Re: Capítulo I. Hemos creído en el amor (15 al 21 de julio)
Publicado: Sab Jul 27, 2013 4:21 am
¿Qué nos pide este proceso?
Abrirnos y abandonarnos a una nueva vida y "promesa" del futuro, que hace posible la continuidad de nuestro camino en el tiempo, uniéndonos así humildemente pero fuertemente a la esperanza.
Aceptando la "paternidad", porque el Dios que nos llama es Dios Padre, la fuente de bondad que es el origen de todo y sostiene todo.
Confiando al amor misericordioso de Dios, que siempre acoge y perdona, que endereza "lo torcido” de nuestro comportamiento, dejándonos transformar para alejarnos de los ídolos y evitar caer en la idolatría. Y como san Pablo poder afirmar: « No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí » (Ga 2,20). En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo.
¿Cruzaremos el mar, subiremos al cielo para encontrar a Cristo o estamos esperando que El llegue hasta nosotros?
Como Abraham con ciega fe nos toca a nosotros avanzar en este mundo, el tuvo una visión anticipada de su misterio. Para nosotros El ha llegado. En la contemplación de la muerte de Jesús reforzamos nuestra fe, porque Él nos revela su inquebrantable amor. Al resucitar Cristo es "testigo fiable", "digno de fe", a través del cual Dios actúa realmente en la historia y determina el destino final.
La fe, en efecto, no sólo mira a Jesús, sino que también ve desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos. Tenemos a ese alguien fiable y experto en "las cosas de Dios" que es Jesús, "aquel que nos explica a Dios."
Por esta razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a él. Gracias a la fe, el hombre se salva, porque se abre a un Amor que lo precede y lo transforma desde su interior por la acción propia del Espíritu Santo. Así podemos tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque somos partícipes de su Amor, que es el Espíritu".
Fuera de la presencia del Espíritu, es imposible confesar al Señor. Por lo tanto, "la existencia creyente se convierte en existencia eclesial", porque la fe se confiesa dentro del cuerpo de la Iglesia, como "comunión real de los creyentes." Somos "uno" sin perder nuestra individualidad y en el servicio a los demás cada uno gana su propio ser. Por eso, "la fe no es algo privado, una opinión subjetiva", sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio.
Abrirnos y abandonarnos a una nueva vida y "promesa" del futuro, que hace posible la continuidad de nuestro camino en el tiempo, uniéndonos así humildemente pero fuertemente a la esperanza.
Aceptando la "paternidad", porque el Dios que nos llama es Dios Padre, la fuente de bondad que es el origen de todo y sostiene todo.
Confiando al amor misericordioso de Dios, que siempre acoge y perdona, que endereza "lo torcido” de nuestro comportamiento, dejándonos transformar para alejarnos de los ídolos y evitar caer en la idolatría. Y como san Pablo poder afirmar: « No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí » (Ga 2,20). En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo.
¿Cruzaremos el mar, subiremos al cielo para encontrar a Cristo o estamos esperando que El llegue hasta nosotros?
Como Abraham con ciega fe nos toca a nosotros avanzar en este mundo, el tuvo una visión anticipada de su misterio. Para nosotros El ha llegado. En la contemplación de la muerte de Jesús reforzamos nuestra fe, porque Él nos revela su inquebrantable amor. Al resucitar Cristo es "testigo fiable", "digno de fe", a través del cual Dios actúa realmente en la historia y determina el destino final.
La fe, en efecto, no sólo mira a Jesús, sino que también ve desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos. Tenemos a ese alguien fiable y experto en "las cosas de Dios" que es Jesús, "aquel que nos explica a Dios."
Por esta razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a él. Gracias a la fe, el hombre se salva, porque se abre a un Amor que lo precede y lo transforma desde su interior por la acción propia del Espíritu Santo. Así podemos tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque somos partícipes de su Amor, que es el Espíritu".
Fuera de la presencia del Espíritu, es imposible confesar al Señor. Por lo tanto, "la existencia creyente se convierte en existencia eclesial", porque la fe se confiesa dentro del cuerpo de la Iglesia, como "comunión real de los creyentes." Somos "uno" sin perder nuestra individualidad y en el servicio a los demás cada uno gana su propio ser. Por eso, "la fe no es algo privado, una opinión subjetiva", sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio.