por AMunozF » Mar Nov 06, 2012 2:24 am
Siglo XIII Edad Media: Órdenes Mendicantes. Inquisición.
Comienza ya el nacimiento del espíritu laico. Fue un gran siglo para el mundo y para la Iglesia.
INTRODUCCIÓN
Llegamos al máximo esplendor de la cultura forjada lentamente durante la Edad Media. Después de estos resplandores, comenzará el paulatino declive del medioevo.
Es el siglo del gran Papa Inocencio III que quiso llevar a cabo el ideal de una sociedad político-religiosa medieval, en cuya cima estuviera la supremacía papal. Es un siglo en que continúan las cruzadas, y en que nacen las grandes órdenes mendicantes, como la de san Francisco de Asís y la de santo Domingo de Guzmán. Es también el siglo que ve aparecer la inquisición, y admira las expediciones de Marco Polo por el lejano oriente, hasta China. Es el siglo de las universidades y de las grandes lumbreras intelectuales, como san Alberto Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino. Es el siglo del arte gótico. Es el siglo de la Carta Magna o Constitución, que limitaba los derechos absolutos de los reyes. ¡Interesante siglo!
La cristiandad no sólo promovió el desarrollo de las ciencias sagradas, sino que dio vida a la institución destinada específicamente a desarrollar la ciencia y a difundir la cultura superior: la universidad. Surgen por impulso de la Iglesia las universidades de París, Oxford, Bolonia. Salamanca.
A partir del siglo XIII la evolución de la sociedad medieval señaló nuevos rumbos a las preferencias populares. Existía ahora una población urbana cada vez más considerable y en las ciudades se establecieron también las nuevas órdenes de religiosos mendicantes, que pronto ejercieron un poderoso atractivo sobre los fieles.
I. SUCESOS
“¡Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti, Jerusalén...!”
Las cruzadas del siglo XIII presentan ya signos de decadencia.
La cuarta (1202-1204) tenía como fin devolver vida y fuerzas al agonizante reino franco, que se había establecido en Tierra Santa. Pero se desvió de sus verdaderos fines, y en vez de dirigirse a Palestina, los cruzados penetraron en Bizancio (Constantinopla) en 1204 y depusieron al emperador Alejo V. Coronaron a Belduino de Flandes e instauraron allí un imperio latino que perduraría más de medio siglo. Bizancio quedó así convertida en feudo papal, hasta 1260. Este hecho fue uno de los principales agravios, cometidos por los cristianos occidentales a los cristianos ortodoxos de oriente
En la quinta cruzada (1217-1221) Andrés II de Hungría obtuvo únicamente avances precarios. Esta cruzada se dirigió a Siria y Egipto.
La sexta cruzada (1228-1229) fue capitaneada por el emperador Federico II, emperador excomulgado por el Papa. Mediante alianzas habilísimas, propias de su genio político, y sin recurrir a las acciones bélicas, instauró en Jerusalén una política de tolerancia religiosa. Un tratado con el sultán de Egipto puso en manos de Federico Jerusalén, Belén, Nazaret y otros lugares, a cambio de territorios poseídos por los cristianos al norte de Siria. En marzo de 1229, Federico hizo su entrada solemne en Jerusalén, mientras el patriarca latino lanzaba el entredicho sobre la ciudad. Jerusalén permaneció tan sólo quince años en manos de los cristianos y en agosto de 1244 se perdió definitivamente.
Las dos últimas cruzadas fueron empresas completamente francesas, organizadas por el santo rey Luis IX.
La séptima (1248-1254), dirigida contra Egipto, tenía como fin recobrar nuevamente Jerusalén, caída en poder turco en 1244. Los cristianos se habían replegado a unas cuantas fortificaciones, como san Juan de Arce y Antioquía. Terminó en un desastre. El rey y el ejército fueron hechos prisioneros y tuvieron que pagar un cuantioso rescate por la libertad.
La octava y la última cruzada (1270) fue llevada a cabo por el mismo rey san Luis, en respuesta al llamado del papa Inocencio IV para contener el avance turco. Antes de partir hacia Jerusalén, se apoderó de Túnez, en el norte de África. Allí murió, víctima de la disentería; y con él su ejército sufrió también esa terrible epidemia. No se hará otro intento más para reconquistar la Tierra Santa.
En España hubo una cruzada contra los musulmanes, en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), que terminó con la victoria de los europeos que auxiliaron al rey español Alfonso IX. Durante el resto del siglo san Fernando III, Alfonso X el sabio, Alfonso el batallador y Jaime el conquistador, harán retroceder a los moros hacia el sur de la península ibérica.
¿Qué herejías azotaron a la Iglesia en este siglo?
Primero, los Valdenses. En Francia surgió la herejía de Pedro Valdés, nacido en Lyon, que un buen día abandonó sus negocios y partió a predicar el evangelio, dando ejemplo de pobreza, austeridad y desprendimiento y arrastrando compañeros de Suiza y Alemania. Atacó las costumbres de los clérigos relajados e invitaba a volver al cristianismo primitivo, pero no estuvo inmune de errores dogmáticos en sus predicaciones. Los “perfectos” entre los valdenses hacían los tres votos de pobreza, castidad y obediencia; y los simples seglares se arrogaban el derecho de celebrar la eucaristía. Sólo admitían el bautismo, la penitencia y la eucaristía. El papa Lucio III los excomulgó.
Continuaron los albigenses o cátaros. Eran más peligrosos por su mayor difusión y por su más franco alejamiento de la fe católica. Se llamaban albigenses por la ciudad de Albi; y cátaros o puros. No reconocían una iglesia visible, rechazaban toda autoridad espiritual y temporal y no admitían ni la guerra ni la pena de muerte. Sólo tenían un sacramento, el bautismo del espíritu, el consolamentum, que por lo demás sólo recibían los “perfectos”; los cuales quedaban obligados después de su recepción a llevar una vida rigurosamente ascética. Los restantes sólo recibían el consolamentum en la hora de la muerte. El Papa Inocencio III invitó al rey de Francia a una cruzada contra ellos, que desembocó en una horrible crueldad por ambos bandos.
Hechos políticos importantes
Los nobles ingleses obligaron al rey Juan sin Tierra a firmar la Carta Magna o Constitución que delimitaba los derechos del rey, en contra de sus pretensiones absolutistas.
En el reinado de su sucesor, Enrique III, fue instituida la cámara de los comunes o parlamento. Ambos ejemplos fueron, muchos siglos después, copiados por un gran número de países.
Otomán, el turco, fundó el imperio llamado otomano en 1259, y con ello motivó en gran parte el surgir de las cruzadas que hemos señalado. Dicho imperio constituirá un peligro constante para Europa hasta la batalla de Lepanto del año 1572, en que fueron vencidos los otomanos por la escuadra cristiana, gracias a la intercesión de la Virgen María Auxiliadora 88.
II. RESPUESTA DE LA IGLESIA
De nuevo, luces y sombras...
En el siglo XIII la Iglesia medieval había llegado a su edad de oro. Pero como la naturaleza es débil, al hombre le resulta difícil mantenerse en las cimas y comete flaquezas. A fines del siglo XIII aparecen síntomas de decadencia. Ni el sacerdote concubinario, ni el monje aburguesado, ni el obispo político y feudal habían desaparecido por completo en este tiempo. La preparación del clero parroquial y su formación espiritual era muy deficiente. La elección para cargos o beneficios –obispos y abadías- que había mejorado tras la intervención de Gregorio VII, en la actualidad había descendido a niveles lamentables.
Por estos tiempos los papas, que eran los obispos de Roma y estaban obligados a cuidar su grey, poco tiempo residían en la misma Roma. Según la costumbre de esa época, elegían al papa en el mismo lugar donde había fallecido su antecesor. Muchos pontífices fueron elegidos fuera de Roma, y luego retrasaban su viaje a Roma para atenderla como pastores.
Pero también hubo hechos muy positivos en la Iglesia de este siglo.
La Iglesia apoyó las cruzadas y condenó las herejías. Para ello convocó varios concilios.
El IV Concilio de Letrán, convocado por Inocencio III en 1215, condenó a los valdenses y a los albigenses. Reprobó la venta de reliquias, ordenó la confesión y comunión anual, estimuló las cruzadas, y legisló sobre la disciplina sacerdotal.
El Concilio de Lyon de 1245 hizo un triste balance del estado espiritual de la cristiandad y señaló sus principales llagas: relajación de los clérigos, peligro de Jerusalén y Bizancio por las amenazas de los turcos, inminencia de la invasión de los mongoles en Europa, y sobre todo las guerras de Federico II, rey de Francia, al que el concilio tuvo que excomulgar.
El II concilio de Lyon, en 1274, volvió a hacer un llamamiento a los príncipes cristianos para acudir en auxilio de Tierra Santa. Asimismo buscó la unión con la iglesia bizantina y dictó medidas para reformar las costumbres eclesiásticas. Con el fin de evitar más intromisiones civiles en la elección de los sumos pontífices, el concilio ordenó que los cardenales escogieran al sucesor del papa difunto. La reunión de los cardenales para la elección del papa desde entonces se llama cónclave.
Balance de las cruzadas
Una palabra sobre la cuarta cruzada en la que cruzados arrasaron Bizancio o Constantinopla en 1202. Fue un triste episodio89 . Este hecho se presenta de ordinario como algo querido por el papa de entonces. En realidad, está documentado que Inocencio III se horrorizó al conocer la noticia y excomulgó a los responsables de semejante barbarie. Ese acto vandálico estuvo motivado por la ambición política de algunos de los caballeros cruzados, capitaneados por la República de Venecia que buscaba la supremacía comercial.
Hagamos un breve saldo de las cruzadas:
a) Encauzaron el espíritu caballeresco de la época hacia ideales religiosos. Esto no quita que entre los cruzados hubiera gente indeseable.
b) Al menos al inicio, unió a pueblos diversos en la defensa de la fe común. Pero poco a poco se evidenciaron sus divisiones e intereses.
c) En algunos despertó el espíritu misionero: san Francisco de Asís viajó a Siria (1212) y envió los primeros primeros franciscanos a Marruecos (1219).
d) Hubo muchos hechos ignominiosos, pero no deben hacer olvidar personajes ilustres como Godofredo y san Luis de Francia, que lucharon con grande idealismo cristiano.
Las Órdenes Mendicantes
Ante la relajación de algunos eclesiásticos, Dios no se olvidó de su Iglesia. Al contrario, hizo surgir las órdenes mendicantes. Sus fundadores quisieron responder a la llamada del evangelio y a las necesidades de su tiempo. Fueron sensibles en particular al desarrollo de la herejía, al movimiento urbano y a la fermentación intelectual.
Las órdenes mendicantes se llamaban así, porque en un tiempo en que los pastores de la iglesia se enriquecen siempre más, los monasterios abundan en tierras y en bienes, y la nueva burguesía de las ciudades se desvive por aumentar sus ganancias, ellos hacen voto de perfecta pobreza. En un tiempo en que se ahonda cada vez más la diferencia entre los grandes señores y el pueblo llano, ellos predican la fraternidad cristiana. Su vida ya no depende de tierras de labranza ni de rentas. Viven de la limosna. Ya no se llaman monjes, sino hermanos. Las principales órdenes mendicantes fueron la de los franciscanos y la de los dominicos.
Los dominicos: es la llamada Orden de los Predicadores, apoyada por el gran papa Inocencio III y aprobada más tarde por Honorio III en 1216. Fue fundada por santo Domingo de Guzmán, nacido en España hacia el año 1170.
Sale al encuentro de los herejes cátaros o valdenses, imitando la pobreza de Cristo pobre y aceptando las controversias dogmáticas con ellos. El obispo de Toulouse (Francia) aprueba en el año 1215 al pequeño grupo de predicadores: “Constituimos como predicadores en nuestra diócesis al hermano Domingo y a sus compañeros, a fin de extirpar la corrupción de la herejía, arrojar los vicios, enseñar la regla de la fe e inculcar sanas costumbres a los hombres”.
Su programa regular es portarse como religiosos, es decir, hacer los tres votos de pobreza, castidad y obediencia; ir a pie, predicar la palabra evangélica, vivir la pobreza de Jesús, alimentándose con lo que les dan. Fin y objeto de la nueva orden era crear un grupo de sacerdotes aptos y altamente preparados para predicar al pueblo la sana doctrina. Dedicaron, pues, los dominicos especial atención al estudio. Tanto descollaron en las ciencias que, en vida del fundador, enseñaban ya en la universidad de París. En esa universidad brillaron de manera especial san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino.
La organización de la orden es democrática. Los cargos son electivos y temporales. Tan sólo el maestro general es elegido para toda la vida. No disponen de las rentas de las grandes abadías, sino que obtienen de las limosnas los medios de subsistencia. Se dirigen especialmente a las gentes de la ciudad, a los miembros de las corporaciones y enseñan en las universidades. En 1216 el papa aprueba esta orden, y adoptan la regla de san Agustín. El papa Gregorio IX 90 les encarga la responsabilidad de la inquisición eclesial, de la que hablaremos más tarde.
Los Franciscanos: Francisco, nacido en Asís (Italia) hacia el año 1181, era hijo de un rico mercader, y en el año 1205 abandona sus sueños de caballería para consagrarse a la Dama Pobreza. Se encuentra con Cristo pobre en un leproso. Cree al principio que Cristo le pide que repare las iglesias, como la de san Damián; pero más tarde comprenderá que Dios le llama a la reforma de la Iglesia, en la que se filtran abusos y modos de vivir que contradicen la santidad de las costumbres y la doctrina de la Iglesia. Después de devolver a su padre todos sus bienes e incluso sus vestidos, pide como limosna la comida y los materiales de construcción. Su vida es la de los ermitaños. Pero en 1208, oye el evangelio en la iglesia de la Porciúncula: “Id, proclamad que está cerca el reino de Dios. No llevéis oro ni plata...”. Con algunos compañeros, va por los caminos proclamando con alegría la buena nueva de la paz. Predica sin ser sacerdote. Se sentía indigno de serlo, y nunca quiso recibir la ordenación sacerdotal.
Su lema es: “paz y bien”. No quiere pronunciar ningún juicio contra los sacerdotes ni contra los demás pastores de la iglesia. Pide tan sólo un espacio de libertad para vivir según el evangelio. El papa Inocencio III aprueba en 1209 el género de vida de los que desean ser “menores”, estar entre los más pobres en la escala social. Se limitarán a una predicación moral, y no tanto doctrinal, como los dominicos. En 1209, Francisco tiene doce compañeros; diez años más tarde son 3.000. En 1212, Clara y sus compañeras siguen el ejemplo de Francisco y así fundan la orden de las Clarisas.
En 1219 Francisco parte hacia los santos lugares y se esfuerza en convencer al sultán de Egipto para que respeten los Santos Lugares. Algunos de sus hermanos desean tener una organización más rigurosa, unos conventos, unas casas de estudio. Aquello le preocupa a Francisco. Aunque el evangelio sea su única regla de vida, ve la necesidad de redactar una regla (1223). Pero continúa con su gozosa predicación.
La Navidad de 1223 la celebra organizando, por primera vez en la historia de la iglesia, un Belén viviente. Al año siguiente queda marcado con las llagas o estigmas de Cristo, pero no pierde la paz y la alegría. Es famoso su Cántico de las Creaturas, en el que canta su amor a la naturaleza, al sol, al agua... y Dios creador de todo. Procura la paz entre los señores locales.
Su testamento de 1226 expresa cierta nostalgia de los comienzos. Fiel a visión sobrenatural de la vida, acoge con serenidad a la “hermana muerte” el 3 de octubre de 1226. Dos años más tarde es canonizado. La orden de hermanos menores tuvo una existencia difícil, pues se dividió por el diverso modo de interpretar la fidelidad a su fundador. A pesar de ello, Francisco siguió siendo el santo más popular de la Edad Media. Es el testigo por excelencia de la vuelta al evangelio, y desconcierta a sus contemporáneos medievales con su imitación radical de Cristo, con su amor a la naturaleza, y con su rechazo de toda riqueza que con frecuencia falsea las relaciones entre los hombres.
¿Qué aportaron estas órdenes mendicantes a la Iglesia y al mundo?
Lo esencialmente nuevo que aportaban las órdenes mendicantes, no era en realidad la pobreza personal de los miembros individuales. Todas las órdenes anteriores habían observado una vida rigurosamente austera con renuncia a la propiedad privada, y en ello se habían distinguido los cistercienses.
Lo nuevo consistía en que tampoco el convento debía poseer nada. El convento de los mendicantes no es ya una abadía con bosques, pesquerías, campo de labor, colonos y aparceros, sino un lugar que sólo proporciona el mínimo indispensable para la vida: unas celdas en torno a una iglesia, acaso un pequeño huerto y nada más. Para los mendicantes, la patria ya no es el monasterio, sino la orden. Desaparece aquella estabilidad, aquel enraizamiento en el suelo, que desde san Benito había constituido la base de la vida monástica. Pero esto sólo era posible a condición de que los miembros redujeran también al mínimo sus necesidades personales. Los mendicantes no vivían como unos señores espirituales, análogos a los feudales, sino como hermanos que convivían con sus iguales. Practicaban la cura de almas, en forma desinteresada. La gente no tenía que ir a ellos, sino que eran ellos los que iban a la gente. La predicación estaba destinada a todos y no era para forzar, sino para convencer y motivar a la virtud, a la vuelta al evangelio. Hasta entonces el pastor de almas había inspirado respeto, acaso también temor; ahora los mendicantes inspiran admiración y amor.
Fue característico de los mendicantes tener una orden primera – la de los varones-, una orden segunda –la de las mujeres-, y una orden tercera compuesta por los seglares que deseaban vivir según el mismo espíritu. Las órdenes terceras fueron y son escuelas de santidad. Figuran entre los primeros terciarios franciscanos santa Isabel de Hungría y san Luis, rey de Francia.
Impulso de los sacramentos y la piedad cristiana
Ante el declive espiritual la Iglesia tomó cartas en el asunto y se preocupó por impulsar los sacramentos y la fe.
¿Cuándo se administraba el bautismo?
Lo común era bautizar a los niños apenas nacidos, y no solamente en Pascua o en Pentecostés como antes. Se administraba el sacramento derramando agua sobre la cabeza y no por inmersión. Era tal la importancia que atribuían al bautismo, que los niños muertos al nacer eran llevados a algunos santuarios, pues creían que recobraban la vida el tiempo suficiente para recibir el bautismo.
¿Nuevas normativas para la confesión y comunión?
En 1215 el concilio Lateranense IV marca a los cristianos la obligación de confesar sus pecados y de comulgar al menos una vez al año, en tiempo de pascua y en sus propias parroquias. El sacramento de la penitencia viene llamado “confesión”. Los más fervorosos no comulgan más que dos o tres veces al año por respeto a la eucaristía. Hoy diríamos, porque no tenían toda la comprensión de este sacramento. Más que comulgar, lo importante en ese tiempo era ver el misterio sagrado de la misa; de ahí la importancia que ganan en ese tiempo la elevación de la hostia en la misa, la exposición del Santísimo Sacramento y la fiesta del Hábeas, instituida en este siglo XIII. Se le atribuyen virtudes especiales a la visión de la hostia.
Entre los teólogos medievales no todos estaban de acuerdo en afirmar la sacramentalidad del matrimonio, pero todos reconocían su valor moral, su unidad e indisolubilidad.
La piedad popular expresa de una manera especial la fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía, como reacción ante la herejía de Berengario de Tours. En efecto, es en este tiempo cuando comienzan diversas costumbres que persisten doy día, como doblar la rodilla ante el Santísimo, incensarlo, colocar una lámpara encendida para indicar la presencia de Cristo en el tabernáculo, elevar la hostia consagrada para que los fieles la adoren. También data de este tiempo la procesión del Corpus Christi y el rezo del rosario. Las pregrinaciones son frecuentes, y las expresiones de arte son casi exclusivamente religiosas.
La Inquisición
¿Qué hizo la Iglesia frente a las herejías y disidentes?
Desde el siglo XII apareció una inquisición a nivel episcopal: los obispos tenían el deber de detectar los posibles herejes existentes en sus diócesis y entregarlos a la autoridad secular, para que les aplicase la pena pertinente. El poder civil, por su parte, cooperaba activamente en la persecución de la herejía, y el propio emperador Federico II, el gran adversario del pontificado, promulgó en 1220 una constitución, ofreciéndose a la Iglesia como brazo secular y estableció la muerte en la hoguera para los herejes.
Mas como la inquisición episcopal resultaba poco eficaz, el Papa Gregorio IX creó 1232 la inquisición pontificia y la confió a los frailes mendicantes, especialmente a la Orden dominicana, que desde entonces tuvo como una de sus misiones específicas la lucha contra la herejía. Así quedó constituida definitivamente la inquisición eclesiástica.
Hablemos, pues, de la inquisición, hoy día tan desprestigiada y criticada91 .
La inquisición no nace contra el pueblo sino para responder a una petición de éste. En una sociedad –la medieval- preocupada sobre todo por la salvación eterna, el hereje es percibido por la gente como un peligro y como causante de los males y pestes. Para el hombre medieval el hereje es un contaminador, un enemigo de la salvación del alma, una persona que atrae el castigo divino sobre la comunidad. Por lo tanto, y tal como afirman las fuentes de aquel entonces, el dominico que llega para aislarlo y neutralizarlo, para inducirle a que cambie de idea, no se ve rodeado de “odio” 92, sino que es recibido con alivio y acompañado por la solidaridad popular. Y si la gente se muestra intolerante con este tribunal, no es porque sea opresivo, sino todo lo contrario, porque es demasiado tolerante y paciente con los herejes a los que quiere convertir; dichos herejes, si hemos de atender a la vox populi, no merecerían las garantías y la clemencia de la que los dominicos hacían gala. Lo que en realidad quería la gente era acabar con el asunto deprisa, deshacerse sin demasiados preámbulos de aquellas personas.
La inquisición no intervenía para excitar al populacho; al contrario, defendía de sus furias irracionales a las presuntas brujas. En caso de agitaciones, el inquisidor se presentaba en el lugar seguido por los miembros de su tribunal y, con frecuencia, con una cuadrilla de sus guardias armados. Lo primero que hacían estos últimos era restablecer el orden y mandar a sus casas a la chusma sedienta de sangre.
Acto seguido, y tomándose todo el tiempo necesario, practicando todas las averiguaciones, aplicando el derecho procesal de cuyo rigor y de cuya equidad deberíamos tomar ejemplo, se desarrollaba el proceso. En la gran mayoría de los casos y tal como prueban las investigaciones históricas, dicho proceso no terminaba con la hoguera sino con la absolución o con la advertencia o imposición de una penitencia religiosa. Quienes se arriesgaban a acabar mal eran aquellos que, después de las sentencias, volvían a gritar: “¡Abajo la bruja!”93 .
Hasta aquí la reflexión de Vittorio Messori.
Pero hay más que decir sobre la inquisición. Hubo inquisición secular llevada a cabo por los reyes y gobernantes; inquisición episcopal e inquisición papal. Ciertamente el castigo no era en primer lugar la muerte por el fuego; sino la cárcel, multas, peregrinaciones. La quema en hogueras la ejecutaba la inquisición secular94 , nunca la iglesia95 .
El decreto de Graciano (año 1140), que armoniza los textos jurídicos tradicionales (derecho romano, decretales, etc.), considera tres etapas en un proceso contra la herejía: intento de persuadir, sanciones canónicas (pronunciadas por la iglesia) y finalmente entrega al brazo secular, esto es, a la justicia de los príncipes. Estos procederán a la confiscación de bienes y a los castigos corporales y torturas, pero sin pensar explícitamente en la pena de muerte.
Tratando de resumir el tema de la inquisición, podríamos decir lo siguiente:
Definición: la inquisición fue un tribunal para la defensa y conservación de la fe cristiana.
Clases: la eclesiástica, que examinaba al interesado, le hacía reflexionar, le pedía que explicara bien sus puntos dudosos, los enmendara y corrigiera, si había error. Si no se corregía, la Iglesia lo ponía en manos de la inquisición civil; ésta, si no se corregían, los torturaba y los mandaba a la hoguera. Consideraban el bien espiritual de la fe más importante que el bien físico de la vida.
Juicio: la naturaleza y modo de actuar de la inquisición suscita a los ojos del historiador serios reparos: el procedimiento inquisitorial presentaba graves defectos, con el sistema de denuncias y testimonios secretos, que podía perjudicar gravemente a los acusados, y con la admisión de la tortura como medio de prueba. La crueldad de la pena por el delito de herejía –la muerte en la hoguera- es patente, y no queda mitigada alegando que la ejecución de las sentencias era de la competencia del brazo secular. Mas es de justicia reconocer también que el procedimiento inquisitorial, pese a sus defectos, ofrecía mayores garantías de equidad que los juicios ante los tribunales civiles de aquel tiempo. Debe tenerse en cuenta, igualmente, que la inquisición tuvo la desgracia de ser hija de su tiempo, esto es, que su nacimiento coincidió con el endurecimiento general de la vida jurídica que se produjo en los siglos XIII y XIV como consecuencia del renacimiento del derecho romano. Los juristas consideraban el derecho romano como el ordenamiento perfecto –la “razón escrita”- y ese derecho contenía una severísima legislación contra los herejes, que sirvió de pauta al sistema inquisitorial. No ha de olvidarse que la recepción romanística –un evidente progreso jurídico- contribuyó en Europa a la extensión de la pena de muerte; y conviene también recordar que en muchas regiones provocó un empeoramiento en la condición social de las clases campesinas, cuando se aplicaron a payeses y aparceros las leyes romanas del Bajo Imperio, y los redujeron a la situación de siervos de la gleba.
Todos estos factores, de tan diverso signo, han de tenerse en cuenta cuando se quiere formular un juicio objetivo sobre la inquisición. Pero en todo caso ese juicio resulta imposible para el observador actual que sea incapaz de situarse en el pasado y, desde allí, tratar de comprender el significado que tenía la fe religiosa, en una época en que esa fe representaba el supremo valor 96. Aquella sociedad puso en su defensa el mismo apasionado interés que han demostrado modernamente ciertos países occidentales en la defensa de la libertad, hasta proscribir las ideologías y partidos totalitarios que pudieran amenazarla. Fue la seriedad misma con que vivían las propias convicciones religiosas la razón de considerar a la herejía como el peor de los crímenes, aquel que ponía en peligro el sumo bien, la salvación eterna de los hombres.
Tal vez un hombre “moderno”, con su sensibilidad actual, tan sólo acierte a comprender la conducta de sus mayores si toma como punto de referencia sus propias reacciones frente a las amenazas hacia unos bienes tan apreciados por la humanidad de hoy como pueden serlo la salud y la larga vida: el “hombre religioso” europeo puso en la lucha contra la herejía el mismo apasionado interés que el hombre moderno pone en la defensa de esos bienes, en la lucha contra el cáncer o la droga.
De todos los errores y desmanes que hubo, ya la Iglesia y el papa Juan Pablo II pidió perdón con humildad. Hoy la Iglesia apuesta por el amor, la caridad. Prefiere hacer la verdad en la caridad. Hoy día nos cuesta entender este capítulo de la historia porque somos más sensibles a los derechos humanos y porque el bien de la fe hay que defenderlo, sí, pero nunca con la violencia.
La inquisición española
Mención aparte merece la inquisición española. Por eso quiero explayarme un poco más en ella, aunque sea adelantándome un poco al tiempo en que apareció.
Lo primero que hay que decir es que la inquisición española cae dentro del esquema de unidad nacional, política y religiosa que se propusieron llevar a cabo los Reyes Católicos.
Se han dado muchas opiniones sobre esta inquisición, unas positivas y otras negativas. Entre las opiniones negativas se encuentran las siguientes: algunos vieron en la inquisición española una fuente de ingresos para la curia romana, debido a la desmesurada codicia de los papas; o también una campaña de los mismos papas para infundir en el pueblo español y en sus monarcas las ideas de intolerancia y fanatismo de que ellos estaban animados.
De distinta manera piensan los cronistas e historiadores que fueron contemporáneos de los hechos97 . Cuentan que los judíos que se convirtieron al cristianismo, por conveniencia y no de corazón 98, pronto volvieron a sus andadas en secreto: robos, usuras, blasfemias y burlas de la doctrina cristiana. Esto llegó a oídos de los Reyes Católicos y lo informaron al papa, el cual firmó una bula, en la que mandaba instituir inquisidores. Estos conversos, a los que el pueblo despectivamente llamaba “marranos”, se convirtieron en un verdadero peligro para la unidad nacional y eclesiástica de España, pues la mayor parte de ellos conservaban ocultamente sus antiguas costumbres, y al mismo tiempo se dedicaban con el más ardoroso celo al proselitismo. Su influencia fue tanto más peligrosa cuanto que ellos tenían en sus manos las fuentes financieras de la nación.
Ludovico Pastor, autor de una monumental Historia de los Papas, escribe también a este propósito: “La ocasión para el restablecimiento de este tribunal...la dieron principalmente las circunstancias de los judíos españoles. En ninguna parte de Europa habían causado tantos disturbios el comercio sin conciencia y la usura más despiadada de los judíos como en la península Ibérica, tan ricamente bendecida por el cielo. De ahí se originaron persecuciones de los judíos, en los cuales sólo se les daba a elegir entre el bautismo o la muerte. De esta manera se produjo bien pronto en España un gran número de conversos en apariencia, los llamados “marranos” que eran judíos disfrazados y, por lo mismo, más peligrosos que los abiertos...Las cosas habían llegado últimamente a tal extremo, que ya se trataba del ser o no ser de la católica España”99 .
Por tanto, no se debió la inquisición española a pasiones bastardas ni a otros motivos de mala ley, sino al peligro para la unidad nacional y religiosa de España, de parte de los judíos aparentemente convertidos. Sin este grupo la inquisición española no hubiera existido o, por lo menos, no hubiera conocido el desarrollo que tuvo a partir del siglo XVI.
Vino después el problema de los moriscos y casi al mismo tiempo que el de los herejes. Las autoridades civiles, los eclesiásticos y el mismo pueblo piden que se tomen medidas contra ellos, por entender que eran un verdadero peligro para la sociedad.
La inquisición española nace, en consecuencia, como algo propio y nacional, que poco o casi nada tiene que ver con la que ya existía en Europa desde principios del siglo XIII. Fue un instrumento político, con matices religiosos y apoyado por la Iglesia, que desde el primer momento quedó en manos del Estado.
La inquisición española se contradistingue de la medieval, fundada en 1231 por el Papa Gregorio IX, en dos puntos fundamentales: en su estrecha dependencia de los monarcas españoles y en la perfecta organización de que la dotó desde el principio su primer inquisidor general, Fray Tomás de Torquemada, O.P. Con las Instrucciones de que éste la dotó y basándose en las disposiciones existentes contra la herejía, organizó bien pronto diversos tribunales en Sevilla, Toledo, Valencia, Zaragoza, Barcelona y otras poblaciones, con lo cual se convirtió en un importante instrumento en manos de los Reyes Católicos y de sus sucesores Carlos V y Felipe II, quienes apoyaron constantemente su actuación.
Para tener una idea adecuada sobre la inquisición española es necesario conocer los procedimientos que empleaba, pues contra ellos suelen dirigirse buena parte de las inculpaciones de sus adversarios. El primer punto de controversia es el de las denuncias con que generalmente se iniciaban los procesos inquisitoriales. Estas denuncias se recogían, sobre todo, como resultado de la promulgación de los edictos de fe, en los que se exponían los posibles errores doctrinales cuando había sospecha de que pudieran darse en algunas ciudades o en alguna región, cargando la conciencia de los cristianos para que denunciaran a los sospechosos. Otras denuncias venían o bien de los mismos encarcelados para congraciarse con los jueces; o bien del espionaje, que de modo especial ejercían los llamados familiares de la inquisición.
La inquisición tenía un cuidado particular en reunir gran cantidad de denuncias bien confirmadas; no hacía caso de las anónimas, y en este punto procedía, en general, con la máxima objetividad. Respecto del espionaje, tenemos que decir que ha sido siempre un instrumento usado por los organismos mejor constituidos de todos los tiempos.
Sobre las cárceles de la inquisición, ni eran tan lóbregas, ni tan tétricas y oscuras, como tantas veces se ha dicho, pues de los procesos consta que los reos leían en ellas y escribían mucho. Eran relativamente moderadas, si se tienen presentes las que usaban los tribunales de aquel tiempo.
Los puntos más débiles del proceso de la inquisición eran el secreto de los testigos y el sistema de defensa.
Respecto al secreto de los testigos, tantas veces impugnado por los adversarios de este tribunal, debe advertirse que, si se admite el derecho del Estado y de la Iglesia para castigar a los herejes, el secreto de los testigos se hizo en realidad necesario, pues la experiencia había probado que sin él nadie se arriesgaba a presentar denuncias, y resultaban inútiles los esfuerzos de los inquisidores. Por eso, ya en la Edad Media tuvo que introducirse. Con todo, en esto precisamente estriba el punto más débil del sistema de defensa de la inquisición. El mismo tribunal nombraba a los abogados o letrados, por lo que el reo quedaba aparentemente sin defensa propia. Sin embargo, por poco que se examinen los procesos de la inquisición, puede verse la intensidad con que trabajaba la defensa y cómo muchas veces obtenía resultados favorables al reo. Había también testigos de abono, citados por el mismo reo, que no pocas veces influían en la marcha del proceso.
Indudablemente que el punto más impugnado de este tribunal es el tormento que se empleaba. Pero conviene observar, sin que sirva totalmente de excusa, que en aquel tiempo empleaban este sistema todos los tribunales legítimamente establecidos; que fueron muy pocos los procesos en que lo empleó la inquisición; y que los géneros de tormentos empleados por este tribunal eran “relativamente suaves”, y ciertamente mucho menos crueles que los empleados en otros países también por causa religiosa.
Por lo que se refiere a las penas aplicadas por la inquisición española, baste decir que no hizo otra cosa que aplicar las leyes y las normas ya existentes y admitidas entonces por todos los estados católicos y con mayor causa cuando los herejes, además de defender sus principios religiosos, se unían y se rebelaban contra sus príncipes y señores. Es bien claro el hecho de los hugonotes o protestantes franceses.
Las naciones cristianas tenían a los herejes como perturbadores públicos y enemigos suyos, y a su herejía como crimen contra el estado. Esto explica la solemnidad que se daba a veces a su juicio y condena, como en los tan comentados Autos de fe que se celebraron en España.
No es del todo cierto que la inquisición sirviera de obstáculo y freno al desarrollo de la ciencia, como a veces se ha creído. Hombres de letras y hasta santos y reformadores sabemos que tuvieron que ver con ella, implicados en largos y pesados procesos100 . Pero se ha demostrado que en ocasiones no fueron tales los procesos y que de lo que más bien se trataba era de examinar algunas doctrinas que pudieran presentarse como peligrosas en aquellos “tiempos recios”, como decía la misma santa Teresa.
La documentación que se ha encontrado en los archivos inquisitoriales reduce considerablemente el número de víctimas, como se ha querido atribuir a la inquisición. Puede decirse que la verdadera cultura y el humanismo sano y ortodoxo nunca fueron objeto de persecución por parte de los inquisidores.
Hubo ciertamente exageraciones. Así consta que las hubo en los primeros años de su actuación, a partir de 1481, en el tribunal de Sevilla y otros tribunales. Asimismo hubo partidismo y apasionamiento en algunos inquisidores y en algunos grandes procesos, como el del arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza, en la segunda mitad del siglo XVI. Se trata en estos casos de deficiencias humanas, como las ha habido siempre en todas las instituciones en las que toman parte los hombres, incluso en las más elevadas, como el episcopado y el pontificado romano.
Por otra parte, lo mismo que ocurrió con la expulsión de los judíos, tampoco se consiguieron con ella grandes resultados. Siguió habiendo herejes, y personas que mantenían ideas desviacionistas; y la represión inquisitorial que se llevó, por ejemplo, en Flandes, lo único que hizo fue provocar el odio a la religión católica, aislar a España de las demás naciones y avivar el ansia de independencia en aquellos países.
Si en algo se la puede entender, aunque no disculpar del todo, es colocándola en el clima de fe ardiente y de fuerte nacionalismo que invadía entonces a los españoles, los cuales consideraban a la herejía como crimen de estado, a la intolerancia más como imperativo que como virtud, y a la indulgencia como signo de extrema debilidad.
Por otra parte, ellos estaban convencidos de que, acabando con la herejía, evitaban una posible guerra civil y se hacían fuertes para rechazar los posibles ataques de turcos y protestantes. El pueblo llano era a veces más intolerante que los mismos inquisidores, como dijimos ya anteriormente.
Termino esta parte con el juicio de un estudioso: “Poco justifica considerar al tribunal puramente como un instrumento de la intolerancia fanática y por tanto hemos de estudiar a la inquisición no como un mero capítulo de la historia de la intolerancia, sino como una fase de desarrollo social y religioso de España...La intolerancia de la inquisición española tiene un significado sólo si se la relaciona con factores históricos mucho más amplios y complejos, de los que no siempre fue el más destacado o importante la solución del problema religioso...” 101.
Otras Órdenes en este siglo XIII
Nació en este siglo la orden de Ermitaños de san Agustín, dedicados a la predicación, instrucción y misiones. Fue aprobada por el papa Alejandro IV. Son también mendicantes y a fines del siglo XV llegan a más de treinta mil. Uno de ellos sería fray Martín Lutero.
Otra orden fue la de la Merced, fundada por san Pedro Nolasco en 1218, por san Raimundo de Peñafort y Jaime I el conquistador. Su fin: rescatar de los moros a los cristianos cautivos. Fueron aprobados en 1235.
También es bueno recordar que desde el siglo XII ermitaños latinos vivían en el Monte Carmelo, situado en Palestina. Entre 1205 y 1214 redactaron una regla de vida. El Papa Honorio III en 1226 confirmó la orden llamada de los Carmelitas; pero fue Inocencio IV en 1247 el que la aprobó. Su influencia en la iglesia llega a grado elevadísimo en el siglo XVI, con santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz. Hacia 1238 emigraron a occidente. Su primer prior fue Simón Stock. Introdujeron el uso del escapulario.
Esplendor de la Escolástica. Las Universidades
Los antiguos colegios catedralicios se transformaron en universidades o estudios generales. El nacimiento de las universidades se produjo con la espontánea naturalidad característica de las grandes creaciones históricas. Las viejas escuelas monásticas y catedrales no respondían ya a las necesidades de los tiempos, y por eso maestros y escolares de ciertas disciplinas comenzaron a agruparse libremente, con el fin de organizar las enseñanzas. Llegó un momento en que la “universidad”, la corporación de profesores y alumnos, constituyó un estudio general y recibió el reconocimiento público de la autoridad eclesiástica y civil.
La primera fue la de París ya organizada en el año 1200. Estas universidades superaban a las antiguas aulas por el número de alumnos, las facultades establecidas y la organización docente y administrativa. El número de Universidades creció pronto en Italia, Francia, Inglaterra, España. Descollaron las de Oxford, Montpellier, Cambridge, Nápoles, Salamanca y Lisboa. Fueron patrocinadas por papas, emperadores y reyes. Las universidades como obra que eran de la iglesia y reflejo del espíritu universalista de la cristiandad, tenían un marcado carácter supranacional.
Las facultades características de la universidad medieval fueron las de Teología, Derecho, Filosofía, Medicina y Artes, entendidas éstas como unos estudios humanísticos que eran el paso previo para las facultades superiores. La de París sobresalió en Teología y Filosofía; Bolonia en Derecho; Montpellier en Medicina. La de París gozó de una extraordinaria autoridad doctrinal en los últimos siglos de la Edad Media.
La universidad medieval fue una institución, no sólo cristiana, sino propiamente eclesiástica. Clérigos eran la mayor parte de los profesores y tonsurados, cuando menos, los escolares, que gozaban así de los tradicionales privilegios clericales.
Hasta el siglo XIII san Agustín era el alma de los estudios teológicos, siguiendo la corriente platónica. Desde este siglo, surgió otra corriente, la aristotélica. Resucitaron a Aristóteles el árabe Averroes en el siglo XII y el judío Maimónides. Más tarde, san Buenaventura, san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino “bautizaron” a Aristóteles.
Pero fue santo Tomás el titán que supo armonizar la filosofía de Aristóteles con el pensamiento cristiano. En un inicio recayeron sobre las obras de santo Tomás diversas prohibiciones. Posteriormente, su filosofía y teología fueron consideradas como oficiales en la Iglesia. Las obras más importantes de santo Tomás fueron: La Suma contra los Gentiles, una apologética frente a la filosofía musulmana; y la Suma Teológica, magna enciclopedia del saber teológico. Consta de tres partes: Dios, principio de todas las cosas; Dios, fin del hombre; Cristo, camino de la salvación.
La obra de santo Tomás fue muy importante, pues las traducciones primeras que se hicieron de Aristóteles eran árabes, y estaban infectadas por graves impurezas debidas a la acción de los transmisores y comentaristas árabes. Un Aristóteles recibido por conducto de Averroes y adobado de racionalismo y panteísmo averroísta, constituía un peligro considerable y es natural que fuera mirado por la Iglesia con justificada aprensión. Ésa fue la razón por la que los tratados de Aristóteles sobre metafísica y ciencias naturales fueron prohibidos en la universidad de París. Pero la “invasión” aristotélica era imposible de atajar y la Iglesia, en un realista cambio de postura, estimó acertadamente que podía intentarse algo mejor que rechazar a Aristóteles: cristianizarlo. Y aquí entró la labor de san Alberto Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino.
A santo Tomás se le ha llamado Doctor Angélico. Fue una mente excepcional capaz de realizar una síntesis doctrinal, destinada a perdurar a través de los siglos. Parece increíble cómo santo Tomás, en una vida corta que no alcanzó los cincuenta años, lograse coronar la obra iniciada por Alberto y llevar a término la construcción de un aristotelismo cristiano.
Santo Tomás dejó una huella definitiva en la ciencia teológica y estableció sobre bases firmes los fundamentos de una concepción católica del mundo y de la existencia. Todavía hoy la Iglesia, en su Código de Derecho Canónico, prescribe que su doctrina sirva de guía segura para el estudio de la filosofía y la teología en todas las universidades eclesiásticas.
CONCLUSIÓN
La creación de las universidades, el compromiso con la razón y la argumentación racional y el espíritu de investigación que caracterizaban la vida intelectual en la Edad Media fueron un regalo del Medioevo latino al mundo moderno…aun cuando nunca llegue a reconocerse. Acaso conserve siempre el estatus de secreto mejor guardado de la civilización occidental que ha merecido en los últimos cuatro siglos. Fue un regalo de la civilización en cuyo centro se hallaba la Iglesia católica.
La empresa más característica de la cristiandad en este siglo fueron las cruzadas. De ordinario las cruzadas no fueron iniciativa de uno u otro reino, sino tarea común de la cristiandad bajo la dirección del Papa, que otorgaba gracias especiales a los combatientes. El espectáculo, tantas veces reiterado durante dos siglos, de príncipes y pueblos que tomaban el camino de Oriente impulsados por el afán de libertar el Santo Sepulcro, es una prueba impresionante de la profunda seriedad que tuvo la religiosidad medieval.
Sería impropio concebir los siglos de la cristiandad medieval sólo como una época áurea, animada por los ideales evangélicos. Aquellos tiempos estuvieron también llenos de miserias y pecados personales, de desórdenes e injusticias. Pero resultaría todavía más falso ignorar la profunda impregnación cristiana de la vida de los hombres y de las estructuras familiares y sociales que entonces se produjo. Luces y sombras, como en toda empresa humana.
A finales de este siglo, el sistema doctrinal y político de la cristiandad hizo crisis con la aparición de un nuevo clima espiritual e ideológico que prevaleció en Europa durante la Baja Edad Media. El factor que de modo inmediato contribuyó más a aquella ruptura fue el enfrentamiento entre pontificado e imperio, representados por los Papas sucesores de Inocencio III (1198-1216) y el emperador Federico II. La época de la crisis se abrió con el choque entre Bonifacio VIII (1294-1303) y el rey de Francia, Felipe el Hermoso, en la búsqueda de la primacía en cuanto a poder sobre los destinos de los hombres. Lo veremos en el próximo siglo.
Comienza ya el otoño de la cristiandad y el nacimiento del espíritu laico. No obstante, fue un gran siglo para el mundo y para la Iglesia. Se estaba gestando algo grande, que sólo Dios sabía en su inmensa sabiduría y providencia.
Aunque nos adelantemos del siglo, es interesante conocer algo de la batalla de Lepanto. Fue en tiempo del papa Pío V, gran devoto de la Virgen María. Convocó a los príncipes católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército. El 7 de octubre de 1572 se encontraron los dos ejércitos, en el golfo de Lepanto, en el Mediterráneo. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88.000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron misa, comulgaron, rezaron el rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército mahometano. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban y detenía sus barcos, que eran de vela. Pero luego –de manera admirable- el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los cristianos, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Los derrotaron. Cuando Pío V supo de la noticia mandó que repicaran todas las campanas de Roma. Desde ese día mandó el papa rezar en las letanías: María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.
El papa Juan Pablo II, en su visita a Grecia el 4 y 5 de mayo de 2001, pidió perdón en nombre de la Iglesia por los atropellos que algunos hijos de la Iglesia católica hicieron en el año 1204. Dijo el papa: “Algunos recuerdos son particularmente dolorosos, y algunos acontecimientos del pasado lejano han dejado profundas heridas en la mente y en el corazón de las personas hasta hoy. Pienso en el desastroso saqueo de la ciudad imperial de Constantinopla, que fue durante mucho tiempo bastión de la cristiandad en Oriente. Es trágico que los asaltantes, que habían prometido garantizar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa, luego se volvieran contra sus hermanos en la fe. El hecho de que fueran cristianos latinos llena a los católicos de profundo pesar. No podemos por menos de ver allí el “mysterium iniquitatis” actuando en el corazón humano. Sólo a Dios toca juzgar y, por eso, encomendamos la pesada carga del pasado a su misericordia infinita, suplicándole que cure las heridas que aún causan sufrimiento al espíritu del pueblo griego. Debemos colaborar en esta curación si queremos que la Europa que está surgiendo sea fiel a su identidad, que es inseparable del humanismo cristiano compartido por Oriente y Occidente” (Discurso del Papa durante el encuentro con el patriarca ortodoxo Cristódulos, 4 de mayo de 2001).
De santo Domingo dijo este papa Gregorio IX: “He conocido a un hombre fiel en todo a la vida de un verdadero apóstol; también en el cielo estará gozando de la misma gloria que los apóstoles”.
Tomaré algunas reflexiones de Vittorio Messori en su libro “Leyendas negras de la Iglesia”, de la editorial Planeta-Testimonio, pp. 54 en adelante.
Como se puede percibir en la película “El nombre de la rosa”, inspirada en la novela de Umberto Eco, del mismo nombre.
Y si usted ha leído la novela de Manzoni, “Los novios”, sabrá que la caza de brujas fue iniciada y sostenida por las autoridades laicas, mientras que la Iglesia desempeñó un papel por lo menos moderado, cuando no escéptico.
Aquí tenemos un texto de la legislación de Federico II, rey de Francia, contra los herejes: “Todo el que haya sido manifestado convicto de herejía por el obispo de su diócesis será inmediatamente apresado a petición de éste por las autoridades seculares del lugar y entregado a la hoguera. Si sus jueces creen que hay que conservarle la vida, sobre todo para que convenza a otros herejes, se le cortará la lengua que no vaciló en blasfemar de la fe católica y del nombre de Dios” (Constituciones de Catania, 1224).
Este texto de Wason, obispo de Lieja lo confirma: “Nosotros, los obispos, no hemos recibido el poder de apartar de esta vida por la espada secular a los que nuestro creador y redentor quiere dejar vivir para que ellos mismos se liberen de los lazos del demonio...Los que son hoy nuestros adversarios en el camino del Señor pueden convertirse con la gracia de Dios en superiores a nosotros en la patria celestial...Los que somos llamados obispos hemos recibido la unción del Señor, no para dar la muerte, sino para traer la vida” (carta al obispo de Chálons, hacia el 1405).
Así se entiende esta cita de santo Tomás de Aquino que justificó teológicamente la represión contra los herejes con estas palabras: “Acerca de los herejes, deben considerarse dos aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron ser separados de la iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados, sino ser entregados a justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia, está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por eso no condena luego, sino después de una primera y segunda corrección, como enseña el apóstol. Pero, si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su conversión, lo separa de sí por sentencia de excomunión, mirando por la salud de los demás. Y aún pasa más adelante, relegándole al juicio seglar para su exterminio del mundo por la muerte” (Suma Teológica, II-II, 11, 3
Baste leer los testimonios de dos de aquellos cronistas, Bernáldez y Pulgar.
Estas conversiones masivas de judíos se debieron, en parte, a los esfuerzos realizados por san Vicente Ferrer; y en parte, por las sangrientas persecuciones del pueblo contra ellos.
Historia de los Papas, ed. Esp. (Buenos Aires-Barcelona, 1948-1960).
P.e. Arias Montano, Francisco Sánchez, el Brocense, el P. Mariana, Fray Luis de León, san Juan de Ávila, Fray Bartolomé de Carranza, la misma santa Teresa de Jesús...
Henry Kamen, La Inquisición española, tercera edición española (Barcelona, Crítica, 1979), p. 305
TOMADO EN SU TOTALIDAD DEL CURSO DE HISTORIA DE LA IGLESIA DE CATHOLIC.NET.
EXISTEN OTROS TEMAS AL RESPECTO DE LA EDAD MEDIA EN ESTE MISMO CURSO, YA QUE DE ACUERDO AL MISMO, LA EDAD MEDIA ABARCÓ DE LOS SIGLOS V AL XV.
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