por lindoro50 » Sab May 10, 2014 1:26 pm
1. ¿Cómo nos manifestó Dios que nos ama?
La máxima expresión del amor que Dios es y del amor que Dios nos tiene, se llama Jesucristo. El es la manifestación suprema, la epifanía y la demostración definitiva de que Dios es amor y nos ama. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10). “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único” (Jn 3, 16). “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5, 8).
2. ¿Cuál fue el precio que se pagó por mi pecado?
Jesús, hombre-Dios, vino a satisfacer al Padre la deuda de Adán, una deuda infinita que sólo alguien que fuera a la vez Dios y hombre podría pagar.
Jesús «satisfizo» por nosotros con sus sufrimientos y canceló esta deuda mediante su muerte en cruz. Entonces Dios se avino a perdonarnos y a reconciliarse con nosotros. Para esta satisfacción «vicaria » era muy importante el sufrimiento de Cristo, que era el pago por nuestros pecados. Pero ¿por qué es necesaria la muerte de Cristo para salvarnos de nuestro pecado? La acción reconciliadora de Jesús no busca cambiar la disposición del Padre, sino la disposición nuestra, que es el único obstáculo para nuestra amistad con Dios. Es el hombre quien debe convertirse hacia Dios, y no Dios hacia el hombre.
3. ¿Qué nos dice la cita Rm 6,6-11?
‘Lo sabemos: con Cristo nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.’
La cita previa nos indica que hemos de creer y estar convencidos, que el pecado no tiene poder sobre nosotros. Sabemos que le pertenecemos a Cristo y que él nos ha de transformar. Sabemos también que pecamos diariamente, sin embargo, los pecados no nos quitan lo más importante, la confianza en el Padre, que nos permite levantarnos después de cada caída y reiniciar de nuevo para corregirnos y ser mejores.
4. ¿De quién depende mi salvación? ¿Por qué?
‘Pues, por gracia de Dios han sido salvados, por medio de la fe. Ustedes no tienen mérito en este asunto; es un don de Dios, y no tienen por qué sentirse orgullosos, porque no lo consiguieron con sus obras’. (Ef. 2, 8-9)
Somos salvos por gracia, no por nuestra propia bondad o por nuestro propio esfuerzo. Son las riquezas de su bondad y su tolerancia y paciencia (las de Dios), no su enojo o frustración, lo que nos lleva al arrepentimiento, a la fidelidad y a la salvación.
5. ¿Cuándo se realizó la salvación?
"...por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre"
Dios es un Padre que ama libre y gratuitamente su creación, y sobre todo, a los hombres, centro de la creación. Por eso podemos afirmar que verdaderamente se preocupa de nosotros, y por eso envía a su propio Hijo, su Palabra salvadora, a nuestro pobre y extraviado mundo para que nos salváramos. Por eso "bajó del cielo... y se hizo hombre".
Es lo que acostumbramos a llamar la "Encarnación". (Lc 1. 26ss.; Ga 4. 4-5.; Jn 3. 16). La Encarnación significa que Dios ha escogido manifestarse no sólo como Causa ni como Poder, sino como don de benevolencia, de misericordia y de solidaridad.
6. ¿Puedo participar en la obra de la salvación? Cita.
Por supuesto que sí. ‘Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos. No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia. Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia’. (Rom. 6, 12-14)
En esta cita se refleja la esencia de dos modos de vida: vivir en la esclavitud del pecado, o en la obediencia a Dios. Por lo tanto, la vida cristiana auténtica es por un lado ruptura radical con el pecado, y paralelamente, entrega total en obediencia a Dios para vivir la nueva vida que Él nos ha dado a través de Jesucristo.