Lección 9

La intención de curso es ofrecer un enfoque que nos ayude a profundizar en el contenido de la felicidad, a descubrir el modo de ser feliz en la vida diaria, y a conectar esa felicidad cotidiana con la felicidad definitiva en la vida futura, se trata de ser feliz mientras se camina, y no solamente al final del trayecto. Este curso nos ayudará a responsabilizarnos de nuestra propia felicidad, que no es una cuestión de suerte; aprenderemos a ser felices en el proceso ordinario de la vida .

El curso consta de 16 lecciones

Fecha de inicio: 4 Febrero
Fecha de término: 22 Abril

Moderadores: Catholic.net, Ana Cecilia Margalef, pedroluisllera, AlbertoMestreLC, Moderadores Animadores

Re: Lección 9

Notapor Marta Navichoc » Jue Mar 20, 2014 7:40 pm

Antes de responder quiero pedir disculpas por no haber enviado oportunamente el contenido de mis respuesta a este foro. Deseo me informen a mi correo si aún es valido, pero hay oportunidades que se me dificulta entrar a la plataforma.

.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?

R. El hombre por naturaleza es un ser social, esto desde que nace, regularmente nace en el seno de una familia, rodeado de personas que se interesan por su bienestar. Podemos experimentar la felicidad a medida que hacemos algo por los demás, contribuyendo a la felicidad de los que nos rodean. Las personas ególatras se encierran en sí mismos y no son capaces de ver la luz que está a su alrededor.


2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?

R. Las personas ególatras tienen dificultad para establecer relaciones sociales armoniosas, siempre están en busca de ser superiores a los demás, los mejores, pero esto al igual que la acumulación de bienes materiales, siempre les dará insatisfacción y por lo tanto no podrán experimentar la felicidad personal.


3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?

R. Si es uno de los principales elementos que lo constituyen, causa mucho daño a la persona que lo experimenta y es uno de los principales obstáculos para alcanzar la felicidad.

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?

R. Así es, la persona que guarda en su corazón y su mente, una ofensa real o figurada que le provoca resentimiento, tiene dificultad para perdonar. Si somos cristianos debemos imitar a Jesús y perdonar a los que nos ofenden

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?

R. SI. A pesar de que la envidia es un sentimiento que existe desde los inicios de la humanidad, la sociedad actual impone la competencia como una forma de vida. Si una persona quiere ser exitosa (sinónimo mal entendido de la felicidad) tendrá que acumular dinero y bienes materiales, sin importar los medios utilizados para lograrlo.
Marta Navichoc
 
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Re: Lección 9

Notapor MagdalenaMeyo » Jue Mar 20, 2014 9:29 pm

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
R=Es muy cierto que nunca encontraremos la felicidad si solo pensamos en nosotros mismos, y nos sentiremos felices si nos ocupamos de los demás, de su bien. Como dice San Pablo "hay más felicidad en dar, que en recibir"

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
R=Si, el individualismo, el egoísmo y el excesivo apego es lo que nos hace ser infelices, pues quien vive demasiado pendiente de su propia persona pierde su visión objetiva y se incapacita para gozar de lo bueno que hay en la vida y sobre todo de lo que Dios da gratuitamente.

3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
R=Si, pues es un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Aun cuando no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
R=Claro la incapacidad de perdonar está en la voluntad de la persona y si uno no tiene la intención de cancelar la ofensa, es porque hay resentimiento y esto es por ser egoísta.

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
R= Si, porque en un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad.
MagdalenaMeyo
 
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Re: Lección 9

Notapor Patricia Montano » Vie Mar 21, 2014 12:18 am

1. ¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿O más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? El vivir interesados en demasía en nosotros mismos nos vuelve infelices porque nos hace vulnerables y demasiado sensibles, por esto, es necesario salir y olvidarnos de nosotros mismos, para que no nos afecten las circunstancias, ir hacia los demás para lograr ser felices.


2. ¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices? Si, porque parece que buscando solo nuestro beneficio no logramos ser felices, dicho de otra forma, somos felices cuando buscamos y servimos para el bien de los demás.

3. ¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Parte del egoísmo es el resentimiento que nos vuelve frustrados, con tristeza y amargura en el alma, impide enfocar la vida positivamente, se origina por nuestra tendencia de tener el propio yo como centro de todos nuestros deseos, necesidades y acciones.

4. ¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Perdonar es una decisión, es querer olvidar el agravio. Cuando no perdonamos somos egoístas porque pensamos y sentimos que no merecemos que se nos ofenda. El recuerdo de la ofensa ya no afecta.

5. ¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Vivimos en un mundo competitivo, estamos propensos a la envidia en cuanto el bien ajeno disminuye mi excelencia y mi felicidad. Estamos viviendo un tiempo en el que pensamos que merecemos todo, todo lo material, toda la atención, todo el éxito…. El pensamiento egoísta es nuestra forma de sobrevivir, cuyo efecto final es la tristeza que impide la felicidad.
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Re: Lección 9

Notapor CarmenS » Vie Mar 21, 2014 12:35 am

1. La felicidad jo se encuentra en el egocentrismo, por el contrario somos felices en la medida que ponemos nuestras capacidades y dones al servicio de los demás.

2. Si porque nos centramos en nuestros propios problemas, necesidades y realidad sin dar os cuenta de lo mucho que otros nos necesitan y a veces nos estamos ahogando en un vaso de agua si. Darnos cuenta de que una persona que esta al lado si se esta ahogando de verdad. Solo mirando alrededor seremos capaces de dimensionar nuestra realidad y no hacernos las víctimas.

3.se puede decir que si ya que el resentirnos viene de un deseo egoísta de que los otros siempre estén pensando en nuestras necesidades y si no lo hacen pues nos sentimos con ellos y se los hacemos saber mediante actitudes. Solo si dejamos de centrar os en nosotros seremos capaces de dejar de ser resentidos y ver hacia el otro. También hay que ser prácticos y flexibles con los sentimientos y dejarlos fluir.

4.si es un acto egoísta en el momento en que somos incapaces de mirar al otro y tratar de preguntarnos porque actuó de cierta manera, nos centramos solo en el yo que busca bienestar, sentimientos positivos, alabanza, etc.. Por parte del otro

5.yo creo que actualmente el hombre vive efectivamente aprisionado de si mismo por sentimientos de competencia, de placer, de materialismo, que lo llevan a centrarse en sus propias necesidades, en satisfacer deseos sin importar a quien se lleve entre las patas. Por todos lados se nos bombardea y se nos pide que pensemos en nosotros mismos, en la belleza, en a sentirnos bien, en vestirnos bien, en tener todo, en tener para ser y esto nos va envolviendo.
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Lección 9

Notapor cgr » Vie Mar 21, 2014 11:39 am

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
La felicidad no se encuentra centrándonos en nosotros mismos y en nuestros intereses. La felicidad es dar y darnos a nosotros mismos, poner en servicio de los demás nuestros talentos y abilidades.
2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Definitivamente. Todo está en cómo enfoquemos nuestra vida: sólo fíjandonos en lo negativo y en los problemas o viendo las bendiciones que hemos recibido y en cómo solucionar los problemas que tenemos. Ser proactivos y caminar confiando en Dios.
3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Sí. El resentimiento es volver a sentir y sentir dolor por el daño que nos causaron y eso significa que pensamos demasiado en nosotros mismos y no queremos perdonar. No queremos ver que nadie es perfecto y que también hemos hecho daño. Hay que perdonar para ser perdonados.
4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Por supuesto. La soberbia es sentirnos tan grandes que no podamos ni siquiera perdonar las ofensas. ¿Quienes somos para no perdonar???? Dios nos perdona ¿Y nosotros no queremos perdonar? ¿A qué estamos jugando? Seamos humildes y perdonemos, dejemos el egoísmo y la soberbia atrás. Seremos libres y felicies perdonando a los demás y a nosotros mismos.
5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Totalmente. La envidia carcome, mata, hiere. Debemos mejorarnos a nosotros mismos y no compararnos con los demás. Cuando alguien es mejor que nosotros en cualquier aspecto hay que alegrarnos y bendecirlos y trabajar para poder ser mejores nosotros. Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles. Dios nuestro señor quiso darnos este cuerpo, mente, talentos y ciertas circunstancias y así es mejor para nuestra salvación. Él nunca se equivoca. Mejoremos lo que podamos y demos gracias a Dios por lo que nos ha dado.
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Lección 9

Notapor cgr » Vie Mar 21, 2014 11:40 am

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
La felicidad no se encuentra centrándonos en nosotros mismos y en nuestros intereses. La felicidad es dar y darnos a nosotros mismos, poner en servicio de los demás nuestros talentos y abilidades.
2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Definitivamente. Todo está en cómo enfoquemos nuestra vida: sólo fíjandonos en lo negativo y en los problemas o viendo las bendiciones que hemos recibido y en cómo solucionar los problemas que tenemos. Ser proactivos y caminar confiando en Dios.
3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Sí. El resentimiento es volver a sentir y sentir dolor por el daño que nos causaron y eso significa que pensamos demasiado en nosotros mismos y no queremos perdonar. No queremos ver que nadie es perfecto y que también hemos hecho daño. Hay que perdonar para ser perdonados.
4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Por supuesto. La soberbia es sentirnos tan grandes que no podamos ni siquiera perdonar las ofensas. ¿Quienes somos para no perdonar???? Dios nos perdona ¿Y nosotros no queremos perdonar? ¿A qué estamos jugando? Seamos humildes y perdonemos, dejemos el egoísmo y la soberbia atrás. Seremos libres y felicies perdonando a los demás y a nosotros mismos.
5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Totalmente. La envidia carcome, mata, hiere. Debemos mejorarnos a nosotros mismos y no compararnos con los demás. Cuando alguien es mejor que nosotros en cualquier aspecto hay que alegrarnos y bendecirlos y trabajar para poder ser mejores nosotros. Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles. Dios nuestro señor quiso darnos este cuerpo, mente, talentos y ciertas circunstancias y así es mejor para nuestra salvación. Él nunca se equivoca. Mejoremos lo que podamos y demos gracias a Dios por lo que nos ha dado.
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Re: Lección 9

Notapor Ma del Mar » Sab Mar 22, 2014 2:18 pm


1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?

Hablando de manera personal, parte de mi felicidad empieza por tratar de estar en paz o conseguir la paz, estando en paz em siento feliz. Si algo me preocupa, necesito buscar la solución al problema, sea mio o de alguna persona que lo necesite. Personalmente es muy duro ver sufrir a otras personas y seguir feliz, sencillamente no puedo hacerlo.
De acuerdo al autor del tema, obviamente se refiere a dar espacio a los demás, interesándonos y preocupándonos por su bienestar. Aquí puedo agregar que no hay felicidad más grande que dar y darse a los demás, incluso si se trata de animales, y no solo del próximo.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Sí, yo creo que eso nos hace infelices. Muchas veces mis pensamientos o mis deseos de estar en otro lugar no permite apreciar la belleza de cada día en lugar y en el momento en el que me encuentro. Sin embargo hay que agradecer cada respiro y todo lo que nos da nuestro Padre Amado, Dios. Siento que agradeciendo todo al amanecer basta para tener un día feliz (un día a la vez).

[3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?/b]
Sí, por supuesto. Cuando nos resentimos es porque han herido nuestro ego.
No se trata de ser fríos como un iceberg, eso tampoco funciona así. Y tenemos que reconocer que somos humanos y que el dolor permanecerá por un tiempo hasta poder pensar con cabeza fría y darnos cuenta que nadie es perfecto y que la persona que nos ofendió merece nuestro perdón porque de la misma manera nosotros ofendemos mil veces a Dios y Él nos perdona siempre. Aprender a perdonar y hacerlo como decisión y de corazón es un alivianamiento para nuestra alma, es como si nos quitaramos de nuestra espalda una gran mochila llena de piedras.

[b]4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?

Sí, obvio. En el caso que no se trate de una ofensa directa que nos hagan, sino de una discusión, cada uno tiene su punto de vista y siempre tendemos a que nuestro punto de vista prevalezca. Pero si no se llega a ningún acuerdo, al contrario, empiezan las ofensas, uno se llena de rabia y aunque no se diga con palabras por dentro nuestro egoísmo nos carcome y muchas veces pensamos "esto sí no te lo perdono". Eso que sentimos en esos momentos, engorda a nuestro egoísmo y en vez de sentirnos bien, nos sentimos super mal, pero que alivio se siente cuando uno perdona, allí dejamos nuestro ego a un lado y nos entregamos por entero a la otra persona, al prójimo (sea este quien sea).
Pero necesito mencionar que hay casos de personas que tienen un egoísmo muy pero muy intenso o grande, es posible que estas personas no lo sepan, pero aparentan ser felices y populares, pero no son felices y siempre sin querer o queriendo terminan haciendo daño a personas muy queridas para ellas. Yo creo que en estos casos, lo más sano es perdonar, pero también alejarse. No creo que sea buena idea permanecer junto a una persona a la que conocemos que en cualquier momento nos da una estocada por la espalda.

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Esta respuesta también es afirmativa. La envidia es como un veneno de una picadura de serpiente, o la curas inmediatamente o el veneno se extiende y mata. Creo que todas las personas somos en parte un poco envidiosas, pero el secreto está en saber controlar esa envidia, no que la envidia nos controle a nosotros. Yo he sentido envidia, y no se siente para nada bien, por eso aprendí a controlarla, tampoco he sido una gran envidiosa. En este capítulo se habla de la "sana envidia", alguna vez mencioné eso, y un sacerdote me dijo que "envidia es envidia". Pero de eso podemos sacar cosas positivas, como proponernos a ser mejores padres, esposos, profesionales, deportistas, mejores personas, etc....


Muchas gracias por éste capítulo, es de la vida diaria. Excelente!
Ma del Mar
 
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Re: Lección 9

Notapor bundis » Sab Mar 22, 2014 6:37 pm

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
Para ser feliz tenemos que salirnos de nosotros mismos y entregarnos a los demás.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Exacto el egocentrismo es lo más dañino en contra de nuestra felicidad.

3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones.

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?

Sí, la incapacidad de perdonar es un elemento del egoísmo porque implica un no querer amar a los demás, implica seguir atado al resentimiento a la amargura.

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Sí, en la sociedad en la que vivimos nos venden la idea de que somos lo más importante, el centro del universo, que merecemos lo mejor del mundo y cuando vemos a los demás prosperar o en una mejor posición que nosotros no tenemos la humildad para reconocer los méritos de los demás y aceptar con humildad nuestra realidad. Esto sucede en una sociedad consumista que dedica poco tiempo a la meditación, a la oración por lo que se dificulta el perdón y se potencia la envidia.
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Re: Lección 9

Notapor mvirginia_garcia » Sab Mar 22, 2014 7:13 pm

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
la felicidad se encuentra en entregarse al prójimo, n el servicio, en el elogio de sus facultades, en amarle. En resumen en tener el reino de Dios presente en la tierra, suenna complicado o como una utopia pero eso es lo que nos pide Jesús, ser Santos y estar en la búsqueda de amor al prójimo en la entrega total nuestra.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
si, lograr interioriar los que nosotros necesitamos para ser felices al hablarlo de esta manera es algo complicado pues la visión humana que se nos presenta a diario es que deseemos ser , po lo menos individualistas.
Conocer que el apego, a personas o cosas nos daña nos ayuda a superar por lo menos ese mismo hecho. Conocer interiormente que satifacerme me da una felicidad vana y tener cosas como si fuese algo sin lo cual no podemos vivir nos hace olvidar que no nos pertenece nada que todo es de Dios y esa es la verdadera libertad.

3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
si nos hace mantener como nuestro un hecho que pasó y que debemos dejar ir.

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
si lo es, y el saber el daño que nos hace espiritualmente y físicamente puede ayudar el que podamos buscar como sanar la herida.

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?

si, es por el mismo hecho de querer de una manera desmedida tener fortunas o facilidades que se nos muestran como fáciles y que en la realidad nos cuesta alcanzar.
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Re: Lección 9

Notapor tereliza » Lun Mar 24, 2014 1:06 am

La persona humana tiene una fuerte inclinación a girar en torno a sí, a convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones. A esta inclinación se le llama egocentrismo y es la antítesis, el polo opuesto, del olvido propio, de ese vivir hacia fuera de uno mismo, hacia los demás. Es un hecho de experiencia que el egocentrismo genera tristeza, infelicidad. No es difícil comprobarlo; basta con ponerse a pensar en sí mismo, con enfoque egoísta, para sentir el decaimiento interior. Quien vive excesivamente pendiente de sí, concentrado en su propio yo, suele perder la visión objetiva de las cosas y se vuelve hipersensible y vulnerable. Todo le afecta mucho más, sufre desproporcionadamente y se incapacita para gozar de lo bueno que la vida le ofrece.

"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia" .

El egocentrismo se manifiesta de varias maneras. Dos de ellas constituyen grandes obstáculos para la felicidad y merecen tratarse con cierto detenimiento para comprenderlas, detectarlas en la vida personal y resolverlas oportunamente. Se trata, en concreto, del resentimiento y la envidia.

El veneno del resentimiento

El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

La ofensa que causa resentimientos puede presentarse como acción de alguien contra mí, puede captarse en forma de omisión, o como atribuible a las circunstancias (la situación socioeconómica personal, algún defecto físico, enfermedades que se padecen y no se aceptan, etcétera). En cualquier caso, el estímulo que provoca la reacción de resentimiento puede juzgarse con objetividad, con exageración, o ser incluso producto de la imaginación. Estas variantes muestran en qué medida el resentimiento depende del modo como se juzgan las ofensas recibidas -con objetividad, exageradamente o de forma imaginaria- y explican el que muchos resentimientos sean gratuitos, porque dependen de la propia subjetividad que aparta de la realidad, exagerando o imaginando situaciones o hechos que no se han producido o no estaban en la intención de nadie originar.

La respuesta personal

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones. Covey advierte que "no es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno".

Esta alternativa se presenta ante cada agresión: o nos concentramos en quien nos ofendió (y entonces seguirá actuando el veneno) o lo eliminamos mediante una respuesta adecuada, sin permitir que permanezca en nuestro interior.

La dificultad para configurar la respuesta conveniente radica en que el resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la personalidad, porque en esencia es un sentimiento, una pasión, un movimiento que se experimenta sensiblemente. Quien está resentido se siente herido u ofendido por alguien o algo que influye contra su persona. Y es bien sabido que el manejo de los sentimientos no es tarea fácil. Unas veces no somos conscientes de ellos -con lo que pueden estar actuando dentro de nosotros sin que nos demos cuenta-, mientras que otras el resentimiento queda reforzado por razones que lo justifican -cuando el sujeto no sólo se siente herido, sino que se considera ofendido.


La intervención de la inteligencia y de la voluntad

Estas dificultades pueden mitigarse si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. El conocimiento propio y la reflexión nos permiten ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con sus causas y, en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de encauzarlos. Si al analizar los agravios recibidos nos esforzamos por comprender la forma de actuar del ofensor y por descubrir los atenuantes de su modo de proceder, en muchos casos nuestra reacción negativa desaparecerá por debilitamiento del estímulo. Nuestra inteligencia puede influir así, indirectamente -Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible-, para evitar o eliminar los resentimientos, modificando las disposiciones afectivas.


Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, sin retenerlo, incluso en los casos de ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de autodeterminarse. Cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir: «Nadie puede herirte sin tu consentimiento». Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido" . Si, en cambio, la voluntad es débil, la ofensa se retiene y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "es un volver a vivir la emoción misma: un volver a sentir, un re-sentir" .

La lucha contra el resentimiento será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favoreciendo la objetividad en el conocimiento y la capacidad de comprensión; y que potencia nuestra voluntad y fortalece nuestro carácter, para que no se doblegue ante la presión de los agravios.


«Sentirse» y re-sentirse

La forma de reaccionar ante los estímulos suele estar muy relacionada con los rasgos temperamentales. Por ejemplo, el emotivo siente más una agresión que el no emotivo; el secundario suele retener más la reacción ante el estímulo ofensivo que el primario; el que es activo cuenta con más recursos para dar salida al impacto recibido por la ofensa que el no activo. También la cultura y la educación, junto con el factor genético, influyen en la manera de reaccionar y, por tanto, en el modo como el resentimiento se origina y manifiesta.

Hay un modo de reaccionar ante las ofensas caracterizado sobre todo por su pasividad; consiste sencillamente en retraerse o distanciarse de quien ha cometido la agresión, en ocasiones incluso retirándole la palabra. Los mexicanos solemos calificarlo con el verbo sentirse. Peñalosa explica que "sentirse es verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle digna explicación filológica, por la sencilla razón de que «sentirse» es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron. Muchas veces real y, muchas más, aparente" . Cabe señalar que Cervantes, en El Quijote, utiliza este verbo, con este sentido «mexicano», en más de una ocasión .

En cambio, cuando el sentimiento de susceptibilidad que se guarda incluye el afán de reivindicación, de venganza, se trata entonces propiamente de un resentimiento, en el sentido completo del término. El resentido no sólo siente la ofensa que le infligieron, sino que la conserva unida a un sentimiento de rencor, de hostilidad hacia las personas causantes del daño, que le impulsa a la revancha.

Alguien afirmaba con acierto que «el resentimiento es un veneno que me tomo yo, esperando que le haga daño al otro». Y es que puede ocurrir que aquél contra quien va dirigido el rencor ni siquiera se entere, mientras que quien lo experimenta se está carcomiendo por dentro. Un veneno tiene efectos destructivos para el organismo y el resentimiento lo que produce es frustración, tristeza, amargura en el alma. Es uno de los peores enemigos de la felicidad, porque impide enfocar la vida positivamente y aleja de Dios y de los demás.

Algunas personas tienen una especial propensión al resentimiento: reaccionan desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores infundados. El origen de esta inclinación suele estar en el egocentrismo, con su tendencia a girar en torno a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones. Las personas egocéntricas se tornan muy vulnerables por vivir concentradas en su propia subjetividad y "son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo" . El olvido propio es, también, el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.

El remedio del perdón

En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». Jesucristo viene a perfeccionar la Antigua Ley e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón se convierte en parte esencial del amor.
La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos choca, no sólo con el sentir de su época, sino con el de todos los tiempos: "Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen y calumnian" . "Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica" . Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" .

Qué es perdonar


A diferencia del resentimiento, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus efectos: no pueden dejar de experimentar la herida, ni el odio, ni el afán de venganza. De aquí suelen derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos Él. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser, efectivamente, insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata, evidentemente, de suprimir la ofensa cometida y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la acción ofensiva y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos realmente, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, como señala Leonardo Polo, "perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada" .

Perdonar y olvidar

Si bien el acto de perdonar consiste en una decisión, la acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde directamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar. El perdón puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya podido olvidar, es que el recuerdo de la ofensa no afecta en el modo de conducirse con el perdonado, a quien tratamos como si hubiéramos olvidado. El verdadero perdón exige obrar de este modo, porque el verdadero amor "no lleva cuentas del mal" .

En cambio, la expresión «perdono pero no olvido» significa que, en el fondo, no quiero olvidar la ofensa, que equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia, si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí se puede afirmar que perdonar es querer olvidar.

Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones extremas donde los argumentos humanos resultan insuficientes. Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle u ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, Él nos ofrece el perdón si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos ha agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Cabría preguntarse por qué Dios condiciona su perdón a que perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. "Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre" .

Además de esa ocasión en que enseñó el Padrenuestro, Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si debe perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete , porque el perdón no tiene límites; pidió perdonar incluso a los enemigos , a los que devuelven mal por bien . Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el Maestro.
Pero Jesús, que es el modelo a seguir, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le indica que no peque más ; cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados ; cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace reaccionar y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" .

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y que a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite percibir la desproporción que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso, también aquellas ofensas que parecerían imperdonables, por su magnitud, por recaer sobre personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan, habrán de ser perdonadas porque "no hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino" . De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios.
Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano. Por eso, cada vez que perdonamos se opera en nosotros una conversión interior, una verdadera metamorfosis, al grado que San Juan Crisóstomo llega a exclamar que "nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón" , con lo que se puede concluir que perdonar es el principal remedio contra el resentimiento.

El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad . Analicemos cada una de estas nociones.

La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios . Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación . El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en el enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico -la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos- y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.

Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe conformarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.

Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona. De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico -como la salud en el estado de ánimo-, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en la palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida. Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.

Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomás de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos.

Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.

Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad" . La pasión de la envidia puede traspasar el nivel racional de la persona, haciéndole perder el dominio de sí misma, y conducirle a reacciones violentas y descontroladas, como se ve en diversos pasajes de la Sagrada Escritura: por envidia, Caín mató a su hermano Abel , Esaú aborreció a Jacob , José fue vendido por sus hermanos , Saúl intentó asesinar a David , Jesús fue condenado a muerte .
La envidia es también un acto de la voluntad, dotado -por ser voluntario- de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios, "la envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida" . Desde el punto de vista moral, hay que diferenciar entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente -si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación - no es pecado. Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, la envidia se convierte en vicio si el acto se reitera una y otra vez. Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. "La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades" . Por tanto, la envidia no sólo va contra la felicidad del envidioso que la padece, sino en algunos casos también contra los envidiados.

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. No va en contra de la felicidad. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o envidia buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad -estimulada por el triunfo ajeno-, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia .

Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia -"no hay nada más implacable y cruel que la envidia" , decía Schopenhauer- y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia. Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:
1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y cualidades, para aceptar a los demás con sus valores y sus logros.
2) No compararse egocéntricamente con los demás, ni hacer depender de ellos el juicio sobre sí; compararse, en cambio, positivamente, con la intención de superarse (emulación).
3) Cultivar el olvido propio y el servicio al prójimo, para ganar en humildad y valorar a quienes nos rodean.
4) Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
5) Amar a los demás, de manera que su progreso, sus cualidades y sus éxitos sean vistos como un motivo de alegría propio.
6) Saberse amado por Dios, teniendo en cuenta que la persona humana es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" .

Participación en el FORO

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? No se encuentra la felicidad centrándose en uno mismo si no a través de un interés verdadero y profundo por el otro, desarrollando y practicando las virtudes que te hacer ser mejor persona a través de un desprendimiento de uno mismo para ponerlo a servicio de los demás es como se logran las satisfacciones que llevan a un vida interior en paz consigo mismo y que genera felicidad verdadera.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia"
Definitivamente si , la causa de la infelicidad del hombre está en el propio hombre . Partiendo de que la felicidad es un estado interior del hombre de gozo pleno y de paz interior consecuencia de actualizar las facultades superiores del hombre integralmente y considerando que el egoísmo, la envidia, el apego excesivo, el individualismo, etc. no son más que la consecuencia del no desarrollo ni actualización de las potencias del ser humano, decisión que cada persona tiene que tomar respecto a quedarse atorado en sus sentimientos o si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar y con nuestra inteligencia y voluntad logramos salir de nosotros mismos para en vez de crear infelicidad seamos capaces de construir felicidad.


3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo? Si , porque al estar centrado en si mismo y todo girar en torno a uno mismo, se pierde objetividad y existe el prejuicio y una serie de pensamientos negativos que hacer ver lo que no es y en consecuencia hay un sentir y una reacción .
El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.





4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo? Si.
Aceptando que el perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión e implica amor verdadero si hay incapacidad de perdonar es porque no se ama realmente porque esta centrado en sí mismo.


5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy? Si. Estamos viviendo una cultura egocentrista basada en el poseer (desde bienes materiales hasta conocimientos , etc.), poder y logros y en consecuencia cada vez se desarrollan mas vicios y antivalores , la competitividad y la constante comparación crean una dinámica ambiental de desconfianza, envidia, celos, etc. Estas desviaciones en el enfoque producen tristeza e infelicidad. y por eso a la larga el hombre descubre que la felicidad no es ni esta donde esperaba.
tereliza
 
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Re: Lección 9

Notapor tereliza » Lun Mar 24, 2014 1:06 am

La persona humana tiene una fuerte inclinación a girar en torno a sí, a convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones. A esta inclinación se le llama egocentrismo y es la antítesis, el polo opuesto, del olvido propio, de ese vivir hacia fuera de uno mismo, hacia los demás. Es un hecho de experiencia que el egocentrismo genera tristeza, infelicidad. No es difícil comprobarlo; basta con ponerse a pensar en sí mismo, con enfoque egoísta, para sentir el decaimiento interior. Quien vive excesivamente pendiente de sí, concentrado en su propio yo, suele perder la visión objetiva de las cosas y se vuelve hipersensible y vulnerable. Todo le afecta mucho más, sufre desproporcionadamente y se incapacita para gozar de lo bueno que la vida le ofrece.

"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia" .

El egocentrismo se manifiesta de varias maneras. Dos de ellas constituyen grandes obstáculos para la felicidad y merecen tratarse con cierto detenimiento para comprenderlas, detectarlas en la vida personal y resolverlas oportunamente. Se trata, en concreto, del resentimiento y la envidia.

El veneno del resentimiento

El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

La ofensa que causa resentimientos puede presentarse como acción de alguien contra mí, puede captarse en forma de omisión, o como atribuible a las circunstancias (la situación socioeconómica personal, algún defecto físico, enfermedades que se padecen y no se aceptan, etcétera). En cualquier caso, el estímulo que provoca la reacción de resentimiento puede juzgarse con objetividad, con exageración, o ser incluso producto de la imaginación. Estas variantes muestran en qué medida el resentimiento depende del modo como se juzgan las ofensas recibidas -con objetividad, exageradamente o de forma imaginaria- y explican el que muchos resentimientos sean gratuitos, porque dependen de la propia subjetividad que aparta de la realidad, exagerando o imaginando situaciones o hechos que no se han producido o no estaban en la intención de nadie originar.

La respuesta personal

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones. Covey advierte que "no es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno".

Esta alternativa se presenta ante cada agresión: o nos concentramos en quien nos ofendió (y entonces seguirá actuando el veneno) o lo eliminamos mediante una respuesta adecuada, sin permitir que permanezca en nuestro interior.

La dificultad para configurar la respuesta conveniente radica en que el resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la personalidad, porque en esencia es un sentimiento, una pasión, un movimiento que se experimenta sensiblemente. Quien está resentido se siente herido u ofendido por alguien o algo que influye contra su persona. Y es bien sabido que el manejo de los sentimientos no es tarea fácil. Unas veces no somos conscientes de ellos -con lo que pueden estar actuando dentro de nosotros sin que nos demos cuenta-, mientras que otras el resentimiento queda reforzado por razones que lo justifican -cuando el sujeto no sólo se siente herido, sino que se considera ofendido.


La intervención de la inteligencia y de la voluntad

Estas dificultades pueden mitigarse si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. El conocimiento propio y la reflexión nos permiten ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con sus causas y, en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de encauzarlos. Si al analizar los agravios recibidos nos esforzamos por comprender la forma de actuar del ofensor y por descubrir los atenuantes de su modo de proceder, en muchos casos nuestra reacción negativa desaparecerá por debilitamiento del estímulo. Nuestra inteligencia puede influir así, indirectamente -Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible-, para evitar o eliminar los resentimientos, modificando las disposiciones afectivas.


Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, sin retenerlo, incluso en los casos de ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de autodeterminarse. Cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir: «Nadie puede herirte sin tu consentimiento». Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido" . Si, en cambio, la voluntad es débil, la ofensa se retiene y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "es un volver a vivir la emoción misma: un volver a sentir, un re-sentir" .

La lucha contra el resentimiento será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favoreciendo la objetividad en el conocimiento y la capacidad de comprensión; y que potencia nuestra voluntad y fortalece nuestro carácter, para que no se doblegue ante la presión de los agravios.


«Sentirse» y re-sentirse

La forma de reaccionar ante los estímulos suele estar muy relacionada con los rasgos temperamentales. Por ejemplo, el emotivo siente más una agresión que el no emotivo; el secundario suele retener más la reacción ante el estímulo ofensivo que el primario; el que es activo cuenta con más recursos para dar salida al impacto recibido por la ofensa que el no activo. También la cultura y la educación, junto con el factor genético, influyen en la manera de reaccionar y, por tanto, en el modo como el resentimiento se origina y manifiesta.

Hay un modo de reaccionar ante las ofensas caracterizado sobre todo por su pasividad; consiste sencillamente en retraerse o distanciarse de quien ha cometido la agresión, en ocasiones incluso retirándole la palabra. Los mexicanos solemos calificarlo con el verbo sentirse. Peñalosa explica que "sentirse es verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle digna explicación filológica, por la sencilla razón de que «sentirse» es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron. Muchas veces real y, muchas más, aparente" . Cabe señalar que Cervantes, en El Quijote, utiliza este verbo, con este sentido «mexicano», en más de una ocasión .

En cambio, cuando el sentimiento de susceptibilidad que se guarda incluye el afán de reivindicación, de venganza, se trata entonces propiamente de un resentimiento, en el sentido completo del término. El resentido no sólo siente la ofensa que le infligieron, sino que la conserva unida a un sentimiento de rencor, de hostilidad hacia las personas causantes del daño, que le impulsa a la revancha.

Alguien afirmaba con acierto que «el resentimiento es un veneno que me tomo yo, esperando que le haga daño al otro». Y es que puede ocurrir que aquél contra quien va dirigido el rencor ni siquiera se entere, mientras que quien lo experimenta se está carcomiendo por dentro. Un veneno tiene efectos destructivos para el organismo y el resentimiento lo que produce es frustración, tristeza, amargura en el alma. Es uno de los peores enemigos de la felicidad, porque impide enfocar la vida positivamente y aleja de Dios y de los demás.

Algunas personas tienen una especial propensión al resentimiento: reaccionan desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores infundados. El origen de esta inclinación suele estar en el egocentrismo, con su tendencia a girar en torno a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones. Las personas egocéntricas se tornan muy vulnerables por vivir concentradas en su propia subjetividad y "son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo" . El olvido propio es, también, el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.

El remedio del perdón

En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». Jesucristo viene a perfeccionar la Antigua Ley e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón se convierte en parte esencial del amor.
La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos choca, no sólo con el sentir de su época, sino con el de todos los tiempos: "Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen y calumnian" . "Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica" . Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" .

Qué es perdonar


A diferencia del resentimiento, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus efectos: no pueden dejar de experimentar la herida, ni el odio, ni el afán de venganza. De aquí suelen derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos Él. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser, efectivamente, insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata, evidentemente, de suprimir la ofensa cometida y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la acción ofensiva y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos realmente, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, como señala Leonardo Polo, "perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada" .

Perdonar y olvidar

Si bien el acto de perdonar consiste en una decisión, la acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde directamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar. El perdón puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya podido olvidar, es que el recuerdo de la ofensa no afecta en el modo de conducirse con el perdonado, a quien tratamos como si hubiéramos olvidado. El verdadero perdón exige obrar de este modo, porque el verdadero amor "no lleva cuentas del mal" .

En cambio, la expresión «perdono pero no olvido» significa que, en el fondo, no quiero olvidar la ofensa, que equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia, si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí se puede afirmar que perdonar es querer olvidar.

Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones extremas donde los argumentos humanos resultan insuficientes. Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle u ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, Él nos ofrece el perdón si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos ha agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Cabría preguntarse por qué Dios condiciona su perdón a que perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. "Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre" .

Además de esa ocasión en que enseñó el Padrenuestro, Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si debe perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete , porque el perdón no tiene límites; pidió perdonar incluso a los enemigos , a los que devuelven mal por bien . Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el Maestro.
Pero Jesús, que es el modelo a seguir, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le indica que no peque más ; cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados ; cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace reaccionar y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" .

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y que a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite percibir la desproporción que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso, también aquellas ofensas que parecerían imperdonables, por su magnitud, por recaer sobre personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan, habrán de ser perdonadas porque "no hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino" . De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios.
Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano. Por eso, cada vez que perdonamos se opera en nosotros una conversión interior, una verdadera metamorfosis, al grado que San Juan Crisóstomo llega a exclamar que "nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón" , con lo que se puede concluir que perdonar es el principal remedio contra el resentimiento.

El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad . Analicemos cada una de estas nociones.

La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios . Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación . El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en el enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico -la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos- y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.

Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe conformarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.

Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona. De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico -como la salud en el estado de ánimo-, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en la palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida. Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.

Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomás de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos.

Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.

Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad" . La pasión de la envidia puede traspasar el nivel racional de la persona, haciéndole perder el dominio de sí misma, y conducirle a reacciones violentas y descontroladas, como se ve en diversos pasajes de la Sagrada Escritura: por envidia, Caín mató a su hermano Abel , Esaú aborreció a Jacob , José fue vendido por sus hermanos , Saúl intentó asesinar a David , Jesús fue condenado a muerte .
La envidia es también un acto de la voluntad, dotado -por ser voluntario- de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios, "la envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida" . Desde el punto de vista moral, hay que diferenciar entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente -si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación - no es pecado. Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, la envidia se convierte en vicio si el acto se reitera una y otra vez. Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. "La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades" . Por tanto, la envidia no sólo va contra la felicidad del envidioso que la padece, sino en algunos casos también contra los envidiados.

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. No va en contra de la felicidad. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o envidia buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad -estimulada por el triunfo ajeno-, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia .

Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia -"no hay nada más implacable y cruel que la envidia" , decía Schopenhauer- y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia. Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:
1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y cualidades, para aceptar a los demás con sus valores y sus logros.
2) No compararse egocéntricamente con los demás, ni hacer depender de ellos el juicio sobre sí; compararse, en cambio, positivamente, con la intención de superarse (emulación).
3) Cultivar el olvido propio y el servicio al prójimo, para ganar en humildad y valorar a quienes nos rodean.
4) Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
5) Amar a los demás, de manera que su progreso, sus cualidades y sus éxitos sean vistos como un motivo de alegría propio.
6) Saberse amado por Dios, teniendo en cuenta que la persona humana es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" .

Participación en el FORO

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? No se encuentra la felicidad centrándose en uno mismo si no a través de un interés verdadero y profundo por el otro, desarrollando y practicando las virtudes que te hacer ser mejor persona a través de un desprendimiento de uno mismo para ponerlo a servicio de los demás es como se logran las satisfacciones que llevan a un vida interior en paz consigo mismo y que genera felicidad verdadera.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia"
Definitivamente si , la causa de la infelicidad del hombre está en el propio hombre . Partiendo de que la felicidad es un estado interior del hombre de gozo pleno y de paz interior consecuencia de actualizar las facultades superiores del hombre integralmente y considerando que el egoísmo, la envidia, el apego excesivo, el individualismo, etc. no son más que la consecuencia del no desarrollo ni actualización de las potencias del ser humano, decisión que cada persona tiene que tomar respecto a quedarse atorado en sus sentimientos o si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar y con nuestra inteligencia y voluntad logramos salir de nosotros mismos para en vez de crear infelicidad seamos capaces de construir felicidad.


3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo? Si , porque al estar centrado en si mismo y todo girar en torno a uno mismo, se pierde objetividad y existe el prejuicio y una serie de pensamientos negativos que hacer ver lo que no es y en consecuencia hay un sentir y una reacción .
El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.





4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo? Si.
Aceptando que el perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión e implica amor verdadero si hay incapacidad de perdonar es porque no se ama realmente porque esta centrado en sí mismo.


5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy? Si. Estamos viviendo una cultura egocentrista basada en el poseer (desde bienes materiales hasta conocimientos , etc.), poder y logros y en consecuencia cada vez se desarrollan mas vicios y antivalores , la competitividad y la constante comparación crean una dinámica ambiental de desconfianza, envidia, celos, etc. Estas desviaciones en el enfoque producen tristeza e infelicidad. y por eso a la larga el hombre descubre que la felicidad no es ni esta donde esperaba.
tereliza
 
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Re: Lección 9

Notapor tereliza » Lun Mar 24, 2014 1:06 am

La persona humana tiene una fuerte inclinación a girar en torno a sí, a convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones. A esta inclinación se le llama egocentrismo y es la antítesis, el polo opuesto, del olvido propio, de ese vivir hacia fuera de uno mismo, hacia los demás. Es un hecho de experiencia que el egocentrismo genera tristeza, infelicidad. No es difícil comprobarlo; basta con ponerse a pensar en sí mismo, con enfoque egoísta, para sentir el decaimiento interior. Quien vive excesivamente pendiente de sí, concentrado en su propio yo, suele perder la visión objetiva de las cosas y se vuelve hipersensible y vulnerable. Todo le afecta mucho más, sufre desproporcionadamente y se incapacita para gozar de lo bueno que la vida le ofrece.

"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia" .

El egocentrismo se manifiesta de varias maneras. Dos de ellas constituyen grandes obstáculos para la felicidad y merecen tratarse con cierto detenimiento para comprenderlas, detectarlas en la vida personal y resolverlas oportunamente. Se trata, en concreto, del resentimiento y la envidia.

El veneno del resentimiento

El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

La ofensa que causa resentimientos puede presentarse como acción de alguien contra mí, puede captarse en forma de omisión, o como atribuible a las circunstancias (la situación socioeconómica personal, algún defecto físico, enfermedades que se padecen y no se aceptan, etcétera). En cualquier caso, el estímulo que provoca la reacción de resentimiento puede juzgarse con objetividad, con exageración, o ser incluso producto de la imaginación. Estas variantes muestran en qué medida el resentimiento depende del modo como se juzgan las ofensas recibidas -con objetividad, exageradamente o de forma imaginaria- y explican el que muchos resentimientos sean gratuitos, porque dependen de la propia subjetividad que aparta de la realidad, exagerando o imaginando situaciones o hechos que no se han producido o no estaban en la intención de nadie originar.

La respuesta personal

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones. Covey advierte que "no es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno".

Esta alternativa se presenta ante cada agresión: o nos concentramos en quien nos ofendió (y entonces seguirá actuando el veneno) o lo eliminamos mediante una respuesta adecuada, sin permitir que permanezca en nuestro interior.

La dificultad para configurar la respuesta conveniente radica en que el resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la personalidad, porque en esencia es un sentimiento, una pasión, un movimiento que se experimenta sensiblemente. Quien está resentido se siente herido u ofendido por alguien o algo que influye contra su persona. Y es bien sabido que el manejo de los sentimientos no es tarea fácil. Unas veces no somos conscientes de ellos -con lo que pueden estar actuando dentro de nosotros sin que nos demos cuenta-, mientras que otras el resentimiento queda reforzado por razones que lo justifican -cuando el sujeto no sólo se siente herido, sino que se considera ofendido.


La intervención de la inteligencia y de la voluntad

Estas dificultades pueden mitigarse si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. El conocimiento propio y la reflexión nos permiten ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con sus causas y, en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de encauzarlos. Si al analizar los agravios recibidos nos esforzamos por comprender la forma de actuar del ofensor y por descubrir los atenuantes de su modo de proceder, en muchos casos nuestra reacción negativa desaparecerá por debilitamiento del estímulo. Nuestra inteligencia puede influir así, indirectamente -Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible-, para evitar o eliminar los resentimientos, modificando las disposiciones afectivas.


Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, sin retenerlo, incluso en los casos de ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de autodeterminarse. Cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir: «Nadie puede herirte sin tu consentimiento». Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido" . Si, en cambio, la voluntad es débil, la ofensa se retiene y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "es un volver a vivir la emoción misma: un volver a sentir, un re-sentir" .

La lucha contra el resentimiento será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favoreciendo la objetividad en el conocimiento y la capacidad de comprensión; y que potencia nuestra voluntad y fortalece nuestro carácter, para que no se doblegue ante la presión de los agravios.


«Sentirse» y re-sentirse

La forma de reaccionar ante los estímulos suele estar muy relacionada con los rasgos temperamentales. Por ejemplo, el emotivo siente más una agresión que el no emotivo; el secundario suele retener más la reacción ante el estímulo ofensivo que el primario; el que es activo cuenta con más recursos para dar salida al impacto recibido por la ofensa que el no activo. También la cultura y la educación, junto con el factor genético, influyen en la manera de reaccionar y, por tanto, en el modo como el resentimiento se origina y manifiesta.

Hay un modo de reaccionar ante las ofensas caracterizado sobre todo por su pasividad; consiste sencillamente en retraerse o distanciarse de quien ha cometido la agresión, en ocasiones incluso retirándole la palabra. Los mexicanos solemos calificarlo con el verbo sentirse. Peñalosa explica que "sentirse es verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle digna explicación filológica, por la sencilla razón de que «sentirse» es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron. Muchas veces real y, muchas más, aparente" . Cabe señalar que Cervantes, en El Quijote, utiliza este verbo, con este sentido «mexicano», en más de una ocasión .

En cambio, cuando el sentimiento de susceptibilidad que se guarda incluye el afán de reivindicación, de venganza, se trata entonces propiamente de un resentimiento, en el sentido completo del término. El resentido no sólo siente la ofensa que le infligieron, sino que la conserva unida a un sentimiento de rencor, de hostilidad hacia las personas causantes del daño, que le impulsa a la revancha.

Alguien afirmaba con acierto que «el resentimiento es un veneno que me tomo yo, esperando que le haga daño al otro». Y es que puede ocurrir que aquél contra quien va dirigido el rencor ni siquiera se entere, mientras que quien lo experimenta se está carcomiendo por dentro. Un veneno tiene efectos destructivos para el organismo y el resentimiento lo que produce es frustración, tristeza, amargura en el alma. Es uno de los peores enemigos de la felicidad, porque impide enfocar la vida positivamente y aleja de Dios y de los demás.

Algunas personas tienen una especial propensión al resentimiento: reaccionan desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores infundados. El origen de esta inclinación suele estar en el egocentrismo, con su tendencia a girar en torno a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones. Las personas egocéntricas se tornan muy vulnerables por vivir concentradas en su propia subjetividad y "son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo" . El olvido propio es, también, el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.

El remedio del perdón

En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». Jesucristo viene a perfeccionar la Antigua Ley e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón se convierte en parte esencial del amor.
La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos choca, no sólo con el sentir de su época, sino con el de todos los tiempos: "Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen y calumnian" . "Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica" . Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" .

Qué es perdonar


A diferencia del resentimiento, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus efectos: no pueden dejar de experimentar la herida, ni el odio, ni el afán de venganza. De aquí suelen derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos Él. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser, efectivamente, insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata, evidentemente, de suprimir la ofensa cometida y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la acción ofensiva y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos realmente, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, como señala Leonardo Polo, "perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada" .

Perdonar y olvidar

Si bien el acto de perdonar consiste en una decisión, la acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde directamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar. El perdón puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya podido olvidar, es que el recuerdo de la ofensa no afecta en el modo de conducirse con el perdonado, a quien tratamos como si hubiéramos olvidado. El verdadero perdón exige obrar de este modo, porque el verdadero amor "no lleva cuentas del mal" .

En cambio, la expresión «perdono pero no olvido» significa que, en el fondo, no quiero olvidar la ofensa, que equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia, si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí se puede afirmar que perdonar es querer olvidar.

Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones extremas donde los argumentos humanos resultan insuficientes. Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle u ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, Él nos ofrece el perdón si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos ha agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Cabría preguntarse por qué Dios condiciona su perdón a que perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. "Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre" .

Además de esa ocasión en que enseñó el Padrenuestro, Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si debe perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete , porque el perdón no tiene límites; pidió perdonar incluso a los enemigos , a los que devuelven mal por bien . Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el Maestro.
Pero Jesús, que es el modelo a seguir, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le indica que no peque más ; cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados ; cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace reaccionar y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" .

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y que a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite percibir la desproporción que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso, también aquellas ofensas que parecerían imperdonables, por su magnitud, por recaer sobre personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan, habrán de ser perdonadas porque "no hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino" . De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios.
Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano. Por eso, cada vez que perdonamos se opera en nosotros una conversión interior, una verdadera metamorfosis, al grado que San Juan Crisóstomo llega a exclamar que "nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón" , con lo que se puede concluir que perdonar es el principal remedio contra el resentimiento.

El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad . Analicemos cada una de estas nociones.

La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios . Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación . El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en el enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico -la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos- y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.

Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe conformarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.

Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona. De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico -como la salud en el estado de ánimo-, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en la palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida. Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.

Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomás de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos.

Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.

Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad" . La pasión de la envidia puede traspasar el nivel racional de la persona, haciéndole perder el dominio de sí misma, y conducirle a reacciones violentas y descontroladas, como se ve en diversos pasajes de la Sagrada Escritura: por envidia, Caín mató a su hermano Abel , Esaú aborreció a Jacob , José fue vendido por sus hermanos , Saúl intentó asesinar a David , Jesús fue condenado a muerte .
La envidia es también un acto de la voluntad, dotado -por ser voluntario- de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios, "la envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida" . Desde el punto de vista moral, hay que diferenciar entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente -si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación - no es pecado. Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, la envidia se convierte en vicio si el acto se reitera una y otra vez. Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. "La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades" . Por tanto, la envidia no sólo va contra la felicidad del envidioso que la padece, sino en algunos casos también contra los envidiados.

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. No va en contra de la felicidad. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o envidia buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad -estimulada por el triunfo ajeno-, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia .

Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia -"no hay nada más implacable y cruel que la envidia" , decía Schopenhauer- y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia. Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:
1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y cualidades, para aceptar a los demás con sus valores y sus logros.
2) No compararse egocéntricamente con los demás, ni hacer depender de ellos el juicio sobre sí; compararse, en cambio, positivamente, con la intención de superarse (emulación).
3) Cultivar el olvido propio y el servicio al prójimo, para ganar en humildad y valorar a quienes nos rodean.
4) Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
5) Amar a los demás, de manera que su progreso, sus cualidades y sus éxitos sean vistos como un motivo de alegría propio.
6) Saberse amado por Dios, teniendo en cuenta que la persona humana es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" .

Participación en el FORO

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? No se encuentra la felicidad centrándose en uno mismo si no a través de un interés verdadero y profundo por el otro, desarrollando y practicando las virtudes que te hacer ser mejor persona a través de un desprendimiento de uno mismo para ponerlo a servicio de los demás es como se logran las satisfacciones que llevan a un vida interior en paz consigo mismo y que genera felicidad verdadera.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia"
Definitivamente si , la causa de la infelicidad del hombre está en el propio hombre . Partiendo de que la felicidad es un estado interior del hombre de gozo pleno y de paz interior consecuencia de actualizar las facultades superiores del hombre integralmente y considerando que el egoísmo, la envidia, el apego excesivo, el individualismo, etc. no son más que la consecuencia del no desarrollo ni actualización de las potencias del ser humano, decisión que cada persona tiene que tomar respecto a quedarse atorado en sus sentimientos o si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar y con nuestra inteligencia y voluntad logramos salir de nosotros mismos para en vez de crear infelicidad seamos capaces de construir felicidad.


3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo? Si , porque al estar centrado en si mismo y todo girar en torno a uno mismo, se pierde objetividad y existe el prejuicio y una serie de pensamientos negativos que hacer ver lo que no es y en consecuencia hay un sentir y una reacción .
El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.





4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo? Si.
Aceptando que el perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión e implica amor verdadero si hay incapacidad de perdonar es porque no se ama realmente porque esta centrado en sí mismo.


5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy? Si. Estamos viviendo una cultura egocentrista basada en el poseer (desde bienes materiales hasta conocimientos , etc.), poder y logros y en consecuencia cada vez se desarrollan mas vicios y antivalores , la competitividad y la constante comparación crean una dinámica ambiental de desconfianza, envidia, celos, etc. Estas desviaciones en el enfoque producen tristeza e infelicidad. y por eso a la larga el hombre descubre que la felicidad no es ni esta donde esperaba.
tereliza
 
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Re: Lección 9

Notapor tereliza » Lun Mar 24, 2014 1:06 am

La persona humana tiene una fuerte inclinación a girar en torno a sí, a convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones. A esta inclinación se le llama egocentrismo y es la antítesis, el polo opuesto, del olvido propio, de ese vivir hacia fuera de uno mismo, hacia los demás. Es un hecho de experiencia que el egocentrismo genera tristeza, infelicidad. No es difícil comprobarlo; basta con ponerse a pensar en sí mismo, con enfoque egoísta, para sentir el decaimiento interior. Quien vive excesivamente pendiente de sí, concentrado en su propio yo, suele perder la visión objetiva de las cosas y se vuelve hipersensible y vulnerable. Todo le afecta mucho más, sufre desproporcionadamente y se incapacita para gozar de lo bueno que la vida le ofrece.

"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia" .

El egocentrismo se manifiesta de varias maneras. Dos de ellas constituyen grandes obstáculos para la felicidad y merecen tratarse con cierto detenimiento para comprenderlas, detectarlas en la vida personal y resolverlas oportunamente. Se trata, en concreto, del resentimiento y la envidia.

El veneno del resentimiento

El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

La ofensa que causa resentimientos puede presentarse como acción de alguien contra mí, puede captarse en forma de omisión, o como atribuible a las circunstancias (la situación socioeconómica personal, algún defecto físico, enfermedades que se padecen y no se aceptan, etcétera). En cualquier caso, el estímulo que provoca la reacción de resentimiento puede juzgarse con objetividad, con exageración, o ser incluso producto de la imaginación. Estas variantes muestran en qué medida el resentimiento depende del modo como se juzgan las ofensas recibidas -con objetividad, exageradamente o de forma imaginaria- y explican el que muchos resentimientos sean gratuitos, porque dependen de la propia subjetividad que aparta de la realidad, exagerando o imaginando situaciones o hechos que no se han producido o no estaban en la intención de nadie originar.

La respuesta personal

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones. Covey advierte que "no es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno".

Esta alternativa se presenta ante cada agresión: o nos concentramos en quien nos ofendió (y entonces seguirá actuando el veneno) o lo eliminamos mediante una respuesta adecuada, sin permitir que permanezca en nuestro interior.

La dificultad para configurar la respuesta conveniente radica en que el resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la personalidad, porque en esencia es un sentimiento, una pasión, un movimiento que se experimenta sensiblemente. Quien está resentido se siente herido u ofendido por alguien o algo que influye contra su persona. Y es bien sabido que el manejo de los sentimientos no es tarea fácil. Unas veces no somos conscientes de ellos -con lo que pueden estar actuando dentro de nosotros sin que nos demos cuenta-, mientras que otras el resentimiento queda reforzado por razones que lo justifican -cuando el sujeto no sólo se siente herido, sino que se considera ofendido.


La intervención de la inteligencia y de la voluntad

Estas dificultades pueden mitigarse si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. El conocimiento propio y la reflexión nos permiten ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con sus causas y, en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de encauzarlos. Si al analizar los agravios recibidos nos esforzamos por comprender la forma de actuar del ofensor y por descubrir los atenuantes de su modo de proceder, en muchos casos nuestra reacción negativa desaparecerá por debilitamiento del estímulo. Nuestra inteligencia puede influir así, indirectamente -Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible-, para evitar o eliminar los resentimientos, modificando las disposiciones afectivas.


Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, sin retenerlo, incluso en los casos de ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de autodeterminarse. Cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir: «Nadie puede herirte sin tu consentimiento». Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido" . Si, en cambio, la voluntad es débil, la ofensa se retiene y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "es un volver a vivir la emoción misma: un volver a sentir, un re-sentir" .

La lucha contra el resentimiento será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favoreciendo la objetividad en el conocimiento y la capacidad de comprensión; y que potencia nuestra voluntad y fortalece nuestro carácter, para que no se doblegue ante la presión de los agravios.


«Sentirse» y re-sentirse

La forma de reaccionar ante los estímulos suele estar muy relacionada con los rasgos temperamentales. Por ejemplo, el emotivo siente más una agresión que el no emotivo; el secundario suele retener más la reacción ante el estímulo ofensivo que el primario; el que es activo cuenta con más recursos para dar salida al impacto recibido por la ofensa que el no activo. También la cultura y la educación, junto con el factor genético, influyen en la manera de reaccionar y, por tanto, en el modo como el resentimiento se origina y manifiesta.

Hay un modo de reaccionar ante las ofensas caracterizado sobre todo por su pasividad; consiste sencillamente en retraerse o distanciarse de quien ha cometido la agresión, en ocasiones incluso retirándole la palabra. Los mexicanos solemos calificarlo con el verbo sentirse. Peñalosa explica que "sentirse es verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle digna explicación filológica, por la sencilla razón de que «sentirse» es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron. Muchas veces real y, muchas más, aparente" . Cabe señalar que Cervantes, en El Quijote, utiliza este verbo, con este sentido «mexicano», en más de una ocasión .

En cambio, cuando el sentimiento de susceptibilidad que se guarda incluye el afán de reivindicación, de venganza, se trata entonces propiamente de un resentimiento, en el sentido completo del término. El resentido no sólo siente la ofensa que le infligieron, sino que la conserva unida a un sentimiento de rencor, de hostilidad hacia las personas causantes del daño, que le impulsa a la revancha.

Alguien afirmaba con acierto que «el resentimiento es un veneno que me tomo yo, esperando que le haga daño al otro». Y es que puede ocurrir que aquél contra quien va dirigido el rencor ni siquiera se entere, mientras que quien lo experimenta se está carcomiendo por dentro. Un veneno tiene efectos destructivos para el organismo y el resentimiento lo que produce es frustración, tristeza, amargura en el alma. Es uno de los peores enemigos de la felicidad, porque impide enfocar la vida positivamente y aleja de Dios y de los demás.

Algunas personas tienen una especial propensión al resentimiento: reaccionan desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores infundados. El origen de esta inclinación suele estar en el egocentrismo, con su tendencia a girar en torno a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones. Las personas egocéntricas se tornan muy vulnerables por vivir concentradas en su propia subjetividad y "son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo" . El olvido propio es, también, el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.

El remedio del perdón

En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». Jesucristo viene a perfeccionar la Antigua Ley e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón se convierte en parte esencial del amor.
La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos choca, no sólo con el sentir de su época, sino con el de todos los tiempos: "Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen y calumnian" . "Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica" . Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" .

Qué es perdonar


A diferencia del resentimiento, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus efectos: no pueden dejar de experimentar la herida, ni el odio, ni el afán de venganza. De aquí suelen derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos Él. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser, efectivamente, insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata, evidentemente, de suprimir la ofensa cometida y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la acción ofensiva y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos realmente, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, como señala Leonardo Polo, "perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada" .

Perdonar y olvidar

Si bien el acto de perdonar consiste en una decisión, la acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde directamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar. El perdón puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya podido olvidar, es que el recuerdo de la ofensa no afecta en el modo de conducirse con el perdonado, a quien tratamos como si hubiéramos olvidado. El verdadero perdón exige obrar de este modo, porque el verdadero amor "no lleva cuentas del mal" .

En cambio, la expresión «perdono pero no olvido» significa que, en el fondo, no quiero olvidar la ofensa, que equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia, si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí se puede afirmar que perdonar es querer olvidar.

Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones extremas donde los argumentos humanos resultan insuficientes. Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle u ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, Él nos ofrece el perdón si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos ha agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Cabría preguntarse por qué Dios condiciona su perdón a que perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. "Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre" .

Además de esa ocasión en que enseñó el Padrenuestro, Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si debe perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete , porque el perdón no tiene límites; pidió perdonar incluso a los enemigos , a los que devuelven mal por bien . Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el Maestro.
Pero Jesús, que es el modelo a seguir, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le indica que no peque más ; cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados ; cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace reaccionar y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" .

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y que a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite percibir la desproporción que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso, también aquellas ofensas que parecerían imperdonables, por su magnitud, por recaer sobre personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan, habrán de ser perdonadas porque "no hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino" . De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios.
Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano. Por eso, cada vez que perdonamos se opera en nosotros una conversión interior, una verdadera metamorfosis, al grado que San Juan Crisóstomo llega a exclamar que "nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón" , con lo que se puede concluir que perdonar es el principal remedio contra el resentimiento.

El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad . Analicemos cada una de estas nociones.

La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios . Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación . El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en el enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico -la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos- y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.

Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe conformarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.

Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona. De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico -como la salud en el estado de ánimo-, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en la palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida. Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.

Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomás de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos.

Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.

Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad" . La pasión de la envidia puede traspasar el nivel racional de la persona, haciéndole perder el dominio de sí misma, y conducirle a reacciones violentas y descontroladas, como se ve en diversos pasajes de la Sagrada Escritura: por envidia, Caín mató a su hermano Abel , Esaú aborreció a Jacob , José fue vendido por sus hermanos , Saúl intentó asesinar a David , Jesús fue condenado a muerte .
La envidia es también un acto de la voluntad, dotado -por ser voluntario- de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios, "la envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida" . Desde el punto de vista moral, hay que diferenciar entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente -si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación - no es pecado. Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, la envidia se convierte en vicio si el acto se reitera una y otra vez. Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. "La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades" . Por tanto, la envidia no sólo va contra la felicidad del envidioso que la padece, sino en algunos casos también contra los envidiados.

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. No va en contra de la felicidad. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o envidia buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad -estimulada por el triunfo ajeno-, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia .

Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia -"no hay nada más implacable y cruel que la envidia" , decía Schopenhauer- y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia. Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:
1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y cualidades, para aceptar a los demás con sus valores y sus logros.
2) No compararse egocéntricamente con los demás, ni hacer depender de ellos el juicio sobre sí; compararse, en cambio, positivamente, con la intención de superarse (emulación).
3) Cultivar el olvido propio y el servicio al prójimo, para ganar en humildad y valorar a quienes nos rodean.
4) Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
5) Amar a los demás, de manera que su progreso, sus cualidades y sus éxitos sean vistos como un motivo de alegría propio.
6) Saberse amado por Dios, teniendo en cuenta que la persona humana es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" .

Participación en el FORO

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? No se encuentra la felicidad centrándose en uno mismo si no a través de un interés verdadero y profundo por el otro, desarrollando y practicando las virtudes que te hacer ser mejor persona a través de un desprendimiento de uno mismo para ponerlo a servicio de los demás es como se logran las satisfacciones que llevan a un vida interior en paz consigo mismo y que genera felicidad verdadera.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia"
Definitivamente si , la causa de la infelicidad del hombre está en el propio hombre . Partiendo de que la felicidad es un estado interior del hombre de gozo pleno y de paz interior consecuencia de actualizar las facultades superiores del hombre integralmente y considerando que el egoísmo, la envidia, el apego excesivo, el individualismo, etc. no son más que la consecuencia del no desarrollo ni actualización de las potencias del ser humano, decisión que cada persona tiene que tomar respecto a quedarse atorado en sus sentimientos o si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar y con nuestra inteligencia y voluntad logramos salir de nosotros mismos para en vez de crear infelicidad seamos capaces de construir felicidad.


3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo? Si , porque al estar centrado en si mismo y todo girar en torno a uno mismo, se pierde objetividad y existe el prejuicio y una serie de pensamientos negativos que hacer ver lo que no es y en consecuencia hay un sentir y una reacción .
El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.





4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo? Si.
Aceptando que el perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión e implica amor verdadero si hay incapacidad de perdonar es porque no se ama realmente porque esta centrado en sí mismo.


5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy? Si. Estamos viviendo una cultura egocentrista basada en el poseer (desde bienes materiales hasta conocimientos , etc.), poder y logros y en consecuencia cada vez se desarrollan mas vicios y antivalores , la competitividad y la constante comparación crean una dinámica ambiental de desconfianza, envidia, celos, etc. Estas desviaciones en el enfoque producen tristeza e infelicidad. y por eso a la larga el hombre descubre que la felicidad no es ni esta donde esperaba.
tereliza
 
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Re: Lección 9

Notapor tereliza » Lun Mar 24, 2014 1:06 am

La persona humana tiene una fuerte inclinación a girar en torno a sí, a convertir el yo en el centro de sus pensamientos y en el punto de referencia de sus acciones. A esta inclinación se le llama egocentrismo y es la antítesis, el polo opuesto, del olvido propio, de ese vivir hacia fuera de uno mismo, hacia los demás. Es un hecho de experiencia que el egocentrismo genera tristeza, infelicidad. No es difícil comprobarlo; basta con ponerse a pensar en sí mismo, con enfoque egoísta, para sentir el decaimiento interior. Quien vive excesivamente pendiente de sí, concentrado en su propio yo, suele perder la visión objetiva de las cosas y se vuelve hipersensible y vulnerable. Todo le afecta mucho más, sufre desproporcionadamente y se incapacita para gozar de lo bueno que la vida le ofrece.

"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia" .

El egocentrismo se manifiesta de varias maneras. Dos de ellas constituyen grandes obstáculos para la felicidad y merecen tratarse con cierto detenimiento para comprenderlas, detectarlas en la vida personal y resolverlas oportunamente. Se trata, en concreto, del resentimiento y la envidia.

El veneno del resentimiento

El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.

La ofensa que causa resentimientos puede presentarse como acción de alguien contra mí, puede captarse en forma de omisión, o como atribuible a las circunstancias (la situación socioeconómica personal, algún defecto físico, enfermedades que se padecen y no se aceptan, etcétera). En cualquier caso, el estímulo que provoca la reacción de resentimiento puede juzgarse con objetividad, con exageración, o ser incluso producto de la imaginación. Estas variantes muestran en qué medida el resentimiento depende del modo como se juzgan las ofensas recibidas -con objetividad, exageradamente o de forma imaginaria- y explican el que muchos resentimientos sean gratuitos, porque dependen de la propia subjetividad que aparta de la realidad, exagerando o imaginando situaciones o hechos que no se han producido o no estaban en la intención de nadie originar.

La respuesta personal

El resentimiento es un efecto reactivo ante la agresión, de tono negativo. Consiste en la respuesta ante la ofensa. Esta respuesta depende de cada quien, porque la libertad nos confiere el poder de orientar nuestras reacciones. Covey advierte que "no es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña; es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno".

Esta alternativa se presenta ante cada agresión: o nos concentramos en quien nos ofendió (y entonces seguirá actuando el veneno) o lo eliminamos mediante una respuesta adecuada, sin permitir que permanezca en nuestro interior.

La dificultad para configurar la respuesta conveniente radica en que el resentimiento se sitúa en el nivel emocional de la personalidad, porque en esencia es un sentimiento, una pasión, un movimiento que se experimenta sensiblemente. Quien está resentido se siente herido u ofendido por alguien o algo que influye contra su persona. Y es bien sabido que el manejo de los sentimientos no es tarea fácil. Unas veces no somos conscientes de ellos -con lo que pueden estar actuando dentro de nosotros sin que nos demos cuenta-, mientras que otras el resentimiento queda reforzado por razones que lo justifican -cuando el sujeto no sólo se siente herido, sino que se considera ofendido.


La intervención de la inteligencia y de la voluntad

Estas dificultades pueden mitigarse si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar. El conocimiento propio y la reflexión nos permiten ir conectando las manifestaciones de nuestros resentimientos con sus causas y, en esta medida, nos vamos encontrando en condiciones de encauzarlos. Si al analizar los agravios recibidos nos esforzamos por comprender la forma de actuar del ofensor y por descubrir los atenuantes de su modo de proceder, en muchos casos nuestra reacción negativa desaparecerá por debilitamiento del estímulo. Nuestra inteligencia puede influir así, indirectamente -Aristóteles hablaba de un dominio político y no despótico de lo racional sobre lo sensible-, para evitar o eliminar los resentimientos, modificando las disposiciones afectivas.


Otro recurso con que contamos para echar fuera de nosotros el agravio, sin retenerlo, incluso en los casos de ofensas reales, es nuestra voluntad, por su capacidad de autodeterminarse. Cuando recibimos una agresión que nos duele, podemos decidir no retenerla para que no se convierta en resentimiento. Eleanor Roosevelt solía decir: «Nadie puede herirte sin tu consentimiento». Marañón advertía que "el hombre fuerte reacciona con directa energía ante la agresión y automáticamente expulsa, como un cuerpo extraño, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido" . Si, en cambio, la voluntad es débil, la ofensa se retiene y el sentimiento permanece dentro del sujeto, se vuelve a experimentar una y otra vez, aunque el tiempo transcurra. En esto precisamente consiste el resentimiento: "es un volver a vivir la emoción misma: un volver a sentir, un re-sentir" .

La lucha contra el resentimiento será mucho más eficaz si se cuenta con la ayuda de Dios, que clarifica nuestra inteligencia, favoreciendo la objetividad en el conocimiento y la capacidad de comprensión; y que potencia nuestra voluntad y fortalece nuestro carácter, para que no se doblegue ante la presión de los agravios.


«Sentirse» y re-sentirse

La forma de reaccionar ante los estímulos suele estar muy relacionada con los rasgos temperamentales. Por ejemplo, el emotivo siente más una agresión que el no emotivo; el secundario suele retener más la reacción ante el estímulo ofensivo que el primario; el que es activo cuenta con más recursos para dar salida al impacto recibido por la ofensa que el no activo. También la cultura y la educación, junto con el factor genético, influyen en la manera de reaccionar y, por tanto, en el modo como el resentimiento se origina y manifiesta.

Hay un modo de reaccionar ante las ofensas caracterizado sobre todo por su pasividad; consiste sencillamente en retraerse o distanciarse de quien ha cometido la agresión, en ocasiones incluso retirándole la palabra. Los mexicanos solemos calificarlo con el verbo sentirse. Peñalosa explica que "sentirse es verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle digna explicación filológica, por la sencilla razón de que «sentirse» es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron. Muchas veces real y, muchas más, aparente" . Cabe señalar que Cervantes, en El Quijote, utiliza este verbo, con este sentido «mexicano», en más de una ocasión .

En cambio, cuando el sentimiento de susceptibilidad que se guarda incluye el afán de reivindicación, de venganza, se trata entonces propiamente de un resentimiento, en el sentido completo del término. El resentido no sólo siente la ofensa que le infligieron, sino que la conserva unida a un sentimiento de rencor, de hostilidad hacia las personas causantes del daño, que le impulsa a la revancha.

Alguien afirmaba con acierto que «el resentimiento es un veneno que me tomo yo, esperando que le haga daño al otro». Y es que puede ocurrir que aquél contra quien va dirigido el rencor ni siquiera se entere, mientras que quien lo experimenta se está carcomiendo por dentro. Un veneno tiene efectos destructivos para el organismo y el resentimiento lo que produce es frustración, tristeza, amargura en el alma. Es uno de los peores enemigos de la felicidad, porque impide enfocar la vida positivamente y aleja de Dios y de los demás.

Algunas personas tienen una especial propensión al resentimiento: reaccionan desproporcionadamente ante estímulos de poca entidad o acumulan rencores infundados. El origen de esta inclinación suele estar en el egocentrismo, con su tendencia a girar en torno a sí mismo, a convertir el propio yo en el centro de los pensamientos y en el punto de referencia de todas las acciones. Las personas egocéntricas se tornan muy vulnerables por vivir concentradas en su propia subjetividad y "son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás, puede ser dichoso en la tierra, con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo" . El olvido propio es, también, el mejor antídoto contra el resentimiento, porque reduce considerablemente la resonancia subjetiva de los agravios y evita retenerlos.

El remedio del perdón

En el Antiguo Testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en la estricta justicia: «ojo por ojo, diente por diente». Jesucristo viene a perfeccionar la Antigua Ley e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia, más aún, en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A partir de Él, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón se convierte en parte esencial del amor.
La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos choca, no sólo con el sentir de su época, sino con el de todos los tiempos: "Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen y calumnian" . "Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica" . Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" .

Qué es perdonar


A diferencia del resentimiento, el perdón no es un sentimiento. Perdonar no equivale a dejar de sentir. Hay quienes consideran que están incapacitados para perdonar ciertos agravios porque no pueden eliminar sus efectos: no pueden dejar de experimentar la herida, ni el odio, ni el afán de venganza. De aquí suelen derivarse complicaciones en el ámbito de la conciencia moral, especialmente si se tiene en cuenta que Dios espera que perdonemos para perdonarnos Él. La incapacidad para dejar de sentir el resentimiento, en el nivel emocional, puede ser, efectivamente, insuperable, al menos en el corto plazo. Sin embargo, si se comprende que el perdón se sitúa en un nivel distinto al del resentimiento, esto es, en el nivel de la voluntad, se descubrirá el camino que apunta a la solución.

El perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión. Al perdonar opto por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído conmigo al ofenderme y, por tanto, lo libero en cuanto deudor. No se trata, evidentemente, de suprimir la ofensa cometida y hacer que nunca haya existido, porque carecemos de ese poder. Sólo Dios puede borrar la acción ofensiva y conseguir que el ofensor regrese a la situación en que se encontraba antes de cometerla. Pero nosotros, cuando perdonamos realmente, desearíamos que el otro quedara completamente eximido de la mala acción que cometió. Por eso, como señala Leonardo Polo, "perdonar implica pedir a Dios que perdone, pues sólo así la ofensa es aniquilada" .

Perdonar y olvidar

Si bien el acto de perdonar consiste en una decisión, la acción de olvidar, en cambio, tiene lugar en el ámbito de la memoria, que no responde directamente a los mandatos de la voluntad. Yo puedo decidir olvidar una ofensa, pero no lo consigo. La ofensa sigue ahí, en el archivo de la memoria, a pesar del mandato voluntario. Lo primero que esto me dice es que olvidar no es lo mismo que perdonar. El perdón puede ser compatible con el recuerdo de la ofensa. Una señal elocuente de que se ha perdonado, aunque no se haya podido olvidar, es que el recuerdo de la ofensa no afecta en el modo de conducirse con el perdonado, a quien tratamos como si hubiéramos olvidado. El verdadero perdón exige obrar de este modo, porque el verdadero amor "no lleva cuentas del mal" .

En cambio, la expresión «perdono pero no olvido» significa que, en el fondo, no quiero olvidar la ofensa, que equivale a no querer perdonar. ¿Por qué? Cuando se perdona, se cancela la deuda del ofensor, lo cual es incompatible con la intención de retenerla, de no querer olvidarla. En consecuencia, si bien no podemos identificar el perdón con el hecho de olvidar el agravio, sí se puede afirmar que perdonar es querer olvidar.

Por qué perdonar

Cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida por el odio y el resentimiento para recobrar la felicidad que había quedado bloqueada por esos sentimientos. También tiene mucho sentido perdonar en función de las relaciones con los demás. Si no se perdona, el amor se enfría o puede incluso convertirse en odio; y la amistad puede perderse para siempre.

Además de estos motivos humanos para perdonar, existen razones sobrenaturales, que posibilitan perdonar ciertas situaciones extremas donde los argumentos humanos resultan insuficientes. Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle u ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle, Él nos ofrece el perdón si nos arrepentimos, pero ha establecido para ello una condición: que antes perdonemos nosotros al prójimo que nos ha agraviado. Así lo repetimos en la oración que Jesucristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Cabría preguntarse por qué Dios condiciona su perdón a que perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón no puede penetrar en nosotros si no modificamos nuestras disposiciones. "Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre" .

Además de esa ocasión en que enseñó el Padrenuestro, Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del perdón. Cuando Pedro le pregunta si debe perdonar hasta siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete , porque el perdón no tiene límites; pidió perdonar incluso a los enemigos , a los que devuelven mal por bien . Para el cristiano, estas enseñanzas constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues están dictadas por el Maestro.
Pero Jesús, que es el modelo a seguir, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar, lo cual es probablemente la nota que mejor expresa el amor que hay en su corazón. Mientras los escribas y fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús la perdona y le indica que no peque más ; cuando le llevan a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le perdona sus pecados ; cuando Pedro lo niega por tres veces, a pesar de la advertencia, Jesús lo mira, lo hace reaccionar y no solamente lo perdona, sino que le devuelve toda la confianza, dejándolo al frente de la Iglesia. Y el momento culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la Cruz, cuando eleva su oración por aquellos que lo están martirizando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" .

La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el ofendido, y que a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite percibir la desproporción que existe entre ese perdón divino y el perdón humano. Por eso, también aquellas ofensas que parecerían imperdonables, por su magnitud, por recaer sobre personas inocentes o por las consecuencias que de ellas se derivan, habrán de ser perdonadas porque "no hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino" . De ahí que, para perdonar radicalmente, se necesite el auxilio de Dios.
Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano. Por eso, cada vez que perdonamos se opera en nosotros una conversión interior, una verdadera metamorfosis, al grado que San Juan Crisóstomo llega a exclamar que "nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón" , con lo que se puede concluir que perdonar es el principal remedio contra el resentimiento.

El problema de la envidia

Lo mismo que el resentimiento, la envidia "es un serio obstáculo para la felicidad" e incluye el agravante de que resulta difícil reconocerla en uno mismo: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente. Tomás de Aquino explica que la envidia posee como característica específica el entristecerse del bien ajeno, en cuanto que se mira como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad . Analicemos cada una de estas nociones.

La tristeza de la envidia

La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por la relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos. Experimentar la tristeza en estos casos es algo natural, porque la carencia de ese bien para sí mismo, que se ve como un mal, es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. En cambio, la envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es natural, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún: lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar. Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga. Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con toda naturalidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir.

¿Por qué el bien del otro me produce tristeza? La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o de juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto. La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien ajeno con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios . Por tanto, el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación . El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, como cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece. Esta desviación en el enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico -la alegría depende de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos- y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.

Un defecto en el modo de mirar

La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida que interpreta negativamente lo positivo por excelencia: el bien. Y este mirar torcidamente el bien de los demás puede consistir también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio. Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe conformarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.

Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de lo que Tomás de Aquino afirma: porque mira ese bien como un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad. Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque tengo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, me entristecerá.

Manifestaciones de envidia

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia a quien es buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno, para compensar el efecto peyorativo que provoca en el que envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica negativa, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos peyorativos que disminuyen la fama de la otra persona. De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás pueden revelar una envidia que se intenta ocultar. O una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que los demás hacen, sus logros, su valía personal, puede ser también una manifestación sutil de este problema. Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o los buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen. Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando no le queda más remedio que hacerlo por la evidencia de los hechos, se siente obligado a añadir un complemento reductivo al elogio: fulano es muy inteligente, pero no muy culto; mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dirá: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no hay más salida que aceptarlo.

La envidia suele tener también manifestaciones corporales. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico -como la salud en el estado de ánimo-, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea, que se refleja en la palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida. Quevedo decía que «la envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia, que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.

Especial inclinación a la envidia

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomás de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos.

Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación ante las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos. El pusilánime, de ánimo pequeño, suele padecer un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que le resulta superior y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele vincularse a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos: los fracasos no resueltos interiormente, la falta de resultados en el cumplimiento de las obligaciones o en las metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.

La solución en este punto está, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por la otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades, que suelen ser más de los que se admiten, para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y del servicio a los demás.

El ambicioso de honor también está especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y su vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le usurpan un derecho que considera exclusivo, y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.

Naturaleza de la envidia

De acuerdo a la estructura y constitución de la persona humana, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: "En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (...); es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad" . La pasión de la envidia puede traspasar el nivel racional de la persona, haciéndole perder el dominio de sí misma, y conducirle a reacciones violentas y descontroladas, como se ve en diversos pasajes de la Sagrada Escritura: por envidia, Caín mató a su hermano Abel , Esaú aborreció a Jacob , José fue vendido por sus hermanos , Saúl intentó asesinar a David , Jesús fue condenado a muerte .
La envidia es también un acto de la voluntad, dotado -por ser voluntario- de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios, "la envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida" . Desde el punto de vista moral, hay que diferenciar entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente -si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación - no es pecado. Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, la envidia se convierte en vicio si el acto se reitera una y otra vez. Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. "La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades" . Por tanto, la envidia no sólo va contra la felicidad del envidioso que la padece, sino en algunos casos también contra los envidiados.

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. No va en contra de la felicidad. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o envidia buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad -estimulada por el triunfo ajeno-, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia .

Soluciones a la envidia

Después de ver con tanta claridad la gravedad de la envidia -"no hay nada más implacable y cruel que la envidia" , decía Schopenhauer- y el serio obstáculo que supone para la felicidad, ¿qué medios pueden ayudar a superarla? La solución estará en todo aquello que favorezca la capacidad de «alegrarse del bien ajeno», que es precisamente lo contrario a la envidia. Las disposiciones adecuadas serían las siguientes:
1) Aceptarse a sí mismo, incluyendo defectos y cualidades, para aceptar a los demás con sus valores y sus logros.
2) No compararse egocéntricamente con los demás, ni hacer depender de ellos el juicio sobre sí; compararse, en cambio, positivamente, con la intención de superarse (emulación).
3) Cultivar el olvido propio y el servicio al prójimo, para ganar en humildad y valorar a quienes nos rodean.
4) Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
5) Amar a los demás, de manera que su progreso, sus cualidades y sus éxitos sean vistos como un motivo de alegría propio.
6) Saberse amado por Dios, teniendo en cuenta que la persona humana es "la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" .

Participación en el FORO

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? No se encuentra la felicidad centrándose en uno mismo si no a través de un interés verdadero y profundo por el otro, desarrollando y practicando las virtudes que te hacer ser mejor persona a través de un desprendimiento de uno mismo para ponerlo a servicio de los demás es como se logran las satisfacciones que llevan a un vida interior en paz consigo mismo y que genera felicidad verdadera.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
"Una de las cosas que entristece más al hombre es la egolatría, origen muchas veces de sufrimientos inútiles, producidos por una excesiva preocupación por lo personal, exagerando en demasía su importancia"
Definitivamente si , la causa de la infelicidad del hombre está en el propio hombre . Partiendo de que la felicidad es un estado interior del hombre de gozo pleno y de paz interior consecuencia de actualizar las facultades superiores del hombre integralmente y considerando que el egoísmo, la envidia, el apego excesivo, el individualismo, etc. no son más que la consecuencia del no desarrollo ni actualización de las potencias del ser humano, decisión que cada persona tiene que tomar respecto a quedarse atorado en sus sentimientos o si hacemos buen uso de nuestra capacidad de pensar y con nuestra inteligencia y voluntad logramos salir de nosotros mismos para en vez de crear infelicidad seamos capaces de construir felicidad.


3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo? Si , porque al estar centrado en si mismo y todo girar en torno a uno mismo, se pierde objetividad y existe el prejuicio y una serie de pensamientos negativos que hacer ver lo que no es y en consecuencia hay un sentir y una reacción .
El resentimiento es frecuentemente el principal obstáculo para ser feliz , porque amarga la vida. Para Max Scheler "el resentimiento es una autointoxicación psíquica" : un envenenamiento de nuestro interior, que depende de nosotros mismos y que suele aparecer como reacción a un estímulo negativo en forma de ofensa o agresión. Evidentemente no toda ofensa produce un resentimiento, pero a todo resentimiento precede una ofensa.





4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo? Si.
Aceptando que el perdón es un acto de la voluntad porque consiste en una decisión e implica amor verdadero si hay incapacidad de perdonar es porque no se ama realmente porque esta centrado en sí mismo.


5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy? Si. Estamos viviendo una cultura egocentrista basada en el poseer (desde bienes materiales hasta conocimientos , etc.), poder y logros y en consecuencia cada vez se desarrollan mas vicios y antivalores , la competitividad y la constante comparación crean una dinámica ambiental de desconfianza, envidia, celos, etc. Estas desviaciones en el enfoque producen tristeza e infelicidad. y por eso a la larga el hombre descubre que la felicidad no es ni esta donde esperaba.
tereliza
 
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Re: Lección 9

Notapor Claudia Silva » Lun Mar 24, 2014 12:41 pm

Ante todo, una disculpa por la tardanza. Me he llenado de trabajo por razones personales, y me come el tiempo para participar en el curso, pero aquí ando a sus órdenes. Saludos y bendiciones.

Envío mis respuestas al tema 9 del programa.

1. ¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
Obviamente, de acuerdo al programa, la segunda opción es la más válida para encontrar la felicidad: en la medida que nos abrimos a los demás y salimos de nosotros mismos, nos sentimos plenos y felices.

2. ¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Así es, porque nos ponemos en el centro del universo y es más fácil poner atención a lo que nos hace infelices que a los que nos hace felices. Debido a que la felicidad, desde el punto de vista de nuestro programa, debe dejar entrar a los que nos rodean a nuestra vida.

3. ¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Si, ya que la persona resentida se centra en el daño inflingido a ella y en el malestar que esto le ocasiona, sin siquiera externarlo.

4. ¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Así es, porque muchas veces no se quiere salir de este resentimiento. Nos regodeamos odiando a los que nos han dañado, según nuestro muy particular punto de vista, sin siquiera pensar en las motivaciones que originaron el “daño” o, lo peor, si realmente hay un daño o es algo que en nuestro egoísmo, vemos.

5. ¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Así es. El día de hoy, todo nos habla de egocentrismo, de competitividad, de ser el centro de nuestro universo y de avasallar y de ganarle a los que nos rodean, con el fin de consumir bienes materiales, a fin de encontrar la felicidad.

Gracias por su comprensión y su paciencia y estoy a la espera de cualquier comentario. :roll:
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Re: Lección 9

Notapor Sergio Arturo » Lun Mar 24, 2014 6:35 pm

1.- ¿Cuando hablamos aquí de un optimismo positivo, nos estamos refiriendo a un optimismo ingenua, cándido?

No, se habla de un optimismo auténtico fundamentado en la verdad, con un conocimiento profundo de la realidad presente.

2- ¿Puedes identificar en tu vida algún rasgo de pesimismo que está presente en alguna área de tu existencia?

Creo que más que pesimismo sería resultado de la poca posibilidad de realizar u obtener algún fin.

3.- ¿Estos pesimismos han bloqueado algún objetivo en tu vida?

Tal vez he tenido que modificar el plan premeditado.

4.- De los tres remedios para superar el pesimismo que aparecen en la lección, ¿cuál sería más importante?

Para mí, me parece el medio señalado con el No. 2: Aprender a puntualizar y relativizar los errores

5.- El Papa Francisco está insistiendo mucho en que nos dejemos de lamentar de tantas cosas y pongamos soluciones, por lo menos las que estén al alcance de nuestras posibilidades. ¿Qué podría hacer al respecto?

Lo que dice el Santo Padre: en lugar de lamentarme tratar de proponer soluciones o tratar de resolver el problema.

6.- La lección ofrece unas claves para alcanzar un espíritu positivo, ¿cuáles son las que me podrían ayudar más en mi vida?

Para mí me parecen las siguientes:
1) Descubrir y valorar lo positivo. 2) Emitir opiniones constructivas. 4) Fomentar la esperanza 6) Saber ganar
Sergio Arturo
 
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Re: Lección 9

Notapor fernandoruizarjona » Lun Mar 24, 2014 6:40 pm

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? Creo que lo que nos interesa, que sepamos nos hace felices, debemos buscarlo, fomentarlo, compartirlo. Pero hay que gastar cuidado de que factura hemos de pagar, pues si en ello nos va la salud, nuestra capacidad humana, o va en perjuicio de la libertad y felicidad de otras personas, eso no es felicidad. La felicidad verdadera, nace del servicio a nuestros semejantes, en forma altruista, convencidos de que lo que se nos da gratuito, hemos de darlo gratuito.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices? El egocentrismo, el egoísmo, a veces, muchas veces se disfraza de necesidad, de valor, de motivo para vivir, y sólo una visión profunda interna de nuestros sentimientos, del estudio de su procedencia, de la reflexión en el daño que nos hace, y de la valoración de sus beneficios, que son cero, nos hará emprender el camino hacia el desprendimiento, hacia la emulación, hacia la felicidad.

3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Si, es un sentimiento que no existiría, si solo procurásemos en bien ajeno, sin pretender recibir nada a cambio. En el momento que pensamos que alguien debiera de acordarse de nosotros por esto o aquello que hicimos o no hicimos, opinamos o no opinamos, en ese momento, si no recibimos esa respuesta, se crea en nosotros ese sentimiento, provocándonos infelicidad( o mejor dicho la infelicidad nos conduce al resentimiento)

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Perdonar, incluye dos aspectos, dar el paso a la reconciliación, y olvidar lo ocurrido, empezar de cero. Si no somos capaces de ello, si el orgullo nos hace elevarnos a la categoría de ser nosotros los primeros en recibir disculpas, estaríamos alimentando nuestro ego.
5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Al hombre de hoy, no sé, pues vivimos en un periodo de la historia humana, en que difícilmente puedes vivir a la moda, pues la crisis es la palabra que circula en todos los foros humanos desde hace ya mucho tiempo,.. ni me acuerdo (no entendida como ropa, sino a la moda de estar al día de todo). Tengo la opinión, de que uno de los factores que nos ha llevado a esta situación de crisis, es el deseo casi incontrolado, de eso, de estar y de vivir al día, y aún mas, de embarcarse en duros préstamos con tal de poseerlo o disfrutarlo, por ejemplo vacaciones, autos, y viviendas.... aún teniendo cubierto ya la necesidad. ¿es posible llamar a este deseo “envidia”?, si, aunque se le haya querido dar otros nombres como “hombre y mujer actual”, “desarrollo”,
“evolución natural de la raza humana”, .... y ya no hablemos de cómo la publicidad se ha encargado de fomentar estos sentimientos.
Por ejemplo, y ya termino, y lo dejo en el aire ¿alguien sabe porque las capsulas energéticas solo son presentadas en los anuncios de TV por personas de “maletín”? ¿Qué fomenta esta imagen?.
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Re: Lección 9

Notapor pedrogmorales » Lun Mar 24, 2014 6:48 pm

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás? No se encuentra en sí mismo, la felicidad está en darse, en amar hacia afuera, en la entrega hacia los demás.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices? El centrarse en sí mismo impidiendo recibir de los demás provoca infelicidad y tristeza, se debe tener humildad para aceptar los errores, superar tus fallas, afanarte para corregir y moldear tus actitudes y para seguir adelante.

3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo? Si, es el veneno que destruye el interior, lo más sano es pensar en los demás, buscar amarlos y aprender a perdonar.

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo? Si, porque se somete la voluntad hacia lo negativo, hacia la propia destrucción. Reconocer la ofensa y nuestra capacidad de perdonar es la mejor una decisión.

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy? Si, actualmente se vive bajo la competitividad, la comparación y el individualismo, actitudes y ambientes que generan envidia, misma que nulifica el abrirse a los demás, aprender y crecer. La comparación lleva así a no alegrase del bien ajeno entristeciendo la existencia propia.
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Re: Lección 9

Notapor Patypaty » Lun Mar 24, 2014 11:18 pm

Participación en el FORO Lección 9

1. ¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros?
¿O más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
La búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa va en relación directa con el egocentrismo que es causa de infelicidad ya que nos hacen hipersensibles y vulnerables, pues solo nuestros sentimientos y necesidades interesan, y son necesariamente fuente de frustración e infelicidad. En contraposición en el interés por los demás hay felicidad, en el olvido de sí mismos y apertura al otro, realmente aquí vemos como las palabras de Jesús se hacen reales en nuestra vida cuando nos dice “hay más alegría en dar que en recibir”


2. ¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Si es el egoísmo la fuente principal de la infelicidad, pues se pierde la proporción real de los acontecimientos, y todo aun el bien, cuando es ajeno por ejemplo se convierte en fuente de infelicidad.

3. ¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Si, el hombre egoísta, o quienes nos reconocemos como egoístas, o egocéntricos con frecuencia experimentamos el resentimiento, y nos hace vivir profundamente infelices, no basta ante la ofensa recibida, real o sobrevalorada sentirla sino que al verse a sí mismos como el centro del universo regresa la ofensa una y otra vez al pensamiento y al sentimiento y de ahí se puede decir que se alberga el re-sentimiento.

4. ¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Si, otro elemento importante del egoísmo es la incapacidad de perdonar, al perdonar hay una apertura al otro al liberarlo de la deuda moral que el ofensor ha contraído con uno. Y eso es independientemente de si el otro quiere o pide el perdón.

5. ¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
Si, ya que el sujeto que experimenta la envidia se convierte en referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente, y en lugar de mirar a los otros como personas con cualidades que los harían dignos de admiración, los contempla en función de sí mismo y de manera negativa. Al ser el sujeto que experimenta la envidia el centro de referencia (egocentrismo) entonces ve en los demás algo de lo que carece, y por tanto experimenta la incapacidad de salir de sí mismo.
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Re: Lección 9

Notapor Miledys A Perez » Mar Mar 25, 2014 11:38 am

1.¿Se encuentra la felicidad en la búsqueda insaciable de todo lo que nos interesa, preocupa, inquieta a nosotros? ¿o más bien hay que dar espacio a los demás, interesándonos, preocupándonos por los demás?
Realmente no todo lo que nos interesa puede ser, porque el ser humano no puede obtener todo lo que desea, sin embargo no somos ente aislado, necesitamos vivir con los demás y para los demás , no somos felices solos, sino con el otro.

2.¿No es el individualismo, el egoísmo, el excesivo apego a las propias cosas, ideas, criterios, métodos y pensamientos lo que nos hace sufrir tanto y por lo cual nos hace infelices?
Cuando no olvidamos de los demás y vivimos solo para si, entonces te convierte en un ser aislado y solo somos felices en la medida que nuestro alrededor también lo es.

3.¿Sería el resentimiento un elemento de este egoísmo?
Considero que si, cuando vivimos pendiente a los no han lastimado, concentramos tanto en esto y no nos crecemos.

4.¿No será también la incapacidad de perdonar otro elemento de este egoísmo?
Por supuesto que si, son aspectos que nos mantienen atentos a coas que no nos ayudan a seguir adelante.

5.¿Es la envidia una consecuencia patente de este egoísmo que encierra y aprisiona al hombre de hoy?
La envidia es un sentimiento vil, destructor que hace que la persona este pendiente a los asuntos del otros, que va descuidando que el también puede alcanzar su propios logros.
Miledys A Perez
 
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