Curso ¿Qué me falta todavía? 9. Los Valores Auténticos
El problema real, que se nos plantea cada día, es cómo identificar bien los verdaderos valores, los realmente valiosos, sin equivocarnos.
Autor y Asesor: Joaquín Caldevilla Bujalance
Fuente: Libro ¿Qué me falta todavía? Ser Cristiano en el siglo XXI
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http://bit.ly/W2SVdrhttp://amzn.to/16yWkcz9. LOS VALORES AUTÉNTICOS
“No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mateo 6, 19-21)
Aquí habla Jesús a los que le escuchan de “tesoro”, es decir, de algo valioso que merece ser buscado y encontrado, que puede cambiar mi vida en un instante, que puede solucio- nar muchas cosas a la vez. A cualquiera de nosotros le gustaría encontrar un tesoro así. Pero el problema no es ése. El problema real, que se nos plantea cada día, es cómo identificar bien los verdaderos tesoros, los realmente valiosos, sin equivocarnos. ¿Basta para ello con dejarse llevar por la intuición? Parece que no. Cada vez es más frecuente encontrarse con personas que te dicen, en un momento de más confianza y sinceridad: “mi vida es un desastre”, “he perdido los mejores años de mi vida”, o cosas parecidas. Parecen un eco de aquella canción:
Aún me cuesta admitir que eras lo mejor de mí, pero el día amanece, y nada me parece
la mitad de perfecto
como cuando tú estabas aquí.
Y es tan corrosivo este dolor
y esta casa en ruinas que soy yo, soy yo. Y es que estoy todo roto por dentro, estoy todo roto y deshecho,
estoy todo roto y no quiero seguir así.356
También existe la neurosis del domingo, esa especie de bajón que afecta a quienes son conscientes de la falta de contenido de su vida cuando el trajín de la semana se acaba y se pone de manifiesto su vacío interior357, que intentan acallar con “movidas” de distinto tipo. Y es que las personas tenemos algo muy valioso en nosotros, pero que a la vez puede hacer- nos mucho daño si no actúa de la manera adecuada: la inteligencia, los sentimientos, las emociones. Como somos inteligentes (aunque no todos igual), y nuestra inteligencia se apoya en una base material (cerebral y sensorial), tenemos la costumbre de percibir el valor de las personas, las situaciones y las cosas mediante una mezcla de inteligencia y sentimientos (inteligencia emocional). Pues una inteligencia sin sentimientos nos exigiría luchar por alcanzar esos valores sin fuerzas, y de manera fría y desagradable, “a palo seco”. Y unos sentimientos desatados e irracionales nos conducirían a un mundo de simples impulsos, pasiones y emociones incontroladas, salvajes. Entonces, la tarea de la inteligencia no es suprimir los sentimientos, sino podarlos y educarlos: se trata de encauzar y aprovechar su potencialidad bruta358.
Quizá puedes pensar: eso es inhumano, va contra la libertad y espontaneidad que debe tener la persona. Y en parte tienes razón. Pero entonces hay una dificultad, y es que cuando decimos que algo es “antinatural” o “inhumano”, sin darnos cuenta queremos decir que hay cosas “naturales”, “humanas”, que lo son con independencia de nuestras opiniones. Y eso significaría que ellas nos “imponen condiciones”, nos exigen ir en una cierta dirección, apuntan a valores que hay que salvaguardar: precisamente lo que te parecía mal... Aunque no todos están de acuerdo con esto. Para Hume359 sólo hay hechos, constatación de hechos, no hay un sentido o significado interno en las cosas y situaciones; y ante los hechos pode- mos comportarnos de cualquier modo, sin plantearnos más. Otros, profundizando más, afirman que el hombre es un ser no fijado por los instintos, y que por medio de la cultura se va construyendo una especie de segunda naturaleza, un escudo protector para sobrevivir, que incluye la ética, que depende de condiciones de lugar y tiempo, socioculturales, y es por ello variable. Y para otros, todo lo que sucede es natural: la tormenta y el rayo que rajan el árbol son tan naturales como la semilla y la planta que crece; las desviaciones de lo más normal son tan naturales como lo más frecuente.
Pero esto no funciona. Aunque el 90% de los hombres tuvieran dolor de cabeza, no por ello los consideraríamos sanos, y enfermos al 10% restante, sino al revés. Pues los dolores de cabeza van contra la tendencia natural a la autoconservación y al bienestar que es propia de todo ser vivo. Y quien dice que la tortura no debe existir no quiere expresar simplemente que él mismo no torturaría, o que la tortura constituye algo indeseable en nuestra civiliza- ción, sino que está criticando a la vez cualquier civilización en la que se admita. Imagina una persona que bebe libremente de un vaso que contiene limonada envenenada y no lo sabe. Su verdadera intención no era envenenarse sino beber un refresco. Lo asombroso sería que quisiera beberla aun sabiendo que está envenenada. Pero cabe un caso intermedio: al- guien sabe que la bebida está envenenada y, sin embargo, por estar muriéndose de sed, decide finalmente beber el líquido sin pensar en que está envenenado. ¿Hizo lo que quería? Sí y no: sí, porque sació su sed, que era lo que realmente quería hacer para conservar su vida; y no, porque con ello la destruyó al tomar el veneno. ¿Cómo se explica esta contradicción? Se dejó llevar por una tendencia, por un impulso, que en el fondo era un engaño.
El hombre es el que interpreta las tendencias, y comprende su sentido, su significado (la autoconservación en este caso). La tendencia no se interpreta a sí misma. Y por eso po- demos cerrar los ojos ante la interpretación que hace la mente, y abandonarnos a la tenden- cia ciega: entonces más que hacer lo que queremos, renunciamos a querer lo que debemos querer. Lo propiamente humano es contener nuestra tendencia y no entregarnos a ella sin más. Si tengo hambre no tengo por qué comer: puedo tener razones para no hacerlo, puedo tener algo más urgente que hacer, puedo querer hacer una cura de adelgazamiento, puede ser Cuaresma o alguien puede querer hacer una huelga de hambre; el hambre no obliga a comer al hombre. Y también al revés: los romanos iban a un vomitorio después de haberse hartado de comer, para poder continuar comiendo; esto es posible precisamente porque el hombre conoce la función natural de sus tendencias, y puede también suspenderla o saltársela360.
O sea, que existen realidades-valores comunes a todos, por encima de mis simples impulsos, con independencia de las circunstancias concretas. Pero es que, además, han sido asumidos en todas las épocas de la historia.
Un antiguo precepto chino
El dinero puede comprar una casa, pero no un hogar. El dinero puede comprar un reloj, pero no el tiempo. El dinero puede comprar una cama, pero no el sueño.
El dinero puede comprar un libro, pero no el conocimiento. El dinero puede pagar un médico, pero no la salud.
El dinero puede comprar una posición, pero no el respeto. El dinero puede comprar la sangre, pero no la vida.
El dinero puede comprar sexo, pero no el amor.
Vale, de acuerdo con que hay valores. Pero ¿dónde buscarlos? Una pista te la ofrece el Evangelio, las Bienaventuranzas: se refieren a los valores más profundos, los que te hacen crecer como persona. Quienes las viven llegan a tener una personalidad bien construida, ca- paz de superar muchas deficiencias que vienen “de fábrica”:
- los pobres de espíritu: no es el tener más cosas lo que me hace ser más humano, me- jor persona, más feliz;
- los mansos: ni la violencia ni el odio son la solución a los problemas, sino el respeto al otro, la comprensión y el diálogo;
- los que lloran: no insensible, sino capaz de buenos sentimientos, de amar a los demás y estar dispuesto a sufrir por ellos, de compartir penas y alegrías;
- los que tienen hambre y sed de justicia (santidad): no mediocre, sino superándome día a día con la seguridad de que puedo aportar más a los demás;
- los misericordiosos: no guardando rencores y agravios, sino sabiendo perdonar, pues yo también necesito ser perdonado;
- los limpios de corazón: sin querer aprovecharme de los demás, ni buscar primero mi placer y comodidad, y dando sin “pasar factura”, desinteresadamente;
- los pacíficos: sin ser quejica, ni sembrar cizaña, buscando sobre todo lo que une, lo que construye, lo que ayuda;
- los que padecen persecución a causa de la justicia (santidad): valiente para ir contra la corriente o la moda, comportándome como debo aunque los demás no me entiendan, o se burlen, o intenten hacerme la vida imposible; como tantos médicos que se niegan a realizar tratamientos inmorales, o abogados que quieren sacar adelante matrimonios y no ganar dinero a su costa, o empresarios más preocupados por salvar a sus empleados que por tener extraordinarios beneficios.
Es un hecho comprobable desde hace siglos: la fe cristiana bien vivida potencia mucho las capacidades humanas, las hace madurar y las fortalece. Incluso se podría decir que, sin la ayuda de Dios, permanecerían muy limitadas y débiles. “Pensad en esos hombres que quie- ren vivir bien, que han determinado ya vivir bien, pero que no se encuentran tan dispuestos a sufrir males como preparados para obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cris- tiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el mal. De manera que aquellos que dan la impresión de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan dispues- tos o no son capaces de sufrir los males que se les echan encima, son en realidad débiles. Y aquellos que (...) por algún mal deseo se alejan de las buenas obras, éstos están delicados y enfermos, (...) como si se hallaran sin fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena. (...) En tal disposición interior se encontraba aquel paralítico para el cual, como sus portado- res no podían introducirle ante la presencia del Señor, hicieron un agujero en el techo y por allí lo descolgaron. (...) si quieres llegar hasta el médico –quizás el médico se halla oculto, dentro de ti (...)–, tienes que abrir el techo y depositar en presencia del Señor al paralítico, dejando a la vista lo que está oculto”361.
Puede que algo se revuelva dentro de ti. ¿Es que no hay más valores que los cristia- nos? ¿Es que Dios tiene que estar siempre presente en todas partes y en todas las cosas? ¿Es que ser cristiano exige sacrificar todo lo humano interesante, sometiéndolo a la fe? Esa rebelión se debe a un temor: “¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la an- gustia y vernos privados de la libertad? (...) ¡no! Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! (...) Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana”362.
La fe cristiana no anula los verdaderos valores humanos, pero sí los enmarca y ordena de manera adecuada, los sitúa en el conjunto de la realidad, pone cada pincelada en su lugar en el cuadro. “Por tanto, si tú, querido hermano y querida hermana, quieres hablar con Cris- to adhiriéndote a toda la verdad de su testimonio, por una parte has de «amar al mundo», porque Dios «tanto amó al mundo que le dio su Hijo Unigénito (Jn 3, 16)»; y, al mismo tiempo, has de conseguir el desprendimiento interior respecto a toda esta realidad rica y apasionante que es «el mundo». Has de decidirte a plantearte la pregunta sobre la vida eterna (...) Ahora bien, existe una antinomia entre la juventud y la muerte. La muerte parece estar lejos de la juventud. Y así es. Más aún, dado que la juventud significa el proyecto de toda la vida, construido según el criterio del sentido y del valor, también durante la juventud se hace indispensable la pregunta sobre el final (...) Preguntad, por tanto, a Cristo como el joven del Evangelio: «¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?»”363.
Los valores son las luces que iluminan la existencia y, a medida que la persona se tra- baja a sí misma, brillan cada vez más intensamente en el horizonte de su vida. Mientras pro- cura vivir los mandamientos –que tienen un carácter predominantemente purificador– se desarrollan en ella las virtudes. Por ejemplo, observando el mandamiento de «no matar», el hombre descubre el valor de la vida en sus diferentes aspectos y aprende a respetarla cada vez más profundamente. Viviendo el mandamiento «no cometerás adulterio», practica la virtud de la pureza, lo que significa conocer cada vez mejor la belleza desinteresada del cuerpo humano, de la masculinidad y la feminidad; y esta belleza gratuita se convierte en luz para sus actos. Al observar el mandamiento de «no dar falso testimonio», descubre la virtud de la veracidad: no sólo excluye de su vida todo tipo de mentira e hipocresía, sino que desarrolla en sí una especie de «instinto de verdad» que orienta todo su comportamiento.
“Con el pasar del tiempo, el hombre que sigue con perseverancia al Maestro, que es Cristo, siente cada vez menos en sí la fatiga de luchar contra el pecado y experimenta más el gozo de la luz de Dios que impregna toda la Creación. Esto es de suma importancia, porque permite al hombre salir de una situación interior más sometida al riesgo de pecar –que, no obstante, sigue siempre al acecho, en mayor o menor grado, en la vida terrena– y moverse más libremente por todo el mundo creado. Conserva esta libertad y sencillez ciertamente en el trato con los seres humanos, también con los de sexo diverso al propio. La luz interior ilumina sus actos y abre sus ojos al bien del mundo creado, que proviene de la mano de Dios”. El alma experimenta una particular unión con Dios. Se anticipa así, en cierta medida, la condición del hombre en la eternidad, más allá de la muerte364. Pero sin olvidar que “el bien es lento porque va cuesta arriba; el mal es rápido porque va cuesta abajo” (Alejandro Dumas).
En una película se cuenta una historia de amor entre un chico y una chica, que viven con sus familias junto a otras en un pueblo construido en un claro de un gran bosque a prin- cipios del siglo XX. Ella es ciega, y él le declara su amor y le promete que se casarán mien- tras contempla extasiado –sentados ambos en los escalones de entrada a la casa– una puesta de sol antológica, súper romántica. Pocos días después, un deficiente mental del pueblo hie- re gravemente al chico, y la única forma de salvar su vida es conseguir una medicina que só- lo se encuentra en la ciudad, al otro lado del bosque. El problema es que no es posible atra- vesarlo, pues los mayores del lugar dicen que en él habitan extraños monstruos, y los que lo han intentado no han vuelto. Nadie se ofrece. Y ella, que es ciega pero no está dispuesta a dejar morir a su amado, es la única que se atreve a desafiar el bosque y traer la medicina. Y es tan grande su amor que vence al miedo y logra superar la amenaza de los monstruos365.
Lo que mueve realmente la historia es el amor, no el temor. Los Mandamientos se completan con las Bienaventuranzas, que nos hacen salir de nosotros mismos para crecer dándonos a los demás. Hay que atreverse a traspasar los límites del bosque de mi seguridad, para ayudar a otros. Lo contrario sería emboscarse (nunca mejor dicho). Y cuando no nos mueve ese motivo de amor y de respeto, no hay valor que resista: antes o después es aban- donado, vencido por el egoísmo, o por el miedo a quedar mal o a perder algo que entonces consideramos más valioso. Cuando los auténticos valores no orientan la vida de la sociedad, del mundo, aparecen “muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen con- ciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores”366.
Pero ¿y los valores que llamamos civiles? Es verdad que la democracia puede ayudar a evitar muchas injusticias y desigualdades, pero puede suceder que la técnica y el procedi- miento democrático se absoluticen, hasta llegar a dominar y someter los valores humanos que intentan defender; y entonces quienes “manejan la técnica” (social, propagandística, de comunicación, etc.) son los que tienen el control absoluto. Hemos conocido tristes ejemplos: el nazismo, el comunismo; y ahora empezamos a verlo también, aunque con un poder algo más limitado, en algunas democracias occidentales, e incluso en algunos organismos inter- nacionales. Cuando no se asume y defiende bien que hay unos valores básicos que deben ser aceptados y respetados por todos, entonces una minoría –elegida por una mayoría para que les represente– acaba tomando las riendas del poder y haciendo lo que quiere.
Te basta pensar en lo que está sucediendo en tantos aspectos en el campo de la bio- medicina, la educación, la familia, la economía, etc., aunque sus efectos alcanzan a todo el horizonte vital y tienden a ir dominando todo. “Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equili- brios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se con- vierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”367.
Esos valores básicos son los que a cualquiera nos resultarían evidentes: el respeto y la promoción de la vida humana y de cada ser humano individual; la libertad religiosa y de pensamiento, expresando las propias convicciones con el debido respeto a los demás; la li- bertad para transmitir y ofrecer valores positivos a los hijos y a la sociedad; una convivencia social basada en la confianza mutua y la justicia, y no en el odio, la envidia, la violencia, el egoísmo... ¡Pero es que esos valores son precisamente los que están intentando proteger los cristianos!, unas veces con más éxito y otras con menos. Coinciden con los entregados por Dios a Moisés en los diez mandamientos y recordados después por Jesús: no robar, no ma- tar, no mentir, permitir el culto a Dios, amar a los padres y respetar a las autoridades, hacer bien el propio trabajo pensando en los demás, superar lo que enfrenta y separa... Y sobre to- do, el valor inmenso de la persona: “¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Y ni uno solo de ellos queda olvidado ante Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos pajarillos”368.
Pues para que se pueda hablar de valores humanos, primero es necesario asumir el va- lor de cada persona humana: en ella no hay sólo una huella o marca de la acción de Dios – como en el resto de la Creación–, sino una imagen o semejanza del mismo Dios369. De ahí toman toda su fuerza, y no de un simple consenso o votación. Pero para otros esto no está tan claro, o simplemente no lo aceptan. Sin embargo, en una cosa vamos estando todos de acuerdo, razonando y con ayuda de la experiencia que vamos teniendo: esos valores son necesarios para que la sociedad funcione bien, para que las personas, sobre todo los niños, maduren adecuadamente; y para que se pueda vivir en paz, y transmitir cultura a las siguientes generaciones.
Además hay algunas cosas que, con un poco de buena voluntad, se pueden ver más claramente: “El más grande destructor de la paz es el aborto, porque si una madre puede ma- tar a su propio hijo, ¿qué nos queda a nosotros?, ¿matarte yo a ti y tú matarme a mí?”; “Es algo muy pobre decidir que un niño debe morir para que tú puedas vivir como deseas” (Ma- dre Teresa de Calcuta). El cristianismo es, de hecho, el gran defensor de los valores huma- nos y del bien de la sociedad entera:
Señor, ¿quién puede habitar en tu Tienda?
¿Quién puede habitar en tu monte santo? El que camina con integridad,
el que practica la justicia,
el que habla con corazón sincero, no calumnia con su lengua,
no hace mal a su hermano,
ni levanta infamia contra su prójimo (...);
el que no se desdice aunque jure en propio daño, el que no presta a usura su dinero,
ni acepta soborno contra el inocente.
El que obra así jamás se tambaleará.370
“Las sociedades deben juzgarse por su capacidad para hacer que la gente sea feliz” (Alexis de Tocqueville), y en esa línea deben dirigir sus esfuerzos. Pero a veces pueden con- fundirse en nuestra cabeza tres palabras que, sin embargo, son distintas: evolución, progreso y reforma. Evolución indica un desarrollo automático, consecuencia necesaria de unos cambios. Progreso alude al simple andar a lo largo de un camino, hacia una meta más o menos conocida. En cambio, la palabra reforma tiene un sentido totalmente distinto, más propio de seres inteligentes: presupone una forma, significa que vemos algo “fuera de forma” y queremos ponerlo en forma. Y sabemos en qué forma371. La experiencia demuestra que la felicidad no está en comer y beber, trasnochar o estar bien bronceados. No sé si te has hecho alguna vez estas dos preguntas: ¿Hay algunas cosas más importantes que otras? ¿Qué es lo que les confiere su importancia, el efecto que producen en mí o lo que ellas representan en sí mismas, el lugar que ocupan unas respecto de otras?
“Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis cons- truyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? (...) ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá? (...) Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente (...) Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros (...) Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas”372.
Los verdaderos valores no se corrompen. No se pudren. No varían según las circunstancias. Formarse una escala de valores es fundamental (¡básico!) para afrontar el mundo, y para mejorarlo. Esa escala debe asentarse firmemente si queremos que dure toda la vida. Ha de ser una escala de valores que desprenda belleza, armonía, incluso dulzura. Es posible conseguirlo si nos mantenemos atentos y reflexionamos un poco sobre lo que sucede a nuestro alrededor, y sobre lo que oímos, también en nuestro interior. Los valores adquiridos por tradición, recibidos sin más, son fácilmente destruibles si no los interiorizamos: se- ría hacer “lo que siempre se hizo”, sin intentar comprenderlo con hondura, sin asimilarlo. Los valores que construimos nosotros, como fruto de una búsqueda sincera e incansable – con ayuda de la propia experiencia y de la de otros–, los llevamos muy dentro, son “nuestros”. Esto es claro, pero... ¡el problema es acertar, encontrar los más valiosos, o todos los posibles! Ah, ya... todos... Y ¿dónde piensas buscarlos? Una pista: ¿Y después de esta vida...? (KAROL).
Hasta aquí bien. Pero falta algo. Y es que los valores solos, “en frío”, son como “casti- llos en el aire”, mueven poco a la acción. Hay que vivirlos con personas concretas, que se encuentran en situaciones y tienen necesidades concretas, para comprender lo que suponen. Y además juega un papel importante la generosidad, que es como un “motor” que multiplica la potencia y el alcance de esos valores. Un ejemplo.
El bombero de Arizona
Aquella joven madre se quedó absorta contemplando a su hijo de siete años que moría de leucemia terminal. Aunque su corazón estaba agobiado por la tristeza, tenía un fuerte sentido del deber. Como cualquier madre, deseaba que su hijo creciera y realizara todos sus sueños. Pero ahora eso no sería posible. La leucemia no se lo permitiría. Aun así, quería que los sueños del niño se hicieran realidad...
Tomó la débil mano de su hijo y le pregunto: “Billy, ¿alguna vez pensaste en lo que querrías ser cuando crecieras? ¿Soñaste alguna vez y pensaste en lo que harías con tu vi- da?”. Él contestó: “Mamá, de mayor siempre quise ser bombero”. Su madre sonrió y dijo: “Veamos si podemos hacer realidad tu sueño”.
Ese mismo día, ella se dirigió a la estación de bomberos de Phoenix, Arizona. Allí co- noció al bombero Bob, un hombre con un corazón tan grande como su ciudad. Ella le expli- có el último deseo de su hijo, y le preguntó si era posible darle a su hijo de 6 años un paseo alrededor de la manzana en un camión de bomberos.
El bombero le dijo: “Mire, podemos hacer algo mejor que eso. Tenga a su hijo listo el miércoles a las 7 en punto de la mañana y le haremos un bombero honorario durante todo el día. Él puede venir con nosotros aquí a la estación, comer con nosotros, salir con nosotros cuando recibamos llamadas de incendios, por toda la ciudad. Y si usted nos da sus medidas, le conseguiremos un verdadero uniforme de bombero, con un gorro de verdad que lleve el emblema de la estación de bomberos de Phoenix, no uno de juguete, sino el emblema amarillo que nosotros llevamos y las botas de hule. Todo eso se fabrica aquí, así que nos será fácil y rápido conseguirlo”.
Tres días más tarde el bombero Bob recogió a Billy, le puso su uniforme de bombero y le condujo desde la cama del hospital hasta el camión de bomberos. Billy se sentó en la par- te de atrás del camión, y ayudó a conducirlo de regreso a la estación. Se sentía como en el cielo. Hubo tres llamadas en Phoenix ese día, y Billy salió en los tres casos. Fue en tres ca- miones diferentes. Montó además en el microbús médico y también en el coche del jefe de bomberos. Le filmaron en vídeo y apareció en los telediarios locales.
Habiendo hecho realidad su sueño, y gracias a tanto amor y atención, Billy quedó to- cado tan profundamente en su corazón que logró vivir tres meses más de lo que los médicos pronosticaron. Pero una noche todos sus signos vitales comenzaron a decaer dramáticamen- te, y el jefe de enfermería, que estaba convencido de que nadie debe morir solo, comenzó a llamar a los miembros de la familia para que vinieran al hospital. Y, recordando el día que Billy había pasado como si fuera un bombero, llamó al jefe de la estación y le preguntó si era posible que enviara a un bombero uniformado al hospital para que estuviera con Billy en sus últimos momentos.
El jefe de bomberos le dijo: “Haremos algo mejor. Estaremos allí en cinco minutos.
¿Me hará un favor? Cuando oigan las sirenas y vean las luces centelleando, diga por los al- tavoces que no hay ningún incendio, que es el departamento de bomberos que viene a ver de nuevo a uno de sus miembros más destacados; y, por favor, abra la ventana de su habita- ción”. Unos cinco minutos más tarde, un gancho y la escalera del coche de bomberos llega- ban al hospital, y se elevaban hasta el tercer piso donde estaba la ventana abierta del cuarto de Billy. Cinco bomberos subieron por ella y entraron en la habitación.
Con permiso de su madre, cada uno de ellos lo abrazó y le ofreció alguna muestra de cariño. Con aliento agonizante, Billy miró al jefe de los bomberos y dijo: “Jefe, ¿soy ya un auténtico bombero?”. El jefe le respondió: “Sí, Billy, lo eres”. Tras esas palabras, Billy son- rió y cerró sus ojos por última vez373.
Así hizo Dios con nosotros. Necesitábamos ser curados de nuestras debilidades, y vino el mismo Médico en persona desde el cielo a curarnos, y además nos dejó la mejor medici- na: su propio Cuerpo. Necesitábamos fuerza y aliento, y nos envió su propio Espíritu para que viviera dentro de nosotros. Dios es así: es generoso, da más de lo que le piden, pensan- do en lo que es mejor para cada uno, para cada una, y no busca nada para Él, es desinteresa- do. Lo que los seres humanos más necesitamos, lo que nos hace más felices, aunque a veces no nos demos cuenta, es experimentar el amor que Dios nos tiene a cada uno, e intentar dar a otros eso que hemos recibido. Él desea contar contigo para manifestar su amor al mundo.
¿Quieres de verdad ser como aquél hombre “que edificó su casa sobre roca, y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos”, pero la casa resistió374? Entonces no te conformes con cualquier cosa que te ofrezcan. Busca lo que es verdaderamente valioso. Y pronto te tropezarás con Dios, con ese Dios que te ha dado todo lo que eres y tienes, antes de que pudieras pedírselo. Entonces descubrirás que Él es el verdadero tesoro: el único que puede hacerte realmente feliz.
Notas
356 M-CLAN, Roto por dentro.
357 Cfr. V. E. FRANKL, El hombre en busca de sentido, 21ª ed., Herder, Barcelona 2001, pág. 151.
358 Cfr. J. R. AYLLÓN, Desfile de modelos. Análisis de la conducta ética, 3ª ed., Rialp, Madrid 1998, pág. 94.
359 David HUME (1711-1776), filósofo, economista e historiador escocés, negaba que hubiera verdaderas relaciones causa-efecto, que algo fuese causa de otra cosa.
360 Cfr. R. SPAEMANN, “¿Son ‘natural’ y ‘antinatural’ conceptos moralmente relevantes?”, conferencia pronunciada el
28.III.2006 en unos encuentros sobre “La ley natural”.
361 S. AGUSTÍN, Sermón sobre los pastores, 46, 13.
362 Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de inicio del ministerio petrino, 24.IV.2005.
363 JUAN PABLO II, Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, 31.III.1985, n. 5.
364 Cfr. JUAN PABLO II, Memoria e identidad. Conversaciones al filo de dos milenios, La Esfera de los Libros, Madrid
2005, págs. 43-44.
365 Se titula en castellano El bosque.
366 Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de inicio del ministerio petrino, 24.IV.2005.
367 Beato JUAN PABLO II, Encíclica Centesimus annus (“El centenario”), 1.V.1991, n. 46. El agnosticismo, descrito de manera sencilla, es la actitud de quien piensa que se puede vivir sin contar con Dios; le parece que el hecho de que Dios exista o no es poco importante, no afecta apreciablemente a su propia vida y a la sociedad. El relativismo afirma, resu- miendo mucho, que no hay ninguna verdad que permanezca siempre igual, en lo esencial, a lo largo del tiempo; y acep- tar o no esto tiene consecuencias muy importantes: para la estabilidad y salud psíquica de las personas, para la correcta educación de los niños, para el buen funcionamiento de la sociedad, etc.
368 Lucas 12, 6-7. Y un poco más adelante (12, 27-28) Jesús dice también que cada persona vale más que las flores y plantas más hermosas.
369 Cfr. J. L. ILLANES, Tratado de Teología Espiritual, EUNSA, Pamplona 2007, pág. 111.
370 Salmos 15, 1-5.
371 Cfr. G. K. CHESTERTON, Ortodoxia, 2ª ed., Alta Fulla, Barcelona 2000, pág. 123.
372 BENEDICTO XVI, Homilía en la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, Sidney (Australia), 20.VII.2008.
373 Se trata de en un hecho real, sucedido en 1981. El niño se llamaba en realidad Frank “Bopsy” Salazar.
374 Cfr. Mateo 7, 24-25.
Tema 9. UNA VIDA LOGRADA y LOS VALORES AUTÉNTICOSCuestiones para la reflexión para comentar en los foros del curso1) En tu opinión, ¿hay, en muchos casos, alguna relación entre problemas de baja autoestima, depresiones y falta de sentido de la vida? ¿Tienen que ver sólo con problemas de personas pertenecientes a familias desestructuradas, o hay algo más?
2) Explica de qué modo y con qué condiciones el reconocimiento de las propias culpas (pecados) puede contribuir a alcanzar una vida plena y feliz en este mundo.
3) ¿Cuáles son, en tu opinión, las razones de la contradicción que se da en tantas personas hoy día: por un lado, rechazan los mandamientos de Jesucristo como guía segura para su vida; y por otro, asumen y defienden muchos valores humanos que esos mandamientos protegen?
4) Comentarios o sugerencias a esta lección del curso?
Descarga la lección en formato PDF
http://www.es.catholic.net/catholic_db/archivosWord_db/14._los_valores_autenticos.pdfSugerencia práctica para vivir esta semana- En tus momentos de oración, de vez en cuando, mira tu vida escatológicamente (“al revés”): poniéndote con la imaginación al final de ella, una vez abandonado este mundo, mira todo lo que habrás dejado hecho, y piensa qué habrá valido la pena realmente, y que habrá sido pérdida de tiempo. Y procura guiarte por ese pensamiento al actuar después.
Opciones:Descarga la lección en formato PDF http://www.es.catholic.net/catholic_db/archivosWord_db/14._los_valores_autenticos.pdf
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