Pregunta: "¿Cuál es el culmen del ethos evangélico? "
En síntesis, el culmen del Ethos evangélico es el amor en su acepción como ágape. EL amor como caridad, servicio, don de sí, donación a los demás, incluso como sacrificio por el bien de los otros, como gratuidad. Este tipo de amor, que no ha de confundirse con el amor erótico (aunque en el contexto de la relación conyugal entre el varón y la mujer ambos tipos de amor se traslapan y complementan) constituye la esencia de la Ley. Al mismo tiempo, constituye la sustancia de la dimensión antropológica y teológica del Ethos cristiano porque la caridad es el modo, la realidad, en la que el potencial humano halla su genuina plenitud. El espíritu del hombre se realiza plenamente a través de la caridad, y la caridad es la expresión más contundente de la vida en el Espíritu.
El culmen del Ethos de Cristo, la caridad, ha de tener preponderancia sobre la libertad. Cristo nos hace libres en la sentido de que nos libera de la concupiscencia para que podamos amar auténticamente. Por tanto, la libertad es tal en tanto se orienta a la vida en el Espíritu, que es vida en caridad. Si no se orienta a ello entonces nos es verdadera libertad sino libertinaje, la condición del falsa libertad del hombre que es esclavo de sus pasiones, de la concupiscencia en cualquiera de sus modalidades, del pecado., y que se ve imposibilitado para vivir según el Espíritu, para realizarse plenamente según el designio del Padre.
Pregunta: "¿Cómo entiende la pureza san Pablo?"
San Pablo entiende la pureza en un sentido genérico y en un sentido específico. El primero es análogo al establecido por Cristo: la pureza viene a explicar todo el bien moral en la existencia humana, fruto y expresión de un corazón puro. Todo acto de bondad y justicia, de verdad, de caridad, de paz, de piedad... viene a ser expresión de pureza moral. Y en la teología paulina esta pureza como bien moral es fruto del Espíritu.
El sentido específico de pureza para Pablo, expresado en la primera carta a los Tesalonicenses, atañe a la dimensión carnal del ser humano. A los pecados carnales (lujuria, adulterio, fornicación) Pablo contrapone el dominio de sí (enkráteia), que también podemos entender como continencia o templanza. O como castidad según el estado en el que vivamos. Para Pablo, el dominio de sí implica pureza del cuerpo, también concebida como fruto del Espíritu que contribuye a la santificación del hombre.
El Señor la bendiga.