Re: Tema 6: El origen de la peregrinación jacobea
Publicado:
Lun Nov 05, 2012 10:28 am
por J Julio Villarreal M
.Origen y Caminos de “La Ruta Jacobea”.En la edad, las peregrinaciones fueron una excelente vía de divulgación de la fe y las creencias religiosas entre el mundo cristiano, azotado por continuas invasiones y ocupaciones de los pueblos árabes, turcos, etc. Antes del siglo IX, ya destacan dos grandes peregrinaciones:
1. La de Roma y
2. La de Jerusalén.
Alrededor del año 820, se difunde la noticia del descubrimiento del cuerpo del Apóstol Santiago el Mayor en Compostela (España); esto producirá la tercera peregrinación más importante.
El Camino de Santiago tuvo diferentes rutas de entrada a la Península, aportando un fuerte desarrollo económico, un incesante intercambio cultural y un gran impulso en el arte. Se crearon numerosos templos, monasterios, hospitales, puentes, cruceros e incluso ciudades nuevas (como Logroño), todo ello sufragado por reyes como Alfonso VI (rey de Castilla y León) y Sancho III de Navarra, también por nobles y por la poderosa Iglesia Católica (Monjes de Cluny y el Papa Calixto II).
En la Edad Media, los peregrinos que iniciaban el largo recorrido a Compostela eran de diferentes clases sociales: reyes:
• Luis VII rey de Francia,
• Sigurd rey de Suecia,
• Alfonso VI rey de Castilla-León.
Nobles como: Guillermo X duque de Aquitania y
Miembros de la Iglesia: Gotescalco, obispo francés de Puy. Este obispo fue uno de los primeros peregrinos que hizo el Camino francés en el 950, según data en un manuscrito procedente de la localidad riojana de Albelda de Iregua, hoy conservado en la Biblioteca Nacional de París.
El clérigo de Poitou Aymeric Picaud, después de su peregrinaje, escribió en latín la considerada como primera guía del peregrino: Liber Peregrinationes (1130), incluida en el Libro V del Codex Calixtinus y en la que divide el Camino en 13 etapas, describiendo pueblos, ciudades e incluso lugares y pasajes poco recomendados por su peligrosidad.
A todos los peregrinos de esta época les unía un objetivo común: llegar a Santiago de Compostela para venerar las reliquias del Santo y consolidar así su fe.
Para estos peregrinos, en 1179, el Papa Alejandro III dicta la bula Regis Aeterna, en la que se considerará Año Santo aquel en que el día de Santiago (25 de julio) coincida en domingo, concediendo indulgencia plena.
Posteriormente, en los siglos XIV y XV, las peregrinaciones sufrieron un importante descenso debido a la peste y a los conflictos bélicos surgidos en parte de Europa, continuando con esta tónica durante varios siglos.
Hoy en día, la peregrinación a Compostela ha ido en aumento y los peregrinos en su mayoría aún realizan el Camino movidos por su fe, aunque han aparecido nuevos motivos para llevarlo a cabo, como los puramente culturales y/o turísticos.
Antecedente históricos:.
• A mediados del siglo IX (alrededor de 820-830), un eremita de nombre Pelayo observó durante varios días en el monte Libradón unos resplandores de estrellas. Comunica este suceso a Teodomiro (obispo de Iria Flavia), que ordena excavar en esa zona (antiguo cementerio romano), encontrándose en ella un sepulcro de mármol con restos humanos.
• El obispo afirma que estos restos son los del apóstol Santiago el Mayor, decapitado en Galilea y cuyo cuerpo fue recogido por sus discípulos y traído desde Palestina por mar hasta las costas gallegas, donde después de desembarcar, lo depositaron en un paraje llamado por los romanos “Arcis Marmaricis”.
• El obispo transmite la noticia al rey Alfonso II el Casto, que realiza la primera peregrinación hacia el lugar, mandando edificar sobre el sitio donde se ha encontrado el cuerpo del Apóstol, una pequeña iglesia de mampostería.
• Su sucesor, el rey Alfonso III el Magno, en el 874 ampliará el templo, pasando a ser una basílica.
• Más tarde, el caudillo árabe Almazor la destruirá (997), dejando el sepulcro.
• Alrededor del año 1000, el obispo San Pedro de Mezonzo ordena construir un nuevo templo.
• En el año 1075 se comenzará a edificar la actual Catedral, acabándose en el año 1211, siendo rey Alfonso IX.
Al lugar donde se halló el cuerpo se le llamó Compostela (Campus Stellae). Aquí nacerá una nueva ciudad que alcanzará fama universal debido a su Ruta Jacobea; en honor al Santo, se le pondrá el nombre completo de Santiago de Compostela.
Para dar mayor autenticidad a los restos del Apóstol, el Papa León XIII en su bula Deus Omnipotens (1884) confirma la identidad de Santiago el Mayor.
Actualmente, sus restos están depositados en una urna de plata situada en la cripta que se encuentra debajo del Altar Mayor de la Catedral de Santiago de Compostela.
La tumba donde se hallan los restos del Apóstol Santiago, desde el año 813 cuando sus restos fueron descubiertos en el mismo lugar donde hoy se levanta la Catedral de Santiago. Los caminos.
En la Edad Media eran numerosos los caminos que conducían a los peregrinos, por tierra o por mar, a Santiago. Una buena parte de ellos aprovechaban antiguas calzadas romanas.
En esta época, la ruta jacobea no acababa en Compostela sino que los peregrinos después de venerar el cuerpo del Apóstol, continuaban camino a Muxía y Fisterra (fin de la tierra). En este último lugar recogían una concha (vieira o venera) y volvían con ella a casa como símbolo de su peregrinaje.
Concha como símbolo Jacobeo.Posteriormente se creó la Compostela, especie de justificante redactado en latín, que se otorga al peregrino que realiza el Camino movido por sus creencias religiosas "Devotionis affectu vel voti causa" y que además hubiera recorrido como mínimo100 kilómetros a pie. Actualmente sigue en vigor.
Credencial actual con sellos del Camino Francés.Uno de los primeros caminos utilizados fue el Camino del Norte, siendo uno de los menos peligrosos, ya que la mayoría de la Península estaba bajo dominio musulmán.
Este camino procedía de Francia y aglutinaba a todos los peregrinos procedentes de Europa; pasaba a España por Irún, recorriendo la costa cantábrica hasta Foz (Lugo), desde donde se dirigía hacia el interior y se unía al Camino Francés por Arzúa (A Coruña), para seguir su itinerario hacia Compostela.
Existían 2 alternativas: 1. La primera partía desde Irún hacia el interior de Guipúzcoa, continuando su recorrido hacia Vitoria, Briviesca y Burgos, donde enlazaba con el Camino Francés.
2. La otra, era la elegida por los peregrinos de los países del norte de Europa, se realizaba por mar, desembarcando en los puertos de Bermeo y Bilbao, para más tarde continuar el camino a pie, por el ya conocido Camino del Norte.
Sin embargo, los caminos más utilizados y conocidos en esa época, y en la actual, son:
• El Camino Francés y
• El Camino Aragonés.
El primero el Camino Francés es la ruta jacobea preferida por los peregrinos a través de la Historia. Con más de 760 Km, sigue una de las antiguas calzadas romanas “Via Traiana” usada ya por los romanos para recorrer la distancia entre la Galia y Fisterra.
Existen cuatro grandes rutas procedentes de Francia y cuyos puntos de partida son:
1. París,
2. Vezelay,
3. Le Puy y
4. Arles.
Las 3 primeras (las más occidentales) se unen en Ostabat, atravesando los Pirineos por el puerto de Ibañeta, siguiendo a continuación hacia Roncesvalles (Navarra). En este pueblo se edificó uno de los mejores hospitales de todo el Camino, así como la Real Colegiata (1130), en cuyo interior se conserva un Evangelio del siglo XII y sobre el que los reyes de Navarra juraban su fidelidad al trono.
Roncesvalles es la parte española por donde continúa el Camino Francés, pasando luego por un gran número de pueblos y ciudades, de los que destacan:
Burlada,
Pamplona,
Puente la Reina (punto de unión con el Camino Aragonés),
Estella,
Logroño,
Nájera,
Santo Domingo de la Calzada,
Burgos,
Frómista,
Sahagún,
San Miguel de la Escalada,
León,
Astorga,
Ponferrada,
Villafranca del Bierzo (con su importante Iglesia de Santiago, donde el Papa Calixto III concedía el jubileo pleno a todos los peregrinos que llegaban enfermos o impedidos; igual que si hubieran llegado a Santiago),
Sarria,
Portomarín,
Palas de Rei,
Furelos y
Santiago de Compostela.
El segundo el Camino Aragonés: que es la cuarta ruta (la más meridional) procedente de Francia y cuyo punto de partida es Arles, agrupaba a los peregrinos procedentes de los caminos italianos (Vía Francigena), a los peregrinos germanos y a los peregrinos que venían de Oriente. Pasaba a España por el puerto de Somport (Huesca), comenzando así el tramo aragonés que lleva por las localidades de:
Candanchú,
Jaca,
Leyre,
Sangüesa,
Monreal y
Eunate hasta Puente la Reina, donde se une al Camino Francés, siendo ya un solo camino hasta Santiago.
Otros Caminos importantes son: La Via de la Plata es un camino muy antiguo conocido por tartesos, fenicios, griegos y romanos; éstos últimos construyeron la calzada llamada “Iter ab Emerita Asturicam” (terminada en tiempos de los emperadores Trajano y Adriano) y cuyo eje más importante estaba entre Mérida (Emerita Augusta, capital de la Lusitania) y Astorga (Asturica Augusta).
La calzada tiene distintos ramales, como el que enlaza Sevilla con Gijón, punto importante para el comercio marítimo. Posteriormente fue utilizada por los árabes para sus avances por la Península. Se cree que el nombre proviene precisamente del vocablo árabe "B'lata" que significa camino empedrado.
Esta vía une el sur con el norte de la Península y la utilizan los peregrinos procedentes de Andalucía y Extremadura. Parte de Sevilla, pasando por localidades como:
Zafra,
Almendralejo,
Mérida,
Cáceres,
Plasencia,
Béjar,
Salamanca,
Zamora,
Benavente,
Puebla de Sanabria,
Verín (donde se une con el Camino Portugués),
Orense,
Padrón y finalmente
Santiago de Compostela.
Anteriormente, en Puebla de Sanabria se puede elegir entre la desviación por: A Gudiña, Laza, Verín, Orense y Santiago de Compostela o la ruta hasta Astorga y allí enlazar con el Camino Francés.
El Camino Inglés era el elegido por los peregrinos procedentes de Inglaterra, Irlanda, Escocia e Islandia. Se partía en Plymouth, Bristol, Galway, Dublín y Skalholt para arribar al puerto de A Coruña, y a veces a los de Ferrol o Noia; continuando luego el Camino a pie hasta Compostela.
La Vía Marítima o Vía Vestvegr (Camino del Oeste) era la ruta que recorrían por mar los peregrinos de los países escandinavos hasta Galicia. Esta travesía duraba alrededor de 8 días.
El Camino Portugués,
El Camino de Valencia,
Caminos del Duero y
La Ruta Catalana.
Enlace:http://www.e-canet.com/ecdr/camino/camino.htm
Re: Tema 6: El origen de la peregrinación jacobea
Publicado:
Lun Nov 05, 2012 1:55 pm
por PEPITA GARCIA 2
El Camino de Santiago de Compostela.
Desde el 25 de julio de 1122 cada vez que el día de Santiago cae en domingo se celebra, en la ciudad del Apóstol, año santo y jubilar. Así lo dispuso el Papa Calixto II. Medio siglo después, el Papa Alejandro III, en 1179, mediante la Bula "Regis aeterni", le confirió carácter de perpetuidad a esta gracia jubilar. Desde entonces, el Año Jubilar Compostelano se repite en secuencias de 11, 6, 5 y 6 años y vuelta a comenzar. Cada Siglo hay 14 años jubilares. Año Santo, en el 2004 el 118o. Año Jubilar Compostelano de la historia y el primero del tercer milenio. Los últimos años jubilares compostelanos fueron en 1976, 1982, 1993 y 1999, 2012 y el próximo en 2021.
La veneración de las reliquias del Apóstol Santiago centra toda la historia y tradición jacobea. La esencia del Año Santo Compostelano es, la veneración de la tumba del primer Apóstol que bebió el cáliz del Señor Jesús.
A partir de esta creencia, avalada científicamente tras los estudios y hallazgos arqueológicos en la tumba del Apóstol a finales del siglo pasado y la correspondiente
Bula del Papa León XIII "Deus omnipotens" de 1894, los "caminos" de Santiago pasan por la búsqueda, por el esfuerzo, por la reconciliación, por la gran "perdonanza", tal y como recoge la tradición jacobea. TRADICIÓN JACOBEA EN GUADALAJARA MEDIEVAL.
El camino de Santiago se convertirá así en símbolo y metáfora de la condición cristiana y humana. La búsqueda del perdón de Dios por los pecados cometidos y la necesidad de la reconciliación configuran también la entraña del Jacobeo, que está lucrado por la Iglesia con indulgencia plenaria.
La tradición jacobea se inserta plenamente en la clave de las grandes peregrinaciones
de la Edad Media -Roma, Jerusalén y Santiago se convertirán en los tres grandes y hasta competitivos focos de peregrinaciones- y en el entonces preponderante culto a las reliquias. En tiempos todavía de milenarios y de una visión teocéntrica de la realidad, esta tradición surgirá también como camino de penitencia y conversión.
Es "año de la gran perdonanza, del perdón de los pecados y de las penas de los pecados, año de la reconciliación entre los adversarios, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extrasacramental".
Para ganar el jubileo compostelano se necesitan cuatro requisitos: visitar la catedral y la tumba del Apóstol; rezar por las intenciones del Papa; y ,quince días antes o después de la peregrinación a la Catedral, confesarse y comulgar. A estos cuatro requisitos, bueno sería añadir, fiel al espíritu de la tradición de la Iglesia, otro: una obra de caridad.
El año santo es la ocasión privilegiada para la gran
"perdonanza" y para la conversión, que los peregrinos del Medievo, simbolizaban entrando a la Catedral Compostelana por la puerta del perdón y saliendo, una vez cumplidos los citados requisitos, por la puerta de la gloria.
El Jubileo compostelano, con su indulgencia plenaria y demás prerrogativas, antecederá en más de un siglo al Jubileo romano de los años santos -cada 25 años-, instituidos en el año 1300 por el Papa Bonifacio VIII.
El final del Medievo, el barroco y el final del Siglo XX han sido y están siendo los grandes momentos de la peregrinación y popularidad jacobeas. La actual repercusión mediática, social y cultural del llamado Xacobeo es extraordinaria y hasta excesiva.
El próximo 31 de diciembre se cierre la puerta santa, la puerta del perdón de la Catedral Compostelana, cerca de seis millones de personas habrán peregrinado a Santiago de Compostela. De ellos, más de 150.000 habrán sido propiamente peregrinos, es decir, habrán recorrido, al menos, cien kilómetros a pie o a caballo, o doscientos en bicicleta, llegando también por mar..
Grupos de peregrinos formalmente constituidos o peregrinaciones varias, en junio de este Año Jubilar hubo 655 peregrinaciones organizadas, de las 428 procedían de instituciones eclesiales.
En los últimos años santos, acudieron a Santiago 183 peregrinaciones en 1948, 470 en 1954, 387 en 1965, 602 en 1971 y 2.483 en 1993. En 1999 hubo 5.557 peregrinaciones organizadas.
En 1993, fueron 99.436 los peregrinos reconocidos como tal por la Oficina compostelana del peregrino y más de seis millones las personas que viajaron hasta la capital gallega. Seis años más tarde, en el último Jubileo el número de peregrinos en sentido estricto ascendió a 154.613. En 2004 se superó la llegada de peregrinos.
Sin duda la ruta preferente ha sido siempre el ya tradicional camino francés, por el que llegaron a Compostela, le sigue el camino portugués, el Camino del Norte, la Ruta de la Plata, y el Camino Inglés. En los meses de verano, especialmente, agosto y julio, donde las cifras de feligreses y/o peregrinos aumentan. Los estudiantes son el grupo más numeroso, seguidos de los empleados, y los profesionales liberales.
El número de peregrinos españoles en el Jubileo de 1999 ascendió ais como los peregrinos extranjeros los más numerosos fueron los europeos, de 37 países diferentes. De América llegaron de 22 nacionalidades. De África llegaron unicamente peregrinos de 17 países diferentes, y de Oceanía peregrinos, de 2 países diferentes.
Aquellos que recorren, al menos, 100 kilómetros a pie o 200 en bicicleta o a caballo serán considerados propiamente como peregrinos y recibirán la "compostela", el pergamino acreditativo. Treinta y un mil peregrinos caminaron hasta Santiago en 1998; casi cien mil, en 1993, en el año santo.
De los peregrinos a pie o caballo o en bicicleta confiesan que su motivación es fundamentalmente religiosa, otros dicen hacer el camino por motivos religioso-culturales y los no religiosos por razones tan sólo culturales o turísticas.
Los caminos de Santiago, son caminos de cultura, de historia y tradición y al final del camino, la experiencia demuestra que el peregrino se encuentra interiormente más renovado y purificado.
La práctica totalidad de los municipios y parroquias de Galicia peregrinan en los años santos hasta Santiago. Empresas, instituciones varias y hasta variopintas, parroquias, cofradías, movimientos, comunidades, congregaciones, hermandades, colegios, asociaciones y particulares sin fin de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia tienen o han tenido su peregrinación y su encuentro jubilar en Santiago, a la vera de la tumba del Apóstol, en compromiso de renovación de nuestras raíces cristianas.
En el Año Santo Compostelano asitió: el Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, acudía a la Catedral Compostelana como peregrino tras recorrer a pie 25 kilómetros, uno de los peregrinos ilustres. El Cid, Raimundo Lulio, Francisco de Asís, Brígida de Suecia, Domingo de Guzmán, Fernán González, el rey Jaime el Conquistador, Vicente Ferrer, los Reyes Católicos, Juan de Austria, Felipe II, Giuseppe Angelo Roncalli, antes de ser el S.S. Papa Juan XXIII, y S.S. Papa Juan Pablo II, en dos multitudinarias y emblemáticas ocasiones -en noviembre de 1982 y en agosto de 1989- forman parte de este elenco de ilustres y hasta santos peregrinos... Y es que, como ya escribiera Dante en el final del Medievo,
"peregrinos sólo los de Santiago".
Los dos viajes del Papa S.S. Juan Pablo II a Santiago de Compostela, y de una manera muy particular, su visita en agosto de 1989 en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud, que atrajo a cerca de medio millón de jóvenes de todo el mundo, han sido, sin duda, uno de los factores que más han contribuido al actual momento de pujanza -hasta desborda- de las peregrinaciones jacobeas. En el emblemático Monte del Gozo, a cinco kilómetros de la Catedral Compostela, un hermoso monumento recuerda al Papa S.S. Juan Pablo II peregrino jacobeo.El camino de Santiago y la devoción al Apóstol nacieron en los finales del primer milenio de la era cristiana como respuesta a la creencia y fervor popular de que en estos confines de Galicia y de España, en un "campo de estrellas", se hallaba la tumba del Apóstol Santiago, uno de los predilectos del Señor y el primero en beber su cáliz de martirio.El Obispo Teodomiro, el monje Pelayo y el Rey Alfonso II el Casto son los primeros protagonistas y nombres propios de esta historia. A ellos, y por diferentes motivos, le seguirán otros como los Papas, ya citados, Calixto II y Alejandro III, los Obispos Godescalco y Gelmírez o Aymeric Picaud.
En el año 813 el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlomagno, acuñaba monedas alusivas al Apóstol y a su enterramiento en el Finisterre y el camino a Santiago se irán haciendo camino al andar. El ser humano,
"homo viator", encontraba en el camino de Santiago una de las expresiones más simbólicas y hasta metafóricas de su misma condición y destino, acrentado por la índole cristiana y religiosa de este camino.
En el Siglo XII el camino y la devoción jacobea adquiere tal relieve en la Iglesia que los Papas Calixto II y Alejando III, grandes devotos de esta tradición, instituyen, tal y como decíamos al comienzo, el Año Santo Jubilar, haciéndolo coincidir siempre que el día de Santiago, 25 de julio, caiga en domingo, lo que sucede en la secuencia de años ya indicada.
El camino de Santiago fue desde sus comienzos camino de Europa y de cristiandad unida. De ahí, aquel memorable discurso del Papa S.S. Juan Pablo II, en su primera visita a Santiago, el 9 de noviembre de 1982, cuando recordó que Santiago está en las raíces de Europa y cuando pronunció aquella célebre frase:
"Europa, sé tú misma", aludiendo a su identidad e historia cristiana, alentada y significada en Santiago de Compostela y en su camino.
El bajo medievo, el barroco y los finales del Siglo XIX y XX han sido los momentos más esplendorosos de esta tradición, promovida, en sus albores, por los monjes cluniacenses, quienes convirtieron el Camino en instrumento de evangelización, de renovación y de purificación, en una época donde, como queda dicho, las peregrinaciones y el culto a las reliquias eran el corazón de la religiosidad popular.
Junto a ello, la tradición jacobea intensifica su dimensión penitencial y el año santo es también el año de la "gran perdonanza", a la par que el camino se traduce asimismo en el surgimiento y crecimiento de burgos y ciudades y de una red de infraestructuras al servicio de los peregrinos.
El camino se transforma también en camino de leyendas como las del gallo o la gallina de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, la del paso honroso del río Orbigo en tierras leonesas, la piedra a recoger en Triacastela o los himnos y cánticos...
El camino de Santiago, camino hacia Finisterre, se convertirá también en un gran símbolo de la condición humana, creyente y cristiana y de su destino peregrino en búsqueda de perdón, de reconciliación y su misma identidad.
Como afirmaron los historiadores y ensayistas Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro el camino de Santiago y la creencia en la autenticidad de las reliquias del Apóstol en este nuestro
"campo de estrellas" fueron uno de los elementos constituyentes e integradores de la identidad nacional española.
Tanta verdad es decir "España de Santiago" como "Santiago de España", tal como se puso de relieve en la reconquista o en el descubrimiento y evangelización de América.En la Iglesia Católica hay nueve diócesis con el nombre de Santiago: desde Cabo Verde a Chile, desde Argentina a Cuba, desde España a República Dominicana, desde Panamá a Venezuela, desde México a Nicaragua..., amén de otras muchas dedicadas en su patronazgo a este santo apóstol.
Son 6 rutas históricas, camino de Santiago. El camino francés -con entradas en España bien por Roncesvalles o Jaca y con ruta única desde Puente la Reina- es el más célebre y popular de todos ellos. Es el camino glosado, descrito y dividido en etapas por el
"Liber Sancti Jacobi" o "Codex Calixtinus", en el Siglo XII.
Es el camino que recorrieron los primeros peregrinos como el Obispo Godescalco de Le Puy y Aymeric Picaud -quizás el Papa S.S. Calixto II-, autor del citado "Códice". Son 800 excepcionales kilómetros de belleza, de arte, de historia, de naturaleza, de espiritualidad.
Al camino francés se accedía, desde la Europa central y del este, por otras cuatro vías: la vía turonense -por Tours-, de los ingleses y flamencos; la vía lemovicense - por Limoges- que recorrían los peregrinos de Bélgica, Champaña y Las Ardenas; la vía podiense - por Pau-, utilizada por borgoñones y alemanes; y la vía tolosana -por Montpellier- o egidiana, que servía a los peregrinos de la Provenza y de Italia.
En 1982 la Unesco declaraba al Camino francés de Santiago patrimonio de la humanidad. Los 800 kilómetros entre Jaca o Roncesvalles y Santiago -el camino francés, camino jacobeo por excelencia- bien merecían esta declaración. Cerca de millar de kilómetros, encontramos lo mejor del románico, del gótico y del barroco, traducido en iglesias, ermitas, hospitales, todo ello, con historias y leyendas inefables y hasta inmortales.
Tanto en su arte como su naturaleza el camino de Santiago es camino de espiritualidad, de belleza y de cultura excepcionales. Jaca, Roncesvalles, Leyre, Puente la Reina, Alfaro, Santo Domingo de la Calzada, San Juan de Ortega, Burgos, Castrojeriz, Frómista, Villarcázar de Sigra, Carrión de los Condes, Sahagún, León, Astorga, Villafranca del Bierzo, Ponferrada, O Cebreiro, Triacastela, Lugo, Samos, Sarria, Portomarín, Palas del Rey, Melide y Santiago son algunos de los lugares y de las tierras fecundadas y embellecidas por el camino.
Hay todavía varios caminos con destino a Santiago. Todos los caminos conducen a Compostela. Los dos primeros son el camino del norte, que entra en Galicia por Ribadeo, desde Irún, atravesando toda la cornisa cantábrica; y el camino inglés, que comienza en A Coruña y por el que llegaban los peregrinos del norte de Europa y de las islas del norte del Atlántico. Un camino portugués, cuya puerta de acceso era la bella y medieval ciudad de Tui. La vía desde el interior de España es el llamado camino del suroeste o vía de la plata, que surgía de la prolongación hasta Galicia de la calzada romana que comunicaba la ciudades de Mérida y Astorga. Dos caminos de mar por tierras gallegas: el camino de Fisterra-Muxia, el camino del fin de la tierra; y la ruta marítima del mar de Arousa y río Ulla, que conmemora la llegada en barco de los restos del Apóstol Santiago desde Tierra Santa y cuyos puntos de entrada son los municipios de Ribeira, en el norte, y de Sanxenxo, en el sur.
Existía también el camino del Mediterráneo y después camino catalán, que entraba en España por Barcelona y seguía por Lérida, Zaragoza, Soria y Burgos, para enlazar ya con el camino francés. El llamado camino aragonés es el que desde Jaca transcurre, dentro del camino francés y recorriendo pasajes de gran belleza natural y artística, por tierras aragonesas.
El camino de Santiago de Compostela -su tradición, su jubileo, su alma e historia- supone la oportunidad privilegiada de sentir y de vivir la Iglesia en su variedad, en su pluralidad, en su misma vitalidad y condición peregrina.Ir a Santiago como peregrino es una reconfortante experiencia eclesial, cristiana y humana.
El camino en si mismo, la tan numerosa presencia de fieles, las largas filas para venerar los lugares de la tradición jacobea, los penitentes en confesión -quizás una de las dimensiones y realidades a potenciar y cuidar más por parte de todos-, la tan abultada presencia de cristianos en las Eucaristías y las posibilidades de participación en la misma mediante la comunicación de los peregrinos presentes, la presentación de una o dos Invocaciones al Apóstol y la realización de las ofrendas, las muy abundantes comuniones y los bancos siempre repletos en la capilla de la adoración son experiencias hermosas y profundamente eclesiales e inequívocos motivos para el gozo y la esperanza. Peregrinar a Santiago es, sí, una plenificadora experiencia de Iglesia.
A Santiago hay que ir siempre como peregrino. El auténtico peregrino, como deciamos, debe además penetrar en el Santuario compostelano por la puerta santa, la puerta del perdón para salir después por el pórtico de la gloria, como los auténticos y renovados peregrinos de ayer, de hoy y de siempre.
El peregrino debe ir en actitud de búsqueda, de apertura, de disponibilidad. Sin demasiadas ataduras ni condicionamientos. Puede seguir portando el sombrero de ala ancha, el abrigo marrón con esclavina, el bordón, la calabaza, el zurrón y la concha venera, como manda la tradición. Deberá ir siempre libre de amarras y experimentar progresivamente la transformación del paso del camino y de su raudal de gracia y del encuentro con los otros peregrinos, compañeros del mismo camino.
La experiencia jacobea para ser verdadera y plenificadora debe pasar por la renovación y por la potenciación de su dimensión espiritual y cristiana, que no tiene porque entrar en contradicción con los otros aspectos culturales, históricos o turísticos de Santiago. También estos otros "caminos" pueden y deben conducir a Santiago. Ganar el Jubileo es meta del camino, aún cuando el camino en sí mismo es ya gracia. Ganar el Jubileo es salir adecuadamente por el pórtico de la gloria y experimentar el gozo de la gracia de Dios de manos del Apóstol y del don excepcional de la "gran perdonanza", el corazón del jubileo compostelano. y para ganar el jubileo, es preciso recorrer los "caminos" del jubileo, las condiciones y requisitos que se precisan para lucrarse con la gracia jubilar y que ya enumerábamos: confesión sacramental, participación en la Santa Misa y recepción de la Eucaristía y oración por el Papa y la Iglesia. Como dijeramos también anteriormente, bueno será hacer alguna obra de caridad como fruto granado de la peregrinación y como signo de la nueva vida cristiana que debe iniciarse tras un camino con un "antes" y un "después". Deberán recorrerse también los otros "caminos" de la tradición jacobea: persignarse tres veces sobre un cruz esculpida en piedra por la piedad de los peregrinos en las jambas de la puerta santa, venerar y orar ante las reliquias del Apóstol en su hermoso "sagrario" de plata, abrazar la imagen peregrina de Santiago, posar los dedos de la mano derecha en los cinco huecos que la historia ha labrado en el pie del parteluz del pórtico de gloria e inclinar tres veces la cabeza -los célebres y tan reiterados "croques"- ante Maese Mateo, el autor, en 1188, de esta verdadera e inigualable "capilla sixtina" del románico. Ser rociados por el incienso del "botafumeiro", en permanente ofrenda y alabanza al Señor Jesús, a su Apóstol Santiago y a los peregrinos de todos los tiempos. El "botafumeiro" es uno de los signos más reconocidos, más populares y hasta más hermosos de toda la tradición jacobea.
El camino de Santiago y la tradición jacobea son todo esto y es signo del proceso interior y exterior del hombre en búsqueda de su transformación y de su mismo destino. Es, como afirmáramos antes, metáfora de vida humana y cristiana.En la época histórica, los peregrinos de los años santos accedían a la Catedral Compostelana por la puerta del perdón, la puerta del año santo, y tras orar, recibir los sacramentos y abrazar al Apóstol, salían del templo, en gracia de Dios y transformados, por la puerta de la Gloria. Todo un signo a valorar y seguir potenciando y urgiendo en esta hora de popularidad y de multitudinarias visitas a Santiago.
Todos los caminos de España y de Europa, y por extensión, del mundo conducirán a lo largo de los 365 días, a Santiago de Compostela, corazón de Galicia, Finisterre legendario, cuna de la Iglesia Católica en España y patria común de Europa y de América.
Como exclamaran los peregrinos del Medievo, desde el Monte del Gozo, y quizás de todos los tiempos,"¡más allá, más arriba, "E-ultr-eia, E-sus-eia". Todos tenemos cita en Santiago.
El Camino de Santiago recibó, premio Príncipe de Asturias a la Concordia.
Fuentes.- Apuntes de historia, arte, tradición, religiosidad, Jesús de las Heras Muela.- ACIPRENSA.
Re: Tema 6: El origen de la peregrinación jacobea
Publicado:
Lun Nov 05, 2012 3:30 pm
por ayga127
Hospitalidad y hospedaje en el camino de santiago- edad media 1era parte
La hospitalidad, se dice expresamente, es un derecho de los peregrinos. Y así debió considerarse desde entonces no sólo por los que hacían el camino sino también por quienes estaban en condiciones de ofrecerla y aún por los responsables de traducir dicho derecho en leyes protectoras. Evidentemente hubiera sido imposible en la Edad Media afrontar el viaje a Santiago con solvencia sin la existencia de unas garantías mínimas de atención al peregrino. Las largas distancias y una economía natural de subsistencia exigían la dotación sobre la marcha de una infraestructura en este sentido muy desarrollada. Ya decir verdad que la hubo. Se cuentan por cientos el número de hospitales y alberguerias edificados en los siglos medievales -la gran época de las peregrinaciones- con el objeto de proporcionar ayuda a los caminantes. Podríamos poner algunos ejemplos próximos; A finales de la Edad Media había en Logroño no menos de seis hospitales: el de Santa María de Munilla, el de Nuestra Señora de Rocamador, San Juan allende Ebro, San Gil, San Blas y San Lázaro; en Nájera, al menos cuatro, entre los que se contaban, la hospedería del Monasterio de Santa María La Real, el Hospital de la Cadena, el Hospital de Santiago y el Hospital de San Lázaro; en Santo Domingo de la Calzada sobresalía el Hospital de Santo Domingo especialmente dotado y afamado, situado junto a la catedral. Y así por toda la ruta hasta llegar a Santiago. Incluso iba aumentando el volumen conforme avanzaba el trayecto y crecían las necesidades de los peregrinos venidos de lejos. Es el caso de Burgos donde están documentados 32 hospitales medievales, de León, con 17 o Astorga con 25. Prácticamente no había localidad en el camino por pequefia que fuere que no tuviera su hospital.
¿Significa esto que los peregrinos encontraron en los reinos cristianos peninsulares una infraestructura asistencial digna y suficientemente eficaz? Confio en dar argumentos para que el lector pueda al final del discurso responder a la pregunta. Por lo pronto, no deberíamos caer en la tentación de confundir el número con la eficacia, ni la cantidad con la calidad de la asistencia. El año 1479 sucedió en Burgos que las fuerzas vivas ciudadanas -el obispo, el concejo, el gremio de mercaderes y el monasterio benedictino de San Juan- solicitan al papa Sixto IV, a través de los Reyes Católicos, licencia y ayuda para construir un nuevo hospital. La principal razón aducida radicaba, según se dice, en el hecho de que Burgos, cabeza y una de las principales ciudades de los reinos de Castilla y de León, soportaba la afluencia continua de multitud de peregrinos, pobres en su mayor parte, procedentes de Italia, de Germania, de la Galia y de otras partes, que pasaban en dirección a Santiago; y con ser cierto que había en la ciudad y en sus arrabales muchos hospitales, las carencias de la mayoría eran tantas que los pobres y peregrinos padecían serios peligros y graves necesidades; a las afueras de la ciudad, cerca, había dos, el del Emperador y el del Rey, pero eran a todas luces insuficientes; ahora bien -le proponen al pontífice- si se construyera un hospital nuevo e insigne podrían ser convenientemente atendidos los pobres y peregrinos y curados los enfermos de sus enfermedades3.¿Insuficientes treinta y dos hospitales o más en una ciudad que rondaba entonces los 10.000 habitantes? ¿De qué hospitales y de qué tipo de asistencia estamos hablando?
Si fuera por avanzar en el conocimiento de la asistencia hospitalaria se hace preciso a mi juicio superar viejos criterios descriptivos, de talante laudatorio, vívamente mantenidos por la erudición local y no siempre desbordados por trabajos científicos, con frecuencia localistas en exceso, y progresar en dos direcciones principales: una, que lleve a observar la evolución de la actividad asistencial dentro del contexto histórico propio del momento en el que tiene lugar, lo que exige distinguir fases y rehuir de las generalizaciones, como si lo mismo hubiera significado para el caso los siglos XI y XII que el siglo XV, y otra, encaminada a conocer desde dentro en lo posible el interior de los centros de acogida por ver de concretar el grado y la naturaleza de las tareas asistenciales. Es lo que pretendemos hacer en esta breve síntesis. Primero trazaremos, en tres etapas, la trayectoria de las fundaciones y de los promotores, a sabiendas de que el momento de la fundación de un hospital determinó en cierto modo no sólo la personalidad de sus administradores sino también el nivel de sus rentas patrimoniales, para, en una segunda parte, reparar en las condiciones de los asistidos y de la asistencia, prestando especial atención a la asistencia material.
Antes sin embargo conviene dejar claro que los hospitales, a pesar de su amplia versatilidad y de ser precisamente los establecimientos creados a propósito por todo lo largo y ancho del Camino de Santiago, no cubrieron ni mucho menos las necesidades asistenciales de las gentes que le recorrieron. Debió existir junto a ellos una tupida red de hospederías privadas que aunque mal conocidas desempeñaron un papel fundamental en el sector. Diríamos que hubo dos modelos de asistencia en la Edad Media: un modelo de asistencia pública, gratuita, benéfica, que se ejerció en los hospitales, y otro modelo de asistencia privada, de pago, ejercida en posadas y mesones e incluso en casas particulares.
De este segundo modelo de asistencia privada, retribuida, muy poco sabemos y muy poco vamos a decir aquí. Por ahora sólo dos cosas que adelanto. Una, que se dio siempre a lo largo del Camino, prácticamente desde el mismo siglo XI, cuando se fija la ruta, cuando empiezan a venir peregrinos en masa, y su hospedaje podía convertirse en un negocio. y dos, que las posadas y los mesones particulares ofrecieron una asistencia compleja, por cuanto los peregrinos podían encontrar en ellos servicios diversos de primera necesidad, desde el alojamiento en cama, fuego para calentarse y útiles de cocina, donde cocer los alimentos que llevaban o que previamente habían comprado en la taberna, en el mercado o incluso en la propia posada, hasta información de interés general relacionada con santuarios dignos de visita, caminos secundarios más transitables, ferias para la permuta de productos o valores al cambio de monedas0.
Aún así, o tal vez por eso, los mesoneros siempre tuvieron mala fama. Abundan los testimonios de peregrinos medievales acusándoles de falsarios y ladrones, que abusaban de la ignorancia, las prisas y el hambre de los peregrinos. Lo podemos percibir en el sermón Veneranda dies incluido en el libro primero del Codex Calixtinus donde se les presenta como el mayor enemigo de los peregrinos; dice que salen a su encuentro prometiéndoles en falso lo mejor, que dan alimentos en mal estado, que utilizan pesas y medidas falsas o que les roban mientras duermen. Esta imagen negativa del mesonero se mantuvo durante toda la Edad Media, como puede apreciarse en la serie de milagros en los que el Apóstol Santiago acude en ayuda de los peregrinos cuando son víctimas de la codicia, de los engaños o malas artes de los posaderos o en las disposiciones legislativas tendentes a protegerles, abundantes a partir del siglo XII, y aún fue creciendo después, en el siglo XVI, según hace constar la literatura picaresca6. A veces estos servicios privados eran ofrecidos por familias particulares que invitaban a los peregrinos a alojarse en su casa a cambio de dinero o de un producto, como sucedía, por ejemplo, en Atapuerca o en Puebla de Sanabria, cuyos fueros regulaban dicha actividad.
Ahora bien, este tipo de asistencia privada -mal conocida, como digo- no fue la característica del Camino de Santiago. La asistencia a los peregrinos, tanto en su sentido material como en el religioso, llegó fundamentalmente a través de los hospitales; unos centros que hemos de entender en sentido amplio, como albergues de viajeros y peregrinos, asilos donde se recogían y mantenían pobres extranjeros o naturales del lugar, y centros sanitarios propiamente dichos destinados al cuidado de enfermos pobres. Sus clientes eran, por tanto, preferentemente -no exclusivamente- pobres, peregrinos y enfermos; tres categorías que con frecuencia coincidían en una misma persona y cuya característica principal era el desarraigo y la pobreza. Por eso los hospitales medievales fueron antes que nada centros de beneficencia donde acudían gentes necesitadas de ayuda. De ellos vamos a hablar de ahora en adelante. Decía que en la creación de hospitales podemos distinguir tres fases. Una primera coincidente con el s. XI, una segunda entre 1100 y 1250 y una tercera entre 1250 y 1500.
Re: Tema 6: El origen de la peregrinación jacobea
Publicado:
Lun Nov 05, 2012 3:52 pm
por ayga127
Arquitectura en la alta edad media
Por la diligencia del obispo iriense Teodomiro y probablemente durante los años 20 del siglo IX, quedó descubierta, en Compostela, una pequeña estructura que en seguida se convirtió en el foco del culto al apóstol Santiago, culto que atraería cada vez más peregrinos y que originó, en ese mismo lugar, una sucesión de edificios eclesiásticos cuyo culmen lo formaría el templo románico conservado hasta nuestros días.
Las "versiones" antecesoras al edificio románico cumplieron su cometido de dignificar el objeto venerado, una tras otra, en número de dos o tres. El primer templo correspondió al reinado -y seguramente también a la iniciativa- de Alfonso II (792-841) de Asturias, a cuyo dominio pertenecía entonces Galicia, y el segundo fue levantado bajo los auspicios de Alfonso III (866-910) y consagrado en el año 899. Éste sufrió la damnificación por parte de Almanzor en el 997; el desastre lo subsanaron Bermudo II (982-999) Y el obispo Pedro de Mezonzo (985-ca. 1003). Queda la cuestión de hasta qué punto la iglesia volvió a surgir entonces en la forma física preestablecida o si acaso los nuevos promotores acometieron mayores cambios; de ahí nuestra vacilación respecto del número de edificios diferentes que sucesivamente ocuparon este lugar tan señalado. El resultado de la colaboración real-episcopal perduró hasta el 1112, cuando el avance del gigante románico ya no permitió conservar las estructuras altomedievales, con la excepción, quizá, de una pareja de torres erigida bajo el obispo Cresconio (1037-66), que puede haber resistido algo más. Únicamente el núcleo sagrado sigue hasta el presente, si bien en un estado remodelado.
Nos encontramos sentenciados, pues, a manejar unas arquitecturas que dejaron de existir hace nueve, diez u once siglos, tarea que desafía al máximo la fuerza visionaria, ya que los restos modernamente excavados son escasos -si exceptuamos el área del núcleo cultual- y las pocas noticias son o de acusada aridez o de una charlatanería que nos debe poner en guardia ante unos datos cuyo valor resulta dudoso.
La primera construcción, patrocinada por el rey Casto, es sumamente difícil de palpar, tanto física como documentalmente. El Acta de 899 y un contrato de 1077 denominado Concordia de Antealtares, que contiene un apartado retrospectivo, nos facilitan alguna información, pero poco concreta. El templum ad tumulum sepulchri Apostoli (que sin duda incorporó el santuario apostólico dentro de su arquitectura) estaba levantado ex petra et tellure opere parvo ("de piedra y tierra y de fábrica pequeña"). En cuanto a construcciones satélite, debemos contar un recinto bautismal al Norte bajo la obligada titularidad de San Juan Bautista y al Este es posible que ya se estableciera el convento denominado Antealtares, cuyos frailes eran servidores del culto sepulcral, dado que celebraban sus misas supra corpus Apostoli.
Este primer edificio apenas duró unas décadas. Alfonso III (donante, además, de la famosa cruz con fecha 874 que sería robada en el año 1906) lo sustituyó por un templo de mucha más envergadura que hizo honor al sobrenombre del rey, el Magno. Su longitud de más de 40 metros hoy no nos parece excesiva, pero le asegura la primera posición entre las iglesias conocidas que se construyeron en la Península durante los siglos VIII-X.
La flamante iglesia fue consagrada en el año 899, en presencia del soberano, por la mano del obispo Sisnando I (ca. 880-920). La correspondiente Acta nos ha llegado en tres versiones de desigual extensión, que dieron pie a lecturas demasiado solícitas y a una visión injustificadamente detallada de las circunstancias.
La "redacción breve". Ahora, tras las investigaciones de J. M. Díaz de Bustamante y J. E. López Pereira, sabemos que ninguna de las versiones se ajusta al original perdido, siendo la "redacción breve" la que más se le acerca; la presentamos aquí en un cuadro especial.
... Cuando Sisnando como obispo era el pontífice del santo lugar, vino el príncipe gloriosísimo Alfonso con su esposa Jimena; el hijo humilde, egregio y excelente del príncipe Ordoño. El príncipe Alfonso acordó con dicho obispo levantar una casa del Señor, restaurando aquel templo en el túmulo sepulcral del Apóstol que antiguamente había construido, de piedra y tierra y de fábrica pequeña, nuestro dueño Alfonso) de beata memoria.
Nosotros ciertamente, ayudados por la inspiración divina, contamos también con los súbditos y con nuestra familia. Así en el décimo mes del segundo año después de terminarse, con el apoyo de Dios y el favor del Apóstol, toda la construcción, hemos acudido al santo lugar con nuestros hijos, al igual que los obispos, cada uno desde su sede, y todos los magnates de nuestro reino y el pueblo católico, formándose una multitud de no poca consideración.
Así este templo ha sido consagrado en la víspera de las nonas del Mayo, el año de la incarnación del Señor DCCCCLXXIIII [erróneo ] con la presencia de ocho pontífices: tanto de Sisnando de cuya aula y casa se trata, como de otros.
Tú también, Sisnando, pontífice de la sede de esta aula, debes mandar que se hagan oraciones a Cristo para que me conceda, después de mi muerte corpórea, el perdón y para que yo no encuentre la eterna condenación.
Y esto se ha hecho en la Era que resulta de nueve veces cien, seis veces seis mas un año [era hispánica con el cómputo adelantado en 38 años]. Después de nuestro advenimiento al poder real, celebrado el año DCCCCIIII [era hispánica con el cómputo adelantado en 38 años], hemos omitido, durante mucho tiempo, la construcción del templo; ahora vamos a cumplir el año trigésimo tercio sucesivo en el reino ...
Sin perjuicio de su poca fiabilidad sí podemos extraer de la "redacción extensa", fechable en el siglo XII, algunos datos aislados sobre elementos de esta segunda iglesia que por su concreción y puntualidad parecen más creíbles. Se mencionan columnas de expolio procedentes de oppido Portucalense e incluso unas antiguas piedras marmóreas que -en palabras manipuladas de Alfonso III - "trajimos al lugar santo desde Hispania entre los contingentes militares de los moros que expulsamos de la ciudad de Coria". Estos datos llegarían por la tradición hasta el siglo XII, cobrando su valor para nosotros. Tampoco carecen de interés las menciones a una abbobuta tribunalis -presumiblemente una bóveda con tribuna - y al altar principal que se encontraba "encima del cuerpo del benevolente Apóstol": super corpore benivoli Apostoli.
Estas informaciones contenidas en la "versión extensa" reflejarán la última fase prerrománica. Aunque los datos se reclaman para el rey Alfonso III, no podemos excluir que describan cierta modificación del proyecto original alfonsino acarreada por la necesidad de rehacer el santuario hacia e! año 1000. Pues, como ya hemos señalado, la iglesia alfonsina sólo se mantuvo en pie durante un siglo. Almanzor atacó la ciudad jacobea, eminente foco septentrional del cristianismo, en el año 997 y arrasó la iglesia apostólica "de modo que nadie hubiera sospechado que existía la víspera", según un historiador musulmán.
Sin embargo, hasta la cronística musulmana admitió que el núcleo sagrado de la iglesia, el monumento apostólico, quedó incorrupto, hecho esencial para el bando cristiano que, en palabras de! obispo astorgano Sampiro, consta como sigue: "Almanzor estaba dispuesto a acercarse al sepulcro apostólico para romperIo, pero un espanto le hizo retroceder".
La evidencia -no siempre tan evidente- de los documentos pedía a gritos su complemento y su constatación por medio de la evidencia arqueológica. Las exploraciones científicas las iniciaron A. López Ferreiro y J. Labín Cabello los años 1878-79 debajo del coro del siglo XII. En 1895 López Ferreiro localizó debajo de la nave central románica un vestíbulo prerrománico.
Una nueva serie de campañas fue conducida Manuel Chamoso Lamas en los años 1946-59. Partes de las zonas excavadas han quedado visitables. La documentación y publicación de todas estas actividades arqueológicas, que se desarrollaron en un entorno material extremadamente complejo y en un entorno histórico y religioso de alta sensibilidad, fue deficiente en lo concerniente a la centuria pasada y tampoco del todo satisfactoria en cuanto a nuestro siglo. Déficit que supo remediar, en parte, e! prelado y testigo de la última fase de las excavaciones, J. Guerra Campos, mediante sus publicaciones sobre la arqueología del culto jacobeo.
Veamos los resultados arqueológicos. Fue un área que ya había visto un poblado romano con su necrópolis, ampliada luego por tumbas suevas, donde se asentó el primer santuario de Alfonso II. Esa iglesia, levantada probablemente alrededor de los años 30 del siglo IX, fue detectada en muy escasos restos, que parecen corroborar su alegada modestia como un opus parvum.
Era de una nave sólo, cuyo ancho daría después la medida para la nave central de Alfonso III. En la zona occidental de ésta se sitúa el probable umbral de la iglesia primitiva, a una cota de 76 cm. por debajo de! suelo de 899. Sobre e! aspecto del testero de este primer edificio eclesiástico que incluiría el monumento apostólico no existe ninguna confirmación definitiva.
La tumba del obispo. Como complemento valiosísimo a estos restos apareció, durante las excavaciones de 1955, la tapa sepulcral de Theodemirus Hiriense sedis episcopus, fallecido el año 847: del obispo Teodomiro, descubridor de la supuesta tumba apostólica, figura que adquirió, de repente, su autentificación histórica irrefutable. Se produjo este hallazgo en una cámara sepulcral adosada al Iado sur de la iglesia reedificada hacia el año 1000, lugar al que habían sido trasladados sus restos mortales, obviamente como consecuencia de la incursión de Almanzor.
Menos precarios son nuestros conocimientos de! aspecto que adquirió el santuario bajo Alfonso III. Entre los hallazgos que delatan su belleza destacan trozos de columnas marmóreas blancas (reaprovechadas), de revestimentos parietales y de estuco blanco y pintado. El suelo era de una mezcla de mortero y material cerámico molido. La sustancia y la morfología de los alzados sólo se pueden esclarecer dentro de ciertos límites dadas las masivas intervenciones plenomedievales. Si exceptuamos de momento las estructuras del núcleo apostólico, el grosor de los cimientos y muros variaba entre 70 y 95 cm. La fábrica consistía en sillarejo con bastante mortero, sillares en las esquinas y revoco en ambas caras, rasgos típicos de lo asturiano.
Igualmente apunta hacia Asturias la posible referencia, aludida, a una tribuna sobre bóveda. En cambio, no coincide con lo asturiano la falta de contrafuertes, que nos hace concluir que la techumbre en Santiago era de madera.
La iglesia de Alfonso III (dejando aparte el convento de Antealtares) era un complejo de cuatro componentes, todos rectangulares:
• El cuerpo grande de las naves con disposición basilical y 16 m. de envergadura, provisto de tres puertas laterales que daban al exterior, así como de dos aberturas que permitían la comunicación con
• el baptisterio adosado a septentrión (con altar y piscina bautismal, curiosamente profundizada en el suelo a la usanza paleocristiana) y
• el vestíbulo de dos tramos en la fachada oeste, mientras que
• la cabecera del lado oriental, de unos 9 x 9 m, contenía las estructuras nucleares del santuario.
Obras posteriores. Más adelante, en el marco de la reedificación bajo el reinado de Bermudo II, también el flanco meridional del cuerpo basilical recibió una dependencia adosada: el anejo funerario, ya señalado, del obispo Teodomiro. En el siglo XI se añadirían las mencionadas torres, aunque posiblemente existiera, antes ya, un campanario: consta que Almanzor se llevó como botín desde Santiago unas campanas a Córdoba.
En lo sucesivo nos centraremos exclusivamente en el testero-santuario cuadrangular que naturalmente encierra los testimonios materiales de los comienzos del culto jacobeo. Se encuentra próximo a unos restos constructivos romanos y su fábrica está caracterizada por grandes sillares graníticos. Armoniza con las reglas de la liturgia hispánica en tanto que se localiza en el extremo oriental del templo; sin embargo, no se trata simplemente del usitado ámbito del altar, sino que constituye un caso especial porque tuvo su origen en un auténtico santuario independiente y preexistente, lo cual acarreó la posibilidad y hasta la obligación de ubicar el altar en el mismo lugar o precisamente encima del receptáculo venerado como la tumba jacobea. Debemos imaginamos este acto (que tendría lugar ya bajo el reinado de Alfonso II) como algo extremadamente llamativo para los contemporáneos, ya que se le ofreció a la Cristiandad, en pleno siglo IX, un nuevo espacio cultual de categoría nada menos que apostólica.
Ignoramos el aspecto exacto del monumento hallado por Teodomiro, que según enunciaciones tardías era un tumulus sepulchri, una domuncula, marmoream tumbam intra se continens y ofrecía un mausoleum inferius, un arcuatum sepulcrum. Pensamos en un pequeño edículo sepulcral abovedado.
Una vez descubierto, ¿cómo se incorporó en los proyectos del segundo y después del tercer rey Alfonso y cómo tenían garantizados los fieles el acceso a la meta de sus anhelos? Tenemos que imaginárnosla como una estructura que se erguía libre en el testero, resultado de intervenciones difíciles de detallar y tendentes a englobar y dignificar aquel monumento primitivo. Se abriría hacia el aula, al igual que el pasillo circundante de tres tramos, para el cual podemos especular sobre la función que desempeñaría de facilitar la circulación de los creyentes, de los peregrinos cada vez más numerosos.
Veamos los detalles: el cuerpo de la cabecera era de "dos cáscaras", ya que los muros de medio metro de espesor que definen su forma exterior cobijan otra estructura rectangular interior (el monumento apostólico propiamente dicho), cuyos muros les son técnicamente parecidos en virtud del empleo de sillares, aunque su espesor alcanza tres cuartos de metro.
Entre medias queda el mencionado pasillo de en torno a 1,20 m. de luz y de tres tramos en los lados norte, este y sur que son, por tanto, perpendiculares entre sí. La estructura interior mide 6,41 x 4,69 m. y estaba dividida mediante un tabique ligero de sentido norte-sur. El compartimento oriental contenía restos musivos en su relleno; el occidental muestra en sus paredes sendos sepulcros.
Huellas romanas. Todo esto corresponderá aproximadamente al nivel de los cimientos de lo que antaño era una estructura más alta, puntualización avanzada por el arquitecto-arqueólogo T. Hauschild, quien, aparte de eso, se ha mostrado más que cauto a la hora de lanzar dataciones en época romana.
Recordemos que, ante la "necesidad" de contar con un antiguo sepulcro apostólico, fue especialmente el rectángulo interior con su fábrica esmerada a soga y tizón "de aspecto romano" lo que había impresionado a la mayor parte de los estudiosos desde el siglo XIX; siempre el supuesto origen romano se había asociado íntimamente a la esencia religiosa del tema.
Para Hauschild, no existe ningún hallazgo conocido en esta zona (aun siendo de época romana) que consienta asignar una fecha contextualizada a las construcciones en cuestión. Sí hizo notar que falta la moldura base que es típica de edificios sepulcrales hispanorromanos del siglo I. La trascendencia de esta opinión "altomedievista" queda patente.
Únicamente al tabique del rectángulo interior le ha concedido Hauschild ciertas posibilidades de remontarse en su antigüedad más allá del siglo IX. Los demás muros de ambas "cáscaras" de la cabecera los ve altomedievales como todo el santuario eclesiástico jacobeo: asocia la fábrica de sillares (que daría más estabilidad y dignidad al testero) al resurgir de esta técnica comprobable en los siglos IX y X por el noroeste peninsular bajo dominio asturiano: Lourosa (Portugal), Celanova y especialmente San Martiño de Pazó (Ourense), donde la estrechez de los tizones es casi idéntica. Hauschild ha pensado en una construcción del testero compostelano o bajo Alfonso III o bajo Bermudo II (y añadamos que lo primero es más probable por la presencia de huellas incendiarias que parecen testimoniar su existencia cuando la razzia de Almanzor).
Hay que subrayar, no obstante, que la erosión de la vieja tesis "católico" aún no ha arrojado resultados generalmente reconocidos. La nueva tesis "altomedievista" continúa siendo minoritaria y además heterogénea, ya que otros investigadores (hace varias décadas F. Íñiguez Almech y ahora L. Caballero Zoreda) se han inclinado hacia una directa influencia cordobesa-omeya en la técnica edilicia con sillares. En todo caso, es llamativo que las excavaciones produjeron hasta dos dinteles con arco de herradura e incluso con su marco de alfiz (hoy en el museo catedralicio), de clarísima raigambre islámica.
Re: Tema 6: El origen de la peregrinación jacobea
Publicado:
Mar Nov 06, 2012 2:24 am
por AMunozF
Siglo XIII Edad Media: Órdenes Mendicantes. Inquisición.
Comienza ya el nacimiento del espíritu laico. Fue un gran siglo para el mundo y para la Iglesia.
INTRODUCCIÓN
Llegamos al máximo esplendor de la cultura forjada lentamente durante la Edad Media. Después de estos resplandores, comenzará el paulatino declive del medioevo.
Es el siglo del gran Papa Inocencio III que quiso llevar a cabo el ideal de una sociedad político-religiosa medieval, en cuya cima estuviera la supremacía papal. Es un siglo en que continúan las cruzadas, y en que nacen las grandes órdenes mendicantes, como la de san Francisco de Asís y la de santo Domingo de Guzmán. Es también el siglo que ve aparecer la inquisición, y admira las expediciones de Marco Polo por el lejano oriente, hasta China. Es el siglo de las universidades y de las grandes lumbreras intelectuales, como san Alberto Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino. Es el siglo del arte gótico. Es el siglo de la Carta Magna o Constitución, que limitaba los derechos absolutos de los reyes. ¡Interesante siglo!
La cristiandad no sólo promovió el desarrollo de las ciencias sagradas, sino que dio vida a la institución destinada específicamente a desarrollar la ciencia y a difundir la cultura superior: la universidad. Surgen por impulso de la Iglesia las universidades de París, Oxford, Bolonia. Salamanca.
A partir del siglo XIII la evolución de la sociedad medieval señaló nuevos rumbos a las preferencias populares. Existía ahora una población urbana cada vez más considerable y en las ciudades se establecieron también las nuevas órdenes de religiosos mendicantes, que pronto ejercieron un poderoso atractivo sobre los fieles.
I. SUCESOS
“¡Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti, Jerusalén...!”
Las cruzadas del siglo XIII presentan ya signos de decadencia.
La cuarta (1202-1204) tenía como fin devolver vida y fuerzas al agonizante reino franco, que se había establecido en Tierra Santa. Pero se desvió de sus verdaderos fines, y en vez de dirigirse a Palestina, los cruzados penetraron en Bizancio (Constantinopla) en 1204 y depusieron al emperador Alejo V. Coronaron a Belduino de Flandes e instauraron allí un imperio latino que perduraría más de medio siglo. Bizancio quedó así convertida en feudo papal, hasta 1260. Este hecho fue uno de los principales agravios, cometidos por los cristianos occidentales a los cristianos ortodoxos de oriente
En la quinta cruzada (1217-1221) Andrés II de Hungría obtuvo únicamente avances precarios. Esta cruzada se dirigió a Siria y Egipto.
La sexta cruzada (1228-1229) fue capitaneada por el emperador Federico II, emperador excomulgado por el Papa. Mediante alianzas habilísimas, propias de su genio político, y sin recurrir a las acciones bélicas, instauró en Jerusalén una política de tolerancia religiosa. Un tratado con el sultán de Egipto puso en manos de Federico Jerusalén, Belén, Nazaret y otros lugares, a cambio de territorios poseídos por los cristianos al norte de Siria. En marzo de 1229, Federico hizo su entrada solemne en Jerusalén, mientras el patriarca latino lanzaba el entredicho sobre la ciudad. Jerusalén permaneció tan sólo quince años en manos de los cristianos y en agosto de 1244 se perdió definitivamente.
Las dos últimas cruzadas fueron empresas completamente francesas, organizadas por el santo rey Luis IX.
La séptima (1248-1254), dirigida contra Egipto, tenía como fin recobrar nuevamente Jerusalén, caída en poder turco en 1244. Los cristianos se habían replegado a unas cuantas fortificaciones, como san Juan de Arce y Antioquía. Terminó en un desastre. El rey y el ejército fueron hechos prisioneros y tuvieron que pagar un cuantioso rescate por la libertad.
La octava y la última cruzada (1270) fue llevada a cabo por el mismo rey san Luis, en respuesta al llamado del papa Inocencio IV para contener el avance turco. Antes de partir hacia Jerusalén, se apoderó de Túnez, en el norte de África. Allí murió, víctima de la disentería; y con él su ejército sufrió también esa terrible epidemia. No se hará otro intento más para reconquistar la Tierra Santa.
En España hubo una cruzada contra los musulmanes, en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), que terminó con la victoria de los europeos que auxiliaron al rey español Alfonso IX. Durante el resto del siglo san Fernando III, Alfonso X el sabio, Alfonso el batallador y Jaime el conquistador, harán retroceder a los moros hacia el sur de la península ibérica.
¿Qué herejías azotaron a la Iglesia en este siglo?
Primero, los Valdenses. En Francia surgió la herejía de Pedro Valdés, nacido en Lyon, que un buen día abandonó sus negocios y partió a predicar el evangelio, dando ejemplo de pobreza, austeridad y desprendimiento y arrastrando compañeros de Suiza y Alemania. Atacó las costumbres de los clérigos relajados e invitaba a volver al cristianismo primitivo, pero no estuvo inmune de errores dogmáticos en sus predicaciones. Los “perfectos” entre los valdenses hacían los tres votos de pobreza, castidad y obediencia; y los simples seglares se arrogaban el derecho de celebrar la eucaristía. Sólo admitían el bautismo, la penitencia y la eucaristía. El papa Lucio III los excomulgó.
Continuaron los albigenses o cátaros. Eran más peligrosos por su mayor difusión y por su más franco alejamiento de la fe católica. Se llamaban albigenses por la ciudad de Albi; y cátaros o puros. No reconocían una iglesia visible, rechazaban toda autoridad espiritual y temporal y no admitían ni la guerra ni la pena de muerte. Sólo tenían un sacramento, el bautismo del espíritu, el consolamentum, que por lo demás sólo recibían los “perfectos”; los cuales quedaban obligados después de su recepción a llevar una vida rigurosamente ascética. Los restantes sólo recibían el consolamentum en la hora de la muerte. El Papa Inocencio III invitó al rey de Francia a una cruzada contra ellos, que desembocó en una horrible crueldad por ambos bandos.
Hechos políticos importantes
Los nobles ingleses obligaron al rey Juan sin Tierra a firmar la Carta Magna o Constitución que delimitaba los derechos del rey, en contra de sus pretensiones absolutistas.
En el reinado de su sucesor, Enrique III, fue instituida la cámara de los comunes o parlamento. Ambos ejemplos fueron, muchos siglos después, copiados por un gran número de países.
Otomán, el turco, fundó el imperio llamado otomano en 1259, y con ello motivó en gran parte el surgir de las cruzadas que hemos señalado. Dicho imperio constituirá un peligro constante para Europa hasta la batalla de Lepanto del año 1572, en que fueron vencidos los otomanos por la escuadra cristiana, gracias a la intercesión de la Virgen María Auxiliadora 88.
II. RESPUESTA DE LA IGLESIA
De nuevo, luces y sombras...
En el siglo XIII la Iglesia medieval había llegado a su edad de oro. Pero como la naturaleza es débil, al hombre le resulta difícil mantenerse en las cimas y comete flaquezas. A fines del siglo XIII aparecen síntomas de decadencia. Ni el sacerdote concubinario, ni el monje aburguesado, ni el obispo político y feudal habían desaparecido por completo en este tiempo. La preparación del clero parroquial y su formación espiritual era muy deficiente. La elección para cargos o beneficios –obispos y abadías- que había mejorado tras la intervención de Gregorio VII, en la actualidad había descendido a niveles lamentables.
Por estos tiempos los papas, que eran los obispos de Roma y estaban obligados a cuidar su grey, poco tiempo residían en la misma Roma. Según la costumbre de esa época, elegían al papa en el mismo lugar donde había fallecido su antecesor. Muchos pontífices fueron elegidos fuera de Roma, y luego retrasaban su viaje a Roma para atenderla como pastores.
Pero también hubo hechos muy positivos en la Iglesia de este siglo.
La Iglesia apoyó las cruzadas y condenó las herejías. Para ello convocó varios concilios.
El IV Concilio de Letrán, convocado por Inocencio III en 1215, condenó a los valdenses y a los albigenses. Reprobó la venta de reliquias, ordenó la confesión y comunión anual, estimuló las cruzadas, y legisló sobre la disciplina sacerdotal.
El Concilio de Lyon de 1245 hizo un triste balance del estado espiritual de la cristiandad y señaló sus principales llagas: relajación de los clérigos, peligro de Jerusalén y Bizancio por las amenazas de los turcos, inminencia de la invasión de los mongoles en Europa, y sobre todo las guerras de Federico II, rey de Francia, al que el concilio tuvo que excomulgar.
El II concilio de Lyon, en 1274, volvió a hacer un llamamiento a los príncipes cristianos para acudir en auxilio de Tierra Santa. Asimismo buscó la unión con la iglesia bizantina y dictó medidas para reformar las costumbres eclesiásticas. Con el fin de evitar más intromisiones civiles en la elección de los sumos pontífices, el concilio ordenó que los cardenales escogieran al sucesor del papa difunto. La reunión de los cardenales para la elección del papa desde entonces se llama cónclave.
Balance de las cruzadas
Una palabra sobre la cuarta cruzada en la que cruzados arrasaron Bizancio o Constantinopla en 1202. Fue un triste episodio89 . Este hecho se presenta de ordinario como algo querido por el papa de entonces. En realidad, está documentado que Inocencio III se horrorizó al conocer la noticia y excomulgó a los responsables de semejante barbarie. Ese acto vandálico estuvo motivado por la ambición política de algunos de los caballeros cruzados, capitaneados por la República de Venecia que buscaba la supremacía comercial.
Hagamos un breve saldo de las cruzadas:
a) Encauzaron el espíritu caballeresco de la época hacia ideales religiosos. Esto no quita que entre los cruzados hubiera gente indeseable.
b) Al menos al inicio, unió a pueblos diversos en la defensa de la fe común. Pero poco a poco se evidenciaron sus divisiones e intereses.
c) En algunos despertó el espíritu misionero: san Francisco de Asís viajó a Siria (1212) y envió los primeros primeros franciscanos a Marruecos (1219).
d) Hubo muchos hechos ignominiosos, pero no deben hacer olvidar personajes ilustres como Godofredo y san Luis de Francia, que lucharon con grande idealismo cristiano.
Las Órdenes Mendicantes
Ante la relajación de algunos eclesiásticos, Dios no se olvidó de su Iglesia. Al contrario, hizo surgir las órdenes mendicantes. Sus fundadores quisieron responder a la llamada del evangelio y a las necesidades de su tiempo. Fueron sensibles en particular al desarrollo de la herejía, al movimiento urbano y a la fermentación intelectual.
Las órdenes mendicantes se llamaban así, porque en un tiempo en que los pastores de la iglesia se enriquecen siempre más, los monasterios abundan en tierras y en bienes, y la nueva burguesía de las ciudades se desvive por aumentar sus ganancias, ellos hacen voto de perfecta pobreza. En un tiempo en que se ahonda cada vez más la diferencia entre los grandes señores y el pueblo llano, ellos predican la fraternidad cristiana. Su vida ya no depende de tierras de labranza ni de rentas. Viven de la limosna. Ya no se llaman monjes, sino hermanos. Las principales órdenes mendicantes fueron la de los franciscanos y la de los dominicos.
Los dominicos: es la llamada Orden de los Predicadores, apoyada por el gran papa Inocencio III y aprobada más tarde por Honorio III en 1216. Fue fundada por santo Domingo de Guzmán, nacido en España hacia el año 1170.
Sale al encuentro de los herejes cátaros o valdenses, imitando la pobreza de Cristo pobre y aceptando las controversias dogmáticas con ellos. El obispo de Toulouse (Francia) aprueba en el año 1215 al pequeño grupo de predicadores: “Constituimos como predicadores en nuestra diócesis al hermano Domingo y a sus compañeros, a fin de extirpar la corrupción de la herejía, arrojar los vicios, enseñar la regla de la fe e inculcar sanas costumbres a los hombres”.
Su programa regular es portarse como religiosos, es decir, hacer los tres votos de pobreza, castidad y obediencia; ir a pie, predicar la palabra evangélica, vivir la pobreza de Jesús, alimentándose con lo que les dan. Fin y objeto de la nueva orden era crear un grupo de sacerdotes aptos y altamente preparados para predicar al pueblo la sana doctrina. Dedicaron, pues, los dominicos especial atención al estudio. Tanto descollaron en las ciencias que, en vida del fundador, enseñaban ya en la universidad de París. En esa universidad brillaron de manera especial san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino.
La organización de la orden es democrática. Los cargos son electivos y temporales. Tan sólo el maestro general es elegido para toda la vida. No disponen de las rentas de las grandes abadías, sino que obtienen de las limosnas los medios de subsistencia. Se dirigen especialmente a las gentes de la ciudad, a los miembros de las corporaciones y enseñan en las universidades. En 1216 el papa aprueba esta orden, y adoptan la regla de san Agustín. El papa Gregorio IX 90 les encarga la responsabilidad de la inquisición eclesial, de la que hablaremos más tarde.
Los Franciscanos: Francisco, nacido en Asís (Italia) hacia el año 1181, era hijo de un rico mercader, y en el año 1205 abandona sus sueños de caballería para consagrarse a la Dama Pobreza. Se encuentra con Cristo pobre en un leproso. Cree al principio que Cristo le pide que repare las iglesias, como la de san Damián; pero más tarde comprenderá que Dios le llama a la reforma de la Iglesia, en la que se filtran abusos y modos de vivir que contradicen la santidad de las costumbres y la doctrina de la Iglesia. Después de devolver a su padre todos sus bienes e incluso sus vestidos, pide como limosna la comida y los materiales de construcción. Su vida es la de los ermitaños. Pero en 1208, oye el evangelio en la iglesia de la Porciúncula: “Id, proclamad que está cerca el reino de Dios. No llevéis oro ni plata...”. Con algunos compañeros, va por los caminos proclamando con alegría la buena nueva de la paz. Predica sin ser sacerdote. Se sentía indigno de serlo, y nunca quiso recibir la ordenación sacerdotal.
Su lema es: “paz y bien”. No quiere pronunciar ningún juicio contra los sacerdotes ni contra los demás pastores de la iglesia. Pide tan sólo un espacio de libertad para vivir según el evangelio. El papa Inocencio III aprueba en 1209 el género de vida de los que desean ser “menores”, estar entre los más pobres en la escala social. Se limitarán a una predicación moral, y no tanto doctrinal, como los dominicos. En 1209, Francisco tiene doce compañeros; diez años más tarde son 3.000. En 1212, Clara y sus compañeras siguen el ejemplo de Francisco y así fundan la orden de las Clarisas.
En 1219 Francisco parte hacia los santos lugares y se esfuerza en convencer al sultán de Egipto para que respeten los Santos Lugares. Algunos de sus hermanos desean tener una organización más rigurosa, unos conventos, unas casas de estudio. Aquello le preocupa a Francisco. Aunque el evangelio sea su única regla de vida, ve la necesidad de redactar una regla (1223). Pero continúa con su gozosa predicación.
La Navidad de 1223 la celebra organizando, por primera vez en la historia de la iglesia, un Belén viviente. Al año siguiente queda marcado con las llagas o estigmas de Cristo, pero no pierde la paz y la alegría. Es famoso su Cántico de las Creaturas, en el que canta su amor a la naturaleza, al sol, al agua... y Dios creador de todo. Procura la paz entre los señores locales.
Su testamento de 1226 expresa cierta nostalgia de los comienzos. Fiel a visión sobrenatural de la vida, acoge con serenidad a la “hermana muerte” el 3 de octubre de 1226. Dos años más tarde es canonizado. La orden de hermanos menores tuvo una existencia difícil, pues se dividió por el diverso modo de interpretar la fidelidad a su fundador. A pesar de ello, Francisco siguió siendo el santo más popular de la Edad Media. Es el testigo por excelencia de la vuelta al evangelio, y desconcierta a sus contemporáneos medievales con su imitación radical de Cristo, con su amor a la naturaleza, y con su rechazo de toda riqueza que con frecuencia falsea las relaciones entre los hombres.
¿Qué aportaron estas órdenes mendicantes a la Iglesia y al mundo?
Lo esencialmente nuevo que aportaban las órdenes mendicantes, no era en realidad la pobreza personal de los miembros individuales. Todas las órdenes anteriores habían observado una vida rigurosamente austera con renuncia a la propiedad privada, y en ello se habían distinguido los cistercienses.
Lo nuevo consistía en que tampoco el convento debía poseer nada. El convento de los mendicantes no es ya una abadía con bosques, pesquerías, campo de labor, colonos y aparceros, sino un lugar que sólo proporciona el mínimo indispensable para la vida: unas celdas en torno a una iglesia, acaso un pequeño huerto y nada más. Para los mendicantes, la patria ya no es el monasterio, sino la orden. Desaparece aquella estabilidad, aquel enraizamiento en el suelo, que desde san Benito había constituido la base de la vida monástica. Pero esto sólo era posible a condición de que los miembros redujeran también al mínimo sus necesidades personales. Los mendicantes no vivían como unos señores espirituales, análogos a los feudales, sino como hermanos que convivían con sus iguales. Practicaban la cura de almas, en forma desinteresada. La gente no tenía que ir a ellos, sino que eran ellos los que iban a la gente. La predicación estaba destinada a todos y no era para forzar, sino para convencer y motivar a la virtud, a la vuelta al evangelio. Hasta entonces el pastor de almas había inspirado respeto, acaso también temor; ahora los mendicantes inspiran admiración y amor.
Fue característico de los mendicantes tener una orden primera – la de los varones-, una orden segunda –la de las mujeres-, y una orden tercera compuesta por los seglares que deseaban vivir según el mismo espíritu. Las órdenes terceras fueron y son escuelas de santidad. Figuran entre los primeros terciarios franciscanos santa Isabel de Hungría y san Luis, rey de Francia.
Impulso de los sacramentos y la piedad cristiana
Ante el declive espiritual la Iglesia tomó cartas en el asunto y se preocupó por impulsar los sacramentos y la fe.
¿Cuándo se administraba el bautismo?
Lo común era bautizar a los niños apenas nacidos, y no solamente en Pascua o en Pentecostés como antes. Se administraba el sacramento derramando agua sobre la cabeza y no por inmersión. Era tal la importancia que atribuían al bautismo, que los niños muertos al nacer eran llevados a algunos santuarios, pues creían que recobraban la vida el tiempo suficiente para recibir el bautismo.
¿Nuevas normativas para la confesión y comunión?
En 1215 el concilio Lateranense IV marca a los cristianos la obligación de confesar sus pecados y de comulgar al menos una vez al año, en tiempo de pascua y en sus propias parroquias. El sacramento de la penitencia viene llamado “confesión”. Los más fervorosos no comulgan más que dos o tres veces al año por respeto a la eucaristía. Hoy diríamos, porque no tenían toda la comprensión de este sacramento. Más que comulgar, lo importante en ese tiempo era ver el misterio sagrado de la misa; de ahí la importancia que ganan en ese tiempo la elevación de la hostia en la misa, la exposición del Santísimo Sacramento y la fiesta del Hábeas, instituida en este siglo XIII. Se le atribuyen virtudes especiales a la visión de la hostia.
Entre los teólogos medievales no todos estaban de acuerdo en afirmar la sacramentalidad del matrimonio, pero todos reconocían su valor moral, su unidad e indisolubilidad.
La piedad popular expresa de una manera especial la fe en la presencia real de Cristo en la eucaristía, como reacción ante la herejía de Berengario de Tours. En efecto, es en este tiempo cuando comienzan diversas costumbres que persisten doy día, como doblar la rodilla ante el Santísimo, incensarlo, colocar una lámpara encendida para indicar la presencia de Cristo en el tabernáculo, elevar la hostia consagrada para que los fieles la adoren. También data de este tiempo la procesión del Corpus Christi y el rezo del rosario. Las pregrinaciones son frecuentes, y las expresiones de arte son casi exclusivamente religiosas.
La Inquisición
¿Qué hizo la Iglesia frente a las herejías y disidentes?
Desde el siglo XII apareció una inquisición a nivel episcopal: los obispos tenían el deber de detectar los posibles herejes existentes en sus diócesis y entregarlos a la autoridad secular, para que les aplicase la pena pertinente. El poder civil, por su parte, cooperaba activamente en la persecución de la herejía, y el propio emperador Federico II, el gran adversario del pontificado, promulgó en 1220 una constitución, ofreciéndose a la Iglesia como brazo secular y estableció la muerte en la hoguera para los herejes.
Mas como la inquisición episcopal resultaba poco eficaz, el Papa Gregorio IX creó 1232 la inquisición pontificia y la confió a los frailes mendicantes, especialmente a la Orden dominicana, que desde entonces tuvo como una de sus misiones específicas la lucha contra la herejía. Así quedó constituida definitivamente la inquisición eclesiástica.
Hablemos, pues, de la inquisición, hoy día tan desprestigiada y criticada91 .
La inquisición no nace contra el pueblo sino para responder a una petición de éste. En una sociedad –la medieval- preocupada sobre todo por la salvación eterna, el hereje es percibido por la gente como un peligro y como causante de los males y pestes. Para el hombre medieval el hereje es un contaminador, un enemigo de la salvación del alma, una persona que atrae el castigo divino sobre la comunidad. Por lo tanto, y tal como afirman las fuentes de aquel entonces, el dominico que llega para aislarlo y neutralizarlo, para inducirle a que cambie de idea, no se ve rodeado de “odio” 92, sino que es recibido con alivio y acompañado por la solidaridad popular. Y si la gente se muestra intolerante con este tribunal, no es porque sea opresivo, sino todo lo contrario, porque es demasiado tolerante y paciente con los herejes a los que quiere convertir; dichos herejes, si hemos de atender a la vox populi, no merecerían las garantías y la clemencia de la que los dominicos hacían gala. Lo que en realidad quería la gente era acabar con el asunto deprisa, deshacerse sin demasiados preámbulos de aquellas personas.
La inquisición no intervenía para excitar al populacho; al contrario, defendía de sus furias irracionales a las presuntas brujas. En caso de agitaciones, el inquisidor se presentaba en el lugar seguido por los miembros de su tribunal y, con frecuencia, con una cuadrilla de sus guardias armados. Lo primero que hacían estos últimos era restablecer el orden y mandar a sus casas a la chusma sedienta de sangre.
Acto seguido, y tomándose todo el tiempo necesario, practicando todas las averiguaciones, aplicando el derecho procesal de cuyo rigor y de cuya equidad deberíamos tomar ejemplo, se desarrollaba el proceso. En la gran mayoría de los casos y tal como prueban las investigaciones históricas, dicho proceso no terminaba con la hoguera sino con la absolución o con la advertencia o imposición de una penitencia religiosa. Quienes se arriesgaban a acabar mal eran aquellos que, después de las sentencias, volvían a gritar: “¡Abajo la bruja!”93 .
Hasta aquí la reflexión de Vittorio Messori.
Pero hay más que decir sobre la inquisición. Hubo inquisición secular llevada a cabo por los reyes y gobernantes; inquisición episcopal e inquisición papal. Ciertamente el castigo no era en primer lugar la muerte por el fuego; sino la cárcel, multas, peregrinaciones. La quema en hogueras la ejecutaba la inquisición secular94 , nunca la iglesia95 .
El decreto de Graciano (año 1140), que armoniza los textos jurídicos tradicionales (derecho romano, decretales, etc.), considera tres etapas en un proceso contra la herejía: intento de persuadir, sanciones canónicas (pronunciadas por la iglesia) y finalmente entrega al brazo secular, esto es, a la justicia de los príncipes. Estos procederán a la confiscación de bienes y a los castigos corporales y torturas, pero sin pensar explícitamente en la pena de muerte.
Tratando de resumir el tema de la inquisición, podríamos decir lo siguiente:
Definición: la inquisición fue un tribunal para la defensa y conservación de la fe cristiana.
Clases: la eclesiástica, que examinaba al interesado, le hacía reflexionar, le pedía que explicara bien sus puntos dudosos, los enmendara y corrigiera, si había error. Si no se corregía, la Iglesia lo ponía en manos de la inquisición civil; ésta, si no se corregían, los torturaba y los mandaba a la hoguera. Consideraban el bien espiritual de la fe más importante que el bien físico de la vida.
Juicio: la naturaleza y modo de actuar de la inquisición suscita a los ojos del historiador serios reparos: el procedimiento inquisitorial presentaba graves defectos, con el sistema de denuncias y testimonios secretos, que podía perjudicar gravemente a los acusados, y con la admisión de la tortura como medio de prueba. La crueldad de la pena por el delito de herejía –la muerte en la hoguera- es patente, y no queda mitigada alegando que la ejecución de las sentencias era de la competencia del brazo secular. Mas es de justicia reconocer también que el procedimiento inquisitorial, pese a sus defectos, ofrecía mayores garantías de equidad que los juicios ante los tribunales civiles de aquel tiempo. Debe tenerse en cuenta, igualmente, que la inquisición tuvo la desgracia de ser hija de su tiempo, esto es, que su nacimiento coincidió con el endurecimiento general de la vida jurídica que se produjo en los siglos XIII y XIV como consecuencia del renacimiento del derecho romano. Los juristas consideraban el derecho romano como el ordenamiento perfecto –la “razón escrita”- y ese derecho contenía una severísima legislación contra los herejes, que sirvió de pauta al sistema inquisitorial. No ha de olvidarse que la recepción romanística –un evidente progreso jurídico- contribuyó en Europa a la extensión de la pena de muerte; y conviene también recordar que en muchas regiones provocó un empeoramiento en la condición social de las clases campesinas, cuando se aplicaron a payeses y aparceros las leyes romanas del Bajo Imperio, y los redujeron a la situación de siervos de la gleba.
Todos estos factores, de tan diverso signo, han de tenerse en cuenta cuando se quiere formular un juicio objetivo sobre la inquisición. Pero en todo caso ese juicio resulta imposible para el observador actual que sea incapaz de situarse en el pasado y, desde allí, tratar de comprender el significado que tenía la fe religiosa, en una época en que esa fe representaba el supremo valor 96. Aquella sociedad puso en su defensa el mismo apasionado interés que han demostrado modernamente ciertos países occidentales en la defensa de la libertad, hasta proscribir las ideologías y partidos totalitarios que pudieran amenazarla. Fue la seriedad misma con que vivían las propias convicciones religiosas la razón de considerar a la herejía como el peor de los crímenes, aquel que ponía en peligro el sumo bien, la salvación eterna de los hombres.
Tal vez un hombre “moderno”, con su sensibilidad actual, tan sólo acierte a comprender la conducta de sus mayores si toma como punto de referencia sus propias reacciones frente a las amenazas hacia unos bienes tan apreciados por la humanidad de hoy como pueden serlo la salud y la larga vida: el “hombre religioso” europeo puso en la lucha contra la herejía el mismo apasionado interés que el hombre moderno pone en la defensa de esos bienes, en la lucha contra el cáncer o la droga.
De todos los errores y desmanes que hubo, ya la Iglesia y el papa Juan Pablo II pidió perdón con humildad. Hoy la Iglesia apuesta por el amor, la caridad. Prefiere hacer la verdad en la caridad. Hoy día nos cuesta entender este capítulo de la historia porque somos más sensibles a los derechos humanos y porque el bien de la fe hay que defenderlo, sí, pero nunca con la violencia.
La inquisición española
Mención aparte merece la inquisición española. Por eso quiero explayarme un poco más en ella, aunque sea adelantándome un poco al tiempo en que apareció.
Lo primero que hay que decir es que la inquisición española cae dentro del esquema de unidad nacional, política y religiosa que se propusieron llevar a cabo los Reyes Católicos.
Se han dado muchas opiniones sobre esta inquisición, unas positivas y otras negativas. Entre las opiniones negativas se encuentran las siguientes: algunos vieron en la inquisición española una fuente de ingresos para la curia romana, debido a la desmesurada codicia de los papas; o también una campaña de los mismos papas para infundir en el pueblo español y en sus monarcas las ideas de intolerancia y fanatismo de que ellos estaban animados.
De distinta manera piensan los cronistas e historiadores que fueron contemporáneos de los hechos97 . Cuentan que los judíos que se convirtieron al cristianismo, por conveniencia y no de corazón 98, pronto volvieron a sus andadas en secreto: robos, usuras, blasfemias y burlas de la doctrina cristiana. Esto llegó a oídos de los Reyes Católicos y lo informaron al papa, el cual firmó una bula, en la que mandaba instituir inquisidores. Estos conversos, a los que el pueblo despectivamente llamaba “marranos”, se convirtieron en un verdadero peligro para la unidad nacional y eclesiástica de España, pues la mayor parte de ellos conservaban ocultamente sus antiguas costumbres, y al mismo tiempo se dedicaban con el más ardoroso celo al proselitismo. Su influencia fue tanto más peligrosa cuanto que ellos tenían en sus manos las fuentes financieras de la nación.
Ludovico Pastor, autor de una monumental Historia de los Papas, escribe también a este propósito: “La ocasión para el restablecimiento de este tribunal...la dieron principalmente las circunstancias de los judíos españoles. En ninguna parte de Europa habían causado tantos disturbios el comercio sin conciencia y la usura más despiadada de los judíos como en la península Ibérica, tan ricamente bendecida por el cielo. De ahí se originaron persecuciones de los judíos, en los cuales sólo se les daba a elegir entre el bautismo o la muerte. De esta manera se produjo bien pronto en España un gran número de conversos en apariencia, los llamados “marranos” que eran judíos disfrazados y, por lo mismo, más peligrosos que los abiertos...Las cosas habían llegado últimamente a tal extremo, que ya se trataba del ser o no ser de la católica España”99 .
Por tanto, no se debió la inquisición española a pasiones bastardas ni a otros motivos de mala ley, sino al peligro para la unidad nacional y religiosa de España, de parte de los judíos aparentemente convertidos. Sin este grupo la inquisición española no hubiera existido o, por lo menos, no hubiera conocido el desarrollo que tuvo a partir del siglo XVI.
Vino después el problema de los moriscos y casi al mismo tiempo que el de los herejes. Las autoridades civiles, los eclesiásticos y el mismo pueblo piden que se tomen medidas contra ellos, por entender que eran un verdadero peligro para la sociedad.
La inquisición española nace, en consecuencia, como algo propio y nacional, que poco o casi nada tiene que ver con la que ya existía en Europa desde principios del siglo XIII. Fue un instrumento político, con matices religiosos y apoyado por la Iglesia, que desde el primer momento quedó en manos del Estado.
La inquisición española se contradistingue de la medieval, fundada en 1231 por el Papa Gregorio IX, en dos puntos fundamentales: en su estrecha dependencia de los monarcas españoles y en la perfecta organización de que la dotó desde el principio su primer inquisidor general, Fray Tomás de Torquemada, O.P. Con las Instrucciones de que éste la dotó y basándose en las disposiciones existentes contra la herejía, organizó bien pronto diversos tribunales en Sevilla, Toledo, Valencia, Zaragoza, Barcelona y otras poblaciones, con lo cual se convirtió en un importante instrumento en manos de los Reyes Católicos y de sus sucesores Carlos V y Felipe II, quienes apoyaron constantemente su actuación.
Para tener una idea adecuada sobre la inquisición española es necesario conocer los procedimientos que empleaba, pues contra ellos suelen dirigirse buena parte de las inculpaciones de sus adversarios. El primer punto de controversia es el de las denuncias con que generalmente se iniciaban los procesos inquisitoriales. Estas denuncias se recogían, sobre todo, como resultado de la promulgación de los edictos de fe, en los que se exponían los posibles errores doctrinales cuando había sospecha de que pudieran darse en algunas ciudades o en alguna región, cargando la conciencia de los cristianos para que denunciaran a los sospechosos. Otras denuncias venían o bien de los mismos encarcelados para congraciarse con los jueces; o bien del espionaje, que de modo especial ejercían los llamados familiares de la inquisición.
La inquisición tenía un cuidado particular en reunir gran cantidad de denuncias bien confirmadas; no hacía caso de las anónimas, y en este punto procedía, en general, con la máxima objetividad. Respecto del espionaje, tenemos que decir que ha sido siempre un instrumento usado por los organismos mejor constituidos de todos los tiempos.
Sobre las cárceles de la inquisición, ni eran tan lóbregas, ni tan tétricas y oscuras, como tantas veces se ha dicho, pues de los procesos consta que los reos leían en ellas y escribían mucho. Eran relativamente moderadas, si se tienen presentes las que usaban los tribunales de aquel tiempo.
Los puntos más débiles del proceso de la inquisición eran el secreto de los testigos y el sistema de defensa.
Respecto al secreto de los testigos, tantas veces impugnado por los adversarios de este tribunal, debe advertirse que, si se admite el derecho del Estado y de la Iglesia para castigar a los herejes, el secreto de los testigos se hizo en realidad necesario, pues la experiencia había probado que sin él nadie se arriesgaba a presentar denuncias, y resultaban inútiles los esfuerzos de los inquisidores. Por eso, ya en la Edad Media tuvo que introducirse. Con todo, en esto precisamente estriba el punto más débil del sistema de defensa de la inquisición. El mismo tribunal nombraba a los abogados o letrados, por lo que el reo quedaba aparentemente sin defensa propia. Sin embargo, por poco que se examinen los procesos de la inquisición, puede verse la intensidad con que trabajaba la defensa y cómo muchas veces obtenía resultados favorables al reo. Había también testigos de abono, citados por el mismo reo, que no pocas veces influían en la marcha del proceso.
Indudablemente que el punto más impugnado de este tribunal es el tormento que se empleaba. Pero conviene observar, sin que sirva totalmente de excusa, que en aquel tiempo empleaban este sistema todos los tribunales legítimamente establecidos; que fueron muy pocos los procesos en que lo empleó la inquisición; y que los géneros de tormentos empleados por este tribunal eran “relativamente suaves”, y ciertamente mucho menos crueles que los empleados en otros países también por causa religiosa.
Por lo que se refiere a las penas aplicadas por la inquisición española, baste decir que no hizo otra cosa que aplicar las leyes y las normas ya existentes y admitidas entonces por todos los estados católicos y con mayor causa cuando los herejes, además de defender sus principios religiosos, se unían y se rebelaban contra sus príncipes y señores. Es bien claro el hecho de los hugonotes o protestantes franceses.
Las naciones cristianas tenían a los herejes como perturbadores públicos y enemigos suyos, y a su herejía como crimen contra el estado. Esto explica la solemnidad que se daba a veces a su juicio y condena, como en los tan comentados Autos de fe que se celebraron en España.
No es del todo cierto que la inquisición sirviera de obstáculo y freno al desarrollo de la ciencia, como a veces se ha creído. Hombres de letras y hasta santos y reformadores sabemos que tuvieron que ver con ella, implicados en largos y pesados procesos100 . Pero se ha demostrado que en ocasiones no fueron tales los procesos y que de lo que más bien se trataba era de examinar algunas doctrinas que pudieran presentarse como peligrosas en aquellos “tiempos recios”, como decía la misma santa Teresa.
La documentación que se ha encontrado en los archivos inquisitoriales reduce considerablemente el número de víctimas, como se ha querido atribuir a la inquisición. Puede decirse que la verdadera cultura y el humanismo sano y ortodoxo nunca fueron objeto de persecución por parte de los inquisidores.
Hubo ciertamente exageraciones. Así consta que las hubo en los primeros años de su actuación, a partir de 1481, en el tribunal de Sevilla y otros tribunales. Asimismo hubo partidismo y apasionamiento en algunos inquisidores y en algunos grandes procesos, como el del arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza, en la segunda mitad del siglo XVI. Se trata en estos casos de deficiencias humanas, como las ha habido siempre en todas las instituciones en las que toman parte los hombres, incluso en las más elevadas, como el episcopado y el pontificado romano.
Por otra parte, lo mismo que ocurrió con la expulsión de los judíos, tampoco se consiguieron con ella grandes resultados. Siguió habiendo herejes, y personas que mantenían ideas desviacionistas; y la represión inquisitorial que se llevó, por ejemplo, en Flandes, lo único que hizo fue provocar el odio a la religión católica, aislar a España de las demás naciones y avivar el ansia de independencia en aquellos países.
Si en algo se la puede entender, aunque no disculpar del todo, es colocándola en el clima de fe ardiente y de fuerte nacionalismo que invadía entonces a los españoles, los cuales consideraban a la herejía como crimen de estado, a la intolerancia más como imperativo que como virtud, y a la indulgencia como signo de extrema debilidad.
Por otra parte, ellos estaban convencidos de que, acabando con la herejía, evitaban una posible guerra civil y se hacían fuertes para rechazar los posibles ataques de turcos y protestantes. El pueblo llano era a veces más intolerante que los mismos inquisidores, como dijimos ya anteriormente.
Termino esta parte con el juicio de un estudioso: “Poco justifica considerar al tribunal puramente como un instrumento de la intolerancia fanática y por tanto hemos de estudiar a la inquisición no como un mero capítulo de la historia de la intolerancia, sino como una fase de desarrollo social y religioso de España...La intolerancia de la inquisición española tiene un significado sólo si se la relaciona con factores históricos mucho más amplios y complejos, de los que no siempre fue el más destacado o importante la solución del problema religioso...” 101.
Otras Órdenes en este siglo XIII
Nació en este siglo la orden de Ermitaños de san Agustín, dedicados a la predicación, instrucción y misiones. Fue aprobada por el papa Alejandro IV. Son también mendicantes y a fines del siglo XV llegan a más de treinta mil. Uno de ellos sería fray Martín Lutero.
Otra orden fue la de la Merced, fundada por san Pedro Nolasco en 1218, por san Raimundo de Peñafort y Jaime I el conquistador. Su fin: rescatar de los moros a los cristianos cautivos. Fueron aprobados en 1235.
También es bueno recordar que desde el siglo XII ermitaños latinos vivían en el Monte Carmelo, situado en Palestina. Entre 1205 y 1214 redactaron una regla de vida. El Papa Honorio III en 1226 confirmó la orden llamada de los Carmelitas; pero fue Inocencio IV en 1247 el que la aprobó. Su influencia en la iglesia llega a grado elevadísimo en el siglo XVI, con santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz. Hacia 1238 emigraron a occidente. Su primer prior fue Simón Stock. Introdujeron el uso del escapulario.
Esplendor de la Escolástica. Las Universidades
Los antiguos colegios catedralicios se transformaron en universidades o estudios generales. El nacimiento de las universidades se produjo con la espontánea naturalidad característica de las grandes creaciones históricas. Las viejas escuelas monásticas y catedrales no respondían ya a las necesidades de los tiempos, y por eso maestros y escolares de ciertas disciplinas comenzaron a agruparse libremente, con el fin de organizar las enseñanzas. Llegó un momento en que la “universidad”, la corporación de profesores y alumnos, constituyó un estudio general y recibió el reconocimiento público de la autoridad eclesiástica y civil.
La primera fue la de París ya organizada en el año 1200. Estas universidades superaban a las antiguas aulas por el número de alumnos, las facultades establecidas y la organización docente y administrativa. El número de Universidades creció pronto en Italia, Francia, Inglaterra, España. Descollaron las de Oxford, Montpellier, Cambridge, Nápoles, Salamanca y Lisboa. Fueron patrocinadas por papas, emperadores y reyes. Las universidades como obra que eran de la iglesia y reflejo del espíritu universalista de la cristiandad, tenían un marcado carácter supranacional.
Las facultades características de la universidad medieval fueron las de Teología, Derecho, Filosofía, Medicina y Artes, entendidas éstas como unos estudios humanísticos que eran el paso previo para las facultades superiores. La de París sobresalió en Teología y Filosofía; Bolonia en Derecho; Montpellier en Medicina. La de París gozó de una extraordinaria autoridad doctrinal en los últimos siglos de la Edad Media.
La universidad medieval fue una institución, no sólo cristiana, sino propiamente eclesiástica. Clérigos eran la mayor parte de los profesores y tonsurados, cuando menos, los escolares, que gozaban así de los tradicionales privilegios clericales.
Hasta el siglo XIII san Agustín era el alma de los estudios teológicos, siguiendo la corriente platónica. Desde este siglo, surgió otra corriente, la aristotélica. Resucitaron a Aristóteles el árabe Averroes en el siglo XII y el judío Maimónides. Más tarde, san Buenaventura, san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino “bautizaron” a Aristóteles.
Pero fue santo Tomás el titán que supo armonizar la filosofía de Aristóteles con el pensamiento cristiano. En un inicio recayeron sobre las obras de santo Tomás diversas prohibiciones. Posteriormente, su filosofía y teología fueron consideradas como oficiales en la Iglesia. Las obras más importantes de santo Tomás fueron: La Suma contra los Gentiles, una apologética frente a la filosofía musulmana; y la Suma Teológica, magna enciclopedia del saber teológico. Consta de tres partes: Dios, principio de todas las cosas; Dios, fin del hombre; Cristo, camino de la salvación.
La obra de santo Tomás fue muy importante, pues las traducciones primeras que se hicieron de Aristóteles eran árabes, y estaban infectadas por graves impurezas debidas a la acción de los transmisores y comentaristas árabes. Un Aristóteles recibido por conducto de Averroes y adobado de racionalismo y panteísmo averroísta, constituía un peligro considerable y es natural que fuera mirado por la Iglesia con justificada aprensión. Ésa fue la razón por la que los tratados de Aristóteles sobre metafísica y ciencias naturales fueron prohibidos en la universidad de París. Pero la “invasión” aristotélica era imposible de atajar y la Iglesia, en un realista cambio de postura, estimó acertadamente que podía intentarse algo mejor que rechazar a Aristóteles: cristianizarlo. Y aquí entró la labor de san Alberto Magno y su discípulo santo Tomás de Aquino.
A santo Tomás se le ha llamado Doctor Angélico. Fue una mente excepcional capaz de realizar una síntesis doctrinal, destinada a perdurar a través de los siglos. Parece increíble cómo santo Tomás, en una vida corta que no alcanzó los cincuenta años, lograse coronar la obra iniciada por Alberto y llevar a término la construcción de un aristotelismo cristiano.
Santo Tomás dejó una huella definitiva en la ciencia teológica y estableció sobre bases firmes los fundamentos de una concepción católica del mundo y de la existencia. Todavía hoy la Iglesia, en su Código de Derecho Canónico, prescribe que su doctrina sirva de guía segura para el estudio de la filosofía y la teología en todas las universidades eclesiásticas.
CONCLUSIÓN
La creación de las universidades, el compromiso con la razón y la argumentación racional y el espíritu de investigación que caracterizaban la vida intelectual en la Edad Media fueron un regalo del Medioevo latino al mundo moderno…aun cuando nunca llegue a reconocerse. Acaso conserve siempre el estatus de secreto mejor guardado de la civilización occidental que ha merecido en los últimos cuatro siglos. Fue un regalo de la civilización en cuyo centro se hallaba la Iglesia católica.
La empresa más característica de la cristiandad en este siglo fueron las cruzadas. De ordinario las cruzadas no fueron iniciativa de uno u otro reino, sino tarea común de la cristiandad bajo la dirección del Papa, que otorgaba gracias especiales a los combatientes. El espectáculo, tantas veces reiterado durante dos siglos, de príncipes y pueblos que tomaban el camino de Oriente impulsados por el afán de libertar el Santo Sepulcro, es una prueba impresionante de la profunda seriedad que tuvo la religiosidad medieval.
Sería impropio concebir los siglos de la cristiandad medieval sólo como una época áurea, animada por los ideales evangélicos. Aquellos tiempos estuvieron también llenos de miserias y pecados personales, de desórdenes e injusticias. Pero resultaría todavía más falso ignorar la profunda impregnación cristiana de la vida de los hombres y de las estructuras familiares y sociales que entonces se produjo. Luces y sombras, como en toda empresa humana.
A finales de este siglo, el sistema doctrinal y político de la cristiandad hizo crisis con la aparición de un nuevo clima espiritual e ideológico que prevaleció en Europa durante la Baja Edad Media. El factor que de modo inmediato contribuyó más a aquella ruptura fue el enfrentamiento entre pontificado e imperio, representados por los Papas sucesores de Inocencio III (1198-1216) y el emperador Federico II. La época de la crisis se abrió con el choque entre Bonifacio VIII (1294-1303) y el rey de Francia, Felipe el Hermoso, en la búsqueda de la primacía en cuanto a poder sobre los destinos de los hombres. Lo veremos en el próximo siglo.
Comienza ya el otoño de la cristiandad y el nacimiento del espíritu laico. No obstante, fue un gran siglo para el mundo y para la Iglesia. Se estaba gestando algo grande, que sólo Dios sabía en su inmensa sabiduría y providencia.
Aunque nos adelantemos del siglo, es interesante conocer algo de la batalla de Lepanto. Fue en tiempo del papa Pío V, gran devoto de la Virgen María. Convocó a los príncipes católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército. El 7 de octubre de 1572 se encontraron los dos ejércitos, en el golfo de Lepanto, en el Mediterráneo. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88.000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron misa, comulgaron, rezaron el rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército mahometano. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban y detenía sus barcos, que eran de vela. Pero luego –de manera admirable- el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los cristianos, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Los derrotaron. Cuando Pío V supo de la noticia mandó que repicaran todas las campanas de Roma. Desde ese día mandó el papa rezar en las letanías: María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.
El papa Juan Pablo II, en su visita a Grecia el 4 y 5 de mayo de 2001, pidió perdón en nombre de la Iglesia por los atropellos que algunos hijos de la Iglesia católica hicieron en el año 1204. Dijo el papa: “Algunos recuerdos son particularmente dolorosos, y algunos acontecimientos del pasado lejano han dejado profundas heridas en la mente y en el corazón de las personas hasta hoy. Pienso en el desastroso saqueo de la ciudad imperial de Constantinopla, que fue durante mucho tiempo bastión de la cristiandad en Oriente. Es trágico que los asaltantes, que habían prometido garantizar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa, luego se volvieran contra sus hermanos en la fe. El hecho de que fueran cristianos latinos llena a los católicos de profundo pesar. No podemos por menos de ver allí el “mysterium iniquitatis” actuando en el corazón humano. Sólo a Dios toca juzgar y, por eso, encomendamos la pesada carga del pasado a su misericordia infinita, suplicándole que cure las heridas que aún causan sufrimiento al espíritu del pueblo griego. Debemos colaborar en esta curación si queremos que la Europa que está surgiendo sea fiel a su identidad, que es inseparable del humanismo cristiano compartido por Oriente y Occidente” (Discurso del Papa durante el encuentro con el patriarca ortodoxo Cristódulos, 4 de mayo de 2001).
De santo Domingo dijo este papa Gregorio IX: “He conocido a un hombre fiel en todo a la vida de un verdadero apóstol; también en el cielo estará gozando de la misma gloria que los apóstoles”.
Tomaré algunas reflexiones de Vittorio Messori en su libro “Leyendas negras de la Iglesia”, de la editorial Planeta-Testimonio, pp. 54 en adelante.
Como se puede percibir en la película “El nombre de la rosa”, inspirada en la novela de Umberto Eco, del mismo nombre.
Y si usted ha leído la novela de Manzoni, “Los novios”, sabrá que la caza de brujas fue iniciada y sostenida por las autoridades laicas, mientras que la Iglesia desempeñó un papel por lo menos moderado, cuando no escéptico.
Aquí tenemos un texto de la legislación de Federico II, rey de Francia, contra los herejes: “Todo el que haya sido manifestado convicto de herejía por el obispo de su diócesis será inmediatamente apresado a petición de éste por las autoridades seculares del lugar y entregado a la hoguera. Si sus jueces creen que hay que conservarle la vida, sobre todo para que convenza a otros herejes, se le cortará la lengua que no vaciló en blasfemar de la fe católica y del nombre de Dios” (Constituciones de Catania, 1224).
Este texto de Wason, obispo de Lieja lo confirma: “Nosotros, los obispos, no hemos recibido el poder de apartar de esta vida por la espada secular a los que nuestro creador y redentor quiere dejar vivir para que ellos mismos se liberen de los lazos del demonio...Los que son hoy nuestros adversarios en el camino del Señor pueden convertirse con la gracia de Dios en superiores a nosotros en la patria celestial...Los que somos llamados obispos hemos recibido la unción del Señor, no para dar la muerte, sino para traer la vida” (carta al obispo de Chálons, hacia el 1405).
Así se entiende esta cita de santo Tomás de Aquino que justificó teológicamente la represión contra los herejes con estas palabras: “Acerca de los herejes, deben considerarse dos aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron ser separados de la iglesia por la excomunión, sino aun ser excluidos del mundo por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados, sino ser entregados a justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia, está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por eso no condena luego, sino después de una primera y segunda corrección, como enseña el apóstol. Pero, si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su conversión, lo separa de sí por sentencia de excomunión, mirando por la salud de los demás. Y aún pasa más adelante, relegándole al juicio seglar para su exterminio del mundo por la muerte” (Suma Teológica, II-II, 11, 3
Baste leer los testimonios de dos de aquellos cronistas, Bernáldez y Pulgar.
Estas conversiones masivas de judíos se debieron, en parte, a los esfuerzos realizados por san Vicente Ferrer; y en parte, por las sangrientas persecuciones del pueblo contra ellos.
Historia de los Papas, ed. Esp. (Buenos Aires-Barcelona, 1948-1960).
P.e. Arias Montano, Francisco Sánchez, el Brocense, el P. Mariana, Fray Luis de León, san Juan de Ávila, Fray Bartolomé de Carranza, la misma santa Teresa de Jesús...
Henry Kamen, La Inquisición española, tercera edición española (Barcelona, Crítica, 1979), p. 305
TOMADO EN SU TOTALIDAD DEL CURSO DE HISTORIA DE LA IGLESIA DE CATHOLIC.NET.
EXISTEN OTROS TEMAS AL RESPECTO DE LA EDAD MEDIA EN ESTE MISMO CURSO, YA QUE DE ACUERDO AL MISMO, LA EDAD MEDIA ABARCÓ DE LOS SIGLOS V AL XV.