El siglo XVIII se caracterizó por su carácter laico e individualista derivado del humanismo de la Ilustración. En el Siglo de las Luces brilló el racionalismo, que no siempre supuso una ruptura con las iglesias. La música litúrgica recogió su amplia tradición, pero a su vez fue influenciada por la popularidad del género de la ópera. Haydn y Mozart consiguieron juntar la tradición y el espíritu de renovación en obras que quedaron como referentes. En ese momento, en Inglaterra brillaba Haendel, cuyos oratorios fueron considerados distintivo nacional.
La música sacra de Mozart sumó 20 misas, entre ellas la Misa de la Coronación y un breve motete, Ave Verum.
El poeta Metastasio previó la fusión del mundo operístico y la liturgia, rescatando al viejo oratorio basado en textos bíblicos. Esa idea halló terreno fértil en Piccinni, Gassmann, Paisiello, Seydelmann, Salieri, Haydn y Mozart, quienes compusieron oratorios que se representaron fuera de la temporada operística, en fechas como Semana Santa y Navidad.