por lindoro50 » Mié May 20, 2015 3:03 pm
1. ¿Qué riqueza te deja a ti el Padre Nuestro?
Es la oración completa por excelencia. En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad.
El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia.
Es en pocas palabras el ‘resumen del Evangelio’.
2. En forma de meditación, elabora una mejor estructura en tu oración de acuerdo a lo visto en la sesión.
Padre nuestro que estás en el cielo…
La mayor originalidad y el mayor regalo de la oración de Jesús fue, sin duda, la de enseñarnos a orar dirigiéndonos a Dios como al más entrañable y cariñoso de los Padres: “Cuando quieran orar digan: Padre nuestro…”
Santificado sea tu nombre…
Santificar el nombre de Dios es reconocer su gloria, la que ha manifestado, sobre todo, en su Hijo Jesús. Santificar el nombre del Señor es convertirle en centro de nuestros pensamientos. Es sentirnos seguros y confiados ante El.
Venga a nosotros tu reino…
Uno de nuestros deseos de que el Reino de Dios venga por fin es nuestro celo apostólico por salvar almas.
Hágase tu voluntad…
Dejar a Dios actuar en nuestra alma, y abandonarnos confiadamente a su acción divina. Dejar a Dios ser Dios.
En la tierra como en el cielo.
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de esta forma esta se hará tanto en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día…
Al pedir a Dios, con el confiado abandono de hijos, el alimento cotidiano necesario para la subsistencia, reconocemos hasta qué punto Dios Padre es bueno, más allá de toda bondad. Le pedimos también la gracia de saber obrar, de modo que la justicia y la solidaridad permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de los otros.
Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…
Al pedir a Dios Padre que nos perdone, nos reconocemos ante Él pecadores; pero confesamos, al mismo tiempo, su misericordia, porque, en su Hijo y mediante los sacramentos, “obtenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14). Ahora bien, nuestra petición será atendida a condición de que nosotros, antes, hayamos, por nuestra parte, perdonado. Aunque parece imposible cumplir con esta exigencia, el corazón que se entrega al Espíritu Santo puede, a ejemplo de Cristo, amar hasta el extremo de la caridad, cambiar la herida en compasión, transformar la ofensa en intercesión. El perdón participa de la misericordia divina, y es una cumbre de la oración cristiana.
No nos dejes caer en la tentación…
Pedimos al Padre que no nos deje solos y a merced de la tentación. Pedimos al Espíritu saber discernir, por una parte, entre la prueba, que nos hace crecer en el bien, y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte; y, por otra parte, entre ser tentado y consentir en la tentación. Esta petición nos une a Jesús, que ha vencido la tentación con su oración. Pedimos la gracia de la vigilancia y de la perseverancia final.
Y líbranos del mal
El mal se refiere a la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es “el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9). La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por Cristo; pero nosotros oramos a fin de que la familia humana sea liberada de Satanás y de sus obras. Pedimos también el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo, que nos librará definitivamente del Maligno.
Amén
Significa “Así sea”, mediante lo cual asentimos a la oración que Dios nos enseñó.