa bien preparada y adornada, pero con un puñado de heno en cada plato. "¿Qué? ¿Heno nos das hoy?, le dijeron. "¡Oh, no!, respondió, os traigo enseguida el almuerzo. Pero dejad que os diga una cosa: hace años que os hago de comer, trato de variar, una vez el risotto, otra el caldo, ahora el asado o el húmedo, etc. Nunca que digáis: "¡Nos gusta, has sido buena!". ¡Decid, por favor, una palabra, no soy de piedra! ¡No se puede trabajar sin un reconocimiento, un estímulo, para sólo el rey de Prusia!".

Puede ser menuda también la caridad desprivatizada o social. Se está desarrollando una huelga justa: puede ser que ella me provoque disgusto a mí, que no estoy directamente interesado en la cuestión. Aceptar el disgusto, no murmurar, sentirse solidarios con los hermanos que luchan por la defensa de sus derechos, es también caridad cristiana. Poco notada, no por esto menos exquisita.
Una alegría mezclada al amor cristiano. Aparece ya en el canto de los Ángeles en Belén. Forma parte de la esencia del Evangelio que es "alegre novedad". Es característica de los grandes santos: "Un Santo triste, decía Santa Teresa de Ávila, es un triste santo". "Aqui, nosotros, agregaba Santo Domingo Savio, nos hacemos santos con la alegría".

La alegría puede convertirse en caridad exquisita, si comunicada, como justo vos hacíais en los recreos del Carmelo, a los otros.

El irlandés de la leyenda que, muerto imprevistamente, llegó al tribunal divino, estaba no poco preocupado: el balance de la vida se revelaba más bien magro. Había una fila delante de él; se quedó a ver y a oír. Luego de haber consultado el gran registro, Cristo dijo al primero de la fila: "Encuentro que tenía hambre y tú me has dado de comer. ¡Bien! ¡Pasa al Paraíso!. Al segundo: "Tenía sed y tú me has dado de beber". A un tercero: "Estaba en la cárcel y me has visitado". Y así sucesivamente.
Para cada uno, que era enviado al Paraíso, el irlandés hacía un examen y encontraba de qué temer: él, no había dado ni de comer ni de beber; no había visitado ni presos ni enfermos. Llegó su turno, temblaba, mirando a Cristo que estaba examinando el registro. Pero he aquí que Cristo levanta los ojos y dice: "No hay escrito mucho. Pero algo has hecho también tú: estaba triste, desconfiado, envilecido: viniste, me contaste chistes, me hiciste reír y dado entusiasmo de nuevo. ¡Paraíso!".

Es un chiste, de acuerdo, pero subraya que ninguna forma de caridad hay que dejarla de lado o subvalorarla.


***

Teresa, el amor que habéis llevado a Dios (y al prójimo por amor de Dios) fue verdaderamente digno de Dios. Así debe ser nuestro amor: llama, que se alimenta de todo aquello que en nosotros es grande y bello; renuncia, a todo aquello que en nosotros es rebelde; victoria, que nos toma sobre sus propias alas y nos lleva en regalo a los pies de Dios.


Junio de 1973
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ayga127
 
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Dom Jun 24, 2012 5:28 pm

S. S. JUAN PABLO I Imagen

Su nombre de S. S. Juan Pablo 1, fue Albino Luciani, su pontificado fue muy corto del 26 de agosto de1978 al 28 de septiembre del mismo año: 1978.

DISCURSOS DE JUAN PABLO I

1. EL PROGRAMA DEL NUEVO PAPA

Primer Mensaje a la Iglesia y al mundo

Venerables hermanos, queridos hijos e hijas de todo el orbe católico: Llamado por la misteriosa y paterna bondad de Dios a la gravísima responsabilidad del Supremo Pontificado, os damos nuestro saludo; e inmediatamente lo extendemos a todos los hombres del mundo, que nos escuchan en este momento, y a los cuáles, según las enseñanzas del Evangelio nos place considerar únicamente como amigos y hermanos. A todos vosotros nuestro saludo, paz, misericordia, amor: « La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos vosotros » 2 Cor 13,13.

En el timón de la nave de Pedro Tenemos todavía el ánimo turbado por el pensamiento del tremendo ministerio para el que hemos sido elegido. Como Pedro, nos parece haber puesto los pies sobre el agua movediza y, agitado por el viento impetuoso, hemos gritado con él al Salvador: « Señor, sálvame » Mt 14, 30. Pero hemos sentido dirigida también a Nos la voz, alentadora y al mismo tiempo amablemente exhortadora de Cristo: « Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? » Mt 14, 31. Si las fuerzas humanas, por sí solas, no pueden sostener tan gran peso, la ayuda omnipotente de Dios, que guía a su Iglesia a través de los siglos en media de tantas contradicciones y adversidades, no nos faltará ciertamente, tampoco a Nos, humilde y último servus servoum Dei.

Teniendo nuestra mano asida a la de Cristo, apoyándonos en Él, hemos tomado también Nos el timón de esta nave, que es la Iglesia, para gobernarla; ella se mantiene estable y segura, aun en medio de las tempestades, porque en ella está presente el Hijo de Dios como fuente y origen de consolación y victoria. Según las palabras de San Agustín, que recoge una imagen frecuente en los Padres de la antigüedad, la nave de la Iglesia no debe temer, porque está guiada por Cristo: « Pues aun cuando la nave se tambalee, sólo ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Ciertamente peligra en el mar; pero sin ella al momento se sucumbe » Sermo 75, 3; PL 38, 475. Sólo en ella está la salvación: sino illa peritur! Apoyados en esta fe, caminaremos. La ayuda de Dios no nos faltará, según la promesa indefectible: « Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo » Mt 28, 20. Vuestra adhesión unánime y la colaboración generosa de todos nos hará más ligero el peso del deber cotidiano.

Nos disponemos a asumir esta tremenda misión consciente de que la Iglesia católica es insustituible, de que su inmensa fuerza espiritual es garantía de paz y de orden, como tal está presente en el mundo, y como tal la reconocen los hombres esparcidos por todo el orbe.

El eco que la vida de la Iglesia levanta cada día es testimonio de que ella, a pesar de todo, está viva en el corazón de los hombres, incluso de aquellos que no comporten su doctrina y no aceptan su mensaje. Como dice el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, que debe extenderse a todos los pueblos, entra en la historia humana, pero rebasando a la vez los límites del tiempo y del espacio. Y mientras camina a través de peligros y tribulaciones, es confortada por la fuerza de la gracia divina que el Señor le prometió, para que a pesar de la debilidad humana no falte a su fidelidad absoluta, antes bien, se mantenga esposa digna de su Señor y no cese de renovarse a sí misma, bajo la acción del Espíritu Santo, hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso » Lumen gentium, 9. Según el plan de Dios, que « congregó a quienes miran con fe a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz », la Iglesia ha sido fundada por Él « a fin de que sea para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salvadora » ib.

Al servicio de la misión universal de la Iglesia Bajo esta deslumbrante luz, nos ponemos enteramente, con todas nuestras fuerzas físicas y espirituales, al servicio de la misión universal de la Iglesia, lo cual implica la voluntad de servir al mundo entero: en efecto, pretendemos servir a la verdad, a la justicia, a la paz, a la concordia, a la cooperación, tanto en el interior de las naciones, como de los diversos pueblos entre sí. Llamamos ante todo a los hijos de la Iglesia a tomar conciencia cada vez mayor de su responsabilidad: « Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo » Mt 5,13 s.

Superando las tensiones internas que se han podido crear aquí y allá, venciendo las tentaciones de acomodarse a los gustos y costumbres del mundo, así como a las seducciones del aplauso fácil, unidos con el único vínculo del amor que debe informar la vida íntima de la Iglesia, como también las formas externas de su disciplina, los fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: « Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere » 1 Pe 3,15. La Iglesia, en este esfuerzo común de responsabilización y de respuesta a los problemas acuciantes del momento, está llamada a dar al mundo ese «suplemento de alma» que tantos reclaman y que es el único capaz de traer la salvación. Esta espera hay el mundo: él sabe bien que la perfección sublime a la que ha llegado con sus investigaciones y con sus técnicas ha alcanzado una cumbre más allá de la cual aparece ya aterrador el vértigo del abismo; la tentación de sustituirse a Dios con la decisión autónoma que prescinde de las leyes morales, lleva al hombre moderno al riesgo de reducir la tierra a un desierto, la persona a un autómata, y la convivencia fraterna a una colectivización planificada, introduciendo no raramente la muerte allí donde en cambio Dios quiere la vida.

La Iglesia, llena de admiración y simpatía hacia las conquistas del ingenio humana, pretende además salvar al mundo, sediento de vida y de amor, de los peligros que le acechan. El Evangelio llama a todos sus hijos a poner las propias fuerzas, y la misma vida, al servicio de los hermanos, en nombre de la caridad de Cristo: « Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos » Jn 15,13. En este momento solemne, pretendemos consagrar todo lo que somos y podemos a este fin supremo, hasta el último aliento, consciente del encargo que Cristo mismo nos ha confiado: « Confirma a tus hermanos » Lc 22, 32.

Promover el diálogo
--Queremos proseguir con paciencia y firmeza el diálogo sereno y eficaz que el Sumo Pontífice Pablo VI, nunca bastante llorado, fijó como fundamento y estilo de su acción pastoral, dando las líneas maestras de dicho diálogo en la Encíclica Ecclesiam suam, a saber: Es necesario que los hombres, a nivel humano, se conozcan mutuamente, aun cuando se trate de los que no comporten nuestra fe: y es necesario que nosotros estemos siempre dispuestos a dar testimonio de la fe que poseemos y del encargo que Cristo nos encomendó, para « que el mundo crea » Jn 17, 21.

Defender e incrementar la paz
--Queremos, finalmente, secundar todas las iniciativas laudables y buenas encaminadas a tutelar e incrementar la paz en este mundo turbado; con este fin, pediremos la colaboración de todos los hombres buenos, justos, honrados, rectos de corazón, para que, dentro de cada nación, se opongan a la violencia ciega que sólo destruye sembrando ruina y luto; y, en la convivencia internacional, guíen a los hombres a la comprensión mutua, a la unión de los esfuerzos que impulson el progreso social, venzan el hambre corporal y la ignorancia del espíritu, fomenten el desarrollo de los pueblos menos dotados de bienes materiales, pero al mismo tiempo ricos en energías y aspiraciones.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor semijuandedios » Dom Jun 24, 2012 9:35 pm

S.S. JUAN PABLO I (AGOSTO-SEPTIEMBRE 1978) Conocido como el Papa de la risa.

Juan Pablo I (en latín: Ioannes Paulus PP. I), Albino Luciani, (Canale d'Agordo, 17 de octubre de 1912 - Ciudad del Vaticano, 28 de septiembre de 1978) fue el papa n.º 263 de la Iglesia católica en 1978, último pontífice italiano hasta la fecha. Actualmente se encuentra en proceso de beatificación.

INFANCIA
Albino Luciani fue el primer pontífice nacido en el siglo XX. Hijo de Giovanni Luciani y Bortola Tancon, nació en una pequeña localidad italiana llamada Canale d'Agordo, Belluno (en esa época conocida como Forno di Canale) el 17 de octubre de 1912. Fue bautizado por la matrona que ayudó en el parto, ya que se temía que muriera. Su bautismo fue formalizado dos días después por el párroco del pueblo, Achille Ronzon. Fue el mayor de cuatro hermanos del matrimonio Luciani; los otros hermanos fueron Edoardo, Nina y Federico, que falleció a corta edad. La familia de Luciani, de extracción humilde, pasó penurias durante la Primera Guerra Mundial.

Cuando tenía 6 años, recibió el sacramento de la confirmación de manos del obispo Giosuè Cattarossi. A los diez años, su madre murió y su padre contrajo nuevas nupcias con una mujer de gran devoción; fue entonces cuando nació su vocación sacerdotal, según él declaró, gracias a la predicación de un fraile capuchino.

PRIMERA ETAPA DE SU VIDA SACERDOTAL

En 1923, ingresó en el Seminario menor de la localidad de Feltre. En 1928, marchó al Seminario Gregoriano de Belluno, donde fue ordenado subdiácono en 1934, diacóno en febrero de 1935, y finalmente presbítero el 7 de julio del mismo año, en la iglesia de San Pedro en Belluno. Dos días después fue nombrado cura párroco de su ciudad natal; meses más tarde fue transferido, ahora como profesor de religión del Instituto Técnico de Mineros de Agordo. En 1937 fue nombrado vicerrector del Seminario Gregoriano de Belluno, cargo que ocupó hasta 1947.

VIDA DE 1947 A 1958
Cursó estudios teológicos en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se graduó como doctor en Sagrada Teología el 27 de febrero de 1947, con la tesis El origen del alma humana de acuerdo con Antonio Rosmini. Ese mismo año fue nombrado canciller de la diócesis de Belluno, por el obispo Girolamo Bortignon. En diciembre de ese año fue nombrado Monseñor y Secretario del Sínodo local de Belluno. Fue nombrado Pro-vicario general de la diócesis de Belluno, en 1948, y director de la oficina de catequesis de la diócesis. En 1949, organizó el Congreso Eucarístico de Belluno y apareció su libro Catequesis en migajas. En 1954 fue nombrado Vicario general de la diócesis de Belluno y, dos años después, canónigo de la catedral de la misma diócesis.

El 15 de diciembre de 1958, fue nombrado obispo de la diócesis de Vittorio-Veneto por el papa Juan XXIII; fue consagrado como tal en la Basílica de San Pedro, por el mismo Papa, el 27 de diciembre de ese año.

EL OBISPO LUCIANI
Tomó posesión de la diócesis de Vittorio-Veneto el 11 de enero de 1959. Durante 11 años ejerció su ministerio en esta diócesis, realizando su primera visita pastoral el 17 de junio de 1959.
En 1962 asistió a la apertura del Concilio Vaticano II en Roma; estaría presente en cuatro de las sesiones de dicho Concilio.

PATRIARCA DE VENECIA
El 15 de diciembre de 1969, el papa Pablo VI lo nombró Patriarca de Venecia, sucediendo a Giovanni Urbani y a Angelo Giuseppe Roncalli.
El mismo Pablo VI lo elevó a la dignidad cardenalicia el 5 de marzo de 1973.

EL PAPADO
Fue elegido como el 263.er papa de la Iglesia Católica el 26 de agosto de 1978. Fue el primer papa con dos nombres, gesto con el que pretendía honrar a sus dos predecesores: Juan XXIII y Pablo VI.

Su elección se produjo en la tercera votación de un cónclave inusualmente breve, el más corto del siglo XX.

Juan Pablo I eligió como lema de su papado la expresión latina Humilitas (humildad), lo que se reflejó en su polémico rechazo de la coronación y de la tiara papal en la ceremonia de entronización, en contra de lo prescrito por la Constitución Apostólica de Pablo VI.

Como papa, Juan Pablo I estableció un ambiente de optimismo y cercanía que nunca llegaría a avanzar por la brevedad de su pontificado. Murió, según las fuentes oficiales, de un infarto, 33 días después de su elección, el 28 de septiembre de 1978, siendo el cuarto pontificado más breve de la historia.
"La caridad no entra al cielo, hasta que la humildad le abra las puertas"

AFECTISIMO EN CRISTO Y MARIA

Sem Juan de Dios Castillo Encinas
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Dom Jun 24, 2012 9:40 pm

Un hombre de Dios, lleno de alegría
sábado, 6 de septiembre de 2008


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S.S. Juan Pablo I

Hace algunos días, con ocasión del 30º aniversario de la elección del Papa Juan Pablo I, recordábamos su breve pero importante pontificado.

Hoy, a 30 años de su primera catequesis de los miércoles, presentamos la traducción de una entrevista de Pontifex al Padre Enrico dal Covolo, postulador de la causa de beatificación del Papa Luciani, en la que habla de la figura de este Papa y del milagro que está siendo estudiado por la Congregación para las Causas de los Santos. Además, ofrecemos la oración oficial (traducción nuestra), preparada por el Obispo de Belluno-Feltre, para rogar por su beatificación.

Padre, el caso de la inexplicable curación de un cáncer de estómago es el milagro que podría llevar a Juan Pablo I al honor de los altares…

Exactamente. Se lo digo, creo, por primera vez. Un peón pobre de Altamura, que pertenece a la Diócesis de Gravina, había sido internado por un tumor en el estómago y ya sometido por los médicos al tratamiento de quimioterapia, pero…

¿Qué sucedió?.- Una noche soñó con Juan Pablo I que lo invitó a no dudar, a creer, y le dijo que sería curado. Algunos días después, el peón que ya había efectuado una sesión de quimioterapia y rezó a Juan Pablo I, se sanó de un modo que los médicos consideran absolutamente inexplicable. No le digo el nombre de la persona por motivos de discreción…

Pero hay también otro punto de unión entre Juan Pablo I y la región de Puglia: el Padre Pío. Por un extraño caso del destino, el relator elegido para el proceso es el padre franciscano Cristoforo Bove que desarrolló el mismo rol en el proceso del Padre Pío, pero también en el de Mamá Margarita, la madre de Don Bosco.

Esperamos que todo vaya bien y rezamos por la beatificación de este santo hombre de la Iglesia.

Sobre él se han dicho y escrito inexactitudes…

Los escándalos habituales que hacen tanto mal a la Iglesia y quieren golpearla sin ningún tipo de moderación. La mentira del atentado, además de ser ridícula, no tiene ningún fundamento. Todo el mundo sabía que el Papa Luciani estaba muy enfermo, sufría de los pulmones. Me pregunto si un Papa no puede también morir de muerte natural…

Usted lo ha conocido, ¿quién era Juan Pablo I?.- Yo he tenido la fortuna de conocerlo. Me recordaba, en cierto modo, a Don Bosco. Le gustaba mucho jugar y bromear con los niños. Era un hombre de Dios, lleno de alegría.

Pero también era un hombre de principios firmes… Cierto, alegre como cualquier cristiano. Pero firme en los principios fundamentales, es decir, en los valores. Por otro lado, el Papa Luciani era un digno alumno de Pío X, por lo tanto, nunca habría abandonado el surco de la Tradición de la Iglesia. Al fin y al cabo, ser una persona simple no me parece, en absoluto, sinónimo de hombre poco atento a los valores.

Lo llaman “el Papa de la sonrisa”. Disculpe, ¿pero no considera esta definición quizás demasiado reduccionista?

No. Si por hombre de la sonrisa se entiende una persona que simula y finge, quizás sí. Pero le aseguro que su sonrisa era verdadera, auténtica. La sonrisa típica de alegría de quien vive en la paz de Dios.

Usted afirma que Juan Pablo I sabía que iba al encuentro de la muerte…

Allí está su virtud heroica. Él estaba enfermo. Sabía que el peso del papado, una tarea pesada y difícil, habría de consumir, y tal vez irreparablemente, su salud, y así fue. En resumen, él sabía que estaría yendo al encuentro de la muerte y lo aceptó con serenidad. Dejó de lado el egoísmo y la defensa de la propia vida para servir a la Iglesia, dando también la vida. Un sacrificio que merece toda digna consideración.
Texto original: Pontifex
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor mariaines » Lun Jun 25, 2012 4:48 am

Me parecio muy interesante esta carta en un momento de conflicto entre Argentina y Chile, señalando el esfuerzo por la paz:

CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO I
A LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE ARGENTINA Y CHILE
Venerables hermanos en el Episcopado:

En estos momentos en los que, ante la situación existente entre vuestros respectivos países, vuestra responsabilidad de Pastores os ha impulsado a pedir a vuestros fieles que trabajen y oren por la paz, deseamos abriros nuestro ánimo de Supremo Pastor y Padre común, para corroborar vuestros esfuerzos en tan meritoria tarea.

En efecto, las presentes circunstancias, con sus tensiones y amenazas, solicitan nuestra atención y mueven nuestro propósito de sensibilizar a todos nuestros hijos y a todas las personas de buena voluntad, para que las diferencias abiertas no exacerben los espíritus y puedan conducir a imprevisibles consecuencias.

Sin entrar en aspectos técnicos, que están fuera de nuestro intento, queremos exhortaros a que, con toda la fuerza moral a vuestra disposición, hagáis obra de pacificación, alentando a todos, gobernantes y gobernados, hacia metas de entendimiento mutuo y de generosa comprensión para con quienes, por encinta de barreras nacionales, son hermanos en humanidad, hijos del mismo Padre, a El unidos por idénticos vínculos religiosos.

Es necesario crear un clima generalizado en el que, depuesta toda actitud belicosa o de animosidad, prevalezcan las razones de la concordia sobre las fuerzas del odio o de la división, que sólo dejan tras de sí huellas destructoras.

Al Príncipe de la paz encomendamos estas intenciones en la plegaria, a la que estamos seguros os asociaréis vosotros y vuestros fieles. Sobre cuantos colaboren en esta magnífica empresa de paz imploramos, con nuestra Bendición Apostólica, la recompensa del Señor.

Vaticano, 20 de Septiembre de 1978.
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor ana fedez » Lun Jun 25, 2012 6:01 am

Hola buenos dias a todos,estoy muy contenta de volver a la normalidad después de dos semanas de no poder entrar, gracias çhini por tu ayuda.

LA FUMATA BLANCA

Desde Gregorio X, los cardenales diáconos se reúnen en cónclave dentro de la Capilla Sixtina para elegir al nuevo Pontífice en total aislamiento. En los días que dura la selección y después de cada escrutinio, se quema heno húmedo en una estufa situada en el lado izquierdo de la capilla. Si el humo que sale por una chimenea visible desde la plaza de San Pedro es negro y espeso, significa que no ha habido consenso; y si es blanco y ligero, la multitud sabe que algún candidato ha obtenido los votos requeridos –dos tercios más uno– y que ha aceptado tomar las riendas de la Iglesia. En la actualidad, el color del humo se consigue con aditivos químicos.


BREVE ESQUEMA JUAN PABLO I el papa bueno


Juan Pablo I (1978) 33 días

Cónclave: Tras la muerte de Pablo VI tuvo lugar un cónclave que terminó con la elección del nuevo Papa en la noche del 26 de agosto.



Duración: Juan Pablo I fue elegido Papa en un cónclave muy breve, a la cuarta votación.



Nombre: Albino Luciani -hijo de un albañil, nacido el 17 de octubre de 1912 en el seno de una familia muy pobre de Belluno- eligió, para sorpresa de todos, un nombre compuesto. Así lo explicaca en el Ángelus del 27 de agosto, al día siguiente de su elección: "El Papa Juan quiso consagrarme [obispo] con sus manos en la Basílica de San Pedro (...) el Papa Pablo no sólo me nombró cardenal, sino que algunos meses antes, sobre las pasarelas de la Plaza de San Marcos, me puso rojo delante de veinte mil personas, al quitarse su estola y ponérmela sobre los hombros; jamás me he puesto tan colorado en toda mi vida!".



Fallecimiento: Murió en el Vaticano a los 33 días de su pontificado, el 28 de septiembre de 1978, a punto de cumplir 66 años, causando una gran conmoción en el mundo.


Desfilaron ante su cadáver más de 750.000 fieles, entre los que había muchos jóvenes. Fue sepultado en la cripta de los Papas de la Basílica de san Pedro, con un pobre ataud de madera, al igual que lo había hecho su predecesor, Pablo VI.


Está abierta su Causa de Canonización.
ana fedez
 
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor ana fedez » Lun Jun 25, 2012 6:51 am

Leyendo en la pagina del vaticano sobre el Santo Padre , he encontrado este discurso a los medios de comunicación que en estos tiempos tanto bien o tanto mal pueden hacer a la juventud

Por eso es de vital importancia que los encargados de estos medios no se tomen a la ligera el poder que tienen, seria bueno reflexionar sobre este discurso.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO I
A LOS REPRESENTANTES DE LA PRENSA
Y DE LOS MEDIOS AUDIOVISUALES

Viernes 1 de septiembre de 1978



Egregios señores y queridos hijos:

Nos alegramos de poder recibir ya en la primera semana de nuestro pontificado una representación tan calificada y numerosa del «mundo» de las comunicaciones sociales, reunida en Roma con ocasión de dos acontecimientos, que han tenido un profundo significado para la Iglesia católica y para el mundo entero: la muerte de nuestro llorado predecesor Pablo VI y el reciente cónclave, en el cual ha sido colocado sobre nuestros humildes y frágiles hombros el peso formidable del servicio eclesial de Sumo Pastor.

Este grato encuentro nos permite agradeceros los sacrificios y fatigas que habéis afrontado durante el mes de agosto para servir a la opinión pública mundial —también el vuestro es un servicio y muy importante—, ofreciendo a vuestros lectores, oyentes y telespectadores, con la rapidez y prontitud que requiere vuestra responsable y delicada profesión, la posibilidad de participar en estos históricos acontecimientos, en su dimensión religiosa y en su profunda conexión con los valores humanos y las esperanzas de la sociedad de hoy.

Queremos expresaros en particular nuestra gratitud por el empeño que habéis puesto estos días, para dar a conocer mejor a la opinión pública la figura, las enseñanzas, la obra y el ejemplo de Pablo VI, y por la sensibilidad y esmero con que habéis tratado de captar y dar a conocer en vuestros amplios comentarios, como también en la multitud de imágenes que habéis transmitido desde Roma, la expectación reinante en esta ciudad, en la Iglesia Católica y en todo el mundo, de un nuevo Pastor que asegurase la continuidad de la misión de Pedro.

La sagrada herencia que nos han dejado el Concilio Vaticano II y nuestros predecesores Juan XXIII y Pablo VI, de querida y santa memoria, nos exige la promesa de una atención especial, de una colaboración franca, honesta y eficaz con los instrumentos de comunicación social, que vosotros representáis aquí dignamente. Es una promesa que os hacemos con mucho gusto, consciente como somos de la función cada vez más importante que los medios de comunicación social han ido asumiendo en la vida del hombre moderno.

No nos pasan inadvertidos los riesgos de masificación y de despersonalización, que dichos medios comportan, con las consiguientes amenazas para la interioridad del individuo, para su capacidad de reflexión personal y para su objetividad de juicio. Pero conocemos también las posibilidades nuevas y felices que los citados medios ofrecen al hombre de hoy, para conocer mejor y acercarse a los propios semejantes, para percibir más de cerca el ansia de justicia, de paz, de fraternidad, para instaurar con ellos vínculos más profundos de participación, de comprensión, de solidaridad en orden a un mundo más justo y humano. En una palabra, conocemos la meta ideal hacia la que cada uno de vosotros, a pesar de las dificultades y desilusiones, orienta el propio esfuerzo: la de llegar a través de la «comunicación» a una más auténtica y plena «comunión» Es la meta hacia la que aspira también, como bien podéis comprender, el corazón del Vicario de Aquel, que nos ha enseñado a invocar a Dios como Padre único y amoroso de todo ser humana.

Antes de dar a cada uno de vosotros y a vuestras familias mi bendición especial, que quisiera extender a todos los colaboradores de los órganos de información que representáis, agencias, periódicos, radios y televisiones, quiero aseguraros el aprecio que siento hacia vuestra profesión y el cuidado que tendré de facilitar vuestra noble y difícil misión en el espíritu de las indicaciones del Decreto Conciliar Inter mirifica y la Instrucción Pastoral Communio et progressio.

Con ocasión de acontecimientos de mayor relieve o de la publicación de documentos importantes de la Santa Sede, tendréis que presentar frecuentemente a la Iglesia, hablar de la Iglesia, tendréis que comentar, a veces, nuestro humilde ministerio. Estamos seguro de que lo haréis con amor a la verdad y con respeto de la dignidad humana, porque tal es la finalidad de toda comunicación social.

Os pedimos que tratéis de contribuir también vosotros a salvaguardar en la sociedad de hoy, aquella profunda estima de las cosas de Dios y de la misteriosa relación entre Dios y cada uno de nosotros, que constituye la dimensión sagrada de la realidad humana.

Tratad de comprender las razones profundas por las que el Papa, la Iglesia y sus Pastores deben pedir a veces, en el ejercicio de su servicio apostólico, espíritu de sacrificio, de generosidad, de renuncia para edificar un mundo de justicia, de amor y de paz.

Con la seguridad de conservar también en el futuro el lazo espiritual iniciado con este encuentro, os concedemos de todo corazón nuestra bendición apostólica
ana fedez
 
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor lia mera figueroa » Lun Jun 25, 2012 8:35 am

En el Angelus del 3 de setiembre ante los peregrinos de Venecia el Papa Jaun Pablo I dijo
Allá arriba en el Veneto solía oir decir todo buen ladrón tiene su devoción-El Papa tiene muchas devociones,entre otras a San Gregorio cuya fiesta se celebra hoy-
En Belluno,el seminario se llama gregoriano,en honor a San Gregorio Magno-Yo he pasado siete años como estudiante y veinte como profesor-
Se da el caso que hoy 3 de setiembre,el fué elegido Papa y yo comienzo oficialmente mi servicio a la Iglesia universal-El era romano y había sido antes Magistrado de la ciudad-Despúes lo dió todo a los pobres y se hizo monje y se convirtió en secretario del Papa-
Muerto el Papa fué elegido sucesor,pero él no quería-Intervino el emperador y el pueblo-El finalmente aceptó y escribió a su querido amigo Leandro arzobispo de Sevilla: me dan ganas de llorar mas que de hablar,y la hermana del Emperador:"El emperador ha querido que una mona se convierta en león¨se ve que también en aquellos tiempos era dificil hacer de Papa.Era muy bueno para con los pobres,y el fue quien convirtió Inglaterra.
Sobre todo,escribió libros bellísimos,uno es la Regla Pastoral,enseña a los obispos su oficio,en la última parte escribió estas palanras "Yo he descrito al buen Pastor,pero no lo soy,yo he mostrado la playa de la perfección a la que hay que llegar,pero mehallo todavía en el mar rojo de mis defectos,de mis faltas,y entonces,por favor para que no naufrague,echadme una tabla de salvación con vuestras oraciones"
Yo digo lo midmo,pero no solo el Papa tiene necesidad de oraciones,sino también el mundo.Un escritor español ha escrito" el mundo va mal,poruqe hay mas batallas que oraciones"Rocuremos que haya mas oraciones y menos batallas.-
lia mera figueroa
 
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor lia mera figueroa » Lun Jun 25, 2012 9:04 am

Realmente el libroescrito por Albino Luciani (lurgo Papa Juan Pablo I) llamado Ilustrísimos señoras es una obra de arte maravillosa -
Con unlenguaje sencillo y exquisito escriba las cartas ,de las cuales once han sido trancriptas en los links que nos mandaron-
El libro fué re editado en la colección de Biblioteeca de autores cristianos -Madrid- en el año 2001-(decimo tercera edición)
Son de una gran riqueza entre otras las escritas a San Buenaventura---San Francisco de Sales...Hipócrates---Lucas Evagelista---Penélope-
Sin desmerecer las otras Toda son piezas literarias de gran profundidad-Ttodas las cartas fueron escritas pensando en el hombre común,-Analiza los problemas de la vida moderna,habla de Dios ,del hombre,de la esperanza ,de la humildad, del amor,-de la vida y de la muerte-
El Papa Juan Pablo I decía que El Evangelio es alegre noticia y el humor,virtud cristiana-
Su carácter alegre y esperanzado,con reflexiones agudas y co fidelidad a las enseñanzas de Jesúa se ven reflejadas en las páginas de este libro que es digno de leerse y meditarse-siempre actual-y ameno-
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor sponsa » Lun Jun 25, 2012 12:57 pm

de este link pueden descargar entero, en español el libro "Ilustrísimos señores". Son 40 cartas. Que lo disfruten!!!
http://www.scribd.com/doc/38603499/luci ... an-pablo-I
sponsa
 
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor lia mera figueroa » Lun Jun 25, 2012 1:00 pm

Carta de Juan Pablo I
A nuestro venerable hermano José, Cardenal Ratzinger, arzobispo de Munich y Freising

El coro de alabanzas que exalta habitualmente a la Santísima Virgen María, se elevará todavía más alto – como es previsible- durante este mes de septiembre en Ecuador y especialmente en Guayaquil, donde para completar y coronar el año mariano que se ha organizado, tendrá lugar una concentración de todo el país en honor de la Madre de Dios.
Todavía permanece vivo el recuerdo de una unión semejante celebrada hace veinte años en esa misma ciudad. En efecto, aquella asamblea fue notable por la bellezas de sus ceremonias y por la abundancia de sus frutos espirituales.
En un programa muy sabio, orientado a las exigencias y necesidades de este tiempo, se proponen para un examen más minucioso dos documentos del magisterio pontificio romano durante estas celebraciones, el uno se titula Marialis Cultus y el otro, Evangelli Nuntiandi.
Así se espera lograr un doble fruto en este congreso: el acrecentamiento de una auténtica piedad con relación a la Madre de Dios y un ardor más diligente para extender por todas partes el anuncio de la salvación de Cristo.
En nuestra sincera caridad para con el pueblo de Ecuador, deseamos participar, de alguna manera, en esas solemnidades para darles mayor importancia y esplendor. Por eso, mediante esta carta, os elegimos, os creamos y os proclamamos nuestro enviado extraordinario, y os confiamos la misión de presidir esas celebraciones en nuestro nombre y con nuestra autoridad. Sois una persona adecuada por vuestro gran conocimiento de la santa doctrina y, como es sabido, ardéis en amor por la Madre de Cristo Salvador y Madre nuestra. Sin duda alguna desempeñaréis, por tanto, la función que os ha sido confiada, con inteligencia, sabiduría y éxito.
Que en Guayaquil brille, pues, con nuevo esplendor mariano el misterio por el que san Agustín exclamaba lleno de admiración: “¿Qué espíritu podrá meditar, qué lengua podrá expresar no sólo que al principio ya existía el Verbo, sin ningún principio de nacimiento sino también que el Verbo se hizo carne, que escogió a una virgen para convertirla en su madre, una madre que permaneció virgen…? ¿Qué es esto? ¿Quién hablará? ¿Quién quedará callado? Es raro decirlo: no podemos callar, lo que podemos expresar; predicamos en voz alta lo que no capta nuestra inteligencia” (SERM. 215,3; PL.38,1073).
Hacemos votos en nuestra oración a Dios para que esas solemnidades repercutan saludablemente en la vida de todos los hombres y en la sociedad. Y, como prenda de los dones celestiales, impartimos con gusto nuestra Bendición Apostólica a Vos mismo, venerable hermano a quien comparte vuestra dignidad, Pablo cardenal Muñóz Vega, arzobispo de Quito, quien, con sus colaboradores, ha pasado muchas fatigas para preparar este congreso, así como los obispos, magistrados, sacerdotes, religiosos y fieles que se reunirán en torno a Vos en esta ocasión.
Dado en Roma en San Pedro el 1 de septiembre del año 1978, primero de nuestro pontificado.
(Bibl: Juan Pablo I, la esperanza – Editorial DAIMON – 1978)
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor lia mera figueroa » Lun Jun 25, 2012 1:12 pm

De Juan Pablo I

Al séptimo Congreso Internacional de la sociedad para los Transplantes de órganos, reunido en Roma.

Saludamos particularmente a los miembros del Séptimo Congreso Internacional de la Sociedad para los Transplantes de Órganos. Agradecemos profundamente vuestra visita, que es un Homenaje al Papa y, sobre todo, vuestro deseo de aclarar y profundizar en los graves problemas humanos y morales que están en juego en la investigación y en la técnica quirúrgica, que es vuestra tarea. En ese dominio os alentamos a solicitar la ayuda de amigos católicos, expertos en Teología y en Moral, que están muy al corriente de vuestros problemas y poseen un conocimiento seguro de la doctrina católica, y, al mismo tiempo, tienen un juicio profundamente humano.
Nos contentamos hoy con expresaros nuestra confianza y os felicitamos por el inmenso trabajo que realizáis en servicio de la vida humana, con el fin de prolongarla en las mejores condiciones posibles.
El problema consiste en obrar con el debido respeto a la persona y a sus seres próximos, ya se trate de donantes de órganos o bien de beneficiarios, y no transformar nunca al hombre en objeto de experimento. Hay que tener respeto a su cuerpo y también a su alma. Rogamos a Dios, Autor de la vida, que os inspire y os asista en estas magníficas y peligrosas responsabilidades.
¿Qué Él os bendiga en unión de todos vuestros seres queridos!

(Bibl: Juan Pablo I, la esperanza – Editorial DAIMON – 1978)
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor Mari64 » Lun Jun 25, 2012 1:43 pm

No conocía mucho de SS Juan Pablo I, leí su carta a Santa Teresa de Avila es preciosa y es un mensaje muy motivador a la mujer. Les comparto la Homilía de la misa del comiento de su ministerio.

n esta celebración sagrada, con la que damos comienzo solemne al ministerio de Sumo Pastor que ha sido puesto sobre nuestros hombros, el primer pensamiento de adoración y súplica se dirige a Dios, infinito y eterno, el cual, con una decisión suya humanamente inexplicable y por su benignísima dignación, nos ha elevado a la Cátedra de San Pedro. Brotan espontáneamente de nuestros labios las palabras de San Pablo: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!» (Rm 11, 33).

Nuestro pensamiento va después, con paterno y afectuoso saludo, a toda la Iglesia de Cristo; a esta asamblea que casi la representa en este lugar —cargada de piedad, de religión y de arte—, que guarda celosamente la tumba del Príncipe de los Apóstoles; y también a la Iglesia que nos está viendo y escuchando en estos momentos a través de los modernos instrumentos de comunicación social.

Saludamos a todos los miembros del Pueblo de Dios: a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros, seminaristas, seglares empeñados en el apostolado y en las diversas profesiones; a los hombres de la política, de la cultura, del arte, de la economía; a los padres y madres de familia, a los obreros, a los emigrantes, a los jóvenes de ambos sexos, a los niños, a los enfermos, a los que sufren, a los pobres.

Queremos dirigir asimismo nuestro saludo respetuoso y cordial a todos los hombres del mundo, a quienes consideramos y amamos como hermanos, porque son hijos del mismo Padre celestial y hermanos todos en Cristo Jesús (cf. Mt. 23, 8 ss.)].

Hemos querido iniciar esta homilía en latín, porque —como es bien sabido— es la lengua oficial de la Iglesia, cuya universalidad y unidad expresa de manera patente y eficaz.

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos ha presentado como en un crescendo, ante todo a la Iglesia, prefigurada y entrevista por el profeta Isaías (cf. Is 2, 2-5) como el nuevo Templo, hacia el que confluyen las gentes desde todas las partes del mundo, deseosas de conocer la ley de Dios y observarla dócilmente, mientras las terribles armas de guerra son transformadas en instrumentos de paz. Pero este nuevo Templo misterioso, polo de atracción de la nueva humanidad —nos recuerda San Pedro—, tiene una piedra angular, viva, escogida, preciosa (cf. 1 Pe 2, 4-9), que es Jesucristo, el cual ha fundado su Iglesia sobre los Apóstoles y la ha edificado sobre San Pedro, Cabeza de ellos (Lumen gentium, 19)

«Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia» (Mt 16,18): son las palabras graves, importantes y solemnes que Jesús dirige a Simón, el hijo de Juan, en Cesárea de Filipo, después de la profesión de fe que no ha sido el producto de la lógica humana del pescador de Betsaida, o la expresión de una particular perspicacia suya, o el efecto de una moción sicológica; sino el fruto misterioso y singular de una auténtica revelación del Padre celestial.

Y Jesús cambia a Simón su nombre, poniéndole el de Pedro, significando con ello la entrega de una misión especial; le promete edificar sobre él su Iglesia, sobre la cual no prevalecerán las fuerzas del mal o de la muerte; le entrega las llaves del Reino de Dios, nombrándolo así máximo responsable de su Iglesia, y le da el poder de interpretar auténticamente la ley divina.

Ante estos privilegios, o mejor dicho, ante estas tareas sobrehumanas confiadas a Pedro, San Agustín nos advierte: «Pedro, por su naturaleza, era simplemente un hombre; por la gracia, un cristiano; por una gracia todavía más abundante, uno y a la vez el primero de los Apóstoles» (San Agustín, In Ioannis Evang. tract., 124, 5; PL 35, 1973).

Con atónita y comprensible emoción, pero también con una confianza inmensa en la gracia omnipotente de Dios y en la oración ferviente de la Iglesia, hemos aceptado ser el Sucesor de Pedro en la sede de Roma, tomando el «yugo» que Cristo ha querido poner sobre nuestros frágiles hombros. Y nos parece escuchar como dirigidas a Nos las palabras que, según San Efrén, Cristo dirige a Pedro: «Simón, mi apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra; ... tú eres el manantial de la fuente, de la que mana mi doctrina; ... tú eres la cabeza de mis apóstoles; ... yo te he dado las llaves de mi Reino» (S. Efrén, Sermones in hebdomadam sanctam, 4, 1; Lamy T. J., S. Ephraem Syri hymni et sermones, 1, 412).

Desde el primer momento de nuestra elección y en los días siguientes, nos hemos sentido profundamente impresionado y animado por las manifestaciones de afecto de nuestros hijos de Roma y también de aquellos que, de todo el mundo, nos hacen llegar el eco de su incontenible gozo por el hecho de que una vez más Dios ha dado a la Iglesia su Cabeza visible. Resuenan de nuevo espontáneas en nuestro espíritu las conmovedoras palabras que nuestro gran Predecesor, San León Magno, dirigía a los fieles romanos: «No deja de presidir su sede San Pedro, y está vinculado al Sacerdote eterno en una unidad que nunca falla... Y por eso todas las demostraciones de afecto que, por complacencia fraterna o piedad filial, habéis dirigido a Nos, reconoced con mayor devoción y verdad que las habéis dirigido conmigo a aquel cuya sede nos gozamos no tanto en presidir, como en servir» (S. León Magno, Sermo V, 4-5; PL 54, 155-156)

Sí, nuestra presidencia en la caridad es un servicio y, al afirmarlo, pensamos no solamente en nuestros hermanos e hijos católicos, sino asimismo en todos aquellos que quieren también ser discípulos de Jesucristo, honrar a Dios y trabajar por el bien de la humanidad.

En este sentido, dirigimos un saludo afectuoso y agradecido a las Delegaciones de las otras Iglesias y comunidades eclesiales, aquí presentes. Hermanos todavía no en plena comunión, dirijámonos juntos hacia Cristo Salvador, avanzando unos y otros en la santidad que él quiere para nosotros y, juntos en el recíproco amor sin el cual no existe cristianismo, preparando los caminos de la unidad en la fe, en el respeto de su verdad y del ministerio que él ha confiado, para su Iglesia, a sus Apóstoles y a sus Sucesores.

Debemos dirigir además un saludo particular a los Jefes de Estado y a los miembros de las Misiones extraordinarias. Nos sentimos profundamente conmovido por vuestra presencia, bien sea que estéis al frente de los altos destinos de vuestro país, bien que representéis a vuestros Gobiernos o a Organizaciones Internacionales.

Lo agradecemos vivamente.

Vemos en tal participación la estima y la confianza que vosotros tenéis en la Santa Sede y en la Iglesia, humilde mensajera del Evangelio en todos los pueblos de la tierra para ayudar a crear un clima de justicia, de fraternidad, de solidaridad y de esperanza, sin el que no se podría vivir en el mundo.

Todos los presentes, grandes y pequeños, estén seguros de nuestra disponibilidad a servirles según el espíritu del Señor.

Rodeado de vuestro amor y sostenido por vuestra oración, comenzamos nuestro servicio apostólico invocando, cual espléndida estrella de nuestro camino, a la Madre de Dios, María, Salus populi romani y Mater Ecclesiae, que la liturgia venera de manera particular en este mes de septiembre.

La Virgen, que ha guiado con delicada ternura nuestra vida de niño, de seminarista, de sacerdote y de obispo, continúe iluminando y dirigiendo nuestros pasos, para que, convertidos en voz de Pedro, con los ojos y la mente fijos en su Hijo, Jesús, proclamemos al mundo con alegre firmeza, nuestra profesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

Amén.
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor MARIAANGELES RAMIREZ » Lun Jun 25, 2012 1:51 pm

Hola, les comparto una carta del Papa Juan Pablo I al Rey David:


Al Rey David



Los funerales de mi soberbia



Ilustre soberano, además de poeta y músico,

La gente os ve bajo mil aspectos distintos. Desde hace siglos, los artistas os representan unas veces con la cítara, otras con la honda frente a Goliat, otras con el cetro sobre el trono, otras en la gruta de Engaddi, en el momento de cortar el manto de Saúl.

Los muchachos admiran la lucha que librasteis con Goliat y vuestras empresas de caudillo valiente y generoso.

La liturgia os recuerda, sobre todo, como antepasado de Cristo.

La Biblia presenta los diversos componentes de vuestra personalidad: poeta y músico; capitán brillante; rey prudente, implicado - ¡ay!, no siempre felizmente - en historias de mujeres y en intrigas de harén con las consiguientes tragedias familiares; y, no obstante, amigo de Dios gracias a la insigne piedad que os mantuvo siempre consciente de vuestra pequeñez ante Dios.

Esta última característica me es particularmente simpática y me alegra cuando la encuentro, por ejemplo, en el breve salmo 130, escrito por vos.

Decís en aquel salmo: Señor, mi corazón no se ensoberbece. Yo trato de seguir vuestro paso, pero, por desgracia, he de limitarme a pedir: ¡Señor, deseo que mi corazón no corra tras pensamientos soberbios...!

¡Demasiado poco para un obispo!, diréis. Lo comprendo, pero la verdad es que cien veces he celebrado los funerales de mi soberbia, creyendo haberla enterrado a dos metros bajo tierra con tanto requiescat, y cien veces la he visto levantarse de nuevo más despierta que antes: me he dado cuenta de que todavía me desagradaban las críticas, que las alabanzas, por el contrario, me halagaban, que me preocupaba el juicio de los demás sobre mí.

Cuando me hacen un cumplido, tengo necesidad de compararme con el jumento que llevaba a Cristo el día de los Ramos. Y me digo: ¡Cómo se habrían reído del burro si, al escuchar los aplausos de la muchedumbre, se hubiese ensoberbecido y hubiese comenzado - asno como era - a dar las gracias a diestra y siniestra con reverencias de prima donna! ¡No vayas tú a hacer un ridículo semejante...!

En cambio, cuando llegan las críticas, necesito ponerme en la situación del fray Cristóforo de Manzoni que, al ser objeto de ironías y mofas, se mantenía sereno diciéndose: "¡Hermano, recuerda que no estás aquí por ti mismo!"

El mismo fray Cristóforo, en otro contexto, "dando dos pasos atrás, poniendo la mano derecha sobre la cadera, levanta la izquierda con el dedo índice apuntando a don Rodrigo". Y lo mira fijamente con ojos inflamados. Este gesto agrada mucho a los cristianos de hoy, que reclaman "profecías", denuncias clamorosas, "ojos inflamados", "rayos fulminantes" a lo Napoleón.

A mí me gusta más cómo escribís vos, rey David: "mis ojos no se han alterado". Me gustaría poder sentir como Francisco de Sales cuando escribía: "Si un enemigo me sacara el ojo derecho, le sonreiría con el izquierdo; si me saltase los dos ojos, todavía me quedaría el corazón para amarlo".

Vos continuáis vuestro salmo: "No corro en busca de cosas grandes ni de cosas demasiado elevadas para mí". Postura muy noble si se compara con lo que decía don Abbondio: "Los hombres son así: siempre desean subir, siempre subir". Desgraciadamente, temo que don Abbondio tenía razón: tendemos a alcanzar a los que están más arriba que nosotros, a empujar hacia abajo a nuestros iguales, y a hundir todavía más a quienes están por debajo.

¿Y nosotros? Nosotros tendemos a sobresalir, a encumbrarnos mediante distinciones, ascensos y nombramientos. No es malo mientras se trate de sana emulación, de deseos moderados y razonables, que estimulan el trabajo y la búsqueda.

Pero ¿si se convierte en una especie de enfermedad? ¿Qué pasa si para avanzar, pisoteamos a los demás a golpe de injusticias y difamación? ¿Si, siempre por progresar, se nos reúne en "rebaños", con los pretextos más sutiles, pero en realidad para cerrar el paso a otros "rebaños", dotados incluso de "apetitos" más "avanzados"?

Y luego, ¿para cuáles satisfacciones? Una es la impresión que causan a distancia los cargos, antes de ser conseguidos, y otra es la que producen de cerca, después de haberlos conseguido. Lo ha dicho muy bien uno que era más loco que vos, pero también poeta como vos: Jacopone de Todi. Cuando oyó que el hermano Pier di Morone había sido elegido Papa, escribió:


¿Qué harás Pier di Morone?...
¡Si no sabes defenderte bien
cantarás mala canción!


Yo me lo digo con frecuencia en medio de las preocupaciones del ministerio episcopal: "¡Ahora, querido, estás cantando la mala canción de Jacopone!" También vos lo dijisteis en el salmo 51 "contra las malas lenguas". Estas, según vuestro parecer, son "como navajas afiladas" que, en lugar de la barba, acuchillan el buen nombre.

Bien. Pero, pasada la navaja, poco tiempo después, la barba vuelve a crecer espontánea y florida. También el honor vejado y la fama despedazada crecen de nuevo. Por eso puede que a veces sea prudente callar, tener paciencia: ¡a su tiempo todo vuelve espontáneamente a su sitio!

***

Ser optimistas, a pesar de todo. Es esto lo que queréis decir al escribir: "Como niño de pecho en brazos de su madre..., así en mí está mi alma". La confianza en Dios debe ser el eje de nuestros pensamientos y de nuestras acciones. Si bien lo miramos, en realidad, los principales personajes de nuestra vida son dos: Dios y nosotros.

Mirando a estos dos, veremos siempre bondad en Dios y miseria en nosotros. Veremos la bondad divina bien dispuesta hacia nuestra miseria, y a nuestra miseria como objeto de la bondad divina. Los juicios de los hombres se quedan un poco fuera de juego: no pueden curar una conciencia culpable ni herir una conciencia recta.

Vuestro optimismo, al final del pequeño salmo, estalla en un grito de gozo: Me abandono en el Señor, desde ahora y para siempre. Al leeros no me parecéis ciertamente un amedrentado, sino un valiente, un hombre fuerte, que se vacía el alma de confianza en sí mismo para llenarla de la confianza y de la fuerza de Dios.

La humildad, en otras palabras, corre pareja con la magnanimidad. Ser buenos es algo grande y hermoso, pero difícil y arduo. Para que el ánimo no aspire a cosas grandes de forma desmesurada, he ahí la humildad. Para que no se acobarde ante las dificultades, he ahí la magnanimidad.

Pienso en San Pablo: desprecios, azotes, presiones, no deprimen a este magnánimo; éxtasis, revelaciones, aplausos no exaltan a este humilde. Humilde cuando escribe: "Soy el más pequeño de los apóstoles". Magnánimo y dispuesto a enfrentarse con cualquier riesgo cuando afirma: "Todo lo puedo en aquel que me conforta". Humilde, pero en su momento y lugar sabe luchar: "¿Son judíos? También yo... ¿Son ministros de Cristo? Digo locuras, más lo soy yo". Se pone por debajo de todos, pero en sus obligaciones no se deja doblegar por nada ni por nadie.

Las olas arrojan contra los escollos la nave en que viaja; las serpientes lo muerden; paganos, judíos, falsos cristianos lo expulsan y persiguen; es azotado con varas y arrojado a la cárcel, se lo hace morir cada día, creen que lo han atemorizado, aniquilado, y él vuelve a aparecer fresco y lleno de vigor para asegurarnos: "Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida..., ni lo presente ni lo futuro, ni la altura ni la profundidad, ni ninguna otra criatura, podrán separarme del amor de Dios que está en Cristo Jesús".

Es la puerta de salida de la humildad cristiana. ¡Esta no desemboca en la pusilanimidad, sino en el valor, en el trabajo emprendedor y en el abandono en Dios!


Febrero 1972




* DAVID, rey de Israel desde aproximadamente 1010 a.C. La Biblia presenta las distintas facetas de su personalidad: músico y poeta; brillante guerrero, rey prudente, implicado en historias de mujeres y, sin embargo, amigo de Dios y modelo de arrepentimiento sincero, gracias a la insigne piedad que lo mantuvo consciente de su pequeñez.
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor AlejandraCatholic » Lun Jun 25, 2012 1:51 pm

Acerca de la biografía de Juan Pablo I he encontrado esta breve reseña:

http://www.youtube.com/watch?v=e6sMWarBQ4E

O si disponen de más tiempo, acá hay una película sobre él en dos bloques:

http://www.youtube.com/watch?v=ItK1Wi1g ... re=related
http://www.youtube.com/watch?v=-vUfqpUr ... ure=relmfu

De las cartas de S.S.Juan Pablo I les reseño aquella a San Bernardino de Siena: acerca de las 7 reglas. Son consejos para los estudiantes, estos son:

1. Estimación: Amor al estudio
2. Separación: o aislarse un poco de lo accesorio
3. Quietud: No distracciones
4. Ordenación: Se refiere al orden u organización y equilibrio
5. Continuación: esto es perseverancia
6. Discreción: o moderación, no sobreesfuerzo o exceso por la prisa en conseguir resultados
7.Dilectación: o tomar gusto por lo que haces.
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Jun 25, 2012 3:44 pm

Oración para pedir la beatificación del Siervo de Dios Juan Pablo I

Oh Señor, “estate siempre cerca de mí. Ten tu mano sobre mi cabeza, pero haz que también yo tenga mi cabeza bajo tu mano. Tómame como soy, con mis defectos, con mis pecados, pero haz que me transforme como tú deseas y como también yo deseo”.

Con estas palabras oraba tu siervo Albino Luciani, Papa Juan Pablo I. Su deseo de santidad fue escuchado: se convirtió en discípulo tuyo generoso y fiel y le quisiste Pastor y Vicario tuyo para la Iglesia universal. Tuvo la gracia de ser un comunicador ejemplar para donarnos, en sencillez y alegría, lo verdadero, lo bello y lo bueno.

Haz que yo aspire a lo que tú deseas también en las gracias particulares que te pido… A ejemplo del Siervo de Dios, haz que me comunique intensamente contigo y con el prójimo para recoger y donar, con humildad y sencillez, la luz y el amor que irradian de Ti. Amén.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Jun 25, 2012 4:16 pm

PRIMER MENSAJE «URBI ET ORBI» DEL SANTO PADRE JUAN PABLO I

Venerables hermanos, queridos hijos e hijas de todo el orbe católico:
Llamado por la misteriosa y paterna bondad de Dios a la gravísima responsabilidad del Supremo Pontificado, os damos nuestro saludo; e inmediatamente lo extendemos a todos los hombres del mundo, que nos escuchan en este momento, y a los cuáles, según las enseñanzas del Evangelio nos place considerar únicamente como amigos y hermanos. A todos vosotros nuestro saludo, paz, misericordia, amor: « La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos vosotros » (2 Cor 13,13).

Tenemos todavía el ánimo turbado por el pensamiento del tremendo ministerio para el que hemos sido elegido. Como Pedro, nos parece haber puesto los pies sobre el agua movediza y, agitado por el viento impetuoso, hemos gritado con él al Salvador: « Señor, sálvame » (Mt 14, 30). Pero hemos sentido dirigida también a Nos la voz, alentadora y al mismo tiempo amablemente exhortadora de Cristo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?» (Mt 14, 31). Si las fuerzas humanas, por sí solas, no pueden sostener tan gran peso, la ayuda omnipotente de Dios, que guía a su Iglesia a través de los siglos en medio de tantas contradicciones y adversidades, no nos faltará ciertamente, tampoco a Nos, humilde y último servus servoum Dei.

Teniendo nuestra mano asida a la de Cristo, apoyándonos en Él, hemos tomado también Nos el timón de esta nave, que es la Iglesia, para gobernarla; ella se mantiene estable y segura, aun en medio de las tempestades, porque en ella está presente el Hijo de Dios como fuente y origen de consolación y victoria. Según las palabras de San Agustín, que recoge una imagen frecuente en los Padres de la antigüedad, la nave de la Iglesia no debe temer, porque está guiada por Cristo: «Pues aun cuando la nave se tambalee, sólo ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Ciertamente peligra en el mar; pero sin ella al momento se sucumbe» (Sermo 75, 3; PL 38, 475). Sólo en ella está la salvación: sine illa peritur! Apoyados en esta fe, caminaremos. La ayuda de Dios no nos faltará, según la promesa indefectible: «Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 20). Vuestra adhesión unánime y la colaboración generosa de todos nos hará más ligero el peso del deber cotidiano.

Nos disponemos a asumir esta tremenda misión consciente de que la Iglesia católica es insustituible, de que su inmensa fuerza espiritual es garantía de paz y de orden, como tal está presente en el mundo, y como tal la reconocen los hombres esparcidos por todo el orbe.

El eco que la vida de la Iglesia levanta cada día es testimonio de que ella, a pesar de todo, está viva en el corazón de los hombres, incluso de aquellos que no comparten su doctrina y no aceptan su mensaje. Como dice el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, que debe extenderse a todos los pueblos, entra en la historia humana, pero rebasando a la vez los límites del tiempo y del espacio. Y mientras camina a través de peligros y tribulaciones, es confortada por la fuerza de la gracia divina que el Señor le prometió, para que a pesar de la debilidad humana no falte a su fidelidad absoluta, antes bien, se mantenga esposa digna de su Señor y no cese de renovarse a sí misma, bajo la acción del Espíritu Santo, hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso» (Lumen gentium, 9). Según el plan de Dios, que «congregó a quienes miran con fe a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz», la Iglesia ha sido fundada por Él «a fin de que sea para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salvadora» (ibíd.).

Bajo esta deslumbrante luz, nos ponemos enteramente, con todas nuestras fuerzas físicas y espirituales, al servicio de la misión universal de la Iglesia, lo cual implica la voluntad de servir al mundo entero: en efecto, pretendemos servir a la verdad, a la justicia, a la paz, a la concordia, a la cooperación, tanto en el interior de las naciones, como de los diversos pueblos entre sí. Llamamos ante todo a los hijos de la Iglesia a tomar conciencia cada vez mayor de su responsabilidad: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13 s.).

Superando las tensiones internas que se han podido crear aquí y allá, venciendo las tentaciones de acomodarse a los gustos y costumbres del mundo, así como a las seducciones del aplauso fácil, unidos con el único vínculo del amor que debe informar la vida íntima de la Iglesia, como también las formas externas de su disciplina, los fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: «Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1P 3,15). La Iglesia, en este esfuerzo común de responsabilización y de respuesta a los problemas acuciantes del momento, está llamada a dar al mundo ese «suplemento de alma» que tantos reclaman y que es el único capaz de traer la salvación. Esto espera hoy el mundo: él sabe bien que la perfección sublime a la que ha llegado con sus investigaciones y con sus técnicas ha alcanzado una cumbre más allá de la cual aparece ya aterrador el vértigo del abismo; la tentación de sustituirse a Dios con la decisión autónoma que prescinde de las leyes morales, lleva al hombre moderno al riesgo de reducir la tierra a un desierto, la persona a un autómata, y la convivencia fraterna a una colectivización planificada, introduciendo no raramente la muerte allí donde en cambio Dios quiere la vida.

La Iglesia, llena de admiración y simpatía hacia las conquistas del ingenio humano, pretende además salvar al mundo, sediento de vida y de amor, de los peligros que le acechan. El Evangelio llama a todos sus hijos a poner las propias fuerzas, y la misma vida, al servicio de los hermanos, en nombre de la caridad de Cristo: «Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15,13). En este momento solemne, pretendemos consagrar todo lo que somos y podemos a este fin supremo, hasta el último aliento, consciente del encargo que Cristo mismo nos ha confiado: «Confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32).

Necesitamos, para darnos fuerzas en la ardua tarea, del recuerdo suavísimo de Nuestros Predecesores, cuya amable dulzura e intrépida fuerza Nos será de ejemplo en el programa pontificio: recordamos en particular las grandísimas lecciones de gobierno pastoral dejadas a Nosotros por los Papas que Nos están cercanos, como Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, que con su sabiduría, dedicación, bondad y amor a la Iglesia y al mundo han dejado una huella imborrable en nuestro tiempo atormentado y magnífico. Pero es, sobre todo, al llorado Pontífice Pablo VI, Nuestro inmediato Predecesor, a quien va nuestro conmovido afecto del corazón y de la veneración. Su muerte rápida, que ha dejado atónito al mundo, según el estilo de los gestos proféticos de los cuales ha circundado su inolvidable pontificado, ha puesto en la justa luz la estatura extraordinaria de aquel grande y humilde hombre, al cual la Iglesia debe la irradiación extraordinaria, aún entre las contradicciones y las hostilidades, alcanzada en estos quince años, así como también la obra gigantesca, infatigable, incansable, puesta por él en la realización del Concilio y en asegurar al mundo la paz: tranquiltitas ordinis.

Nuestro programa será el de continuar el suyo, en la huella ya marcada con tanta aceptación por el gran corazón de Juan XXIII:
— Queremos continuar en la prosecución de la herencia del Concilio Vaticano II, cuyas sabias normas deben ser todavía llevadas a cumplimiento, vigilando para que un empujón, generoso tal vez, pero imprudente, no tergiverse los contenidos y los significados, y, asimismo, que fuerzas de freno y tímidas no hagan lento el magnífico impulso de renovación y de vida.
— Queremos conservar intacta la gran disciplina de la Iglesia en la vida de los sacerdotes y de los fieles, como la probada riqueza de su historia ha asegurado en los siglos con ejemplos de santidad y heroísmo, ya sea en el ejercicio de las virtudes evangélicas, como en el servicio a los pobres, a los humildes, a los indefensos; y, a este propósito, llevaremos adelante la revisión del Código de Derecho Canónico, ya sea en la tradición oriental como en la latina, para asegurar, a la linfa interior de la santa libertad de los hijos de Dios, la solidez y la firmeza de las estructuras jurídicas.
— Queremos recordar a la Iglesia entera que su primer deber es el de la evangelización, cuyas líneas maestras Nuestro Predecesor, Pablo VI, ha condensado en un memorable documento: animada por la fe, nutrida por la Palabra de Dios y sostenida por el alimento celeste de la Eucaristía, ella debe estudiar toda vía, buscar todo medio, «oportuno o inoportuno» (2Tm 4, 2), para sembrar el Verbo, para proclamar el mensaje, para anunciar la salvación que pone en las almas la inquietud de la búsqueda de lo verdadero y en ella las sostiene con la ayuda de lo alto; si todos los hijos de la Iglesia supieran ser incansables misioneros del Evangelio, un nuevo florecimiento de santidad y de renovación surgirá en el mundo, sediento de amor y de verdad.
— Queremos continuar el esfuerzo ecuménico que consideramos la extrema consigna de Nuestros inmediatos Predecesores, vigilando con fe inmutable, con esperanza invicta y con amor indeclinable la realización del gran mandato de Cristo: «Ut omnes unum sint» (Jn 17, 21), en el cual vibra el ansia de su Corazón en la vigilia de la inmolación del Calvario; las mutuas relaciones entre las iglesias de distinta denominación han cumplido progresos constantes y extraordinarios, que están a la vista de todos; pero la división no cesa, por otro lado, de ser motivo de perplejidad, de contradicción y de escándalo a los ojos de los no cristianos y de los no creyentes: por esto pensamos dedicar Nuestra inmediata atención a todo lo que pueda favorecer la unión, sin ceder en lo doctrinal pero también sin vacilaciones
— Queremos proseguir con paciencia y firmeza el diálogo sereno y eficaz que el Sumo Pontífice Pablo VI, nunca bastante llorado, fijó como fundamento y estilo de su acción pastoral, dando las líneas maestras de dicho diálogo en la Encíclica Ecclesiam suam, a saber: es necesario que los hombres, a nivel humano, se conozcan mutuamente, aun cuando se trate de los que no comporten nuestra fe: y es necesario que nosotros estemos siempre dispuestos a dar testimonio de la fe que poseemos y del encargo que Cristo nos encomendó, para « que el mundo crea » (Jn 17, 21).
— Queremos, finalmente, secundar todas las iniciativas laudables y buenas encaminadas a tutelar e incrementar la paz en este mundo turbado; con este fin, pediremos la colaboración de todos los hombres buenos, justos, honrados, rectos de corazón, para que, dentro de cada nación, se opongan a la violencia ciega que sólo destruye sembrando ruina y luto; y, en la convivencia internacional, guíen a los hombres a la comprensión mutua, a la unión de los esfuerzos que impulsen el progreso social, venzan el hambre corporal y la ignorancia del espíritu, fomenten el desarrollo de los pueblos menos dotados de bienes materiales, pero al mismo tiempo ricos en energías y aspiraciones.

Hermanos e hijos queridísimos: En esta hora que nos hace temblar, pero en la que al mismo tiempo nos sentimos confortado por las promesas divinas, saludamos a todos nuestros hijos; desearíamos tenerlos aquí a todos para mirarles en los ojos y para abrazarlos infundiéndoles valor y confianza, y pidiéndoles comprensión y oración por nosotros.

A todos nuestro saludo.
— A los cardenales del Sacro Colegio, con los que hemos compartido horas decisivas y en quienes confiamos ahora y confiaremos en el futuro, agradeciéndoles sus sabios consejos y la valiosa colaboración que querrán seguir ofreciéndonos, como prolongación del consenso amplio que por voluntad de Dios nos ha traído a esta cumbre del ministerio apostólico.
— A todos los obispos de la Iglesia de Dios, «que representan cada uno a su Iglesia, y todos ellos juntamente con el Papa a la Iglesia universal en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad » (Lumen gentium, 23), y cuya colegialidad queremos consolidar firmemente solicitando su colaboración en el gobierno de la Iglesia universal, sea mediante el Sínodo, sea a través de los dicasterios de la Curia, en los que ellos toman parte según las normas establecidas.
— A todos nuestros queridos colaboradores, a quienes corresponde ejecutar fiel y continuamente nuestra voluntad; ellos tienen el honor de realizar una actividad que les compromete a una vida de santidad, a un espíritu de obediencia, a una dedicación apostólica y a un amor ferviente a la Iglesia que sirva de ejemplo a los demás. Los amamos uno a uno, y pidiéndoles que continúen prestándonos a nosotros, como a nuestros predecesores, su ya probada fidelidad, estamos seguro de poder contar con su trabajo preciosísimo que nos servirá de gran ayuda.
— Saludamos a los sacerdotes y fieles de la diócesis de Roma a ellos nos une la sucesión de Pedro y el ministerio único y singular de esta Cátedra Romana «que presido en la caridad universal» (cf. San Ignacio de Antioquía, Epístola a los romanos, Funk I, 252).
— Saludamos de modo especial a los fieles de nuestra diócesis de Belluno, de la cual procedemos; y a los que en Venecia nos habían sido confiados como hijos afectuosos y queridos, en los que pensamos ahora con nostalgia sincera, recordando sus magníficas obras eclesiales y las energías que hemos dedicado juntos a la buena causa del Evangelio.
— Y abrazamos con amor también a todos los sacerdotes, especialmente a los párrocos y a cuantos se dedican a la cura directa de las almas, en condiciones muchas veces de penuria o de auténtica pobreza, pero sostenidos al mismo tiempo luminosamente por la gracia de la vocación y por el seguimiento heroico de Cristo, «pastor y guardián de vuestras almas» (1P 2, 25).
— Saludamos a los religiosos y religiosas de vida contemplativa o activa, que siguen irradiando en el mundo el encanto de su adhesión intacta a los ideales evangélicos; y les rogamos que «sin cesar se esmeren para que por medio de ellos, ante los fieles y los infieles, la Iglesia manifieste de veras cada vez mejor a Cristo» (Lumen gentium, 46).
— Saludamos a toda la Iglesia misionera, animando y aplaudiendo con amor a los hombres y mujeres que ocupan un puesto de vanguardia en la proclamación del Evangelio: sepan que entre todos aquellos a quienes amamos, ellos nos son especialmente queridos; nunca los olvidaremos en nuestras oraciones y en nuestra solicitud, porque tienen un puesto privilegiado en nuestro corazón.
— A las Asociaciones de Acción Católica, así como a los Movimientos de denominación diversa que contribuyen con energías nuevas a la vivificación de la sociedad y a la consecratio mundi, como levadura en la masa (cf. Mt 13, 33), va todo nuestro aliento y nuestro apoyo, porque estamos convencido de que su actividad, en colaboración con la sagrada jerarquía, es hoy indispensable para la Iglesia.
— Saludamos a los adolescentes y a los jóvenes, esperanza de un mañana más limpio, más sano, más constructivo, advirtiéndoles que sepan distinguir entre el bien y el mal, y realicen el bien con las energías frescas que poseen, procurando aportar su vitalidad a la Iglesia y para el mundo del mañana.
— Saludamos a las familias, «santuario doméstico de la Iglesia» (Apostolicam actuositatem, 11), más aún, « verdadera y propia Iglesia doméstica » (Lumen gentium, 11), deseando que en ellas florezcan vocaciones religiosas y decisiones santas, y que preparen el mañana del mundo; les exhortamos a que se opongan a las perniciosas ideologías del llamado hedonismo que corroe la vida, y a que formen espíritus fuertes, dotados de generosidad, equilibrio y dedicación al bien común.
— Pero queremos enviar un saludo particular a cuantos sufren en el momento presente; a los enfermos, a los prisioneros, a los emigrantes, a los perseguidos, a cuantos no logran tener un trabajo o carecen de lo necesario en la dura lucha por la vida; a cuantos sufren por la coacción a que está reducida su fe católica, que no pueden profesar libremente sino a costa de sus derechos primordiales de hombres libres y de ciudadanos solícitos y leales. Pensamos de modo particular en la atormentada región del Líbano, en la situación de la Tierra de Jesús, en la faja del Sahel, en la India tan probada, y en todos aquellos hijos y hermanos que sufren dolorosas privaciones, sea por las condiciones sociales y políticas, sea a consecuencia de desastres naturales.

¡Hombres hermanos de todo el mundo!
Todos estamos empeñados en la tarea de lograr que el mundo alcance una justicia mayor, una paz más estable, una cooperación mas sincera; y por eso invitamos y suplicamos a todos, desde las clases sociales más humildes que forman la urdimbre de las naciones, hasta los Jefes responsables de cada uno de los pueblos, a hacerse instrumentos eficaces y « responsables » de un orden nuevo, más justo y más sincero.

Una aurora de esperanza flota sobre el mundo, si bien una capa espesa de tinieblas con siniestros relámpagos de odio, de sangre y de guerra, amenaza a veces con oscurecerla; el humilde Vicario de Cristo que comienza con temblor y confianza su misión, se pone a disposición total de la Iglesia y de la sociedad civil, sin distinción de razas o ideologías, con el deseo de que amanezca para el mundo un día más claro y sereno. Solamente Cristo puede hacer brotar la luz que no se apaga, porque Él es el «sol de justicia» (cf. Mal 4, 2); pero Él pide también el esfuerzo de todos; el nuestro no faltará.
Pedimos a todos nuestros hijos la ayuda de su oración, porque sólo en ésta esperamos; y nos abandonamos confiados a la ayuda del Señor quien, al igual que nos ha llamado a la tarea de Representante suyo en la tierra, no permitirá que nos falte su gracia omnipotente.

María Santísima, Reina de los Apóstoles, será la fúlgida estrella de nuestro pontificado.
San Pedro, «fundamento de la Iglesia » (San Ambrosio, Exp. Ev. Sec. Lucam, IV, 70; CSEL 32, 4, pág. 175), nos asista con su intercesión y con su ejemplo de fe invicta y de generosidad humana.
San Pablo nos guíe en el impulso apostólico dirigido a todos los pueblos de la tierra; nos asistan nuestros santos Patronos.
Y en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo impartimos al mundo nuestra primera y afectuosísima bendición apostólica.


--- Es un hermoso mensaje de S.S. Juan Pablo 1 y doy una pequeña explicación del significado de las palabras URBI ET ORBI

*Urbi et orbi, palabras que en latín significan a Roma y al mundo, literal a la ciudad y al mundo. Era la fórmula habitual con la que empezaban las proclamas del Imperio romano. En la actualidad es la bendición más solemne que imparte el Papa, y sólo él, dirigida a la ciudad de Roma y al mundo entero.

La bendición Urbi et orbi se imparte durante el año siempre en dos fechas: el Domingo de Pascua y el día de Navidad, 25 de diciembre. Se hace desde el balcón central de la Basílica de San Pedro.
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Jun 25, 2012 4:21 pm

S.S. JUAN PABLO I

Juan Pablo I: La sonrisa de Dios (Digipack)
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LA SONRISA DE DIOS

Les comparto esto que encontre, debe de ser muy interesante y bonito.
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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Jun 25, 2012 4:49 pm

TOMA DE POSESIÓN DE LA CATHEDRA ROMANA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO I


Basílica de San Juan de Letrán. Sábado, 23 de septiembre de 1978

Agradezco de corazón al cardenal Vicario las delicadas palabras con las que en nombre también del consejo episcopal, cabildo lateranense, clero, religiosos, religiosas y fieles ha querido expresar la devoción y propósitos de activa colaboración en la diócesis de Roma. Primer testimonio concreto de esta colaboración es la suma ingente recogida entre los fieles de la diócesis y puesta a mi disposición para proveer de templo y de estructuras parroquiales a una barriada periférica de la ciudad, privada todavía de esos esenciales elementos comunitarios de vida cristiana. Doy las gracias, verdaderamente conmovido.

El maestro de ceremonias ha elegido las tres lecturas bíblicas para esta celebración litúrgica. Las ha juzgado adecuadas y yo voy a tratar de explicároslas.
La primera lectura (Is 60, 1- 6) puede aplicarse a Roma. Todos sabéis que el Papa adquiere su autoridad sobre toda la Iglesia en tanto en cuanto que es Obispo de Roma, es decir, sucesor de Pedro, en esta ciudad. Gracias especialmente a Pedro, la Jerusalén de que hablaba Isaías puede ser considerada una figura, un preanuncio de Roma. También de Roma, como sede de Pedro, lugar de su martirio y centro de la Iglesia católica se puede decir: «Sobre ti viene la aurora de Yavé y en ti se manifiesta su gloria. Las gentes caminarán a tu luz» (Is 60, 2-3) Recordando las peregrinaciones de los Años Santos y las que continúan efectuándose en los años normales con afluencia constante de fieles, se puede, con el profeta, hablar enfáticamente a Roma así: «Alza en torno tus ojos y mira: ... llegan de lejos tus hijos... pues vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti las riquezas de los pueblos» (Is 60, 4-5) Es esto un honor para el Obispo de Roma y para todos vosotros. Pero es también una responsabilidad. ¿Encontrarán, aquí, los peregrinos un modelo de verdadera comunidad cristiana? ¿Seremos capaces, con la ayuda de Dios, Obispo y fieles, de realizar aquí las palabras escritas por Isaías a continuación de las antes citadas, a saber: «No se hablará ya más de violencia en tu tierra... Tu pueblo será un pueblo de justos» (Is 60, 18-21)?

Hace unos minutos, el profesor Argan, alcalde de Roma, me ha dirigido unas corteses palabras de saludo y augurio. Esas palabras me han recordado una de las oraciones que, de niño, rezaba con mi madre. Decía así: «Los pecados que gritan venganza a los ojos de Dios son... oprimir a los pobres, no dar la justa paga a los obreros» Por su parte, el párroco me preguntaba en la clase de catecismo: «Los pecados que gritan venganza a los ojos de Dios ¿por qué son los más graves y funestos?» Y yo respondía según el catecismo de Pío X: «Porque son directamente contrarios al bien de la humanidad y tan odiosos que provocan, más que los otros, el castigo de Dios» (Catecismo de Pío X, núm. 154).Roma será una auténtica comunidad cristiana si Dios es honrado no sólo con la afluencia de los fieles a las iglesias, no sólo con la vida privada vivida morigeradamente, sino también con el amor a los pobres. Estos —decía el diácono romano Lorenzo— son los verdaderos tesoros de la Iglesia; deben, por tanto, ser ayudados, por quienes pueden, a tener más y a llegar a ser algo más, sin que se los humille y ofenda con ostentaciones de riquezas, con dinero derrochado en cosas superfluas, en lugar de ser empleado, siempre que sea posible, en empresas ventajosas para todos.

La segunda lectura (Hb 13, 7-8, 15-17, 20-21) se adapta a los fieles de Roma. La ha elegido, como he dicho, el maestro de ceremonias. Confieso que el que en ella se hable de obediencia me pone un poco en compromiso.
¡Hoy es muy difícil convencer cuando se enfrentan los derechos de la persona humana con los de la autoridad y de la ley!
En el libro de Job se describe un caballo de batalla. Salta como una potrilla y bufa, escarba la tierra con la pezuña y luego se lanza con ardor. Cuando suena la trompeta, relincha de júbilo, olfatea de lejos la lucha, oye los gritos del mando y el clamor de las formaciones (cf. Job 39,15-25). Símbolo de la libertad. La autoridad, en cambio, se asemeja al caballero prudente, que monta el caballo y unas veces con voz suave, otras utilizando acertadamente las espuelas, las riendas o la frustra lo estimula, o también modera su carrera impetuosa, lo frena y lo para. Poner de acuerdo a caballo y caballero, libertad y autoridad, ha llegado a ser un problema social. Y también un problema de Iglesia. En el Concilio se trató de resolverlo en el cuarto capítulo de la Lumen gentium. He aquí las indicaciones conciliares para el «caballero» «Los sacros pastores saben muy bien lo que contribuyen los seglares al bien de toda la Iglesia. Saben que ellos no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión de la salvación que la Iglesia ha recibido en relación con el mundo, sino que su magnífica tarea es la de apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y sus carismas, de modo que todos concordemente cooperen cada cual en su medida, a la obra común» (Lumen gentium, 30). Y continúa: saben también los pastores que «en las batallas decisivas las iniciativas más acertadas parten a veces del frente» (ibíd., 37 nota 7).
He aquí, en cambio, una indicación del Concilio para el «generoso batallador», es decir para los seglares: al obispo «deben adhesión los fieles como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre» (ibíd., 27). Roguemos al Señor para que ayude tanto al Obispo como a los fieles, tanto al caballero como al caballo. Me han dicho que en la diócesis de Roma son muchas las personas que se prodigan por sus hermanos, numerosos los catequistas; otros muchos esperan sólo una leve señal para intervenir y colaborar. Que el Señor nos ayude a todos a constituir en Roma una comunidad cristiana viva y operante. No en balde he citado el capítulo cuarto de la Lumen gentium: es el capitulo de la «comunión eclesial» Pero lo que allí se dice afecta especialmente a los seglares. Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas tienen una posición particular, ligados como están por el voto o por la promesa de obediencia. Yo recuerdo como uno de los momentos solemnes de mi existencia aquél en que, puestas mis manos en las del obispo, dije: «Prometo» Desde entonces me he sentido comprometido para toda la vida y jamás he pensado que se tratara de una ceremonia sin importancia. Espero que los sacerdotes de Roma piensen lo mismo. A ellos y a los religiosos, San Francisco de Sales les recordaría el ejemplo de San Juan Bautista, que vivió en la soledad, lejos del Señor, aun con su gran deseo de estar cercano a Él. ¿Por qué? Por obediencia. «Sabía —escribe el Santo —que encontrar al Señor fuera de la obediencia, es perderlo» (F. de Sales, Oeuvres, Annecy, 1896 pág. 321)

La tercera lectura
(Mt. 28, 16-20) recuerda al Obispo de Roma sus deberes. El primero es «enseñar», proponiendo la palabra del Señor con fidelidad tanto a Dios como a los que escuchan, con humildad, pero con valiente franqueza.
Entre mis santos predecesores Obispos de Roma hay dos que son también Doctores de la Iglesia: San León, el vencedor de Atila, y San Gregorio Magno. En los escritos del primero hay una línea teológica altísima y brilla una lengua latina estupendamente construida; no pienso que lo pueda yo imitar, ni siquiera de lejos. El segundo, en sus libros, es «como un padre, que instruye a sus hijos y los hace partícipes de sus solicitudes por su salvación eterna» (I. Schuster, Liber Sacramentorum, vol. I, Turín, 1929, pág. 46) Quisiera tratar de imitar al segundo, que dedica todo el libro tercero de su Regula pastoralis al tema «qualiter doceat », es decir, cómo el pastor debe enseñar. A lo largo de 40 capítulos, Gregorio indica concretamente varias formas de instrucción, según las diversas circunstancias de condición social, edad, salud y temperamento moral de los oyentes. Pobres y ricos, alegres y tristes, superiores y súbditos, doctos e ignorantes, descarados y tímidos, etc... todos están en ese libro, que es como el valle de Josafat.

En el Concilio Vaticano se consideró como algo nuevo el que se denominase «pastoral» no ya a lo que se enseñaba a los pastores, sino a lo que los pastores hacían para afrontar las necesidades, las ansias y las esperanzas de los hombres. Gregorio había ya puesto en práctica esa «novedad» muchos siglos antes, tanto en la predicación como en el gobierno de la Iglesia.

El segundo deber, expresado con la palabra «bautizar», se refiere a los sacramentos y a toda la liturgia. La diócesis de Roma ha seguido el programa de la CEI «Evangelización y Sacramentos»; sabe ya que evangelización, sacramento y vida santa son tres momentos de un camino único: la evangelización prepara al sacramento y el sacramento lleva a vivir cristianamente a quienes lo han recibido. Quisiera que este gran concepto se aplicara cada vez con más amplitud.
Quisiera también que Roma diese el buen ejemplo de una liturgia celebrada piadosamente y sin «creatividades» desentonadas. Algunos abusos en materia litúrgica han podido favorecer, por reacción, actitudes que han llevado a toma de posiciones insostenibles en sí mismas y en contraste con el Evangelio. Al hacer un llamamiento, con afecto y con esperanza, al sentido de responsabilidad de cada uno frente a Dios y a la Iglesia, quisiera poder asegurar que cualquier irregularidad litúrgica será diligentemente evitada.

Y hénos aquí ya en el último deber episcopal: «enseñar a observar».
Es la diaconía, el servicio de guiar y gobernar. Confieso que, aunque haya sido yo veinte años obispo, en Vittorio Véneto y en Venecia, todavía no he «aprendido bien el oficio» En Roma, estudiaré en la escuela de San Gregorio Magno, que dice: «Esté cercano (el pastor) a cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad. Recuerde que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el pastor ha hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres» (Reg. past. Parte II, cc. 5 y 6 passim).

Termina aquí la explicación de las tres lecturas. Pero séame permitido añadir una solo cosa: es ley de Dios que no se pueda hacer bien a alguien si antes no se le quiere bien. Por eso San Pío X, al entrar como Patriarca en Venecia, exclamó en San Marcos: «¿Qué sería de mí, venecianos, si no os amase?» Algo parecido digo yo a los romanos: puedo aseguraros que os amo, que solamente deseo serviros y poner a disposición de todos mis pobres fuerzas, todo lo poco que tengo y que soy.

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MUY INTERESANTE ESTA HOMILIA DE S.S. JUAN PABLO I, EN SU TOMA DE POSESIÓN, QUE DIOS LO TENGA EN SU SANTA GLORIA.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: S.S. Juan Pablo I (Agosto- Septiembre 1978)

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Jun 25, 2012 8:38 pm

LA EXTRAÑA MUERTE DE JUAN PABLO I

Estimada Pepita:

He borrado este post porque es un rumor, una leyenda malintencionada que no llegó a más. No entiendo la intención de ponerla aquí ni lo que quieres sugerir.

En estos cursos, tratamos de acercarnos a Cristo, de conocerlo y darlo a conocer. Cómo podríamos conseguirlo si no mantenemos la eclesialidad? Cómo se podría transmitir la fe difundiendo rumores?

Por favor pìdo a todos, no volver a poner posts de este tipo y menos aun sin justificar el por qué se ponen y cual es la fuente.

Gracias,
Hini
"No anteponer nada al amor de Dios"

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