por alejandrah » Mar Sep 24, 2013 4:43 pm
Se refiere a la plenitud del ethos, o sea, en lo que puede ser definido la forma interior, como el alma de la moral humana. Los pensadores contemporáneos (por ejemplo, Scheler) ven el en sermón de la montaña un gran cambio precisamente en el campo del ethos (1). Una moral viva, en el sentido existencial, no se forma solamente con las normas que revisten la forma de mandamientos, de preceptos y de prohibiciones, como en el caso de “no adulterarás”. La moral en la que se realiza el sentido mismo del ser hombre -que es, al mismo tiempo, cumplimiento de la ley mediante la “sobreabundancia” de la justicia a través de la vitalidad subjetiva- se forma en la percepción interior de los valores, de la que nace el deber como expresión de la conciencia, como respuesta del propio “yo” personal. El ethos nos hace entrar simultáneamente en la profundidad de la norma misma y descender al interior del hombre-sujeto de la moral. El valor moral, está unido al proceso dinámico de la intimidad del hombre. Para alcanzarlo, no basta detenerse “en la superficie” de las acciones humanas, es necesario penetrar precisamente en el interior.
Además del mandamiento “no adulterarás”, el Decálogo dice también “no desearás la mujer del... prójimo” (2). En la enunciación del sermón de la montaña, Cristo une, en cierto sentido, el uno con el otro: “El que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”. Sin embargo, no se trata tanto de distinguir el alcance de esos dos mandamientos del Decálogo, cuanto de poner de relieve la dimensión de la acción interior, a la que se refieren las palabras: “no adulterarás”. Esta acción encuentra su expresión visible en el “acto del cuerpo” , acto en el que participan el hombre y la mujer contra la ley que lo permite exclusivamente en el matrimonio. La casuística de los libros del Antiguo Testamento, que tendía a investigar lo que, según criterios exteriores, constituía este “acto del cuerpo” y, al mismo tiempo, se orientaba a combatir el adulterio, abría a éste varias “escapatorias” legales (3). De este modo, basándose en múltiples compromisos “por la dureza del... corazón” (Mt 19, 8), el sentido del mandamiento, querido por el Legislador, sufría una deformación. Se apoyaba en la observancia meramente legal de la fórmula, que no “sobreabundaba” en la justicia interior de los corazones. Cristo da otra dimensión a la esencia del problema, cuando dice: “El que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”. (Según traducciones antiguas: “ya la hizo adúltera en su corazón”, fórmula que parece ser más exacta) (4).