por Carlos64 » Jue Nov 28, 2013 1:41 am
Pregunta: "Explica por qué Juan Pablo II dice que el hombre puede cometer adulterio con su propia esposa."
En mi respuesta a la pregunta anterior (tema 42) respondí a esta pregunta. Por ello me permito citar parte de lo que expuse en tal ocasión:
"Ahora bien, desde la perspectiva de la ética de Cristo se puede cometer adulterio aún cuando la persona a la que se mira con deseo sea la propio cónyuge. Puede ser paradójico a primera vista, pero esta paradoja se aclara cuando entramos a analizar en qué consiste el deseo con el que miro a mi esposa, cuál es la cualidad o dimensión de ese deseo, qué es lo que tal deseo contiene. Y este análisis nos refiere a la temática de la cosificación, de no reconocer en el otro su subjetividad íntegra (su dignidad, su valor como persona, su imposibilidad de ser reducida a algo menos que eso, su esencia misma como imagen y semejanza divina, como hija de Dios),y de más bien reducirle a la condición de objeto concupiscible, de "cuerpo a poseer para mi satisfacción". Si al mirar a mi esposa la miro así, lascivamente, como a un objeto de placer, y miro en ella únicamente el cuerpo que deseo poseer, perdiendo de vista quién es ella realmente ante mí y ante Dios, y al mismo tiempo hago del acto de unión con ella no una expresión de comunión en el amor y para el amor, sino un acto de posesión cuyo único fin es la satisfacción de mi sexualidad masculina, entonces, si todo eso es así, estoy cometiendo adulterio con mi propia esposa porque estoy adulterando con ella desde mi corazón.
Lo que puede liberarme de tal adulterio, el más sutil y quizás el más peligroso por cuanto se refiere a la misma mujer que está unida a mí en matrimonio, es la pureza del corazón que se transfiere en la pureza de la mirada. No quiero esto decir que no pueda sentirme atraído a mi esposa en toda su feminidad, pues tal atracción es buena a los ojos de Dios. Incluso puedo sentirme atraído a su cuerpo en todo lo que éste tiene de femenino, complementario del mío en una dinámica de reciprocidad tangible. Lo que quiere decir es que mi atracción hacia mi esposa nunca ha de perder de vista el amor que debe unirnos según el designio divino, un amor que se relaciona con respeto mutuo, valoración plena del otro en su humanidad física, psicológica y espiritual, valoración de nuestro vínculo matrimonial como un camino de comunión y entrega mutua que va mucho más allá de lo carnal pero que lo contiene como un elemento de valor más. Lo que me libera de tal adulterio es, en suma, cultivar en el diario vivir el significado esponsalicio de mi cuerpo y el de mi esposa, diciendo no con mis actos, intenciones y pensamientos a todo aquello que, derivado de la concupiscencia, atenta contra este significado. Y esto conlleva una lucha diaria (dado que soy pecador) y el necesario, esencial auxilio de la gracia de Dios."
Puedo agregar que, desde la perspectiva en la que el Beato Juan Pablo II analiza las palabras de Cristo en Mateo V, 27-28, el adulterio con la propia esposa es una posibilidad real porque los límites del adulterio como pecado interior (en el corazón) no se circunscriben a la cualidad de las relaciones interpersonales entre el varón y la mujer, con la que se relaciona la característica del estado conyugal, sino que se remiten a la naturaleza misma de la concupiscencia en tanto ésta puede alterar (reducir) el sentido de la existencia de la mujer para el hombre. Así, la concupiscencia hace que mire a mi mujer no como persona (en el amplio sentido psicológico y teológico del concepto "persona") sino como objeto de satisfacción que me pertenece y del cual hago uso. Y esta forma de mirar brota de mi interior más profundo que, por influencia de la concupiscencia de la carne, posee una disponibilidad permanente al pecado."
Pregunta: "¿Cómo describe el Papa el adulterio del corazón?"
En parte ya he adelantado la respuesta. El adulterio en el corazón, expreso en la impureza de la mirada, se remite a la mujer en sentido genérico. y no sólo a la mujer que "no es mi mujer". Implica, en última instancia, una reducción drástica y empobrecedora de un sentido esencial de la existencia según el designio de Dios. La existencia humana según Dios halla su sentido pleno, su plenitud, en la comunión que se da como resultado del don de sí o don recíproco. Y este sentido está más presente en la relación entre el varón y la mujer: la masculinidad y la feminidad que cada uno de ellos representa son cualidades tendientes por su propia naturaleza a la unión en la comunión, siendo una de las condiciones de esta comunión, de carácter irrenunciable, la valoración mutua de las subjetividades íntegras (en otras palabras, la apreciación vital de la dignidad del otro), de manera que se de un auténtico encuentro entre dos dignidades que se reconocen. El adulterio en el corazón trastoca todo esto al reducir la intencionalidad del hombre hacia la mujer a una cuestión de mera satisfacción sexual, de modo que ahora la mujer ya no es valorada en su subjetividad plena sino cosificada, vista como un cuerpo que deseo y poseo; así, el adulterio en el corazón reduce la riqueza de la comunión y de la atracción mutua entre ambos géneros a una dinámica utilitaria: la mujer es sólo útil en la medida en que hallo en ella satisfacción a mi sexualidad. El sentido de la vida, que es comunión, se ha perdido y se ha suplantado por el sinsentido de la satisfacción egoísta a través del otro.
Pregunta: "¿Cuál es la diferencia entre el adulterio en el Antiguo Testamento y la plenitud a la que llama Cristo en el Sermón del Monte?"
En el Antiguo Testamento, el adulterio es visto y prohibido como pecado del cuerpo (se comete si un hombre y una mujer que no son esposos se unen carnalmente); sin embargo, al mismo tiempo que se le castiga de forma muy severa (los adúlteros deben morir lapidados según el precepto levítico), se establecen y sancionan legal y socialmente compromisos con la concupiscencia de la carne al permitir las uniones extemporáneas (con una concubina, con una esclava) al matrimonio con el fin de asegurar la descendencia. En todo caso, el punto esencial de comparación con la plenitud del Ethos de Cristo es su definición vetero-testamentaria como un pecado del cuerpo, sin referencias al interior humano.
El Señor Jesús dice que Él ha venido para llevar la Ley a su plenitud, y esta plenitud implica la apelación al corazón humano, al más profundo ser del hombre. Desde la ética de Cristo, por ende, el adulterio es primero que nada un pecado del corazón, cometido por el hombre desde sus intenciones más íntimas, desde su interior dominado por la concupiscencia. Es por ello que Jesús puede hablarnos del adulterio que se comete con la mirada por cuanto previamente se ha cometido con el corazón. Así, Cristo remite la realidad del adulterio a la naturaleza pecadora del hombre interior, y a su vez este hecho refiere a la prehistoria teológica humana, esto es, a la caída en el pecado de la humanidad primigenia que nos es narrada alegóricamente en el Génesis.
Pero Cristo no sólo condena el adulterio y lo refiere a la naturaleza teológica y esencial del ser humano en tanto pecador. Cristo también, y sobretodo, apela al corazón humano desde su perspectiva salvífica. Se trata de que el corazón humano sea liberado de la concupiscencia que le habita y limita, quedando así la persona humana libre para el don de sí que le permita la convivencia en la comunión. Y ubicando esta liberación, y la posterior vivencia comunitaria, en el contexto de la unión entre el hombre y la mujer, de la unidad sacramental entre ambos que Dios quiso desde el principio. En definitiva, el Divino Maestro nos llama a encontrarnos con la pureza de nuestro corazón, a recuperarla (“Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”) y, así, vivir la plenitud en la reciprocidad varón-mujer, ambos completamente dignos, libres (“Yo os daré la verdad, y la verdad os hará libres”), puros de corazón, unidos “ en una sola carne”.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.