Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

En este curso, haremos un recorrido turístico-religioso por los Santos Lugares, conoceremos y comprenderemos cómo conviven las tres grandes religiones monoteístas en Tierra Santa: Cristianismo Judaísmo e Islam, sus costumbres y tradiciones, visitaremos los lugares de la vida de Cristo y la Santísima Virgen.

Conjuntamente al curso de turismo religioso, que se enviará cada semana por correo y se desarrollará en el foro como hacemos habitualmente, cada domingo nos uniremos a la plataforma de http://www.evangelizaciondigital.org/encuentros-on-line/tierra-santa/ Evangelización Online para peregrinar por los lugares que vayamos visitando y conocer la Tierra Santa, de primera mano, con guías conocedores de los lugares santos, y además con materiales de estudio y de formación.

Fecha de inicio
2 de septiembre de 2013

Fecha final:
22 diciembre 2013

Moderadores: Catholic.net, Ignacio S, hini, Moderadores Animadores

Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Nov 11, 2013 4:55 pm

Después de haber leído con mucho detenimiento lo que nos dice S. S. Benedicto XVI, en su interesante y hermoso libro de “Jesús de Nazaret: Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección” Y tomando en cuenta el Evangelio de San Juan en cuanto a la primera Pascua, durante el tiempo de su vida pública de Jesucristo; me permito referirme antes de iniciar este caminar, a la Primera Pascua de Jesús, de acuerdo a San Lucas, en Jerusalén.

Primera Pascua de Jesús esta en: Lc 2:41-52
El Niño Jesús en el templo


Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su Madre.

Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu Padre y Yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Más ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres.

...............Imagen

La Madre de Jesús veía día a día como crecía el Niño, ya con doce años. Iba Jesús con Ellos: María y José, sus padres. Tal vez por el camino le contarían como era Jerusalén , pues Jesús, “no lo conocía”, San José le comentaría que Jerusalén era más grande que Nazaret y Maria le describiría como era el Templo donde habita Dios, El Altísimo” con una presencia especial.

Jesús escucharía atento, lo que cada uno de sus Padres le platicaba.

Al llegar a Jerusalén el gentío era imponente como siempre, como todas la peregrinaciones de todos los tiempos, mezclando lo religioso de lo comercial. Con los galileos cantando los salmos.

La Sagrada Familia en vez de comprar o distraerse en algo irían derecho al Templo, para hacer oración.

Maria en el atrio para mujeres; y Jesús y José en el atrio para los varones. La oración de María, era un verdadero
Ofertorio; Ella lo trajo al mundo en Belén y hoy lo ha traído al Templo de Jerusalén, para seguir ofreciéndoselo a Dios, por la salivación de todos los hombres.

Al salir del Templo, Jerusalén vuelve a ser toda una fiesta, feria…

Para comer el cordero se reunirían con otras familias para celebra la cena pascual, junto a las tiendas de campaña, cerca del Monte de los Olivos.

Jesús pensaría que dentro de 20 años habrían crecido mucho mas, darían mas sombra….María le pregunta que piensa y Él le dice: "los olivos darán más sombra, mucha sombra…” pero Ella no entiende.

Al día siguiente volverían al Templo de Jerusalén y Jesús se pierde entre la multitud. Pensemos que no es Jesús quien se pierde quienes se pierden es Maria y José.

En el Templo están los Doctores de la Ley que están a punto de encontrar una Verdad. Cuando Maria entra y pregunta a Jesús, por qué?...los doctores también estaban preguntándole otros porqués…

Jesús a respondido a todas las preguntas; a las de los doctores, a las de María, pero ni los doctores ni Maria entiende las respuestas de Jesús.

La diferencia esta en que los doctores no admiten una respuesta que no entienden. Maria en cambio, sí; Marie es humilde, tiene fe y admite una respuesta que no entiende.

Y es Ella, María, la que vuelve a encontrar a Dios.


¡Jesús crecía en edad y sabiduría!

Fuente: Biblia de Jerusalén. Biblia Católica para Jones. P. Ma. De Iraolagoitia
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Nov 11, 2013 7:35 pm

Continuamos con el libro de S. S. Benedicto XVI, y tomamos el párrafo No.10

Más importante aún es Zacarías 9,9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer comprender el «Domingo de Ramos»: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila» (Mt 21,5;cf. Za 9,9; Jn 12,15).

La entrada triunfal en Jerusalén.-Imagen
Entrada solemne y a la vez sencilla, en Jerusalén. Jesús da cumplimiento a las antiguas profecías
I. «
Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy en Betania y,… se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a la plenitud del misterio de la salvación de los hombres»

Jesús sale muy temprano de mañana a Betania; desde la tarde anterior, se habían congregado muchos de sus discípulos; unos era de Galilea, llegados en peregrinación para celebrar el reciente milagro de la resurrección de Lázaro. Acompañado de muchos, otros se le van sumando en el camino, Jesús toma una vez más el viejo camino de Jericó a Jerusalén, hacia la pequeña cumbre del Monte de los Olivos.

Sería un gran recibimiento, pues era la costumbre que las gentes saliesen al encuentro de los más importantes grupos de peregrinos para entrar en la ciudad entre cantos y manifestaciones de alegría. El Señor no manifestó ninguna oposición a los preparativos de esta entrada jubilosa. El mismo eligió a un sencillo asno que mando a traer de Betfagé, que era un lugar en el antiguo Israel, una aldea muy cercana a Jerusalén.

Jesús subió al asno y las personas tendían sus mantos en el suelo para el borrico pasase sobre ellos como sobre un tapiz, y muchos otros corrían por el camino a medida que adelantaban el cortejo hacia la ciudad, esparciendo ramas verdes a lo largo del trayecto y agitando ramos de olivo y de palma arrancados de los árboles de las inmediaciones. Y, al acercarse a la ciudad, ya en la bajada del Monte de los Olivos, toda la multitud de los que bajaban, llena de alegría, comenzó a alabar a Jesús, por todo los prodigios que había visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!

Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes. Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos. La gente y sobre todo los fariseos, conocían bien estas profecías, se manifiesta llena de júbilo. Jesús admite el homenaje, y a los fariseos que intentan apagar aquellas manifestaciones de fe y alegría, el Señor les dice: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.

El triunfo de Jesús es un triunfo sencillo. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres con humilde, quiere que demos testimonio de Él, en el trabajo bien hecho, con nuestra alegría, serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Quiere hacerse presente en nosotros a través de las circunstancias del vivir humano. También nosotros podemos decirle que este siempre con nosotros, vamos a cumplir con tu voluntad, que lo amamos y respetamos y que siempre vamos a estar con Él.

El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esa ciudad, será clavado en la cruz….

El Señor llora sobre la ciudad. -Imagen.-Correspondencia a la gracia.
II.
EL cortejo triunfal de Jesús había llegado a la cima del monte de los Olivos y descendía por la vertiente occidental dirigiéndose al Templo, que desde allí se dominaba. Toda la ciudad aparecía ante la vista de Jesús y al contemplar aquel panorama, Jesús lloró.

Aquel llanto entre tantos gritos alegres y en tan solemne entrada, debió de resultar completamente inesperado. Los discípulos estaban desconcertados viendo a Jesús. Tanta alegría se había roto de golpe, en un momento.
Jesús mira como Jerusalén se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera: ¡Ay si conocieras por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte, la paz! Pero ahora todo está oculto a tus ojos. Ve el Señor cómo sobre ellos caerán otros días que ya no serán como este día, día de alegría y de salvación, sino de desdicha y de ruina. Pocos años más tarde, la ciudad sería arrasada. Jesús llora por Jerusalén. ¡Qué elocuentes son estas lágrimas de Cristo! Lleno de misericordia, se compadece de esta ciudad que le rechaza. Jesús lo ha intentado todo con todos: en la ciudad y en el campo, con gentes sencillas y con sabios doctores, en Galilea y en Judea… También ahora, y en cada época, Jesús entrega la riqueza de su gracia a cada hombre, porque su voluntad es siempre salvadora.

En nuestra vida, tampoco ha quedado nada por intentar, ningún remedio por poner. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! «El mismo hijo de Dios se unió, en cierto modo, con cada hombre por su encarnación. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nacido de María Virgen se hizo de verdad uno de nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado. Cordero inocente, mereció para nosotros en la vida derramando libremente su sangre, y en Él el mismo Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros mismos y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, y así cada uno de nosotros puede decir con el Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí. Gal 2, 20 »

La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Jesús lo intentó con todo Jerusalén, y la ciudad no quiso abrir la puerta a la misericordia. Es el misterio profundo de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar al gracia divina. «Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: “Teresa, yo quise… Pero los hombre no han querido” »

¿Cómo estamos respondiendo nosotros a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos sanos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiento? Cada día, ¿cuántas veces decimos sí a Dios y no al egoísmo, a la pereza, a todo lo que significa desamor, aunque sea pequeño?

Alegría y dolor en este día: coherencia para seguir a Cristo hasta la Cruz.
Imagen III.
Al entrar el Señor en la cuidad santa los niños y los hebreos profetizaban la Resurrección de Cristo, proclamaban con ramos de palmas:
«Hosanna en el cielo »
.-Imagen

Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó cinco días más tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¿Por qué ese cambio? Para entender algo quizá tengamos que consultar nuestro propio corazón.

¡Qué diferentes voces eran – comenta San Bernardo-: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días: no tenemos más rey que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suerte sobre ellos.

La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia, aumentar nuestra fe, fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y de pronto se apagan. En el fondo de nuestros corazones hay profundo contrastes: somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz.

«La liturgia del Domingo de Ramos escuchamos la antífona: levantad, puertas, vuestros dinteles; levantaos puertas antiguas, para que entre el Rey de la gloria. El que se queda con egoísmo no descenderá al campo de batalla, pero si tienes la fortaleza y permites que entre el Rey de la Paz, saldrá con Él a combatir contra toda esa miseria que empaña los ojos e insensibiliza la conciencia»

María también está en Jerusalén, cerca de su Hijo para celebrar al Pascua. La última Pascua judía y la primera Pascua en la que su Hijo es el Sacerdote y la Víctima. No nos separemos de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a ser constantes, a luchar en lo pequeño, a crecer continuamente en el amor de Jesús. Contemplemos la Pasión, la Muerte y al Resurrección de su Hijo junto a Ella. No encontraremos un lugar más privilegiado…

La Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual. Por esa razón, en todas las Misas se hace memoria de esta entrada del Señor: por la procesión o entrada solemne antes de la misa principal, o por la entrada simple antes de las restantes misas.

La liturgia de este día expresa por medio de dos ceremonias, una de alegría y otra de tristeza, los dos aspectos del misterio de la Cruz. Se trata primero de la bendición y procesión de las Palmas en que todo respira un santo júbilo, el cual nos permite, aún después de veinte siglos, revivir la escena grandiosa de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Luego viene la Misa, cuyos cantos y lecturas se relacionan exclusivamente con el doloroso recuerdo de la Pasión del Salvador.

En el Domingo de Ramos, celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba con cantos y palmas. Es por eso que nosotros llevamos palmas al Templo para que las bendigan en ese día y participemos en la Santa Misa.-Imagen

Las palmas que llevemos a nuestro hogar deben recordar que Jesús es nuestro REY y que le damos la bienvenida a nuestra casa.


Al colocar las palmas en la puerta de la casa, recemos la siguiente oración en familia:
"Bendice Señor nuestro hogar y haz que Jesús y la Virgen María reine en él y nos enseñen a amarnos para que en nuestra familia haya paz, amor y respeto, Amén"

Fuentes: Encuentra,com. Biblia de Jerusalén.
Ora el Labora: http://padreeugeniogsosb.galeon.com/pro ... 74422.html
El Salvador Misionero: http://www.elsalvadormisionero.org/node/346
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor Rodolfo1971 » Mar Nov 12, 2013 12:11 am

hini escribió:Después de haber recorrido Israel durante diez semanas, hoy llegamos a Jerusalén. Utilizamos un capítulo del libro "Jesús de Nazaret: Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección", de S.S. Benedicto XVI.

En este sentido, con buenas razones, la Iglesia naciente pudo ver en dicha escena la representación anticipada de lo que ella misma hace en la liturgia. Ya en el texto litúrgico post-pascual más antiguo que conocemos —en la Didaché, en torno al año 100—, antes de la distribución de los sagrados dones aparece el «Hosanna» junto con el «Maranatha»: «¡Venga la gracia y pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!; el que no lo es, se convierta. ¡Maranatha! Amén» (10,6).

S.S. Benedicto XVI. "Jesús de Nazaret: Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección". (Cap. 1)


Interesante la mención de la Didache como tratado apostólico del Siglo I que sería uno de los primeros en solicitar el regreso de Jesús de primeras fuentes, un especial tratado que bien vale la pena revisar...

Didaché (Didajé)

La Didache (Didajé), o Enseñanzas de los Doce Apóstoles, fue escrito entre el año 65 y 80 A.D. y encontrado en 1873 en Macedonia, cerca de Constantinopla. Es el primer catecismo escrito que conocemos. Reconocido con gran estima por los Padres de la iglesia. Por este documento sabemos como ellos interpretaban las enseñanzas de los Apóstoles y como vivían. Codifica las reglas de vida que deben saber los cristianos de manera práctica para la enseñanza.

Didache
(DOCTRINA DE LOS DOCE APOSTOLES)


Un tratado muy corto que algunos Padres consideraban como muy cercano a las Sagradas Escrituras. Bryennio, metropolitano ortodoxo griego de Nicomedia, lo redescubrió en 1873 en el mismo códice de donde, en 1875, él había copiado el texto completo de las Epístolas de San Clemente. El título en el manuscrito es Didache kyriou dia ton dodeka apostolon ethesin, pero antes de este título aparece el encabezamiento Didache ton dodeka apostolon. La vieja traducción latina de los cc. I-V, encontrada por el Dr. J. Schlecht en 1900, tiene el título más largo, omite “doce”, e incorpora la rúbrica De doctrinâ Apostolorum. Por conveniencia el contenido puede ser dividido en tres partes: la primera es los “Dos Caminos”, el Camino de la Vida y el Camino de la Muerte; la segunda parte es un rituale que trata sobre el bautismo, el ayuno y la Sagrada Comunión; la tercera habla del ministerio. La obra supone conocimientos doctrinales previos, y no imparte ninguno nuevo.

En atención a la Eucaristía

El c. X da una fórmula, un poco más larga, de acción de gracias después de la Comunión en la que se hace mención del “alimento y bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu Hijo.” Después de una doxología, como anteriormente, viene la extraordinaria exclamación: “Has que venga la gracia, y deja que pase este mundo. Hosanna al Hijo de David. Si alguien es santo déjalo venir; si no lo es, déjalo que se arrepienta. Maranatha. Amén.” Nos sólo se nos recuerda el Hosanna y Sancta sanctis de las liturgias, sino también de Apoc. 22,17-20, y 1 Cor. 16,22. En estas oraciones encontramos una profunda reverencia, y el efecto de la Eucaristía para la vida eterna, a pesar de que no se menciona en particular la Presencia Real. Clemente de Alejandría hace eco de las palabras de acción de gracias para el cáliz: “Quis div”, 29: “Es Él [Cristo] Quien ha vertido el vino, la sangre de la viña de David, sobre nuestras almas heridas”; y por Orígenes, “En I Judic”, Hom. VI: “Antes de que estemos embriagados con la sangre de la verdadera viña, la cual asciende de la raíz de David.” La mención del cáliz antes que el pan está de acuerdo con San Lucas 22,17-19, en el texto “Occidental” (que omite el versículo 20), y que es aparentemente parte de una bendición judía del vino y del pan, rito con el cual las oraciones en el cap. IX tienen mucha afinidad.

http://www.corazones.org/doc/didache.htm

http://ec.aciprensa.com/wiki/Didache#.UoG1jzK9KSM
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor Silviamaria » Mar Nov 12, 2013 2:40 pm

Buenas tardes, mi aportación es la siguiente:

http://www.adorador.com/mensajes/y08/04 ... usalen.htm
Entrada triunfal de Jesús a Jerusalén
Autor: R.M.
Pasaje bíblico: Mateo 21:1-11
Textos relacionados: Zacarías 9:9 -Lucas 19:29-44
Mensaje:
Pocos días antes de su sufrimiento en la cruz [lo que se conoce como "La Pasión"], Jesús entró en la ciudad de Jerusalén en medio de las alabanzas y de la popularidad de la gente. Su entrada a Jerusalén no fue por casualidad ni por capricho de Jesús. Sino que Él lo hizo para cumplir la voluntad perfecta de Dios
Tres hechos importantes en cuanto a su entrada a Jerusalén.
El primer hecho
El primer hecho es que la entrada de Jesús montando un asno había sido profetizada en las Escrituras. Aproximadamente quinientos años antes de que Él naciera, el profeta Zacarías escribió:
"He aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna." [Zacarías 9:9].
Para cumplir con lo dicho por el profeta, Jesucristo entró montado sobre un asno. Él, como Hijo de Dios, pudo haber entrado a Jerusalén de la manera más fastuosa, pero para cumplir con la Palabra de Dios se humilló a sí mismo entrando sobre un borrico.
De la manera más humilde, Jesucristo no sólo entró a Jerusalén montando un asno, sino que también fue obediente hasta la muerte para salvarnos, cumpliendo así con la voluntad del Padre (Mateo 26:39,42 –En Getsemaní).
El que haya entrado montado sobre un asno pone de manifiesto su humildad. Pudo haber entrado en la ciudad acompañado de una hueste de ángeles y con gran sonido de trompetas, pero entró humilde, y cabalgando sobre un asno (Zacarías 9:9; Mateo 21:5). Antes de su entrada a Jerusalén, Él dijo de sí mismo a sus discípulos y al pueblo:
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mateo 11:29).
Como ya hemos visto, las palabras y los hechos de Jesús eran completamente diferentes a los de los escribas y fariseos. Nosotros hoy, como creyentes y seguidores de Él, debemos ser humildes ante Dios y ante las personas, como Jesús nos lo enseñó.
El Segundo hecho
El Segundo hecho es: "El Jesús que recibió alabanzas" .Cuando Jesús entró en Jerusalén, una gran multitud lo aclamó: ¡Hosanna en las alturas! Hosanna significa "sálvanos ahora".
En ese tiempo, Israel estaba bajo el dominio del Imperio Romano. El pueblo estaba oprimido y los judíos eran explotados como esclavos por el gobierno romano. Como Jesús se presentó y realizó milagros bajo tales circunstancias, los judíos pensaron que Él sería el libertador que los salvaría del Imperio Romano. En otras palabras, los judíos no comprendieron el propósito de la venida de Jesucristo a la tierra. El vino para dar vida y libertad a toda la humanidad. Jesucristo vino para vivificar nuestra alma marchita mediante su preciosa sangre derramada sobre la cruz, y para que pudiéramos recibir de Él la bendición de una vida abundante.
Sin embargo, los israelitas sufrieron una gran decepción cuando se dieron cuenta de que Jesús no sería su libertador del Imperio Romano. No obstante, Jesús no cambió su propósito. Él estaba destinado a llevar la cruz en conformidad con el plan de Dios, para que el precio del pecado pudiera ser pagado. Por esto, muy pronto las alabanzas de "hosanna" en los labios de los judíos desaparecieron, y comenzaron a vociferar: "¡Sea crucificado, sea crucificado!"
El amor de Dios y la obra redentora de Jesucristo fue tan grande que ni aun las piedras podían callar sus alabanzas. Nosotros, también, debemos vivir hoy alabando a Jesucristo con corazón puro, semejante al de los niños.
El tercer hecho
El tercer hecho es: "Jesús es el Rey de reyes". Cuando Jesús entró en Jerusalén el pueblo tendió sus mantos sobre el camino y lo aclamó: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (Juan 12:13).
¿Qué clase de rey fue Jesús? Él no utilizó un caballo, sino un asno. Un caballo es símbolo de guerra, mientras que un borrico es símbolo de paz. Jesús vino al mundo como Príncipe de paz (Isaías 9:6) para darnos la paz. Cuando nació, coros angelicales proclamaron que Él es el Príncipe de la paz:
¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! [Lucas 2:14]
Una prueba clara de que Jesús vino como rey está en el hecho de que la gente le tendió sus mantos en el camino. Podemos ver en 2 Reyes 9:13 que el pueblo puso sus mantos debajo de Jesús cuando él fue hecho rey. El hecho de que tendieran sus mantos para que sobre ellos pasara Jesús, nos indica en realidad que Él entró a la ciudad como rey.
Sin embargo, el reino de Jesucristo no es de este mundo; es un reino celestial. - Es el reino de Dios, que será regido por Jesucristo cuando Él vuelva otra vez. Gracias a Cristo llegamos a ser ciudadanos del reino de Dios, y Jesucristo se ha convertido en nuestro rey y señor. Cuando Jesús purificó el templo con la autoridad de un rey, nadie se le enfrentó. Muy pronto, Jesucristo regresará a la tierra como el Rey de reyes. Por lo tanto, todos los días debemos alabarlo como nuestro Príncipe de paz, y vivir con esperanza y gozo, esperando su regreso.
Aplicación:
a. Que así como Jesús tuvo una actitud humilde y pacífica cuando entró en Jerusalén sobre un asno, seamos nosotros ejemplos de paz y humildad para los demás.
b. Que debemos ser creyentes que demos gloria y alabanza a Jesucristo.
c. Que seamos creyentes que demos la bienvenida a Jesucristo en su venida, como el Rey de reyes.
d. Reconocer a Jesucristo como nuestro Señor, salvador y guía en nuestra vida.
Oración:
Padre Celestial, reconozco que mi vida ha sido un desastre, que la guianza humana que he tenido hasta ahora no ha sido suficiente para librarme de los errores del pecado. Pero ahora yo te pido perdón por mis pecados.
Reconozco que tú enviaste a tu Unico Hijo, Jesucristo, para traerme liberación espiritual, moral y emocional. Yo recibo a Jesucristo en mi corazón como mi guia, como mi Rey y Señor.
Gracias por tu perdón y por la sangre de Jesús que me limpia de todo pecado.
Lo pido en el nombre de Jesús. Amén.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Mar Nov 12, 2013 8:30 pm

Continuando utilizamos el capítulo del libro "Jesús de Nazaret: Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección", de S.S. Benedicto XVI; tomo ahora este párrafo en donde menciona el Salmo 118, “Este es el día en que actuó el Señor”

Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo diga la familia de Aarón:
¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!...
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina.
"Ordenen una procesión con ramas frondosas
hasta los ángulos del altar".
Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias;
Dios mío, yo te glorifico. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!


Alegría Pascual.-
Imagen

Voces de Domingo de Pascua, gritos de victoria sobre la muerte, confianza en el poder de Dios, regocijo en el triunfo común y proclamación de este día como el más grande que ha hecho el Señor- Eso es este salmo lleno de gloria y gozo.

"¡Abran las puertas del triunfo! El Señor está conmigo y me auxilia; no me entrego a la muerte. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor el que lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”


Esta es la liturgia de Pascua; para el verdadero cristiano todos los domingos es Pascua y cada día es domingo. Por eso cada día es Pascua, es "el día que ha hecho el Señor, el día en que actuó el Señor” Cada día, día de victoria, alabanza, regocijo, acción de gracias, día de ensayo de la resurrección final conquistando al pecado, que es la muerte, y abriéndose a la alegría, que es la eternidad, Cada día hay revuelo de ángeles, que es la eternidad. Hay revuelo de ángeles y mujeres en torno a la tuba vacía. ¡Cristo ha resucitado!

Ojala que cada día podamos sentir, palpar v verlo confiar en Dios, que está actuando, tener más fe. Que la fe penetre en mi mente y florezca en mis sentidos; cristiano es el que vive le espíritu de la Pascua. Espíritu de lucha, de victoria, de fe, perseverancia, alegría, después del sufrimiento y vida después de la muerte. Ninguna desgracia me preocuparía, ni ninguna derrota, me desanimaría. Se que la Mano del Señor saldrá victoriosa al final. “El Señor esta conmigo, no temo: ¿Qué podrá hacerme el hombre?"

Solos no podemos conseguir el espíritu de la Pascua. Necesitamos alrededor al grupo de amigos, que afirmen la fe, con la misma convicción y confirmen nuestra fe con el don de la suya. Invito a la casa de Israel, a la casa de Aron y a todos los fieles del señor a que canten conmigo la gloria de Pascua para que todos nos unamos en el estrecho vínculo de la fe y de la alegría.

“Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”

Fuente: P. Caros G. Vallés, SJ. Biblia de Jerusalén.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor BlancaElena » Mié Nov 13, 2013 8:31 am

El Papa Emérito Benedicto XVI en una forma tan bella, clara y precisa, propia de él, nos deleita con esta lectura para comprender como todo lo anunciado en el Antiguo Testamento, se esta cumpliendo en JESÚS a la entrada en Jerusalén. Cada una de las situaciones que se narran poseen un significado real y verdadero, donde contemplamos el AMOR y la HUMILDAD perfectos en la Persona del NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO como REY DEL UNIVERSO. El amor a DIOS y al prójimo y la humildad ese saber ser el último prestando el servicio con alegría sin esperar nada debe ser el sello de los cristianos en el mundo a pesar de la incomprensión de los demás. Si cada uno de nosotros nos fijamos como meta el estudio de nuestra FE y nos empeñarnos en vivirla a plenitud, nuestra Peregrinación por este camino hacia el Cielo sería con pasos más firmes, uniendo cada día a más personas, es un compromiso que vamos adquiriendo cada día de nuestra vida. Hacernos como niños es algo que debemos reflexionar y el trato con ellos que nos pide DIOS. Un feliz día para todos !

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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Mié Nov 13, 2013 2:15 pm

La fiesta de las Tiendas

Es una de las tres grandes fiestas del calendario litúrgico hebreo. El nombre común, fiesta de los Tabernáculos---entre los judíos de habla griega: “skenopegia”, o "la instalación de la tienda", Jn. 7,2.

Recuerda la costumbre establecida por la ley de Levítico 23,40, de erigir en los tejados de las casas, incluso en calles y plazas públicas, chozas de ramas y follaje en las que estaban obligados a vivir durante la celebración entera todos los que no estuviesen exentos debido a enfermedad o debilidad. Se dice que el origen de la fiesta fue similar a nuestras festividades de la "cosecha hogareña".

Esta consideración naturalista, basada en la suposición que las sanciones religiosas de la Ley son de fecha relativamente reciente y ordenanzas sacerdotales, no toma en cuenta la significación que en todo momento se vinculó a la fiesta. Uno de los rasgos de las celebraciones era; una fiesta del acabe de la cosecha y una ofrenda de acción de gracias por las cosechas del año, una fiesta de júbilo y regocijo, en que se ofrecían numerosos sacrificio; aún así para los judíos, la fiesta de los Tabernáculos fue siempre y principalmente, en conmemoración de la morada de sus antepasados en sus tiendas del desierto y en acción de gracias por la morada permanente recibida en la Tierra Prometida, y luego, tras la construcción del Templo, por un lugar de culto permanente.

La fiesta se comenzaba el día 15 del séptimo mes, aproximadamente nuestro septiembre, duraba siete días y: “durante esos siete días vivirán en tiendas para que sus descendientes sepan, que hice vivir en tiendas a los israelitas cuando los saque de Egipto”.-Imagen

Cada israelita varón, según la ley, estaba obligado a ir a Jerusalén, Imagen .-y "todos los pertenecientes al pueblo de Israel", estaba obligado a vivir en las chozas que, aunque conllevaba un poco de incomodidad, al mismo tiempo era una celebración de alegría. La distinción entre ricos y pobres en el campamento lograban en general mantenerse unidos, de esta manera la fiesta tenía una influencia social más beneficiosa. El primer día se consideraba el más solemne y como si fuese un sábado, cualquier trabajo estaba prohibido en ese día; durante toda la octava se ofrecían numerosos sacrificios y el octavo día el más solemne de la fiesta, también se consideraba un sábado igual al primero, marcado por sacrificios especiales propios, se tumbaban las chozas y las personas retornaban al hogar.

Cantando los Salmos.- ImagenImagen

Después del Exilio, la fiesta se prolongó hasta el día 25 del mes, y se añadieron dos nuevos ritos al antiguo ceremonial. Cada mañana de la celebración, un sacerdote bajaba hasta la Fuente de Siloé, de donde traía, en una vasija dorada, agua que derramaba sobre el altar de los holocaustos en medio de cantos de aleluya, de los Salmos 111 y 118 y el sonido jubiloso de instrumentos musicales. Posiblemente fue la realización de esta ceremonia, cuya institución pudo haber sido sugerida por Isaías , que dio a Nuestro Señor la ocasión para comparar la acción del Espíritu Santo en los fieles con una fuente de agua viva, Jn 7,37-39. El otro nuevo rasgo agregado al ritual de la fiesta fue la iluminación del patio de las mujeres, conjuntamente con el cantar de los Salmos Graduales; los salmos 120 y 134, y la representación de danzas o procesiones desfiles en los recintos sagrados. En el octavo día una procesión pasaba siete veces alrededor del altar, llevando ramas de mirto y palmeras y gritando: "¡Hosanna!", en memoria de la caída de Jericó.

Cada siete años, que es el Año Sabático, durante la Fiesta de las Tiendas, se debía leer la Ley delante de todo el pueblo según el mandato que aparece en el Deuteronomio, 31:10. Esta norma luego fue considerada impracticable; y las autoridades judías ordenaron leer algo de la Ley en cada sábado, comenzando en el siguiente sábado después de la Fiesta de los Tabernáculos en un año sabático y terminando con la Fiesta de los Tabernáculos al siguiente año sabático, calculando así que el Pentateuco se leería en el transcurso de siete años, cumpliendo así el mandato. Algún tiempo después, los judíos de Palestina prolongaron las secciones para cada sábado de tal modo que se podía leer la Ley entera en 3 años. En la actualidad, los judíos tienen el Pentateuco dividido de tal forma que lo leen completo en un año, la primera Parashah, división, establecida para el sábado después de la Fiesta de los Tabernáculos, y los últimos capítulos para el último día de la fiesta del año siguiente, siendo este el día de "regocijo en la Ley"

La Fiesta de los Tabernáculos es un tiempo para celebrar la presencia, el reposo, la bendición, el gozo y la gloria de Dios en medio de Su pueblo.- Imagen

"Celebrarás la fiesta solemne de los Tabernáculos durante siete días, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar. Te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. Durante siete días celebrarás la fiesta solemne en honor de Jehová, tu Dios, en el lugar que Jehová escoja, porque te habrá bendecido Jehová, tu Dios, en todos tus frutos y en todas las obras de tus manos, y estarás verdaderamente alegre." Deuteronomio 16:13-15

Fuentes: Biblia de Jerusalén. Aci Prensa.. http://haypazcondios.blogspot.mx/. Enciclopedia Católica online.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor enrique4 » Mié Nov 13, 2013 5:27 pm

Completando el capítulo 1 del libro de S.S. Emérito Benedicto XVI "Jesús de Nazaret", creo interesante conocer lo que Jesús hizo después de entrar a Jerusalén, para lo cual hago mención del complemento del 1er capítulo del libro citado y que me parece una joya para mirar al Jesús de los Evangelios:


1. ENTRADA EN JERUSALÉN Y PURIFICACIÓN DEL TEMPLO

2. LA PURIFICACIÓN DEL TEMPLO
Marcos nos dice que Jesús, después de este recibimiento, fue al templo, lo estuvo observando
todo y, siendo ya tarde, se fue a Betania, donde se alojaba aquella semana. Al día siguiente
volvió al templo y empezó a echar fuera a los que vendían y compraban, «volcó las mesas de
los cambistas y los puestos de los que vendían palomas» (11,15).
Justifica su modo de obrar con una palabra del profeta Isaías, que Él integra con otra de
Jeremías: «Mi casa se llama casa de oración para todos los pueblos. Vosotros, en cambio, la
habéis convertido en cueva de bandidos» (Mc 11,17; cf. Is 56,7; Jr 7,11). ¿Qué es lo que hizo
Jesús? ¿Qué quiso dar a entender con ello?
En la literatura exegética se pueden reconocer tres grandes líneas de interpretación que
hemos de considerar brevemente.
En primer lugar, la tesis según la cual la purificación del templo no significaba un ataque contra
el templo como tal, sino que se refería sólo a los abusos. Ciertamente, los mercaderes tenían
permiso de la autoridad judía, que sacaba de eso pingües beneficios. En este sentido, la
actividad de los cambistas y de los comerciantes de ganado era legítima según las normas
vigentes; también es comprensible que estuviera previsto el cambio de las monedas romanas
en uso por la moneda del templo, precisamente en el patio de los gentiles, dado que las
primeras debían considerarse idolátricas por llevar la imagen del emperador; y también que
allí se vendieran los animales para el sacrificio. Pero esta mezcla entre templo y negocios no se
correspondía con el planteamiento arquitectónico del templo, con el destino propio del patio
de los gentiles.
Con su intervención Jesús atacaba la normativa en vigor dispuesta por la aristocracia del
templo, pero no violaba la Ley y los Profetas; al revés: contra una praxis profundamente
corrupta que se había convertido en «derecho», reivindicaba el derecho esencial y verdadero,
el derecho divino de Israel. Sólo así se explica por qué no intervino la policía del templo ni la
cohorte romana que había en la fortaleza Antonia. Las autoridades del templo se limitaron a
preguntar a Jesús qué autorización tenía para hacer lo que hizo.
En este sentido, es justa la tesis, argumentada minuciosamente sobre todo por Vittorio
Messori, según la cual Jesús actuó conforme a la ley en la purificación del templo, impidiendo
un abuso respecto al templo. Pero, si de eso se quisiera sacar la conclusión de que Jesús
«aparece como un simple reformador que defiende los preceptos judíos de santidad» (así
Eduard Schweizer; cit. según Pesch, Markusevangelium, II, p. 200), no se valoraría bien el
verdadero sentido del acontecimiento. Las palabras de Jesús demuestran que su reivindicación
ibamás al fondo, precisamente porque con su actuación pretendía dar cumplimiento a la Ley y
los Profetas.
Llegamos así a una segunda explicación, que contrasta con la primera: la interpretación
político-revolucionaria del acontecimiento. Ya en la Ilustración se habían producido intentos
de interpretar a Jesús como un revolucionario político. Pero sólo la obra de Robert Eisler,
lesous Basileus ou Basileusas, publicada en dos volúmenes (Heidelberg 1929-1930), trató de
demostrar coherentemente, basándose en el conjunto de los datos neotestamentarios, que
«Jesús habría sido un revolucionario político de carácter apocalíptico: habría sido arrestado y
ejecutado por los romanos por haber provocado una insurrección en Jerusalén» (Hengel, War
Jesus Revolutionär?,p. 7). El libro causó una enorme sensación, pero, dada la situación
particular de los años treinta no obtuvo en aquel tiempo un efecto duradero.
Sólo en los años sesenta se formó el clima espiritual y político en el que una visión como ésta
pudo desarrollar una fuerza explosiva. Entonces fue Samuel George Frederick Brandon, en su
obra Jesus and the Zealots (Nueva York 1967), quien dio a la interpretación de Jesús como
revolucionario político una aparente legitimación científica. Con eso, Jesús fue colocado en la
línea del movimiento de los zelotes, que veía su fundamento bíblico en el sacerdote Pinjás, un
nieto de Aarón: Pinjás traspasó con la lanza a un judío que se había juntado con una mujer
idólatra. En aquel momento fue considerado como modelo de los «celantes» de la Ley, del
culto ofrecido únicamente a Dios (cf. Nm 25).
El movimiento zelote reconocía su origen concreto en la iniciativa del padre de los hermanos
macabeos, Matatías, que, frente al intento de uniformar a Israel totalmente según el modelo
de la cultura unitaria helenística, privándolo con eso también de su identidad religiosa, había
afirmado: «No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha
ni a izquierda» (1 M 2,22). Esta palabra inició la insurrección contrala dictadura helenística.
Matatías llevó a la práctica su palabra: mató al hombre que, siguiendo los decretos de las
autoridades helenísticas, quería ofrecer públicamente sacrificios a los ídolos. «Al verlo,
Matatías se indignó..., corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara... en su celo por la Ley» (1
M 2, 24ss). De allí en adelante, la palabra «celo» (zélos, en griego) fue el término clave para
expresar la disponibilidad a comprometerse con la fuerza en favor de la fe de Israel, a defender
el derecho y la libertad de Israel mediante la violencia.
Según la tesis de Eisler y Brandon habría que colocar a Jesús en esta línea del «zélos», de los
zelotes, una tesis que en los años sesenta suscitó una oleada de teologías políticas y teologías
de la revolución. Como prueba central de esta teoría se aducía entonces la purificación del
templo, que habría sido evidentemente un acto de violencia, porque sin violencia ni siquiera
habría podido ocurrir, aunque los evangelistas hayan tratado de ocultarlo. También el saludo a
Jesús como hijo de David y fundador del reino davídico habría sido un acto político, y la
crucifixión de Jesús por los romanos bajo la acusación de «rey de los judíos» demostraría
plenamente que Él había sido un revolucionario —un zelote—, y como tal habría sido
ajusticiado.
Con el tiempo se ha calmado la oleada de las teologías de la revolución que, basándose en un
Jesús interpretado como zelote, trataron de legitimar la violencia como medio para establecer
un mundo mejor, el «Reino». Los terribles resultados de una violencia motivada
religiosamente están a la vista de todos nosotros de manera más que sobradamente rotunda.
La violencia no instaura el Reino de Dios, el reino del humanismo. Por el contrario, es un
instrumento preferido por el anticristo, por más que invoque motivos religiosos e idealistas.
No sirve a al humanidad, sino a la inhumanidad.
Pero entonces, ¿cuál es la verdad acerca de Jesús? ¿Fue tal vez un zelote? La purificación del
templo ¿fue quizás el principio de una revolución política? Toda la actividad y el mensaje de
Jesús —desde las tentaciones en el desierto, su bautismo en el Jordán, el Sermón de la
Montaña, hasta la parábola del Juicio final (cf. Mt 25) y su respuesta a la confesión de Pedro—
se oponen decididamente a ello, como hemos visto en la primera parte de esta obra.
No. La insurrección violenta, el matar a otros en nombre de Dios no se corresponde con su
modo de ser. Su «celo» por el Reino de Dios fue completamente diferente. No sabemos
precisamente lo que se imaginaron los peregrinos cuando, en la «entronización» de Jesús,
hablaban de «el Reino que llega, el de nuestro padre David». Pero lo que Jesús mismo pensaba
y pretendía lo ha mostrado muy a las claras con sus gestos y con las palabras proféticas en
cuyo contexto se puso Él mismo.
Ciertamente, en los tiempos de David el burro había sido la expresión de su majestad y,
siguiendo la estela de esta tradición, Zacarías presenta al nuevo rey de la paz que cabalga en
un borrico cuando entra en la Ciudad Santa. Pero ya en los tiempos de Zacarías, y todavía más
en los de Jesús, el caballo se había convertido en la expresión del poder y de los poderosos,
mientras que el burro era el animal de los pobres y, por tanto, la imagen de una majestad bien
diferente.
Es verdad que Zacarías anuncia un reino «de mar a mar». Pero precisamente con ello
abandona el cuadro nacional e indica una nueva universalidad, en la que el mundo encuentra
la paz de Dios y, en la adoración del único Dios, permanece unido por encima de todas las
fronteras. En ese reino del que habla el profeta se rompen los arcos guerreros. Lo que en él es
todavía una visión misteriosa, cuya configuración concreta no se puede percibir con nitidez
cuando se avista en lontananza su llegada, se irá desvelando poco a poco en el obrar de Jesús,
aunque sólo podrá adquirir su plena forma después de la resurrección y en la progresión del
Evangelio hacia los paganos. Pero también en el momento de la entrada de Jesús en Jerusalén,
la conexión con la profecía tardía, en la cual Jesús enmarca su acción, daba a su gesto una
orientación en contraste radical con la interpretación de los zelotes.
Jesús no sólo encontró en Zacarías la imagen del rey de la paz que llega sobre un borrico, sino
también la del pastor herido que, con su muerte, trae la salvación, y la imagen del traspasado
hacia el que todos habrían vuelto la mirada. Otro gran punto de referencia en el cual Jesús
enmarcaba su actuación era la visión del siervo de Dios que sufre y que sirviendo ofrece la vida
por la multitud y trae así la salvación (cf.Is 52,13-53,12). Esta profecía tardía es la clave de
interpretación con la que Jesús abre el Antiguo Testamento; a partir de ella, Él mismo se
convierte más tarde, después de la Pascua, en la clave para leer de modo nuevo la Ley y los
Profetas.
Vengamos ahora a las palabras de interpretación con las que Jesús mismo explica el gesto de la
purificación del templo. Escuchemos ante todo a Marcos, con el que coinciden Mateo y Lucas,
prescindiendo de pequeñas variantes. Después de la purificación, Jesús «enseñaba», nos dice
Marcos. El evangelista ve resumido lo esencial de esta «enseñanza» en las palabras de Jesús:
«¿No estáquizás escrito: mi casa se llama casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, en
cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos» (11,17). En esta síntesis de la «doctrina»
de Jesús sobre el templo —como ya hemos visto— están como fundidas dos palabras
proféticas.
Ante todo, la visión universalista del profeta Isaías (56,7), de un futuro en el que, en la casa de
Dios, todos los pueblos adorarán al Señor como único Dios. En la estructura del templo, el
patio de los gentiles donde se desarrolla la escena es el espacio abierto que invita a todo el
mundo a rezar allí al único Dios. La acción de Jesús subraya esta apertura interior de la
esperanza que estaba viva en la fe de Israel. Aunque Jesús limita conscientemente su
intervención a Israel, está sin embargo movido siempre por la tendencia universalista de abrir
a Israel, de manera que todos puedan reconocer en el Dios de este pueblo al único Dios común
a todo el mundo. A la pregunta sobre lo que Jesús ha traído realmente a los hombres,
respondíamos en la primera parte de esta obra que Él ha traído a Dios a los pueblos de la tierra
(cf. pp. 69-70). Según su palabra, en la purificación del templo se trata precisamente de esta
intención fundamental: quitar aquello que es contrario al conocimiento y a la adoración
común de Dios, despejar por tanto el espacio para la adoración de todos.
En la misma dirección apunta un pequeño episodio que Juan incluye en el «Domingo de
Ramos».
A este propósito debemos tener presente que, según Juan, la purificación del templo tuvo
lugar durante la primera Pascua de Jesús, al principio de su actividad pública. Los Sinópticos,
en cambio —como ya hemos visto—, sólo relatan una única Pascua de Jesús y, así, la
purificación del templo se sitúa necesariamente en los últimos días de toda su actividad.
Mientras que hasta hace algún tiempo la exégesis partía predominantemente de la tesis de
que la datación de san Juan era «teológica», y no exacta en el sentido biográfico-cronológico,
hoy se ven cada vez más claramente las razones que abogan por una datación exacta, también
desde el punto de vista cronológico, del cuarto evangelistaque, no obstante toda la
impregnación teológica del contenido, se revela también aquí, como en otros casos, informado
con mucha precisión sobre tiempos, lugares y desarrollo de los hechos. Pero no debemos
entrar aquí en esta discusión, a fin decuentas secundaria. Detengámonos sencillamente a
examinar ese pequeño episodio que, para Juan, no está relacionado temporalmente con la
purificación del templo, pero que aclara ulteriormente su sentido intrínseco.
El evangelista dice que había también entre los peregrinos algunos griegos «que habían subido
para adorar en la fiesta» (Jn 12,20). Estos griegos se acercan a «Felipe, el de Betsaida de
Galilea», y le ruegan: «Señor, queremos ver a Jesús» (12,21). En el discípulo con nombre griego
procedente de la Galilea medio pagana ven obviamente a un intermediario que puede
facilitarles el acceso a Jesús.
Esta palabra de los griegos —«Señor, queremos ver a Jesús»— nos recuerda en cierto modo la
visión que san Pablo tuvo de aquel Macedonio que le dijo: «Ven a Macedonia y ayúdanos»
(Hch 16,9). El Evangelio prosigue comentando que Felipe habló con Andrés y ambos
expusieron la petición a Jesús. Como sucede a menudo en el Evangelio de Juan, Jesús responde
de una manera misteriosa y, en aquel momento, enigmática: «Ha llegado la hora en que sea
glorificado el Hijo del hombre. En verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (12,23s). A la solicitud de un grupo
de peregrinos griegos de obtener un encuentro, Jesús contesta con una profecía de la Pasión,
en la cual interpreta su muerte inminente como «glorificación», una glorificación que se
demostrará en la gran fecundidad obtenida. ¿Qué significa esto?
Lo que cuenta no es un encuentro inmediato y externo entre Jesús y los griegos. Habrá otro
encuentro que irá mucho más al fondo. Sí, los griegos lo «verán»: irá a ellos a través de la cruz.
Irá como grano de trigo muerto y dará fruto para ellos. Ellos verán su «gloria»: encontrarán en
el Jesús crucificado al verdadero Dios que estaban buscando en sus mitos y en su filosofía. La
universalidad de la que habla la profecía de Isaías (cf. 56,7)se manifiesta a la luz de la cruz: a
partir de la cruz, el único Dios se hace reconocible para los pueblos; en el Hijo conocerán al
Padre y, de este modo, al único Dios que se ha revelado en la zarza ardiente.
Pero volvamos a la purificación del templo, donde la promesa universalista de Isaías se
entrelaza también con aquella otra palabra de Jeremías: «Habéis hecho de mi casa una cueva
de bandidos» (cf. 7,11). En el contexto de la explicación del discurso escatológico de Jesús
retornaremos aún brevemente a lalucha del profeta Jeremías a propósito y en favor del
templo. Anticipamos aquí lo esencial: Jeremías se bate apasionadamente por la unidad entre
culto y vida en la justicia delante de Dios; lucha contra una politización de la fe, según la cual
Dios debería defender en cualquier caso su templo para no perder el culto. Sin embargo, un
templo que se ha convertido en una «cueva de bandidos» no tiene la protección de Dios.
En la convivencia entre culto y negocios que Jesús combate, Él ve obviamente que se produce
de nuevo la situación de los tiempos de Jeremías. En este sentido, tanto su palabra como su
gesto son una advertencia en la que, sobre la base de Jeremías, se podía percibir también la
alusión a la destrucción de este templo. Pero, como Jeremías, tampoco Jesús es el destructor
del templo: ambos indican con su pasión quién y qué es lo que destruirá realmente el templo.
Esta explicación de la purificación del templo resulta más clara aún a la luz de una palabra de
Jesús que, en este contexto, es transmitida sólo por Juan, pero que de una manera deformada
se encuentra también en labios de los falsos testigos durante el proceso de Jesús, según el
relato de Mateo y Marcos. No cabe duda de que dicha palabra se remonta a Jesús mismo, y es
igualmente obvio que se la debe situar en el contexto de la purificación del templo.
En Marcos, el falso testigo dice que Jesús habría declarado: «Yo destruiré este templo,
edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres» (14,58). Con
eso el «testigo» se aproxima mucho quizás a la palabra de Jesús, pero se equivoca en un punto
decisivo: no es Jesús quien destruye el templo; lo abandonan a la destrucción quienes lo
convierten en una cueva de ladrones, como había ocurrido en los tiempos de Jeremías.
En Juan, la verdadera palabra de Jesús se presenta así: «Destruid este templo y yo en tres días
lo levantaré» (2,19). Con esto Jesús responde a la petición de la autoridad judía de una señal
que probara su legitimación para un acto como la purificación del templo. Su «señal» es la cruz
y la resurrección. La cruz y la resurrección lo legitiman como Aquel que establece el culto
verdadero. Jesús se justifica a través de su Pasión; éste es el signo de Jonás, que Él ofrece a
Israel y al mundo.
Pero la palabra va todavía más al fondo. Con razón dice Juan que los discípulos sólo
comprendieron esa palabra en toda su profundidad al recordarla después de la resurrección,
rememorándola a la luz del Espíritu Santo como comunidad de los discípulos, como Iglesia.
El rechazo a Jesús, su crucifixión, significa al mismo tiempo el fin de este templo. La época del
templo ha pasado. Llega un nuevo culto en un templo no construido por hombres. Este templo
es su Cuerpo, el Resucitado que congrega a los pueblos y los une en el sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre. Él mismo es el nuevo templo de la humanidad. La crucifixión de Jesús
es al mismo tiempo la destrucción del antiguo templo. Con su resurrección comienza un modo
nuevo de venerar a Dios, no ya en un monte o en otro, sino «en espíritu y en verdad» (In 4,23).
¿Qué hay entonces acerca del «zélos» de Jesús? Sobre esta pregunta Juan —precisamente en
el contexto de la purificación del templo— nos ha dejado una palabra preciosa que representa
una respuesta precisa y profunda a la cuestión. Nos dice que, con ocasión de la purificación del
templo, los discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora»
(2,17). Es una palabra tomada del gran Salmo 69, aplicable a la Pasión. A causa de su vida
conforme a la Palabra de Dios, el orante es relegado al aislamiento; la palabra se convierte
para él en una fuente de sufrimiento que le causan quienes lo circundan y lo odian. «Dios mío,
sálvame, que me llega el agua al cuello... Por ti he aguantado afrentas... me devora el celo de
tu templo...» (Sal69,2.8.10).
Los discípulos han reconocido a Jesús al recordar al justo que sufre: el celo por la casa de Dios
lo lleva a la Pasión, a la cruz. Este es el vuelco fundamental que Jesús ha dado al tema del celo.
Ha transformado el «celo» de servir a Dios mediante la violencia en el celo de la cruz. De este
modo ha establecido definitivamente el criterio para el verdadero celo, el celo del amor que se
entrega. El cristiano ha de orientarse por este celo; en eso reside la respuesta auténtica a la
cuestión sobre el «zelotismo» de Jesús.
Esta interpretación encuentra confirmación nuevamente en dos pequeños episodios con los
que Mateo concluye el relato de la purificación del templo.
«En el templo se acercaron a Él ciegos y tullidos, y los curó» (21,14). Al comercio de animales y
al negocio con los dineros, Jesús contrapone subondad sanadora. Ésta es la verdadera
purificación del templo. Jesús no viene como destructor; no viene con la espada del
revolucionario. Viene con el don de la curación. Se dedica a quienes son relegados al margen
de la propia vida y de la sociedad a causa de su enfermedad. Muestra a Dios como Aquel que
ama, y a su poder como la fuerza del amor.
En total armonía con todo esto, además, aparece el comportamiento de los niños, que repiten
la aclamación del Hosanna que los adultos le niegan (cf. Mt 21,15). De estos «pequeños»
recibirá siempre la alabanza (cf. Sal 8,3), de los que son capaces de ver con un corazón puro y
simple, y que están abiertos a su bondad.
Así, en estos pequeños episodios se apunta ya al nuevo templo que Él ha venido a edificar.

FUENTE: "Jesús de Nazaret", Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. Editorial Planeta 2011.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Jue Nov 14, 2013 12:21 pm

El ciego Bartimeo recibe la vista

Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.
Mr 10: 46-52; Mt. 20. 29-34; Lc. 18. 35-43

Jesús y Bartimeo.- Imagen

La antigua Jericó esta a 30 km de Jerusalén, una de las más antiguas ciudades de Palestina.

Camino de Jerusalén llegan a Jericó, Jesús, sus discípulos y muchas personas que le seguían; allí en aquella antiquísima ciudad se producirá la curación de dos ciegos uno de ellos llamado: Bartimeo.

Bartimeo, era hijo de Timeo, un personaje del Nuevo Testamento, es protagonista del último milagro de Jesús, narrado por San Marcos 10, 46-52. Lo curioso de este relato es que nos muestra el nombre del ciego, que es poco usual.

Quien sabe cuántos años estuvo ciego Bartimeo, lo más probable es que haya sido así toda su vida, sin ningún contacto visual con el medio ambiente. De seguro que ya había escuchado lo que Jesús había hecho por otros ciegos y cómo habían recibido la vista. De verdad, cuánto debió haber anhelado ser uno de aquellos que habían conocido a Jesús.

En la orilla del camino se encuentra un hombre pobre y ciego; Bartimeo, quien escucha ruido, voces. Desde el borde del camino, fuera del seguimiento de Jesucristo, se entera de que Jesús está pasando cerca de él, y empieza a gritarle, pero los que acompañaban a Jesús lo callaban, pero Bartimeo buscaba desesperadamente al Señor. Iba a estar clamando hasta que le escuchase. Y Jesús le escuchó y el clamor de Bartimeo hizo que se detuviera. Toda una multitud le seguía, pero el clamor de este ciego mendigo era muy valioso para Él, y lo llamó.

Bartimeo es el primero en llamar públicamente a Jesús: «Hijo de David», una denominación mesiánica, y lo hace después la confesión de Pedro, en la que reconoce a Jesús como el Mesías. Jesús manda traer al ciego. Los que le hacían callar, son los que le dan ánimo para que crea más en Él. Bartimeo se levanta de un salto y tira su manto*, y se acerca a Jesús. Jesús le pregunta que quiere que haga por él y el solamente le pide que recobre su vista ; en ese momento que Jesús le dice que se vaya que su fe que tiene le ha salvado; Bartimeo, deja su antigua vida, por una nueva

*Es muy probable que el manto se trate de un "talit". La palabra griega "jimátion" (ἱμάτιον) es la usada para describir el talit. Mateo 9:20. Como judío, Bartimeo, hijo de honor, debe cumplir con la ordenanza de usar el tallit todo el día, Números 15:37-41. Solo un judío hubiera llamado a Jesús "Hijo de David". La fe que este hombre tuvo en la ley hebrea ahora la deposita en el Mesías.

Al recobrar la vista, lo primero que vieron sus ojos, antes muertos, fue el rostro de Jesús que le mira con gozo, y la alegría inunda sin límites su alma: ha sido objeto de la misericordia de Dios. Ve con el cuerpo y con el alma; percibe todos los matices de la realidad, antes sólo accesibles por el oído, y da gloria a Dios con un entusiasmo sin barrera.
El Señor atiende el clamor de aquellos que le llaman. Para Él, toda alma es muy valiosa, independientemente del color, raza o posición. No se fija en nombres ni títulos sino en los corazones de los humanos y todos, sin excepción alguna, lo necesitamos por igual. Hasta que lo conocen son ciegos, y todos los que le conocen reciben la vista. Hechos 26:18
Solo el Jesús puede dar la luz de la vida. Solo el reunirse con Él puede hacer que un alma reciba su vista, y solo Su morada en el corazón del hombre puede vivificarlo y hacerlo brillar.

Bartimeo pudo haber tenido mil dudas en cuanto al llamar al Señor: “que va a decir la gente; primero debería pedirle al sacerdote que me diga lo que creen sobre Jesús”. Sin embargo el tenia fe y le pidió que lo sanara por que Bartimeo sabía que Jesús podría.

Jesús va a sanar a todos los “ciegos” del alma, que quieran recibir la vista, y que clamen a Él. ÉL pasa junto a nosotros, y no lo vemos, dudamos, no le abrimos la puerta, la puerta de nuestro corazón, pasamos junto de Él y no lo vemos, no le invitamos, no lo visitamos, lo dejamos solo en el Sagrario. Recapacitemos, llamémosle con mucha fe, como Bartimeo y el Señor Jesucristo se detendrá para cada uno de nosotros, así como se detuvo junto a Bartimeo. Se detendrá y nos dará lo que necesitamos: “la luz, la fe, la esperanza, la tranquilidad, la paz..." Somos necios y queremos que sea pronto, sin saber pedir, no sabemos colocarnos en sus manos y que sea lo que Él quiera, y Él sabe que es lo que nos conviene. No dudemos, démosle gracias por lo que tenemos y pidámosle, que aumente nuestra fe.

Fuentes: Párrafo sexto, del libro de S. S. Benedito XVI. Wikipedia. Biblia de Jerusalén. Catholic.net. Un lugar de esperanza.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor ayga127 » Jue Nov 14, 2013 6:00 pm

Breve reflexion

El camino hacia Jerusalén en busca de las raíces cristianas

Después de su ministerio itinerante por Galilea, Jesús, “estando para cumplirse los días de su elevación, tomó la decisión irrevocable de subir a Jerusalén” (Lc 9,51).
Al describir su “subida” a la Ciudad Santa, Lucas presenta a Jesús decidido, con prisa: “marchaba por delante subiendo a Jerusalén” (Lc 19,28); en tensión y angustiado: “con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (Lc 12,50).
El camino de Jesús tiene su meta en Jerusalén, la ciudad “que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados” (Lc 13,34), porque “no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13,33).
Es el viaje mesiánico por excelencia, la “marcha” del Rey Mesías hacia la capital de su reino para la toma de posesión de su trono, un trono de ignominia que se transformará en trono de gloria con la resurrección.
En el camino con Jesús hacia Jerusalén sus discípulos estaban dominados por el espanto: “Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús caminaba delante de ellos; ellos estaban asombrados, y los que les seguían, llenos de miedo” (Mc 10,32).
La misma tensión manifiesta Pablo en su último viaje a Jerusalén. Dice a los ancianos de Éfeso: “Mirad que ahora yo, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente se que en cada ciudad el Espíritu Santa me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones” (Hech 20,22).
Es la última peregrinación de Pablo a la Ciudad Santa. Ante quienes querían persuadirle, con ruegos y lágrimas, que no subiera a Jerusalén pues sería arrestado, el Apóstol responde: “¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hech 21,13).

Esta actitud ha sido constante entre los peregrinos a Tierra Santa.

Para los judeocristianos Jerusalén era el punto de atracción fundamental; una vez concedida la libertad al cristianismo, a partir del siglo IV, los cristianos vuelven en masa a Jerusalén, transformada ya en ciudad cristiana; San Jerónimo se queda a vivir en Jerusalén, como lo había hecho antes Orígenes; la misma cruzada fue ante todo una peregrinación a Jerusalén y, una vez conquistada, los peregrinos-cruzados entran, llorando, en el Santo Sepulcro cantando el Te Deum.

La finalidad del viaje a Oriente de San Francisco, según algunas fuentes era “visitar los Santos Lugares, predicar la fe de Cristo a los infieles y ganarse la corona del martirio”.

Siguiendo el ejemplo de su Padre, los franciscanos, durante casi ocho siglos, han muerto y han sufrido lo indecible para recuperar los Santos Lugares y hacerlos accesibles a los peregrinos de todo el mundo. San Ignacio de Loyola, apenas se sintió atraído por Jesús, vino a Jerusalén en 1523 y hubiera “querido permanecer allí su entera vida” tan fuerte era su amor a Cristo. Como ellos, tantos hombres y mujeres han decidido vivir y morir en Jerusalén para continuar saciando su sed de Dios.

Juan Pablo II, en su peregrinación a Tierra Santa en el año 2000, se sentía lleno de alegría por haber cumplido el gran deseo de llevar a cabo su viaje a los lugares de la salvación, siguiendo las huellas de los innumerables peregrinos que le han precedido. “Ha sido – decía el Papa - como un retornar a los orígenes, a las raíces de la fe y de la iglesia”.

¿Qué tiene Jerusalén que atrae a todos tan profundamente? ¿Qué empuja al peregrino cristiano a venir a Jerusalén?
Desde el inicio de la era cristiana, los creyentes han “vuelto” a la Jerusalén “terrestre” para “ver” con sus propios ojos y “tocar” con sus propias manos al Verbo de la Vida que allí se ha manifestado.

La Ciudad Santa es el lugar del encuentro con Cristo. Jerusalén es, además, el lugar del nacimiento de la Iglesia, nuestra Madre, y donde se comprende mejor la figura de María; en Jerusalén se encuentran los otros hermanos en Cristo, que se han separado de nosotros, y que sólo en la Ciudad Santa se sienten “ciudadanos”, porque ella es la patria del Redentor común; Jerusalén es el lugar de encuentro de los creyentes en el único Dios y patrimonio de la humanidad, porque Dios es el Padre de todos; Jerusalén es símbolo y signo de paz y de concordia, signo vivo del gran ideal de unidad, de fraternidad y de convergencia entre los pueblos, porque todos en Cristo formamos una sola familia.

Es por estas razones que Jerusalén debe ser una ciudad “abierta a todos”.


Fuente:
Fr. Artemio Vítores, ofm
Vicario de la Custodia de Tierra Santa
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor Limaobo » Vie Nov 15, 2013 3:19 pm

Cómo fue conquistada la ciudad de Jerusalén?

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Decirlo en dos palabras
La conquista de Jerusalén fue uno de los acontecimientos más importantes de toda la historia de Israel. Ningún otro hecho posterior influirá tanto en la vida y en el pensamiento de los israelitas, como la toma de esta ciudad por parte del rey David. Sin embargo, a pesar de la importancia excepcional que tuvo aquel suceso, la Biblia apenas le dedica 3 versículos para contarlo (2 Samuel 5,6-8). Los cuales, para peor, están redactados de una manera tan oscura y sibilina, que prácticamente resulta imposible entender qué sucedió ese día, ni cómo fue la conquista. Esto ha llevado a los estudiosos bíblicos a proponer, a lo largo de los siglos, las más diversas interpretaciones.
El texto dice así: "El rey con sus hombres marchó hacia Jerusalén para atacar a los yebuseos que vivían en esa región. Se le dijo a David: «No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos». Querían decir: "No entrará David aquí". Pero David conquistó la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Dijo David ese día: «Todo el que quiera atacar a los yebuseos que tome el sinnor. Y a los ciegos y rengos, David los aborrece con toda el alma». Por eso se dice: «Ni los ciegos ni los rengos pueden entrar en el Templo»".
¿Qué significa este párrafo? ¿Cómo fue realmente la conquista de Jerusalén? ¿Por qué la Biblia lo cuenta en tan pocas líneas, cuando otros hechos menos importantes (como por ejemplo la conquista de Jericó) aparecen descritos mucho más ampliamente? ¿Hay algo que el relator quiso ocultar? ¿O es que no se trató de un acontecimiento demasiado glorioso?

El dios del atardecer
La ciudad de Jerusalén fue fundada alrededor del año 4000 a.C, por un grupo de pobladores de origen desconocido. Se alzaba sobre una pequeña colina de 100 metros de altura, llamada Ofel, en el país de Canaán. En aquel tiempo Jerusalén no era aún una verdadera ciudad, sino apenas un caserío compuesto por un conjunto de grutas excavadas en las rocas, que servían de viviendas a sus primitivos habitantes.
Pero hacia el año 3000 a.C. llegó a Canaán un pueblo procedente de Siria, que le cambiará la vida y la historia a la ciudad: eran los yebuseos. Estos inmigrantes, no bien llegaron, descubrieron las ventajas de la estratégica colina. Por una parte contaba con una fuente de agua vecina, lo cual resultaba indispensable para la supervivencia en aquella calurosa región. Por otra, la colina se hallaba rodeada de profundos valles (al este corría el Cedrón, al oeste el Tyropeón, al sur estaba aislada por la confluencia de ambos valles, y al norte por una hondonada del terreno), lo cual le ofrecía una excelente protección en caso de un ataque militar enemigo. Por estas razones, los yebuseos decidieron conquistar el lugar e instalarse allí.

La ciudad pasó a llamarse Urushalim, que significa "fundación de Shalim", porque Shalem era el dios yebuseo del crepúsculo, al cual ellos le habían dedicado un santuario en lo alto de la colina.
Con el paso del tiempo los yebuseos se dieron cuenta de que era necesario proteger su capital con un muro de defensa, a fin de hacerla más segura frente a las constantes incursiones de los pueblos vecinos. Y así, en el año 1800 a.C. edificaron una fuerte muralla alrededor del poblado, la cual se convirtió en la primera fortificación que tuvo Jerusalén en su historia, y la que la transformó en una verdadera ciudad.

Los nuevos inmigrantes
Siglos más tarde se produjo la llegada de las tribus israelitas a Canaán. Y con ellas el panorama cambió. Poco a poco fueron penetrando en el país y tomando posesión de las tierras, unas en la zona norte (en las regiones que más tarde se llamarán Galilea y Samaria), y otras en el sur (la Judea). Así comenzó lentamente lo que se conoce como la "conquista de la Tierra Prometida": atacaron y se apoderaron de las ciudades enemigas, los pueblos, las aldeas, los campos, las montañas. Y cuando no podían derrotar a alguna ciudad demasiado poderosa, entonces hacían un pacto con ella, se instalaban a su lado y se quedaban a vivir en el mismo territorio.
Pero los israelitas nunca llegaron a dominar todo el territorio de Canaán, ya que doscientos años después de su llegada aún quedaban numerosas ciudades sin conquistar, especialmente en la zona de la costa y la llanura.

Un rey con dos reinos
En al año 1020 a.C. ocurrió un hecho de trascendental importancia: las tribus de Israel decidieron por primera vez tener un rey para que las gobernara. Estaban cansadas de ser dirigidas por caudillos esporádicos, que surgían en momentos de peligro para defenderlas, pero que desaparecían en cuanto éstos cesaban. Querían, a semejanza de los otros pueblos vecinos, tener estabilidad política y una conducción fuerte que les permitiera enfrentar a sus enemigos con mayor probabilidad de éxito.

El elegido fue un miembro de la tribu de Benjamín, llamado Saúl, que se convirtió así en el primer rey de Israel.
Si bien Saúl consiguió durante su reinado varios éxitos militares, sin embargo su vida tuvo un trágico final, pues en el año 1008 a.C. fue vencido en una sangrienta batalla por sus tradicionales enemigos, los filisteos, en las montañas de Gelboé. Al verse herido y derrotado, Saúl se suicidó. Y para peor, en esa misma batalla murieron también tres de los hijos de Saúl, con lo cual todas las esperanzas puestas en la familia real se derrumbaron.
Pero las tribus israelitas no se desanimaron, y eligieron a un joven llamado David, procedente de las tribus del sur, para que reemplazara en el trono al fallecido monarca. David, que por entonces era ya un experto militar, aceptó gustoso la propuesta, y pasó a ser el segundo rey que tuvo Israel. Instaló su nueva capital en la ciudad de Hebrón, y desde allí gobernó el país, ganándose el respeto y la estima de todos sus súbditos por su sabiduría y prudencia.

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Para evitar los celos

David llevaba ya más de 7 años como rey, cuando advirtió un serio problema interno en el país. La ciudad desde donde él mandaba, Hebrón, se hallaba en pleno territorio sureño. Y esto suscitaba la desconfianza y los recelos de las tribus del norte, que no veían con buenos ojos a un rey, procedente del sur, que además los gobernara desde el sur. Era necesario encontrar una capital más al norte, que pudiera ser vista como neutral por todas las tribus israelitas.
Fue entonces cuando David dirigió sus ojos hacia Jerusalén.
Corría el año 1000 a.C, y Jerusalén seguía siendo habitada por los yebuseos, sus antiguos moradores. A pesar de los varios intentos que habían hecho las tribus israelitas por capturarla (Jue 1,8), nunca habían logrado vencer sus murallas ni doblegar su poderío (Jue 1,21). Por eso, luego de sus frustradas ofensivas, habían aprendido a respetarla y a convivir pacíficamente con los yebuseos como buenos vecinos. Más aún: habían hecho un pacto con ellos de no agresión, jurándose mutuamente respetar sus distritos, sin invadirse ni atacarse.
Al abrigo de este acuerdo, Jerusalén había crecido. Ahora ocupaba la extensión de unas 5 manzanas sobre la colina del Ofel, y su población alcanzaba ya los 2.000 habitantes, los cuales habían llegado a construir una fortaleza, para proteger mejor la ciudad en caso de ataque, a la que llamaron Sión (2 Sm 5,7).

"Te echarán los ciegos y los rengos"

David se dio cuenta de que Jerusalén era la ciudad que necesitaba. Se encontraba estratégicamente ubicada, tenía poderosas murallas, estaba justo a mitad de camino entre el norte y el sur. Y, lo más importante, se trataba de una ciudad perfectamente neutral, ya que nunca había pertenecido a ninguna tribu hebrea.
El rey, entonces, tomó la drástica decisión de marchar contra ella y capturarla. El ataque, dice la Biblia, lo realizó David "con sus hombres", es decir, con el pequeño ejército personal que él tenía, y no con el ejército regular formado por las tribus israelitas. De este modo, el triunfo se debería sólo a David, y no a las tribus hebreas.
Cuando los yebuseos se enteraron de que David estaba preparando un ataque, quedaron pasmados. ¿No habían acordado, acaso, un pacto de no agresión, mediante una alianza? ¿Cómo era posible que ahora el rey de Israel tramara una batalla contra ellos?

Los yebuseos, entonces, prepararon todo para el combate, de manera tal que cuando llegó David con sus hombres a poner sitio a la ciudad, la encontraron pertrechada tras sus murallas. Antes de comenzar la refriega, los yebuseos le recordaron a David el convenio que tenían ambos pueblos. Éste parece ser el sentido de la enigmática expresión que trae el relato: "No entrarás aquí, porque te echarán los ciegos y los rengos". En efecto, actualmente los arqueólogos han descubierto que en muchos tratados y pactos antiguos solía recurrirse a la magia, maldiciones y maleficios, como una manera de obligar a cumplirlos y de amenazar a quien los rompiera. Y eso fue lo que, según el texto bíblico, hicieron los yebuseos con David y sus hombres: les recordaron que en caso de atacar la ciudad, serían como ciegos y rengos, es decir, caerían bajo el hechizo de la maldición que ambos habían pronunciado. Por eso el relato aclara: "Lo que querían decir era: No debe entrar David aquí".

Atacar el misterioso "sinnor"
Sin embargo David estaba resuelto a tomar la ciudad. La pregunta era: ¿cómo lo haría? Porque más allá de la maldición que la protegía, Jerusalén contaba con unas resistentes murallas defensivas, que habían resultado inexpugnables a lo largo de su historia.
Pero David tenía un plan secreto: atacar el "sinnor". ¿Qué era el "sinnor"? Esta palabra hebrea durante siglos se mantuvo como un enigma indescifrable, ya que no se sabía bien qué significaba; y por eso se propusieron para ella las más variadas interpretaciones. Pero hoy parece que los arqueólogos han descubierto su sentido; y con él, el plan secreto de David.
Lo que sucedió fue lo siguiente: David sabía que la magnífica Jerusalén tenía un punto débil: su provisión de agua. En efecto, la fuente que abastecía a la ciudad se hallaba afuera de las murallas, al pie de la pendiente oriental de la colina. El agua brotaba, a intervalos regulares, dentro de una gruta que, con forma de pileta, servía como depósito natural del líquido. Y una vez que se llenaba esa gruta, el agua sobrante rebalsaba y fluía por la pendiente de la colina, hasta perderse en el fondo del valle.
Ahora bien, en época de paz las muchachas de la ciudad salían cada mañana con sus cántaros al hombro, y bajaban hasta la gruta a buscar el agua que necesitaban para ese día. Pero ¿qué hacían en tiempos de guerra, cuando las murallas se cerraban y nadie podía salir de la ciudad?
Para solucionar el problema los yebuseos habían ideado un ingenioso sistema hidráulico. Desde el interior de las murallas excavaron un túnel vertical, a través de la roca de la montaña, hasta alcanzar el nivel de la fuente de agua. Desde allí excavaron otro túnel horizontal, hasta desembocar en la gruta donde brotaba el agua. De ese modo, en caso de un ataque enemigo, los yebuseos no tenían más que bloquear herméticamente la entrada exterior a la gruta, y entonces el agua en vez de fluir hacia afuera fluía hacia el túnel horizontal que habían hecho, hasta llenarlo; y una vez allí, con cuerdas y baldes se la podía hacer subir por el túnel vertical, sin necesidad de salir de la ciudad.

El talón de Aquiles
Ahora bien, ¿cuál fue la estratagema ideada por David para tomar Jerusalén? Simplemente desbloquear la puerta de entrada de la gruta del agua, que había sido clausurada y camuflada por los yebuseos. Así, el agua en vez pasar hacia el túnel interior se volcó hacia afuera, hacia el valle, y todo el sistema hidráulico construido por los yebuseos quedó inutilizado. Sin su líquido vital, los sitiados no tuvieron más remedio que rendirse y entregar la ciudad.
Por lo tanto, el "sinnor" no era otra cosa que la puerta de entrada de la gruta donde brotaba el agua. Y la expresión "atacar el sinnor" significa simplemente "desbloquear la puerta de la gruta".
Pero ¿cómo se enteró David del sistema que empleaban los yebuseos para abastecerse de agua en épocas de guerra? Es muy poco probable que hayan permitido a los extranjeros curiosear por el interior de la ciudad, y menos aún en los túneles secretos, o en los lugares estratégicos, de los que dependía la seguridad militar de la ciudad.
Pero la verdad es que los yebuseos tampoco podían esconder demasiado celosamente aquella fuente de agua, que en tiempos normales de paz se derramaba abundantemente hacia el valle del Cedrón, ante la vista de todo el mundo. En definitiva, la confidencial puerta de la fuente de agua resultó ser un "secreto a voces" para cuantos pasaban por las afueras de la ciudad, sean extranjeros o habitantes de Jerusalén. El líquido sobrante que, luego de llenar la gruta, salía hacia el exterior y corría a través del valle, era el talón de Aquiles de la ciudad, que la ponía en serio peligro en caso de un ataque enemigo. Y más todavía si el enemigo había vivido por muchísimos años a pocos pasos de Jerusalén.
David, pues, no tuvo necesidad de espías ni de delatores para conocer el lugar exacto del sinnor y la forma de tomarlo.

Sin mayores comentarios
El rey David conquistó la ciudad de Jerusalén sin arrojar una sola flecha, sin un solo muerto, sin heridos y sin librar combate alguno. Presionándolos con el agua, simplemente obligó a los yebuseos a firmar un nuevo pacto, mediante el cual le permitían a él instalar allí su capital, su palacio y su lugar de culto. Pero sin exigirle a sus habitantes que abandonaran la ciudad. Les permitió seguir viviendo junto a él y a sus hombres, en la ciudad que durante siglos había sido su capital.
Por eso tampoco el relato menciona a ningún rey enemigo vencido ni depuesto por David luego de la toma de la ciudad, como es habitual en los relatos de conquista militar.
La conquista de Jerusalén, pues, aconteció sin penas ni gloria, desde el punto de vista castrense. Fue un episodio insignificante en los anales militares de Israel. Por eso el autor del libro de Samuel lo menciona poco menos que de pasada, casi con vergüenza, como quien tiene poco que contar y menos que festejar.
Pero algunos años más tarde, cuando Jerusalén se convirtió en la ciudad más sagrada de Israel, y cuando David se convirtió en el rey más grande de su historia, entonces otro autor volvió a escribir la historia de David y de sus proezas. El relato está en el Libro de las Crónicas. Y cuando llegó a la conquista de Jerusalén (1 Cro 1,4-6), no la contó como el libro de Samuel, sino de la siguiente manera: "Marchó David con todo Israel contra Jerusalén, o sea, Yebús. Los habitantes del país eran yebuseos. Y decían los habitantes de Yebús a David: «No entrarás aquí». Conquistó David la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Y dijo David: «El que primero ataque a los yebuseos será jefe y capitán». El primero en atacar fue Joab, hijo de Sarvia, y se convirtió en jefe".

La ciudad que espera
El libro de Samuel, pues, decía que la conquista la realizó David y sus hombres. Crónicas, en cambio, dice que fue "todo Israel", como si se hubiera tratado de una gran epopeya nacional, realizada por las doce tribus. El libro de Samuel menciona lo de los "ciegos y rengos". Crónicas, en cambio, no entiende a qué se refiere esto, y como le parece absurdo lo elimina. El libro de Samuel menciona la orden de atacar el "sinnor". Crónicas, en cambio, no sabe qué es el sinnor, y no lo pone. El libro de Samuel terminaba ahí su relato. Crónicas, en cambio, añade algo fundamental: un ataque militar a la ciudad, presidido por el general Joab, que se convirtió en jefe del ejército de David.
El libro de Samuel contiene el relato original de la intrascendente conquista de Jerusalén. Crónicas, en cambio, inspirado asimismo por Dios, añadió ciertos cambios y ampliaciones, y lo convirtió en una verdadera hazaña nacional. Y así recuperó, para la Biblia y para sus lectores, el verdadero sentido de aquel episodio: el haber sido una gloriosa empresa de Israel, pues Dios había destinado a Jerusalén para que fuera la ciudad central de sus bendiciones: la que vio morir y resucitar a Jesucristo, el teatro de la redención del mundo, la ciudad de paz, que aún espera irradiar a toda la humanidad los efectos de la salvación.

La Torre de David actualmente:

Imagen

Les recomiendo enormemente que vean este video, luego lo cuelgo en el apartado para solo videos.

http://www.youtube.com/watch?v=WKtONhQ7ObM

Paz y Bien :)



http://mercaba.org/FICHAS/Didascalia/0c ... udad_d.htm
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor Pascu » Vie Nov 15, 2013 5:28 pm

Quería compartir con ustedes un pequeño fragmento que me gustó mucho del libro “Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI en el capítula que trata acerca de la entrada triunfal en Jerusalén.
“Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su “subida” hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo”

También aprovecho para compartir el link de un video sobre la Celebración del Domingo de Ramos en la misma ciudad de Jerusalén. (Aclaro que cuando lo vi tardó mucho en cargarse pero es muy bonito y vale la pena esperar para poder verlo)
http://www.fmcterrasanta.org/es/liturgias-en-los-santos-lugares.html?vid=4082

Este año la celebración del Domingo de Ramos en Jerusalén contó con la presencia de 35.000 personas. La procesión partió desde la iglesia de Betfagé (dónde Jesús montó en el burro), en medio de cánticos. Cuando la multitud de fieles y peregrinos llegó al convento de Santa Ana (en la Puerta de los Leones de la Ciudad Santa) el Patriarca Latino de Jerusalén, los bendijo y pronunció unas palabras: “Hoy, nuestra procesión es de salvación, el Señor mismo es nuestra salvación. Jesús, el Rey de la Paz, llegó a Jerusalén, ciudad que jamás ha conocido la paz” manifestó Mons. Fuad Twal, destacando que esta procesión respira un simbolismo de paz, alegría, sencillez y rechazo a toda violencia. El patriarca concluyó invitando a que todos “dejásemos entrar en nuestros corazones y vidas” al Señor para que Él sane “nuestras heridas y nuestras divisiones, para que nos fortalezca en nuestras debilidades y nos dé la fuerza para perseverar en medio de las dificultades”.

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Fuentes: Jesús de Nazareth, de S.S. Benedicto XVI; Franciscan Media Center y la página web oficial del Patriarcado Latino de Jerusalén.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Vie Nov 15, 2013 9:31 pm

Didajé

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Didajé ó Didaché, significa "enseñanza", "doctrina", "instrucción"

El mejor manuscrito griego de esta obra encontrada en Jerusalén, llevaba el doble titulo "Doctrina de los doce apóstoles" y "Doctrina del Señor por los doce Apóstoles a los Gentiles". Probablemente escrita en Antioquia entre los años 50 - 70 dC.

San Atanasio, Doctor de la Iglesia, nació en Antioquia hacia el año 300 dC, y Eusebio de Cesaréa, 260 - 337 dC, iniciador de la Historia Eclesiástica, hablan de la "Didajé", que explica la liturgia de los Sacramentos. Del Bautismo con su fórmula "trinitaria", de la Eucaristía, del perdón de los pecados mediante la Confesión.

Fija los días de ayuno y otras normas disciplinarias, habla también del Domingo como Día del Señor.

La Didajé era un catecismo entre los cristianos del siglo primero, muy cercano a Jesús.

Fuentes: Biblia de Jerusalén. Grupo de Biblia de la Parroquia
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor tralalá » Sab Nov 16, 2013 10:32 am

«¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David!
¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).Imagen

El Reino de DIOS sigue creciendo e instalándose entre nosotros con nuestra colaboración o sin ella.
Procuremos contribuir a la construcción del Reino porque dijo Jesucristo:
"el que no está conmigo, está contra mí" (Mt/12/30).
Y también:
“Buscad el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas se os darán por añadidura”(Mt 6.33).
Todo sea para la mayor honra y gloria de DIOS por
amor a Jesús, María y José.
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Acompáñennos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor AMunozF » Mar Nov 19, 2013 1:57 pm

------------------------------------------------------------ LA LUCHA INTERIOR ------------------------------------------------------------

Soporta las dificultades como buen soldado de Cristo Jesús, nos dice San Pablo. La vida del cristiano es milicia, guerra, una hermosísima guerra de paz, que en nada coincide con las empresas bélicas humanas, porque se inspiran en la división y muchas veces en los odios, y la guerra de los hijos de Dios contra el propio egoísmo, se basa en la unidad y en el amor. Vivimos en la carne, pero no militamos según la carne. Porque las armas con las que combatimos no son carnales, sino fortaleza de Dios para destruir fortalezas, desbaratando con ellas los proyectos humanos, y toda altanería que se levante contra la ciencia de Dios. Es la escaramuza sin tregua contra el orgullo, contra la prepotencia que nos dispone a obrar el mal, contra los juicios engreídos.

En el Domingo de Ramos, cuando Nuestro Señor comienza la semana decisiva para nuestra salvación, dejémonos de consideraciones superficiales, vayamos a lo central, a lo que verdaderamente es importante. Mirad: lo que hemos de pretender es ir al cielo. Si no, nada vale la pena. Para ir al cielo, es indispensable la fidelidad a la doctrina de Cristo. Para ser fiel, es indispensable porfiar con constancia en nuestra contienda contra los obstáculos que se oponen a nuestra eterna felicidad.

Sé que, en seguida, al hablar de combatir, se nos pone por delante nuestra debilidad, y prevemos las caídas, los errores. Dios cuenta con esto. Es inevitable que, caminando, levantemos polvo. Somos criaturas y estamos llenos de defectos. Yo diría que tiene que haberlos siempre: son la sombra que, en nuestra alma, logra que destaquen más, por contraste, la gracia de Dios y nuestro intento por corresponder al favor divino. Y ese claroscuro nos hará humanos, humildes, comprensivos, generosos.

No nos engañemos: en la vida nuestra, si contamos con brío y con victorias, deberemos contar con decaimientos y con derrotas. Esa ha sido siempre la peregrinación terrena del cristiano, también la de los que veneramos en los altares. ¿Os acordáis de Pedro, de Agustín, de Francisco? Nunca me han gustado esas biografías de santos en las que, con ingenuidad, pero también con falta de doctrina, nos presentan las hazañas de esos hombres como si estuviesen confirmados en gracia desde el seno materno. No. Las verdaderas biografías de los héroes cristianos son como nuestras vidas: luchaban y ganaban, luchaban y perdían. Y entonces, contritos, volvían a la lucha.

No nos extrañe que seamos derrotados con relativa frecuencia, de ordinario y aun siempre en materias de poca importancia, que nos punzan como si tuvieran mucha. Si hay amor de Dios, si hay humildad, si hay perseverancia y tenacidad en nuestra milicia, esas derrotas no adquirirán demasiada importancia. Porque vendrán las victorias, que serán gloria a los ojos de Dios. No existen los fracasos, si se obra con rectitud de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios, contando siempre con su gracia y con nuestra nada.

Fuente | Autor : http://www.escrivaobras.org/book/es_cri ... nto-76.htm
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor sorines » Mar Nov 19, 2013 3:42 pm

Jesús anuncia el Reino de Dios.

La novedad de Jesús consiste en el anuncio del Reino de Dios. Muchos han tratado y tratan de definirlo, pero el mismo Jesús no hizo tal definición, sino que nos dejó algunas parábolas, sus Palabras, sus hechos y acciones, sus enseñanzas, sus consejos, como si estuviera queriéndonos transmitir que ese reino no se trata de definiciones y conceptualizaciones sino de vivencias, seguimiento y fe. Es como si estuviera comunicándonos que nos toca a nosotros mismos buscar y realizar dicho reino con lo que somos y tenemos, no razonando sino actuando y actuando bien. Por tanto pudiera suceder que cualquier descripción que se trate de hacer sobre el Reino de Dios, pudiera resultar una aproximación, porque Dios siempre va más allá. Muchos también se han dado a la tarea de analizar y buscar cuales son los textos evangélicos que más nos aclaran lo que es ese Reino de Dios. Y ciertamente son muchos, ¡son todos!

Jesús es novedad desde que comienza el Evangelio escrito, desde que abrimos el Nuevo Testamento. Pero también es novedad en cada momento de la existencia humana. Lo cual deja ver y reconocer que su llegada y su paso por este mundo no es un cuadro plástico inmóvil que quedó impreso hace dos mil años más o menos. Él sigue actuando y propiciando el Reino de Dios entre nosotros.

En el Antiguo Testamento ya se esperaba el Reino de Dios, se hablaba del Reino de Dios: “El Señor será vuestro rey", leemos en el libro de los Jueces (8, 23). Entre luchas y tendencias se fue desarrollando en el pueblo de Israel, la idea de un reino terrenal y político, lo cual los llevó pedir un rey que los gobernara, así como también un reino y un reinado espiritual y trascendente en el que Dios, el “Señor de los ejércitos” era el soberano. Por medio de la Alianza y su conciencia de la predilección de Dios por ellos, el pueblo vive un sometimiento a Dios, una relación con Dios como su rey aunque también mantienen una relación con el rey terreno. Pero, sufrieron la decepción del reinado terrenal por sus actuaciones y su vida, fue surgiendo nuevamente la idea y la esperanza de un reinado mesiánico que llegaría y que se transmitió de generación en generación. El profeta Isaías en su capítulo once anticipa ya una visión de lo que será el Reino de Dios. Y es, según mi fe y entendimiento, la idea que más se aproxima a lo que es realidad es el Reinado de Dios.

Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e inteligencia espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yavé y para respetarlo, no juzgará por las apariencias ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el derecho de los pobres del país. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al malvado. Tendrá como cinturón la justicia, y la lealtad será el ceñidor de sus caderas. El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león y un niño chiquito los cuidará. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey. El niño de pecho jugará sobre el nido de la víbora, y en la cueva de la culebra el pequeñuelo meterá su mano. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenará la tierra del conocimiento de Yavé. (Is. 11, 1-9)

Nos dice hermosamente san Pablo en su Carta a los Gálatas:

Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! (Gal.4, 4-6)

He querido traer en este tema, con unas tiras, que al parecer son infantiles, lo que dice el personaje Jesús de su llegada, y de su Reino. Creo que es muy acertado y real.

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El Reino de Dios del que habla Jesús es un estilo de vida, que anticipa el cielo aquí en la tierra, para continuar allá al final de esta vida terrena en una fase mesiánica escatológica. De eso pudieron hablar muy bien los santos, ellos son los que más y mejor han entrepretado y llevado a la práctica con su propia vida ese Reino que significa cumplir la voluntad de Dios en todo momento, vivir en relación íntima con El, ser hermano, ser humano, ser fraterno, no juzgar, respetar al otro, ser misericordioso, en una palabra vivir en el amor cristiano, sin dobles telas, sin dobles objetivos, sin ambiciones. Es vivir como dice Isaías “juntos el lobo y el cordero en paz y armonía.”

Fuentes consultadas:

http://www.mercaba.org/DicTF/TF_reino_de_dios.htm
http://encuentra.com/reino_de_dios/el_r ... nto_12785/
José Luis Martin Descalzo, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret II, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1987, págs. 13 ss.
NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE. SOLO DIOS BASTA. QUIEN A DIOS TIENE NADA LE FALTA.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor Sergio Arturo » Mar Nov 19, 2013 8:22 pm

ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN
Más por un día, al menos, será semejante al Rey que los pobres esperan todas las mañanas del año a las puertas de la santa ciudad.
Pero esta vez Jesús no entra, como otras veces, oscuro caminante mezclado con el río de la peregrinación, en la metrópoli maloliente, tendida, con sus casas blancas como sepulcros, bajo las soberbias torres del Templo destinado al incendio. Esta vez, que es la última, Jesús está acompañado de sus fieles, de sus próximos, de sus paisanos, de las mujeres que llorarán; de los Doce que se esconderán; de los galileos que van para conmemorar un milagro nuevo. Esta vez no está solo: la vanguardia del Reino está con Él. Y no llega ignorado; el grito de las resurrecciones le ha precedido. También en la capital donde reinan el hierro de los romanos, el oro de los mercaderes, la casta de los fariseos, hay ojos que espían hacia el monte de los Olivos y corazones que laten de un modo desusado.
Esta vez no quiere entrar a pie en la ciudad que, debiendo ser trono de su reino, le ofrecerá un sepulcro. Llegado a Betfagé, envía a dos discípulos en busca de un asno. Lo hallarán atado en una cerca: que lo suelten y se lo lleven sin pedir permiso a nadie. Si el amo os dice algo, responded que el Señor lo necesita.
Se ha dicho con harta frecuencia que Jesús quiso por cabalgadura un asno en señal de humildad y mansedumbre, como si quisiera significar simbólicamente que iba hacia su pueblo como Príncipe de la Paz. Pero se ha olvidado que los asnos, en la juventud de los tiempos y de la fuerza, no eran los pacientes burros de carga de hoy día, huesos cansados en desgarrada piel, venidos a menos en tantos siglos de esclavitud, dedicados únicamente a llevar cestas y sacos por los pedruscos de las cuestas empinadas. El asno antiguo era animal bravo y guerrero; hermoso y gallardo cuanto el caballo. Homero entendía de parangones y no quiso ciertamente menospreciar a Áyax el forzudo, el magnífico Áyax, cuando se le ocurrió compararle con el asno. Pero los hebreos veían en los asnos sin domar ocasión para otros parangones. “El hombre es mentecato y temerario de corazón –dice Sofar Naomatita a Job- y nace semejante a un potro de asno salvaje.” Y Daniel cuenta que cuando Nabucodonosor, en expiación de sus tiranías, “fue arrojado entre los hombres, su corazón descendió hasta semejar el de los animales, y su morada fue con los asnos salvajes”.
Jesús ha pedido expresamente un asno sin domar, en el cual no haya montado nunca nadie, semejante, en suma, al asno salvaje. Porque en aquel día la bestia por Él escogida no representa simbólicamente la humildad del caballo, sino más bien al pueblo judío, que será domado por Cristo; el animal indócil y terco, duro de cuello, que ningún monarca ni profeta pudo domar y que hoy está atado al palo, como Israel está atado con la cuerda romana bajo la torre Antonia. Mentecato y temerario de corazón como en l libro de Job; compañía adecuada al rey de la pésima vida, esclavo de los extranjeros, pero al mismo tiempo recalcitrante y rebelde hasta el término de todo tiempo, el pueblo hebreo ha hallado, al fin, su jinete. Solo por un día: también se rebelará contra Él, contra el legítimo, aquella misma semana, pero por poco tiempo, derrocado, y la estirpe deicida será dispersa, como la paja del eterno cribador, sobre la faz de la tierra.
Tan dura es la grupa del asno, que los amigos le echan sus capas por encima. Pedregosa es la cuesta que baja del monte de los Olivos, y los compañeros, jubilosos. Arrojan sobre el pedregal sus mantos de fiesta. Acto, también de consagración. Quitarse el manto es principio de desnudez, principio de desnudez que es deseo de confesión y muerte de la falsa vergüenza desnudez del espíritu. Voluntad de amor en la suprema limosna: dar cuanto tenemos. “Si alguien te pide la túnica, tú dale también el manto.”
Y empieza el descenso al calor del sol y de la gloria, entre ramos recién cortados e himnos del saludo de esperanza.
Era el comienzo del bello abril y de la primavera. La hora dorada del mediodía se extendía entorno a la ciudad, por los campos despiertos, por las viñas verdes y los huertos, con su rusticidad fortificante. El cielo, abierto al infinito, era de una serenidad maravillosa. El inmenso cielo, flor de lis, lindo y gozoso como una dulce promesa. No se veían las estrellas, pero, sin embargo, parecía relucir, junto con nuestro sol, la quieta brillantez de los demás soles distantes. Un viento tibio, todavía sabroso a paraíso, inclinaba con suavidad las ingenuas cimas de los árboles y cambiaba el color de las tiernas hojas vírgenes. Era uno de esos días en que el azul parece más azul; el verde, más verde; la luz, más brillante, el amor más amoroso.
Los que acompañaban a Cristo en su descenso sentíanse arrobados en aquel feliz arrebato del mundo y del momento. Nunca, como en aquel día, habíanse sentido tan llenos de esperanza y de adoración. El grito de Pedro se convertía en el grito del ejército pequeño y fervoroso que bajaba hacia la ciudad reina “Hosanna al hijo de David”, decían las voces de los jóvenes y de las mujeres. También los discípulos, aun advertidos de que aquél sería el último sol, aunque saben que aquél es el acompañamiento de un moribundo, también los discípulos, tras aquel júbilo impetuoso, vuelven a esperar.
El cortejo se aproximaba a la ciudad misteriosa, sorda y enemiga, con la furia sonora de un torrente desbordado. Estos campesinos, estos aldeanos, van delante, rodeados de un móvil simulacro de bosque, como queriendo llevar, dentro de las murallas hediondas, a las estrechas callejas, un poco de campo y de libertad. Los más atrevidos han cortado a lo largo del camino ramas de palmeras, ramas de olivo, ramas de mirto, ramas de sauce, como para la fiesta de los Tabernáculos. Y las agitan en alto mientras claman las apasionadas palabras de los salmos mirando al ardiente rostro del que viene en nombre de Dios.
Ahora ya la primera legión cristiana está a las puertas de Jerusalén y las voces de homenaje no se callan: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Estos gritos llegan a oídos de los fariseos, que han acudido, altivos y severos, a ver qué sediciosa gritería era aquélla. Y los gritos han escandalizado a aquellos prudentes oídos, han conturbado a aquellos corazones recelosos. Algunos de ellos, bien envueltos en sus capas doctorales, gritan a Jesús de entre la muchedumbre: “¡Maestro, reprende a tus discípulos! ¿No sabes que tales palabras solo al Señor pueden dirigirse y al que venga en su nombre?”.
Y Él, sin detenerse,
-¡Yo os digo que si éstos callan, gritarán las piedras!
Las piedras tácitas e inmóviles que Dios, según Juan, hubiera podido transformar en hijos de Abrahán; las ardientes piedras del desierto, que Jesús no quiso cambiar en panes, aunque invitado a ello por el Adversario; las enemigas piedras de los caminos que por dos veces fueron ya recogidas para lapidarlo; las piedras sordas de Jerusalén, eran menos sordas, menos insensibles que el alma de los fariseos.
Pero con aquella respuesta, Jesús ha confirmado se el Cristo. Es, además, una declaración de guerra. En efecto, el nuevo Rey, apenas entrado en su ciudad, da la señal del asalto.
Sergio Arturo
 
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor Betancourt » Jue Nov 21, 2013 10:20 am

Evangelio: Lucas 19,41-44
"¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!"

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: "¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida."

(Es el evangelio de hoy, perfecto para este tema)
Yariana Betancourt
El amor de Dios es maravilloso!
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor zbenedetti » Sab Nov 30, 2013 11:12 am

Tomado de Internet y wikipedia

Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la resurrección, es un libro escrito por Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI) publicado en el año 2011 siendo, éste, la segunda parte a la trilogía dedicada a la vida de Jesús de Nazaret. Como indica su título, el autor hace una exégesis sobre los pasajes de la vida de Jesús desde su entrada a Jerusalén hasta su resurrección.

Este libro recoge la parte más importante de la vida de Jesús y, por tanto, la reflexión más esperada del Papa Benedicto XVI:
«En el gesto de las manos que bendicen se expresa la relación duradera de Jesús con sus discípulos, con el mundo. En su ascensión Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios. Por eso, los discípulos pudieron alegrarse cuando volvieron de Betania a casa. Por la fe sabemos que Jesús, al bendecir, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Esta es la razón permanente de la alegría cristiana».

ENTRADA EN JERUSALÉN

Según los cuatro evangelios, Jesús fue con sus seguidores a Jerusalén para celebrar allí la fiesta de Pascua. Entró a lomos de un asno, para que se cumplieran las palabras del profeta Zacarías (Zc 9:9: «He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga»). Fue recibido por una multitud, que lo aclamó como «hijo de David» (según el Evangelio de Lucas, fue aclamado solo por sus discípulos). En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús es aclamado como rey.

En tiempos de Jesús, la Pascua era la fiesta más importante de los judíos. Según Ex 12 y Dt 16, la Pascua es el «paso de Dios» para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la libertad. Según una tradición judía, la Pascua era asimismo aniversario de la creación.

El rito fundamental de la Pascua era la cena en familia o en fraternidad, a base de cordero (signo de la compasión de Dios), pan ázimo (miseria sufrida), hierbas amargas (esclavitud) y salsa roja (trabajos forzados en Egipto). Se conmemoraba la liberación de la servidumbre de Egipto, la alegría por la libertad adquirida y la espera de la venida salvadora del Mesías. Las muchedumbres se agolpaban en Jerusalén. Los padres de familia iban oportunamente al templo con su correspondiente cordero para ser degollado en la parasceve (preparación) por un sacerdote. Era noche de rebelión y de «cuchillos largos» o de espadas. Pero, sobre todo, noche de esperanza escatológica en la liberación definitiva que llevaría a cabo el Mesías.

La palabra «pascua», en el Nuevo Testamento, equivale a la fiesta de la Pascua o de los Azimos, a la cena pascual y al cordero pascual. La pasión de Jesús se desarrolla en un contexto pascual, ya que en ese tiempo tuvo lugar la última cena de Jesús, su prendimiento, su interrogatorio y su condena.

La gran Pascua, en la cual se funda la fiesta cristiana, es la pasión, muerte y resurrección de Jesús; es la Pascua de los cristianos.
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Re: Tema 11: Entrada en Jerusalén. Semana del 11 de nov.

Notapor zbenedetti » Sab Nov 30, 2013 11:13 am

Tomado de Internet y wikipedia

Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la resurrección, es un libro escrito por Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI) publicado en el año 2011 siendo, éste, la segunda parte a la trilogía dedicada a la vida de Jesús de Nazaret. Como indica su título, el autor hace una exégesis sobre los pasajes de la vida de Jesús desde su entrada a Jerusalén hasta su resurrección.

Este libro recoge la parte más importante de la vida de Jesús y, por tanto, la reflexión más esperada del Papa Benedicto XVI:
«En el gesto de las manos que bendicen se expresa la relación duradera de Jesús con sus discípulos, con el mundo. En su ascensión Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios. Por eso, los discípulos pudieron alegrarse cuando volvieron de Betania a casa. Por la fe sabemos que Jesús, al bendecir, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Esta es la razón permanente de la alegría cristiana».

ENTRADA EN JERUSALÉN

Según los cuatro evangelios, Jesús fue con sus seguidores a Jerusalén para celebrar allí la fiesta de Pascua. Entró a lomos de un asno, para que se cumplieran las palabras del profeta Zacarías (Zc 9:9: «He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga»). Fue recibido por una multitud, que lo aclamó como «hijo de David» (según el Evangelio de Lucas, fue aclamado solo por sus discípulos). En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús es aclamado como rey.

En tiempos de Jesús, la Pascua era la fiesta más importante de los judíos. Según Ex 12 y Dt 16, la Pascua es el «paso de Dios» para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la libertad. Según una tradición judía, la Pascua era asimismo aniversario de la creación.

El rito fundamental de la Pascua era la cena en familia o en fraternidad, a base de cordero (signo de la compasión de Dios), pan ázimo (miseria sufrida), hierbas amargas (esclavitud) y salsa roja (trabajos forzados en Egipto). Se conmemoraba la liberación de la servidumbre de Egipto, la alegría por la libertad adquirida y la espera de la venida salvadora del Mesías. Las muchedumbres se agolpaban en Jerusalén. Los padres de familia iban oportunamente al templo con su correspondiente cordero para ser degollado en la parasceve (preparación) por un sacerdote. Era noche de rebelión y de «cuchillos largos» o de espadas. Pero, sobre todo, noche de esperanza escatológica en la liberación definitiva que llevaría a cabo el Mesías.

La palabra «pascua», en el Nuevo Testamento, equivale a la fiesta de la Pascua o de los Azimos, a la cena pascual y al cordero pascual. La pasión de Jesús se desarrolla en un contexto pascual, ya que en ese tiempo tuvo lugar la última cena de Jesús, su prendimiento, su interrogatorio y su condena.

La gran Pascua, en la cual se funda la fiesta cristiana, es la pasión, muerte y resurrección de Jesús; es la Pascua de los cristianos.
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