por VicBar » Sab Mar 29, 2014 1:49 am
RESPUESTAS A LECCIÓN 11:
1) ¿Cómo puede el dolor dejar de ser un obstáculo para la felicidad?
2) ¿Cuál es la trayectoria que ordinariamente se sigue a partir de un suceso doloroso?
3) ¿Qué beneficios humanos pueden derivar del sufrimiento?
4) ¿Se puede ser realmente feliz si no se cree en Dios y en la vida después de la muerte? ¿Qué sentido da Jesucristo al sufrimiento?
1.- El hombre sufre cuando carece de un bien del que debería o querría participar, como el ser tratado dignamente o bien recibir un reconocimiento por su buen desempeño profesional, pero puede ser transformado en un valor importante, si se le encauza adecuadamente. Más aún, podrá convertirse en recurso que contribuya a la felicidad.
2.- La trayectoria primeramente, es de rechazo, de huida o incluso de negación, generando un conflicto interior que desequilibra y puede llevar hasta la desesperación. Si este estado de pasividad no se supera, el sufrimiento crecerá hasta hacerse insoportable, resultando muy difícil encontrar o descubrir algún sentido al dolor experimentado, porque el estado anímico dificulta comprender cualquier argumento. En ese estado de parálisis y pasividad, los efectos negativos que se están experimentando resultan perniciosos y, por tanto, es preciso realizar un esfuerzo para sobreponerse a la situación y reaccionar de alguna manera.
Cuando el hecho doloroso se ha reconocido. Ordinariamente se experimentará que el esfuerzo realizado ha valido la pena. Y esto será suficiente para dar paso a la resignación, que no es todavía aceptación del dolor, sino sometimiento a un destino inevitable, sin identificarse del todo con él. Al enfrentarse con el hecho doloroso produce una cierta sensación de dominio de la situación que genera paz, clarifica la mente y permite intuir, aunque de manera confusa todavía, que algo bueno puede encontrarse en lo sucedido o derivarse de ello.
Un siguiente paso, de gran importancia, que corresponderá a la voluntad, lo que significa aceptar el sufrimiento, último paso del proceso. La aceptación es un acto de la voluntad que consiste en querer algo que encierra alguna razón para ser querido, a pesar de que en sí mismo pueda provocar un natural rechazo. Exige valentía para superar, tanto esa resistencia como el miedo al dolor, de manera que la voluntad quede libre para querer el bien que se encierra en el sufrimiento; más aún, puede decirse que la verdadera aceptación consiste en amar lo aceptado.
3.- El descubrimiento de un horizonte en el que el dolor, lejos de destruir a la persona, es un instrumento que la transforma y perfecciona, la hace "ser más". La puede transformar y perfeccionar en el nivel antropológico de las principales facultades humanas - inteligencia, voluntad y afectividad-, haciéndonos mejores personas; o espiritualmente, en cuanto nos acerca a Dios y nos aproxima al fin trascendente de nuestra vida, provocando la necesidad de hacernos pensar, invitándonos a reflexionar, a plantearnos la vida de una manera nueva, a preguntarnos por la razón última de nuestras experiencias. Hace más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insubstancial cede paso a lo que es importante, a lo substancial. Un refrán dice: «cuando has llorado, lo ves todo con otros ojos». En consecuencia, la persona se hace más profunda, el dolor le demanda definir y clarificar sus propias convicciones, así como la jerarquía de sus valores.
G. Thibon decía que "cuando el, hombre está enfermo, si no está esencialmente rebelado, se da cuenta de que cuando estaba sano había descuidado muchas cosas esenciales; que había preferido lo accesorio a lo esencial, además, el sufrimiento permite conocerse mejor, con mayor realismo y objetividad, porque el dolor nos enfrenta con nosotros mismos, sin dejar espacio al fingimiento o a la falsedad. Como consecuencia de este conocimiento propio, la persona se encuentra en condiciones de manifestarse como realmente es, con naturalidad, porque el dolor ayuda a quitarse las máscaras y a eliminar las falsas apariencias. Se vive entonces con más paz interior, porque ya no hay nada que ocultar, viviendo una presencia de verdad sobre uno mismo.
El dolor es escuela de fortaleza, pues ofrece la oportunidad de aprender a soportar lo adverso y desarrollar una fuerza de voluntad capaz de enfrentar situaciones duras que puedan venir en el futuro y que, de otra manera, producirían temor o, de plano, se rechazarían. Quien carece de fuerza de voluntad, suele ir de frustración en frustración, acumulando amarguras, porque no logra llevar a cabo lo que se propone, las personas que de verdad se aman son las más felices del mundo. El dolor aceptado es antídoto del egoísmo y apertura hacia el otro, suele ser también más cordial, más amable, más acogedor. Los beneficios derivados del sufrimiento, conducen a la verdadera madurez y plenitud de la persona, porque le abren los ojos a la trascendencia de la vida, a la necesidad de hacer un uso correcto de la libertad y a vivir con sentido de responsabilidad, ayudándole a discernir, en su vida, lo que no es esencial.
4.- Es un hecho de experiencia que quien no cree en Dios y en la vida después de la muerte, no logra ser feliz, porque queda frustrado ante la amenaza constante de la muerte y la conciencia de la fugacidad de todas las cosas; y el sufrimiento puede acabar concibiéndose como pura negatividad, ante la incapacidad de descubrir en él su valor trascendente, convirtiéndose en un obstáculo insalvable para la felicidad. Hay gente que lo tiene todo y no es feliz y, sin embargo, no es difícil encontrar enfermos que con una gran alegría dan gracias a Dios por el maravilloso mundo que descubren gracias a su enfermedad. Los creyentes con un compromiso espiritual son más felices que los indiferentes, y la felicidad aumenta en paralelo con la práctica religiosa. San Agustín dice: "es feliz el que posee a Dios"; o lo que señalaba Pascal: «nadie es tan feliz como un cristiano auténtico». En estos casos, se trata de una felicidad, no sólo compatible con el sufrimiento, sino capaz de convertir el dolor en fuente de felicidad por la relación que la persona guarda con Dios.
La fe nos asegura que quien vive de acuerdo con el plan de Dios, conseguirá su felicidad, pero no sólo en la otra vida, sino ya ahora, aunque con las limitaciones propias de quien está en camino. De esta manera, la felicidad en la tierra viene a ser como un preludio de la felicidad definitiva en el cielo. La fe, por tanto, nos proporciona una claridad tal, sobre las verdades últimas de la existencia, que la vida se ve iluminada y llena de sentido, con la consiguiente alegría y felicidad que de ahí derivan. La experiencia del sufrimiento, afirmábamos, nos pone en contacto con nuestras carencias y permite que nos percatemos de nuestra limitación ontológica. Nos ofrece, en esta misma medida, la posibilidad de descubrir o cobrar conciencia de nuestra dependencia de Dios -Víctor Hugo decía que «para divisar a Dios, el ojo necesita a menudo la lente de las lágrimas»-, lo cual abre a la fe. El dolor ordinariamente echa por tierra las actitudes de autosuficiencia - la soberbia, el amor propio- que dificultan la fe, porque impiden reconocer la necesidad de Dios en la propia vida. De ahí que, por ejemplo, "con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retomo a Él".
Puede decirse que el misterio del dolor sólo se ilumina y se comprende con hondura desde la cruz de Cristo. Es un misterio de amor. El misterio de un Dios cuyo amor es tan grande que se hace hombre y da su vida por nosotros. Cristo ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Y todo hombre, mediante su propio sufrimiento, puede hacerse participe del sufrimiento redentor de Cristo, que no termina en la cruz, sino en la alegría de la resurrección. "Con su Pasión y Muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual, unido al suyo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y para los demás".