por Reinaldo Aguilar » Dom Mar 30, 2014 7:24 pm
Lección 11
Participación en el Foro
1) ¿Cómo puede el dolor dejar de ser un obstáculo para la felicidad?
Lo importante es concebir que la felicidad es una tarea interior que transciende lo placentero y contar con el sufrimiento como algo inseparable a la vida humana. El dolor, por tanto, en sí no es algo bueno, porque deriva del mal, pero puede ser transformado en un valor importante, si se le encauza adecuadamente, es decir, si se le proporciona un sentido o se descubre que puede tenerlo. Entonces dejara de ser un obstáculo para la felicidad. Más aún, podrá convertirse en un recurso que contribuya a la felicidad, como advierte Juan Pablo II: “la alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento”.
2) ¿Cuál es la trayectoria que ordinariamente se sigue a partir de un suceso doloroso?
La trayectoria que ordinariamente se sigue a partir de la aparición de un suceso doloroso, suele variar de unas personas a otras. A pesar de ello, se señalan las etapas que suelen ser más frecuentes, cuando el sufrimiento va superando las diversas resistencias naturales hasta resolverse, finalmente de manera positiva.
1) Lo normal es que la primera reacción, cuando el hecho doloroso aparece sin esperarlo, sea el rechazo, de huida o incluso de negación: no reconocerlo, no afrontarlo o pensar que aquello no es real. Si no supera esta disposición, es imposible encauzar el problema, pues el hecho sigue presente aunque se pretenda mantener la venda en los ojos para no verlo, lo cual resulta artificial y tarde o temprano la realidad acaba por imponerse. Pero además cuando la realidad se hace presente y no se quiere aceptar, se genera un conflicto interior que desequilibra y puede llevar hasta la desesperación.
2) En cambio, si esa primera reacción se supera y se reconoce con realismo el hecho doloroso, se estará en posibilidades de afrontarlo. Pero esto no significa que el camino será fácil. La conciencia del suceso puede provocar parálisis interior, hundimiento o depresión que incapaciten para enfrentar lo ocurrido u buscar alguna salida o algún cause. Si este estado de pasividad no se supera, el sufrimiento crecerá hasta hacerse insoportable. Hasta esta fase, resulta muy difícil encontrar o descubrir algún sentido al dolor experimentado, porque el estado anímico dificulta comprender cualquier argumento.
3) Es preciso realizar un esfuerzo para sobreponerse a la situación y reaccionar de alguna manera. Aunque la motivación pueda estar muy concentrada en la necesidad de que el propio yo salga de la cárcel en que se encuentra, también pueden pesar positivamente otros referentes a los demás: la madre entiende que debe reaccionar para sostener a sus hijos, el jefe de la empresa a sus empleados, etcétera.
4) Una vez que el hecho doloroso se ha reconocido y la persona se ha sobrepuesto para superar el estado de parálisis y pasividad –aunque el dolor y la tristeza sigan carcomiendo el corazón-, ordinariamente se experimentará que el esfuerzo realizado ha valido la pena. Y esto será suficiente para dar paso a la resignación, que no es todavía la aceptación del dolor, sino sometimiento a un destino inevitable, sin identificarse del todo con él.
5) Paradójicamente, el realismo de enfrentarse con el hecho doloroso produce una cierta sensación de dominio de la situación que genera paz, por contraste con la inquietud derivada de no querer reconocer lo ocurrido. Además, el conocimiento de la verdad sobre la situación clarifica la mente y permite intuir, aunque de manera confusa todavía, que algo bueno puede encontrarse en lo sucedido o derivarse de ello.
6) Todos estos factores favorecen un siguiente paso, de gran importancia, que corresponderá a la voluntad: una incipiente aceptación de algo que inicialmente se rechazaba y de ninguna manera se podía asumir. La aceptación en este nivel depende del beneficio subjetivo que se ha experimentado al reconocer y enfrentar el hecho, y de la intuición sobre el posible bien que puede encerrarse en lo sucedido.
7) Una vez que se ha aceptado, aunque sea mínimamente, el hecho doloroso, será posible preguntarse. ¿habrá algo positivo en todo esto; qué beneficios pueden derivarse de lo ocurrido; cabe aprovecharlo para conseguir alguna mejora, en uno mismo o en los demás? Son preguntas que apuntan al sentido del dolor: ¿por qué y para qué de este sufrimiento? El solo hecho de hacerse la pregunta incluye ya la aceptación de que puede existir una respuesta y de que si hay, esa respuesta podrá ser asumida.
3) ¿Que beneficios humanos pueden derivar del sufrimiento?
El dolor posee un valor, tanto humano como espiritual; es decir, nos puede transformar y perfeccionar en el nivel antropológico de nuestras principales facultades humanas – inteligencia, voluntad y afectividad -, haciéndonos mejores personas; o espiritualmente, en cuanto nos acerca a Dios y nos aproxima al fin trascendente de nuestra vida. Comencemos por señalar los beneficios humanos que pueden derivar del sufrimiento, cuando está bien enfocado y es plenamente aceptado, para cada una de las tres facultades mencionadas.
1) El sufrimiento enriquece la inteligencia
La actividad de la inteligencia consiste en conocer. El sufrimiento hace pensar, invita a reflexionar, a planearse la vida de una manera nueva, a preguntarse por la razón última de muestras experiencias; “hace más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insustancial cede paso a lo que es importante, a lo sustancial. En consecuencia, la persona se hace más profunda, el dolor le demanda definir y clarificar sus propias convicciones, así como la jerarquía de sus valores. Además, el sufrimiento permite conocerse mejor, con mayor realismo y objetividad, porque el dolor nos enfrenta con nosotros mismos, sin dejar espacio al fingimiento o la falsedad. Como consecuencia de este conocimiento propio, la persona se encuentra en condiciones de manifestarse realmente como es, con naturalidad, porque el dolor ayuda a quitarse las máscaras y a eliminar las falsas apariencias. Se vive entonces con paz interior, porque no hay nada que ocultar y se está en presencia de la verdad sobre uno mismo.
2) El dolor perfecciona la voluntad
En primer lugar, ayuda a aceptar las propias limitaciones y debilidades, que en el dolor se ponen más de manifiesto. Esta aceptación de las propias carencias es un acto de la voluntad que conduce a la humildad, fundamental para estar centrados en la vida y alcanzar la paz interior, porque la humildad es la verdad. De la disposición humilde deriva frecuentemente la solidaridad con los demás, al reconocer que se les necesita y que ellos requieren de nosotros. Esta relación de apoyo reciproco influye directamente en la felicidad, porque el compartir es indispensable para ser feliz. Podemos decir que el dolor es escuela de fortaleza, pues ofrece la oportunidad de aprender a soportar lo adverso y desarrollar una fuerza de voluntad capaz de enfrentar situaciones duras que puedan venir en el futuro, y que de otra manera producirían temor o de plano se rechazarían. Esta fuerza que se adquiere en el sufrimiento es un factor clave para la felicidad, porque hace posible llevar a cabo los objetivos que nos trazamos en la vida, de cuya realización depende, en buena medida, la felicidad.
3) El sufrimiento transforma el corazón
La esencia de la felicidad es simple y eterna; consiste en amar y ser amado. Ahora bien, el autentico amor a los demás se potencia con el sufrimiento. El dolor aceptado es antídoto del egoísmo y apertura hacia el otro. En cambio quien se niega a sufrir no puede amar de verdad, pues el amor implica siempre alguna forma de morir a sí mismo, de sentirse arrancado y, con ello, liberado de sí mismo. Este amor que nace del sufrimiento se manifiesta especialmente en la compresión de los demás: la persona al tener más clara conciencia de sus limitaciones, se hace más capaz de ponerse de verdad en el lugar de los otros, para entenderlos desde ellos mismos y aceptarlos como son. Además la experiencia del dolor le hace más sensible frente al sufrimiento ajeno, que se comprende con mayor profundidad. Quien gana comprensión suele ser más cordial, más amable, más acogedor, cualidades todas de gran importancia para la convivencia humana y para el perfeccionamiento personal, y que colaboran de manera determinante a la felicidad. Esa transformación del corazón en el servicio a los demás encamina a la persona hacia su plenitud y la experiencia de felicidad no se hace esperar.
4) ¿Se puede ser realmente feliz si no se cree en Dios y en la vida después de la muerte?
¿Qué sentido da Jesucristo al sufrimiento?
Es un hecho de experiencia que quien no cree en Dios y en la vida después de la muerte, no logra ser feliz, porque esas ausencias le producen un vacio interior que se traduce en soledad, angustia y amargura. Las aspiraciones de infinitud que experimenta es su corazón no encuentran cauce ni respuesta; el sentido de la vida también queda frustrado ante la amenaza de la muerte y la conciencia de la fugacidad de las cosas; y el sufrimiento se puede acabar concibiendo como pura negatividad, ante la incapacidad de descubrir en él su valor transcendente, convirtiéndose en un obstáculo insalvable para la felicidad.
Con su Pasión y Muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual unido al suyo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y para los demás.