¿Por qué es tan importante la puntualización que hace el texto sobre la
génesis de la concupiscencia, en relación con la respuesta que da Cristo?
Todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Es obvio que para entender estas palabras, hay que tener muy en cuenta el contexto, en el que se insertan, es decir, el contexto de toda la teología de San Juan, sobre la que se ha escrito tanto (1). Sin embargo, las mismas palabras se insertan, a la vez, en el contexto de toda la Biblia; pertenecen al conjunto de la verdad revelada sobre el hombre, y son importantes para la teología del cuerpo. No explican la concupiscencia misma en su triple forma, porque parecen presuponer que la concupiscencia del cuerpo, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, sean, de cualquier modo, un concepto claro y conocido. En cambio explican la génesis de la triple concupiscencia, al indicar su proveniencia, no del Padre, sino del mundo.
¿Se puso en duda el don, explica esta triple concupiscencia con esta
afirmación que hace Juan Pablo II?
Solamente conviene observar que la misma descripción bíblica parece poner en evidencia especialmente el momento clave, en que en el corazón del hombre se puso en duda el don. El hombre que toma el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal hace, al mismo tiempo, una opción fundamental y la realiza contra la voluntad del Creador, Dios Yahvé, aceptando la motivación que le sugiere el tentador: No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis, se Os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal; según traducciones antiguas: seréis como dioses, conocedores del bien y del mal (2). En esta motivación se encierra claramente la puesta en duda del don y del amor, de quien trae origen la creación como donación. Por lo que al hombre se refiere, él recibe en don al mundo y, a la vez, la imagen de Dios, es decir, la humanidad misma en toda la verdad de su duplicidad masculina y femenina.
Basta leer cuidadosamente todo el pasaje del Gén 3, 1-5, para determinar allí el misterio del hombre que vuelve las espaldas al Padre (aun cuando en el relato no encontremos este apelativo de Dios). Al poner en duda, dentro de su corazón, el significado más profundo de la donación, esto es, el amor como motivo específico de la creación y de la Alianza originaria (cf. especialmente Gén 3, 5), el hombre vuelve las espaldas al Dios-Amor, al Padre. En cierto sentido lo rechaza de su corazón y como si lo cortase de aquello que viene del Padre; así, queda en él lo que viene del mundo.
Sagrados Corazones de Jesús y María, Protejan nuestras familias que sean corazones de paz.