Mapa de Palestina en el Nuevo Testamento
MISTERIOS GOZOSOS1)Nuestra Señora de la Anunciación, en NazaretVida diaria en NazaretNazaret es el nombre de un lugar del mundo, único en la Historia: el lugar donde Dios se encarnó en el seno de una Virgen. La Virgen María vivió allí la vida cotidiana de todas las madres. Su vida era humilde y entregada a Dios en sus actividades de cada día: las ocupaciones del hogar y del huerto, la ayuda a José en su trabajo, la educación de Jesús, la oración en familia y en la sinagoga, la vida social y la de la comunidad. Como todas las madres del mundo…
Como todas las madres, sí, pero teniendo por hijo al que sería el Salvador del mundo. Así es como se vive en Nazaret, donde María y José rodearon con sus cuidados al Verbo de Dios hecho hombre, durante los treinta primeros años de su vida terrestre (periodo conocido como su "vida oculta"), toda una espiritualidad de la vida familiar: la espiritualidad de este lugar, la de una vida sencilla y ejemplar para nuestras familias humanas.
Numerosos vestigios arqueológicos de la época de Cristo, descubiertos en Galilea y en el resto de Palestina, han ayudado mucho a representarse concretamente la vida de la Sagrada Familia. De la misma manera varios historiadores de la época de Cristo hacen referencia a la existencia de « Jesús de Nazaret » en Palestina durante el reinado de Tiberio, emperador romano de la época de la Pasión, y dan testimonio de la realidad histórica del Evangelio.
Descubramos a continuación la vida cotidiana de María de Nazaret, los vestigios concretos de su historia y su espiritualidad.
Tomado de:
http://www.mariedenazareth.com/2.0.html?L=3 “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Entrando, a ella le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría que podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin. Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios “. (Lc. 1,26-35).2)Jesús, no nacido, comienza la obra de salvación: La tradición cristianaLa visita de la Virgen María a Sta. Isabel aparece indicada por primera vez en siglo XIV en un lugar diferente del nacimiento de San Juan Bautista.-“La casa de Zacarías se encuentra en las montañas de Judea. En aquel lugar hay dos iglesias y entre las mismas hay una fuente de abundantes aguas.
En el lugar de la primera iglesia se dice que Isabel fue saludada por la Virgen María. Se dice que también allí fue escondido San Juan Bautista durante la persecución de los Inocentes. En el lugar de la segunda iglesia nación San Juan Bautista” (Fr. Giovanni Fedanzola da Perugia, 1330).
Además del episodio del nacimiento se recuerda también en la misma iglesia el lugar donde fue escondido san Juan Bautista, noticia tomada del evangelio apócrifo de Santiago (s. II) y recordado por el peregrino ruso Daniel a principios del siglo XII: -“Pasado un vallecito lleno de árboles, se encuentra la montaña hacia la que corrió Isabel para esconder a su hijo y exclamó: Recibe, o montaña a la madre y al hijo; y la montaña se abrió y les ofreció refugio. Los soldados de Herodes la seguían pero, llegados a este punto, no encontraron a nadie y se volvieron confusos. Se puede ver todavía hoy el sitio donde esto ocurrió señalado en la roca. Más arriba se encuentra otra pequeña iglesia, debajo de la cual hay una gruta y, a la entrada de esta misma, está adosada otra pequeña iglesia. En esta gruta hay una fuente que sació la sed de Isabel y Zacarías durante el tiempo en que vivieron en la montaña, donde permanecieron servidos por un ángel hasta la muerte de Herodes”. Reliquias de la “tierra de la gruta de Isabel y Zacarías” se conservaban ya en Roma en el siglo VII en el tesoro de Letrán y en otros lugares. Una piedra conservada en la cripta recuerda hoy dicha tradición.
Desde la iglesia de S. Juan a la de la Visitación, nos encontramos con un manantial llamado "Fuente de la Virgen" por los peregrinos del siglo XIV. Según la tradición, aquí, María encontró a su prima Isabel y aquí entonó el himno de alabanza (Magnificat) de reconocimiento a Dios.
Tomado de:
http://es.custodia.org/default.asp?id=1915 En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -¡Bendita entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. María dijo:
"Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre".
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.(Lucas 1,39-56)
3)EL NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚSLa tradición cristiana
Después de los Evangelios, el testimonio más antiguo del lugar del nacimiento de Jesús (hacia la mitad del s. II) es del filósofo y mártir Justino, oriundo de Flavio Neapolis, hoy en día Nablus, en Palestina: “En el momento del nacimiento del Niño en Belén, como no tenía a dónde ir en aquel pueblo, José se paró en una gruta cercana y mientras estaban allí, María dio a luz a Cristo y lo puso en un pesebre, donde los Magos que venían de Arabia lo encontraron”. En particular la mención de la gruta como habitación de fortuna, va reconocida como un eco de la viva tradición local, atestada también en el antiquísimo apócrifo, llamado Protoevangelio de Santiago (s. II), repetida por Orígenes (s. III) y a la base de una historia sucesiva del santuario de Belén. Esta misma Gruta fue circundada de las magníficas construcciones del emperador Constantino y su madre Elena no mucho después del 325 d. C., como nos narra el histórico Eusebio de Cesarea, contemporáneo de los hechos. En el 386, San Jerónimo se estableció en las cercanías de la Basílica con la noble matrona romana Paula y otros seguidores, viviendo vida monástica, dedicándose al estudio de la Biblia y produciendo su célebre versión latina (Vulgata), que llega a ser después oficial en la Iglesia de occidente.
La Gruta de la Natividad es según la tradición el lugar donde Cristo nació de la Virgen María. Sobre la Gruta se edificó una basílica a cinco naves a la cual se entra a través de un humilde ingreso. Entorno a la Gruta de la Natividad hay otras grutas ligadas al recuerdo de San Jerónimo. Junto a la Basílica surge la Iglesia de Santa Catalina a la cual se accede por un pequeño claustro.
Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace. Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.(Lucas 2,1-19)
4)La Presentación de Jesús en el TemploSanta María y san José habrían peregrinado a Jerusalén en su niñez, y por tanto ya conocerían el Templo cuando, cumplidos los días de su purificación, fueron con Jesús para presentarlo al Señor (Lc. 2, 22). Eran necesarias varias horas para cubrir a pie o a lomos de cabalgadura los diez kilómetros que separan Belén de la Ciudad Santa. Quizá tendrían impaciencia por cumplir una prescripción de la que pocos sospechaban su verdadero alcance: «la Presentación de Jesús en el Templo lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 529). Con el fin de recordar la liberación de Egipto, la Ley de Moisés ordenaba la consagración a Dios del primer hijo varón (Cfr. Ex 13, 1-2 y 11-16); sus padres debían rescatarlo mediante una ofrenda, que consistía en una cantidad de plata equivalente al jornal de veinte días. La Ley también determinaba la purificación legal de las madres después de haber dado a luz (Cfr. Lv. 12, 2-8); María Inmaculada, siempre virgen, quiso someterse con naturalidad a este precepto, aunque de hecho no estaba obligada.
La ruta hasta Jerusalén sigue en ligero descenso la ondulación de las colinas. Cuando ya estaban cerca, desde algún recodo verían perfilado el monte del Templo en el horizonte. Herodes había hecho duplicar la superficie de la explanada construyendo enormes muros de contención –algunos de cuatro metros y medio de espesor– y rellenando las laderas con tierra o con una estructura de arcos subterráneos. Formó así una plataforma cuadrangular cuyos lados medían 485 metros en el oeste, 314 en el norte, 469 en el este y 280 en el sur. En el centro, rodeado a su vez de otro recinto, se levantaba el Templo propiamente dicho: era un bloque imponente, recubierto de piedra blanca y planchas de oro, con una altura de 50 metros.
El camino desde Belén iba a parar a la puerta de Jaffa, situada en el lado oeste de la muralla de la ciudad. Desde ahí, varias callejuelas llevaban casi en línea recta hasta el Templo. Los peregrinos solían entrar por el flanco sur. A los pies de los muros había numerosos negocios donde san José y la Virgen podían comprar la ofrenda por la purificación prescrita a los pobres: un par de tórtolas o dos pichones. Subiendo por una de las amplias escalinatas y cruzando la llamada Doble Puerta, se accedía a la explanada a través de unos monumentales pasillos subterráneos.
El pasadizo desembocaba en el atrio de los gentiles, la parte más espaciosa de aquella superficie gigantesca. Estaba dividido en dos zonas: la que ocupaba la ampliación ordenada por Herodes, cuyo perímetro exterior contaba con unos magníficos pórticos; y la que correspondía a la extensión de la explanada precedente, cuyos muros se habían respetado. Atronado siempre por rumores de multitudes, el atrio acogía indistintamente a cuantos querían congregarse en el lugar, extranjeros e israelitas, peregrinos y habitantes de Jerusalén. Este bullicio se mezclaría además con el ruido de los obreros, que seguían trabajando en muchas zonas aún sin terminar.
San José y la Virgen no se detuvieron allí. Atravesando por las puertas de Hulda el muro que dividía el atrio, y dejando atrás el soreg –la balaustrada que delimitaba la parte prohibida a los gentiles bajo pena de muerte–, finalmente llegaron al recinto del templo, al que se entraba por el lado oriental. Probablemente fue entonces, en el atrio de las mujeres, cuando el anciano Simeón se les aproximó. Había ido allí movido por el Espíritu (Lc. 2, 27), seguro de que aquel día vería al Salvador, y lo buscaba entre la multitud. Vultum tuum, Domine, requiram! , repetía San Josemaría al final de su vida para expresar su afán de contemplación.
"Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum tuum, Domine, requiram. Buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no "como en un espejo y bajo imágenes oscuras… sino cara a cara"(1 Cor. 13-12) (San Josemaría, Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-IV-1974).
Por fin, Simeón reconoció al Mesías en el Niño, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: –Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto tu salvación, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos (Lc. 2, 28-31).
Tomado de:
http://unsacerdoteentierrasanta.blogspo ... emplo.htmlCuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. (Lc. 2, 22-35)
5)El Niño Jesús, perdido y hallado en el Templo. La vida en familia de Jesús, José y María, en cuanto a lo exterior, no se diferencia mucho de cualquier otra familia pobre. José en su carpintería y María en sus quehaceres domésticos. Vida sencilla, con sus alegrías y sus penas.
José y María vivieron dedicados siempre a la educación de su Hijo. Le enseñaron a rezar y a conocer la Santa Biblia. Ellos, respetando el modo de ser y la misión que tenía que cumplir su Hijo, supieron educarle para que en todo fuera servidor de Dios y del prójimo.
Era la familia de un carpintero-albañil del interior del país. Saben del sufrimiento de los que salen en busca de trabajo. Supieron lo que es el hambre, la sed, el cansancio; la vida insegura, falta de trabajo y sin techo. Sufrieron en carne propia lo que es el desprecio.
Jesús, ya jovencito ayudaría en la carpintería, y más tarde, cuando murió José, tuvo que trabajar para alimentar a su mamá.
No pensemos que la Sagrada Familia era una familia sin problemas. Ellos, como nosotros, tuvieron toda clase de problemas. Pero supieron resolver sus problemas a base de diálogo, con mucho respeto y amor mutuo.
En aquella familia estuvo presente lo mejor que puede haber en una casa: el favor de Dios, su gracia y su palabra. El centro de aquella familia fue JESUS. Esto quiere decir que la presencia de Jesús no excluye los problemas. La familia ideal no es la familia donde no hay problemas, sino la que, teniendo a Dios como centro, está unida por un auténtico amor. Pues donde hay amor, allí está Dios.
Todo esto se simboliza en el extraño episodio del Niño cuando se quedó en el templo sin decir nada a sus padres. El Evangelio señala expresamente que ni María ni José comprendieron lo que el joven Jesús hizo y dijo en aquella ocasión, pero supieron respetarlo. Jesús puso la voluntad del Padre Dios por encima de las costumbres y la autoridad familiar de este mundo. Dios es el centro y la norma suprema de todo.
Pero Jesús volvió con ellos a su casa y siguió viviendo bajo la autoridad de sus padres. Y así fue adelantando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres.
Tomado de:
http://mercaba.org/DIESDOMINI/NAV/navid ... lia_09.htm Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtieran sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuando le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.
Y él les dijo: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. (Lc. 2, 41-50)