por R G Morales Torres » Dom Ago 24, 2014 10:30 pm
A continuación va mi trabajo sobre la Regla de San Benito.
La Orden de San Benito
San Benito de Nursia, o como se lo conoce popularmente San Benito Abad, fundó varios monasterios, el principal de los cuales es el de Montecassino (aun hoy existente). Escribió una "Regla para monjes" cuya amplísima difusión e influencia hasta el día de hoy ha hecho que se lo llame Patriarca de los monjes de Occidente. Es el Patrono principal de Europa.
El Papa San Gregorio Magno dedicó todo el Capítulo II del Libro de los Diálogos (unos 40 años después de su muerte) a San Benito. Si bien San Gregorio Magno tuvo acceso a discípulos directos del santo, en rigor de verdad dicha biografía es más una colección de anécdotas y hechos de su vida que un relato pormenorizado de la misma. Su estilo es coloquial, ya que se presenta como un diálogo entre Gregorio y el diácono Pedro (personaje ficticio) en el cual va relatando distintos hechos, profecías y milagros acontecidos a nuestro Santo.
El hecho de que, según la Regla de San Benito, cada comunidad monástica sea como una familia de hermanos guiados por un Abad (de Abba, padre), unido a la separación del mundo circundante y a las distancias y escasas comunicaciones, hicieron que a lo largo de 1500 años cada monasterio, cada Congregación de monasterios, y cada Orden monástica, adquiera su estilo propio. No obstante los lazos que unen a los discípulos de San Benito alrededor del mundo son numerosos y profundos, lo que hace que se reconozcan como hermanos. Los monjes benedictinos, sin importar a que comunidad pertenezcan, escriben la sigla OSB (Ordo Sancti Benedicti) junto a su nombre, como símbolo de pertenencia a la Orden de San Benito.
Sin embargo, desde la perspectiva histórica, también se usa el término Confederación Benedictina. Durante siglos el monacato fue la única forma de vida religiosa en la Iglesia, mucho antes de que comenzara a utilizarse el término "Orden religiosa". Las abadías y monasterios surgieron independientes, y se fueron uniendo formando Congregaciones. A finales del siglo XIX las distintas Congregaciones Benedictinas se reunieron en una Confederación de congregaciones, llamada hoy Confederación Benedictina. Dentro de esta Confederación, cada Congregación Benedictina conserva sus propias normas (llamadas Constituciones) y su forma propia de llevar a la práctica la Regla de San Benito.
La Orden Benedictina es canónicamente una Confederación de Congregaciones, formada por las siguientes Congregaciones Benedictinas (entre paréntesis los países donde poseen monasterios):
1. Congregación Casinense (Italia)
2. Congregación Inglesa (Gran Bretaña, EEUU, Perú, Zimbabwe)
3. Congregación Húngara (Hungría, Brasil, Austria)
4. Congregación Helvética (Suiza, Camerún)
5. Congregación Austriaca (Austria)
6. Congregación Bávara (Alemania)
7. Congregación Brasilera (Brasil)
8. Congregación Solesmense (Francia, EEUU, España, Lituania, Gran Bretaña, Canadá, Holanda, Senegal)
9. Congregación Americano-Casinense (EEUU, China, Japón, Bahamas, Brasil, Colombia, Canadá, México, Puerto Rico)
10. Congregación Sublacense (Provincias: Italiana, Inglesa, Holandesa, Francesa, Española, Alemana, de África y Madagascar, Filipina, Vietnamita)
11. Congregación Beuronense (Alemania, Austria)
12. Congregación Helvético-Americana (EEUU, Belice, México, Guatemala, Canadá)
13. Congregación Otiliense (Alemania, Corea del Sud, Tanzania, EEUU, Venezuela, Austria, Suiza, Sudáfrica, Kenya, Colombia, Filipinas, Uganda, India, China)
14. Congregación de la Anunciación (Bélgica, Ruanda, Zaire, Trinidad y Tobago, Guyana, Irlanda, Nigeria, Polonia, Alemania, EEUU, Perú, India, Francia)
15. Congregación Eslava (República Checa, Eslovaquia, Hungría)
16. Congregación Olivetana (Italia, Francia, Brasil, EEUU, Gran Bretaña, Israel, Guatemala, Corea del Sud, México)
17. Congregación Vallumbrosana (Italia, Brasil)
18. Congregación Camaldulense (Italia, EEUU, Brasil)
19. Congregación Silvestrina (Italia, Sri Lanka, EEUU, Australia, India)
20. Congregación del Cono Sur (Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay)
Esta estructura se encuentra formada por:
Monasterios benedictinos masculinos: 335 monasterios (270 abadías, 15 prioratos y 50 casas dependientes) con alrededor de 8000 monjes. Los mismos se agrupan formando las 20 Congregaciones Benedictinas enumeradas. Todas juntas forman la Confederación Benedictina u Orden Benedictina.
Monasterios benedictinos femeninos: 840 abadías y monasterios femeninos, con alrededor de 16000 monjas y hermanas. Forman 61 Congregaciones y Federaciones asociadas a la Confederación Benedictina.
Abades Presidentes: cada una de las Congregaciones Benedictinas masculinas elige un Abad Presidente
Sínodo de Abades Presidentes: reunión anual de los Abades Presidentes de todas las Congregaciones Benedictinas
Congreso de Abades: reunión cuatrienal de los Abades de todos los monasterios pertenecientes a la Confederación Benedictina
Abad Primado: elegido por el Congreso de Abades, representa a toda la Confederación Benedictina.
La Regla de San Benito
La Regla de los Monjes escrita por San Benito hacia el final de su vida, es un conjunto de Normas dirigidas a ordenar la vida en los monasterios y ha sido guía espiritual de innumerables comunidades durante 15 siglos. Reconoce su raíz en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia. Fue escrita, según creen la mayoría de los estudiosos, en forma gradual. Se encuentra redactada en latín, si bien ha sido traducida a todas las lenguas, y consta de un Prólogo y 73 Capítulos, divididos a su vez en versículos
Prólogo
Es una exhortación, dirigida en términos de un Padre a un hijo (como ya dijimos la palabra Abad proviene del vocablo Abba, Padre) en la que invita “a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey” a recorrer el camino del arrepentimiento y la conversión, ciñendo “nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras”, para seguir los “caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a Aquel que nos llamó”.
La Comunidad
Los capítulos 1 a 3 nos describen las características de aquellos que forman la Comunidad, esto es los Monjes, el Abad y el Consejo.
Divide a los monjes en cuatro clases. Las dos primeras son apreciadas: cenobitas (viven en un monasterio o cenobio) y anacoretas o ermitaños (viven solos en el desierto), mientras que las dos últimas son despreciadas: sarabaítas (viven en pequeñas comunidades de dos o tres, sin regla ni pastor, haciendo lo que a ellos les gusta) y giróvagos (errantes y dados a la gula y la satisfacción de sus deseos). Obviamente declara que la Regla va dirigida a la organización de los primeros de la lista.
El abad debe ser “Cristo en el monasterio”, actuando según las circunstancias con “rigor de maestro o afecto de padre piadoso”. Debe señalarse que (ubiquémonos en la época) el rigor que plantea incluye los castigos corporales a aquellos que desobedezcan alguna norma.
El consejo lo forma la Comunidad, convocada por el Abad para tratar casos de importancia.
Arte Espiritual
Los capítulos 4 a 7 nos muestran las virtudes que deben poner en práctica los monjes como formas de elevar el espíritu.
El primero de estos capítulos da una extensa serie de normas a seguir como Instrumento de las buenas obras, esto es:
1 Primero, amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas;
2 después, al prójimo como a sí mismo.
3 Luego, no matar;
4 no cometer adulterio,
5 no hurtar,
6 no codiciar,
7 no levantar falso testimonio,
8 honrar a todos los hombres,
9 no hacer a otro lo que uno no quiere para sí.
10 Negarse a sí mismo para seguir a Cristo.
11 Castigar el cuerpo,
12 no entregarse a los deleites,
13 amar el ayuno.
14 Alegrar a los pobres,
15 vestir al desnudo,
16 visitar al enfermo,
17 sepultar al muerto.
18 Socorrer al atribulado,
19 consolar al afligido.
20 Hacerse extraño al proceder del mundo,
21 no anteponer nada al amor de Cristo.
22 No ceder a la ira,
23 no guardar rencor.
24 No tener dolo en el corazón,
25 no dar paz falsa.
26 No abandonar la caridad.
27 No jurar, no sea que acaso perjure,
28 decir la verdad con el corazón y con la boca.
29 No devolver mal por mal.
30 No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren.
31 Amar a los enemigos.
32 No maldecir a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos.
33 Sufrir persecución por la justicia.
34 No ser soberbio,
35 ni aficionado al vino,
36 ni glotón
37 ni dormilón,
38 ni perezoso,
39 ni murmurador,
40 ni detractor.
41 Poner su esperanza en Dios.
42 Cuando viere en sí algo bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo;
43 en cambio, sepa que el mal siempre lo ha hecho él, e impúteselo a sí mismo.
44 Temer el día del juicio,
45 sentir terror del infierno,
46 desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual,
47 tener la muerte presente ante los ojos cada día.
48 Velar a toda hora sobre las acciones de su vida,
49 saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando.
50 Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual,
51 guardar su boca de conversación mala o perversa,
52 no amar hablar mucho,
53 no hablar palabras vanas o que mueven a risa,
54 no amar la risa excesiva o destemplada.
55 Oír con gusto las lecturas santas,
56 darse frecuentemente a la oración,
57 confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas,
58 enmendarse en adelante de esas mismas faltas.
59 No ceder a los deseos de la carne,
60 odiar la propia voluntad,
61 obedecer en todo los preceptos del abad, aun cuando él - lo que no suceda - obre de otro modo, acordándose de aquel precepto del Señor: "Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen".
62 No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad.
63 Poner por obra diariamente los preceptos de Dios,
64 amar la castidad,
65 no odiar a nadie,
66 no tener celos,
67 no tener envidia,
68 no amar la contienda,
69 huir la vanagloria.
70 Venerar a los ancianos,
71 amar a los más jóvenes.
72 Orar por los enemigos en el amor de Cristo;
73 reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.
74 Y no desesperar nunca de la misericordia de Dios.
75 Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76 Si los usamos día y noche, sin cesar, y los devolvemos el día del juicio, el Señor nos recompensará con aquel premio que Él mismo prometió: 77 "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre lo que Dios ha preparado a los que lo aman". 78 El taller, empero, donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.
Los capítulos 5, 6 y 7 se refieren, en este orden, a la Obediencia, el Silencio y la Humildad. La primera de ellas “será entonces agradable a Dios y dulce a los hombres, si la orden se ejecuta sin vacilación, sin tardanza, sin tibieza, sin murmuración o sin negarse a obedecer, porque la obediencia que se rinde a los mayores, a Dios se rinde”.
De la segunda nos dice que “si a veces se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado”. En dable aclarar que en este capítulo se condena a “todo lo que haga reír”, lo que hizo que hasta la llegada de San Francisco de Asís todas las Ordenes existentes se negaran, en lo que puede interpretarse como un error, a expresar la alegría evangélica.
Por último exalta la Humildad como pérdida de la voluntad propia en aras de la voluntad del Señor.
Oración Litúrgica
Los capítulos 8 a 18 regulan cómo debe ser rezado el Oficio divino, parte principal de la vida del monasterio, detallando en cada caso cómo y en qué forma deben ser celebradas las distintas Horas del mismo o sea Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.
En los capítulos 19 y 20 se refiere al respeto y la actitud a tener en el rezo del Oficio, recordado “cómo conviene estar en la presencia de la Divinidad y de sus ángeles” que “seremos escuchados, no por hablar mucho, sino por la pureza de corazón y compunción de lágrimas”.
Organización
Los capítulos 21 al 53 son aquellos que regulan la organización en sí del monasterio.
En el 21 se permite la división del mismo en decanías, cuando su población es demasiado numerosa, para una mejor administración. En el 22 se estipula como deben dormir los monjes. En lo posible deben hacerlo todos juntos en un mismo dormitorio, vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, y listos para levantarse a la menor señal a rezar el Oficio.
Los capítulos 23 a 30 estipulan la rígida disciplina a la que son sometidos los monjes, como deben ser reconvenidos por sus faltas y las sanciones a aplicarse. En el caso de los mayores estas llegan a la excomunión, aunque en el caso de los menores (o de aquellos que no lleguen a comprender el alcance de esta sanción) deberán “ser sancionados con rigurosos ayunos o corregidos con ásperos azotes”.
Aquél monje que se decida irse del monasterio puede ser, en caso de que demuestre su arrepentimiento, vuelto a recibir en el mismo hasta una tercera vez.
Los capítulos 31 a 34 regulan la Administración del Monasterio, cómo debe ser el Mayordomo “sabio, maduro de costumbres, sobrio y frugal, que no sea ni altivo, ni agitado, ni propenso a injuriar, ni tardo, ni pródigo, 2 sino temeroso de Dios”. Asimismo el cuidado que debe darse a los elementos comunes, la distribución de los mismos y la prohibición para los monjes de tener algo propio.
Los capítulos 35 a 42 nos dicen cómo debe ser la vida diaria en el cenobio. Cómo debe ser la rotación semanal de los servidores (35), el trato dado a los enfermos (36), ancianos y niños (37), y el oficio de lector semanal durante la comida (38).
El capítulo 39 nos dice cómo debe ser la comida en cantidad e ingredientes. No se debe comer carne de cuadrúpedos a excepción de los enfermos. En el 40 nos habla de la bebida, permitiendo hasta una hemina (unos 250 c3) de vino al día, aunque felicita a aquellos que pueden abstenerse.
A continuación se nos indican los horarios en que se debe comer en los distintos tiempos del año (41), como así también en qué días se debe guardar ayuno. Por último se prohíbe terminantemente el hablar luego del rezo de Completas (42), debiendo someterse a severo castigo a quien quiebre esta regla.
Los capítulos 43 al 46 organizan las diferentes penitencias por las distintas faltas en que incurran los monjes, como llegar tarde al Oficio o a la mesa, equivocarse en los salmos u otras faltas menores.
Por último los capítulos 47 al 52 regulan el Trabajo y la Oración, el “Ora et Labora”, indicando como debe realizarse el llamado al Oficio (47), los horarios de trabajo y lectura en los diferentes tiempos del año (48), y la observancia de la Cuaresma (49). En esta última se invita a añadir “en estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia de comida y bebida, de modo que cada uno, con gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida establecida, esto es, que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual”
El capítulo 50 se refiere a aquellos hermanos que, por razones del trabajo o de viaje, no pueden asistir al oratorio. Deberán orar allí donde se encuentren “doblando las rodillas con temor de Dios”. En el 51 indica que, si el viajero espera volver al monasterio en el mismo día, deberá abstenerse de comer fuera salvo indicación en contrario del Abad.
Finalmente el 52 regula el uso del Oratorio diciendo que “no se lo use para otra cosa, ni se guarde nada allí”. Si alguno de los monjes desea orar fuera de los horarios establecidos deberá hacerlo en silencio.
Monasterio y Mundo
Los capítulos 53 a 57 regulan las relaciones del Monasterio con el mundo. En el 53 se refiere a los huéspedes que lleguen a alojarse, los que deben ser bien recibidos en virtud de la frase de Jesucristo "Huésped fui y me recibieron". En especial con “pobres y peregrinos se tendrá el máximo de cuidado y solicitud, porque en ellos se recibe especialmente a Cristo”.
Los monjes no deben recibir regalos del exterior, ni siquiera de sus padres, sin autorización del Abad (54).
El capítulo 55 estipula como ha de ser el vestido y calzado del monje. El mismo, cuando recibe ropa nueva debe devolver los vestidos viejos, a efectos de cortar el vicio de la propiedad. Asimismo el Abad debe revisar que no oculten en su cama nada que pueda ser considerado propio. A continuación se regla quienes deben sentarse a la mesa del Abad (56).
Por último, en el 57, se permite a aquellos de los hermanos que posean un arte u oficio ejercerlo, en tanto lo realicen con humildad. Si su conocimiento es causa de engreimiento será removido del oficio.
Renovación y comunidad
En los capítulos 58 al 66 se regulan diferentes aspectos de la vida comunitaria. Comienza en el 58 con las normas para el ingreso a la comunidad y las pruebas a las que debe someterse a los novicios para su aceptación (entre ellas la lectura y promesa de observación de la Regla). En el 59 se trata del ingreso de los niños ofrecidos a Dios para que vivan en el monasterio, práctica que en esa época era habitual en todas las clases sociales.
La admisión de sacerdotes está regulada en el capítulo 60, debiéndose tomar las mismas precauciones que con los novicios y haciéndole saber que deberá observar toda la disciplina de la Regla. No obstante una vez aceptados se les debe dar un lugar intermedio en atención a su carácter de sacerdotes. En cuanto a los monjes peregrinos (61) se les recibirá como huéspedes todo el tiempo que deseen si no perturba al monasterio con exigencias. Si desea incorporarse y tuviese buenas cualidades se lo recibirá.
El abad elegirá aquellos que sean dignos de ejercer el sacerdocio de entre sus propios monjes (62), debiendo éste someterse mucho más a la disciplina. Si obrase de otro modo deberá ser reconvenido juzgándoselo como rebelde, y “si amonestado muchas veces no se corrige, tómese por testigo al mismo obispo”, pudiendo llegarse a la expulsión del Monasterio.
El capítulo 63 nos habla del orden interno que debe mantenerse en el Monasterio, ocupando cada uno su lugar conforme a su rango y respetando a los mayores. Al Abad, por considerárselo representante de Cristo, se le deberá decir “Señor” o “Abad”.
La elección del Abad (64) deberá ser realizada por toda la comunidad o, en su caso, por aquel grupo que tenga “más sano criterio”. Esto deja abierta la posibilidad de que el Monasterio se suma en rencillas internas, pero en esos casos deberá intervenir el obispo de esa diócesis. A continuación nos indica cuales son las cualidades y méritos que debe tener aquel a quien se ordena Abad. Asimismo se destacan los problemas a que puede dar lugar la elección de un Prior (65) en el caso de que el mismo tenga criterios opuestos a los del Abad. El primero deberá cumplir con reverencia lo que mande el segundo, dado que el alto puesto que se le ha conferido hace que deba respetar con mayor rigidez la Regla.
Por último, en el capítulo 66, se establece la necesidad de contar con un portero, cuya celda estará junto a la puerta. Asimismo se indica que se intentará construir el monasterio “de modo que tenga todo lo necesario, esto es, agua, molino, huerta, y que las diversas artes se ejerzan dentro del monasterio, para que los monjes no tengan necesidad de andar fuera, porque esto no conviene en modo alguno a sus almas”, en orden a mantener la clausura monástica.
Al final de este capítulo se expresa “que esta Regla se lea muchas veces en comunidad, para que ninguno de los hermanos alegue ignorancia” lo que nos hace pensar que, en origen esta era su conclusión y que los capítulos 67 al 73 fueron agregados con posterioridad.
Complementos
Los complementos regulan situaciones particulares, como puede ser el comportamiento de los monjes que salen de viaje (67) durante el mismo y a su regreso, estando prohibido salir de la clausura sin permiso del Abad.
El capítulo 68 explica qué actitud debe tomar aquel monje al que se le ordena realizar algo imposible o que supera sus fuerzas.
En el 69 se prohíbe defender o proteger a otro monje, aún en casos de consanguinidad.
El capítulo 70 prohíbe golpear a arbitrariamente a alguno de los hermanos cuando estos superan la edad de 15 años en forma enardecida contra uno menor. Si bien esto hoy en día puede ser considerado aberrante recordemos que nos encontramos en el siglo VI.
El capítulo 71 norma la obediencia dentro del Monasterio, no solo respecto del Abad sino entre los mismos hermanos, “sabiendo que por este camino de la obediencia irán a Dios”. A continuación nos habla del celo (72) que deben tener los monjes en su comportamiento y el amor mutuo que debe unirlos.
Epílogo de la Regla
Por último en el capítulo 73 se nos ofrece el epílogo de la Regla, la que termina diciendo “Quienquiera, pues, que te apresuras hacia la patria celestial, practica, con la ayuda de Cristo, esta mínima Regla de iniciación que hemos delineado, 9 y entonces, por fin, llegarás, con la protección de Dios, a las cumbres de doctrina y virtudes que arriba dijimos. Amén”.