1. ¿Qué es y cómo nace la fe?
La fe es nuestra respuesta a algo que no vemos y no escuchamos; es nuestra respuesta a Dios quien nos ha engendrado, nos ha dado la vida en abundancia en Cristo Jesús y en su Espíritu que nos santifica. Es nuestra confianza y abandono total a su amor misericordioso.
Y esta fe nace de la predicación y el ejemplo de quienes nos rodean. Son nuestros padres y familiares, nuestros hermanos en la fe y el Magisterio de la Iglesia quien nos la van transmitiendo y ayudándonos a madurar en ella. En Rom 10, 14, San Pablo nos habla de la enorme necesidad y obligación que tenemos de predicar y de ser enviados a llevar la Buena Nueva de Jesucristo para que creamos, para que lo invoquemos, para que hablemos y escuchemos de Él.
2. ¿Qué signos he dado a mi familia de que tengo fe en el anuncio que he recibido del Evangelio?
Yo creo que ha sido toda una experiencia de maduración en la fe, pues ante las pruebas tan difíciles que hemos vivido, lo que más han visto en mí ha sido mi lucha y mi enorme deseo por hacer de Dios el centro de mi vida, por hacer de su Palabra una vida de obras y acciones concretas, por poner en el centro de nuestra familia el amor, el perdón, la esperanza en Jesucristo y la fe de que aunque enfrentamos difíciles situaciones en un matrimonio de 23 años, Dios tiene la última palabra y que su voluntad se hace presente en cada suceso de nuestra vida. Que la oración, el rezo del Rosario, la participación en la Santa Misa y en la Eucaristía, el respeto, la fidelidad y el amor a los mandamientos de Cristo son los cimientos de esta familia y de nuestra relación con nuestros familiares, amigos y conocidos.
3. ¿Qué es lo que más me llenó de esta sesión?
Se quedaron en mi corazón las palabras del Padre Caro cuando citando a Marcos 16, 17, nos dice que Nuestro Señor Jesucristo nos promete grandes signos que nos acompañarán a los que creemos en su nombre, y que precisamente por nuestra fe podremos realizar cosas prodigiosas en nuestra vida y en la vida de nuestros seres amados, de nuestro prójimo que cuántas veces necesita de nuestra oración, de nuestra imposición de manos, de nuestro ejemplo de vida para expulsar de su vida el mal, la enfermedad, el pecado, las decisiones equivocadas, que tanto lastiman a uno mismo y a las personas cercanas.
Saber que el Señor Jesucristo pone en nuestros corazones un deseo y una vocación infinita para seguir sus pasos, para llevar paz y bien a nuestros hermanos me llena el alma de un gran propósito: que Cristo crezca en mí, que yo me "abaje" para dejarlo que sea Él quien viva en mí y me enseñe a seguirlo, a cumplir su Palabra, a tomar mi cruz de cada día...¡Señor, en ti confío!