Reflexionar sobre el tema de la felicidad resulta apasionante, porque todos aspiramos a ser felices o ser más felices de lo que ya somos. Lo mismo deseamos para las personas que queremos, porque quien ama desea siempre lo mejor para el amado.
En la literatura sobre la felicidad -escasa, por cierto, para un tema medular en la vida-, suelen encontrarse dos enfoques: el planteamiento clásico que explica filosóficamente la naturaleza de la felicidad, pero que resulta abstracto para el lector de hoy, que espera soluciones prácticas y conectadas con lo cotidiano; y el tratamiento contemporáneo, reducido tantas veces a «recetas» para ser feliz, que no soluciona el problema de fondo por su misma falta de contenido. La intención de estas páginas es ofrecer al lector un enfoque que le ayude a profundizar en el contenido de la felicidad, a descubrir el modo de ser feliz en la vida diaria, y a conectar esa felicidad cotidiana con la felicidad definitiva en la vida futura. De ahí el título El camino de la felicidad, y no «el camino a o para la felicidad», porque se trata de ser feliz mientras se camina, y no solamente al final del trayecto.
Pero no basta con querer ser feliz: es preciso aprender a serlo. De lo contrario, se corre el riesgo de no acertar, por no tener en cuenta los diversos elementos que intervienen en esta conquista. Aprender a ser feliz significa:
• averiguar dónde está la felicidad y dónde no, para orientar adecuadamente el rumbo del camino;
• evitar los obstáculos -sobre todo internos, como el resentimiento y la envidia-que interfieren con la felicidad, y aprender a eliminarlos cuando ya están presentes;
• saber cuáles actitudes y disposiciones favorecen la felicidad -por ejemplo, la gratitud y el optimismo-, y cómo se generan en la práctica;
• responsabilizarse de la propia felicidad, ya que no es una cuestión de azar o buena suerte;
• aprender a ser feliz en el proceso de la vida ordinaria, más que en los resultados o en los momentos puntuales extraordinarios;
• descubrir el modo de sobrellevar las situaciones difíciles y dolorosas de la existencia, de manera que queden integradas en el sentido de la propia vida y no destruyan la felicidad;
• aprender a contar con los demás y con Dios en el camino de la felicidad, porque solo no es posible ser feliz.
Las ideas ofrecidas en este curso pretenden responder a lo anterior; tienen el respaldo de haber sido expuestas ante personas con circunstancias y maneras de pensar muy diversas, quienes, gracias a sus comentarios y aportaciones, han contribuido decisivamente a la versión definitiva que el lector tiene en sus manos. Por parte del autor, su principal deseo es que quien lea estas páginas descubra luces que le ayuden a recorrer, con acierto, el camino de la felicidad.
Inclinación natural a la felicidad
Todos queremos ser felices. Difícilmente se puede refutar esta afirmación, sobre todo si entendemos el verbo querer como deseo y como búsqueda. ¿Quién desea la infelicidad para sí mismo? ¿Quién no busca ser feliz, en el fondo de cada una de sus acciones? El niño que se empeña en entrar en una juguetería no busca un juguete, sino la felicidad; el estudiante que pretende un título universitario para luego tener éxito en la vida, no persigue la fama, quiere ser feliz; el investigador que pretende encontrar la piedra filosofal, no desea alcanzar sólo sabiduría, sino felicidad. Por eso, lo peor que puede ocurrir a una persona es que no resuelva con acierto su inclinación a la felicidad, como lo hace notar Borges en uno de sus poemas:
"He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz. Que los glaciares del olvido / me arrastren y me pierdan, despiadados. / Mis padres me engendraron para el juego / arriesgado y hermoso de la vida, / para la tierra, el agua, el aire, el fuego. / Los defraudé. No fui feliz".
Y es que estamos hechos para la felicidad, por eso tendemos naturalmente a ella, con la misma naturalidad con que la piedra tiende a caer. Sólo que en el hombre esta inclinación necesaria es a la vez libre: no puede querer otra cosa que ser feliz y, al mismo tiempo, lo desea libremente. Tomás de Aquino lo señala así: "la voluntad apetece libremente la felicidad, aunque la busque a la vez necesariamente" . Pero se podría objetar que hay acciones humanas que parecen ir directamente contra la felicidad de quien libremente las realiza, como dañar la propia salud mediante el consumo de drogas, agredir a una persona querida, o simplemente aislarse de los demás para sumirse en la tristeza. ¿Se tratará de excepciones a ese deseo universal de felicidad? Pascal afirmaba enfáticamente que no, incluyendo el caso más extremo, el del suicidio: "Todos buscan ser felices. No hay excepciones a esta regla. Aunque utilicen medios distintos, todos persiguen el mismo objetivo. Ésta es la fuerza motriz de todas las acciones de todos los individuos, incluso de los que se quitan la vida".
Otra cosa es lograr que, en la práctica, el deseo subjetivo de ser feliz, que siempre está presente, se resuelva satisfactoriamente. San Agustín sostenía que "todos los hombres buscan la felicidad, y sin embargo la mayor parte no sabe cómo alcanzarla" . Por tanto, una cosa es desear ser feliz y otra, muy distinta, serlo de hecho. Cuando se ha visto radicalizada esta dificultad, lo que suele postularse es la imposibilidad de ser feliz, como inherente a la condición humana; tal fue la concepción de los existencialistas radicales: "Tanto el nazi Heidegger como el gauchiste Sartre compartían un ideario existencial marcado por la angustia, cuando no por el agobio: el hombre es un ser-para-la-muerte, una pasión inútil. La noción de felicidad les parecía -a ellos y a tantos otros- un término trivial, tramposo, inasible" .
Si acudimos a la experiencia personal, seguramente encontraremos ahí la confirmación más convincente de las palabras con que hemos iniciado estas líneas: «todos queremos ser felices», aunque intuyamos que no resultará fácil conseguirlo.
Placer, alegría y felicidad
El camino hacia la felicidad parece ser progresivo, en el sentido de que nunca se puede decir, mientras lo recorremos, que hemos llegado a la meta. Siempre se puede ser más feliz, pues la felicidad "es la plenitud de la vida" , como afirma Julián Marías; esto equivale a tener «la vida lograda», como lo han advertido con acierto otros autores contemporáneos , y cuya consecuencia subjetiva consiste en una sensación de paz permanente, que se distingue del simple placer y también de la alegría. C. S. Lewis ilustra estas diferencias con una experiencia personal dolorosa, que tuvo lugar cuando aún era niño: "Con la muerte de mi madre desapareció de mi vida toda felicidad estable, todo lo que era tranquilo y seguro. Iba a tener mucha diversión, muchos placeres, muchas ráfagas de alegría; pero nunca más tendría la antigua seguridad. Sólo había mar e islas; el gran continente se había hundido, como la Atlántida" . Por eso Aristóteles afirmaba que "la felicidad debe ser algo estable".
Siempre que el hombre alcanza o posee un bien, experimenta una vivencia favorable que puede calificarse con el término gozo, que en el lenguaje filosófico se entiende como «descanso en la posesión de un bien». Esto puede dar lugar a tres situaciones distintas: si el bien es algo material, lo que se experimenta es placer sensible, que ordinariamente se caracteriza por su fugacidad, su falta de permanencia; si el bien en cuestión tiene mayor entidad y a la vez es algo concreto -el amor de una persona, por ejemplo- o se refiere a un logro particular -como haber terminado la carrera universitaria-, el gozo que se experimenta recibe el nombre de alegría. Bergson destaca que "la alegría anuncia siempre que la vida ha logrado su propósito, ha ganado terreno, ha alcanzado una victoria" ; en cambio, si el gozo procede no ya de una situación particular, sino de la situación vital integral en que la persona se encuentra, entonces tiene carácter permanente y podemos hablar propiamente de felicidad.
Dicho con otras palabras, "la alegría está por encima del placer y por debajo de la felicidad. El placer tiene un tono fugaz, transitorio, huidizo; es importante y nos abre una ventana de aire fresco. Pero la alegría tiene un tono más duradero y se presenta como consecuencia de haber logrado algo tras un esfuerzo y lucha personal. A otro nivel, en otra galaxia, nos encontramos con la felicidad: suma y compendio de la vida auténtica y de ver el proyecto a flote".
Consiste, por tanto, en el gozo que procede, ya no de un bien o de una circunstancia particular, sino de la situación vital integral en que la persona se encuentra. "La felicidad es una condición de la persona misma, de toda ella, es decir, está en el orden del ser, y no del tener" . Por eso, cuando se alcanza, es algo más profundo y permanente. Sin embargo, hay quienes no estarían de acuerdo con esta triple distinción, por tener una concepción reduccionista de la felicidad (que acaba identificándose con el placer), como es el caso de John Stuart Mill, principal representante de la corriente utilitarista, quien considera que "por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad el dolor y la falta de placer" . Aunque hay que advertir que, para este autor, el placer no se reduce al mero placer sensible, propio de los animales, sino que incluye también el correspondiente a la satisfacción de las facultades superiores de la persona humana.
Los tres fenómenos anteriores corresponden a tres estados que, en el lenguaje coloquial, se suelen calificar en función de la palabra alegría: decimos ponerse alegre, cuando nos referimos al resultado inmediato de un estímulo concreto y placentero, como puede ser el alcohol; decimos estar alegre, cuando ha ocurrido algo que nos produce una alegría más estable, como haber alcanzado una meta, lo cual se identifica propiamente con la alegría; y podemos decir ser alegre, para referirnos a una situación permanente de la persona, que ya no depende de unas circunstancias determinadas: esto es lo propio de la felicidad.
La insuficiencia del placer
Actualmente el bienestar material, el confort, la comodidad, y todo lo que produzca placer sensible o sensual, parece buscarse obsesivamente. Nos encontramos muy condicionados -no determinados- por toda una propaganda, con las técnicas más refinadas, para inclinarnos a la búsqueda de lo placentero, como si se tratase de un fin. De un fin que sería la fuente de la felicidad y que incluiría, por la misma razón, el rechazo del dolor. Así lo expresa Julián Marías: "Hay que buscar la felicidad del mayor número, la mayor cantidad de placer y el mínimo de dolor, y que los dolores sean transitorios y pasen pronto. Esto es lo que aproximadamente opina el mundo actual" .
La actitud no es nueva. Ya Horacio acuñó en su tiempo la expresión carpe diem!, que significa «aprovecha el momento», «disfruta el día», «no dejes pasar la oportunidad», «vive el presente». Esta postura identifica la felicidad con el placer inmediato e invita a olvidarse del futuro, que seguramente traerá complicaciones, trabajo, vejez, escasez de dinero, enfermedades y muerte. Lo que hay que hacer es disfrutar ahora y todo lo que se pueda. Hay que estar volcados en el presente: carpe diem! Si bien la actitud no es nueva, qué duda cabe que en la actualidad se encuentra potenciada. Por eso resulta urgente contestar a la pregunta de si el placer puede satisfacer nuestro deseo de ser felices.
Sin caer en el extremo de los estoicos, que consideraban el placer como algo necesariamente malo, contrario a la naturaleza del hombre -Séneca afirmaba que "el placer es algo bajo, servil, flaco y mezquino, cuyo asiento y domicilio son los lupanares y las tabernas" -, sí podemos reconocer que el placer sensible, aun cuando sea lícito y bueno, tiene la característica de ser transitorio: dura poco tiempo. La felicidad, en cambio, señala Pieper, "no es felicidad si no es perdurable; la felicidad pide eternidad" . O como dice Julián Marías, "la felicidad tiene pretensión de perduración: ser feliz es pretender seguir siendo feliz" . De aquí que el placer, por su transitoriedad, por su fugacidad, no pueda resolver el problema de la felicidad.
Quien centra su vida en el goce sensible tiene la experiencia de con qué angustiosa facilidad el placer se le escapa de las manos; las satisfacciones derivadas de momentos placenteros se desearían prolongar pero se acaban. La consecuencia es el vacío interior, se frustra quien pretendía ser feliz por ese camino, y queda más insatisfecho de lo que se encontraba antes de la experiencia placentera.
Otra razón que explica por qué el placer no llena, no satisface, cuando se le busca como fin en sí mismo, como fuente de felicidad, es de orden casi diríamos fisiológico. El que se inclina obsesivamente tras el placer tiende a echar mano, una y otra vez, reiterativamente, de los estímulos que le han producido sensaciones placenteras. Pues bien, resulta que la capacidad de disfrutar el placer, de deleitarse a partir de esos estímulos, se va atrofiando en proporción directa a la frecuencia e intensidad del estímulo: la sensación placentera, procedente de un mismo estímulo, es cada vez menor. Esto provoca que, si se persiste en la tendencia de buscar el placer a toda costa, se tenga que recurrir a estímulos cada vez más fuertes para compensar esa pérdida de capacidad en la apreciación sensible. Un ejemplo muy claro se da en las drogas y en el sexo. En las drogas, porque quien comienza con las llamadas drogas blandas, tiene que saltar a las fuertes, porque el efecto de las primeras se va experimentando cada vez con menor intensidad. En el sexo, porque quien se deja arrastrar por el instinto y pretende saciar egoístamente su apetito concupiscible, nunca quedará satisfecho e irá a la búsqueda de nuevas experiencias; el resultado será, indefectiblemente, la insatisfacción sexual, originada por una dirección equivocada de esta actividad, al haberla reducido a un ejercicio exclusivamente placentero.
Las razones anteriores son suficientes para entender que la vida de una persona, si se centra en el objetivo del placer, acaba en el absurdo y en la contradicción. Y es que el hombre no está hecho para agotar su vida en las experiencias placenteras, sino para proyectarla hacia ideales más altos que le den sentido. Por eso Viktor Frankl afirma que "si el placer fuese realmente el sentido de la vida, habría que llegar a la conclusión de que la vida carece, en rigor, de todo sentido".
Bienestar y calidad de vida
El placer puede también convertirse en el fin de la vida humana de manera más sutil, en forma de bienestar. El bienestar entendido como el conjunto de condiciones materiales básicas que permiten llevar una vida verdaderamente humana es algo que no necesita justificación. Pero cuando el bienestar se convierte en el objetivo central de la vida y se le identifica con la comodidad material, suele llevar consigo la renuncia a valores superiores, de orden inmaterial y espiritual. Por eso se entiende que un personaje europeo, a la pregunta sobre cómo se encontraban sus conciudadanos, haya contestado: «mis paisanos están muriéndose de bienestar». Y es que el bien-estar material mal entendido puede ser, por su propia naturaleza, un caldo de cultivo agónico en que la vida humana resulte insufrible, a pesar de las comodidades con que aquélla se rodea. Y, en cualquier caso, "el bienestar por sí mismo no produce la felicidad; es simplemente un requisito de ella... La felicidad no consiste simplemente en estar bien, sino en estar haciendo algo que llene la vida" .
En la actualidad se ha acuñado la expresión calidad de vida, que viene a ser la forma contemporánea de entender el bienestar. Incluye los siguientes aspectos:
• la salud física y psíquica: el cuidado del cuerpo y de la mente;
• el contacto con la naturaleza y el alejamiento de ambientes contaminados;
• el aprovechamiento de los medios que la técnica ofrece, para tener resueltas las necesidades materiales personales;
• el aprovechamiento de los adelantos tecnológicos que llenan la vida de comodidades y la hacen cada vez más placentera.
Si bien cada uno de estos aspectos, tomado aisladamente, puede tener un determinado valor, lo negativo del enfoque en su conjunto radica en la ausencia de un proyecto de vida que enriquezca al hombre de manera integral. Aquí todo aparece centrado, en definitiva, en el bienestar, sin abrir la perspectiva hacia los bienes y valores que proporcionan contenido a la persona humana y la conducen a tener la vida lograda. La calidad de vida, por tanto, no es suficiente para alcanzar la plenitud que la felicidad implica.
Ante la insuficiencia del placer y del bienestar, cabe enfocar la vida de manera que se oriente hacia contenidos de mayor valía, que requieren poner en juego lo mejor de nosotros mismos, es decir, nuestras fortalezas, cuyos actos originan gratificaciones más que placeres, como lo advierte Seligman: "La «vida placentera» puede encontrarse tomando champán y conduciendo un Porsche, pero no la buena vida. Yo diría que la buena vida consiste en emplear las fortalezas personales todos los días para lograr una felicidad auténtica y abundante gratificación. Es una actividad que puede aprenderse a desarrollar en cada uno de los ámbitos de la vida: el trabajo, el amor y la educación de los hijos" .
Una conquista difícil
Por tratarse de una realidad profunda, que no se reduce ni al placer ni a la simple alegría, es de esperar que la conquista de la felicidad no resulte fácil. Séneca advertía que "todos los hombres quieren vivir felices, pero al ir a descubrir lo que hace feliz la vida, van a tientas, y no es fácil conseguir la felicidad en la vida, ya que se aleja uno tanto más de ella cuanto más afanosamente se la busque" . El pesimista Schopenhauer afirmaba que "«vivir feliz» sólo puede significar vivir lo menos infeliz posible o, dicho más brevemente, de manera soportable" .Y resulta significativo el hecho de que "los expertos estiman que sólo entre un diez y un quince por ciento de los norteamericanos se consideran verdaderamente felices" , y que "sólo tres de cada diez alemanes se consideran felices".
Por eso muchos, al no encontrar solución a lo que más desean, acaban renunciando a la felicidad o rehuyendo el problema: "¿No tendemos a evitar la pronunciación de la palabra «felicidad»? ¿No la usamos siempre tímidamente, casi avergonzándonos, como si perteneciera al léxico de las ilusiones de la juventud, esto es, a aquellas ilusiones que el maduro hombre racional ya no tiene derecho a mantener?" . También es significativo que hoy en día, "por cada cien artículos especializados sobre la tristeza, sólo se publica uno sobre la felicidad" , lo cual nos hace pensar que andamos muy necesitados de una cultura que nos diga cómo ser felices.
Sin embargo, "la tragedia del hombre no está en no poder encontrar la felicidad, sino en buscarla donde no está" . Con frecuencia pretendemos saciar nuestras ansias de felicidad mediante bienes sensibles, que sólo proporcionan placeres transitorios, o a través de situaciones particulares, que únicamente nos ofrecen alegrías parciales. En consecuencia, si realmente queremos encontrar esa felicidad profunda que procede de tener la vida lograda, habremos de averiguar dónde se encuentra para abocarnos a su conquista. Ya Aristóteles se hacía eco de la dificultad para llegar a un acuerdo sobre esta cuestión: "La esencia de la felicidad es motivo de debate, y es explicada de muy distinto modo por el vulgo y por los doctos. Así, mientras que para algunos la felicidad es algo manifiesto y tangible, como el placer, la riqueza y el honor, para otros, en cambio, es cosa muy diferente; incluso no es raro que un mismo individuo cambie de opinión según su estado, diciendo, si está enfermo, que el bien supremo es la salud, y si es pobre, que lo es la riqueza. Los conscientes de su ignorancia se embelesan ante quienes son capaces de decir cosas sublimes que están muy por encima de su comprensión. Y hay también algunos que han llegado a concebir que, aparte de la multitud de bienes particulares, existe otro bien en sí que es la causa de la bondad de todos los demás bienes".
En el proceso de aproximación, teórica y práctica, a la verdadera felicidad, es preciso tener en cuenta que, por tratarse de algo complejo, no cabe simplificar las cosas y pretender una especie de fórmula barata que dé con la solución. Bossuet decía que "la felicidad de los hombres se compone de tantas piezas que siempre falta alguna" . Aunque la afirmación pueda resultar pesimista en su segunda parte, vale la pena tener en cuenta la primera, porque enuncia una gran verdad. La conquista de la felicidad consistirá en descubrir e integrar armónicamente esas múltiples piezas que la componen. Y hay una característica común a todas ellas, que deberá estar presente para que puedan dar como resultado la felicidad: la calidad o perfección con que habrán de construirse.
¿Es posible ser feliz?
Hemos visto que todos estamos inclinados a la felicidad y que, a la vez, se trata de una tarea difícil. La pregunta que surge ahora es si la dificultad es superable. ¿Es realmente posible ser feliz? Las respuestas negativas a esta pregunta van desde la imposibilidad constitutiva del hombre para la felicidad, que sostiene el existencialismo radical como hemos visto, al escepticismo de Savater en nuestros días: "en cuanto a conquistar la felicidad, la felicidad propiamente dicha... sobre esto yo no me haría demasiadas ilusiones" . Y, desde una perspectiva teológica, el enfoque negativo consistiría en reducir la posibilidad de ser feliz a la otra vida, después de la muerte, de manera que ser infeliz ahora sería como el requisito para merecer la felicidad futura. Detengámonos en esta última idea.
Hay quienes conciben la felicidad en la tierra como contrapuesta a la felicidad en el cielo: o se es feliz aquí o se es feliz allá; quien desee alcanzar la felicidad definitiva deberá resignarse a ser infeliz ahora, es el precio que habrá que pagar para merecer la felicidad eterna. Este planteamiento llevaría, por tanto, a la resignación ante una vida por fuerza infeliz.
Quien tiene fe sabe que "Dios ha depositado en el corazón de cada hombre el deseo de la felicidad, como un impulso primario, y quiere responder a él comunicándonos su propia felicidad, si nos dejamos conducir por Él" , es decir, que Dios quiere positivamente que seamos felices y desea que nosotros, libremente, aceptemos su ofrecimiento de ayudarnos a conseguirlo. Pero, ¿dónde se encuentra esa felicidad que Dios quiere que alcancemos, en esta vida o sólo en la vida posterior a la muerte?; ¿existe alguna relación entre ser feliz ahora y ser feliz después?
La felicidad en esta vida o en la otra
Josemaría Escrivá de Balaguer señalaba que "el Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo la consolación en el más allá. Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra felicidad que sólo Él puede colmar enteramente" . Esto quiere decir que no sólo no hay oposición entre una felicidad y otra, sino que se da una continuidad, porque la felicidad de ahora suele ser el preludio de la felicidad definitiva. Más aún, puede afirmarse que "la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra"
• En este enfoque, obviamente, no cabe la resignación ante una vida con problemas y dificultades, sino la búsqueda activa de esa felicidad para la que Dios nos ha creado.
Pero puede surgir otra pregunta: ¿es esto compatible con el dolor y el sufrimiento?, ¿acaso no son las desgracias y las tragedias de la vida el precio a pagar para ganar el cielo? El modo de proceder de Jesucristo, recogido en tantas escenas del Evangelio, responde a estas preguntas: "Dios quiere la felicidad de los hombres así en la tierra como en el cielo. Es falso que nos haga comprar la dicha futura a costa de nuestros males presentes. Abrid el Evangelio.
¿Permaneció indiferente Jesús a los sufrimientos de los hombres? ¿No se compadeció del dolor de las hermanas de Lázaro ante la tumba de su hermano hasta llegar a llorar también Él? Si nuestros males actuales fueran la condición de nuestra dicha futura, ¿hubiera curado Jesús a tantos lisiados y a tantos enfermos, privándolos en esta hipótesis de su más segura posibilidad de ser dichosos?" . Por tanto, aunque Dios permita el dolor y el sufrimiento en la existencia del hombre, como oportunidad para aumentar el merecimiento de la vida eterna, quiere también que aprendamos a llevar esos males de manera que no nos conviertan en personas desgraciadas, sino por el contrario y paradójicamente, que sean camino de felicidad también en esta vida.
Las consecuencias prácticas de los dos enfoques anteriores son muy claras. Quien considera que ser infeliz ahora es condición para ser feliz después, vive la vida con una actitud negativa, que le impide disfrutar los bienes que Dios mismo ha puesto a su disposición, le inclina a renunciar a los placeres lícitos y a las alegrías válidas, para abocarse unilateralmente a todo lo que sea sufrimiento, tristeza o amargura. Una vida así difícilmente se puede vivir con intensidad y lo más probable es que no permita que los talentos recibidos fructifiquen, y que acabe, por tanto, en la frustración.
En cambio, quien descubra la estrecha conexión y continuidad que existe entre la felicidad presente y la futura, adoptará una actitud positiva, que le llevará a aprender cómo ser feliz ahora para ganarse después la vida eterna. Entre otras cosas, vivirá agradecido con Dios y con sus semejantes por los dones que recibe de ellos, y procurará hacer el mayor bien posible, de manera que los talentos rindan al máximo, lo cual será fuente fundamental de satisfacciones aquí y preparación para la felicidad definitiva. Los problemas, el dolor y el sufrimiento, cuando aparezcan, se aceptarán y se procurará descubrir su sentido para que se conviertan también en fuente de felicidad, aunque esto suponga un aprendizaje especial. Por la importancia que reviste el tema del sufrimiento con relación a la felicidad, habrá que profundizarlo en el último capítulo. Ahora es preciso responder a los siguientes interrogantes: ¿cómo se consigue la felicidad en esta vida, dónde se encuentra, cuál es el camino a recorrer para alcanzarla?
Tutores del Curso
P.Alberto Mestre, LC
amestre@legionaries.org Pedro Luis Llera Vázquez
pedroluisllera@gmail.comParticipación en el foro
1.Ser feliz supone querer ser feliz, ¿qué elementos menciona el autor del artículo que resultan integrantes de este "quehacer" de la felicidad?
Ser feliz supone el deseo de querer ser feliz pero también supone trabajar en la construcción de la misma en el propio camino de la vida: Esto supone, según el autor, aprender a ser feliz que signidfica
• averiguar dónde está la felicidad y dónde no, para orientar adecuadamente el rumbo del camino;
• evitar los obstáculos -sobre todo internos, como el resentimiento y la envidia-que interfieren con la felicidad, y aprender a eliminarlos cuando ya están presentes;
• saber cuáles actitudes y disposiciones favorecen la felicidad -por ejemplo, la gratitud y el optimismo-, y cómo se generan en la práctica;
• responsabilizarse de la propia felicidad, ya que no es una cuestión de azar o buena suerte;
• aprender a ser feliz en el proceso de la vida ordinaria, más que en los resultados o en los momentos puntuales extraordinarios;
• descubrir el modo de sobrellevar las situaciones difíciles y dolorosas de la existencia, de manera que queden integradas en el sentido de la propia vida y no destruyan la felicidad;
• aprender a contar con los demás y con Dios en el camino de la felicidad, porque solo no es posible ser feliz.
2.¿Se puede decir que todo ser humano, por serlo, tiende a la felicidad, y por ello la busca sin descanso?
En realidad, Dios ha depositado en el corazón del hombre el deseo de ser feliz y a la vez, ha pensado una felicidad para cada ser humano. De aquí que podamos decir, que estamos hechos para la felicidad, por eso tendemos naturalmente a ella, con la misma naturalidad con que la piedra tiende a caer. Sólo que en el hombre esta inclinación necesaria es a la vez libre: no puede querer otra cosa que ser feliz y, al mismo tiempo, lo desea libremente.
3. Placer, alegría y felicidad, ¿son sinónimos? ¿se relacionan? ¿existe, según el autor, alguna jerarquía entre ellas?
Los términos placer, alegría y felicidad no son sinónimos. En realidad no hay una estrecha relación entre ellas pero sí una jerarquía. Como bien lo explica el autor, Dicho con otras palabras, "la alegría está por encima del placer y por debajo de la felicidad. El placer tiene un tono fugaz, transitorio, huidizo; es importante y nos abre una ventana de aire fresco. Pero la alegría tiene un tono más duradero y se presenta como consecuencia de haber logrado algo tras un esfuerzo y lucha personal. A otro nivel, en otra galaxia, nos encontramos con la felicidad: suma y compendio de la vida auténtica y de ver el proyecto a flote".
Consiste, por tanto, en el gozo que procede, ya no de un bien o de una circunstancia particular, sino de la situación vital integral en que la persona se encuentra. "La felicidad es una condición de la persona misma, de toda ella, es decir, está en el orden del ser, y no del tener" . Por eso, cuando se alcanza, es algo más profundo y permanente.
4.¿Es suficiente el placer para lograr la felicidad? Comenta alguna de las frases que te haya interesado de alguno de los pensadores que el autor menciona.
El placer es insuficiente para lograr la felicidad. En este sentido, el autor deja claro la oposición entre placer y felicidad ya que es interesante pensar en la frase de Horacio cuando acuñó en su tiempo la expresión carpe diem!, que significa «aprovecha el momento», «disfruta el día», «no dejes pasar la oportunidad», «vive el presente», lo que nos muestra lo vacío de la vida, el sinsentido de la misma y el resultado de insatisfacción cuando ésta tiene como último objetivo el placer. Esta postura identifica la felicidad con el placer inmediato e invita a olvidarse del futuro, que seguramente traerá complicaciones, trabajo, vejez, escasez de dinero, enfermedades y muerte. Lo que hay que hacer es disfrutar ahora y todo lo que se pueda.
5.¿Bienestar y calidad de vida coinciden con el concepto de felicidad que el autor presenta?
El autor explica que bienestar y calidad de vida no coinciden con el concepto de felicidad porque cuando el bienestar se convierte en el objetivo central de la vida y se le identifica con la comodidad material, suele llevar consigo la renuncia a valores superiores, de orden inmaterial y espiritual. En este sentido, el autor menciona, que "el bienestar por sí mismo no produce la felicidad; es simplemente un requisito de ella... La felicidad no consiste simplemente en estar bien, sino en estar haciendo algo que llene la vida". Lo negativo de este enfoque es que el hombre carece de un proyecto de vida para ser feliz.
6.¿Podríamos decir que la felicidad es un ir conquistarla, buscarla, y en esta búsqueda ya poseemos y alcanzamos cierta felicidad?
La felicidad no se alcanza con buscarla sino si realmente queremos encontrar esa felicidad profunda que procede de tener la vida lograda, habremos de averiguar dónde se encuentra para abocarnos a su conquista. La conquista de la felicidad consistirá en descubrir e integrar armónicamente esas múltiples piezas que la componen. Y hay una característica común a todas ellas, que deberá estar presente para que puedan dar como resultado la felicidad: la calidad o perfección con que habrán de construirse.
7. Según el autor, ¿es posible ser feliz?
Para el autor es posible ser feliz porque quien tiene fe sabe que "Dios ha depositado en el corazón de cada hombre el deseo de la felicidad, como un impulso primario, y quiere responder a él comunicándonos su propia felicidad, si nos dejamos conducir por Él" , es decir, que Dios quiere positivamente que seamos felices y desea que nosotros, libremente, aceptemos su ofrecimiento de ayudarnos a conseguirlo.