Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

En este curso, haremos un recorrido turístico-religioso por los Santos Lugares, conoceremos y comprenderemos cómo conviven las tres grandes religiones monoteístas en Tierra Santa: Cristianismo Judaísmo e Islam, sus costumbres y tradiciones, visitaremos los lugares de la vida de Cristo y la Santísima Virgen.

Conjuntamente al curso de turismo religioso, que se enviará cada semana por correo y se desarrollará en el foro como hacemos habitualmente, cada domingo nos uniremos a la plataforma de http://www.evangelizaciondigital.org/encuentros-on-line/tierra-santa/ Evangelización Online para peregrinar por los lugares que vayamos visitando y conocer la Tierra Santa, de primera mano, con guías conocedores de los lugares santos, y además con materiales de estudio y de formación.

Fecha de inicio
2 de septiembre de 2013

Fecha final:
22 diciembre 2013

Moderadores: Catholic.net, Ignacio S, hini, Moderadores Animadores

Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor tralalá » Vie Nov 22, 2013 9:46 pm

En Jesucristo, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia, se realizaron todos los misterios.
Está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros que sí estamos en vísperas.
1Pe 2,9-10
"Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, sois ahora pueblo de Dios; vosotros, que estabais excluidos de la misericordia, sois ahora objeto de la misericordia de Dios."
Debemos esforzarnos para responder a tan alta y magnífica vocación y alcanzar la plenitud (por ÉL, con ÉL y en ÉL) de la vida eterna.
Todo sea para la mayor honra y gloria de DIOS por
amor a Jesús, María y José.
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Acompáñennos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor Maika50 » Sab Nov 23, 2013 8:35 am

HOLA PEREGRINOS DEL CAMINO, ES UNA BENDICIÓN SEGUIR ANDANDO CON USTEDES Y DISFRUTAR DE CADA ENCUENTRO "PARADA" CON NUESTROS GUÍAS. Y HOY ME QUEDO EN SAN PEDRO "EN GALLICANTO" (DONDE CANTÓ EL GALLO), QUE CUANDO VAS LLEGANDO AL SITIO, EN LA PARECITA LINDERA A LA VEREDA Y CONSTRUÍDA CON LA "PIEDRA DE JERUSALÉN" Y UNA REJA PEQUEÑA, CADA TANTO HAY UN CERÁMICO CON UN DIBUJITO DE UN GALLO EN ROJO PERFECTAMENTE DISTINGUIBLE SOBRE TODO PARA LOS QUE SE ACERCAN A PIE PARA CERCIORARTE DE QUE VAS POR EL CAMINO CORRECTO.
EL DÍA QUE LLEGUÉ, ENTRÉ A LA IGLESIA Y A MEDIDA QUE IBA BAJANDO SE ESCUCHABA CADA VEZ CON MÁS POTENCIA LAS CANCIONES DE ALABANZAS. AL LLEGAR ME ENCONTRÉ CON UN GRUPO DE AFRICANOS CRISTIANOS PENTECOSTALES, CON ROPA TÍPICA Y CANTANDO Y ORANDO A JESÚS EL SALVADOR. TODO EL CONTEXTO HIZO QUE SE MEZCLARAN SENTIMIENTOS Y EMOCIONES, LO QUE PRODUJO EN MÍ RECUERDOS ESPECIALES DE ESE MOMENTO.
ESTABA EN ESE LUGAR DONDE LA TRADICIÓN NOS DICE QUE JESÚS ESTUVO AHÍ EN LA CASA DEL SUMO SACERDOTE ANÁS Y TAMBIÉN LAS NEGACIONES DE PEDRO. PERO LO MÁXIMO FUE AL SALIR Y DEL LADO NORTE, PUEDEN VERSE RESTOS DE UNA CALLE ESCALONADA, IMPORTANTE POR SU ANCHURA A LA QUE ELLOS LA TITULAN LA ESCALERA SANTA. SE CONSIDERA QUE ES DE LA ÉPOCA DE JESÚS Y AÚN PUEDE SER ANTERIOR A LA MISMA.
SI ESTO ES ASÍ, TENIENDO EN CUENTA LA DISTRIBUCIÓN DE LAS PUERTAS DE LA CIUDAD DEL s. I,LA SITUACIÓN DEL CENÁCULO Y LAS HORAS NOCTURNAS EN LAS QUE SE DESENVOLVIERON LOS HECHOS, PODEMOS CREER QUE DICHA CALLE FUE RECORRIDA POR JESÚS HASTA TRES VECES LA NOCHE DEL JUEVES AL VIERNES; LO QUE ES IGUAL, LA NOCHE DEL 6 AL 7 DE ABRIL DEL AÑO 30 DE NUESTRA ERA, SEGÚN TODAS LAS PROBABILIDADES, NOCHE DE LA CELEBRACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS CON SUS DISCÍPULOS. POR LO QUE BIEN PODRÍA LLAMÁRSELA LA "CALLE DE LA PASIÓN".
ESTAR DE PIE EN ESA ESCALERA FUE HERMOSO Y NUEVAMENTE MUY EMOCIONANTE, JESÚS, PASASTE POR ACÁ, CARGANDO DOLOR, INSULTOS, AGRAVIOS, TODO TIPO DE MALTRATO Y DESCREIMIENTO Y SIN EMBARGO SEGUISTE CON EL PLAN SALVADOR. CUÁNTO TE AMO, MI SEÑOR!
HASTA LA PRÓXIMA. SHALOM. MAIKA.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor sorines » Dom Nov 24, 2013 9:20 pm

El Cenáculo.

«Se acercaba la fiesta de los Azimos, llamada Pascua. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo hacerle desaparecer, pues temían al pueblo. Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. El aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarle sin que la gente lo advirtiera. Llegó el día de los Azimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan, diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.» Ellos le dijeron: «¿Dónde quieres que la preparemos?» Les dijo: «Cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y diréis al dueño de la casa: "El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta; haced allí los preparativos.» (Lc. 22, 1-12)

Hay tres detalles importantes en la narracion de Lucas:

1.La situacion del pueblo y los sumos sacerdotes con Jesus. Conspiracion contra Jesus en la casa de Caifás.
2.La negociación de Judas con los sumos sacerdotes. En la casa de Caifás.
3.El lugar de la Cena. En el Cenáculo.

Imagen Imagen Imagen

Según la tradición es en el Cenáculo, en la habitación del piso de arriba, donde tuvo lugar la Última Cena de Jesús, así como también allí estaban reunidos los apóstoles después de la resurrección de Jesús en Pentecostés. La tradición nos dice que está ubicado sobre la tumba de David, lo cual hizo que en 1335 el local pasara a manos del Califato precisamente por estar allí dicha tumba. El conflicto se resolvió cuando en 1551 los musulmanes convirtieron el local en mezquita. Actualmente cristianos y judíos comparten el edificio.

Era un lugar con dos amplias salas que pertenecía a un amigo de Jesús, según nos dicen los Evangelios.
•El piso de abajo era utilizado para las oraciones y enseñanzas.
•El piso de arriba era utilizado para comer.

Está ubicado en el Monte Sion, colina suroeste de Jerusalén. Su estructura actual es de estilo gótico que data del siglo XIV. Los estudios arqueológicos que se han realizado en el lugar notifican restos de las distintas iglesias que a través del tiempo han existido en el lugar las cuales se remontan hasta el siglo II d. C.


VIDEO MUY INTERSANTE QUE NARRA TODO REFERENTE AL CENACULO:

Cenáculo, Última Cena: Tierra Santa.
http://www.youtube.com/watch?v=G05GI_pHidA

Páginas consultadas:
http://www.mercaba.org/DJN/C/cenaculo.htm
http://www.goisrael.com
NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE. SOLO DIOS BASTA. QUIEN A DIOS TIENE NADA LE FALTA.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor mariaines » Lun Nov 25, 2013 1:09 pm

Cena pascual
La cena es considerada por la mayoría de los teóricos como un Séder o Cena de Pascua celebrada en la noche del jueves santo antes de la crucifixión el viernes santo. Esta creencia se basa en la cronología de los evangelios, pero la cronología del Evangelio de Juan indica que se celebró antes de Pascua (Juan 13:1, 18:28). Las referencias en el evangelio de Juan marcan el día de la preparación para la pascua (Juan 19:14, 31, y 42), se toman por muchos para indicar que la muerte de Cristo ocurrió en el tiempo de la matanza de los corderos de la Pascua (esta cronología posterior es la aceptada por la iglesia Ortodoxa). Sin embargo, aquellos que sitúan la última cena en la tarde del jueves, generalmente le atribuyen a Marcos 14:12 y Lucas 22:7 las únicas referencias explícitas en los evangelios a que en el momento de la crucifixión de Cristo se da la matanza de corderos, y se da lugar el Día de la Preparación en el Evangelio de Juan como una posible referencia al Viernes de pascua durante el cual se realizan las preparaciones para el descanso del Shabat.
Además, muchos teóricos han cuestionado estas cronologías, y han rechazado sus afirmaciones de que los evangelios hacen referencia a la pascua y sostienen que coinciden con Juan,6 ya que existen multitud de hechos que tienen lugar tras la Última Cena, como la traición, el arresto, interrogatorio y los posteriores juicios, que difícilmente podrían haber tenido lugar durante una noche.7 Algunos grupos minoritarios de cristianos creen que un exhaustivo examen de los evangelios indican que la Última Cena tuvo lugar en martes, y que Jesús fue crucificado en un miércoles.8
La cena se discute a través de los cuatro evangelios de la biblia canónica. Los evangelios sinópticos afirman que en la mañana del mismo día el cordero pascual para la cena, sea sacrificado. Sin embargo, bajo el método judío de tiempo recogimiento, el día era considerado que empieza justo al amanecer, por lo tanto la festividad de la pascua se contempla que ocurra en el día posterior en que fue sacrificado. Esto implica que o los sinópticos no están instruidos en el conocimiento del recogimiento judío, o que ellos usaron la técnica literaria de ver los eventos que pasaron en varios días en solo uno. Otros interpretan el lenguaje de los Evangelios sinópticos como suficientemente permisivos para tener una tarde sacrificando a los corderos pascuales.

http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%9Altima_Cena
mariaines
 
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor enrique4 » Mar Nov 26, 2013 2:43 pm

Hola peregrinos, reproduzco parte del capítulo 5 del libro del Papa emérito Benedicto XVI, "Jesús de Nazaret" (Desde la Entrada a Jerusalén hasta La Resurrección), mismo que describe con lujo de detalles y rico en sus narraciones la víspera de la Pascua de Jesús. Es recomendable leer dicho libro, además de los otros dos que complementan la serie ya que son la mejor forma de conocer al Señor Jesús.


1. LA FECHA DE LA ÚLTIMA CENA

El problema de la datación de la Última Cena de Jesús se basa en las divergencias sobre este
punto entre los Evangelios sinópticos, por un lado, y el Evangelio de Juan, por otro. Marcos, al
que Mateo y Lucas siguen en lo esencial, da una datación precisa al respecto. «El primer día de
los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?"... Y al atardecer, llega él con los Doce»
(Mc 14,12.17). La tarde del primer día de los ácimos, en la que se inmolaban en el templo los
corderos pascuales, es la víspera de Pascua. Según la cronología de los Sinópticos es un jueves.
La Pascua comenzaba tras la puesta de sol, y entonces se tenía la cena pascual, como hizo
Jesús con sus discípulos, y como hacían todos los peregrinos que llegaban a Jerusalén. En la
noche del jueves al viernes —según la cronología sinóptica— arrestaron a Jesús y lo llevaron
ante el tribunal; el viernes por la mañana fue condenado a muerte por Pilato y, seguidamente,
a la «hora tercia» (sobre las nueve de la mañana), le llevaron a crucificar. La muerte de Jesús
es datada en la hora nona (sobre las tres de la tarde). «Al anochecer, como era el día de la
preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea..., se presentó decidido ante Pilato y le
pidió el cuerpo de Jesús» (Mc 15,42s). El entierro debía tener lugar antes de la puesta del sol,
porque después comenzaba el sábado. El sábado es el día de reposo sepulcral de Jesús. La
resurrección tiene lugar la mañana del «primer día de la semana», el domingo.
Esta cronología se ve comprometida por el hecho de que el proceso y la crucifixión de Jesús
habrían tenido lugar en la fiesta de la Pascua, que en aquel año cayó en viernes. Es cierto que
muchos estudiosos han tratado de demostrar que el juicio y la crucifixión eran compatibles con
las prescripciones de la Pascua. Pero, no obstante tanta erudición, parece problemático que en
ese día de fiesta tan importante para los judíos fuera lícito y posible el proceso ante Pilato y la
crucifixión. Por otra parte, esta hipótesis encuentra un obstáculo también en un detalle que
Marcos nos ha transmitido. Nos dice que, dos días antes de la Fiesta de los Ácimos, los sumos
sacerdotes y los escribas buscaban cómo apresar a Jesús con engaño para matarlo, pero
decían: «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo» (14,1s). Sin embargo, según la
cronología sinóptica, la ejecución de Jesús habría tenido lugar precisamente el mismo día de la
fiesta.
Pasemos ahora a la cronología de Juan. El evangelista pone mucho cuidado en no presentar la
Última Cena como cena pascual. Todo lo contrario. Las autoridades judías que llevan a Jesús
ante el tribunal de Pilato evitan entrar en el pretorio «para no incurrir en impureza y poder así
comer la Pascua» (18,28). Por tanto, la Pascua no comienza hasta el atardecer; durante el
proceso se tiene todavía por delante la cena pascual; el juicio y la crucifixión tienen lugar el día
antes de la Pascua, en la «Parasceve», no el mismo día de la fiesta. Por tanto, la Pascua de
aquel año va desde la tarde del viernes hasta la tarde del sábado, y no desde la tarde del
jueves hasta la tarde del viernes.
Por lo demás, el curso de los acontecimientos es el mismo. El jueves por la noche, la Última
Cena de Jesús con sus discípulos, pero que no es una cena pascual; el viernes —vigilia de la
fiesta y no la fiesta misma—, el proceso y la ejecución. El sábado, reposo en el sepulcro. El
domingo, la resurrección. Según esta cronología, Jesús muere en el momento en que se
sacrifican los corderos pascuales en el templo. El muere como el verdadero Cordero, del que
los corderos pascuales eran mero indicio.
Esta coincidencia teológicamente importante de que Jesús muriera al mismo tiempo en que
tenía lugar la inmolación de los corderos pascuales ha llevado a muchos estudiosos a descartar
la cronología de la versión joánica, porque se trataría de una cronología teológica. Juan habría
cambiado la datación de los hechos para crear esta conexión teológica que, sin embargo, no se
manifiesta explícitamente en el Evangelio. Con todo, hoy se ve cada vez más claramente que la
cronología de Juan es históricamente más probable que la de los Sinópticos, porque —como ya
se ha dicho— el proceso y la ejecución en el día de la fiesta parecen difícilmente imaginables.
Por otra parte, la Última Cena de Jesús está tan estrechamente vinculada a la tradición de la
Pascua que negar su carácter pascual resulta problemático.
Por eso, siempre se han dado intentos de conciliar entre sí ambas cronologías. El más
importante de ellos —y fascinante en numerosos detalles particulares— para lograr una
compatibilidad entre las dos tradiciones proviene de la estudiosa francesa Annie Jaubert, que
desde 1953 ha desarrollado su tesis en una serie de publicaciones. Sin entrar aquí en los
detalles de esta propuesta, nos limitaremos a lo esencial.
La señora Jaubert se basa principalmente en dos textos antiguos que parecen llevar a una
solución del problema. El primero es un antiguo calendario sacerdotal transmitido por el Libro
de los Jubileos, redactado en hebreo en la segunda mitad del siglo II antes de Cristo. Este
calendario no tiene en cuenta la revolución de la Luna, y prevé un año de 364 días, dividido en
cuatro estaciones de tres meses, dos de los cuales tienen 30 días y uno 31. Cada trimestre,
siempre con 91 días, tiene exactamente 13 semanas y, por tanto, hay sólo 52 semanas por
año. En consecuencia, las celebraciones litúrgicas caen cada año el mismo día de la semana.
Esto significa, por lo que se refiere a la Pascua, que el 15 de Nisán es siempre un miércoles, y
que la cena de Pascua tiene lugar tras la puesta del sol en la tarde del martes. Jaubert sostiene
que Jesús habría celebrado la Pascua de acuerdo con este calendario, es decir, la noche del
martes, y habría sido arrestado la noche del miércoles.
La investigadora ve resueltos con esto dos problemas: en primer lugar, Jesús habría celebrado
una verdadera cena pascual, como dicen los Sinópticos; por otro lado, Juan tendría razón en
que las autoridades judías, que se atenían a su propio calendario, habrían celebrado la Pascua
sólo después del proceso de Jesús, quien, por tanto, habría sido ejecutado la víspera de la
verdadera Pascua y no en la fiesta misma. De este modo, la tradición sinóptica y la joánica
aparecen igualmente correctas, basadas en la diferencia entre dos calendarios diferentes.
La segunda ventaja destacada por Annie Jaubert muestra al mismo tiempo el punto débil de
este intento de encontrar una solución. La estudiosa francesa hace notar que las cronologías
transmitidas (en los Sinópticos y en Juan) deben concentrar una serie de acontecimientos en el
estrecho espacio de pocas horas: el interrogatorio ante el Sanedrín, el traslado ante Pilato, el
sueño de la mujer de PiIato, el envío a Herodes, el retorno a Pilato, la flagelación, la condena a
muerte, el vía crucis y la crucifixión. Encajar todo esto en unas pocas horas parece —según
Jaubert— casi imposible. A este respecto, su solución ofrece un espacio de tiempo que va
desde la noche entre martes y miércoles hasta el viernes por la mañana.
En este contexto, la investigadora hace notar que en Marcos hay una precisa secuencia de
acontecimientos por lo que se refiere a los días del «Domingo de Ramos», lunes y martes, pero
que después salta directamente a la cena pascual. Por tanto, según la datación transmitida,
quedarían dos días de los que no relata nada. Finalmente, Jaubert recuerda que, de este
modo, el proyecto de las autoridades judías de matar a Jesús precisamente antes de la fiesta
habría podido funcionar. Sin embargo, Pilato, con sus titubeos, habría pospuesto la crucifixión
hasta el viernes.
A este cambio de la fecha de la Última Cena del jueves al martes se opone sin embargo la
antigua tradición del jueves, que, en todo caso, encontramos claramente ya en el siglo II. Pero
la señora Jaubert aduce un segundo texto sobre el que basa su tesis: la llamada Didascalia de
los Apóstoles, un escrito de comienzos del siglo III donde se establece el martes como fecha de
la Cena de Jesús. La estudiosa trata de demostrar que este libro habría recogido una antigua
tradición cuyas huellas podrían detectarse también en otras fuentes.
Sin embargo, a todo esto se debe responder que las huellas de la tradición que se manifiestan
en este sentido son demasiado débiles como para resultar convincentes. Otra dificultad es que
el uso por parte de Jesús de un calendario difundido principalmente en Qumrán es poco
verosímil. Jesús acudía al templo para las grandes fiestas. Aunque predijo su fin, y lo confirmó
con un dramático gesto simbólico, Él observó el calendario judío de las festividades, como lo
demuestra sobre todo el Evangelio de Juan. Ciertamente se podrá estar de acuerdo con la
estudiosa francesa sobre el hecho de que el Calendario de los Jubileos no se limitaba
estrictamente a Qumrán y los esenios. Pero esto no es razón suficiente como para poder
aplicarlo a la Pascua de Jesús. Esto explica por qué la tesis de Annie Jaubert, fascinante a
primera vista, es rechazada por la mayoría de los exegetas.
He presentado de manera tan detallada dicha tesis porque nos da una idea de lo variado y
complejo que era el mundo judío en tiempos de Jesús; un mundo que, a pesar de nuestro
creciente conocimiento de las fuentes, sólo podemos reconstruir de manera precaria. Por
tanto, no negaría a esta tesis una cierta probabilidad, aunque, considerando sus problemas, no
se la pueda aceptar sin más.
Entonces, ¿qué diremos? La evaluación más precisa de todas las soluciones ideadas hasta ahora
la he encontrado en el libro sobre Jesús de John P. Meier, quien, al final de su primer volumen,
ha presentado un amplio estudio sobre la cronología de la vida de Jesús. Él llega a la conclusión
de que hemos de elegir entre la cronología de los Sinópticos y la de Juan, demostrando que,
ateniéndonos al conjunto de las fuentes, la decisión debe ser en favor de Juan.
Juan tiene razón: en el momento del proceso de Jesús ante Pilato las autoridades judías aún no
habían comido la Pascua, y por eso debían mantenerse todavía cultualmente puras. Él tiene
razón: la crucifixión no tuvo lugar el día de la fiesta, sino la víspera. Esto significa que Jesús
murió a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos pascuales. Que los cristianos
vieran después en esto algo más que una mera casualidad, que reconocieran a Jesús como el
verdadero Cordero y que precisamente por eso consideraran que el rito de los corderos había
llegado a su verdadero significado, todo esto es simplemente normal.
Pero queda en pie la pregunta: ¿Por qué entonces los Sinópticos han hablado de una cena de
Pascua? ¿Sobre qué se basa esta línea de la tradición? Una respuesta realmente convincente a
esta pregunta ni siquiera Meier la puede dar. No obstante, lo intenta —al igual que otros
muchos exegetas— por medio de la crítica redaccional y literaria. Trata de demostrar que los
pasajes de Mc 14,1 y 14,12-16 —los únicos en los que Marcos habla de la Pascua— habrían
sido añadidos más tarde. En el propio y verdadero relato de la Última Cena no se habría
mencionado la Pascua.
Esta propuesta —por más que la sostengan muchos nombres importantes— es artificial. Pero
sigue siendo justa la indicación de Meier de que en la narración de la Última Cena como tal el
rito pascual aparece en los Sinópticos tan poco como en Juan. Así, aunque sea con alguna
reserva, se puede aceptar esta afirmación: «El conjunto de la tradición joánica... está
totalmente de acuerdo con la que proviene de los Sinópticos por lo que se refiere al carácter
de la Cena, que no corresponde a la Pascua» (A Marginal Jew, I, p. 398).
Pero, entonces, ¿qué fue realmente la Última Cenade Jesús? Y, ¿cómo se ha llegado a la idea,
sin duda muy antigua, de su carácter pascual? La respuesta de Meier es sorprendentemente
simple y en muchos aspectos convincente. Jesús era consciente de su muerte inminente. Sabía
que ya no podría comer la Pascua. En esta clara toma de conciencia invita a los suyos a una
Última Cena particular, una cena que no obedecía a ningún determinado rito judío, sino que
era su despedida, en la cual daba algo nuevo, se entregaba a sí mismo como el verdadero
Cordero, instituyendo así su Pascua.
En todos los Evangelios sinópticos la profecía de Jesús de su muerte y resurrección forma parte
de esta cena. En Lucas adopta un tono particularmente solemne y misterioso: «He deseado
ardientemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que
ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios» (22,15s). Estas palabras
siguen siendo equívocas: pueden significar que Jesús, por una última vez, come la Pascua
acostumbrada con sus discípulos. Pero pueden significar también que ya no la come más, sino
que se encamina hacia la nueva Pascua.
Una cosa resulta evidente en toda la tradición: la esencia de esta cena de despedida no era la
antigua Pascua, sino la novedad que Jesús ha realizado en este contexto. Aunque este convite
de Jesús con los Doce no haya sido una cena de Pascua según las prescripciones rituales del
judaísmo, se ha puesto de relieve claramente en retrospectiva su conexión interna con la
muerte y resurrección de Jesús: era la Pascua de Jesús. Y, en este sentido, É1 ha celebrado la
Pascua y no la ha celebrado: no se podían practicar los ritos antiguos; cuando llegó el
momento para ello Jesús ya había muerto. Pero Él se había entregado a sí mismo, y así había
celebrado verdaderamente la Pascua con aquellos ritos. De esta manera no se negaba lo
antiguo, sino que lo antiguo adquiría su sentido pleno.
El primer testimonio de esta visión unificadora de lo nuevo y lo antiguo, que da la nueva
interpretación de la Ultima Cena de Jesús en relación con la Pascua en el contexto de su
muerte y resurrección, se encuentra en Pablo, en 1 Corintios 5,7:«Barred la levadura vieja para
ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima
pascual: Cristo» (cf. Meier, A Marginal Jew, I, p. 429s). Como en Marcos 14,1, la Pascua sigue
aquí al primer día de los Ácimos, pero el sentido del rito de entonces se transforma en un
sentido cristológico y existencial. Ahora, los «ácimos» han de ser los cristianos mismos,
liberados de la levadura del pecado. El cordero inmolado, sin embargo, es Cristo. En este
sentido, Pablo concuerda perfectamente con la descripción joánica de los acontecimientos.
Para él, la muerte y resurrección de Cristo se han convertido así en la Pascua que perdura.
Podemos entender con todo esto cómo la Última Cena de Jesús, que no sólo era un anuncio,
sino que incluía en los dones eucarísticos también una anticipación de la cruz y la resurrección,
fuera considerada muy pronto como Pascua, su Pascua.Y lo era verdaderamente.

2. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

El llamado relato de la institución, es decir, de las palabras y los gestos con los que Jesús se
entregó a sí mismo a sus discípulos en el pan y el vino, es el núcleo de la tradición de la Última
Cena. Este relato se encuentra en los Evangelios sinópticos —Mateo, Marcos y Lucas—, pero,
además, también en la Primera Carta de san Pablo a los Corintios (cf. 11,23-26). Las cuatro
narraciones son muy parecidas en su núcleo, pero muestran algunas diferencias en los detalles
que se han convertido comprensiblemente en objeto de amplios debates exegéticos.
Se pueden distinguir dos modelos de fondo: por un lado la narración de Marcos, con el cual
concuerda en gran parte el texto de Mateo; por otro, el texto de Pablo, que se asemeja al de
Lucas. El relato paulino es el texto literariamente más antiguo: la Primera Carta a los Corintios
fue escrita en torno al año 56. El periodo de redacción del Evangelio de Marcos es posterior,
pero es indiscutible que su texto recoge una tradición muy anterior. La controversia entre los
exegetas versa ahora sobre cuál de los dos modelos —el de Marcos o el de Pablo— es el más
antiguo.
Rudolf Pesch se ha pronunciado con argumentos dignos de consideración en favor de la mayor
antigüedad de la tradición de Marcos, que se debería datar en los años treinta. Pero también
el relato de Pablo se remonta a la misma década. Pablo dice que transmite lo que él mismo ha
recibido como tradición que se remonta al Señor. El relato de la institución y la tradición de la
resurrección (cf. 1 Co 15,3-8) ocupan un lugar especial en las cartas de Pablo: son textos ya
fijados que el Apóstol ha «recibido» así, y que transmite literalmente con todo cuidado. Las
dos veces dice que transmite lo que ha recibido. En 1 Corintios 15 insiste explícitamente en el
tenor literal, cuya conservación es necesaria para la salvación. De esto se deduce que Pablo
recibió las palabras de la Última Cena en el seno de la comunidad primitiva, y de un modo que
le hacía estar seguro de que provenían del Señor mismo.
Pesch considera probada la precedencia histórica de la narración de Marcos por el hecho de
que ésta sería aún un simple relato, mientras que considera 1 Corintios 11 como una «etiología
cultual» y, por tanto, como un texto ya formulado litúrgicamente y adaptado a la liturgia (cf.
Markusevangelium, II, pp. 364-377, especialmente p. 369). Esto es seguramente cierto. Pero
no me parece que haya una diferencia tan decisiva entre el carácter histórico y el teológico de
los dos textos.
Es verdad que Pablo quiere hablar de manera normativa con vistas a la celebración de la
liturgia cristiana; si éste es el verdadero significado de la expresión «etiología cultual»,
entonces puedo estar de acuerdo. Sin embargo, según la convicción del Apóstol, el texto es
normativo precisamente porque reproduce exactamente el testamento del Señor. En ese
sentido, orientación cultual y formulación ya existente para el culto no representan
contradicción alguna con la transmisión estricta de lo que el Señor ha dicho y querido. Por el
contrario, la formulación es normativa precisamente porque es verdadera y originaria. Esta
precisión en el transmitir no excluye una concentración y una selección. Pero la formulación y
la selección —ésta es la convicción de Pablo— no debe tergiversar lo que aquella noche fue
confiado a los discípulos por el Señor.
Pero una selección análoga y una formulación referida a la liturgia se encuentra también en el
Evangelio de Marcos. En efecto, tampoco este «relato» puede prescindir de su significado
normativo para la liturgia de la Iglesia, y presupone ya a su vez una tradición litúrgica vigente.
Ambos modelos de la tradición intentan transmitirnos el verdadero testamento del Señor.
Entre los dos hacen ver la riqueza de perspectivas teológicas del acontecimiento y, al mismo
tiempo, nos muestran la novedad inaudita que Jesús instituyó aquella noche.
Ante un acontecimiento tan imponente y único desde el punto de vista teológico y de la
historia de las religiones como el que manifiestan los relatos de la Ultima Cena, no podía faltar
el cuestionamiento por parte de la teología moderna: con la imagen del rabino afable que
muchos exegetas han trazado de Jesús no es compatible algo tan inaudito. No se puede creer
que «fuera capaz» de tanto. Y, naturalmente, tampoco se armoniza con la idea de Jesús como
un agitador político. Así las cosas, una buena parte de la exégesis actual cuestiona que las
palabras de la institución se remonten realmente a las palabras de Jesús. Dado que lo que aquí
está en juego es el núcleo del cristianismo y el aspecto central de la figura de Jesús, hemos de
examinar la cuestión más detenidamente.
La principal objeción contra la originalidad histórica de las palabras y los gestos de la Última
Cena puede resumirse así: habría una contradicción insalvable entre el mensaje de Jesús sobre
el Reino de Dios y la idea de su muerte expiatoria en función vicaria. El núcleo íntimo de las
palabras de la Última Cena, sin embargo, es el «por vosotros-por muchos», la autoentrega
vicaria de Jesús y, con ello, también la idea de la expiación. Si Juan el Bautista había llamado a
la conversión ante el juicio inminente, Jesús, como mensajero de alegría, habría anunciado la
cercanía del reinado de Dios y la voluntad incondicional de perdón, el régimen de la bondad y
la misericordia de Dios. «La última palabra que Dios pronuncia a través de su último mensajero
(el mensajero de la alegría después de Juan, el último mensajero del juicio) es una palabra de
salvación. El anuncio de Jesús está caracterizado por su orientación claramente prioritaria a la
promesa de salvación por parte de Dios, así como por la superación del Dios del juicio
inminente por el Dios actual de la bondad». Pesch resume con estas palabras el contenido
esencial del razonamiento que apoya la incompatibilidad de la tradición sobre la Última Cena
con la novedad y la peculiaridad del anuncio de Jesús (Abendmahl, p. 104).
Peter Fiedler ha desarrollado de manera drástica la lógica de esta visón cuando escribe: «Jesús
había anunciado al Padre que quiere perdonar incondicionalmente»; y después se pregunta:
«Pero ¿acaso no resulta ser menos generoso en su gracia, o incluso totalmente soberano,
desde el momento que insiste en una expiación?» (op. cit., p. 569; cf. Pesch, Abendmahl, pp.
16 y 106). Explica así la idea de una expiación como incompatible con la imagen que Jesús
tiene de Dios y, en esto, ya son muchos los exegetas y representantes de la teología
sistemática que están de acuerdo con él.
En efecto, aquí reside el verdadero motivo por el que una buena parte de los teólogos
modernos (y no sólo los exegetas) no admiten que las palabras de la Última Cena provengan
de Jesús. La razón no radica en los datos históricos: como hemos visto, los textos eucarísticos
pertenecen a la más antigua tradición. Según los datos históricos no hay nada más originario
precisamente que la tradición de la Última Cena. Pero la idea de expiación es inconcebible para
la sensibilidad moderna. Jesús, en su anuncio del Reino de Dios, debe situarse en el polo
opuesto. Aquí está en juego nuestra imagen de Dios y del hombre. Por eso toda esta discusión
es sólo aparentemente un debate histórico.
La verdadera cuestión es más bien: ¿Qué es la expiación? ¿Es compatible con una imagen
limpia de Dios? ¿Acaso no se trata de un grado del desarrollo religioso de la humanidad que ha
de ser superado? Jesús, para ser el nuevo mensajero de Dios, ¿no debería quizás oponerse a
esta idea? La verdadera discusión deberá versar, pues, sobre si los textos neotestamentarios
—leídos correctamente— nos revelan un concepto de expiación aceptable también para
nosotros, siempre que estemos dispuestos a escuchar en su integridad el mensaje que nos
llega de ellos.
Hemos de reflexionar definitivamente sobre esta cuestión en el capítulo sobre la muerte de
Jesús en la cruz. Esto requiere, sin embargo, la disponibilidad a no limitarse simplemente a
contraponer el Nuevo Testamento de manera «crítico-racional» a nuestra propia
presuntuosidad, sino aprender a dejarnos guiar: la voluntad de no tergiversar los textos según
nuestros criterios, sino dejar que su Palabra purifique y profundice nuestros conceptos.
Tratemos mientras tanto de acercarnos a tientas a la comprensión mediante una escucha
como ésta. En primer lugar, hagamos una pregunta: ¿Existe realmente una contradicción entre
el mensaje de Galilea del Reino de Dios y el último pronunciamiento de Jesús en Jerusalén?
Ciertos exegetas notables —Rudolf Pesch, Gerhard Lohfink, Ulrich Wilckens— ven, sí, una
diferencia profunda entre las dos posiciones, pero no un conflicto insoluble. Suponen que
Jesús, en un primer momento, hizo la generosa oferta del mensaje del Reino de Dios y del
perdón sin condiciones, pero, cuando se dio cuenta del fracaso de este ofrecimiento, identificó
su misión con la del siervo de Dios. Reconoció que tras el rechazo de su oferta sólo quedaba el
camino de la expiación vicaria: debía tomar sobre sí la desgracia que se cernía sobre Israel para
que muchos lograran llegar a la salvación.
¿Qué podemos decir a este propósito? De por sí, una evolución similar, es decir, el emprender
un nuevo camino del amor después de un primer ofrecimiento fallido, es ciertamente posible
según toda la estructura de la imagen bíblica de Dios y la historia de la salvación. Precisamente
esa «flexibilidad» de Dios, que espera la libre decisión del hombre y que, de cada «no», hace
brotar una nueva vía del amor, forma parte del camino de la historia de Dios con los hombres,
como nos lo describe el Antiguo Testamento. Al «no» de Adán responde con una nueva
preocupación por los hombres. Ante el «no» de Babel inaugura una nueva perspectiva de la
historia con la elección de Abraham. La petición de un rey para los israelitas representa en un
primer momento una obstinación contra Dios, que quisiera reinar sobre su pueblo de manera
inmediata. Pero en la profecía dirigida a David transforma esta terquedad en tina vía que lleva
luego directamente hacia Cristo, el Hijo de David. Así pues, una evolución parecida en dos
etapas en el obrar de Jesús es ciertamente posible.
El capítulo 6 del Evangelio de Juan parece aludir a un punto de inflexión similar en el camino
de Jesús con los hombres. Después de su sermón eucarístico, el pueblo y muchos de sus
discípulos le dan la espalda. Sólo los Doce permanecen. Encontramos un cambio análogo en el
Evangelio de Marcos, cuando Jesús, después de la segunda multiplicación de los panes y la
confesión de Pedro (cf. 8,27-30), comienza con el anuncio de la Pasión y se pone en camino
hacia Jerusalén y su última Pascua.
En 1929, Erik Peterson, en su artículo sobre la Iglesia —un artículo que todavía hoy bien vale la
pena leer—, sostenía que la Iglesia existe sólo bajo el supuesto de que «los judíos, como
pueblo elegido de Dios no han aceptado la fe en el Señor». Si hubieran aceptado a Jesús, «el
Hijo del hombre habría vuelto y el Reino mesiánico, en el que los judíos habrían ocupado el
puesto más importante, habría tenido su inicio» (Theologische Trakt., p. 247). Romano
Guardini ha acogido y modificado esta tesis en sus obras sobre Jesús. Para él, el mensaje de
Jesús comienza claramente con la oferta del Reino; el «no» de Israel habría provocado una
nueva etapa en la historia de la salvación, a la cual pertenecen la muerte y resurrección del
Señor, así como la Iglesia de los gentiles.
¿Qué decir sobre todo esto? Ante todo, que un cierto desarrollo en el mensaje de Jesús con
nuevas decisiones es ciertamente posible. El mismo Peterson, sin embargo, no sitúa la ruptura
durante el mensaje de Jesús mismo, sino en la época posterior a la Pascua, cuando los
discípulos, de hecho, luchaban inicialmente todavía por un «sí» de Israel. Sólo en la medida en
que se manifestó el fracaso de este intento se dirigieron a los paganos. Esta segunda fase la
podemos percibir claramente en los textos del Nuevo Testamento.
Por el contrario, una evolución en el camino de Jesús la podemos entrever siempre y sólo con
mayor o menor grado de probabilidad, pero nunca establecerla con claridad. Ciertamente no
se da ese contraste neto entre el anuncio del Reino de Dios y el mensaje de Jerusalén, tal como
se encuentra en las tesis de algunos exegetas modernos. Ya hemos hablado de algunos indicios
sobre un cierto desarrollo en el camino de Jesús. Pero debemos decir ahora (como ha
subrayado claramente, por ejemplo, John P. Meier) que la estructura de los Evangelios
sinópticos no nos permite establecer una cronología del anuncio de Jesús. Ciertamente, el
énfasis sobre la necesidad de la muerte y resurrección se hace más claro a medida que
progresa el camino de Jesús. Pero el conjunto del material no está ordenado cronológicamente
de tal manera que podamos distinguir claramente un antes y un después.
Basten algunas indicaciones. Ya en el segundo capítulo de Marcos, en la discusión sobre el
ayuno de los discípulos, se encuentra el anuncio de Jesús: «Llegará un día en que se lleven al
novio; aquel día sí que ayunarán» (2,20). Mucho más importante aún es la definición de su
misión que se esconde tras su hablar en parábolas, en las parábolas que explican a los
hombres su mensaje sobre el Reino de Dios. Jesús identifica su misión con la que se confió a
Isaías tras el encuentro con el Dios vivo en el templo: se dijo al profeta que, en un primer
momento, su misión sólo contribuiría a una mayor obstinación y que únicamente a través de
ella podría llegar después la salvación. En la primera fase de su anuncio, Jesús dice a los
discípulos que ésta sería precisamente la estructura de su camino (cf. Mc 4,10ss; Is 6,9s).
Pero de este modo todas las parábolas —todo el mensaje sobre el Reino de Dios— se ponen
bajo el signo de la cruz. Partiendo de la Ultima Cena y de la resurrección, podemos afirmar que
la cruz es la extrema radicalización del amor incondicional de Dios, amor en el que, a pesar de
todas las negaciones por parte de los hombres, Él se entrega, toma sobre sí el «no» de los
hombres, para atraerlo de este modo a su «sí» (cf. 2 Co 1,19). Esta interpretación teológica de
las parábolas según la teología de la cruz y su mensaje sobre el Reino de Dios se encuentra
también en los textos paralelos de los otros dos Sinópticos (cf. Mt 13,10-17, Lc 8,9s).
La orientación del mensaje de Jesús según la perspectiva de la cruz, válida ya desde el
comienzo, aparece en los Evangelios sinópticos todavía de otro modo. Me limito a dos breves
observaciones.
En Mateo, al comienzo del camino de Jesús se encuentra el Sermón de la Montaña con la
solemne apertura de las Bienaventuranzas. En su conjunto, éstas se caracterizan por la
perspectiva de la cruz, que en la última bienaventuranza aparece con toda claridad: «Dichosos
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos
vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la
misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros» (Mt 5,10ss).
En segundo lugar hemos de recordar también que Lucas pone al comienzo de su descripción
del camino de Jesús el rechazo que sufrió en Nazaret (cf. 4,16-29). Jesús anuncia que la
promesa de Isaías de un año de gracia del Señor se ha cumplido: «Me ha enviado para dar la
Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para
dar libertad a los oprimidos...» (4,18). Pero a causa de su pretensión, sus conciudadanos se
pusieron furiosos enseguida y lo expulsaron fuera de la ciudad: «Lo empujaron fuera del pueblo
hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo»
(4,29). Precisamente con el mensaje de gracia que Jesús trae se inaugura la perspectiva de la
cruz. Lucas, que ha redactado con gran cuidado su Evangelio, ha puesto muy conscientemente
esta escena como una especie de título para toda la obra de Jesús.
No hay contradicción entre el jubiloso mensaje de Jesús y su aceptación de la cruz como
muerte por muchos; al contrario: sólo en la aceptación y la transformación de la muerte
alcanza el mensaje de la gracia toda su profundidad. Por otra parte, la idea de que la Eucaristía
se habría formado en la «comunidad» es completamente absurda también desde el punto de
vista histórico. ¿Quién podría haberse permitido pensar una cosa así, crear una realidad
semejante? ¿Cómo podría haber ocurrido que los primeros cristianos —claramente ya en los
años 30— aceptaran una invención como ésa sin oponer ningún tipo de objeción?
A este respecto Pesch dice con razón que «hasta ahora no se ha podido presentar ninguna
explicación crítica convincente de la tradición de la Cena» (Abendmahl, p. 21). No existe. Todo
esto sólo podía nacer de la peculiaridad de la conciencia personal de Jesús. Únicamente Él era
capaz de entrelazar tan soberanamente en la unidad los hilos de la Ley y los Profetas, en total
fidelidad a la Escritura y en la novedad total de su ser de Hijo. Sólo porque Él mismo lo había
dicho y lo había hecho, la Iglesia en sus diferentes corrientes y desde el principio podía «partir
el pan», como Jesús había hecho la noche en que fue traicionado.

3. LA TEOLOGÍA DE LAS PALABRAS DE LA INSTITUCIÓN

Después de todas estas reflexiones sobre el marco histórico y la fiabilidad histórica de las
palabras de la institución pronunciadas por Jesús, ha llegado el momento de prestar atención
al contenido de su mensaje. Hay que recordar ante todo, una vez más, que en los cuatro
relatos sobre la Eucaristía encontramos dos tipos de tradición con características peculiares
que aquí no debemos examinar en sus pormenores, aunque sí mencionar brevemente las
diferencias más importantes.
Mientras en Marcos (14,22) y Mateo (26,26) las palabras sobre el pan son sólo: «Tomad, esto
es mi cuerpo», en Pablo se lee: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (1 Co 11,24),
y Lucas completa con pleno sentido: «Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros»
(22,19). En Lucas y Pablo sigue inmediatamente el mandato de repetir lo que hizo Jesús:
«Haced esto en conmemoración mía», que falta en Mateo y Marcos. Las palabras sobre el cáliz
en Marcos rezan: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por muchos» (14,24);
Mateo añade aún: «... por muchos para el perdón de los pecados» (26,28). Según Pablo, sin
embargo, Jesús dijo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez
que lo bebáis, en memoria mía» (1 Co 11,25). Lucas lo formula de modo similar, pero con
pequeñas diferencias: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por
vosotros» (22,20). Aquí falta la segunda orden de repetir la acción.
Pero hay dos claras diferencias importantes entre Pablo y Lucas, por un lado, y Marcos y
Mateo por otro. En Marcos y Mateo, «sangre» es el sujeto: Ésta «es mi sangre». Pablo y Lucas,
sin embargo, dicen: «Ésta es la nueva alianza sellada con mi sangre». Muchos ven aquí un
respeto por la aversión de los judíos a ingerir sangre: como contenido directo de lo que se da a
beber no se indica «la sangre», sino «la nueva alianza». Con esto hemos llegado ya a la
segunda diferencia: mientras Marcos y Mateo hablan simplemente de la «sangre de la
alianza», aludiendo así a Éxodo 24,8, que es la estipulación de la Alianza en el Sinaí, Pablo y
Lucas hablan de la Nueva Alianza, remitiéndose con ello a Jeremías 31,31. Aparece, pues, en
cada caso un trasfondo veterotestamentario diferente. Además, Marcos y Mateo hablan de la
sangre derramada «por muchos», aludiendo con ello a Isaías 53,12, mientras que Pablo y Lucas
dicen «por vosotros», haciendo pensar así inmediatamente en la comunidad de los discípulos.
Es comprensible por tanto que haya en la exégesis un amplio debate sobre cuáles sean las
palabras originarias de Jesús. Rudolf Pesch ha mostrado que, en un primer momento, surgen
aquí cuarenta y seis posibilidades que, intercambiando cada una de las respectivas
introducciones, pueden ser el doble (cf. Das Evangelium in Jerusalem, p. 134s). Estos esfuerzos
tienen su importancia, pero no entran en el cometido de este libro.
Nosotros partimos del presupuesto de que la transmisión de las palabras de Jesús no existe sin
su recepción por parte de la Iglesia naciente, que se sabía rigurosamente comprometida en la
fidelidad en lo esencial, pero que también era consciente de que el ámbito de resonancia de
las palabras de Jesús, con sus correspondientes alusiones sutiles a textos de la Escritura,
permitía algún retoque en los matices. Así se podía percibir en las palabras de Jesús tanto el
eco de Éxodo 24 como de Jeremías 31, y acentuar más un contenido u otro, sin por ello faltar a
la fidelidad a aquellas palabras que, casi de manera imperceptible, pero inequívoca, acogían en
sí la Ley y los Profetas. Pero con esto hemos pasado ya a la interpretación de las palabras del
Señor.
La narración de la institución comienza en los cuatro textos con dos afirmaciones sobre el
obrar de Jesús que han adquirido un significado esencial para la recepción en la Iglesia de todo
el conjunto. Se nos dice que Jesús tomó pan, pronunció la bendición y la acción de gracias, y lo
partió. Al comienzo se pone la eucharistia (Pablo y Lucas) o bien la eulogia (Marcos y Mateo):
ambos términos indican la berakha,la gran oración de acción de gracias y bendición de la
tradición judía, que forma parte tanto del rito pascual como de otros convites. No se come sin
dar las gracias a Dios por el don que Él ofrece: por el pan que nace y crece en la tierra, y
también por el fruto de la vid.
Las dos palabras distintas que usan Marcos y Mateo, por una parte, y Pablo y Lucas, por otra,
indican las dos direcciones intrínsecas de esta oración: es acción de gracias y de alabanza por
el don de Dios. Pero esta alabanza se torna en bendición sobre el don, como se lee en 1 Tm
4,4s: «Todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de rechazar ningún alimento que se
coma con acción de gracias (eucharistia); pues está santificado por la
Palabra de Dios y por la oración». En la Última Cena (como en la multiplicación de los panes, Jn
6,11), Jesús ha acogido esta tradición. Las palabras de la institución están en este contexto de
oración; en ellas, el agradecimiento se convierte en bendición y transformación.
Desde los primeros momentos, la Iglesia ha comprendido las palabras de la consagración no
simplemente como una especie de mandato casi mágico, sino como parte de la oración hecha
junto con Jesús; como parte central de la alabanza impregnada de gratitud, mediante la cual el
don terrenal se nos da nuevamente por Dios como cuerpo y sangre de Jesús, como
autodonación de Dios en el amor acogedor del Hijo. Louis Bouyer ha tratado de trazar el
desarrollo de la eucharistia cristiana —el «canon»— a partir de la berakha judía. Se puede
comprender así que «Eucaristía» se haya convertido en la denominación del conjunto del
nuevo acontecimiento cultual dispensado por Jesús. Sobre este tema hemos de volver todavía
en la cuarta sección de este capítulo.
Lo segundo que se nos dice es que Jesús «partió el pan». Partir el pan para todos es
principalmente la función del padre de familia, que en cierto modo representa con ello
también a Dios Padre que, a través de la fertilidad de la tierra, distribuye a todos nosotros lo
necesario para vivir. Es también el gesto de hospitalidad con la que se hace partícipe de lo
propio al extraño, acogiéndolo en la comunión de mesa. Partir y compartir: precisamente el
compartir crea comunión. Este gesto humano primordial de dar, de compartir y unir, adquiere
en la Última Cena de Jesús una profundidad del todo nueva: Él se entrega a sí mismo. La
bondad de Dios, que se manifiesta en el repartir, se convierte de manera totalmente radical en
el momento en que el Hijo se comunica y se reparte a sí mismo en el pan.
El gesto de Jesús se ha transformado así en el símbolo de todo el misterio de la Eucaristía: en
los Hechos de los Apóstoles, y en el cristianismo primitivo en general, «partir el pan» designa
la Eucaristía. En ella nos beneficiamos de la hospitalidad de Dios, que se nos da en Jesucristo
crucificado y resucitado. La fracción del pan y el repartir —el acto de atención amorosa por
aquel que necesita de mí— es por tanto una dimensión intrínseca de la Eucaristía misma.
«Caritas», la preocupación por el otro, no es un segundo sector del cristianismo junto al culto,
sino que está enraizada precisamente en el culto y forma parte de él. En la Eucaristía, en la
«fracción del pan», la dimensión horizontal y la vertical están inseparablemente unidas. En
ambas afirmaciones sobre el dar gracias y el compartir, que se encuentran al comienzo de la
narración de la institución, queda clara la naturaleza del nuevo culto fundado por Cristo en la
Última Cena, en la cruz y en la resurrección: con ello, el antiguo culto del templo queda abolido
y, al mismo tiempo, es llevado a su cumplimiento.
Volvamos a las palabras pronunciadas sobre el pan. Según Marcos y Mateo rezan
escuetamente: «Esto es mi cuerpo». Pablo y Lucas añaden: «Que será entregado por
vosotros». De este modo ponen de manifiesto lo que, de por sí, está incluido en el acto de
repartir. Cuando Jesús habla de su cuerpo, no se refiere obviamente al cuerpo como distinto
del alma y del espíritu, sino a la persona en su totalidad, en carne y hueso. En este sentido,
Rudolf Pesch comenta acertadamente: Jesús «en su interpretación del pan presupone el
significado particular de su persona. Los discípulos podían entender: Esto soy yo, el Mesías»
(Markusevangelium, II, p. 357).
Pero ¿cómo puede suceder esto? Jesús se encuentra ciertamente en medio de sus discípulos.
¿Qué está haciendo? Cumple lo que había dicho en el discurso del Buen Pastor: «Nadie me
quita la vida, sino que yo la entrego libremente» (cf. Jn 10,18). Se le quitará la vida en la cruz,
pero ya ahora la ofrece por sí mismo. Transforma su muerte violenta en un acto libre de
entrega por otros y a los otros.
Y Él lo sabe: «Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla» (cf. ibíd.). Él
da la vida sabiendo que precisamente así la recupera. En el acto de dar la vida está incluida
la resurrección. Por eso puede repartirse ya anticipadamente, porque ya ahora ofrece la vida,
se ofrece a sí mismo y, con ello, la obtiene de nuevo ya ahora. Por ello puede instituir ahora el
Sacramento, en el que se hace grano que muere y en el que, a través de los tiempos, se da a sí
mismo a los hombres en la verdadera multiplicación de los panes.
La frase que se refiere al cáliz, a la que ahora dedicamos nuestra atención, es de una densidad
teológica extraordinaria. Como ya se ha indicado antes, en las pocas palabras de esa frase se
entrecruzan a la vez tres textos del Antiguo Testamento, de manera que toda la historia de la
salvación queda reasumida y se hace presente de nuevo.
Encontramos en primer lugar Éxodo 24,8, la estipulación de la Alianza del Sinaí; después
Jeremías 31,31,la promesa de la Nueva Alianza en medio de la crisis en la historia de la Alianza,
una crisis cuyas manifestaciones más relevantes fueron la destrucción del templo y el exilio en
Babilonia; y finalmente Isaías 53,12, la promesa misteriosa del siervo de Dios que carga con el
pecado de muchos, y así obtiene la salvación para ellos.
Tratemos ahora de entender estos tres textos, cada uno en su significado propio y en su nuevo
contexto. La Alianza del Sinaí, según la descripción de Éxodo 24, se fundaba en dos elementos.
Por un lado, en la «sangre de la alianza», la sangre de animales sacrificados, con la cual se
rociaba el altar —como símbolo de Dios— y el pueblo; y, en segundo lugar, en la palabra de
Dios y la promesa de obediencia de Israel: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor
con vosotros, sobre todos estos mandatos», había dicho solemnemente Moisés después del
rito de la aspersión. Inmediatamente antes el pueblo había respondido a la lectura del libro de
la alianza: «Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos» (Ex 24,7).
Esta promesa de obediencia, que era constitutiva de la alianza, se rompía inmediatamente
después con la adoración del becerro de oro mientras Moisés estaba en la montaña. Toda la
historia que sigue es una historia de reiteradas violaciones de la promesa de obediencia, como
muestran tanto los libros históricos del Antiguo Testamento como los libros de los profetas. La
ruptura parece irremediable en el momento en que Dios abandona a su pueblo al exilio y el
templo a la destrucción.
En aquellos momentos surge la esperanza de la «nueva alianza», no basada ya en la fidelidad
siempre frágil de la voluntad humana, sino grabada indestructiblemente en el corazón mismo
(cf. Jr 31,33). En otras palabras, el nuevo pacto debe basarse en una obediencia que sea
irrevocable e inviolable. Esta obediencia, fundada ahora en la raíz de la humanidad, es la
obediencia del Hijo que se ha hecho siervo y asume en su obediencia hasta la muerte toda
desobediencia humana, la sufre hasta el fondo y la vence.
Dios no puede simplemente ignorar toda la desobediencia de los hombres, todo el mal de la
historia, no puede tratarlo como algo irrelevante e insignificante. Esta especie de
«misericordia» y «perdón incondicional» sería esa «gracia a bajo precio» contra la que
protestó con razón Dietrich Bonhoeffer ante el abismo del mal de su tiempo.
La injusticia, el mal como realidad concreta, no se puede ignorar sin más, dejarlo estar. Se debe
acabar con él, vencerlo. Sólo esto es verdadera misericordia. Y que ahora lo haga Dios, puesto
que los hombres no son capaces de hacerlo, muestra la bondad «incondicional» divina, una
bondad que no puede estar en contradicción con la verdad y la correspondiente justicia. «Si
somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo», escribe Pablo a
Timoteo (2 Tm 2,13).
Esta fidelidad suya consiste en que Él no sólo actúa como Dios respecto a los hombres, sino
también como hombre respecto a Dios, fundando así la alianza de modo irrevocablemente
estable. Por eso, la figura del siervo de Dios que carga con el pecado de muchos (cf. Is 53,12),
va unida a la promesa de la nueva alianza fundada de manera indestructible. Este injerto ya
inconmovible de la alianza en el corazón del hombre, de la humanidad misma, tiene lugar en el
sufrimiento vicario del Hijo que se ha hecho siervo. Desde entonces, a toda la marea sucia del
mal se contrapone la obediencia del Hijo, en el cual Dios mismo ha sufrido y cuya obediencia
es, por tanto, siempre infinitamente mayor que la masa creciente del mal (cf. Rm 5,16-20).
La sangre de los animales no podía ni «expiar» el pecado ni unir a los hombres con Dios. Sólo
podía ser un signo de la esperanza y de la perspectiva de una obediencia más grande y
verdaderamente salvadora. En las palabras de Jesús sobre el cáliz, todo esto se ha reasumido y
convertido en realidad: Él da la «nueva alianza sellada con su sangre». «Su sangre», es decir, el
don total de sí mismo en que El sufre todos los males de la humanidad hasta el fondo, elimina
toda traición asumiéndola en su fidelidad incondicional. Éste es el culto nuevo, que Él instituyó
en la Última Cena: atraer a la humanidad a su obediencia vicaria. Participar en el cuerpo y la
sangre de Cristo significa que Él responde «por muchos» —por nosotros— y, en el Sacramento,
nos acoge entre estos «muchos».
Queda por explicar ahora una expresión en las palabras de la institución que ha suscitado
recientemente muchas discusiones. Según Marcos y Mateo, Jesús dice que su sangre fue
derramada «por muchos», aludiendo con ello precisamente a Isaías53, mientras en Pablo y
Lucas se habla de darla o derramarla «por vosotros».
La teología reciente ha destacado con razón la palabra «por», común a los cuatro relatos; una
palabra que puede ser considerada palabra clave no sólo de la narración de la Última Cena,
sino de la figura misma de Jesús. Su significado general se define como «pro-existencia»: no un
ser para sí mismo, sino para los demás; y esto no sólo como una dimensión cualquiera de esta
existencia, sino como aquello que constituye su aspecto más íntimo e integral. Su ser es, en
cuanto ser, un «ser para». Si alcanzamos a entender esto, entonces estaremos muy cercanos al
misterio de Jesús y sabremos también lo que significa seguir a Jesús.
Pero ¿qué significa «derramada por muchos»? En su obra fundamental, Die Abendmahlsworte
Jesu (1935), Joachim Jeremías ha tratado de mostrar que, en los relatos sobre la institución, la
palabra «muchos» sería un semitismo y que, por tanto, no ha de leerse partiendo del
significado de la palabra griega, sino según los textos correspondientes del Antiguo
Testamento. Trata de probar que la palabra «muchos» significa en el Antiguo Testamento «la
totalidad» y, por tanto, se debería traducir por «todos». Esta tesis se impuso rápidamente por
entonces y se ha convertido en una convicción teológica común. Basándose en ella, en las
palabras de la consagración, el «muchos» se ha traducido en distintas lenguas por
«todos».«Derramada por vosotros y por todos». Así oyen hoy los fieles en muchos países las
palabras de Jesús durante la celebración eucarística.
Con el tiempo, sin embargo, el consenso entre los exegetas se ha roto de nuevo. La opinión
predominante tiende hoy a explicar el «muchos» de Isaías 53, y también de otros lugares, en el
sentido de que, si bien significa una totalidad, no puede simplemente equipararse al «todos».
Ahora, teniendo en cuenta también el lenguaje de Qumrán, se supone predominantemente
que «muchos», en Isaías y en Jesús, se refiere a la «totalidad de Israel» (cf. Pesch, Abendmahl,
p. 99s; Wilckens, I, 2, p. 84). Sólo con la llegada del Evangelio a los paganos se habría puesto de
manifiesto el horizonte universal de la muerte de Jesús y su expiación, que abarca tanto a los
judíos como a los paganos.
Últimamente, el jesuita vienés Norbert Baumert, junto con María Irma Seewann, ha
presentado una interpretación del «por muchos» que en líneas generales había desarrollado
ya Joseph Pascher en su libro Eucharistia de 1947.El núcleo de la tesis es el siguiente: según la
estructura lingüística del texto, el «ser derramado» no se refiere a la sangre, sino al cáliz; «se
trataría, pues, de un "derramar" efectivamente la sangre del cáliz, un gesto en el que la vida
divina misma se da en abundancia, sin hacer referencia alguna a la acción de los verdugos»
(Gregorianum 89, p. 507). Así, las palabras sobre el cáliz no aludirían al acontecimiento de la
muerte en la cruz y sus consecuencias, sino a la acción sacramental. De este modo se
clarificaría también la palabra «muchos»: mientras que la muerte de Jesús vale «para todos»,
el alcance del Sacramento es más limitado. Llega a muchos pero no a todos (cf. especialmente
p. 511).
Desde el punto de vista estrictamente filológico, esta solución puede ser verdadera en el texto
de Marcos 14,24. Si no se atribuye originalidad alguna al texto de Mateo respecto a Marcos, la
solución sobre las palabras de la Ultima Cena podría considerarse convincente. El énfasis en la
distinción entre el ámbito de la Eucaristía y el alcance universal de la muerte de Jesús en la
cruz es válido en cualquier caso, y permite proseguir la investigación. Pero con ello el problema
de la palabra «muchos» queda explicado sólo en parte.
En efecto, falta la interpretación fundamental que da Jesús de su misión en Marcos 10,45,
donde también aparece la palabra «muchos». «El Hijo del Hombre no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos». Aquí se habla claramente de la
entrega de la vida en cuanto tal, y queda claro con ello que Jesús retoma la profecía sobre el
siervo de Dios de Isaías 53, y la pone en relación con la misión del Hijo del hombre que,
consiguientemente, adquiere así un nuevo significado.
Así pues, ¿qué podemos decir? Me parece presuntuoso, y al mismo tiempo insensato, querer
indagar en la conciencia de Jesús e intentar explicarla basándonos en lo que él pudo o no pudo
haber pensado, según nuestro conocimiento de aquellos tiempos y de sus concepciones
teológicas. Sólo podemos decir que Él sabía que en su persona se cumplía la misión del siervo
de Dios y la del Hijo del hombre, por lo que la conexión entre los dos motivos comporta al
mismo tiempo la superación de la limitación de la misión del siervo de Dios, una
universalización que indica una nueva amplitud y profundidad.
Podemos observar también cómo crece lenta y simultáneamente la comprensión de la misión
de Jesús en el camino de la Iglesia naciente, y cómo el «recordar» de los discípulos bajo la guía
del Espíritu de Dios (cf. Jn 14,26) comienza poco a poco a percibir todo el misterio escondido
tras las palabras de Jesús. 1 Tm 2,6 habla de Jesús como el único mediador entre Dios y los
hombres, «que se entregó en rescate por todos». El significado salvífico universal de la muerte
de Jesús se manifiesta aquí con claridad cristalina.
Podemos encontrar además respuestas históricamente diferenciadas, pero totalmente
concordes en lo esencial, a la cuestión sobre el alcance de la obra salvífica de Jesús —
respuestas indirectas al problema «muchos-todos»—, tanto en Pablo como en Juan. Pablo
escribe a los Romanos que los paganos deben alcanzar la salvación «en su totalidad» (pléró
ma), y que, entonces, todo Israel se salvará (cf. 11,25s). Juan dice que Jesús murió «por el
pueblo» (judío), pero «no solamente por el pueblo, sino también para reunir a los hijos de Dios
dispersos» (11,50ss). La muerte de Jesús vale para judíos y paganos, para la humanidad en su
conjunto.
Si en Isaías «muchos» podía significar esencialmente la totalidad de Israel, en la respuesta
creyente que da la Iglesia al nuevo uso de la palabra por parte de Jesús queda cada vez más
claro que El, de hecho, murió por todos.
El teólogo protestante Ferdinand Kattenbusch trató de demostrar en 1921 que las palabras de
Jesús en la Última Cena serían el acto fundacional propiamente dicho de la Iglesia. Jesús habría
dado con ello a sus discípulos la novedad que los unía y hacía de ellos una comunidad.
Kattenbusch tenía razón: con la Eucaristía quedó instituida la Iglesia misma. Se convierte en
una unidad, llega a ser ella misma a partir del cuerpo de Cristo y, desde su muerte, queda
abierta a la vez a la inmensidad del mundo y de la historia.
La Eucaristía es el acontecimiento visible de reunión que —en un lugar y más allá de todos los
lugares— es un entrar en comunión con el Dios vivo, que acerca desde dentro a los hombres
unos a otros. La Iglesia nace de la Eucaristía. De ella recibe su unidad y su misión. La Iglesia
proviene de la Última Cena, pero precisamente por eso se deriva de la muerte y resurrección
de Cristo, anticipadas por Él en el don de su cuerpo y su sangre.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor Sergio Arturo » Mar Nov 26, 2013 9:27 pm

JUEVES SANTO (Jn 13,1-15): SIGNIFICADO PROFUNDO, SORPRENDENTE, ROMPEDOR.

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Todas las actuaciones de Jesús de Nazaret tenían un significado profundo, sorprendente, rompedor para las personas de la comunidad judía de aquellos tiempos. Está claro que muchas de las cosas que nos narran los evangelios adquieren para nosotros una dimensión profunda, grande y que nos deja huella, pero, tal vez, no apreciamos esas fórmulas radicales que afectaban, sorprendían y, por supuesto, irritaban a muchos judíos de entonces. En fin… es sabido pero es bueno reseñarlo. Entre el pueblo judío solo los esclavos lavaban los pies al resto de los mortales. Si no había esclavos en una casa, cada uno limpiaba el polvo del camino de sus pies por si mismos. Cuando Jesús, anudándose una toalla a la cintura, decide lavar los pies a sus discípulos sabe lo que hace: se convierte en esclavo de sus discípulos, de sus “alumnos”. Por eso Pedro se escandaliza. Comprende perfectamente el gesto y con su habitual sinceridad se opone a que Jesús, su Maestro, le lave a él los pies. Y este episodio de una gran belleza plástica nos lo narra el Evangelista San Juan. Su evangelio se escribió mucho después de los otros tres Sinópticos y por eso Juan pudo meditar más ese significado de servicio de Jesús a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.

2.- El lavatorio se produce durante la cena de Pascua y fue durante su celebración cuando Jesús realizó otra prueba de amor, perfectamente correspondiente –y aún superior, si se quiere—con el regalo sublime de dejarnos su presencia total en el Pan y en el Vino consagrado. Fue la primera Eucaristía de la historia y el relato preciso de la misma la hemos escuchado en la Primera Carta a los Corintios, uno de los textos más antiguos de los evangelios. Y, obviamente, el texto nos resulta conocido porque las palabras de Jesús, que transcribe San Pablo, son la fórmula litúrgica utilizada para la Consagración, para la conversión del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. La primera lectura, procedente del Libro de Éxodo narra las instrucciones dadas por Dios a Moisés para la celebración de la Pascua y es correspondiente, entonces, con la Cena que celebró Jesús y cuyo ritual utilizó.

3.- Con esta celebración de la Cena del Señor entramos en el Triduo Pascual, en el cual vamos a asistir a ese milagro de amor que es la muerte y la Resurrección de Jesús. Esta celebración nos prepara para esas horas y nos deja con la tristeza de lo que ocurrirá un poco después de la cena. Getsemaní aparece en el horizonte y también la detención, la tortura y la falsa condena a muerte de un hombre justo. No hemos de perder la oportunidad de entrar fuerte, con toda nuestra alma y todo nuestro corazón, en lo que se abre para nosotros a partir de esta hora. El sacrificio de Jesús nos ha hecho libres, pero hemos de tener conciencia y consciencia de lo que significa. No perdamos, hoy esa oportunidad. No es difícil es tan sólo un lenguaje de amor, de supremo amor.

Y hemos de ser coherentes con ese amor. No sólo vivir esta celebración como un culto más, como un rito al uso. Jesús de Nazaret nos ha dado una lección de amor supremo. Se ha hecho esclavo de nosotros al lavarnos los pies. Y si esa radicalidad sorprendía al pueblo judío de hace más de dos mil años, el amor por los hermanos, y a toda costa y con un muy alto precio, también marca una diferencia radical con nuestro tiempo, en el que cada uno va a lo suyo, y a lo sumo se practica una solidaridad pública, por ser lo habitual y políticamente correcto. No se trata de decir que nadie ama. No es así hay muchos ejemplos del amor de Cristo a nuestro alrededor: aquellos que cuidan enfermos hasta enfermar ellos mismos, esas madres –y padres—que en estos tiempos de crisis comen menos de lo necesario, para que sus hijos no noten que hay menos alimentos por culpa de la crisis, esas personas que dan –como la viuda del templo de Jerusalén—todo lo que tienen para las víctimas de Haití y Chile… Pero también –tal vez nosotros mismos—que ejercita su egoísmo en todo momento, que hace un uso farisaico de ese principio un tanto dudoso de que “la caridad comienza por uno mismo”. Lo he dicho antes. Hoy el Día del Gran Amor. Entremos en ello. No lo dejemos a un lado. Nadie es cristiano de verdad si no ama. Y hoy en ese día especial que el desamor se presenta como el gran mal de la humanidad. ¡Remediémoslo!

Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor quimicoec » Vie Nov 29, 2013 4:31 pm

Muy ilustrativos los escritos de Jóse Luis Martín Descalzo y del P. Jesús de la Heras, me lleva a la reflexión que cada vez que yo cometo un pecado, nuestro señor Jesucristo lo siente en su carne los efectos de este en el Huerto de Getsemani. Y que es difícil entender como se sintió un Dios hecho pecado para liberarnos de nuestra culpa y aun más de dejarnos en libertad de seguirlo. Ha veces me he sentido como Pedro cuando negó a Jesús, cuando he dejado de hacerlo presente en un grupo de amigos, en clientes , en amigos del deporte,en fin en el mundo que nos movemos, y sentir esa mirada de Jesús que igual nos acepta como somos y nos da otra oportunidad para rectificar. No me queda más que agradecer a todos los que hacen Catholiic.net por la evangelización en linea que desarrollan y a todos los compañeros del curso que han puesto su granito de arena para que este curso sea una bendición de Dios,saludos.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor zbenedetti » Sab Nov 30, 2013 3:50 pm

Tomado de Internet y de Wikipedia

En la última Cena con los Apóstoles, la víspera de su Pasión, Jesús anticipa el sacrificio libre de sí mismo: «Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros», «ésta es mi sangre que será derramada...» (Lc 22, 19-20). De este modo, Jesús instituye, al mismo tiempo, la Eucaristía como «memorial» (1 Co 11, 25) de su sacrificio, y a sus Apóstoles como sacerdotes de la nueva Alianza.

En EL HUERTO DE GETSEMANÍ, la voluntad humana del Jesús Hijo de Dios se adhiere a la voluntad del Padre y, para salvarnos, acepta soportar nuestros pecados en su cuerpo, «haciéndose obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8).

Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio expiatorio para reparar nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta la muerte. Este amor hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) del Hijo de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre. El sacrificio pascual de Cristo rescata, por tanto, a los hombres de modo único, perfecto y definitivo, y les abre a la comunión con Dios.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor Eleogardo Troilo » Lun Dic 02, 2013 5:19 am

Las primeras Vísperas de Pascua se relacionan ahora con la Misa del Sábado Santo, porque esa Misa se celebraba antiguamente por la tarde (ver SÁBADO SANTO); sólo consisten en un salmo (cxvi) y el Magnificat. Los Maitines sólo tienen un Nocturno; el Oficio es breve porque el clero está ocupado con los catecúmenos, la reconciliación de los pecadores, y la distribución de las limosnas, que se daban abundantemente por los ricos en el día de Pascua. Esta peculiaridad de recitar sólo un Nocturno se extendió por algunas iglesias desde la octava de Pascua a todo el tiempo pascual, y pronto a todas las fiestas de los Apóstoles y fiestas mayores similares de todo el año eclesiástico. Esta práctica se encuentra en los breviarios alemanes ya en el Siglo XIX (“Brev. Monaster.”, 1830; Baumer,“Breview”, 312). La octava de Pascua termina con la Nona del Sábado y el Domingo se recitan los tres Nocturnos con los dieciocho salmos del Oficio dominical ordinario. Muchas iglesias, sin embargo, durante la Edad Media y posteriormente (Brev. Monaster., 1830), en el Domingo de Cuasimodo (Dominica in Albis) se repetía el Nocturno breve de la semana de Pascua. Antes de que el usus Romanae Curiae (Baumer, 301) se extendiera por los Franciscanos por toda la Iglesia los dieciocho (o veinticuatro) salmos de los Maitines regulares del domingo se distribuían, tres a tres, en los Maitines de la semana de Pascua (Bäumer, 301). Esta práctica es aún una de las peculiaridades del Breviario Carmelita. El Breviario simplificado de la Curia Romana (Siglo XII) estableció la costumbre de repetir los Salmos i, ii, iii, cada día de la octava. Desde el Siglo IX al XIII en la mayor parte de las diócesis se observaban los dos preceptos de oír Misa y abstenerse de trabajos serviles durante toda la semana de Pascua (Kellner, Heortologie, 17); más tarde esta norma se limitó a dos días (lunes y martes), y desde finales del Siglo XVIII, al lunes solo. En los Estados Unidos incluso el lunes no es fiesta de precepto. Los tres primeros días de la semana de Pascua son dobles de primera clase, los demás días semi-dobles. Durante esta semana, en el Oficio Romano, por costumbre inmemorial, se omiten los himnos, o más bien nunca se introdujeron. El antiguo Oficio eclesiástico no contenía himnos, y por respeto a la gran solemnidad de Pascua y al antiguo cántico "Haec Dies", la Iglesia Romana no tocó el antiguo Oficio de Pascua introduciendo himnos. Por tanto hasta ahora el Oficio de Pascua consiste solo en salmos, antífonas, y las grandes lecturas de los Maitines. Sólo el "Victimae Paschali" se adoptó en muchas de las iglesias y órdenes religiosas en las Segundas Vísperas. Los Oficios Mozárabe y Ambrosiano usan el himno ambrosiano "Hic est dies versus Dei" en Laudes y Vísperas, el Breviario Monástico, "Ad coenam Agni providi" en Vísperas, "Chorus novae Jerusalem" en Maitines, y "Aurora lucis rutilat" en Laudes. El Breviario Monástico tiene también tres Nocturnos el día de Pascua. Aparte de los himnos se omite la lectura breve y las Horas Intermedias no tienen antífonas; el lugar de los himnos, lecturas breves, y responsorios se ocupa por el cántico, "Haec Dies quam fecit Dominus, exultemus et laetemur in ea". Las Misas de la semana de Pascua tienen una secuencia de carácter dramático, "Victimae paschali", que fue compuesta por Wipo, un sacerdote borgoñón de las cortes de Conrado II y Enrique III. El Prefacio actual es una abreviación del largo Prefacio del Sacramentario Gregoriano. El "Communicantes" y el "Hanc igitur" contienen referencias al bautismo solemne de la víspera de Pascua. Dos aleluyas se añaden al "Benedicamus Domino" de Laudes y Vísperas y al "Ite Missa est" de la Misa durante toda la octava. Cada día de la octava tiene una Misa especial; un antiguo misal manuscrito español de 855 contiene tres Misas para el Domingo de Pascua; los misales galicanos tiene dos misas para cada día de la semana, una de las cuales se celebraba a las cuatro de la mañana, precedida de una procesión (Migne, La Liturgie Catholique, París, 1863, p. 952). En el Sacramentario Gelasiano cada día de la semana de Pascua tiene su propio Prefacio (Probst, Sacramentarien, p. 226).
Carlos
Eleogardo Troilo
 
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor soranamaria » Lun Dic 02, 2013 6:57 pm

La devoción a la Pasión del Señor tiene una de las manifestaciones mas características en el Vía Crucis. Cada viernes, a las tres de la tarde, los hijos de san Francisco con los peregrinos de todo el mundo y fieles locales inician este piados ejercicio por las calles de Jerusalen. Se ha escrito mucho sobre esta practica, cuyo origen histórico no es fácil definir, lo cual indica también la importancia que ha tenido y sigue teniendo en la piedad cristiana. La configuración actual del vía crucis con las 14 estaciones tuvo su origen en España, a finales del siglo XVI y posteriormente fue trasladada a Tierra Santa. Este intercambio fue posible gracias a la influencia de los franciscanos, presentes en Tierra Santa y en todo el mundo.
El camino que siguió Jesús, llevando su Cruz desde el Pretorio de Pilato hasta el Calvario, ha sido impulsado por los franciscanos de Tierra Santa en consonancia con el amor de san Francisco a Cristo crucificado, amor que tuvo en La Verna su punto culminante, cuanto el santo recio las llagas de la Pasión.
EL CAMINO DE LA CRUZ EN EL PRIMER MILENO
Los frailes no fueron los iniciadores del vía crucis. Su practica forma parte de la historia de la Iglesia en camino siguiendo a Jesús, quien, en su Pasión y Muerte en la Cruz, es la verdadera victima expiatoria de nuestros pecados. Lo reflejan claramente las palabras del autor de la Carta a los Hebreos, que sirven de inicio al actual vía crucis"Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta(de la ciudad). Así pues, salgamos donde EL; fuera del campamento, cargando con su oprobio; que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro. (Hb 13, 12-13). Seguir a Jesús llevando la cruz es la norma fundamental del ser discípulo, y por ello los cristianos han querido siempre recorres el itinerario de la Pasión, ir tras los pasos del Maestro, pasar por donde
EL paso, pisando sus huellas.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor Yennis Silva » Jue Dic 05, 2013 8:24 am

Hemos llegado a la Semana más Grande, como lo es la Semana Santa, Semana Mayor. No porque sus días sean más grandes que los demás, sino porque en ellos han sido llevadas a cabo por el Señor cosas admirables. (San Juan Crisóstomo). Algunos se preguntan, ¿por qué la Iglesia dedica tanto tiempo a preparar, celebrar y hablar de la Semana Santa? La respuesta es sencilla: en ella sucedieron los principales acontecimientos de nuestra fe.
Si leemos detenidamente los Evangelios, nos daremos cuenta de que sus autores dedican a narrar los últimos días terrenos de Jesús por lo menos ¡un tercio! de sus obras.

San Mateo dedica 2 capítulos a la infancia del Señor, 14, a su vida pública en Galilea, 4, a su caminar hacia Jerusalén y 8, a los acontecimientos situados entre el Domingo de Ramos y la Resurrección.

San Marcos no habla de la infancia, narra en 8 capítulos la actividad de Jesús en Galilea, en 2 a su camino a Jerusalén y en 6 más lo que nosotros llamamos Semana Santa. Como vemos, ya desde los tiempos apostólicos, la Iglesia centró su mirada en estos días, que llamamos «santos» y que alcanzan su punto culminante en la Pascua del Señor. Nos acercamos a los textos bíblicos para comprender mejor cómo vivió Jesús los últimos días de su existencia terrena. Esto nos ilumina para saber cómo debemos vivir nosotros la Semana Santa.


La Fiesta De Pascua «Era la víspera de la fiesta de Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre. Y Él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).
Nuestra Semana Santa coincide con las fiestas pascuales de los judíos. La Pascua era la fiesta por excelencia para Israel. Había comenzado siendo una celebración de pastores nómadas, al inicio de la Primavera, en el momento de cambiar de los pastos de invierno (en los valles, lugares más cálidos) a los de verano (en las montañas, único lugar de aquellos áridos parajes donde crece algo verde en esas fechas). El mismo nombre de la fiesta significa precisamente eso: «paso» de un lugar a otro.
Las ovejas estaban recién paridas, por lo que las madres y las crías estaban débiles y podían morir durante la marcha. Para evitar el calor del sol, los desplazamientos se hacían de noche, por eso se esperaba a la luna llena de primavera (motivo por el que, todavía hoy, la Pascua se celebra cada año en días distintos, entre Marzo y Abril). Se pensaba que los desiertos eran la morada de los demonios.
Antes de partir, se sacrificaba un cordero, ofreciéndoselo, con la esperanza de que no exigieran otro tributo al atravesarlo, por eso mojaban sus tiendas con la sangre del animal, para que se viera que ellos habían cumplido su parte. Durante el viaje, en los descansos junto a los oasis, se comían los panes sin levadura, típicos de los beduinos, y las verduras que se encontraban por el camino.

Precisamente durante la fiesta anual de Pascua, el pueblo de Israel hizo experiencia de la bondad de Dios, que le libró de la esclavitud de Egipto por manos de Moisés. El libro del Éxodo nos dice claramente que Moisés pidió al Faraón que permitiera ir a los judíos al desierto para celebrar la fiesta de Pascua (Ex 5, 1). Como el Faraón se niega, comienza un pulso entre él y Moisés (las plagas), que culmina con la victoria del enviado del Señor y la salida de Egipto. El sacrificio del animal, la sangre, las verduras amargas, los panes ázimos y el mismo nombre de Pascua, adquirirán un significado nuevo: «Es el "paso" del Señor, que ha estado grande y nos ha hecho "pasar" de la servidumbre a la libertad» (Cf. Ex 12). En los siglos posteriores, los judíos piadosos subían cada año a Jerusalén por esas fechas. No era un acontecimiento cualquiera; era la celebración de los orígenes del pueblo, la ocasión de renovar la Alianza con Dios y la fe en su providencia: El Dios que nos sacó de la esclavitud e hizo de nosotros un pueblo, y que estará con nosotros para siempre.

Jesús también celebraba cada año la Pascua (Lc 2, 41-42). Durante las fiestas pascuales, Jesucristo encontró la muerte en Jerusalén y resucitó del sepulcro. A partir de entonces, la Pascua se convierte para los cristianos en el «paso» de la muerte a la resurrección, del pecado al perdón, del hombre viejo a la vida nueva en Cristo. San Pablo insiste en sus cartas en que los cristianos participamos sacramentalmente de la Pascua de Jesús: «¿Ignoráis acaso que todos los bautizados han sido vinculados a la muerte de Cristo? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo, quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección» (Rom 6, 3-5).

El Domingo anterior a la Pascua, Jesús entra solemnemente en la ciudad, a lomos de un borriquillo, entre las aclamaciones del pueblo y de los niños. No debemos olvidar que Jesús se dirige a la Ciudad Santa para celebrar y vivir la Pascua definitiva. El pueblo acogió al Señor como Rey de Israel, aclamándolo como el Enviado, el Mesías, el Profeta esperado. En estos días Él explicará con sus palabras y obras qué tipo de Rey, de Mesías y de Profeta es. A muchos no convencerán sus actitudes ni sus propuestas. La mayoría de los que el Domingo lo aclamaban como Rey, el Viernes pidieron su muerte. Encontramos esta contradicción a lo largo de toda la vida de Jesús. Al inicio de su actividad pública en Nazaret (Cf. Lc 4, 14-30), mientras dice cosas agradables «todos asentían y se admiraban de sus palabras» (Lc, 22); cuando dice lo que no quieren oír «se llenaron de indignación, se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte con ánimo de despeñarlo» (Lc, 29). Ahora la historia se repite, pero con mayor dramatismo.

Durante los últimos días de su vida, Jesús realiza importantes gestos proféticos, en la línea de los que hacían los hombres de Dios del Antiguo Testamento: gestos cargados de significado religioso, que cumplen lo que prometen (como ejemplo se puede ver 1 Re 11, 26-39). De todas formas, son sus palabras las que iluminan el significado último de sus acciones.

Getsemaní «Jesús Cargando con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2, 23-24). A través del estudio de la Semana Santa y de la Última Cena, hemos entrado de lleno en el Triduo Pascual y hemos sido fortalecidos también para la Prueba, para atravesar la Hora junto a Jesús. «Después de cantar los himnos, salieron para el huerto de los olivos» (Mc 14, 26). Se acerca la «Hora» tantas veces anunciada, el momento definitivo, y Jesús necesita orar. Sabe que es la única manera de poder enfrentarse con fuerzas a la prueba y a la tentación (Mc 14, 38). Todo llega a su fin, y Jesús vive un momento dramático. Ora «de rodillas», intensamente, hasta sudar gotas de sangre (Lc 22, 41. 44), «postrado rostro en tierra» (Mt 26, 39), «sintiendo pavor y angustia, una tristeza mortal» (Mc 14, 33-34), «con gritos y con lágrimas» (Heb 5, 7).

En esta noche de la Pascua, noche de fiesta y júbilo para Israel, la oración de Jesús es el momento más dramático de su vida. Para Él comienzan el pavor, la angustia y la soledad. Está solo frente a Dios; insiste en orar, pero se ha roto la comunicación con Él. Como comentan tantos Padres de la Iglesia, éste es el momento en el que sobre Jesús cae todo el pecado del mundo. Ha de sufrir, pues, siendo el Hijo, siendo inocente ha de mostrar su Obediencia (Heb 5, 7ss). Tratando de introducirnos en este momento nos fallan todas las categorías de comprensión: humanas y teológicas. Ningún encuentro o desencuentro con Dios fue igual antes y ninguno será igual después. No podemos terminar de comprender lo que supuso para Jesús este momento. Él creía en un Padre bueno que no abandonaba a los suyos y anunciaba que eran felices los pobres, los sencillos, los humildes... Toda su predicación y su ministerio parecían encaminarse al fracaso más absoluto: Los fuertes, los poderosos, los que tienen interés en que todo siga como está, parecían triunfar.

Jesús sufre todo el peso del Abandono de Dios, tiene ante sí el Cáliz de su Ira, las consecuencias del pecado acumulado por tantas y tantas generaciones de hombres y mujeres. Desde este pozo, desde este abismo, desde este «infierno» de los que han dicho ‘no’ a Dios, Jesús dirige su oración al Padre: «¡Abba!, ¡Padre!, todo es posible para ti, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino a tuya». En plena prueba, en medio de la más negra oscuridad y abandono inocente, Jesús sigue manifestándose como el Hijo; para Él no existe más que la voluntad de Dios. Y ello por tres veces, expresión que en el lenguaje bíblico significa «por completo», agotando toda posibilidad. No lo ha dicho «con la boca pequeña» y está dispuesto a sufrir las consecuencias, a seguir testimoniando al Padre entre los tormentos y la Muerte.

Crucifixión Y Muerte: Todo parece acabar aquí, en el Gólgota, en este siniestro «lugar de la calavera». Jesús es despojado de lo último que le queda, de sus ropas, del resto de su dignidad. Sufre la suerte de los rebeldes, los asesinos, los ladrones, se encuentra entre ellos (Is 53, 9). Todo el mal y el pecado del mundo caen sobre Él desfigurándolo y destrozándolo por completo (Is 53, 5). Todos se burlan: el que se cree Profeta, Voz de Dios, el que ha confiado en el Señor hasta el final, el que no ha hecho más que el bien a todos los que ha encontrado en su camino, cuelga del patíbulo sin poder ayudarse, sin que nadie le crea, sin hallar ni una mirada de compasión.

Jesús se siente traicionado, fracasado, abandonado. No tiene fuerzas ni para invocar a su Padre. Desde la cruz grita una última plegaria: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Es la única vez en todos los evangelios en que Jesús no se dirige a Dios llamándole Padre. Esto se debe a que está citando el salmo 22, que inicia precisamente con esas palabras, continúa con un lamento por la persecución injusta y acaba cantando la confianza en la misericordia de Dios, dándole gracias por su salvación: «Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (Sal 22, 23). Por eso San Lucas, en lugar de recordar este salmo, cita otro parecido, el 31, recogiendo otra oración de Jesús moribundo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). En este momento definitivo, Jesús sigue confiando contra toda esperanza en que la promesa de Dios ha de ser más fuerte que el pecado y que la muerte.


TODO LO QUE SUFRIO MI AMADO JESÚS POR NOSOTROS! BENDITO Y ALABADO SEAS POR TODOS LOS SIGLOS. TE AMO.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor soranamaria » Vie Dic 06, 2013 6:42 pm

Los frailes no fueron los iniciadores del vía crucis, Su practica forma parte de la historia de la Iglesia en camino siguiendo a Jesus, quien, en su Pasión y Muerte en la Cruz, es la verdadera víctima expiatoria de nuestros pecados. Lo reflejan claramente las palabras del autor de la Carta a los Hebreos, que sirven de inicio al actual vía crucéis, "Jesus, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta. Así pues, salgamos donde EL fuera del campamento, cargando con su oprobio, que no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 12-13) Seguir a Jesus llevando la cruz es la norma fundamental del ser discípulo, y por ello los cristianos han querido siempre recorrer el itinerario de la Pasión, ir tras los pasos del Maestro, pasar por donde EL paso, pisando sus huellas.

Ademas, la primitiva comunidad cristiana de Jerusalem siguió conservando con mismo cariño la memoria de los Lugares santificados por la presencia de Jesus, en especial los que se referían a su Pasión, Muerte y Resurrección.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor MariaFernandaM » Dom Dic 08, 2013 2:33 pm

Iglesia de San Pedro Galicanto
En el Monte Sión en Jerusalén, está la iglesia de San Pedro Galicanto que fue construida en el siglo XX, a cargo de los Padres Asuncionistas quienes son una congregación originaria de Francia. En ella se conmemora las negaciones de Pedro y sobretodo su posterior arrepentimiento. El interior de la iglesia posee muchas pinturas y vitrales que crean un ambiente favorable a la reflexión de este hecho de la vida de Pedro. Bajo la iglesia hay un pozo profundo que era utilizado como prisión y uno de los mosaicos exteriores muestra a Jesús siendo colocado en la misma. En el patio exterior se han descubierto ruinas, se cree que son de la casa del Sumo Sacerdote Caifás.
La iglesia actual fue construida en 1931 por el Asuncionista francés Etienne Boubet. En los años 90, fue magníficamente restaurada bajo la dirección de Robert Fortin, un Asuncionista americano entonces rector del santuario, y del arquitecto palestino Samir Kandah.
El nivel superior de la iglesia presenta matices de verde y morado el cual es el color del arrepentimiento. El altar muestra imágenes de santos penitentes, entre ellos Dimas, el «uen ladrón, y Santa María Egipciaca. En el segundo nivel se encuentra un bronce del Siervo Sufriente que invita a los visitantes a contemplar las profecías de Isaías cumplidas en Jesús.
En el lado opuesto a la estatua, una escalera lleva a la capilla de la cripta donde tres pinturas :un gallo que se inclina hacia Jesús cuyas manos están atadas y que fija su mirada en Pedro después de su negación; la imagen de Pedro llorando su traición en el centro y la reconciliación con la pregunta de Jesús: «Pedro, ¿me amas?»
Debajo de la iglesia se encuentra una cisterna transformada en calabozo cuyas paredes presentan cruces hechas por peregrinos donde la tradición dice que Jesús estuvo encarcelado durante la noche que precedió a su muerte.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor quimicoec » Lun Dic 09, 2013 1:51 pm

Después de haber meditado las lecturas del Texto de José Luis Martín Descalzo y del Padre Jesús de las Heras, no queda más que agradecer a Dios por su bondad con nosotros pecadores, saludos a todos compañeros peregrinos.
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Re: Taller tema 12: La víspera de la PASCUA

Notapor FSC » Lun Dic 09, 2013 9:43 pm

La palabra Getsemaní tiene un marcado acento hebreo porque procede de dos términos: gat, que significa "prensa, lagar" y semen, "aceite, óleo", de ahí su significado: "lagar de aceite". San Jerónimo explica el término como derivado de gi" semani (valle fértil) como indica un pasaje profético (Is 28, 1). Pero esta forma es explicada más pausible como una corrupción griega del nombre original en gesamanei ("jardín de aceite, huerto de aceite, lugar de aceite"). El lugar así llamado es el monte de los Olivos, donde Jesús ora en soledad angustiada, antes de ser traicionado por Judas. El emplazamiento actual del lugar se encuentra al otro lado del torrente Cedrón y ofrece una vista panorámica de gran belleza con la ciudad santa de Jerusalén al frente.

La historia de Getsemaní es narrada en cada uno de los cuatro evangelios, aunque solamente San Marcos y San Mateo refieren el lugar con el nombre de Getsemaní. Ellos hablan de una "región" y solamente su nombre sugiere huerto de olivos (Mt 26, 36; Mc 14, 32). San Lucas lo llama simplemente el "lugar" sobre el monte de los Olivos (Lc 22, 39-40). San Juan localiza el lugar, "al otro lado del torrente Cedrón" y lo denomina "huerto", "jardín", y así es como se deriva el "huerto de Getsemaní" (Jn 18, 1). De ahí viene la acepción que se conoce actualmente "huerto de los olivos". Aunque otra cosa será determinar el lugar del episodio narrado por los evangelistas hoy. Ambos evangelistas no pueden permitirse examinar una información detallada, porque los antiguos olivos fueron destruidos, cuando Tito acosó y destruyó Jerusalén en el año 70 de Cristo.

La interpretación del nombre Getsemaní se vuelve difícil por la ausencia de toda certeza sobre su forma primitiva. La forma o lección más acreditada es Gezsemanei, porque está apoyada por los grandes códices (A, B, Sinaítico etc.) y también por algunas versiones latinas.

Si la lección más conocida antiguamente es la del papiro del siglo III, de la forma primitiva de la palabra, se acepta la interpretación dada por Eusebio y adoptada por San Jerónimo (valle graso o valle muy graso). Pero la palabra hebrea gez no se explica fácilmente como una corrupción del término griego ges y el cambio de gez en ges podría provenir bien de una asimilación de consonantes o por lo mismo puede ser del deseo de reencontrar en el Nuevo Testamento una expresión profética del Antiguo, es decir, gi'smnim "valle fértil", nombre dado por el profeta la "fértil valle de Samaría" (Is 28, 1-4).

Esto significa que se quiere ver en el primer elemento del nombre compuesto, la palabra hebrea y aramea gath "presa", reservada generalmente en la literatura talmúdica a "presa de vino", pero aplicada también alguna vez a "presa o molino de aceite".

El segundo elemento del nombre es el plural apocopado por la caída del nombre final como llega alguna vez en el arameo de Palestina o del hebreo y el arameo seman, palabra confusa, parecida a la griega semeion, de donde semanei, o bien del hebreo, semen (aceite), de donde samanei. Pero si esto es así, la mejor forma atestiguada Gezsemanei, da un sentido poco satisfactorio, porque equivaldría a "presa de los signos", pero no hay relación manifiesta entre "presa" y "signos". De otra parte la combinación de "presa" y "aceite", de donde sale "presa de aceite" es muy natural.

Por tanto, Gezsamanei y Gezsemanei son dos transcripciones diversas de un mismo nombre. Pero no es menos posible que los signos operados por Jesús en Getsemaní, después de la narración de San Juan, donde el signo dado por el traidor Judas, están a la base de la forma más extendida. Porque que sea el hecho de rechazar la explicación que ve en los signos, las señales aludidas por los judíos a la cima del monte de los olivos, para anunciar la neomenia, porque el lugar que se trata está al pie de la montaña.

El ámbito rural denominado Getsemaní o "presa de aceite" de San Mateo y San Marcos y el "huerto" al otro lado del torrente Cedrón y por consiguiente al pie del monte de los olivos de San Juan, se reencuentran en un olivete. Así nos podemos imaginar un bosque de olivos, cercados por un muro de piedras, teniendo en una de sus extremidades una casa conteniendo un "molino de aceite". El lugar aproximado está también asegurado. El valle del Cedrón muy estrecho al norte y al sur, se alarga del lado oriental después de la puerta de San Esteban hasta el monumento de Absalón, para hacer lugar a un olivete. Desde un punto determinado de esta prolongación del valle, parten ahora y partirían en tiempos de Cristo, los tres caminos que conducen de Jerusalén a Betania. pasión.
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