Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

En este curso, haremos un recorrido turístico-religioso por los Santos Lugares, conoceremos y comprenderemos cómo conviven las tres grandes religiones monoteístas en Tierra Santa: Cristianismo Judaísmo e Islam, sus costumbres y tradiciones, visitaremos los lugares de la vida de Cristo y la Santísima Virgen.

Conjuntamente al curso de turismo religioso, que se enviará cada semana por correo y se desarrollará en el foro como hacemos habitualmente, cada domingo nos uniremos a la plataforma de http://www.evangelizaciondigital.org/encuentros-on-line/tierra-santa/ Evangelización Online para peregrinar por los lugares que vayamos visitando y conocer la Tierra Santa, de primera mano, con guías conocedores de los lugares santos, y además con materiales de estudio y de formación.

Fecha de inicio
2 de septiembre de 2013

Fecha final:
22 diciembre 2013

Moderadores: Catholic.net, Ignacio S, hini, Moderadores Animadores

Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor tralalá » Dom Nov 24, 2013 5:24 pm

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
POSTSINODAL
ECCLESIA IN MEDIO ORIENTE
DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI

A LOS PATRIARCAS, A LOS OBISPOS,
AL CLERO,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA IGLESIA EN ORIENTE MEDIO,
COMUNIÓN Y TESTIMONIO


8. Recuerdo con emoción mis viajes a Oriente Medio. Tierra elegida por Dios de una manera especial, fue hollada por los patriarcas y los profetas. Ella hizo de escriño para la encarnación del Mesías, vio alzarse la cruz del Salvador y fue testigo de la resurrección del Redentor y de la efusión del Espíritu Santo. La recorrieron los Apóstoles, los santos y muchos Padres de la Iglesia, siendo el crisol de las primeras formulaciones dogmáticas. Sin embargo, esta tierra bendita, y los pueblos que la habitan, experimenta de forma dramática las convulsiones humanas. ¡Cuántas muertes, cuántas vidas destrozadas por la ceguera humana, cuántos miedos y humillaciones! Parece como si, entre los hijos de Adán y Eva, creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), el crimen de Caín no hubiera acabado (cf. Gn 4,6-10; 1 Jn 3,8-15). El pecado de Adán, consolidado por la culpa de Caín, no cesa de producir todavía hoy cardos y espinas (cf. Gn 3,18). ¡Qué triste es ver a esta tierra bendita sufrir en sus hijos, que se desgarran con saña y mueren! Los cristianos sabemos que sólo Jesús, habiendo pasado por la tribulación y la muerte para resucitar, puede traer la salvación y la paz a todos los habitantes de esta región del mundo (cf. Hch 2,23-24; 32-33). Y es a él sólo, a Cristo, el Hijo de Dios, a quien proclamamos. Arrepintámonos, pues, y convirtámonos «para que se borren nuestros pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios» (Hch 3,19-20a).


Carta Pro Terra Sancta del Cardenal Sandri a todos los obispos del mundo
Ante la colecta del Viernes Santo por los Santos Lugares

El Papa Benedicto nos invita a ir más allá incluso del gesto –ciertamente digno de alabanza– de la ayuda concreta. La relación debe hacerse aún más intensa, hasta lograr la posesión de una "espiritualidad anclada en la Tierra de Jesús": Por tanto, cuanto más vemos la universalidad y la unicidad de la persona de Cristo, tanto más miramos con gratitud aquella Tierra, en la que Jesús ha nacido, ha vivido y se ha entregado a sí mismo por todos nosotros. Las piedras sobre las que ha caminado nuestro Redentor están cargadas de memoria para nosotros y siguen "gritando" la Buena Nueva. (...) todos los cristianos que viven en la Tierra de Jesús, testimoniando la fe en el Resucitado (...) están llamados no sólo a servir como «un faro de fe para la Iglesia universal, sino también como levadura de armonía, sabiduría y equilibrio en la vida de una sociedad que tradicionalmente ha sido, y sigue siendo, pluralista, multiétnica y multirreligiosa»
Todo sea para la mayor honra y gloria de DIOS por
amor a Jesús, María y José.
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Acompáñennos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen.
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor ayga127 » Dom Nov 24, 2013 6:38 pm

La Vía Dolorosa, el camino que recorrió Jesús desde el lugar donde le sentenció Poncio Pilatos hasta el Gólgota, significa "camino de los dolores"..

Es posible que esta calle sea ruidosa y esté llena de vendedores tratando de llamar su atención y pregonando sus mercancías. Viejos edificios de piedra se elevan a ambos lados, y en lugar de un paseo por el campo bordeado de árboles hay unos escalones de piedra que suben por la ciudad y que parecen interminables. En ocasiones, los visitantes cristianos se sorprenden al darse cuenta de que esto no es nuevo; de hecho, es exactamente lo que habría visto Jesús aquel viernes. Era la semana de Pascua; Jerusalén era un hervidero de peregrinos. Muchos habrían apartado la vista por miedo a los romanos. De hecho, éstos obligaron a Simón de Cirene a llevar la cruz (Marcos, 15:21).

Desde que los cristianos comenzaron a llegar a la Ciudad Santa, han recorrido el último camino de Jesús. Al menos durante los mil últimos años es el mismo por el que pasan los actuales visitantes. Con el tiempo, los relatos sagrados se fueron materializando en puntos concretos: las estaciones del Vía Crucis.

Hay catorce estaciones. La primera de ellas está en el Pretorio, donde Pilatos condenó a Jesús y éste tomó la cruz (Marcos, 15:15). Actualmente hay un convento que ocupa una pequeña parte de esta enorme fortaleza. En sus sótanos hay losas antiguas, conocidas según la tradición como Gábbata (Juan, 19:13) o enlosado. Bajo este pavimento hay un gigantesco aljibe construido por Herodes el Grande que seguramente saciaría la sed de los soldados romanos que se burlaron de Jesús (Mateo, 27: 27-31).

Entre las antigüedades, unos 6 m. por debajo de la actual carretera, los visitantes encuentran las estaciones del Vía Crucis modestamente marcadas. Cuando el Ayuntamiento de Jerusalén encontró piedras antiguas durante las labores de mantenimiento que realizó hace algunos años, volvió a pavimentar la actual Vía Dolorosa con ellas, las más adecuadas para mostrar los lugares sagrados a los visitantes cristianos. Pasado el Pretorio se encuentra la tercera estación, donde Jesús se cayó con la cruz; la tradición dice que este episodio se repitió, y por eso está marcado mediante otras dos estaciones. La cuarta estación es donde Simón tomó la cruz. Cada estación tiene su propia historia: Jesús se encuentra con María, una mujer noble de Jerusalén limpia el sudor de la frente de Jesús, Jesús habla a las mujeres de Jerusalén (Lucas, 23:27-30), y por último, las estaciones de la crucifixión y el entierro, situada en la antigua Iglesia del Santo Sepulcro.

A pesar de (o quizás debido a) su ambiente actual, el entorno de la Vía Dolorosa transmite verdaderamente cómo era Jerusalén tal como la debió de vivir Jesús en esas últimas horas.


Fuente. http://www.israelwonder
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Nov 25, 2013 12:25 pm

La Vía Dolorosa

El Vía Crucis

La Vía Dolorosa.- Imagen-.es el camino recorrido por Jesús desde el Pretorio, lugar donde fuera condenado a muerte por Poncio Pilatos, hasta el Calvario, donde fuera crucificado.

...............Imagen...............

Catorce estaciones rememoran los sucesos de ese doloroso cortejo, de las cuales nueve provienen del Evangelio y cinco, de la tradición. Las dos primeras se encuentran dentro de la Fortaleza de Antonia; las próximas siete, en las callejuelas de la Ciudad Vieja y las últimas cinco, las encontramos dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro.

Todos los viernes a las tres de la tarde, los Frailes Franciscanos realizan una procesión que avanza a lo largo de la Vía Dolorosa, con mucho respeto y recordando este Vía Crucis de Jesús.

“…Y tomaron a Jesús y se lo llevaron portando su cruz…” Jn 19: 17

Biblia de Jerusalén. Tierra Santa en Color.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor BlancaElena » Lun Nov 25, 2013 3:33 pm

VÍA CRUCIS

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El Vía Crucis es una devoción centrada en los Misterios Dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más notables de la Pasión.

La difusión del ejercicio del Vía Crucis ha estado muy vinculada a la Orden franciscana. Pero no fue San Francisco quien lo instituyó tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario, que culminaron en su experiencia mística en la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco compuso un Oficio de la Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un «vía crucis franciscano», y que rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen. En todo caso, fue la Orden franciscana la que, fiel al espíritu de su fundador, propagó esta devoción, tarea en la que destacó especialmente San Leonardo de Porto Maurizio.

El Vía Crucis consta de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del Señor. A veces se añade una decimaquinta, dedicada a la Resurrección de Cristo. En la práctica de este ejercicio piadoso, las estaciones tienen un núcleo central, expresado en un pasaje del Evangelio o tomado de la devota tradición cristiana, que propone a la meditación y contemplación uno de los momentos importantes de la Pasión de Jesús. Puede seguirle la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el mismo, así como la meditación silenciosa. Ese núcleo central suele ir precedido y seguido de diversas preces y oraciones, según las costumbres y tradiciones de las diferentes regiones o comunidades eclesiales. En la práctica comunitaria del Vía Crucis, al principio y al final, y mientas se va de una estación a otra, suelen introducirse cantos adecuados.

Aquí ofrecemos el Vía crucis con textos e imágenes que ayuden a meditar y contemplar «los excesos del amor de Cristo». Los fieles y las comunidades sabrán escoger lo que les sea más útil en sus circunstancias y lo que mejor les ayude a seguir a Cristo, acompañando a María y acompañados de ella.


http://www.franciscanos.org/oracion/viacruz00.htm
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor BlancaElena » Lun Nov 25, 2013 4:27 pm

VÍA CRUCIS DE CRISTO Y DEL CRISTIANO
Reflexiones sobre la práctica piadosa
de la meditación de la Pasión de Nuestro Señor


Imagen
.


El período de la Cuaresma propicia la práctica piadosa del vía crucis. Es una manera muy fructífera de preparar el alma, día tras día, semana tras semana, al encuentro con el Divino Paciente en la trágica -y gloriosa- Semana santa. Cada estación de las catorce de que se compone actualmente el vía crucis golpea, como un grito potente, nuestra conciencia de cristianos que «con temor y temblor», pero también confiadamente, caminamos, con nuestros pecados a cuestas, hacia el Gólgota redentor, y hacia la casa del Padre. Al recorrer con la Iglesia cada uno de esos misterios dolorosos, sentimos que el dolor es un gran misterio, si el mismo Hijo de Dios ha querido atravesar la estrecha puerta de acceso y morar en él como en un santuario en el que todo hombre entra alguna vez y en el que define su ignorancia y miseria, al igual que su grandeza espiritual y su elevación religiosa. Juan Pablo II ha escrito: «Mediante el sufrimiento maduran para el reino de Dios los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo» (Salvifici doloris, 21).

El vía crucis es recuerdo, memoria histórica, enlace amoroso con aquel primer vía crucis que, desde el pretorio del gobernador romano hasta el monte Calvario, recorrió Jesús de Nazaret, nuestro Camino y nuestro Salvador. Fue, por ello, en Jerusalén donde los cristianos, ya desde los siglos IV y V, quisieron acompañar a Jesús siguiendo sus pasos. El Itinerario de Egeria, a fines del siglo IV, describe el momento: «Todos atraviesan la ciudad hasta la cruz. (...) Cuando se llega a la cruz se lee el texto evangélico en el que se narra que Jesús fue conducido a Pilato. (...) Todos desfilan; inclinándose, tocan la cruz con la frente y la besan, pero ninguno la toca con las manos». Con el pasar de los siglos, el «camino de la cruz», vivamente presente en la conciencia cristiana, fue adquiriendo número y forma. Se comenzó con siete estaciones -que representaban siete caídas- para subrayar la plenitud del sufrimiento tanto de Cristo como del cristiano. Hay tal vez un eco sapiencial en este número simbólico, un eco de todos los justos sufrientes de la historia, que alcanza en Cristo coronación suprema y sublime: «El justo cae siete veces, pero se levanta» (Pr 24,16). Y, al levantarse Cristo de la tierra y al ser levantado del suelo sobre el madero, «atraerá todo y a todos hacia sí» (cf. Jn 12,32).

De Jerusalén pasa el vía crucis a Europa al alba del segundo milenio cristiano. La atención prestada a la humanidad de Jesucristo por los monjes de Cluny y del Císter, primeramente, y, luego, la devoción de san Francisco de Asís por la pasión del Señor, contribuyeron a la formulación de las catorce estaciones, tomadas de los Evangelios y de antiguas tradiciones, pero variables en algunas de las escenas representadas. El vía crucis tradicional, atestiguado en España en la primera mitad del siglo XVII, encontró en el siglo siguiente un propagador convencido en san Leonardo de Puerto Mauricio, franciscano, que llegó a erigir más de quinientos setenta vía crucis. En el año 1750, a petición del Papa Benedicto XIV, lo erigió en el Coliseo, allí donde durante tres siglos muchos cristianos hallaron la última estación de su padecer por Cristo, su «Gólgota» y su gloria. Después de un período de interrupción a causa de las vicisitudes históricas, Pablo VI reinició la práctica del vía crucis en el Coliseo, el Viernes santo del año 1965, estimulado tal vez por su peregrinación a Tierra Santa en los primeros días del año precedente. Desde entonces hasta el presente se ha celebrado anualmente con la presencia del Santo Padre y gran afluencia de peregrinos.

El vía crucis es memoria, pero también contemplación del rostro doliente del Señor. Los cristianos en el vía crucis fijamos los ojos en el «varón de dolores, avezado al sufrimiento». En él, pausada y recogidamente, contemplamos el «rostro» del pecado y, juntamente, el «rostro» de la misericordia y de la salvación. Contemplamos un cuerpo ensangrentado, que con su sangre lava nuestra iniquidad y nuestra «locura». Contemplamos una corona de espinas, que sacude nuestros pensamientos frívolos, nuestros sentimientos de indiferencia, nuestras intenciones torcidas, nuestros deseos abominables, nuestros desvergonzados anhelos y añoranzas. Contemplamos unas manos y unos pies clavados al madero de la esclavitud y de la ignominia, para enseñarnos a todos la medida suprema de la obediencia filial y del abandono infinito. Contemplamos unos brazos abiertos, para abrazar nosotros, con él, todo dolor y todo sacrificio en bien de nuestros hermanos. Contemplamos una cabeza inclinada hacia la tierra, para decir a los hombres que su muerte será bendición para la humanidad entera, que quiere ser recordado así por los siglos: mirando amorosamente al mundo que lo ha crucificado.

El corazón humano tiene exigencias profundas, y el vía crucis es una de las más significativas y señeras. Siendo el dolor alimento de toda existencia, el hombre necesita darle un rostro, configurarlo y hacerlo transparente para encontrar en la imagen la realidad de la experiencia, a la vez que alivio, consuelo, aliento, esperanza. En el vía crucis no damos expresión al dolor humano, se nos da y regala, se nos ofrece como misteriosa donación, se nos otorga como espejo y bendición desde la morada eterna del Padre y desde el corazón sensibilísimo del Hijo. Por los ojos de la carne el misterio del dolor nos llega a las fibras más sensibles del corazón; con el lenguaje visual se nos comunica una revelación estupenda de ternura y abandono; con el lento y colmado desfile de las estaciones, Dios mismo en su Palabra nos va enseñando la ciencia de la cruz, va como desgranando ante nosotros una pedagogía ascendente que comienza en el tribunal del procurador romano y culmina, entre el cielo y la tierra, en las manos del Padre.

El Hombre del vía crucis reclama compañía, participación, prolongación existencial, afectuosa imitación. Le acompañó Francisco de Asís, a quien Dios concedió el don de los estigmas tras el éxtasis del 17 de septiembre de 1224, y que llegó a escribir: «Lloro la pasión del Señor. Por amor a él no me avergonzaría de ir llorando a gritos por todo el mundo» (cf. TC 14). A participar en el banquete de la cruz de Jesucristo fue invitada Teresa de Lisieux, como se evidencia en su autobiografía: «Comenzaba mi vía crucis, cuando de repente me sentí presa de un amor tan violento hacia Dios, que no lo puedo explicar sino diciendo que parecía como si me hubieran hundido toda entera en el fuego. ¡Oh, qué fuego y qué dulzura al mismo tiempo!».

El vía crucis es, por último, silenciosa proclamación del sufrimiento gozoso y redentor, testimonio convincente y muda atracción hacia la sabiduría de la cruz. Santa Catalina de Siena contemplaba a Jesucristo «feliz y doliente en la cruz», y Teresa de Lisieux afirma que «en el huerto de los Olivos nuestro Señor gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, y sin embargo su agonía no era menos cruel». La atracción de Cristo crucificado ha sido puesta de relieve por el Papa Juan Pablo II en su vía crucis del Año jubilar 2000: «Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del Amor; del Amor divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de Cristo; del Amor ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso». Testimonio convincente el de la cruz para Paul Claudel, que, contemplando al Crucificado, exclama: «Estás sujeto, Señor, y no puedes escapar. Estás clavado en la cruz por las manos y los pies. No hay que buscar respuestas en el cielo, como hacen el hereje y el loco. ¡Me basta este Dios, clavado con cuatro clavos!».

Está claro que el vía crucis de Cristo es un camino que continúa en el vía crucis del cristiano. Allí donde hay un cristiano que sufre, allí está viviendo con el Crucificado una de las estaciones del vía crucis. Si es condenado a muerte injustamente, revivirá con Cristo la primera estación. Si es traicionado por un amigo, aprende a sentir lo que Cristo sintió al ser traicionado por Judas o por Pedro. Si sucumbe bajo el peso del dolor, está acompañando a Cristo en sus tres caídas camino del Calvario. Si en su tribulación y dolor alguien le ayuda y consuela, hace revivir en la historia las figuras de María, del Cirineo, de la Verónica, de las piadosas mujeres de Jerusalén, que con su presencia y amorosa solicitud aliviaron el duro camino del Condenado hacia el Calvario. Si es despojado de su dignidad de modo inhumano y brutal, está reflejando en sí mismo el despojamiento del Nazareno. Si muere por confesar su fe, está encarnando la muerte de Cristo, que confiesa su obediencia plena a la voluntad del Padre.

[Antonio Izquierdo, L.C., en L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, del 8-III-2002]
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Lun Nov 25, 2013 6:55 pm

Historia y significado del Vía Crucis

El Viernes Santo de 1991 y, bajo el pontificado de S. S. Juan Pablo II, se creó un nuevo Vía Crucis con 15 estaciones basadas todas ellas en momentos del Nuevo Testamento, ya que el anterior recogía muchos pasajes de los Evangelios apócrifos entre los que se encontraban el encuentro de Jesús con María, su Madre y el acto en el que la Santa Mujer Verónica le enjuga el rostro a Jesús. Este nuevo Vía Crucis comienza con la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní y finaliza con la Resurrección de Cristo. Era un intento de acercar ecuménicamente a todas las confesiones cristianas.

Acompañando a Jesús.-
Imagen

La costumbre es hacer un recorrido grupal que puede tener lugar dentro del templo, en los atrios de los templos o por las calles, deteniéndose en cada estación y haciendo una oración en cada una, una lectura de algún pasaje del Evangelio y también un canto. Es una práctica que fundamentalmente se realiza el Viernes Santo.

La piedad dejó o hizo producir en el arte obras maravillosas representando las distintas escenas del Vía Crucis. Existen Vía Crucis monumentales en muchos lugares, como el Vía Crucis de Lorca, que finaliza en un lugar único en el mundo, el Monte Calvario, cerro sobre el que se construyeron una serie de ermitas a comienzos del Siglo XVII como alternativa a los peregrinos que no pudieran desplazarse a Tierra Santa, o en Mérida, donde se celebra en su Anfiteatro Romano, caso único en el mundo con el Vía Crucis del Coliseo de Roma. Otros Vía Crucis conocidos se encuentran en Lourdes, Montserrat, Sevilla, Valle de los Caídos, y en varios Estados y Delegaciones de la Republica Mexicana.

Hay Vía Crucis de diferentes materias y tamaños, desde: esculturas, en bajo relieve en yeso, madera, cerámica, mármol, pasta, así como en hiero forjado, modernistas…
ImagenImagen ImagenImagenImagen
A cada una de las etapas del Vía Crucis se le denominan estaciones y tradicionalmente se cuentan 14. S. S Juan Pablo II añadió la Resurrección en la 15ª.- estación.

Las estaciones del Vía Crucis anterior a la reforma de S. S. Juan Pablo II:
• Primera Estación: Jesús es condenado a muerte.
• Segunda Estación: Jesús carga la cruz.
• Tercera Estación: Jesús cae por primera vez.
• Cuarta Estación: Jesús encuentra a su madre María.
• Quinta Estación: Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
• Sexta Estación: Verónica limpia el rostro de Jesús.
• Séptima Estación: Jesús cae por segunda vez.
• Octava Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
• Novena Estación: Jesús cae por tercera vez.
• Décima Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
• Undécima Estación: Jesús es clavado en la cruz.
• Duodécima Estación: Jesús muere en la cruz.
• Decimotercera Estación: Jesús es descendido de la cruz y puesto en brazos de María, su madre.
• Decimocuarta Estación: Jesús es sepultado.


El Vía Crucis de S. S. Juan Pablo II:
• Primera Estación: Jesús en el huerto de los Olivos.
• Segunda Estación: Jesús, traicionado por Judas, es arrestado.
• Tercera Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín
• Cuarta Estación: Jesús es negado por Pedro
• Quinta Estación: Jesús es condenado a muerte por Pilato
• Sexta Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas.
• Séptima Estación: Jesús carga la cruz.
• Octava Estación: Jesús es ayudado por Simón el Cirineo a llevar la cruz.
• Novena Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
• Décima Estación: Jesús es crucificado.
• Undécima Estación: Jesús promete su reino al buen ladrón.
• Duodécima Estación: Jesús en cruz, su madre y el discípulo
• Decimotercera Estación: Jesús muere en la cruz.
• Decimocuarta Estación: Jesús es sepultado.
• Decimoquinta Estación: Jesús resucita de entre los muertos


La costumbre de rezar las Estaciones de la Cruz posiblemente comenzó en Jerusalén. Ciertos lugares de la Vía Dolorosa, aunque no se llamó así antes del Siglo XVI, fueron reverentemente marcados desde los primeros siglos. Hacer allí las Estaciones de la Cruz se convirtió en la meta de muchos peregrinos desde la época del emperador Constantino en el Siglo IV.

En el Siglo XII los peregrinos escriben sobre la "Vía Sacra", como una ruta por la que pasaban recordando la Pasión. No sabemos cuando surgieron las Estaciones según las conocemos hoy, ni cuando se les comenzó a conceder indulgencias pero probablemente fueron los Frailes Franciscanos los primeros en establecer el Vía Crucis ya que a ellos se les concedió en 1342 la custodia de los lugares más preciados de Tierra Santa.

En los Siglos XV y XVI se erigieron estaciones en diferentes partes de Europa. El fraile Dominico Beato Álvaro de Córdoba, cuando regreso de Tierra Santa, construyó una serie de pequeñas capillas en el Convento Dominico de Córdoba en las que se pintaron las principales escenas de la Pasión en forma de estaciones. En esa época, la Religiosa Clarisa Beata Eustochia, construyó Estaciones similares en su Convento en Messina.

La primera vez que se conoce el uso de la palabra "Estaciones" siendo utilizada en el sentido actual del Vía Crucis se encuentra en la narración del peregrino inglés Guillermo Wey sobre sus visitas a la Tierra Santa en 1458 y en 1462. Wey ya menciona 14 estaciones, pero solo 5, corresponden a las que se usan hoy; y siete solo remotamente se refieren a la Pasión.
Pocas de las Estaciones en los tiempos medievales mencionan la 2ª.- Jesús carga con la cruz, ni la 10º.- Jesús es despojado de sus vestiduras. Algunas que hoy no aparecen eran antes más comunes; como: el balcón desde donde Poncio Pilato pronunció: Ecce Homo, “He aquí al Hombre”

Comprendiendo la dificultad de peregrinar a la Tierra Santa, S. S. Inocencio XI en 1686 concedió a los Franciscanos el derecho de erigir, “Estaciones” en sus iglesias y declaró que todas las indulgencias anteriormente obtenidas por devotamente visitar los lugares de la Pasión del Señor en Tierra Santa, las podían ganar los Franciscanos, haciendo las Estaciones de la Cruz en sus propias iglesias según la forma acostumbrada. S. S. Inocente XII confirmó este privilegio en 1694 y el Papa Benedicto XIII en 1726 lo extendió a todos los fieles. En 1731 el Pontífice Clemente XII lo extendió aún más permitiendo las indulgencias en todos los templos siempre que las Estaciones fueran erigidas por un Monje Franciscano, y acordó que fueran 14 el número de Estaciones. S. S. Benedicto XIV en 1742 exhortó a todos los sacerdotes a enriquecer sus iglesias con el rico tesoro de las Estaciones de la Cruz. En 1773 el Papa Clemente XIV concedió indulgencia, bajo ciertas circunstancias, a los crucifijos bendecidos para el rezo de las Estaciones, para el uso de los enfermos, los que están en el mar, en prisión u otros impedidos de hacer las Estaciones en la iglesia. La condición es que sostengan el crucifijo en sus manos mientras rezan Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria un número determinado de veces. Estos crucifijos especiales no pueden venderse, prestarse ni regalarse sin perder las indulgencias ya que son propias para personas en situaciones especiales. En 1857 los obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede para erigir ellos mismos las Estaciones con indulgencias cuando no hubiera Sacerdotes Franciscanos. En 1862 se quitó esta última restricción y los obispos obtuvieron permiso para construir las Estaciones, dentro de su Diócesis.

Regulaciones actuales sobre las indulgencias, fueron publicadas en el Enchiridion Indulgentiarum Normae et Concessiones, en mayo de 1986, Librería Editrice Vaticana; traducción no oficial del inglés por el Padre Jordi Rivero.

Se concede indulgencia plenaria a los fieles cristianos que devotamente hacen las Estaciones de la Cruz.

El ejercicio devoto de las Estaciones de la Cruz ayuda a renovar nuestro recuerdo de los sufrimientos de Cristo en su camino desde el praetorium de Pilato, donde fue condenado a muerte, hasta el Monte Calvario, donde por nuestra salvación murió en la cruz.

Las Estaciones de la Cruz se pueden hacer con gran beneficio todo el año y son especialmente significativas durante la Cuaresma. Cada Viernes Santo, el Santo Padre dirige las Estaciones de la Cruz desde el Coliseo en Roma para recordar a Jesús en su recorrido y exhorta a que sigamos sus pasos.

Fuentes: Biblia, Josemaría Escrivá (1981). Vía Crucis. Oraciones. Wikipedia.
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor Silviamaria » Mar Nov 26, 2013 2:28 pm

http://es.wikipedia.org/wiki/V%C3%ADa_Dolorosa
La Vía Dolorosa es una calle de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Dicha calle se ha tomado, tradicionalmente, como parte del itinerario que tomó Cristo, cargando con la Cruz, camino de su crucifixión. En la misma se encuentran marcadas nueve de las 15 estaciones delViacrucis. Las restantes estaciones se encuentran dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. Es un importante foco de peregrinaje.
Itinerario Tradicional
El itinerario tradicional empieza justo dentro de laPuerta de los Leones (Puerta de San Esteban), cerca de la localización de la antigua Fortaleza Antonia, dirigiéndose hacia el Oeste a través de la ciudad antigua hacia la Iglesia del Santo Sepulcro. Este itinerario está basado en la procesión organizada por los Franciscanos en elsiglo XIV.
Mientras las señalizaciones de las denominaciones del resto de las diferentes calles hierosolimitanas son traducidas a inglés, hebreo y árabe, el nombre VIA DOLOROSA es utilizado en los tres idiomas.
Otros Itinerarios
Una procesión bizantina el Miércoles Santo empezaba desde lo alto del Monte de los Olivos, deteniéndose en Getsemaní, entrando en la Ciudad Vieja a través de la Puerta de los Leones y proseguía aproximadamente por la actual Vía Dolorosa hasta la Iglesia del santo sepulcro. Alrededor del siglo VIII, algunas estaciones eran hechas siguiendo un camino que atravesaba el sur de la ciudad vieja, a la casa de Caifás en el Monte Sion, hacia elPretorio, prosiguiendo luego hacia la Iglesia del Santo Sepulcro.
Estaciones del Viacrucis
I Estación
La Primera Estación es cercana al Monasterio de la Flagelación, donde Cristo fue interrogado por Poncio Pilato y posteriormente condenado.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Juan, Evangelio, XIX 1-3
La capilla construida en los años 1920 donde hubo un edificio erigido por los Cruzados, es ahora llevado por los Franciscanos, posee unas magníficas vidrieras representado a Cristo siendo martirizado en la columna, Pilatos lavándose las manos y la liberación de Barrabás. Sobre el altar mayor, bajo la cúpula central, se encuentra un mosaico en el que sobre un fondo dorado aparece la Corona de Espinas.
II Estación
La Segunda Estación se encuentra cerca de la antigua construcción romana conocida como el Arco del Ecce Homo, en memoria de las palabras pronunciadas por Poncio Pilato, mientras mostraba a Jesucristo al pueblo jerosolimitano. Sólo una parte de este arco triunfal, erigido porAdriano (en el año 135 a. C.) para celebrar la caída de Jerusalén, es visible actualmente. El arco izquierdo, que no ha llegado a nuestros días, formó parte de un monasterio islámico, mientras que el derecho todavía se conserva dentro de la Iglesia del Ecce Homo. Esta iglesia fue construida durante la segunda mitad del siglo pasado en un lugar que poseía restos de antiguas ruinas, como el mencionado arco romano, parte de las fortificaciones y patio de la Fortaleza Antonia e importantes vestigios del pavimento de la calzada romana, el llamado litoestrato. En algunas de las piedras existen signos de un antiguo juego de dados, lo que da soporte a la hipótesis de que se trata del lugar donde los soldados romanos se jugaron las ropas de Jesús.
III Estación
La Tercera Estación Penitencial rememora la primera caída de Cristo en su camino a la crucifixión. El lugar viene señalado por una pequeña capilla que pertenece a la Iglesia Católica Armenia. Es un edificio del siglo XIX renovado completamente por soldados católicos de la armada libre polaca durante la Segunda Guerra Mundial.
IV Estación
El encuentro entre Jesús y su madre se conmemora mediante un pequeño oratorio con una exquisita luneta sobre la entrada, adornada con un bajorrelieve cincelado por el artista polaco Zieliensky. Este encuentro, sin embargo, no aparece en los textos canónicos.
V Estación
Una inscripción en el arquitrabe de una puerta indica el lugar del encuentro entre Jesús y Simón el Cirineo, que fue quien llevó la pesada cruz de Cristo hasta el monte Gólgota (Calvario), el lugar de la crucifixión. Este episodio es recogido en los tres Evangelios sinópticos.
VI Estación
Una iglesia perteneciente a Griegos Católicos conserva la memoria del encuentro entre Jesús y la mujer Verónica, cuya tumba también puede ser visitada en la misma. La reliquia de este encuentro, en el cual, según la tradición, Verónica limpió el rostro del Señor con un pañuelo de seda, en el que sus facciones quedaron impresas. Actualmente existen diferentes iglesias que aseguran conservar el llamado Santo Rostro.
VII Estación
El lugar de la segunda caída de Jesús y Séptima Estación está señalado con un pilar situado entre la Vía Dolorosa y la pintoresca calle del Mercado.
VIII Estación
En el muro exterior del monasterio griego ortodoxo hay una cruz tallada ennegrecida por el tiempo. Este es el lugar donde se supone que Jesús encontró a las piadosas mujeres, como aparece en el Evangelio según San Lucas.
IX Estación
La tercera caída de Jesús es señalada con una columna de la época romana a la entrada del monasterio copto.
Estaciones X, XI, XII, XIII, XIV y XV
Las siguientes Estaciones Penitenciales están situadas dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. Y allí ocurre la muerte de Jesucristo.
Silviamaria
 
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor enrique4 » Mar Nov 26, 2013 3:07 pm

Siguiendo con el libro de S.S. Emérito Benedicto XVI, "JESÚS DE NAZARET" (Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección), me parece importante conocer el proceso de Jesús y las etapas anteriores en el camino hacia la condena a muerte, previas a la Vía Dolorosa.
Del capítulo 7 del libro citado:

7. EL PROCESO DE JESÚS
Según la narración de los cuatro Evangelios, la oración nocturna de Jesús terminó cuando llegó
el grupo armado dependiente de las autoridades del templo, guiado por Judas, y prendió a
Jesús, sin encausar a los discípulos.
¿Cómo se llegó a este arresto, obviamente ordenado por las autoridades del templo, y en
último término por el sumo sacerdote Caifás? ¿Cómo se llegó a la entrega de Jesús al tribunal
del gobernador romano Pilato y a la condena a muerte en la cruz?
Los Evangelios nos permiten distinguir tres etapas en el camino hacia la sentencia jurídica de
condena a muerte: una reunión del Consejo en la casa de Caifás, el interrogatorio ante el
Sanedrín y, finalmente, el proceso ante Pilato.
1. DEBATE PREVIO EN EL SANEDRÍN
En un primer momento la aparición de Jesús y del movimiento que se estaba formando en
torno a Él había despertado obviamente escaso interés en las autoridades del templo; todo
parecía indicar que se trataba más bien de un episodio provinciano, uno de esos movimientos
que de vez en cuando surgían en Galilea y que no merecían una especial atención. La situación
cambió con el «Domingo de Ramos»: el homenaje mesiánico a Jesús durante su entrada en
Jerusalén; la purificación del templo con las palabras que interpretaban este gesto, que
parecían anunciar el fin del templo como tal y un cambio radical del culto contrario a las
prescripciones de Moisés; las intervenciones de Jesús en el templo, en las que se podía percibir
una reivindicación de plena autoridad que podría dar a la esperanza mesiánica de Israel una
forma nueva que amenazaba su monoteísmo; los milagros que hacía Jesús en público y la
creciente afluencia del pueblo hacia él, eran hechos que ya no se podían ignorar.
Durante los días en torno a la Pascua, en los quela ciudad estaba abarrotada de peregrinos y
las esperanzas mesiánicas se podían transformar fácilmente en una mezcla explosiva de
carácter político, la autoridad del templo debía tener en cuenta sus propias responsabilidades
y, antes de nada, aclarar cómo se debía valorar el conjunto de la situación y de qué modo se
debería reaccionar. Sólo Juan habla con más detalle de una reunión del Sanedrín para dilucidar
el asunto en un intercambio de ideas y deliberar sobre el «caso» Jesús (cf. 11,47-53). Seha de
notar, por lo demás, que Juan sitúa esta reunión antes del «Domingo de Ramos», y considera
que el motivo inmediato fue el movimiento popular surgido después de la resurrección de
Lázaro. Sin una deliberación precedente como ésta, resulta impensable el arresto de Jesús la
noche de Getsemaní. Evidentemente, Juan ha conservado aquí un recuerdo histórico del que,
de manera más breve, hablan también los Sinópticos (Mc 14,1 par.).
Según Juan, se reunieron conjuntamente los jefes de los sacerdotes y los fariseos, los dos
grupos dominantes en el judaísmo en tiempos de Jesús, aunque hubiera discrepancias entre
ellos sobre muchos puntos. Su preocupación común era: «Vendrán los romanos y nos
destruirán "el lugar" (es decir, el templo, el lugar sagrado de la veneración de Dios) y la
nación» (11,48). Uno estaría tentado de decir que el motivo para proceder contra Jesús era
una preocupación política, en la cual concordaban tanto la aristocracia sacerdotal como los
fariseos, aunque por razones diferentes; pero con este modo de considerar la figura y la obra
de Jesús desde una óptica política, se ignoraría precisamente lo que era esencial y nuevo en Él.
En efecto, Jesús ha creado con su anuncio una separación entre la dimensión religiosa y la
política, una separación que ha cambiado el mundo y pertenece realmente a la esencia de su
nuevo camino.
Con todo, hay que ser cautelosos a la hora de condenar a la ligera la perspectiva «puramente
política» propia de los adversarios de Jesús. En efecto, en el ordenamiento hasta entonces
vigente, las dos dimensiones —la política y la religiosa— eran de hecho absolutamente
inseparables una de otra. No existía ni «sólo» lo político ni «sólo» lo religioso. El templo, la
Ciudad Santa y la Tierra Santa, con su pueblo, no eran realidades puramente políticas, pero
tampoco eran meramente religiosas. Cuando se trataba del templo, del pueblo y de la Tierra,
estaba en juego el fundamento religioso de la política y sus consecuencias religiosas. Defender
«el lugar» y «la nación» era en última instancia una cuestión religiosa, porque estaba de por
medio la casa de Dios y el pueblo de Dios.
Se debe distinguir sin embargo entre esta motivación, religiosa y política a la vez, fundamental
para los responsables de Israel, y el interés específico de la dinastía de Anás y Caifás por el
poder; un interés que, de hecho, condujo después a la catástrofe del año 70, provocando así
precisamente aquello que, según su verdadero cometido, ellos habrían debido evitar. En este
sentido, en la decisión de dar muerte a Jesús se produce una extraña superposición de dos
aspectos: por un lado, la legítima preocupación de proteger el templo y el pueblo y, por otro,
el desmedido afán egoísta de poder por parte del grupo dominante.
Es una superposición que se corresponde con lo que encontramos en la purificación del
templo. Como vimos, Jesús combate allí, por un lado, contra el abuso egoísta en el ambiente
sacro, pero el gesto profético, y la interpretación que ofrece con sus palabras, va mucho más al
fondo: el antiguo culto del templo de piedra se ha acabado. Ha llegado el momento de adorar
a Dios «en espíritu y en verdad». El templo de piedra debe ser derribado para que sea
sustituido por la novedad, la Nueva Alianza, con su modo nuevo de adorar a Dios. Pero eso
significa al mismo tiempo que Jesús mismo debe pasar por la crucifixión para convertirse,
como el Resucitado, en el nuevo templo.
Volvamos ahora otra vez a la cuestión sobre la vinculación y desvinculación entre religión y
política. Hemos dicho que Jesús, en su anuncio y en toda su obra, había inaugurado un reino
no político del Mesías y comenzado a deslindar los dos ámbitos hasta ahora inseparables. Pero
esta separación entre política y fe, entre pueblo de Dios y política, que forma parte esencial de
su mensaje, sólo era posible en última instancia a través de la cruz: sólo mediante la pérdida
verdaderamente absoluta de todo poder externo, del ser despojado radicalmente en la cruz, la
novedad se hacía realidad. Sólo mediante la fe en el Crucificado, en Aquel que es desposeído
de todo poder terrenal, y por eso enaltecido, aparece también la nueva comunidad, el modo
nuevo en que Dios domina en el mundo.
Pero eso significa que la cruz respondía a una «necesidad» divina y que Caifás, con su decisión,
fue en último análisis el ejecutor de la voluntad de Dios, aun cuando su motivación personal
fuera impura y no respondiera a la voluntad de Dios, sino a sus propias miras egoístas.
Juan ha expresado muy claramente esta extraña combinación entre la ejecución de la voluntad
de Dios y la ceguera egoísta de Caifás. En medio de la perplejidad de los miembros del
Sanedrín sobre lo que convenía hacer ante el peligro que suponía el movimiento creado en
torno a Jesús, fue él quien pronunció las palabras decisivas: «No comprendéis que os conviene
que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (11,50). Juan califica
explícitamente dicha afirmación como de «inspiración profética», que Caifás habría proferido
en virtud del carisma vinculado a su cargo de sumo sacerdote, y no por sí mismo.
De estas palabras resulta ante todo que, hasta aquel momento, el Sanedrín reunido se echaba
atrás, asustado ante la perspectiva de una condena a muerte, y que buscaba otras vías de
salida a la crisis, aunque sin encontrar una solución. Sólo una palabra del sumo sacerdote,
teológicamente motivada y expresada basándose en la autoridad de su cargo, podía disipar sus
dudas y obtener en principio su disponibilidad para una decisión tan grave.
El hecho de que Juan reconozca explícitamente como punto decisivo en la historia de la
salvación el carisma vinculado al cargo de quien lo desempeña indignamente, se corresponde
con las palabras de Jesús transmitidas por Mateo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los
escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen»
(23,2s). Tanto Mateo como Juan han querido ciertamente recordar a la Iglesia de su tiempo
esta distinción, porque también en ella existía la contradicción entre la autoridad que
corresponde a un cargo y su forma de vida, entre lo que «dicen» y lo que «hacen».
El contenido de la «profecía» de Caifás es ante todo de naturaleza absolutamente pragmática
y, desde este punto de vista, le parece razonable en lo inmediato: si por la muerte de uno (y
sólo en un caso así) se puede salvar el pueblo, su muerte es un mal menor y la solución es
políticamente correcta. Pero esto, que aparece y se entiende en primer lugar en sentido
meramente pragmático, alcanza sin embargo una profundidad muy diferente visto desde la
inspiración «profética». Jesús, ese «uno», muere por el pueblo: se vislumbra así el misterio de
la función vicaria, que es el contenido más profundo de la misión de Jesús.
La idea de la función vicaria impregna toda la historia de las religiones. Se intenta liberar de
diferentes maneras al rey, al pueblo o a la propia vida de la calamidad que le aflige,
transfiriéndola a sustitutos. El mal debe ser expiado, restableciendo así la justicia. Pero se
descarga sobre otros el castigo, la desgracia ineluctable, y se trata de este modo de liberarse a
sí mismos. Sin embargo, esta sustitución mediante sacrificios animales o incluso humanos
sigue en última instancia sin convencer. Lo que en estos casos se ofrece sustitutivamente es
solamente un sucedáneo de lo que es propiamente personal y en modo alguno puede
reemplazar debidamente a quien debe ser redimido. El sucedáneo no es representante en el
sentido de una función vicaria y, sin embargo, toda la historia está en busca de Aquel que
pueda intervenir realmente en nuestro lugar; que sea verdaderamente capaz de asumirnos en
sí mismo y llevarnos así a la salvación.
En el Antiguo Testamento la idea de la función vicaria aparece de manera del todo central
cuando Moisés, tras la idolatría del pueblo en el Sinaí, dice al Dios encolerizado: «Pero ahora, o
perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro» (Ex 32,32). Es verdad que se le
contesta: «Al que haya pecado contra mí lo borraré» (Ex 32,33); pero Moisés sigue siendo de
alguna manera el sustituto, el que lleva la carga sobre sí, y por cuya intercesión cambia una y
otra vez la suerte del pueblo. En el Deuteronomio, en fin, se traza la imagen del Moisés
apenado, que padece en lugar de Israel y, en función vicaria, por Israel, debiendo morir fuera
de Tierra Santa (cf. von Rad, I, 293). En Isaías 53 aparece totalmente desarrollada la idea dela
función vicaria en la imagen del siervo de Dios que sufre, que carga con la culpa de muchos,
convirtiéndolos así en justos (cf. 53,11). En Isaías, esta figura permanece llena de misterio; el
canto del siervo de Dios es como un avizorar a lo lejos para ver a Aquel que ha de venir. Uno
muere por muchos: esta palabra profética del sumo sacerdote Caifás une a la vez las
aspiraciones de la historia de las religiones del mundo y las grandes tradiciones de la fe de
Israel, aplicándolas a Jesús. Todo su vivir y morir queda sintetizado en la palabra «por»; es,
como ha subrayado repetidamente sobre todo Heinz Schürmann, una «pro-existencia».
A las palabras de Caifás, que equivalían prácticamente a una condena a muerte, Juan ha
añadido un comentario en la perspectiva de fe de los discípulos. Primero subraya —como ya
hemos observado— que las palabras sobre el morir por el pueblo habían tenido su origen en
una inspiración profética, y prosigue: «Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación,
sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos» (11,52). Efectivamente, esto se
corresponde ante todo con el modo de hablar judío. Expresa la esperanza de que en el tiempo
del Mesías los israelitas dispersos por el mundo serían reunidos en su propio país (cf. Barrett,
p. 403).
Pero en labios del evangelista estas palabras adquieren un nuevo significado. El reencuentro ya
no se orienta a un país geográficamente determinado, sino a la unificación de los hijos de Dios;
aquí resuena ya la palabra clave de la oración sacerdotal de Jesús. La reunión mira a la unidad
de todos los creyentes y, por tanto, alude a la comunidad de la Iglesia y, ciertamente, más allá
de ella, a la unidad escatológica definitiva.
Los hijos de Dios dispersos no son únicamente los judíos, sino los hijos de Abraham en el
sentido profundo desarrollado por Pablo: aquellos que, como Abraham, están en busca de
Dios; quienes están dispuestos a escucharlo y a seguir su llamada; personas, podríamos decir,
en actitud de «Adviento».
Se pone así de manifiesto la nueva comunidad de judíos y gentiles (cf. Jn10,16). De este modo
se abre desde aquí un nuevo acceso a las palabras de la Última Cena sobre los «muchos» por
los que el Señor da la vida: se trata de la congregación de los «hijos de Dios», es decir, de todos
aquellos que se dejan llamar por Él.
2. JESÚS ANTE EL SANEDRÍN
La decisión fundamental tomada en la reunión del Sanedrín de proceder en contra de Jesús se
llevó a cabo con su arresto en la noche entre el jueves y el viernes en el Monte de los Olivos.
Jesús fue llevado al palacio del sumo sacerdote siendo aún de noche, donde el Sanedrín
(Sanhedrín-synedrium),con sus tres fracciones —sacerdotes, ancianos, escribas— estaba
obviamente ya reunido.
Ambos «procesos» contra Jesús, ante el Sanedrín y ante el gobernador romano Pilato, han sido
objeto de discusión hasta en sus más mínimos detalles por los historiadores del derecho y los
exegetas. No tenemos por qué entrar aquí en estas sutiles cuestiones históricas, sobre todo
porque no conocemos —como ha hecho notar Martin Hengel— los pormenores del derecho
penal saduceo, y no es lícito sacar conclusiones partiendo del tratado «Sanhedrín», de la
Misná, que es posterior, y aplicarlas a las normas del tiempo de Jesús (cf. Hengel Schwemer, p.
592). Hoy puede considerarse verosímil que, en el caso del juicio contra Jesús ante el Sanedrín,
no se haya tratado de un verdadero proceso, sino de un interrogatorio a fondo que concluyó
con la decisión de entregar a Jesús al gobernador romano para la condena.
Examinemos ahora más de cerca la narración de los Evangelios, siempre con el objeto de
comprender mejor la figura de Jesús mismo. Ya hemos visto que, tras el episodio de la
purificación del templo, quedaban en el aire dos acusaciones contra Jesús: la primera se refería
a las palabras que interpretaban el gesto simbólico de expulsar del templo a los comerciantes y
a los animales, que parecía ser un ataque contra el lugar sagrado mismo y, por tanto, contra la
Torá, sobre la que se basaba la vida de Israel.
Considero importante que el objeto de la discusión no es tanto el gesto de la purificación del
templo en sí mismo, cuanto únicamente el sentido de las palabras con las que el Señor había
explicado e interpretado su comportamiento. De esto puede deducirse que el acto simbólico
se haya mantenido dentro de ciertos límites y no diera lugar a una agitación pública, que
habría dado motivos para una intervención judicial. El peligro consistía más bien en la
interpretación que se daba, en el aparente ataque al templo que suponía y en la reivindicación
de la plena autoridad por parte de Jesús mismo.
Sabemos por los Hechos de los Apóstoles que se presentó la misma acusación contra Esteban,
que asumió la profecía de Jesús sobre el templo, lo que provocó su muerte por lapidación al
ser considerada una blasfemia. En el proceso de Jesús se presentaron testigos que querían
referir las palabras de Jesús. Pero no había una versión unánime: no era posible establecer de
manera inequívoca lo que Jesús había dicho realmente. En consecuencia, el hecho de que este
elemento de acusación fuera descartado demuestra que se estaba haciendo un esfuerzo por
seguir un procedimiento legalmente correcto.
A propósito de las palabras de Jesús en el templo quedaba en el aire una segunda acusación:
que Jesús habría avanzado una pretensión mesiánica, con la cual se ponía en cierto modo a la
misma altura de Dios, y así parecía entrar en conflicto con el fundamento de la fe de Israel, con
la profesión de fe en el uno y único Dios. Vale la pena subrayar que ambas acusaciones son de
naturaleza puramente teológica. Pero, dada la imposibilidad de la que antes hemos hablado de
separar una cosa de la otra, el ámbito religioso y el político, dichas acusaciones tienen también
una dimensión política: el templo como lugar del sacrificio de Israel, hacia el que se dirige en
peregrinación todo el pueblo en las grandes fiestas, es la base de la unidad interior de Israel. La
pretensión mesiánica es la reivindicación de la realeza de Israel. Por eso se pondrá después en
la cruz la expresión «Rey de los judíos» para señalar el motivo de la ejecución de Jesús.
Como demuestran los acontecimientos de la guerra judía, había seguramente en el Sanedrín
círculos favorables a la liberación de Israel con medios políticos y militares. Pero la manera en
que Jesús presentaba su reivindicación les parecía obviamente poco apta para ayudar
verdaderamente a conseguir dicho objetivo. Y, en este caso, era preferible más bien el statu
quo, en el que Roma respetaba después de todo los fundamentos religiosos de Israel y, por
tanto, el templo y el pueblo podían considerarse bastante seguros de su permanencia.
Tras el fallido intento de presentar una acusación clara contra Jesús basada en su declaración
sobre la destrucción y renovación del templo, se llega a la dramática confrontación entre el
sumo sacerdote de Israel en cargo, la autoridad suprema del pueblo elegido, y Jesús, en quien
los cristianos reconocerán al «Sumo Sacerdote de los bienes definitivos» (Hb9,11), el Sumo
Sacerdote definitivo «según el rito de Melquisedec» (Sal 110,4; Hb 5,6, etc.).
Este momento de la historia del mundo se presenta en los cuatro Evangelios como un drama
en el que se entrecruzan tres planos, que han de verse juntos para entender el acontecimiento
en toda su complejidad (cf. Mt 26,57-75; Mc 14,53-72; Lc 22,54-71; Jn 18,12-27). En el mismo
momento en que Caifás interroga a Jesús y le hace finalmente la pregunta sobre su identidad
mesiánica, Pedro está sentado en el patio del palacio y reniega de Jesús. Juan, de modo
especial, ha explicado la trabazón cronológica de ambos eventos de manera impresionante;
Mateo, en su versión de la pregunta sobre la identidad mesiánica, hace ver sobre todo la
relación interior entre la confesión de Jesús y la negación de Pedro. Pero el interrogatorio de
Jesús se encuentra inmediatamente relacionado también con la burla de los sirvientes del
templo (e o de los mismos miembros del Sanedrín?), burla a la que se añadiría la de los
soldados romanos en el proceso ante Pilato.
Llegamos al punto decisivo: la pregunta de Caifás y la respuesta de Jesús. Al referir su
formulación, Mateo, Marcos y Lucas difieren en los detalles; su composición del texto está
determinada, entre otras razones, por el contexto global de cada Evangelio y su atención a las
posibilidades de comprensión de sus destinatarios. Como en el caso de las palabras de la
Última Cena, tampoco aquí es posible una reconstrucción estricta de la pregunta de Caifás y de
la respuesta de Jesús. No obstante, lo esencial del acontecimiento aparece en los tres relatos
diferentes de manera absolutamente inequívoca. Hay buenas razones para suponer que la
versión de san Marcos nos haya hecho llegar mejor el tenor original de este diálogo dramático.
Pero en las versiones diferentes de Mateo y Lucas aparecen aspectos importantes que nos
ayudan a entender más en profundidad el conjunto.
Según Marcos, la pregunta del sumo sacerdote reza así: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del
Bendito?». Jesús responde: «Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la
derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo» (14,62).
Que se evite el nombre de Dios y la palabra «Dios», y se sustituyan por términos como «el
Bendito» y «el Todopoderoso» es un signo de que el texto refleja las palabras originarias. El
sumo sacerdote interroga a Jesús sobre si es el Mesías, y lo define según el Salmo 2,7 (cf. Sal
110,3) con el término «Hijo del Bendito», Hijo de Dios. En la perspectiva de la pregunta, esta
denominación pertenece a la tradición mesiánica, pero deja abierto el tipo de filiación. Se
puede suponer que, al hacer esta pregunta, Caifás no se haya basado solamente en las
tradiciones teológicas, sino que la ha formulado en función de lo que había llegado a sus oídos
sobre el anuncio de Jesús.
Mateo pone un acento particular en la formulación de la pregunta. Según él, Caifás dice:
«¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios?» (cf. 26,63). De este modo, reproduce directamente la
confesión de fe de Pedro en Cesarea de Felipe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo»
(16,16). En el mismo momento en que el sumo sacerdote dirige a Jesús en forma de pregunta
las palabras de la confesión de fe de Pedro, Pedro mismo, separado de Jesús apenas por una
puerta, asegura no conocerlo. Mientras Jesús emite «la noble confesión de fe» (cf. 1 Tm 6,13),
el primero en haberla pronunciado niega aquello que entonces había recibido del «Padre que
está en el cielo»; ahora sus palabras son dictadas sólo por «la carne y la sangre» (cf. Mt16,17).
Según Marcos, ante la pregunta de la cual dependía su destino, Jesús responde de manera
muy simple y clara: «Sí lo soy» (¿no resuena aquí acaso Éxodo 3,14: «Soy el que soy»?). Sin
embargo, con una palabra tomada del Salmo 110,1 y del Libro de Daniel 7,13, Jesús define
después con mayor precisión cómo se han de entender Mesías y filiación. Mateo expresa la
respuesta de Jesús de modo más expeditivo: «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo...» (26,64).
Así, Jesús no contradice a Caifás, pero contrapone a su formulación el modo en que Él mismo
quiere que se entienda su misión, y lo hace con palabras de la Escritura. Por último, Lucas
distingue dos intervenciones diferentes (cf. 22,67-70). A la primera intimación del Sanedrín —
«Si tú eres el Mesías, dínoslo»—, el Señor responde con una afirmación enigmática, sin asentir
abiertamente, pero tampoco negando. Después sigue su propia declaración personal,
formulada con el Salmo 110 y Daniel 7 entrelazados. Después, a la segunda pregunta
planteada insistentemente por el Sanedrín —«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?»—, Jesús
responde al fin: «Vosotros lo decís, yo lo soy».
De todo esto se desprende lo siguiente: Jesús asume el título de Mesías, que para la tradición
tenía significados diferentes, pero al mismo tiempo lo precisa de tal manera que provoca una
condena, que podría haber evitado con un rechazo o una interpretación atenuada del
mesianismo. No deja margen alguno para ideas que pudieran dar lugar a una comprensión
política o beligerante de la actividad del Mesías. No, el Mesías —Él mismo— vendrá como el
Hijo del hombre sobre las nubes del cielo. Esto significa objetivamente más o menos lo mismo
que la afirmación que encontramos en Juan: «Mi reino no es de este mundo» (18,36). Él
reivindica el derecho a sentarse a la diestra del Poder, es decir, de venir del mismo modo que
el Hijo del hombre del que habla el Libro de Daniel, de venir de Dios para instaurar a partir de
Él el Reino definitivo.
Esto debió parecer a los miembros del Sanedrín políticamente carente de sentido y
teológicamente inaceptable, porque, de hecho, ya había expresado ahora una cercanía al
«Poder», una participación en la naturaleza misma de Dios, lo que se consideraba una
blasfemia. En todo caso, Jesús solamente había puesto en relación algunas palabras de la
Escritura y expresado su misión «según la Escritura», con las mismas palabras de la Escritura.
Pero la aplicación de las excelsas palabras de la Escritura a Jesús pareció obviamente a los
miembros del Sanedrín un atentado insoportable para la altura de Dios, para su unicidad.
Para el sumo sacerdote y los demás allí reunidos la respuesta de Jesús cumplía en cualquier
caso los requisitos para la blasfemia, y Caifás «rasgó sus vestiduras, diciendo: "Ha
blasfemado"» (Mt 26,65). «El gesto del sumo sacerdote de rasgarse las vestiduras no es fruto
de su propia irritación, sino que está prescrito al juez en funciones como signo de indignación
cuando oye una blasfemia» (Gnilka, Matthäus evangelium, II, p. 429). Ahora se abate sobre
Jesús, que había predicho su venida gloriosa, la burla brutal de los que se saben más fuertes y
le hacen sentir su poder y todo su desprecio. Aquel del que habían tenido miedo días antes,
ahora está en sus manos. El vil conformismo de espíritus débiles se siente fuerte ensañándose
con Aquel que en estos momentos parece ser ya sólo impotencia.
No se dan cuenta de que, precisamente burlándose de él y golpeándolo, cumplen literalmente
en Jesús el destino del siervo de Dios (cf. Gnilka, p. 430): la humillación y la exaltación se
entrecruzan de modo misterioso. Justamente en cuanto maltratado, Él es el Hijo del hombre,
viene de Dios en la nube que le oculta e instaura el Reino del Hijo del hombre, el Reino de la
humanidad que proviene de Dios. Según Mateo, Jesús había dicho en una paradoja irritante:
«Desde ahora veréis...» (26,64). De ahora en adelante comienza algo nuevo. A lo largo de la
historia, los hombres miran el rostro desfigurado de Jesús y reconocen precisamente en Él la
gloria de Dios.
En aquel mismo instante, Pedro reitera por tercera vez que no tenía nada que ver con Jesús. «Y
enseguida, por segunda vez, cantó el gallo. Y Pedro se acordó...» (Mc 14,72). El canto del gallo
se consideraba como el final de la noche y el comienzo del día. Con el canto del gallo termina
también para Pedro la noche del alma en la que se había hundido. Las palabras de Jesús de
que le negaría antes de que el gallo cantara reaparecen de repente ante él, y ahora en su
terrible verdad. Lucas añade la noticia de que, en aquel mismo momento, se llevaron a Jesús,
condenado y atado, para comparecer ante el tribunal de Pilato. Jesús y Pedro se encuentran.
La mirada de Jesús llega a los ojos y al alma del discípulo infiel. Y Pedro, «saliendo afuera, lloró
amargamente» (Lc 22,62).
3. JESÚS ANTE PILATO
El interrogatorio de Jesús ante el Sanedrín concluyó como Caifás había previsto: Jesús había
sido declarado culpable de blasfemia, un crimen para el que estaba previsto la pena de
muerte. Pero como la facultad de sancionar con la pena capital estaba reservada a los
romanos, se debía transferir el proceso ante Pilato, con lo cual pasaba a primer plano el
aspecto político de la sentencia de culpabilidad. Jesús se había declarado a sí mismo Mesías,
había, pues, reclamado para sí la dignidad regia, aunque entendida de una manera del todo
singular. La reivindicación de la realeza mesiánica era un delito político que debía ser castigado
por la justicia romana. Con el canto del gallo había comenzado el día. El gobernador romano
acostumbraba a despachar los juicios por la mañana temprano.
Así, Jesús fue llevado por sus acusadores al pre-torio y presentado a Pilato como un malhechor
merecedor de la muerte. Es el día de la «Parasceve» de la fiesta de la Pascua: por la tarde se
preparaban los corderos para la cena de la noche. Para ello se requiere la pureza ritual; por
tanto, los sacerdotes acusadores no pueden entrar en el Pretorio pagano y tratan con el
gobernador romano a las puertas del palacio. Juan, que nos transmite esta información (cf.
18,28s), deja entrever de este modo la contradicción entre la observancia correcta de las
prescripciones cultuales de pureza y la cuestión de la pureza verdadera e interior del hombre:
a los acusadores no les cabe en la cabeza que lo que contamina no es entrar en la casa pagana,
sino el sentimiento íntimo del corazón. Al mismo tiempo, el evangelista subraya con esto que
la cena pascual aún no ha tenido lugar y debe hacerse todavía la matanza de los corderos.
En la descripción del desarrollo del proceso los cuatro evangelistas concuerdan en todos los
puntos esenciales. Juan es el único que relata el coloquio entre Jesús y Pilato, en el que la
cuestión de la realeza de Jesús, del motivo de su muerte, se resalta en toda su profundidad (cf.
18,33-38). Obviamente, entre los exegetas se discute el problema del valor histórico de esta
tradición. Mientras Charles H. Dodd y también E. Raymond Brown la valoran en sentido
positivo, Charles K. Barrett se manifiesta extremamente crítico: «Las añadiduras y
modificaciones que hace Juan no inspiran confianza en su fiabilidad histórica» (op. cit.,p. 511).
Sin duda, nadie espera que Juan haya querido ofrecer algo así como un acta del proceso. Pero
se puede suponer ciertamente que haya sabido interpretar con gran precisión la cuestión
central de la que se trataba y que, por tanto, nos ponga ante la verdad esencial de este
proceso. Así, Barrett dice también que «Juan ha identificado en la realeza de Jesús con la
mayor sagacidad la clave para interpretar la historia de la Pasión, y ha resaltado su significado
tal vez más claramente que ningún otro autor neotestamentario» (p. 512).
Pero preguntémonos antes de nada: ¿Quiénes eran exactamente los acusadores? ¿Quién ha
insistido en que Jesús fuera condenado a muerte? En las respuestas que dan los Evangelios hay
diferencias sobre las que hemos de reflexionar. Según Juan, son simplemente «los judíos».
Pero esta expresión de Juan no indica en modo alguno el pueblo de Israel como tal —como
quizás podría pensar el lector moderno—, y mucho menos aún comporta un tono «racista». A
fin de cuentas, Juan mismo pertenecía al pueblo israelita, como Jesús y todos los suyos. La
comunidad cristiana primitiva estaba formada enteramente por judíos. Esta expresión tiene en
Juan un significado bien preciso y rigurosamente delimitado: con ella designa la aristocracia del
templo. En el cuarto Evangelio, pues, el círculo de los acusadores que buscan la muerte de
Jesús está descrito con precisión y claramente delimitado: designa justamente la aristocracia
del templo e, incluso en ella, puede haber excepciones, como da a entender la alusión a
Nicodemo (cf. 7,50ss).
En Marcos, en el contexto de la amnistía pascual (Barrabás o Jesús), el círculo de los
acusadores se amplía: aparece el «ochlos», que opta por dejar libre a Barrabás. «Ochlos»
significa ante todo simplemente un montón de gente, la «masa». No es raro que la palabra
tenga una connotación negativa, en el sentido de «chusma». En cualquier caso, no indica el
«pueblo» de los judíos propiamente dicho. En la amnistía de Pascua (que en realidad no
conocemos por otras fuentes, pero de la cual no hay razón alguna para dudar), la gente —
como es usual en amnistías de este tipo— tiene derecho a presentar una propuesta
manifestada por «aclamación»: en este caso, la aclamación del pueblo tiene un carácter
jurídico (cf. Pesch, Markus evangelium, II, p. 466). En cuanto a esta «masa», se trata en realidad
de partidarios de Barrabás, movilizados para la amnistía; naturalmente, como rebelde al poder
romano podía contar con cierto número de simpatizantes. Por tanto, estaban presentes los
secuaces de Barrabás, la «masa», mientras que los seguidores de Jesús permanecían ocultos
por miedo; por eso la voz del pueblo con la que contaba el derecho romano se presentaba
de modo unilateral. Así, en Marcos, aparecen los «judíos», es decir, los círculos sacerdotales
distinguidos, y también el ochlos, el grupo de partidarios de Barrabás, pero no el pueblo judío
propiamente dicho.
El ochlos de Marcos se amplía en Mateo con fatales consecuencias, pues habla del «pueblo
entero» (27,25), atribuyéndole la petición de que se crucificara a Jesús. Con ello Mateo no
expresa seguramente un hecho histórico: ¿cómo podría haber estado presente en ese
momento todo el pueblo y pedir la muerte de Jesús? La realidad histórica aparece de manera
notoriamente correcta en Juan y Marcos. El verdadero grupo de los acusadores son los círculos
del templo de aquellos momentos, a los que, en el contexto de la amnistía pascual, se asocia la
«masa» de los partidarios de Barrabás.
Tal vez se puede dar la razón en esto a Joachim Gnilka, según el cual Mateo —yendo más allá
de los hechos históricos— ha querido formular una etiología teológica para explicar con ella el
terrible destino de Israel en la guerra judeo-romana, en laque se quitó al pueblo el país, la
ciudad y el templo (cf. Matthäusevangelium,II, p. 459). En este contexto, Mateo piensa quizás
en las palabras de Jesús en las que predice el fin del templo: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas
a los profetas y lapidas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos,
como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Pues bien, vuestra
casa quedará vacía» (Mt 23,37s; cf. en Gnilka, el parágrafo completo «Gerichtsworte», pp.
295-308).
A propósito de estas palabras —como ya se indicó en la reflexión sobre el discurso
escatológico de Jesús— es preciso recordar la estrecha analogía entre el mensaje del profeta
Jeremías y el de Jesús. Jeremías —contra la ceguera de los círculos dominantes de entonces—
anuncia la destrucción del templo y el exilio de Israel. Pero también habla de una «nueva
alianza»: el castigo no es la última palabra, sino que sirve para la curación. De manera análoga,
Jesús anuncia la «casa vacía» y ofrece ya desde ahora la Nueva Alianza «sellada con su
sangre»: en última instancia, se trata de curación, no de destrucción ni repudio.
En caso de que el «pueblo entero» hubiera dicho, según Mateo: «Su sangre caiga sobre
nosotros y nuestros hijos» (27,25), entonces el cristiano recordará que la sangre de Jesús habla
una lengua muy distinta de la de Abel (cf. Hb 12,24); no clama venganza y castigo, sino que es
reconciliación. No se derrama contra alguien, sino que es sangre derramada por muchos, por
todos. Como dice Pablo: «Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios...
Cristo Jesús, a quien [Dios] constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre»
(Rm 3,23.25). De la misma manera que, basándose en la fe, se debe leer de modo totalmente
nuevo la afirmación de Caifás sobre la necesidad de la muerte de Jesús, también debe hacerse
así con las palabras de Mateo sobre la sangre: leídas en la perspectiva de la fe, significan que
todos necesitamos del poder purificador del amor, que esta fuerza está en su sangre. No es
maldición, sino redención, salvación. Sólo sobre la base de la teología de la Última Cena y de la
cruz, que recorre todo el Nuevo Testamento, las palabras de Mateo sobre la sangre adquieren
su verdadero sentido.
Pasemos de los acusadores al juez, el gobernador romano Poncio Pilato. Aunque Flavio Josefo
y especialmente Filón de Alejandría trazan de él un perfil del todo negativo, en otros
testimonios aparece como resolutivo, pragmático y realista.
A menudo se dice que los Evangelios, siguiendo una tendencia pro romana por motivos
políticos, lo habrían presentado cada vez más positivamente, cargando progresivamente la
responsabilidad de la muerte de Jesús sobre los judíos. Sin embargo, en la situación histórica
de los evangelistas no había razón alguna en favor de esta tendencia: cuando se redactaron los
Evangelios, la persecución de Nerón había mostrado ya el perfil cruel del Estado romano y toda
la arbitrariedad del poder imperial. Si podemos datar el Apocalipsis más o menos en el periodo
en que se compuso el Evangelio de Juan, resulta evidente que el cuarto Evangelio no se ha
formado en un contexto que pudiera haber dado motivos para un planteamiento simpatizante
con los romanos.
La imagen de Pilato en los Evangelios nos muestra muy realísticamente al prefecto romano
como un hombre que sabía intervenir de manera brutal, si eso le parecía oportuno para el
orden público. Pero era consciente de que Roma debía su dominio en el mundo también, y no
en último lugar, a su tolerancia ante las divinidades extranjeras y a la fuerza pacificadora del
derecho romano. Así se nos presenta a Pilato en el proceso a Jesús.
La acusación de que Jesús se habría declarado rey de los judíos era muy grave. Es cierto que
Roma podía reconocer efectivamente reyes regionales, como Herodes, pero debían ser
legitimados por Roma y obtener de Roma la circunscripción y delimitación de sus derechos de
soberanía. Un rey sin esa legitimación era un rebelde que amenazaba la Pax romana y, por
consiguiente, se convertía en reo de muerte.
Pero Pilato sabía que Jesús no había dado lugar a un movimiento revolucionario. Después de
todo lo que él había oído, Jesús debe haberle parecido un visionario religioso, que tal vez
transgredía el ordenamiento judío sobre el derecho y la fe, pero eso no le interesaba. Era un
asunto del que debían juzgar los judíos mismos. Desde el aspecto del ordenamiento romano
sobre la jurisdicción y el poder, que entraban dentro de su competencia, no había nada serio
contra Jesús.
Llegados a este punto hemos de pasar de las consideraciones sobre la persona de Pilato al
proceso en sí mismo. En Juan 18,34s se dice claramente que Pilato, según la información de
que disponía, no tenía nada contra Jesús. No había llegado a las autoridades romanas ninguna
información sobre algo que pudiera amenazar la paz legal. La acusación provenía de los
mismos connacionales de Jesús, de las autoridades del templo. Para Pilato tuvo que ser una
sorpresa que los compatriotas de Jesús se presentaran ante él como defensores de Roma,
desde el momento que, por lo que conocía personalmente, no tenía la impresión de que fuera
necesaria una intervención.
Pero he aquí que, de improviso, surge algo en el interrogatorio que le inquieta: la declaración
de Jesús. A la pregunta de Pilato: «Conque ¿tú eres rey?», Él responde: «Tú lo dices, soy rey.
Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad. Todo el
que es de la verdad, escucha mi voz» (In 18,37). Ya antes Jesús había dicho: «Mi reino no es de
este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera
en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (18,36).
Esta «confesión» de Jesús pone a Pilato ante una situación extraña: el acusado reivindica
realeza y reino (basileia). Pero hace hincapié en la total diversidad de esta realeza, y esto con
una observación concreta que para el juez romano debería ser decisiva: nadie combate por
este reinado. Si el poder, y precisamente el poder militar, es característico de la realeza y del
reinado, nada de esto se encuentra en Jesús. Por eso tampoco hay una amenaza para el
ordenamiento romano. Este reino no es violento. No dispone de una legión.
Con estas palabras Jesús ha creado un concepto absolutamente nuevo de realeza y de reino, y
lo expone ante Pilato, representante del poder clásico en la tierra. ¿Qué debe pensar Pilato?
¿Qué debemos pensar nosotros de este concepto de reino y realeza? ¿Es algo irreal, un
ensueño del cual podemos prescindir? ¿O tal vez nos afecta de alguna manera?
Junto con la clara delimitación de la idea de reino (nadie lucha, impotencia terrenal), Jesús
ha introducido un concepto positivo para hacer comprensible la esencia y el carácter particular
del poder de este reinado: la verdad. A lo largo del interrogatorio Pilato introduce otro término
proveniente de su mundo y que normalmente está vinculado con el vocablo «reinado»: el
poder, la autoridad (exousía). El dominio requiere un poder; más aún, lo define. Jesús, sin
embargo, caracteriza la esencia de su reinado como el testimonio de la verdad. Pero la verdad,
¿es acaso una categoría política? O bien, ¿acaso el «reino» de Jesús nada tiene que ver con la
política? Entonces, ¿a qué orden pertenece? Si Jesús basa su concepto de reinado y de reino
en la verdad como categoría fundamental, resulta muy comprensible que el pragmático Pilato
preguntara: «¿Qué es la verdad?» (18,38).
Es la cuestión que se plantea también en la doctrina moderna del Estado: ¿Puede asumir la
política la verdad como categoría para su estructura? ¿O debe dejar la verdad, como
dimensión inaccesible, a la subjetividad y tratar más bien de lograr establecer la paz y la
justicia con los instrumentos disponibles en el ámbito del poder? Y la política, en vista de la
imposibilidad de poder contar con un consenso sobre la verdad y apoyándose en esto, ¿no se
convierte acaso en instrumento de ciertas tradiciones que, en realidad, son sólo formas de
conservación del poder?
Pero, por otro lado, ¿qué ocurre si la verdad no cuenta nada? ¿Qué justicia será entonces
posible?¿No debe haber quizás criterios comunes que garanticen verdaderamente la justicia
para todos, criterios fuera del alcance de las opiniones cambiantes y de las concentraciones de
poder? ¿No es cierto que las grandes dictaduras han vivido a causa de la mentira ideológica y
que sólo la verdad ha podido llevar a la liberación? ¿Qué es la verdad? La pregunta del
pragmático, hecha superficialmente con cierto escepticismo, es una cuestión muy seria, en la
cual se juega efectivamente el destino de la humanidad. Entonces, ¿qué es la verdad? ¿La
podemos reconocer? ¿Puede entrar a formar parte como criterio en nuestro pensar y querer,
tanto en la vida del individuo como en la de la comunidad?
La definición clásica de la filosofía escolástica dice que la verdad es «adaequatio intellectus et
rei, adecuación entre el entendimiento y la realidad» (Tomás de Aquino, S. Theol. I, q. 21, 2 c).
Si la razón de una persona refleja una cosa tal como es en sí misma, entonces esa persona ha
encontrado la verdad. Pero sólo una pequeña parte de lo que realmente existe, no la verdad en
toda su grandeza y plenitud.
Con otra afirmación de santo Tomás ya nos acercamos más a las intenciones de Jesús: «La
verdad está en el intelecto de Dios en sentido propio y verdadero, y en primer lugar (primo et
proprie); en el intelecto humano, sin embargo, está en sentido propio y derivado (proprie
quidem et secundario)» (De verit. q. 1, a. 4 c). Y se llega así finalmente a la fórmula lapidaria:
Dios es «ipsasumma et prima veritas, la primera y suma verdad» (S. Theol. I,q. 16, a. 5 c).
Con esta fórmula estamos cerca de lo que Jesús quiere decir cuando habla de la verdad, para
cuyo testimonio ha venido al mundo. Verdad y opinión errónea, verdad y mentira, están
continuamente mezcladas en el mundo de manera casi inseparable. La verdad, en toda su
grandeza y pureza, no aparece. El mundo es «verdadero» en la medida en que refleja a Dios, el
sentido de la creación, la Razón eterna de la cual ha surgido. Y se hace tanto más verdadero
cuanto más se acerca a Dios. El hombre se hace verdadero, se convierte en sí mismo, si llega a
ser conforme a Dios. Entonces alcanza su verdadera naturaleza. Dios es la realidad que da el
ser y el sentido.
«Dar testimonio de la verdad» significa dar valor a Dios y su voluntad frente a los intereses del
mundo y sus poderes. Dios es la medida del ser. En este sentido, la verdad es el verdadero
«Rey» que da a todas las cosas su luz y su grandeza. Podemos decir también que dar
testimonio de la verdad significa hacer legible la creación y accesible su verdad a partir de Dios,
de la Razón creadora, para que dicha verdad pueda ser la medida y el criterio de orientación
en el mundo del hombre; y que se haga presente también a los grandes y poderosos el poder
de la verdad, el derecho común, el derecho de la verdad.
Digámoslo tranquilamente: la irredención del mundo consiste precisamente en la ilegibilidad
de la creación, en la irreconocibilidad de la verdad; una situación que lleva necesariamente al
dominio del pragmatismo y, de este modo, hace que el poder de los fuertes se convierta en el
dios de este mundo.
Ahora, como hombres modernos, uno siente la tentación de decir: «Gracias a la ciencia, la
creación se nos ha hecho descifrable». De hecho, Francis S. Collins, por ejemplo, que dirigió el
Human Genome Project, dice con grata sorpresa: «El lenguaje de Dios ha sido descifrado» (The
Language of God, p. 99). Sí, es cierto: en la gran matemática de la creación, que hoy podemos
leer en el código genético humano, percibimos el lenguaje de Dios. Pero no el lenguaje entero,
por desgracia. La verdad funcional sobre el hombre se ha hecho visible. Pero la verdad acerca
de sí mismo —sobre quién es, de dónde viene, cuál el objeto de su existencia, qué es el bien o
el mal— no se la puede leer desgraciadamente de esta manera. El aumento del conocimiento
de la verdad funcional parece más bien ir acompañado por una progresiva ceguera para la
«verdad» misma, para la cuestión sobre lo que realmente somos y lo que de verdad debemos
ser.
¿Qué es la verdad? Pilato no ha sido el único que ha dejado al margen esta cuestión como
insoluble y, para sus propósitos, impracticable. También hoy se la considera molesta, tanto en
la contienda política como en la discusión sobre la formación del derecho. Pero sin la verdad el
hombre pierde en definitiva el sentido de su vida para dejar el campo libre a los más fuertes.
«Redención», en el pleno sentido de la palabra, sólo puede consistir en que la verdad sea
reconocible. Y llega a ser reconocible si Dios es reconocible. Él se da a conocer en Jesucristo. En
Cristo, ha entrado en el mundo y, con ello, ha plantado el criterio de la verdad en medio de la
historia. Externamente, la verdad resulta impotente en el mundo, del mismo modo que Cristo
está sin poder según los criterios del mundo: no tiene legiones. Es crucificado. Pero
precisamente así, en la falta total de poder, Él es poderoso, y sólo así la verdad se convierte
siempre de nuevo en poder.
En el diálogo entre Jesús y Pilato se trata de la realeza de Jesús y, por tanto, del reinado, del
«reino» de Dios. Precisamente en este coloquio se ve claramente que no hay ruptura alguna
entre el mensaje de Jesús en Galilea —el Reino de Dios— y sus discursos en Jerusalén. El
centro del mensaje hasta la cruz —hasta la inscripción en la cruz— es el Reino de Dios, la
nueva realeza que Jesús representa. La raíz de esto, sin embargo, es la verdad. La realeza
anunciada por Jesús en las parábolas y, finalmente, de manera completamente abierta ante el
juez terreno, es precisamente el reinado de la verdad. Lo que importa es el establecimiento de
este reinado como verdadera liberación del hombre.
Queda claro al mismo tiempo que no hay contradicción alguna entre el planteamiento prepascual
centrado en el Reino de Dios y el post-pascual, centrado en la fe en Jesucristo como
Hijo de Dios. En Cristo, Dios ha entrado en el mundo, ha entrado la verdad. La cristología es el
anuncio del Reino de Dios que se ha hecho concreto.
Después del interrogatorio, Pilato tuvo claro lo que en principio ya sabía antes. Este Jesús no es
un revolucionario político, su mensaje y su comportamiento no representa una amenaza para
la dominación romana. Si tal vez ha violado la Torá, a él, que es romano, no le interesa.
Pero parece que Pilato sintió también un cierto temor supersticioso ante esta figura extraña.
Pilato era ciertamente un escéptico. Pero como hombre de la Antigüedad tampoco excluía que
los dioses, o en todo caso seres parecidos, pudieran aparecer bajo el aspecto de seres
humanos. Juan dice que los «judíos» acusaron a Jesús de haberse declarado Hijo de Dios, y
añade: «Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más» (19,8).
Pienso que se debe tener en cuenta este miedo de Pilato: ¿acaso había realmente algo de
divino en este hombre? Al condenarlo, ¿no atentaba tal vez contra un poder divino? ¿Debía
esperarse quizás la ira de estos poderes? Pienso que su actitud en este proceso no se explica
únicamente en función de un cierto compromiso por la justicia, sino precisamente también por
estas cuestiones.
Obviamente, los acusadores se percatan muy bien de ello y, a un temor, oponen ahora otro
temor. Contra el miedo supersticioso por una posible presencia divina, ponen ante sus ojos la
amenaza muy concreta de perder el favor del emperador, de perder su puesto y caer así en
una situación delicada. La advertencia: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César» Un 19,12),
es una intimidación. Al final, la preocupación por su carrera es más fuerte que el miedo por los
poderes divinos.
Pero antes de la decisión final hay todavía un intermedio dramático y doloroso en tres actos,
que al menos brevemente hemos de considerar.
El primer acto consiste en que Pilato presenta a Jesús como candidato a la amnistía pascual,
tratando así de liberarlo. Sin embargo, con ello se expone a una situación fatal. Quien es
propuesto como candidato para una amnistía ya está condenado de por sí. Sólo en este caso
tiene sentido la amnistía. Si corresponde a la gente el derecho a decidir por aclamación,
después de ésta quien no ha sido elegido ha de considerarse condenado. En este sentido la
propuesta para la liberación mediante la amnistía incluye ya implícitamente una condena.
Sobre la contraposición entre Jesús y Barrabás, así como sobre el significado teológico de esta
alternativa, he escrito detalladamente en la primera parte de esta obra (cf. pp. 65s). Por tanto,
baste recordar aquí brevemente lo esencial. Juan denomina a Barrabás, según nuestras
traducciones, simplemente como «bandido» (18,40). Pero, en el contexto político de entonces,
la palabra griega que usa había adquirido también el significado de «terrorista» o
«combatiente de la resistencia». Que éste era el significado que se quería dar resulta claro en
la narración de Marcos: «Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían
cometido un homicidio en la revuelta» (15,7).
Barrabás («hijo del padre») es una especie de figura mesiánica; en la propuesta de amnistía
pascual están frente a frente dos interpretaciones de la esperanza mesiánica. Se trata de dos
delincuentes acusados según la ley romana de un delito idéntico: sublevación contra la Pax
romana. Está claro que Pilato prefiere el «exaltado» no violento, que para él era Jesús. Pero las
categorías de la multitud y también de las autoridades del templo son diferentes. La
aristocracia del templo llega a decir como mucho: «No tenemos más rey que al César» (In
19,15); pero esto es sólo en apariencia una renuncia a la esperanza mesiánica de Israel: a
este rey no le queremos. Ellos quieren otro tipo de solución al problema. La humanidad se
encontrará siempre frente a esta alternativa: decir «sí» a ese Dios que actúa sólo con el poder
de la verdad y el amor o contar con algo concreto, algo que esté al alcance de la mano, con la
violencia.
Los seguidores de Jesús no están en el lugar del proceso. Están ausentes por miedo. Pero
faltan también porque no se presentan como masa. Su voz se hará oír en Pentecostés, en el
sermón de Pedro, que entonces «traspasará el corazón» de aquellos hombres que
anteriormente habían preferido a Barrabás. Cuando éstos preguntan: «¿Qué tenemos que
hacer, hermanos?», se les responde: «Convertíos»; renovad y transformad vuestra forma de
pensar, vuestro ser (cf. Hch 2,37s). Éste es el grito que, ante la escena de Barrabás, como en
todas sus representaciones sucesivas, debe desgarrarnos el corazón y llevarnos al cambio de
vida.
El segundo acto está sintetizado lacónicamente en la frase de Juan: «Entonces Pilato tomó a
Jesús y lo mandó azotar» (19,1). La flagelación era el castigo que, según el derecho romano, se
infligía como pena concomitante a la condena a muerte (cf. Hengel Schwemer, p. 609). En Juan
aparece sin embargo como algo que tiene lugar en el contexto del interrogatorio, una medida
que el prefecto estaba autorizado a tomar en virtud de su poder policial. Era un castigo
extremadamente bárbaro; el condenado «era golpeado por varios guardias hasta que se
cansaban y la carne del delincuente colgaba en jirones sanguinolentos» (Blinzler, p. 321).
Rudolf Pesch comenta: «El hecho de que Simón de Cirene tuviera que llevar a Jesús el
travesaño de la cruz y que Jesús muriera tan rápidamente tal vez tiene que ver,
razonablemente, con la tortura de la flagelación, durante la cual otros delincuentes ya perdían
la vida» (Markusevangelium, II, p. 467).
El tercer acto es la coronación de espinas. Los soldados juegan cruelmente con Jesús. Saben
que dice ser rey. Pero ahora está en sus manos, y disfrutan humillándolo, demostrando su
fuerza en Él, tal vez descargando de manera sustitutiva su propia rabia contra los grandes. Lo
revisten —a un hombre golpeado y herido por todo el cuerpo— con signos caricaturescos de la
majestad imperial: el manto de color púrpura, la corona tejida de espinas y el cetro de caña. Le
rinden honores: «¡Salve, rey de los judíos!»; su homenaje consiste en bofetadas con las que
manifiestan una vez más todo su desprecio por él (cf. Mt 27,28ss; Mc 15,17ss; Jn 19,2s).
La historia de las religiones conoce la figura del rey-pantomima, similar al fenómeno del «chivo
expiatorio». Sobre él se carga todo lo que aflige a los hombres: se pretende así alejar del
mundo todo eso. Sin saberlo, los soldados hacen lo que no conseguían aquellos ritos y
costumbres: «Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido
curados» (Is 53,5). Jesús es llevado con este aspecto caricaturesco a Pilato, y Pilato lo presenta
al gentío, ala humanidad: Ecce horno, «¡Aquí tenéis al hombre!» (In 19,5). Probablemente el
juez romano está conmocionado por la figura llena de burlas y heridas de este acusado
misterioso. Y cuenta con la compasión de quienes lo ven.
«Ecce homo»: esta palabra adquiere espontáneamente una profundidad que va más allá de
aquel momento. En Jesús aparece lo que es propiamente el hombre. En Él se manifiesta la
miseria de todos los golpeados y abatidos. En su miseria se refleja la inhumanidad del poder
humano, que aplasta de esta manera al impotente. En Él se refleja lo que llamamos «pecado»:
en lo que se convierte el hombre cuando da la espalda a Dios y toma en sus manos por cuenta
propia el gobierno del mundo.
Pero también es cierto el otro aspecto: a Jesús no se le puede quitar su íntima dignidad. En Él
sigue presente el Dios oculto. También el hombre maltratado y humillado continúa siendo
imagen de Dios. Desde que Jesús se ha dejado azotar, los golpeados y heridos son
precisamente imagen del Dios que ha querido sufrir por nosotros. Así, en medio de su pasión,
Jesús es imagen de esperanza: Dios está del lado de los que sufren.
Al final, Pilato vuelve a su puesto de juez. Dice una vez más: «Aquí tenéis a vuestro Rey» (Jn
19,14). Después pronuncia la sentencia de muerte.
Ciertamente, la gran verdad de la que había hablado Jesús le había quedado inaccesible, pero
la verdad concreta de este caso Pilato la conocía bien. Sabía que este Jesús no era un
delincuente político y que la realeza que pretendía no constituía peligro político alguno. Sabía,
pues, que debería ser absuelto.
Como prefecto representaba el derecho romano sobre el que se fundaba la Pax romana, la paz
del imperio que abarcaba el mundo. Por un lado, esta paz estaba asegurada por el poder
militar de Roma. Pero con el poder militar por sí solo no se puede establecer ninguna paz. La
paz se funda en la justicia. La fuerza de Roma era su sistema jurídico, un orden jurídico con el
que los hombres podían contar. Pilato —repetimos— conocía la verdad de la que se trataba en
este caso y sabía lo que la justicia exigía de él.
Pero al final ganó en él la interpretación pragmática del derecho: la fuerza pacificadora del
derecho es más importante que la verdad del caso; esto fue tal vez lo que pensó y así se
justificó ante sí mismo. Una absolución del inocente podía perjudicarle personalmente —el
miedo a eso fue ciertamente un motivo determinante de lo que hizo—, pero, además, podía
provocar también otros trastornos y desórdenes que, precisamente en los días de Pascua,
había que evitar.
La paz fue para él en esta ocasión más importante que la justicia. Debía dejar de lado no sólo la
grande e inaccesible verdad, sino también la del caso concreto: creía cumplir de este modo con
el verdadero significado del derecho, su función pacificadora. Así calmó tal vez su conciencia.
Por el momento, todo parecía ir bien. Jerusalén permaneció tranquila. Pero que, en último
término, la paz no se puede establecer contra la verdad es algo que se manifestaría más tarde.
enrique4
 
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Jue Nov 28, 2013 2:48 pm

Cristo despojado de sus vestiduras

La túnica era la ropa masculina común de la civilización romana. Fue usada por los ciudadanos y los no ciudadanos igualmente; los ciudadanos, sin embargo, la usarían debajo de la toga, especialmente, en ocasiones formales. La presencia o la carencia de listas así como la anchura y la ornamentación, indicaría en la sociedad romana el estado del portador.

La túnica también fue usada por los antiguos griegos. En Grecia antigua, la túnica de una persona se adornaba en la línea del dobladillo para representar el ciudad-estado en la que vivía. Las túnicas fueron teñidas con colores brillantes o blanco blanqueado.

..............Imagen...............
El Evangelio según San Juan es el único que habla de la túnica inconsútil de Cristo.

Cuando los soldados, como era la costumbre, se reparten la ropa del crucificado y la echan a suertes en lotes, la túnica la dejan aparte, porque era una túnica tejida de una sola pieza, sin costuras. La túnica inconsútil

Los exegetas ven en esta descripción del Evangelio de San Juan un símbolo de la unidad de los cristianos, por la que oró Jesús en la cálida y estremecedora sobremesa de la Última Cena. Pero la túnica inconsútil de Cristo está hoy desgarrada por las divisiones.

El primer desgarrón fue temprano en la historia del cristianismo, en el Siglo V, cuando el Imperio romano de Oriente se separa de Occidente y el Patriarca de Constantinopla se erige en cabeza de la Iglesia de Oriente frente al Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que queda como cabeza de la Iglesia de Occidente. La ruptura formal vendrá en el año 1054, cuando la zanja que separa las dos tradiciones culturales cristianas es ya muy grande, y la política -siempre la política- fuerza la excomunión de Miguel Cerulario, Patriarca de Constantinopla, en Santa Sofía. Las razones dogmáticas, que también existían, fueron en realidad secundarias en el cisma. Los intentos de reconciliación fueron inútiles.

En 1965 S. S. el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, al clausurarse el Concilio Vaticano II, lamentan los hechos del Siglo XI y ponen bases a un camino ecuménico de reconciliación.

El segundo desgarrón fue la Reforma del Siglo XVI, cuyo epígono fue el monje agustino Martín Lutero, quien en principio sólo pretendía la Reforma de la Iglesia dentro de la Iglesia, en una búsqueda apasionada de Cristo en el Evangelio. Hasta hace poco ha sido imposible hablar con serenidad, por parte católica, de los Reformadores y en especial de Lutero. Hoy se le considera un hombre de fe, movido por una actitud verdaderamente religiosa ante las evidentes deficiencias de la Iglesia romana de aquel tiempo, a pesar de sus limitaciones temperamentales también innegables. La política -otra vez y siempre- condujo la Reforma a la ruptura, aunque no hay que minimizar en este caso las razones teológicas y dogmáticas que se esgrimieron.

En 1534, Enrique VIII de Inglaterra, desgarra por tercera vez la túnica inconsútil de Cristo, con ocasión de la negativa romana a anular su matrimonio con Catalina de Aragón, aunque mantiene en lo sustancial la fe católica, dando lugar al nacimiento de la Iglesia anglicana.

En el Siglo XXI el tiempo de la reunificación de los cristianos en la única Iglesia de Cristo, era el deseo de S. S. Juan Pablo II y de muchos cristianos de las distintas confesiones. Los católicos no dejamos de valorar el origen apostólico de las Iglesias orientales, su rica tradición litúrgica y espiritual, su tierna devoción a la Virgen María, Madre de Dios. Y en las Iglesias cristianas nacidas de la Reforma estimamos la centralidad de Cristo en su confesión de fe, su amor a las Sagradas Escrituras, su valoración del Bautismo. S. S. Juan Pablo II manifestó su deseo de revisar algunos aspectos del modo como se ejerce en la Iglesia Católica el Primado de Pedro, si eso puede allanar el camino de la unidad de los cristianos.

No se llegará a la unidad por el camino de la prisa o de las minimizaciones de las dificultades, muchas históricas y culturales, otras de fondo, dogmáticas y teológicas. El consejo de San Agustín -«haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso y caridad en todo»- se hace imprescindible. El problema está en que todos lleguemos a estar de acuerdo en decir qué es lo necesario y qué es lo dudoso. Y por supuesto, que haya caridad en todo.

Cristo despojado de sus vestiduras.-Imagen

Según el Evangelio de San Juan, cuando los soldados, como era la costumbre, se reparten la ropa del crucificado y la echan a suertes en lotes, la túnica la dejan aparte, porque era una túnica tejida de una sola pieza, sin costuras, no cosida o inconsútil. Los exégetas ven en esta descripción un símbolo de la unidad de los cristianos. El nombre de túnica de Cristo es uno de los nombres comunes de Datura fastuosa, planta de flor llamada también metel, niungue, ñangué o tonga.

En enero, como cada año, se celebra en todo el mundo cristiano la Semana de oración por la unidad de los cristianos. El lema de este año, elegido conjuntamente por la Iglesia Católica y el Consejo Mundial de las Iglesias, es: «En nombre de Cristo... dejaos reconciliar con Dios»


Fuetes: Biblia. Wikipedia. Alfa y Omega, es. Diccionario
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Jue Nov 28, 2013 4:36 pm

El camino de la cruz

Una de las tradiciones religiosas más arraigadas en nuestra nación es la representación de la Pasión del Señor. En ella interviene todo el pueblo para crear un espectáculo visual en el que se reviven los últimos momentos de la vida de Jesucristo, desde la entrada gloriosa en Jerusalén hasta la Resurrección. Es una costumbre que sirve para recordar el misterio pascual de Cristo y, es una catequesis viviente. Desde muy antiguo, los cristianos han sentido este deseo de representar y hacer viva la Pasión del Señor. Así nació el Vía Crucis, “camino de la cruz”, en Jerusalén, una forma de oración en la que se recorría el itinerario que siguió Jesucristo desde el cuartel de Pilatos hasta el Calvario y el Sepulcro, deteniéndose a rezar en algunos puntos o “estaciones” señalados con una cruz y adornados con representaciones que explicaban lo que sucedió en cada una de ellas. Se acompañaba a Jesucristo en su Pasión de forma física caminando por donde Él caminó, y de forma espiritual con la oración contemplativa en diálogo con Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2669 nos dice: “La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su Santa Cruz nos redimió”. Este es el sentido del Vía Crucis, seguir a Jesucristo en su camino hasta la cruz.

Camino de la Cruz.- Imagen

El Vía Crucis pretende reavivar, en la mente y en el corazón, la contemplación de los momentos supremos de la entrega de Cristo por nuestra redención, propiciando actitudes íntimas y cordiales de compunción de corazón, de confianza, de gratitud, de generosidad y de identificación con Jesucristo. La atención de esta oración se centra en la contemplación de la actitud de amorosa entrega de Jesucristo y en la petición de fe, confianza, fortaleza y amor, para abrazar la cruz de cada día y ser auténticos seguidores suyos, Mt 16, 24; Mr 8, 34; Lc 9, 23. No debe ser nunca un acto de piedad precipitado y vacío de contenido, sino un momento sereno y profundo de reflexión en el que se pretende conocer mejor a Cristo para amarlo con mayor intensidad respondiendo a su amor infinito. Es una oración en la que seguimos a Cristo como lo quisiéramos seguir en la vida de todos los días, en la que buscamos experimentar los mismos sentimientos de Cristo: el dolor, el abandono, el quebranto, la pena, valorando que todo eso lo hizo por amor a mí, para limpiarme de mis pecados. Es hacer mío todo lo que encuentro en su corazón, especialmente su amor a los hombres, mis hermanos, hasta dar la vida entera por ellos.

Fuente: Por el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera.- Viernes Santo 6 abril 2012.- Boletín de las Parroquias: San Cosme y Damián, Rectoría de San Rafael y San Benito Abad, Nuestra Señora de Guadalupe
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor rosita forero » Vie Nov 29, 2013 3:56 pm

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les dejo el link
http://forosdelavirgen.org/22885/recorr ... jerusalen/

Recorrido por el Vía Crucis de la Vía Dolorosa de Jerusalen



comentarios. las fotos de cada estacion se pueden apreciar mejor en el link


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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor catolica9soy » Sab Nov 30, 2013 2:45 pm

Vía Dolorosa

La Vía Dolorosa es una calle de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Dicha calle se ha tomado, tradicionalmente, como parte del itinerario que tomó Cristo, cargando con la Cruz, camino de su crucifixión. En la misma se encuentran marcadas nueve de las 15 estaciones del Viacrucis. Las restantes estaciones se encuentran dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. Es un importante foco de peregrinaje.

Vía Dolorosa, Jerusalén.

El itinerario tradicional empieza justo dentro de la Puerta de los Leones (Puerta de San Esteban), cerca de la localización de la antigua Fortaleza Antonia, dirigiéndose hacia el Oeste a través de la ciudad antigua hacia la Iglesia del Santo Sepulcro. Este itinerario está basado en la procesión organizada por los Franciscanos en el siglo XIV.

Mientras las señalizaciones de las denominaciones del resto de las diferentes calles hierosolimitanas son traducidas a inglés, hebreo y árabe, el nombre VIA DOLOROSA es utilizado en los tres idiomas.

Otros itinerarios
Una procesión bizantina el Miércoles Santo empezaba desde lo alto del Monte de los Olivos, deteniéndose en Getsemaní, entrando en la Ciudad Vieja a través de la Puerta de los Leones y proseguía aproximadamente por la actual Vía Dolorosa hasta la Iglesia del santo sepulcro.

Alrededor del siglo VIII, algunas estaciones eran hechas siguiendo un camino que atravesaba el sur de la ciudad vieja, a la casa de Caifás en el Monte Sion, hacia el Pretorio, prosiguiendo luego hacia la Iglesia del Santo Sepulcro.1

Estaciones del Viacrucis
I Estación

Las estrechas calles de la Vía Dolorosa, Jerusalén.
La Primera Estación es cercana al Monasterio de la Flagelación, donde Cristo fue interrogado por Poncio Pilato y posteriormente condenado.


Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban.


Juan, Evangelio, XIX 1-3

La capilla construida en los años 1920 donde hubo un edificio erigido por los Cruzados, es ahora llevado por los Franciscanos, posee unas magníficas vidrieras representado a Cristo siendo martirizado en la columna, Pilatos lavándose las manos y la liberación de Barrabás. Sobre el altar mayor, bajo la cúpula central, se encuentra un mosaico en el que sobre un fondo dorado aparece la Corona de Espinas.

II EstaciónLa Segunda Estación se encuentra cerca de la antigua construcción romana conocida como el Arco del Ecce Homo, en memoria de las palabras pronunciadas por Poncio Pilato, mientras mostraba a Jesucristo al pueblo jerosolimitano. Sólo una parte de este arco triunfal, erigido por Adriano (en el año 135 a. C.) para celebrar la caída de Jerusalén, es visible actualmente. El arco izquierdo, que no ha llegado a nuestros días, formó parte de un monasterio islámico, mientras que el derecho todavía se conserva dentro de la Iglesia del Ecce Homo. Esta iglesia fue construida durante la segunda mitad del siglo pasado en un lugar que poseía restos de antiguas ruinas, como el mencionado arco romano, parte de las fortificaciones y patio de la Fortaleza Antonia e importantes vestigios del pavimento de la calzada romana, el llamado litoestrato. En algunas de las piedras existen signos de un antiguo juego de dados, lo que da soporte a la hipótesis de que se trata del lugar donde los soldados romanos se jugaron las ropas de Jesús.

III Estación
La Tercera Estación Penitencial rememora la primera caída de Cristo en su camino a la crucifixión. El lugar viene señalado por una pequeña capilla que pertenece a la Iglesia Católica Armenia. Es un edificio del siglo XIX renovado completamente por soldados católicos de la armada libre polaca durante la Segunda Guerra Mundial.

IV EstaciónEl encuentro entre Jesús y su madre se conmemora mediante un pequeño oratorio con una exquisita luneta sobre la entrada, adornada con un bajorrelieve cincelado por el artista polaco Zieliensky. Este encuentro, sin embargo, no aparece en los textos canónicos.

V Estación
Una inscripción en el arquitrabe de una puerta indica el lugar del encuentro entre Jesús y Simón el Cirineo, que fue quien llevó la pesada cruz de Cristo hasta el monte Gólgota (Calvario), el lugar de la crucifixión. Este episodio es recogido en los tres Evangelios sinópticos.

VI Estación[

Conjunto escultórico del siglo XIX en el que se aprecia a la Verónica ofreciéndole el velo.
Una iglesia perteneciente a Griegos Católicos conserva la memoria del encuentro entre Jesús y la mujer Verónica, cuya tumba también puede ser visitada en la misma. La reliquia de este encuentro, en el cual, según la tradición, Verónica limpió el rostro del Señor con un pañuelo de seda, en el que sus facciones quedaron impresas. Actualmente existen diferentes iglesias que aseguran conservar el llamado Santo Rostro.

VII Estación
El lugar de la segunda caída de Jesús y Séptima Estación está señalado con un pilar situado entre la Vía Dolorosa y la pintoresca calle del Mercado.

VIII Estación

En el muro exterior del monasterio griego ortodoxo hay una cruz tallada ennegrecida por el tiempo. Este es el lugar donde se supone que Jesús encontró a las piadosas mujeres, como aparece en el Evangelio según San Lucas.

IX Estación
La tercera caída de Jesús es señalada con una columna de la época romana a la entrada del monasterio copto.

Estaciones X, XI, XII, XIII, XIV y XV
Las siguientes Estaciones Penitenciales están situadas dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. y allí ocurre la muerte de Jesucristo.

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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor sorines » Sab Nov 30, 2013 3:32 pm

La Vía Dolorosa. Un camino de pasión y amor.

Se le llama Via Dolorosa al camino que va desde la torre Antonia hasta el Calvario en Jerusalén. Este camino tiene una longitud de 600 metros.

Imagen Imagen

No se sabe con certeza cuál fue el camino exacto que recorrió Jesús desde su condena hasta la cruz porque el actual ha sido un camino y trazado después de la reconstrucción de la ciudad, sobre sus ruinas. La actual es una vía trazada sobre la fe de los fieles que allí han peregrinado a lo largo de la historia. Los frailes franciscanos comenzaron con esta devoción en el siglo XIV. Aunque el recorrido histórico- arqueológico es distinto al actual. Este es uno con pendientes y más dificultades lo cual hace pensar que quien tenía que recorrer este camino con un peso encima hasta llegar el Gólgota debió hacer un enorme esfuerzo físico.

Imagen

La historia, los evangelios y la Sabana de Turín nos ofrecen datos de cómo sucedió aquel recorrido y aquella condena:
Delante de todo iba el centurión con su ayudante, dos filas de soldados de la legión romana una a la izquierda y otra a la derecha y a continuación los condenados. Estos irían desnudos con la cruz donde serian clavados atados a sus brazos en forma de cruz. Algunos soldados los llevaban tirando de unas cuerdas atadas a sus cuellos y dándoles latigazos.
A Jesús lo llevaron vestido, descalzo y con una corona de espinas en su cabeza, además del madero atado a sus brazos. Cuando caía un soldado trataba de que se levantara dándole patadas. Todo iba escoltado con soldados con sus armas y escudos. Delante de cada reo iba un soldado que llevaba escrito en una tabla la causa de la condena, esta tabla se llamaba titulus.

Imagen

A derecha e izquierda iba la población apiñada mirando el espectáculo. Y muchos de ellos soliviantados por todo el entorno gritaban blasfemias y amenazas. Haciendo un cálculo según todos los datos que se tienen Jesús debió hacer el recorrido aproximadamente en una hora y cuarto. El cuadro clínico que tenia Jesús (músculos golpeados y doloridos, respiración agitada, corta y dolorosa) hace pensar a los especialistas que el recorrido se llevo a cabo en más tiempo del que se ha pensado, probablemente más de dos horas aunque tuvo ayuda humana y evidentemente Divina.
El ritmo del paso lo decidía el jefe de la comitiva que era el centurión controlando al soldado que los llevaba atados por el cuello.

Sus rodillas estaban muy dañadas especialmente la izquierda, debido a las caídas que tuvo mientras cargaba el patíbulo. Y, al no poderse proteger instintivamente de la caída con sus manos, por tenerlas atadas, se protegía con sus rodillas poniendo primero la izquierda. También el lado derecho de la cara era el más golpeado. El proceso se extendía y los soldados, con prisa por terminar, levantaban a los reos a patadas.

Imagen

Los estudios y análisis que se han hecho sobre la Sabana Santa de Turín arrojan que en la rodilla izquierda hay barro de Jerusalén mezclado con sangre humana. Por lo cual han afirmado que la túnica con que iba cubierto le llegaba hasta las rodillas.

Imagen

Resumen personal
Leyendo todo este resumen, mirando el video que a continuación coloco al final, y los Evangelios que narran con tanto colorido y realismo los sucesos de la Pasión y muerte de Jesús, tan solo me llega a la mente y al corazón un pensamiento: ¡Qué primitivos somos todavía los seres humanos! Los de antes y los de ahora. Y mientras tanto la pasión de Jesús se sigue actualizando una y otra vez en cada ser humano que sufre injustamente. Hoy, con otros tintes, pero con el corazón enfermo de tanta maldad, se continúa haciendo daño, se continúa poniendo zancadillas, se continúa llevando a la muerte a muchos inocentes. Y todo bajo un espectáculo de insensibilidad y muchas veces de “auto justificación”. Abortos, matanzas, juicios malsanos, envidias, abusos de poder, injusticia y mucho más hacen de los seres humanos de hoy otros Cristos sufrientes. Ojalá que tanto sufrimiento traiga, en la misma proporción, la resurrección para este mundo que nos rodea.


Fuente consultada: texto del video
Tierra Santa: La Pasión, la Via Dolorosa
http://es.gloria.tv/?media=389154
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor sorines » Sab Nov 30, 2013 3:35 pm

Coloco una cancion sobre la Via Dolorosa actualizada. El cantante es Fernando Gomez, de Miami.

Les invito a verla:

Por la vía dolorosa. Fernando Gómez
https://www.youtube.com/watch?v=9LZl-DzGdO0
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor zbenedetti » Sab Nov 30, 2013 4:35 pm

Tomado de Internet y de Wikipedia

La Vía Dolorosa es una calle de Jerusalén que se considera como parte del recorrido de Jesús cargando con la Cruz, camino de su crucifixión; es la peregrinación de Jesús hacia el calvario. En la misma se encuentran marcadas nueve de las 15 estaciones del Viacrucis. Las restantes estaciones se encuentran dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro.

ESTACIONES DEL VIACRUCIS

LA PRIMERA ESTACIÓN es cercana al Monasterio de la Flagelación, donde Cristo fue interrogado por Poncio Pilato y posteriormente condenado.

LA SEGUNDA ESTACIÓN se encuentra cerca de la antigua construcción romana conocida como el Arco del Ecce Homo

LA TERCERA ESTACIÓN rememora la primera caída de Cristo en su camino a la crucifixión. El lugar viene señalado por una pequeña capilla que pertenece a la Iglesia Católica Armenia.

LA CUARTA ESTACION recuerda el encuentro entre Jesús y su madre y se conmemora mediante un pequeño oratorio.

LA QUINTA ESTACION se recuerda con una inscripción en el arquitrabe de una puerta que indica el lugar del encuentro entre Jesús y Simón el Cirineo, que fue quien llevó la pesada cruz de Cristo hasta el monte Gólgota (Calvario), el lugar de la crucifixión.

LA SEXTA ESTACION está representada por un conjunto escultórico del siglo XIX en el que se aprecia a la Verónica ofreciéndole el velo.

LA SEPTIMA ESTACION representa el lugar de la segunda caída de Jesús y Séptima Estación el cual está señalado con un pilar situado entre la Vía Dolorosa y la pintoresca calle del Mercado.

LA OCTAVA ESTACION se encuentra en el muro exterior del monasterio griego ortodoxo donde hay una cruz tallada ennegrecida por el tiempo. Este es el lugar donde se supone que Jesús encontró a las piadosas mujeres.

LA NOVENA ESTACION representa la tercera caída de Jesús la cual es señalada con una columna de la época romana a la entrada del monasterio copto.

LAS ESTACIONES X, XI, XII, XIII, XIV y XV están situadas dentro de la Iglesia del Santo Sepulcro. y allí ocurre la muerte de Jesucristo.
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor PEPITA GARCIA 2 » Sab Nov 30, 2013 6:02 pm

Triduo Pascual

La tarde del Viernes Santo presenta la tristeza y el drama inmenso de la Muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza. ¡Vacía!

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como Madre y Discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu Hijo.

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los sacerdotes se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, que implora perdón por sus pecados.

Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.

La celebración litúrgica del Viernes empieza con un rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en silencio,.- Imagen.-sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del día.

El sacerdote postrado.-
Imagen

La Celebración de la Palabra con la Primera Lectura[/b]
Esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte.

Lectura del Profeta Isaías 52, 13-53, 12
Se continúa con el Salmo responsorial Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25
La Segunda Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9.
Y se continúa con la proclamación del Evangelio Filipenses 2, 8-9


Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"

Después de la homilía, se concluye con la Oración Universal, que este día tiene más sentido que nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los creyentes y los no creyentes.

La Adoración de la Cruz.-
Imagen
El Sacerdote y los feligreses se acercan procesionalmente y adoran la Cruz, vacía, haciendo delante de ella una genuflexión simple o algún otro gesto de veneración, arrodillándonos, santiguándonos, o besándola, según la costumbre del lugar.

Cuando el sacerdote presenta la cruz para venerarla recordamos las palabras de Jesús. Es una acción simbólica muy expresiva y propia de este día; la veneración de la Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación: "Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza..." "Victoria, tú reinarás..." Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavado Cristo, el Salvador del mundo. Venid y adoremos.

Al finalizar la Adoración de la Cruz se continúa con la Comunión que desde 1955, decidió S. S. Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote, como hasta entonces, sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.

Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración del Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su "Cuerpo entregado por nosotros"

Al finalizar la Sagrada Comunión el sacerdote envía en nombre del Señor, la bendición, diciendo: Envia Señor , tu bendición sobre estos fieles tuyos que han conmemorado la muerte de tu Hijo y esperan resucitar con Él; concédeles tu perdón y tu consuelo, fortalece su fe y condúcelos a su eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Y respondemos Amén.

Fuentes: Aci Prensa. Triduo Pascual de Semana Santa. Biblia. Calendario litúrgico-Pastoral.
"No anteponer nada al amor de Dios"

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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor catolica9soy » Dom Dic 01, 2013 2:32 pm

Hola a todos en el Día del Señor.
Este vía crusis sigular, me gustó mucho, porque está enfocado en la situación actual . Se llama el Gólgota de Jasna Gora.
Les doy el link para que abran la página de Javier y pinchen donde apare el Gólgota de Jasna Gora ( Vía Crucis).
webcatolicodejavier.org.
Hasta luego.
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor Sergio Arturo » Mar Dic 03, 2013 8:24 pm

ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL VIA CRUCIS
http://www.dominicos.org/
Expresión latina que significa "camino de la Cruz", es decir, el que recorrió Cristo durante su Pasión, desde el Pretorio de Pilatos hasta el Calvario. Dicha expresión se utiliza también de modo habitual para designar una forma de oración acompañada de meditación sobre los acontecimientos ocurridos en ese camino de Cristo, al que se añaden el hecho de su muerte en la cruz, el descendimiento de la misma y su sepultura. Junto a diversas oraciones, en general de penitencia y arrepentimiento, se van intercalando catorce meditaciones, que se llaman «estaciones», porque los que hacen este ejercicio de piedad se «estacionan» o detienen unos momentos para meditar en cada uno de los siguientes acontecimientos o escenas:
Los precedentes del Vía Crucis datan de los primeros siglos del cristianismo, de la piadosa compasión con que los cristianos primitivos veneraban los pasos de la Vía Dolorosa. La española Silvia Eteria, peregrinó a Tierra Santa en el siglo IV. Y en su Peregrinatio describe el ejercicio piadoso de los cristianos de Jerusalén, recorriendo durante la Semana Santa el camino del Calvario.
La mayoría de estas «estaciones» han sido tomadas del Evangelio, otras las ha deducido o añadido la tradición piadosa del pueblo cristiano con una sana lógica.
Las escenas o «estaciones» directamente descritas en los Evangelios son las siguientes:
• Primera: en Mt 27,1-31; Mc 15,120; Lc 23,1-25; Jn 18,28-40 y 19,1-16.
• Segunda: en Jn 19,17.
• Quinta: en Mt 27,32; Mc 15,21 y Lc 23,26.
• Octava: en Lc 23,27-32.
• Décima: en Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34 y Jn 19,23-24.
• Undécima: en Mt 27-25 s.; Mc 15,24 s.; Lc 23,33 s. y Jn 19,18.
• Duodécima: en Mt 27,50-51; Mc 15,37; Lc 23,46 y Jn 19,30-33.
• Décimo tercera: en Mt 27,57-59; Mc 15,42-45 y Lc 23,50-53.
• Décimo cuarta: en Mt 27,55-61; Mc 15, 42-47; Lc 23,50-55 y Jn 19,38-42.
Las otras estaciones –tercera, cuarta, sexta, séptima, novena– que ha añadido la tradición piadosa de los cristianos están relacionadas o deducidas de la descripción que los evangelistas hacen del camino que recorrió Jesús hacia el Calvario. Son posibles las caídas –estaciones 3ª, 7ª y 9ª, debido al agotamiento del Huerto, de los interrogatorios y sobre todo de las vejaciones –azotes, espinas– y episodios que acompañaron al arresto. Se deduce al menos una del hecho de haber pedido a Simón de Cirene que llevase la cruz, y se suponen lógicamente otras caídas, aunque no podamos saber el número exacto. Fue casi seguro el encuentro de Cristo con su Madre antes de la cruz (4ª estación), según Jn 19,25-27 y otros pasajes. Es muy probable el episodio de la Verónica según Lc 23,27 ss. y relatos escritos que se remontan a los siglos III y IV que pueden depender de relatos y tradiciones orales anteriores.
En cuanto a los orígenes de este ejercicio piadoso, es cierto que los cristianos de las primeras centurias veneraron los lugares relacionados con la vida y muerte de Cristo. Esto se facilitó a partir de la paz otorgada a la Iglesia por Constantino, con lo que se multiplicaron las peregrinaciones a los Santos Lugares, y de las que se conservan descripciones desde el s. IV. La célebre peregrina Eteria, por ejemplo, da una relación de los actos que se celebraban en Jerusalén en la Semana Santa en los distintos lugares relacionados con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
Con motivo de las Cruzadas se manifestó aún más la devoción hacia los lugares en que se había realizado algún episodio de la Pasión de Cristo. No se contentaron los cruzados con haber venerado esos mismos lugares, sino que trajeron a sus respectivos países la idea de realizar algo parecido a lo que habían visto y obrado en Jerusalén. De ahí que se erigiesen en muchas partes «Calvarios», luego «Vía Crucis», con los que los fieles manifestaban su fervor, agradecimiento y amor a la Pasión de Cristo, oraban y meditaban en ella, etc.
Los franciscanos contribuyeron mucho a extender y propagar esta devoción, aún no muy bien definida, sobre todo cuando en el s. XIV se les concedió la custodia de los Santos Lugares. También la difundió mucho el beato Alvaro de Córdoba, dominico, a su regreso de Tierra Santa (1420). Después, el principal apóstol de esta devoción fue San Leonardo de Puerto Mauricio, que, en el curso de unas misiones por Italia (1731-51), erigió más de 572 Vía Crucis.
Había cierta diversidad con respecto al número de «estaciones».
Fueron los franciscanos los que establecieron en sus iglesias el número de catorce, para que los fieles las recorriesen a imitación de los devotos peregrinos que iban personalmente a venerar los Santos Lugares de Jerusalén. Parece que la forma definitiva, según se suele practicar hoy, surgió en España. De aquí pasó a Cerdeña y a otros lugares. En el s. XX diversos autores han pretendido que se añadiese otras estaciones, como la Resurrección, con la que culmina la Pasión y Muerte histórica de Cristo, y su Via Crucis continuado a lo largo de la historia humana.
La práctica del Via Crucis, pues, viene a arrancar de los primeros siglos y se halla muy extendida entre los cristianos. Es necesario meditar y conocer bien la vida y persona de Cristo, también su Pasión y Muerte, para facilitar la identificación con El a que está llamado todo hombre. Esta devoción es de gran importancia para la vida cristiana. Nos da la oportunidad de contemplar la pasión y muerte de Jesús, nuestro Salvador. Contemplación de los dolores en el cuerpo y en el alma del Señor. Recorrer la Vía dolorosa actualizando sus sufrimientos. La pasión de Jesús es real y actual. El motivo de sus dolores es el de siempre: el pecado. Cada vez que un cristiano peca, de algún modo crucifica de nuevo a Cristo. En cambio, cuando llevamos por amor a Jesús la cruz de cada día podemos decir, como San Pablo: "Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Co 1,24).
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor Pascu » Jue Dic 05, 2013 9:18 pm

Comparto con ustedes una imagen con un reloj que marca como fue el último día de Jesús antes de su muerte y resurrección. Detalla que es lo que le habría pasado a Jesús en cada hora del día y de la noche.
Es muy interesante. Como por una diferencia de pixeles no puedo subir la imagen al foro les dejo el link para que la puedan ver:
http://www.statveritas.com.ar/Imagenes/Reloj-Pasion.jpg

Aprovecho también para compartir con ustedes un himno de la liturgia del Viernes Santo utilizado por los católicos y los ortodoxos en Medio Oriente. Trata acerca del sufrimiento de Cristo en la Cruz y es de una melodía muy bella. Se llama “Wa Habibi” (“Mi Amado”). Esta cantada en idioma árabe por la cantante libanesa Fayrouz y cuenta con una traducción de la letra al inglés al pie del video (no como subtítulos sino afuera del video). Ya que estamos en la Vía Dolorosa no nos olvidemos del sufrimiento de tantos cristianos en los países del convulsionado Oriente Medio. Recemos por todas las víctimas inocentes de la guerra.
http://www.youtube.com/watch?v=5hduXnCao4I
Pascu
 
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Re: Tema 13: La Vía Dolorosa. Semana del 25 de noviembre

Notapor AMunozF » Vie Dic 06, 2013 11:37 am

[quote="Pascu"][color=#000040][b]Comparto con ustedes una imagen con un reloj que marca como fue el último día de Jesús antes de su muerte y resurrección. Detalla que es lo que le habría pasado a Jesús en cada hora del día y de la noche.
Es muy interesante. Como por una diferencia de pixeles no puedo subir la imagen al foro les dejo el link para que la puedan ver:
http://www.statveritas.com.ar/Imagenes/Reloj-Pasion.jpg



Pascu:

Me permito poner el Reloj de la Pasión por aquí. Le hice un pequeño ajuste para postearlo.

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