Re: Taller tema 2: Los Cristianos en Tierra Santa
Publicado: Mié Sep 11, 2013 7:56 pm
Esto es parte del libro Fray Artemio Vítores: Los franciscanos amor al santo sepulcro
LA DIFÍCIL MISIÓN DE CONSERVAR
EL SANTO SEPULCRO
Conservar los Lugares de nuestra Redención, en especial el Santo Sepulcro, no fue una misión fácil para los franciscanos. Tuvieron que combatir en muchos frentes y recurrir a muchos apoyos. Por una parte estaban los musulmanes, mamelucos primero y otomanos después, que querían aprovecharse de la situación para sacar dinero y cuya voracidad nunca se satisfacía con los caudales provenientes de los católicos, especialmente los que venían de España y su Imperio. Tenían además muchas dificultades legales. Sí, los dueños de los Santuarios eran los franciscanos, pues los habían comprado, los cuidaban y oficiaban en ellos; pero los amos eran siempre los venales gobiernos musulmanes, que se servían de los Santuarios para sacar dinero a los cristianos. Los Santuarios son del Sultán, el cual los concede a quien le place.
Los apoyos políticos juegan un papel importante en esta disputa de las Iglesias. Si hasta bien entrado el siglo XVI Nápoles, Aragón, Castilla ayudan mucho a los franciscanos, después de la batalla de Lepanto (1573), España queda prácticamente al margen de la política en Oriente Medio y su influencia en Tierra Santa será nula. Francia y Venecia serán más activas, pero faltará esa relación que había existido en los siglos anteriores entre los franciscanos y los reyes cristianos. Los hijos de san Francisco se encuentran sin un respaldo internacional. A ello hay que añadir -como reacción a lo anterior- el acercamiento más estrecho entre Rusia y el Imperio Otomano, con lo cual los intereses de los católicos quedaban muy al margen. Hay dificultades para los franciscanos provenientes de la misma Iglesia, cuando otras instituciones católicas intentan romper ese trato de favor que la Santa Sede había dado a la Custodia franciscana sobre los Santos Lugares; todo terminó con la llamada «Sentencia de Mantua» (1420), en la que la Iglesia da la razón a los franciscanos. Finalmente, están las otras iglesias cristianas, especialmente la greco-ortodoxa, quienes, especialmente a partir del 1757, lograron eliminar el casi monopolio que tenían los franciscanos sobre el Santo Sepulcro y cambiarlo a su favor.
Todo lo que los hijos de san Francisco habían logrado recuperar y conservar durante siglos se perdió en una noche. La catástrofe tuvo lugar la víspera del Domingo de Ramos, el 2 de abril de 1757. Las cosas se complicaron aún más con el "misterioso" incendio del Santo Sepulcro el 12 de octubre de 1808 que destruyó casi todo el Santo Sepulcro. Se desplomó la cúpula de la Basílica, aunque permaneció incólume el interior de la Tumba de Cristo, lo cual fue considerado por todos como un milagro. Sufrió mucho el Calvario, pues se quemaron el altar de la Crucifixión y el de la Dolorosa; la estatua de la Virgen Dolorosa fue salvada gracias al coraje del sacristán franciscano Fr. Manuel Sabater, quien pasó, abrazado con ella, en medio de las llamas. Después de la expulsión del Cenáculo en 1551, la pérdida de gran parte del Sepulcro, de Belén y la Tumba de la Virgen, fue el golpe más duro en la historia, siempre difícil, de la conservación de los Santos Lugares por parte de los hijos de san Francisco. La situación quedó cristalizada en lo que se llama "Statu quo", con el firmán del Sultán Abdul Majid del 1852, en el que se bloquean todas las peticiones de los franciscanos y las cosas deben estar «en el estado en que están», es decir, como están ahora, sin cambiarse.
«Los hijos de san Francisco -según palabras de Juan Pablo II- han interpretado de un modo genuinamente evangélico el legítimo deseo cristiano de custodiar los lugares donde están nuestras raíces cristianas». La Iglesia Católica ha perdido gran parte del Santo Sepulcro por el que los hijos de san Francisco habían servido y sufrido tanto en los últimos siglos. Y, lo que es peor, las naciones cristianas, que durante siglos habían trabajado con tantos sufrimientos, pero también con tanto amor, por venerar el centro de la fe, que es el Santo Sepulcro, habían perdido completamente el interés por las raíces del cristianismo.
LA DIFÍCIL MISIÓN DE CONSERVAR
EL SANTO SEPULCRO
Conservar los Lugares de nuestra Redención, en especial el Santo Sepulcro, no fue una misión fácil para los franciscanos. Tuvieron que combatir en muchos frentes y recurrir a muchos apoyos. Por una parte estaban los musulmanes, mamelucos primero y otomanos después, que querían aprovecharse de la situación para sacar dinero y cuya voracidad nunca se satisfacía con los caudales provenientes de los católicos, especialmente los que venían de España y su Imperio. Tenían además muchas dificultades legales. Sí, los dueños de los Santuarios eran los franciscanos, pues los habían comprado, los cuidaban y oficiaban en ellos; pero los amos eran siempre los venales gobiernos musulmanes, que se servían de los Santuarios para sacar dinero a los cristianos. Los Santuarios son del Sultán, el cual los concede a quien le place.
Los apoyos políticos juegan un papel importante en esta disputa de las Iglesias. Si hasta bien entrado el siglo XVI Nápoles, Aragón, Castilla ayudan mucho a los franciscanos, después de la batalla de Lepanto (1573), España queda prácticamente al margen de la política en Oriente Medio y su influencia en Tierra Santa será nula. Francia y Venecia serán más activas, pero faltará esa relación que había existido en los siglos anteriores entre los franciscanos y los reyes cristianos. Los hijos de san Francisco se encuentran sin un respaldo internacional. A ello hay que añadir -como reacción a lo anterior- el acercamiento más estrecho entre Rusia y el Imperio Otomano, con lo cual los intereses de los católicos quedaban muy al margen. Hay dificultades para los franciscanos provenientes de la misma Iglesia, cuando otras instituciones católicas intentan romper ese trato de favor que la Santa Sede había dado a la Custodia franciscana sobre los Santos Lugares; todo terminó con la llamada «Sentencia de Mantua» (1420), en la que la Iglesia da la razón a los franciscanos. Finalmente, están las otras iglesias cristianas, especialmente la greco-ortodoxa, quienes, especialmente a partir del 1757, lograron eliminar el casi monopolio que tenían los franciscanos sobre el Santo Sepulcro y cambiarlo a su favor.
Todo lo que los hijos de san Francisco habían logrado recuperar y conservar durante siglos se perdió en una noche. La catástrofe tuvo lugar la víspera del Domingo de Ramos, el 2 de abril de 1757. Las cosas se complicaron aún más con el "misterioso" incendio del Santo Sepulcro el 12 de octubre de 1808 que destruyó casi todo el Santo Sepulcro. Se desplomó la cúpula de la Basílica, aunque permaneció incólume el interior de la Tumba de Cristo, lo cual fue considerado por todos como un milagro. Sufrió mucho el Calvario, pues se quemaron el altar de la Crucifixión y el de la Dolorosa; la estatua de la Virgen Dolorosa fue salvada gracias al coraje del sacristán franciscano Fr. Manuel Sabater, quien pasó, abrazado con ella, en medio de las llamas. Después de la expulsión del Cenáculo en 1551, la pérdida de gran parte del Sepulcro, de Belén y la Tumba de la Virgen, fue el golpe más duro en la historia, siempre difícil, de la conservación de los Santos Lugares por parte de los hijos de san Francisco. La situación quedó cristalizada en lo que se llama "Statu quo", con el firmán del Sultán Abdul Majid del 1852, en el que se bloquean todas las peticiones de los franciscanos y las cosas deben estar «en el estado en que están», es decir, como están ahora, sin cambiarse.
«Los hijos de san Francisco -según palabras de Juan Pablo II- han interpretado de un modo genuinamente evangélico el legítimo deseo cristiano de custodiar los lugares donde están nuestras raíces cristianas». La Iglesia Católica ha perdido gran parte del Santo Sepulcro por el que los hijos de san Francisco habían servido y sufrido tanto en los últimos siglos. Y, lo que es peor, las naciones cristianas, que durante siglos habían trabajado con tantos sufrimientos, pero también con tanto amor, por venerar el centro de la fe, que es el Santo Sepulcro, habían perdido completamente el interés por las raíces del cristianismo.